Rescate II
Gruesas gotas de sudor rodaban por la frente de Karla y caían sobre sus hombros desnudos. Llevaba casi una hora intentando arrastrar la silla donde la tenían atada hacia una de las mesas del laboratorio. El asiento estaba hecho de un material muy pesado, así que moverlo no era una tarea sencilla.
Dando pequeños saltos logró aproximarse a la mesa. Continuaba con las piernas y las manos atadas, así que tuvo que utilizar su boca para poder tomar uno de los frascos de vidrio que allí había. Lo dejó caer al suelo, pero no se rompió.
—Mierda— gruñó en voz baja.
Tomó otro y lo lanzó con más fuerza. Esta vez sí logró quebrarlo en varios pedazos. Ahora venía la parte más difícil, debía dejarse caer cerca de uno de los fragmentos. Tomó impulso y tras varias sacudidas, cayó de lado, golpeándose un brazo contra el suelo. Soltó un gemido y se tomó unos minutos para procesar el dolor. Cuando estuvo lista, estiró lo más que pudo sus manos atadas hasta lograr capturar entre sus dedos el pedazo de vidrio. Comenzó a cortar la soga con cuidado, pero era demasiado gruesa aún para el cristal.
—Vamos, vamos— suplicó entre lágrimas, a punto de perder la paciencia.
Sintió cómo el vidrio cortaba la palma de sus manos, pero no le importó, solo quería escapar de allí. No estaba segura de que Petter hubiese entendido el mensaje y sabía que no la dejarían ir pronto. Ahora que conocían que era la guardiana del cristal del Elegido, siempre estaría en peligro.
Tras unos minutos de esfuerzo la soga cedió. Tenía las manos destrozadas, pero esa era la menor de sus preocupaciones, su única inquietud era escapar de allí. De un tirón logró separarlas y sintió alivio por primera vez. Intentó ponerse en una posición más cómoda, pues le dolía el brazo. Por consiguiente, comenzó a desatar el nudo de sus pies, a pesar de que su piel ardía y la sangre continuaba saliendo.
Se levantó, un poco mareada debido al esfuerzo y rebuscó entre las cosas de Emilio que estaban guardadas en una caja de cartón. Había observado cuándo los siervos las trajeron y las dejaron allí, una de ellas tenía una foto de Noah con sus padres, gracias a eso pudo reconocer dónde estaba. No tuvo que buscarla, podía verla desde su posición. Tras echarle un vistazo rápido la guardó en un bolsillo de su vestido. Luego, vendó su mano con unas ropas que había dentro.
—Ahora solo debo salir— pensó en voz alta.
Continuaba con aquellos aros en sus muñecas que le impedían usar su poder. No sabía cómo quitarlos, así que prefirió armarse con un bate que había en una de las cajas.
Cuando caminó hacia las escaleras escuchó un ruido y retrocedió, asustada. Sabía que sin sus poderes no podría defenderse cómo debería, así que su cuerpo comenzó a temblar. No quería volver a la silla, solo deseaba huir de aquel lugar y estar a salvo otra vez.
Samtines bajó las escaleras, Karla se hizo a un lado, quedando pegada a una de las paredes del sótano. Cuando tuvo al hombre más cerca lo golpeó por la espalda, haciéndolo caer al suelo. El grito alertó a los guardias. Dos de ellos bajaron las escaleras, armados con pistolas de poder y espadas. Karla quiso defenderse, pero una corriente la paralizó y la hizo caer de espalda. Le habían disparado varias veces, dejándola enroscada en el suelo.
Samtines logró levantarse, estaba adolorido, pero no tenía ningún hueso roto. Caminó hacia Karla, que continuaba tirada en el suelo y la levantó con violencia, tomándola de los cabellos. Ella gritó, pero no pudo evitar que aquel hombre la empujara contra la mesa de experimentos. Su cabeza se golpeó con el borde, luego cayó otra vez en el suelo. Ahora tenía una herida en la frente que sangraba y se había clavado algunos vidrios en los brazos. Quiso arrastrarse lejos de su captor, pero este volvió a sujetarla.
