Sangre de hadas

Aurora entró en el Oasis acompañadas de cuatro sanadoras, las llamadas sacerdotisas superiores. Siempre iba allí en el mismo horario todos los días, era un ritual que las hadas realizaban con devoción. Se desprendió de la capa blanca que cubría su cabeza y se arrodilló frente a la estatua de la diosa Leah que se encontraba en el fondo del salón. Todo quedó en total silencio, excepto por el ruido del agua que corría libremente por las cuatro fuentes ornamentales de la habitación.

—Perdónanos, diosa suprema de los cielos y la tierra, por no haber cumplido correctamente con nuestro deber cuando nos necesitaste—recitó en voz baja—. Ofrecemos nuestro corazón y nuestro espíritu a tu servicio desde ahora y para siempre. ¡Que tu gracia siempre more en nuestras tierras!

—¡Que tu gracia siempre more en nuestras tierras! —repitieron las demás.

Las cinco quedaron unos minutos más de rodillas, como si estuvieras meditando sobre sus propios conflictos internos o charlando en silencio con la diosa. De pronto, una voz las hizo girarse de golpe, alarmadas. Rosman estaba de pie frente a ellas con una sonrisa divertida en el rostro. Sus dedos tamborileaban sobre el cabo de una larga y pesada espada.

—Siento molestarlas, señoras, pero es momento de terminar la oración.

Anemith apareció en la sala portando una ballesta. Las hadas se levantaron, visiblemente asustadas. Aurora dio un paso al frente, dispuesta a encarar a Rosman, aunque tenía el corazón retumbando dentro de su pecho.

—Sabes que no son bienvenidos en este lugar.

Rosman soltó una carcajada, luego clavó sus ojos oscuros en los de la reina.

—Es una pena, tenía tantas ganas de conversar con nuestra querida diosa—dijo con evidente sarcasmo—. Lástima que no tengo tiempo para estas tonterías.

—¿Qué es lo que deseas, Rosman? —gruñó Aurora tras atravesarlo con la mirada.

Anemith dio un paso al frente, Rosman se hizo a un lado, su rostro quedó muy cerca del de la reina hada. Aurora no quiso retroceder, a pesar del miedo que sentía.

—Entréganos la parte del cristal que ustedes juraron proteger—ordenó. Aurora titubeó, pero intentó permanecer firme. Negó con la cabeza y no apartó su mirada de los ojos azules de Anemith—. Bien, tenía tantas ganas de hacer esto.

Anemith se giró hacia una de las sacerdotisas y tras un movimiento ágil, disparó su ballesta logrando que la flecha atravesara al hada. Las otras criaturas gritaron, Aurora se abalanzó sobre la mujer para intentar detenerla, pero esta la empujó, haciéndola caer sentada en el suelo.

—¿Quién más quiere morir? —preguntó Anemith con una sonrisa triunfante en los labios—. No hay nada que desee más que acabar con ustedes, criaturas impuras y antinaturales.

Aurora se encontraba jadeando en el suelo, no podía apartar su mirada de la sacerdotisa que yacía inerte sobre un charco de sangre. Anemith la hizo reaccionar de golpe tras agacharse y agarrarla por las mejillas con violencia.

—¿Ahora sí hablarás, escoria?

Aurora respiró hondo para calmarse y terminó asintiendo dolorosamente. Anemith la soltó, pero no se movió de donde estaba, continuó escudriñándola con sus ojos.

—Los Elegidos...—murmuró, apenas era capaz de hablar con coherencia—. El cristal se encuentra protegido en el bosque de los mil años, solo ellos pueden obtenerlo ahora.

Anemith maldijo en voz alta y se puso de pie. Luego dirigió su mirada hacia Rosman, como buscando alguna solución a aquel conflicto. Tras unos segundos de silencio, el rey respondió con tranquilidad.

—Entonces esperaremos a que lo obtengan y luego lo tomaremos, pero haremos algo antes—tras una risita divertida caminó hacia una de las sacerdotisas y la levantó con brusquedad del suelo. El hada temblaba como una hoja, mientras suplicaba por su vida—. Estás con suerte, tú irás hacia el palacio flotante y le contarás a Corazón de la Tierra que estamos aquí y que, si los Elegidos no nos traen el cristal pronto, iniciaremos una guerra contra el reino de las hadas, ¿entendiste? —La sacerdotisa asintió tras tragar en seco—. Pero primero quiero que observes esto, para que puedas contarle todo con detalles.

