La batalla de las hadas II
Los Elegidos continuaban luchando en el campo de batalla aun cuando sus fuerzas se volvían cada vez más escasas y el terror se cernía sobre sus cabezas. Gritos, dolor, muerte, desesperación, incertidumbre, ese era el ambiente que se respiraba en aquel reino mágico. Giselle había logrado evacuar a la mayoría de las hadas con ayuda de las naves de los gordianos. Apenas pudo detenerse a llorar ante las imágenes que conmovían su corazón porque debía aprovechar el tiempo para salvar todas las vidas posibles.
Por otro lado, Noah se encontraba luchando junto a gordianos y Elegidos sin darse por vencido. Tenía una herida en el brazo que sangraba sin control y un golpe en la frente. Por un momento, se detuvo para tomar aire, Alejandro lo cubrió, notando que estaba a punto de desfallecer. El muchacho se apartó un poco de la batalla, sentía el cuerpo demasiado debilitado.
—Estás perdiendo mucha sangre, necesitas un hechizo de vitalidad—opinó alguien a su lado. Era Giselle, que había regresado de las naves para unirse al combate.
—Estoy perfectamente—respondió con sequedad, evitando mirarla a los ojos.
Noah volvió a empuñar su espada, pero un mareo lo invadió, casi cae sobre la hierba verde de la pradera. Giselle lo sostuvo y pegó un grito para que la cubrieran. Los gordianos se acercaron, de este modo pudo colocarse al muchacho debajo del hombro y ayudarlo a caminar hasta un lugar más seguro. Una vez allí, lo obligó a sentarse en una roca y tomó su brazo con brusquedad para hacer el hechizo. Noah quedó enternecido mirándola mientras hacía su trabajo.
—¿Mejor? —preguntó la Elegida con voz pausada.
Noah asintió sin siquiera agradecer y limpió con la mano el sudor que empapaba su rostro. Giselle sacó una cantimplora con agua que le había donado una de las hadas y se la ofreció. El chico bebió con avidez. Luego se levantó de golpe.
—Debemos ir a ayudar.
Giselle quiso contradecirlo, todavía se veía demacrado a pesar de que la herida había dejado de sangrar, pero una voz los hizo sobresaltarse. Alguien gritaba pidiendo ayuda a unos metros de allí. Noah no lo pensó demasiado, recogió su espada del suelo y salió corriendo, ella lo siguió. Tras alejarse bastante de dónde ocurría el combate, se encontraron con cuatro figuras que los observaban con una sonrisa divertida. Clover estaba allí, con una pistola de poder en la mano, listo para atacarlos. Noah empujó a Giselle para que retrocediera, pero fue demasiado tarde, una ráfaga de poder le atravesó el estómago y lo hizo caer de rodillas. Ella intentó levantarlo, pero uno de los hombres la tomó por la espalda y le puso un puñal en el cuello.
—No te muevas, bonita.
La respiración de Giselle se aceleró, pero sabía que no podía quedarse quieta o sería capturada por los siervos de su padre. Debía buscar el modo para salir victoriosa de aquella emboscada.
—No van a lastimarme—aseguró con voz altanera tras clavar su mirada en Clover. Quiso utilizar su poder para persuadirlo, pero él tenía unas gafas que le impedía llegar a sus ojos.
—Por supuesto que no, princesa, pero tu amigo poco nos importa que viva—dijo tras apuntar con su pistola de poder a Noah y volver a dispararle.
Giselle ahogó un grito. Noah quedó con la cabeza enterrada en el suelo, aguantando la respiración y con las manos abrazadas alrededor de su abdomen.
—Déjalo en paz—suplicó la joven.
Uno de los siervos sujetó a Noah por el cabello y lo obligó a incorporarse. El muchacho quedó de rodillas. Tenía el rostro colorado y algunas lágrimas rodaban por sus mejillas. El dolor se veía reflejado en su expresión tensa.
—Por supuesto, solo debes decirme quién es el portador del poder de la velocidad.
Giselle se sorprendió con la pregunta.
—¿Por qué te interesa?
—Sabemos que tiene el cristal de los gordianos en su poder.