—Acabas de cometer un grave error, princesita, y vas a pagarlo muy caro— le dijo muy cerca de su oído—, pero primero, lo primero.
Karla gimió cuando aquellas manos duras apretaron su nuca con más fuerza aún. Tras otro empujón volvió a estar en el suelo. Esta vez logró reponerse y arrastrarse hasta chocar con la pared del fondo. Samtines se agachó para quedar a su altura y puso una mano sobre su cabeza. Había bajado al sótano para borrar sus últimos recuerdos. Rosman no quería que los otros Elegidos conocieran la traición de Alina, al menos no todavía. Debía arreglar ese pequeño error cuánto antes.
Karla gritó, nuevamente sintió un fuerte dolor en la cabeza. Lo golpeó con los puños, pero no pudo liberarse. Samtines rebuscó en su mente, justo en ese momento donde había visto el asesinato de Anise y borró cada uno de aquellos recuerdos, arrasando sin querer con algunos más que le siguieron a ese acontecimiento.
—Excelente— celebró cuando terminó—. Ahora podemos jugar tú y yo...
—¿Qué pasó? — preguntó Karla, un poco mareada. No podía recordar dónde estaba ni lo sucedido en esas últimas horas. El terror se apoderó de su cuerpo cuando observó la sonrisa macabra de Samtines—. ¿Qué me hiciste?
—La pregunta es, ¿qué voy a hacerte ahora? — bromeó—. Podría torturarte, golpearte, explorarte...— dijo y comenzó a acariciar su barbilla.
Karla le dio un manotazo para intentar apartarlo.
—¿Dónde estoy? — volvió a preguntar, mientras observaba a sus alrededores—. ¿Por qué estoy aquí contigo?
Samtines frunció el ceño, pero enseguida se dio cuenta que acababa de borrar más de lo debido en su mente. Poco le importaba, lo importante era que no recordaría el asesinato de Anise ni ningún otro dato que pudiera delatar a Alina.
—Estás secuestrada, querida— le explicó con tono divertido—. Y no podrás irte pronto, lamentablemente.
Karla negó con la cabeza, confundida. No sabía qué estaba sucediendo, solo quería volver a estar a salvo en Ziraldo. Desesperada, pateó a Samtines en el estómago para intentar escapar. El hombre cayó hacia atrás y soltó una maldición, pero se repuso rápido. La observó luchar con la puerta del sótano que al parecer había sido cerrada por los siervos. Estaba gritando en busca de ayuda.
—Cállate, niña tonta, nadie te va a venir a salvar— le dijo con una sonrisa, mientras subía las escaleras para alcanzarla.
Karla se giró y trató de usar su poder para defenderse, pero no funcionó debido a los brazaletes que no recordaba tener puestos. Samtines la golpeó en el rostro, haciéndola tambalearse y quedar aturdida. Nunca nadie le había pegado así. Las lágrimas picaron en sus ojos y no tuvo tiempo de reponerse, él la arrastró hacia abajo y la tiró al suelo.
—Voy a divertirme mucho contigo, pequeña princesa— dijo mientras se desabrochaba la camisa.
—Todos deben estar buscándome— le advirtió Karla con voz temblorosa, mientras se alejaba de él—. Petter vendrá y si me haces algo...
—¿Vendrá? — preguntó Samtines con voz divertida—. Entonces hagamos que la espera valga la pena
Samtines se agachó para poder tomarla por los tobillos y arrastrarla hacia abajo, dejándola acostada boca arriba. Karla comenzó a gritar mientras luchaba con todas sus fuerzas para liberarse. Ahora él estaba a horcajadas sobre ella, presionando con sus piernas su cuerpo adolorido.
—Cuando termine contigo él no va a reconocerte— masculló con voz sádica, mientras acercaba la boca a su oído.