Anemith sacó una daga de su bolsillo y se acercó a una de las sanadoras, quien intentó retroceder, pero el miedo la paralizó. Aurora entendió sus intenciones y comenzó a suplicar. La mujer la ignoró y terminó cortando el cuello de la desdichada, luego hizo lo mismo con la última hada. La reina tuvo que cerrar los ojos para no presenciar aquella masacre, aunque pudo sentir como la sangre caliente salpicaba su rostro.

La última criatura sollozaba sin poder contenerse, Rosman todavía la tenía sujetada por el brazo. Otro hombre apareció entonces, llevaba el rostro cubierto por una máscara de color negro. Pareció turbarse un poco por la masacre que presenciaban sus ojos.

—Conduce a esta hada hacia la salida, que vaya y les cuente a todos que estamos aquí—le ordenó Rosman tras soltar a la criatura—. Luego da orden para asesinar a todas las hadas del templo, que no quede ninguna viva.

El siervo asintió, tomó a la sacerdotisa por el brazo con brusquedad y la arrastró hacia la salida. Aurora continuaba de rodillas en el suelo, con la respiración agitada y los labios apretados. Deseaba poder hacer algo para ayudar a su pueblo, pero no podía violar su juramento de mantener la paz a toda costa. Estaba en las manos de los Elegidos vengar aquellas muertes y salvar a su reino de la destrucción.

...

El timbre que anunciaba el inicio de las actividades en el colegio Ziraldo acababa de sonar. Los estudiantes se apresuraron para poder llegar a tiempo a su primera clase, por lo que un enjambre de adolescentes abarrotaba los pasillos. Karla estuvo a punto de llegar al salón de matemáticas cuando recordó que había olvidado la tarea en su habitación. Soltó una palabrota y regresó por donde había venido, en una carrera frenética por no pasarse del horario permitido.

Abrió la puerta del cuarto y empezó a rebuscar entre los papeles que se hallaban sobre su escritorio. Estaba segura que había dejado su tarea allí, pero no lograba encontrarla. Una voz la hizo girarse de golpe.

—¿Buscabas esto?

Para su sorpresa, Petter estaba de pie justo detrás de ella con una sonrisa traviesa en los labios y tenía la hoja de la tarea en su mano derecha. Karla tuvo que hacer un gran esfuerzo para reponerse del susto y recobrar la compostura. El corazón le retumbaba en el pecho.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz temblorosa y trató de evadirlo para que él no notara su nerviosismo.

—Quiero hablar contigo, Karla.

—Ahora no—lo cortó ella y le quitó la hoja de la mano con brusquedad—. Tengo clases de matemáticas en cinco minutos. Además, no deberías estar aquí, sabes que está prohibido visitar los cuartos del sexo opuesto.

—Tengo el poder de la invisibilidad, ¿recuerdas?

Karla resopló, luego intentó escapar por un costado, pero Petter le bloqueó el paso con su cuerpo.

—Por favor, deja de evadirme y hablemos.

Por fin, Karla se dio por vencida y asintió. Estaba cada vez más nerviosa, tuvo que respirar profundo para poder disimularlo. Petter tragó en seco y continuó hablando.

—Quiero que me digas la verdad, Karla, por favor. —La joven lo miró a los ojos por unos segundos, pero no respondió—. ¿Fuiste a verme a la enfermería cuando estuve inconsciente? —Ella asintió—. ¿Por qué?

—¿Por qué crees que fui?

—No lo sé, Karla, no lo sé—respondió Petter cada vez más frustrado y dejó escapar el aire con brusquedad—. Quiero escucharlo de tu boca. Sea cual sea la razón, necesito saberla.

—Sabes que eres importante para mí, eso no ha cambiado—confesó Karla con voz temblorosa, sus ojos grises se cruzaron con los del muchacho nuevamente.

Petter sintió que su corazón saltaba de alegría. Tuvo ganas de abrazarla, pero se contuvo. Todavía faltaban muchas cosas por aclarar. Con cuidado dio unos pasos hacia ella, ambos quedaron tan cerca que sus labios casi podían tocarse. Karla quiso bajar la mirada, pero Petter le levantó la barbilla con su mano derecha.

—Te das cuenta de que casi me rompes el corazón el otro día—murmuró con voz ahogada. Karla tragó en seco, pero no respondió—. ¿Qué es lo que te sucede?

—Tengo miedo.

Petter se apartó un poco e intentó disimular su incomodidad, aunque le costaba demasiado.

—¿De qué tienes miedo?

—Tengo miedo de salir lastimada, Petter—respondió Karla. Sus labios temblaban al igual que todo su cuerpo. El muchacho pareció conmoverse con aquellas palabras por lo que dejó escapar un suspiro—. Quizás soy demasiado insegura, pero cada vez que pienso en todo lo que sucedió antes, en todo lo que hiciste...