Giselle y Noah se miraron con complicidad. No sabían cómo reaccionar, era evidente que querían a Alejandro y no pensaban detenerse hasta capturarlo y quitarle el cristal. Clover interrumpió sus pensamientos.
—Habla o tendré que matar a tu amiguito.
Giselle titubeó, pero antes de que pudiera responder escuchó la voz de su compañero.
—Soy yo
Noah habló con tanta confianza que nadie hubiese dudado de su palabra. Giselle quiso contradecirlo, pero su instinto le dijo que se mantuviera callada. Quizás él tenía un plan. Clover se acercó, se quitó las gafas y lo escudriñó con su único ojo, como si dudara de sus palabras.
— Yo soy el portador de la velocidad y tengo el cristal — repitió el muchacho sin amilanarse.
—Revísenlo—ordenó tras hacerle una seña a los siervos.
Ellos comenzaron a palpar en cada rincón del cuerpo de Noah con violencia, en busca de la reliquia. Noah habló mientras lo examinaban.
—No lo tengo conmigo.
—Habla de una vez, mocoso—gruñó Clover y lo tomó por las mejillas, deseoso de molerlo a golpes—. ¿Dónde está?
—Solo hablaré con Rosman.
—Noah...
Giselle intentó persuadirlo, pero el muchacho se lo impidió tras dedicarle una mirada enfurecida. Nuevamente guardó silencio y dejó que los siervos los condujeran hacia el templo sin oponer resistencia. Aquello no le gustaba nada y sabía que se pondría peor cuando su padre descubriera el engaño.
...
La batalla continuaba en la pradera. Los demonios no cedían ni con las espadas ni con la magia. Petter llegó al grupo, luego de una larga carrera y buscó con su mirada a Alejandro y a Giselle. La mayoría de los Elegidos estaba allí, junto a los gordianos y algunos miembros del Consejo. Tenían los cuerpos bañados en sudor y algunas heridas superficiales. Por sus expresiones agotadas, no podrían aguantar mucho más luchando. Aliviado, se encontró con Alejandro que acababa de derrotar a un demonio tras clavarle su daga en el corazón. La bestia se retorció y su cuerpo quedó convertido en una baba viscosa.
—Por suerte llegué a tiempo—murmuró Petter para sus adentros, luego corrió para encontrarse con él.
Alejandro se preocupó al verlo llegar tan exaltado.
—¿Qué sucedió? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Dónde están Camila y los demás?
—Vienen detrás—informó Petter con voz ahogada mientras respiraba profundo para recuperar el aliento—. ¿Has visto a Giselle?
—Noah y ella se alejaron de la batalla hace unos minutos, quizás fueron a ayudar a algún herido. —Alejandro notó la frustración en el rostro de su compañero—. ¿Qué pasó?
—Mierda—gruñó el muchacho—. Deben estar en peligro.
Alejandro quiso preguntar los detalles, pero no tuvo tiempo para seguir conversando, más demonios se aproximaban. Petter tuvo que ayudarlo, aunque deseaba salir de allí y ponerse a buscar a los dos muchachos.
—¡Cuidado, Jane! —gritó Brayan.
Uno de los demonios se abalanzó sobre la Elegida y la tomó por sorpresa, ella no pudo reaccionar a tiempo. Un par de colmillos afilados y cargados de veneno se clavaron en su costado, haciéndola gritar desesperada. Dos gordianos clavaron sus espadas en la espalda de la criatura y lograron quitársela de encima, luego la remataron dándole en el corazón. Brayan se quitó a un demonio de encima tras darle par de puñetazos y corrió hacia Jane.
—Niña tonta—gruñó cuando logró llegar hasta ella—. ¿Acaso no escuchaste cuando te grité?
Jane se retorcía de dolor en el suelo. Petter se acercó cuando logró esquivar a los demonios que lo rodeaban.
—Parece que la ha mordido—explicó Brayan, un poco asustado al ver como su compañera lloraba de dolor y su traje comenzaba a empaparse de sangre.
—Llévala a una nave, algún hada del palacio debe saber qué hacer en estos casos.