Karla lo mordió en el cuello con tanta fuerza que Samtines comenzó a gritar a todo pulmón. Cuando lo soltó estaba sangrando y con los ojos desorbitados por la rabia. Su mano impactó contra la mejilla de la joven nuevamente.
—Me gustan las chicas que se saben defender, pero debo advertirte que no suelo ser delicado con ellas— dijo con voz divertida.
Luego comenzó a romper su vestido con extrema violencia, dejándola semi desnuda.
—Ninguna chica puede olvidarme, ¿lo sabías? — bromeó tras volver a golpearla en el rostro para que dejara de luchar—. Tú tampoco podrás hacerlo.
—Por favor, no hagas esto— suplicó Karla entre sollozos. Ahora tenía el labio partido y un hilillo de sangre corría por su mentón.
Pero Samtines, la ignoró. Estaba tan enojado que apenas podía pensar con normalidad, su único deseo era vengarse y hacerla sufrir lo más posible.
—¿Qué carajo haces? — preguntó Rosman con voz de trueno.
Samtines se giró, sorprendido de que Rosman estuviera allí. Al parecer, había escuchado los gritos, por eso decidió intervenir. Resopló, enojado por la interrupción y le dirigió una mirada de pocos amigos. Odiaba que se metieran en sus asuntos.
—Solo estaba dándole una lección...
—Sé lo que estabas haciendo— le dijo Rosman con voz seria.
Conocía aquella parte oscura de Samtines. Los rumores corrían cómo el viento en el reino. Era el temido hombre que disfrutaba torturando a mujeres jóvenes y las usaba para obtener un beneficio económico. Nunca había intervenido en eso, ni pensaba hacerlo, la única condición era que no mirara siquiera a Giselle. Necesitaba tenerlo contento para que siguiera de su lado, pero observar con sus propios ojos lo que era capaz de hacer le resultaba repulsivo. Una imagen del pasado volvió a su cabeza y su estómago se apretó.
—Eso nunca le ha importado, Majestad— respondió Samtines entre dientes.
—No me importa, pero te olvidas de que es mi prisionera— lo enfrentó con voz dura.
Samtines resopló, pero no quiso contradecirlo. Le echó un vistazo rápido a Karla que continuaba temblando y aflojó su agarre.
—No iba a hacerle nada— mintió para justificarse—. Solo quería que aprendiera a respetarnos. Quiso escapar y me golpeó con un bate, merece una advertencia.
Rosman observó a Karla con más detenimiento, notó que estaba sangrando y con la ropa hecha trizas. Luego, reparó en la mordida que tenía Samtines en su cuello y una sonrisa iluminó su rostro.
—También te mordió— se burló tras una carcajada—. Parece que todas las mujeres de esa familia te dejan alguna marca.
Samtines gruñó. Nuevamente sintió como la furia dominaba su cuerpo, pero no deseaba enfrentarse a Rosman, era su mejor aliado y le había jurado lealtad. La traición se pagaba con la muerte en Nelvreska, no quería arriesgar su cabeza.
—Vamos, hombre— lo instó Rosman con voz despreocupada—. Deja a la chica. La necesitamos entera para poder negociarla.
Samtines se levantó, todavía respiraba con agitación y tenía los ojos cargados de enojo. Karla aprovechó para arrastrarse hacia un rincón de la habitación, poniendo distancia de ambos hombres. Rosman caminó hacia ella y se puso de cuclillas para quedar a su altura. Ella parecía un cachorrito acorralado, temblaba, mientras cubría su busto con la tela de su vestido roto.
—Mira cómo te dejó ese animal. — Rosman levantó su barbilla para poder examinar las heridas de la chica. Tenía una mirada divertida, como si en el fondo aquella situación le fuera útil para sus planes—. No te conviene enfrentarte a Samtines— le dijo en voz baja—. Le gustan las chicas cómo tú, jóvenes e inocentes.
Karla continuaba aterrada, por lo que apenas podía hablar o disimular los temblores de su cuerpo.
