Prueba de vida o muerte II

Noah escuchó una voz que lo llamaba, creyó reconocer de quién era, pero el vértigo de la caída lo hizo perder el conocimiento unos instantes. Finalmente, su cuerpo impactó contra una superficie dura. Un gemido de dolor se escapó de sus labios obligándolo a girarse hasta volverse un ovillo. Estuvo aturdido unos segundos debido al golpe que se había pegado en la cabeza al caer. En ese tiempo escuchó susurros inentendibles. No estaba solo. Las almas perdidas comenzaron a rodearlo como un cazador cuando encuentra la mejor de las presas.

—Noah, despierta.

Alguien lo sacudió para intentar espabilarlo. Llevaba varios minutos inconsciente, preso de un extraño delirio.

—¡Noah!

Aquel grito lo hizo sentarse de golpe. Respiraba agitado y todavía la cabeza le daba vueltas. Pestañeó varias veces para intentar detallar a la persona que tenía delante. Sintió un brinco en su corazón al reconocer a Petter. No podía entender por qué estaba allí.

—¿Estás bien?

Petter estaba agachado frente a él. Se veía preocupado porque tenía el ceño fruncido y los labios temblorosos. Noah asintió, casi por inercia, provocando que el otro respirara aliviado.

—¿Qué haces aquí? — preguntó, sin comprender, mientras se sobaba la nuca.

—Te vi saltar— explicó Petter con voz pausada—. Intenté detenerte, pero fue muy tarde. Entonces te seguí hasta aquí.

Noah comprendió por qué le había parecido escuchar la voz de Petter mientras caía, ahora tenía sentido. Luego reparó en las consecuencias de lo que el muchacho acababa de hacer y lo invadió el enojo.

—¿Estás loco? — le reclamó con voz firme—. Acabas de cometer la peor de las estupideces.

Petter quiso responder, pero Noah ya se había levantado. Estaba alterado.

—¿Qué dices? — preguntó, un poco ofendido por su reacción. Luego se puso de pie para poder quedar frente a él—. Si no fuera por mí estarías verdaderamente muerto. Las almas perdidas querían alimentarse de tu energía...

—No lo entiendes—lo cortó Noah, cada vez más irritado—. Solo las almas libres de pecados pueden escapar de aquí y tú tienes demasiados. ¿Ahora cómo se supone que vamos a salir de este lugar?

Petter abrió la boca, sorprendido ante aquella realidad que desconocía. Quiso decir algo, pero optó por permanecer en silencio. Lo había seguido por un impulso que superaba su razonamiento, porque Noah era la representación de sus culpas no perdonadas. El hijo del hombre al que había traicionado de la manera más baja, alguien a quién siempre protegería sin importar el riesgo. Tenía la obligación de mantenerlo a salvo porque en el fondo esperaba recibir su perdón.

—Ahora estamos atrapados aquí— murmuró Noah tras soltar un resoplido de decepción.

—No te preocupes por mí— respondió Petter con sequedad—. Vamos. Hay que encontrar a Giselle.

Ambos jóvenes comenzaron a caminar sin un rumbo aparente. El pozo de las almas perdidas era un lugar de tránsito para las almas que recién morían. Quienes fueron buenos en su vida terrenal tenían la oportunidad de salir de allí hacia alguno de los niveles del subsuelo, pero ciertas almas quedaban atrapadas por mucho tiempo debido a su gran cantidad de pecados. El tiempo en aquel sitio transformaba a las almas malvadas en seres irracionales que solo deseaban obtener cualquier tipo de placer que los hiciera soportar aquella tortura. Por eso intentaron absorber la energía de Noah.

Mientras caminaban, los jóvenes notaron que había un extraño reloj de arena hecho de piedra que simulaba una montaña con una grieta en el medio. Tenía como propósito marcar el tiempo que sus almas permanecerían en aquel lugar, por lo que debían actuar con rapidez. Les quedaba menos de una hora para encontrar a Giselle y escapar de allí, de lo contrario quedarían atrapados y morirían definitivamente.  

Petter se movía con dificultad porque en el suelo había unas espinas filosas que se clavaban en la planta de sus pies, lastimándolos de un modo atroz. Además, comenzaba sentir un frío desesperante, como si estuviera nevando. La sed y el hambre torturaban su cuerpo, provocándole una inexplicable debilidad. 

Por su parte, Noah, avanzaba tranquilamente, no sentía dolor ni ningún otro síntoma parecido. Era evidente que existía una diferencia abismal entre ambas almas, una era inmune al sufrimiento y la otra era severamente castigada por sus pecados.