Petter resopló. Prefería la sinceridad, pero aun así sus palabras dolían casi tanto como los recuerdos y las culpas. Intentó mantenerse tranquilo, pero sus puños se apretaron de manera involuntaria.

—Lo siento, sé que no soy lo que mereces, pero...

Karla lo interrumpió con un siseo, negando con la cabeza.

—Cuando te hirieron en la prueba de lealtad supe que era una idiota—confesó con voz apesadumbrada—. Tuve tanto miedo de perderte que todos aquellos temores pasaron a un segundo plano.

Petter quiso sonreír, pero algo en su interior se lo impedía. Quizás nunca podría cambiar aquellos sentimientos y tendría que vivir con las consecuencias de sus actos para siempre y eso era casi peor que el remordimiento. Ella pareció notar su frustración, por lo que tomó su mano y la estrechó entre las suyas.

—Perdóname, Petter—susurró con timidez—. He actuado como una niña inmadura.

Petter negó con la cabeza y la estrechó entre sus brazos sin poder evitarlo. Ambos se quedaron en silencio mientras disfrutaban de aquel cálido abrazo.

—Karla, te prometo que nunca te lastimaré de nuevo—susurró con voz sofocada—. Sé que hice cosas de las que nadie podría estar orgulloso, pero lo que más deseo en este mundo es dejar atrás el pasado y empezar de cero contigo. Lo único que te pido es que confíes en mí a partir de ahora.

Karla se apartó, una sonrisa iluminaba su rostro. Con ternura comenzó a acariciar las mejillas del muchacho.

—Claro que confío en ti, pero quiero que siempre me digas la verdad, por favor.

Petter asintió y le robó un beso en los labios que duró algunos segundos. Su corazón comenzaba a sentir alivio por primera vez, como si todas las cosas que antes lo atormentaban acabaran de desaparecerse, al menos por aquel instante.

—Vamos, debes irte antes de que aparezca alguien.

Karla lo empujó un poco para poder desprenderse de su agarre, pero Petter no pensaba dejarla ir tan fácilmente.

—Todos están en clase, no te preocupes—rio y la volvió a besar, esta vez con mucha más intensidad. Con cuidado la empujó hacia el escritorio.

Karla no se resistió esta vez, estaba disfrutando de aquel contacto. Dio un pequeño brinco para quedar sentada encima del mueble y Petter aprovechó de acariciar sus piernas. Ella ahogó un gemido cuando las manos del muchacho apretaron sus muslos.

—Te has propuesto acabar con mi estabilidad mental, ¿verdad? —bromeó Petter al tiempo que exploraba su cuello con los labios.

—Petter, basta...—murmuró Karla, apenas podía resistirse a todas aquellas sensaciones.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió. Petter reaccionó lo suficientemente rápido como para lograr desaparecerse antes de que las chicas lo vieran. Karla se bajó del escritorio e intentó disimular su conmoción. Camila, Diana y Jane entraron riendo.

—¿Karla? —se sorprendió Camila al verla—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—No encontraba la tarea de matemáticas—tartamudeó Karla, mientras acomodaba su ropa para disimular todo lo sucedido minutos antes. Camila la escudriñó con la mirada, casi pudo notar su estupor—. ¿Por qué volvieron tan rápido?

—El profesor está enfermo, así que tenemos hora libre—respondió Diana con emoción—. Aprovecharé de hacer mi siesta de belleza.

La joven comenzó a desabrochar su camisa escolar. Karla corrió para detenerla, sabía que Petter estaba allí todavía y la vería.

—¿Qué haces? —chilló Diana cuando Karla volvió a abrocharle la blusa con dedos temblorosos.

—Voy a abrir la puerta de la habitación, hace falta refrescar un poco porque huele como a humo, ¿no lo sienten?

—Seguro son los inciensos de la loca de Mariana—opinó Jane desde su posición.

Karla estaba cada vez más nerviosa, pero se apresuró a abrir la puerta para que Petter pudiera marcharse. Las otras tres chicas la miraron extrañadas.

—¿Te golpeaste la cabeza con algo? —se burló Diana con el ceño fruncido.

Karla soltó una carcajada nerviosa y volvió a cerrar la puerta. Petter acababa de salir, lo había sentido cuando rozó a apropósito sus manos con las suyas como forma de despedirse. Diana hizo un gesto dubitativo y volvió a quitarse la ropa. La otra chica respiró aliviada y se dejó caer en su cama.

—Todo el mundo está muy raro hoy—bromeó Jane tras quitarse su uniforme y quedar en ropa interior—. Espero que no se contagie.