—No vuelvas a intentar escapar, o te ataré con cadenas y dejaré que Samtines haga lo que quiera contigo— le advirtió con un tono implacable.
Luego se levantó y le hizo una seña a Samtines para que lo siguiera.
—¿No piensas atarla? — le preguntó él cuando ambos estuvieron arriba.
—No te preocupes, no volverá a intentar escapar otra vez.
...
—Tenías razón, hay muchos siervos custodiando mi casa— comentó Noah con impotencia.
Todos estaban escondidos en un terreno abandonado que se encontraba a unos metros de allí. Desde aquel lugar podían observar la entrada de la casa de Noah y a un grupo de siervos vestidos de negro con cascos que encubrían su rostro difuminado.
—No les bastó con matar a mi padre, ahora han tomado mi hogar— masculló Noah, cada vez más enojado.
Petter lo observó con lástima. Podía imaginar cómo se sentía y nuevamente una punzada de culpa atravesó su corazón. Nunca dejaría de arrepentirse por haber revelado la ubicación del escondite aquella noche. Con un simple error destruyó la vida de Noah para siempre.
—¿Cómo entramos? — preguntó Camila.
—Usando mi invisibilidad será pan comido— respondió Petter, confiado.
—No estoy tan seguro de que sea una buena idea— opinó Noah—. Está claro que están utilizando una protección avanzada, por eso Diana no pudo rastrear la ubicación con su poder—explicó—. Hay que tener cuidado, algunas protecciones suelen funcionar como una alarma. Si se usa cualquier hechizo, el lugar protegido comienza a vibrar como si estuviera atravesándolo un terremoto.
—¿Qué te hace pensar que eso pudiera suceder ahora? — lo interrogó Petter sin comprender.
—Porque es lo que yo haría si fuera ellos. Proteger el lugar de posibles intrusos con magia, en especial, de ti. — Noah hablaba con una voz seria y pausada—. Tienes el poder de la invisibilidad y ellos lo saben, no son tan tontos como para dejarte el camino libre.
Petter maldijo para sus adentros. Si no podía usar su poder para infiltrarse y rescatar a Karla, tendría que buscar otro método más convencional. Observó el lugar con detenimiento. Había siervos por todos lados. Tres en la entrada, dos en el balcón y otros tres custodiando la zona.
—¿Qué podemos hacer? — preguntó Diana, un poco ansiosa.
—Los siervos tienen cascos, así que quizás...— comentó Camila con tono indeciso.
—Es una buena idea— celebró Lucas—. Podríamos comprarnos unos cascos iguales y hacernos pasar por ellos. No notarían la diferencia.
—¿De dónde pretendes sacar casos iguales? — se burló Milena.
—Oye, solo intentaba ayudar— protestó Lucas.
Noah y Petter se miraron con complicidad, ambos estaban pensando lo mismo.
—No es una mala idea— admitió Petter con una sonrisa—. Podemos crear una distracción para poder matar a algunos de los siervos y tomar sus ropas. Luego nos infiltramos, fingiendo ser ellos.
—Me gusta la idea, pero, ¿cómo piensas matarlos sin llamar la atención? — preguntó Jane.
—Lo siervos son tontos, no pueden pensar— explicó Petter—. Usaremos una carnada y todos vendrán sin cuestionarse nada. Haremos que se muevan hasta aquí.
Los chicos sonrieron, emocionados con el plan.
—¿Qué haremos con los siervos del balcón? — preguntó Leonarda—. Ellos podrían ver lo que sucede y alertar a Samtines o a Rosman.
Los Elegidos quedaron pensativos un instante, intentando encontrar una solución para aquel conflicto.
—Alejandro podría usar sus cuerdas para trepar al balcón y tomarlos desprevenidos— sugirió Camila, mientras le dirigía una mirada cohibida al muchacho—. Debe asesinarlos antes de que pidan refuerzos.