—¿Qué te pasa? — preguntó Noah al notar que Petter tiritaba de frío—. Estás temblando...

Petter no respondió, pero su mirada reveló lo que su corazón intentaba ocultar. Noah lo supo enseguida, estaba avergonzado de los síntomas que experimentaba porque eran la representación de su pasado. No pudo evitar sentir algo de lástima por él.

—Te ayudaré a caminar— respondió el muchacho y se brindó como soporte.

Petter dudó, pero terminó aceptando su ayuda. Tuvo que doblarse un poco para poder apoyarse en los hombros de Noah, pero esto lo ayudó a sentir un poco de alivio y avanzar mejor. Cada minuto que transcurría hacia que la tortura se volviera más difícil de tolerar. Sus pies sangraban, lo que dificultaba demasiado la caminata, pero Petter no se quejó en ningún momento, no quería ser una carga aún más pesada para Noah.

Unos murmullos interrumpieron el trayecto cuando llegaron a un extraño lugar lleno de piedras de distintos tamaños que obstruían un poco la visión. Noah ayudó a Petter a sentarse sobre el suelo para que descansara un poco, luego comenzó a explorar, en busca de algún indicio de Giselle. Escuchó un sollozo lejano y su corazón se paralizó, tenía que ser ella.

—¡Giselle! — gritó, desesperado, mientras revisaba cada rincón de aquel extenso lugar—. Estoy aquí, por favor, aparece...

—¿Noah? — respondió Giselle con voz temblorosa —. ¿Realmente eres tú? 

Noah sintió una inmensa alegría, intentó seguir la voz para poder encontrarla cuanto antes, no deseaba que siguiera sufriendo en aquel lugar. Supo que estaba detrás de una de las piedras, pero cuando intentó acercarse, un grupo de almas lo interceptó haciéndolo retroceder.

—Nuestra, es nuestra...— dijeron los espectros con voz amenazante.

Noah sintió algo de temor al notar los rostros desfigurados de aquellas almas que estaban atrapadas allí debido a sus múltiples maldades. Tenían la piel pegada al hueso como si estuvieran pasando mucha hambre, los ojos hundidos y la cabeza pelada. Lo más aterrador eran sus pies que se encontraban deshechos debido a las espinas.

—Por favor, déjenla ir, ella no pertenece aquí— suplicó Noah, intentando razonar con las criaturas, aunque estaba seguro de que no funcionaría. 

—Podemos alimentarnos de ti, si gustas— respondió una de las almas y avanzó unos pasos.

Noah estaba desarmado así que no tenía muchas opciones para poder defenderse. Cuando aquel grupo de almas se acercó con la intención de apoderarse de su energía no tuvo otro remedio que intentar escapar, pero terminó cayendo de espaldas al suelo y cubriéndose el rostro con los brazos. Por suerte, algo se interpuso, haciéndolas retroceder. Era Petter. Tenía un colmillo de Crogol con el que apuñaló a una de ellas, las otras se asustaron mucho al descubrir el arma.

—Atrás o todas se irán al averno— rugió tras atravesarlas con una mirada gélida.

Las almas sintieron temor porque quienes se iban al averno se convertían en demonios y sufrían una tortura eterna. El pozo era un lugar difícil, pero al menos tenían la posibilidad de redimir sus pecados en algún momento. Así que prefirieron no arriesgarse y abandonar aquella disputa.

Petter cayó al suelo de rodillas, tenía las manos ardiendo como si se las hubiera quemado. Noah se arrastró hacia él para poder examinarlo y notó sus palmas en carne viva, estaba sufriendo mucho dolor.

—No lo entiendo...— murmuró tras intentar hacer un hechizo de curación sin éxito.

—Yo sí— respondió Petter—. Mi alma está llena de pecados, mientras más tiempo pasa más se deteriora y pronto terminaré como esos infelices.

Noah volvió a sentir otra punzada de culpa que no tenía justificación, quizás se debía a todas las veces que deseó que muriera cuando supo de su traición o cuando tuvo aquella sentencia en el juicio. Ahora sus sentimientos habían cambiado un poco.

—Noah...— murmuró Giselle. Había salido de su escondite y estaba observando al muchacho con una sonrisa conmovida en los labios.

Noah se levantó casi con desesperación e intentó guardar en su memoria aquella imagen como si temiera perderla para siempre. Giselle estaba a unos pasos de él, vestida con un camisón blanco escotado, descalza y con el cabello despeinado. Quiso acercarse, pero los nervios lo obligaron a permanecer en su lugar.