De pronto, la puerta de la habitación se volvió a abrir, pero con una brusquedad que sobresaltó a todos. Diana pegó un grito y se cubrió con la tela de su blusa. Jane intentó taparse con las manos, pero no pudo evitar que una mirada curiosa recorriera su cuerpo casi desnudo. Brayan estaba parado en el umbral y quedó enternecido mirándola.

—Degenerado, asqueroso—chilló Diana entre gritos desesperados.

El muchacho logró reaccionar a tiempo y entró en la habitación, luego cerró la puerta. Jane corrió a vestirse, un poco avergonzada por su figura delgada y en su opinión poco llamativa.

—¿Por qué entras sin tocar, idiota? —lo regañó Karla con voz airada.

—Hay noticias urgentes de Arcadia—informó con nerviosismo, todavía le costaba apartar su mirada de Jane. Hasta ese momento nunca le había parecido atractiva, pero al verla en ropa interior sintió que su corazón se aceleraba.

—¿Otra vez? —indagó Camila tras ponerse de pie—. ¿Qué ha sucedido?

— Anemith y Rosman han tomado el reino de las hadas.

...

Corazón de la Tierra esperó a Los Elegidos en el mismo lugar de siempre: frente al lago del sector elegido. Los chicos no tardaron en aparecer. Llegaron vistiendo sus ropas de entrenamiento habituales y portando sus respectivas armas. Estaban listos para luchar. El viejo mago se encontraba muy nervioso, frotaba sus manos con ansiedad al tiempo que caminaba en círculos. Todos intuyeron que la situación era extremadamente complicada.

—¿Qué ha sucedido exactamente? —se adelantó Camila.

— Anemith y Rosman se encuentran dentro del reino de las hadas. —Corazón de la Tierra hizo una pausa para organizar sus ideas y luego continuó—. Asesinaron a las hadas sanadoras del templo. No sabemos si la reina sigue con vida.

Los Elegidos quedaron atónitos, el miedo y la inquietud comenzaron a apoderarse de sus corazones.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Alejandro.

—Anemith no podrá obtener el cristal porque solo un Elegido puede pasar la prueba de las hadas, pero estoy seguro que hará cualquier cosa por arrebatarles la reliquia.

Los Elegidos tenían demasiadas preocupaciones, no eran tantos cómo deseaban y algunos apenas empezaban a entrenarse. Además, faltaba Drake que continuaba negándose a unirse a la lucha y Noah se encontraba todavía un poco débil por lo ocurrido en la prueba de los gordianos. Solo un milagro podría ayudarlos a vencer esta vez. De repente, una voz los hizo girarse de golpe. Era Giselle.

—Espero me permitan unirme, creo que puedo ser de utilidad.

Los demás chicos no supieron cómo reaccionar, solo atinaron a mirar a la Elegida con cierta desconfianza. Ella también llevaba su ropa de entrenamiento y las armas. Enseguida se posicionó frente al grupo, justo al lado de Corazón de la Tierra.

—Esto tiene que ser una broma—soltó Brayan, indignado—. Gracias a ti estamos en esta situación.

—Por eso estoy aquí—respondió Giselle con altivez—. Para intentar remediar lo que hice.

—¿El Consejo de Magos te liberó? —indagó Noah, extrañado.

—Algo así, digamos que necesitan a todo el que se quiera unir—respondió Giselle con voz seria—. Tienen mucho miedo.

Nuevamente los murmullos se apoderaron del lugar, Corazón de la Tierra hizo un gesto para acallarlos.

—No podemos confiar en ella—opinó Jane en voz alta. Algunos estuvieron de acuerdo y otros titubearon con indecisión. Giselle la fulminó con la mirada, pero prefirió no contradecirla.

—La necesitamos—soltó Noah casi sin pensarlo y sus ojos azules se clavaron en los oscuros de Giselle—. Espero tu poder nos sea de utilidad.

La joven intentó disimular la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios, pero fue en vano, estaba feliz. Haría hasta lo imposible por demostrar que era fiel a los Elegidos, por lo que no pensaba dejarse llevar por la desconfianza de los otros miembros del grupo. Los murmullos continuaron, pero esta vez estaban dirigidos a otro tema: ¿Cómo podrían enfrentar a Rosman y a Anemith que tenían habilidades tan avanzadas y conocimientos de magia negra?

—Sé que están asustados, pero que el miedo no los paralice, tengan confianza en todo lo que han aprendido hasta ahora. —La mirada del anciano recorrió los rostros preocupados de sus discípulos y sonrió, aunque en el fondo él también tenía sus temores—. Ahora, vamos.


Nota de la autora: Decidí comenzar a hacer los capítulos más cortos para que se les haga más fácil leerlos y terminarlos. Espero les guste el cambio. Disculpen las molestias y feliz lectura. :) :)

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