Hubo un breve silencio. La molestia que sentía una parte del grupo por lo sucedido entre Camila y Alejandro podía notarse en sus miradas incómodas.
—¿Crees que puedes hacerlo? — le preguntó Petter a Alejandro con voz ruda.
—Cuenten con eso— asintió el muchacho. Su mirada se cruzó con la de Camila unos instantes, luego la apartó, temiendo que ella pudiera notar que su corazón acababa de acelerarse.
—Excelente, ahora solo nos falta una distracción lo suficientemente llamativa cómo para que los siervos abandonen sus puestos— comentó Noah con voz reflexiva.
Petter le echó un vistazo al grupo y su mirada se concentró en Lucas. Una media sonrisa apareció en su rostro serio.
—¿Qué? — preguntó Lucas, preocupado.
—Tú serás la carnada.
—No, olvídenlo. —Se cruzó de brazos, renuente—. Jamás lo haré. Ni siquiera sueñen con eso.
...
Lucas caminó temblando hasta quedar a unos metros de la casa de Noah. Echó varios vistazos hacia atrás, pero ya no podía ver a sus compañeros. Estaba solo y desprotegido.
—Los mataré por esto— masculló y avanzó unos pasos más para intentar captar la atención de los siervos que custodiaban la casa.
Sabía lo que tenía qué hacer, pero su corazón latía demasiado fuerte. Sintió un chiflido a sus espaldas. Era Alejandro que se había escondido detrás de una pared, listo para llegar al balcón cuando comenzara el plan.
—Querida diosa, soy yo otra vez...— murmuró Lucas. Estaba lo suficientemente cerca cómo para llamar la atención de los siervos. Ellos enseguida desenvainaron sus espadas y se pusieron en posición de ataque—. Si me sacas con vida de esto prometo...— tragó en seco cuando vio cómo avanzaban hacia él—. Esperen, esperen— hizo un gesto dramático—. No me maten, por favor, juro que soy un pobre chico inocente.
Lo siervos se detuvieron, un poco confundidos al verlo lloriquear y levantar las manos de un modo exagerado.
—Soy inofensivo, lo juro— dijo, mientras se arrodillaba en el suelo y comenzaba a gimotear con más fuerzas—. No tengo familia, nadie me quiere y mis amigos me usan como una mascota...— tragó en secó con nerviosismo—. Además, tengo una tía inválida, mi tía Eugenia, ¿quién va a cuidar de ella si muero?
Los siervos continuaban observándolo sin moverse. Alejandro aprovechó la distracción para utilizar sus cuerdas y trepar hacia el balcón de un salto. Agarró al primer soldado desprevenido y le clavó un puñal en el pecho, logrando que su cuerpo se desvaneciera al instante. El otro retrocedió, pero no tuvo tiempo para defenderse porque el muchacho le lanzó el mismo puñal, el cual se enterró de un modo violento en su corazón.
Alejandro guardó la daga en su bolsillo con una sonrisa de triunfo y miró hacia abajo, Lucas parecía mantener una amena conversación con los siervos, quienes por supuesto, no podían responderle. Quiso informarle que ya había terminado su trabajo, pero no supo cómo hacerlo sin llamar la atención de los soldados.
—Me gusta bailar, ¿a ustedes no? — preguntó Lucas con voz animada, mientras se levantaba del suelo. Uno de los siervos lo amenazó con la espada, pero él continuó hablando para intentar calmarlo—. Apuesto que tú serías un buen bailarín...
—¿Qué mierda hace? — masculló Alejandro, preocupado y comenzó a hacer señas para ver si lograba llamar su atención.
—Vamos, es fácil, solo deben seguir este paso— decía Lucas, mientras marcaba el ritmo con sus pies y hacía movimientos exagerados—. Un, dos, tres, de nuevo, un, dos tres...Con ritmo.