—¿Qué haces aquí? — preguntó Giselle.

—Vine a buscarte— confesó Noah.

—¿Viniste aquí por mí?

Noah asintió y avanzó unos pasos para poder estar más cerca de ella. Intentó tocar sus brazos desnudos, pero se encontró con un gran vacío, como si su imagen fuera una alucinación.

—¿Qué...? — exclamó al notar que no podía tocarla.

—No me queda mucho tiempo. Mi alma se muere...

—No— la contradijo Noah—. Te sacaré de este lugar.

—¿Cómo? —preguntó Giselle, sin esperanzas.

—Fusionaremos nuestras almas y te llevaré de vuelta a Arcadia. Los inframundos han prometido devolvernos a la vida cuando logremos vencer a tus padres, así que estarás a salvo.

Giselle le dirigió una mirada más animada. Deseaba mucho recuperar su vida y regresar a Arcadia con los otros Elegidos, pero enseguida sus ilusiones se nublaron.

—Es muy peligroso, tu cuerpo podría no soportarlo.

—Estaré bien, solo confía en mí, ¿sí? — la cortó Noah con una sonrisa tierna.

Giselle asintió. No había nada que hubiese deseado más en aquellos días en Nelvreska que poder volver a verlo. Sus ojos azules, sus labios calientes y su mirada noble, eran lo único que la había mantenido optimista dentro de los muros del palacio. Noah era parte de cada uno de sus pensamientos y quiso decírselo, pero las palabras no fueron capaces de salir.

—Eres tú quien debe entrar en mí interior— explicó Noah, luego señaló a su corazón—. Justo aquí. Inténtalo...

Giselle avanzó unos pasos, debía pegarse a su cuerpo hasta lograr introducirse en él, pero justo antes de hacerlo algo la detuvo. El temor de ponerlo en un grave peligro la paralizó por completo.

—Hazlo, no tenemos mucho tiempo— insistió Noah, ansioso.

—No puedo— negó con la cabeza—. No quiero que nada te suceda por mi culpa.

Noah logró capturar aquella mirada de preocupación que Giselle le regalaba y sintió escalofríos, en ese momento supo que no podría salir de allí sin ella.

—Por favor, ven conmigo...— murmuró con voz suplicante muy cerca de sus labios —. No puedo dejarte aquí. 

Giselle se estremeció. Con el corazón desbocado, colocó una mano sobre el pecho de Noah y cerró los ojos, intentando completar aquella acción que no tenía idea de cómo funcionaba. Tras unos minutos en los que ambos estuvieron muy juntos, intentando controlar sus respiraciones aceleradas, la joven desapareció. Su alma ahora formaba parte de la del chico.

—Giselle...— murmuró Noah, un poco asustado.

—Estoy aquí— respondió la joven desde su interior.

Noah respiró aliviado y dejó escapar el aire que llevaba rato conteniendo en sus pulmones. Por fin, Giselle estaba un poco más a salvo, ahora solo debía escapar de allí. Un gemido lo hizo reaccionar y bajar la mirada hacia el lugar donde acababa de dejar a Petter. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular su turbación. El muchacho estaba tirado en el suelo con el rostro pálido y hundido, comenzaba a debilitarse como un hombre que llevara días caminando sin rumbo por un desierto. Tenía la respiración inestable, grandes ojeras violáceas bajo sus ojos y los labios resecos.  Intentó ayudarlo a levantarse, pero solo consiguió agravar su dolor.

—No puedo...— negó Petter con voz lastimera—. Déjame aquí.

—Sabes que jamás lo haría— respondió Noah, indignado por su comentario.

Había logrado sentarlo, pero parecía decidido a rendirse. Una campanada fúnebre lo hizo levantar la mirada hacia el reloj de arena gigante. Apenas quedaban unos quince minutos para que se terminara el tiempo. El temor lo invadió. Si no salían cuanto antes los tres quedarían atrapados allí y morirían de manera definitiva.

—Vamos, Petter, no puedo cargarte— insistió Noah, al notar que su compañero no estaba haciendo ningún esfuerzo por moverse.

—Te dije que me dejes aquí.

—Y yo te dije que no pienso hacerlo. Saldremos los tres o ninguno.

—Deja de hacerte el héroe y salva tu puta vida— gruñó Petter. 

—Salvaré la vida de ambos, es mi deber.

—Provoqué la muerte de tu padre, no merezco que me salves y mucho menos que mueras por mí.