Un ruido proveniente de dónde estaban los otros Elegidos llamó la atención de los siervos, quienes volvieron a ponerse alertas y sacaron sus armas. Lucas retrocedió asustado, pero el acero de una de las espadas casi corta su carne. Tuvo que comenzar a correr rumbo a sus compañeros. Por suerte, cuando llegó, Petter, Noah y Jorge emergieron del escondite y liquidaron a todos los siervos.
—Casi no la cuento...— suspiró con voz ahogada debido a la carrera y al miedo.
—¿Qué carajo estabas haciendo? — lo regañó Brayan con tono burlón—. ¿Pensabas enseñarles a bailar?
—Dijeron que los distrajera y eso hice. Mis pasos de baile siempre funcionan.
Brayan entornó los ojos.
—Ustedes pónganse la ropa, los demás quedarán aquí vigilando— ordenó Petter, señalando a Leonarda, Lucas, Jorge, Brayan y Noah.
—Yo voy a ir— intervino Camila, provocando que Petter soltara un resoplido y comenzara a negar con la cabeza—. Y no me importa si quieres o no.
—No puedo preocuparme por protegerlas a las dos— la contradijo con voz seria.
—Es verdad, es una misión muy peligrosa, niña— intervino Alina con tono chocante.
—Puedo protegerme perfectamente sola— contratacó Camila y caminó hacia Lucas, quien ya tenía el uniforme en su mano.
—Está bien, yo puedo sacrificarme por el bien común y quedarme aquí vigilando con los demás— bromeó el chico y le cedió el uniforme junto con el casco.
—Entonces yo también iré— dijo Alina con tono divertido.
—No hay más uniformes— objetó Petter.
Alina caminó hacia Leonarda y le quitó el uniforme de las manos casi con brusquedad.
—Oye, ¿qué haces?
—Peleo desde que tengo once. Tú apenas sabes caminar sin hacer ruido— explicó con voz dura—. Es mejor que te quedes aquí. Lo último que necesitamos es tener que regresar a Arcadia con tu cadáver.
Leonarda comenzó a protestar, pero Petter caminó hacia ella y la interrumpió. Pudo recordar las palabras de August, pidiéndole que la cuidara de cualquier peligro. No pensaba faltar a esa promesa.
—Ella tiene razón, aún no luchas lo suficientemente bien— dijo con voz suave—. Es mejor que te quedes.
Leonarda suspiró, pero terminó aceptando.
—Bien, ¿ya podemos irnos? — intervino Noah.
Los chicos asintieron. Luego se pusieron la ropa y los cascos, listos para comenzar con el rescate.
...
El pequeño grupo de Elegidos no tuvo problemas para ingresar a la casa. Los siervos que estaban adentro ni siquiera notaron la diferencia gracias a la ropa y los cascos, así que pudieron explorar sin problemas.
El lugar estaba diferente. Ya no tenía muebles por lo que se veía más grande y tampoco había indicios de las pertenencias de Noah, como si las hubieran destruido por completo. Solo dejaron una mesa en la cocina donde se hallaban algunas botellas de vino vacías, alimentos y cigarrillos.
A simple vista no notaron ningún indicio de la presencia de Rosman, Samtines o Anemith, pero supusieron que podrían estar en alguna de las habitaciones de la casa. Petter hizo una seña al resto del grupo, indicando que se separaran para no llamar la atención, luego caminó hacia la entrada del sótano.
Logró abrir el sótano sin mucho esfuerzo. Luego comenzó a bajar las escaleras rápidamente, deseando con todas sus fuerzas que Karla continuara allí. En cuanto logró llegar abajo la vio. Estaba en un rincón de la habitación, abrazando sus rodillas y con el cuerpo tembloroso. Su corazón se detuvo cuando notó las heridas y su vestido hecho trizas. Se imaginó lo peor.
Ella levantó la cabeza en cuánto lo escuchó llegar. Pensó que era un siervo, debido al traje y al casco. Asustada, se puso de pie, lista para defenderse en caso de ser necesario, pero su cuerpo continuaba adolorido y no tenía armas, sabía que estaba indefensa. Solo se quedó inmóvil, observándolo con terror.