—Eres un Elegido, eso es lo único que me importa ahora y si tengo que arrastrarte hasta la salida lo haré. Así que cierra la boca y ayúdame.

Petter comprendió que Noah estaba hablando en serio, no lo abandonaría aun cuando corría el riesgo de morir definitivamente si el tiempo se agotaba. Ante aquella realidad, solo podía armarse de valor y dar su mejor esfuerzo para llegar hacia la salida, así que respiró hondo y se aferró a los brazos de su compañero. Tras un quejido, logró ponerse de pie. Cada paso significó una nueva tortura. Por momentos sintió que perdería el conocimiento, pero Noah nunca lo dejó caer, cargó con su cuerpo hasta el final del camino.

—Estamos cerca— celebró Noah cuando divisó una barrera de poder a lo lejos que despedía una luz incandescente—. Vamos, Petter, solo unos pasos más.

A pesar del cansancio, Noah continuó ayudándolo a seguir, pero cuando estuvieron a tan solo unos metros de la salida, escucharon una voz desconocida que les hablaba dentro de sus cabezas.

Esta alma le pertenece al averno. Entrégala y nos encargaremos de ella.

Quien habló era un inframundo, aunque se veía un poco diferente a los que habían visto antes. Llevaba un colmillo de Crogol en la mano. Tenía la cabeza huesuda al descubierto mostrando su aspecto descarnado y un símbolo extraño en la frente. Era un cazador de almas.

Los cazadores se llevaban las almas que terminaban de cumplir su condena en el pozo para otros niveles del subsuelo. Quienes se arrepentían de corazón y eran perdonados por las personas a quienes dañaron, podían descansar en el Óvalo, pero la mayoría pasaba años allí hasta perder la cordura y convertirse en demonio. Los pecadores debían vivir en el averno para siempre, un lugar frío, sin luz, ni color, desprovisto de felicidad.

—No te acerques— le advirtió Noah con ferocidad y levantó la mano haciendo un gesto de alto—. Ambos somos Elegidos y ustedes juraron perdonarnos la vida.

—Los pecados de él son imperdonables. Además, ambos están en el pozo de las almas perdidas, aquí rigen las leyes de los muertos no de los vivos.

Noah observó el reloj de arena gigante y se estremeció, solo quedaban cinco minutos para poder salir de allí.

—Perdónalo y déjalo abandonar este lugar, por favor...— suplicó, desesperado. 

—Lleva varias muertes sobre su espalda, eso nunca podrá ser perdonado.

Noah miró a Petter con extrañeza y aunque quiso preguntar a qué se refería, sabía que no era el momento adecuado para eso.

—Tu padre descansará en paz cuando lo entregues— agregó el inframundo con un tono malicioso.

Noah dudó, quizás porque temía que realmente su padre estuviera decepcionado de cómo ayudaba a la persona que había provocado su muerte. Luego, la imagen de Emilio vino a su memoria. Él nunca fue vengativo, si estuviera allí quizás perdonaría a Petter al ver las cosas buenas que hizo después y lo arrepentido que estaba. No tuvo tiempo para tomar una decisión, porque su compañero aprovechó para desprenderse de su agarre con brusquedad.

Petter dio unos pasos hacia la criatura, a pesar de que su cuerpo se negaba a continuar luchando. En el fondo no deseaba aquel destino tan terrible, pero no tenía otras opciones, si continuaba negándose a entregar su alma terminaría perjudicando a Noah y también a Giselle.

—¿Qué haces? — lo cuestionó Noah tras agarrarlo del brazo, intentando impedir su avance. 

—Es mejor así, debes vivir y yo...— se detuvo, su mirada se veía cansada —. Merezco esto.

Petter volvió a sacudirse para poder liberarse de su agarre. Noah lo observó avanzar con dificultad. Por un momento aceptó su decisión, a pesar de que algo obstruía su interior de un modo desesperante. ¿Petter merecía irse al averno? Pensó en las cosas positivas que había hecho, como salvó a aquella niña en el reino de las hadas, como expuso su vida para sacarlo del laberinto, la valentía que había demostrado en Nelvreska. Él se había ganado su lugar como Elegido a pesar de lo sucedido en el pasado. 

—No tienes que hacerlo. 

Petter se giró para mirarlo, un poco sorprendido.

—Todos merecemos segundas oportunidades...

—¿En serio? — Petter soltó una carcajada cargada de dolor—. Sé que me sigues odiando. Para ti siempre seré el asesino de tu padre y eso nunca se podrá cambiar. ¿Por qué no dejas que termine con esto de una vez y te marchas con Giselle?