Petter quiso acercarse, pero Karla levantó las manos, haciendo un gesto de advertencia. Se dio cuenta que ella no había podido reconocerlo debido a la ropa, así que se quitó el casco con rapidez para poder mostrarle su rostro.
—¿Petter...? — murmuró Karla con voz temblorosa, como si no pudiera creer lo que veía frente a sus ojos.
El muchacho asintió, a punto de romperse en ese momento. Ella corrió hasta poder alcanzarlo y se prendió de su cuello como un salvavidas. Ambos se fundieron en un abrazo apretado, mientras Karla sollozaba y aspiraba el olor de la colonia de Petter.
—Pensé que no volvería a tenerte entre mis brazos...— murmuró Petter sin soltarla. Tenía las lágrimas acumuladas en sus ojos y la voz quebrada—. Estaba tan asustado.
—Viniste...— murmuró Karla entre lágrimas.
—Claro que vine— afirmó Petter, luego besó su cabeza con ternura—. ¿Pensaste que iba a dejarte?
Karla comenzó a llorar con más fuerza. No quería soltarlo, no deseaba abandonar la protección de sus brazos ni por un instante.
Petter la apartó un poco para poder examinarla. Observó con más detenimiento los golpes en su rostro, la herida en la frente, los cortes en sus brazos y el vestido hecho trizas.
—¿Qué sucedió? — preguntó, asustado—. ¿Quién te hizo esto?
Karla bajó la mirada. Casi pudo percibir el aliento asqueroso de Samtines sobre su boca tan solo de recordar lo sucedido. Sintió que las náuseas torturaban su estómago y tuvo que sostenerse de Petter para controlar su malestar.
—¿Qué pasó, Karla? — preguntó Petter, ansioso. Estaba aterrado, no quería pensar lo peor, pero era lo único que surcaba su mente en ese momento—. ¿Samtines te hizo esto? — insistió, cada vez más estresado—. ¿Te forzó para que estuvieras con él?
Karla asintió. Petter la soltó y comenzó a caminar por la habitación, estaba totalmente destruido ante aquella respuesta.
—Maldito— gruñó y apretó los puños. Aquel era su peor miedo y comenzaba a materializarse.
—Tranquilo, no pudo hacer nada— lo calmó Karla, mientras avanzaba hacia él para poder agarrarle la mano—. Rosman lo impidió.
—¿Rosman? — se sorprendió Petter.
Karla asintió y trató de explicar brevemente lo ocurrido. Petter respiró aliviado y sintió que sus piernas se volvían gelatina. Estuvo a punto de perder la cabeza tan solo de imaginarse que Samtines hubiese podido concretar sus asquerosos deseos. Tomó a Karla y la estrechó contra su pecho otra vez.
—Maldito cobarde...— masculló entre dientes—. Lo voy a matar. Acabaré con su miserable existencia, te lo juro.
Karla se apartó un poco para poder mirarlo a los ojos.
—Solo quiero que me saques de aquí, por favor...— suplicó, a punto de volver a llorar.
Petter asintió. Quiso tomarla de la mano para guiarla hacia la salida, pero una vibración en el suelo los estremeció a ambos, poniéndolos otra vez en alerta.
—Mierda...— masculló, sabiendo lo que acababa de suceder.
—¿Qué ocurre? — preguntó Karla, confundida.
—Alguno de los chicos usó su magia y reveló que estamos aquí— explicó con visible enojo—. Ahora nos han descubierto. Tendremos que luchar, ¿crees que puedas? — preguntó, preocupado.
Karla asintió, haría lo que fuera con tal de escapar de aquel lugar. Petter sonrió, orgulloso de su valentía.
—Eres fuerte, la chica más fuerte que conozco— le dijo con sinceridad.
Luego tomó su mano y la guio hacia la salida, prometiéndose a sí mismo que nunca más volvería a soltarla.
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