Noah se acercó, furioso.

—Te cargué hasta aquí corriendo el riesgo de que el tiempo se agotara y quedáramos atrapados para siempre, ¿crees que realmente te odio tanto como dices?

Petter abrió los ojos, extrañado. No podía creer aquellas palabras. ¿Acaso Noah lo había perdonado?

—Tus deudas están saldadas Petter, solo te falta que puedas perdonarte por lo que has hecho. De lo contrario, nunca podrás continuar y no hablo del camino que nos sacará de aquí, sino de tu propia vida.

—Noah, ¿tú de verdad podrías perdonarme algún día?

Noah dudó. Aquella pregunta lo desmoronó por completo. Siempre había optado por ser sincero ante cualquier circunstancia, pero en ese momento la vida de Petter estaba en sus manos. Quiso decirle lo difícil que era para él otorgarle el perdón definitivo, pero debía elegir sus palabras con cuidado porque el muchacho estaba dispuesto a rendirse y quedarse allí para siempre, eso no podía permitirlo.

—Podemos hablar de esto más tarde, no hay tiempo— prometió, mientras observaba el reloj que continuaba moviéndose.

Petter bajó la cabeza, comprendía que Noah deseaba evitar aquella conversación y estaba en todo su derecho de hacerlo.

—Tienes una familia que te espera, no puedes rendirte ahora— insistió Noah, cada vez más estresado.

Petter quedó unos segundos más en el mismo lugar. Pensó en Karla, en todos aquellos momentos a su lado, sintiéndose enamorado por primera vez. Con ella había deseado dejar todo atrás y ser feliz. Luego, Camila vino a su memoria. Más que una hermana la sentía como un alma gemela en quien podía confiar cada vez que estuviera triste o perdido. Ernesto y Leinad, los padres que siempre quiso tener, amorosos y protectores. Cuánto deseó que estuvieran allí para disculparse por su constante frialdad. Quería vivir, lo deseaba más que nunca, por lo que retrocedió unos pasos, mientras negaba con la cabeza. 

Un pinchazo atravesó su corazón antes de que pudiera girarse hacia la barrera. Sintió un dolor agudo que lo hizo ahogar un gemido y caer de espaldas. Su cuerpo impactó con violencia sobre el frío suelo, al tiempo que un fuerte dolor le torturaba las entrañas. El inframundo había clavado el colmillo en su pecho.

—¡No! — escuchó el grito de Noah.

Sintió mucho más frío y su visión se volvió borrosa. Noah se agachó a su lado y lo sacudió, estaba gritando desesperado, pero apenas pudo entender lo que decía. El alma se le escapaba de un modo estremecedor, camino al descanso eterno. Sonrió, quizás porque de una vez por todas podría liberarse de esos fantasmas que tanto lo habían atormentado en el pasado.

—Lo siento, lo siento— murmuró con dificultad.

Noah reprimió un sollozo y se mordió un labio. Había deseado verlo morir muchas veces, pero ahora sentía una opresión en el pecho tan desagradable que apenas podía respirar con normalidad. 

—Resiste, por favor, resiste— dijo con voz temblorosa, mientras le apretaba el brazo. Observó cómo los ojos de Petter comenzaban a cerrarse de a poco —. No, no, no. No te duermas, por favor, resiste.

—Si quieres salvarlo, tendrás que perdonar sus culpas.

Noah escuchó aquella voz resonando en su cabeza y sintió mucha más desesperación. Sin saber por qué, no pudo pensar ni en la traición de Petter ni en la muerte de su padre, solo tenía un deseo, poder salvarlo.

—Lo perdono, lo perdono... — repitió una y otra vez, dirigiéndose al inframundo que permanecía impasible en su lugar.

—¿Estás seguro? Él ha hecho cosas terribles que no sabes.

—No me importa— gritó, entre lágrimas —. Perdono sus culpas, pero, por favor, déjalo vivir. 

Petter sonrió, a pesar de que sentía su cuerpo cada vez más débil y a punto de desfallecer. Aquellas palabras lo hicieron sentir en paz por primera vez en mucho tiempo.

—Gracias...

Luego cerró los ojos y todo se sumió en una sosegada oscuridad.


pd: Chicos, disculpen la tardanza, pero este capítulo y el que sigue estuvieron bastante complicados de hacer, espero lo disfruten porque a mi me ha encantado el resultado final. ¿Qué opinan de Petter y Noah? ¿Podrán amigarse por fin? Por cierto, la imagen me gustó mucho (no hagan caso del calvo intruso jaja)

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