Petter no pudo seguir ayudando porque dos demonios lo interceptaron y tuvo que reaccionar antes de que le clavaran sus garras. Brayan cargó a Jane y corrió hasta donde estaban las naves. Al llegar, se encontró con un panorama desolador. Los demonios habían atacado el lugar, casi todos los gordianos estaban muertos, por lo que no había un piloto para trasladar a la muchacha. Brayan maldijo para sus adentros y puso a Jane sobre el pasto, en un lugar lo suficientemente seguro como para que nadie los tomara por sorpresa.
—Duele mucho—gruñó Jane entre sollozos.
Brayan rompió de un tirón la blusa de su traje de entrenamiento, dejándola en ropa interior. El muchacho notó la marca de los colmillos y cómo la piel comenzaba a tornarse grisácea alrededor de la zona. No sabía qué hacer, así que buscó en sus alrededores alguna posible ayuda, pero no había nadie cerca. Tuvo miedo de que muriera allí. Intentó con algunos hechizos curativos, pero ninguno era efectivo.
—Voy a buscar ayuda—dijo, nervioso—. Vendré enseguida.
Jane sujetó su mano antes de que pudiera marcharse, él pudo notar el terror en su mirada.
—No, por favor—suplicó. Su voz comenzaba a debilitarse.
Brayan dudó por unos segundos, estaba igual de asustado que Jane, no quería verla morir frente a sus ojos sin siquiera intentarlo. La joven continuaba sosteniendo su mano con ímpetu, por lo que solo pudo emitir una palabrota y quedarse allí, mirándola con impotencia. Tras unos segundos, ella se dejó vencer por el cansancio y cerró los ojos.
—Maldita sea—gruñó mientras la sacudía—. Despierta Jane, despierta...—repetía con desesperación.
Jane apenas reaccionó, solo un gemido escapó de sus pálidos labios. Brayan supo entonces que no podía quedarse allí de brazos cruzados. Cargó a la joven con brusquedad y se fue casi corriendo hacia donde ocurría la batalla.
—¡Ayuda! —gritó antes de acercarse, con la esperanza de que alguien lo viera.
Por suerte, logró captar la atención de Petter que enseguida llegó para ayudar, seguido de Alejandro.
—¿Por qué no te fuiste en una nave? —indagó el muchacho, un poco molesto al ver el estado en que se encontraba Jane—. El veneno de demonio puede ser mortal.
—Todos los gordianos de las naves están muertos—informó con voz temblorosa.
Petter soltó una palabrota. Sabía que necesitarían un hada sanadora urgente o Jane moriría. Una voz los hizo girarse de golpe.
—¿Qué sucedió? —indagó Camila, quien se acercaba cojeando. Detrás venían Corazón de la Tierra, Lucas y Thania.
—La mordió un demonio—informó Alejandro con rostro serio.
Corazón de la Tierra le hizo una seña a Brayan para que colocara a la Elegida en el suelo. Luego la examinó con cuidado. Todos esperaron su veredicto, pero él permaneció en silencio.
—Hay que llevarla al palacio cuanto antes—opinó Alejandro al ver que nadie reaccionaba.
—Es muy tarde—confesó el anciano con voz seria. Todos quedaron helados en su sitio—. El veneno está carcomiendo su cuerpo a gran velocidad, no aguantará el viaje.
—¿Qué dices? —murmuró Brayan, atónito—. ¿Entonces no se puede hacer nada? —vociferó con voz enojada—. ¿Dejaremos que se muera?
Corazón de la Tierra comprendía su impotencia, pero no conocía otra solución. Solo un hada sanadora podría haberla ayudarla en ese momento o el cristal, pero ambas cosas se encontraban demasiado lejanas. Tras un largo silencio, Brayan apretó los puños, su mirada se encontraba perdida en el horizonte, donde ocurría la batalla.
—No podemos dejar que muera—murmuró con voz entrecortada—. ¡Maldita sea, no es justo! —gritó a todo pulmón y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
Todos observaron, conmovidos, sabían que debían continuar luchando para ayudar a los demás, pero no eran capaces de separarse de Jane. Thania se acercó a la joven moribunda y se arrodilló a su lado.
—Mamá me enseñó cómo curar—dijo con una sonrisa inocente—. Algún día seré una sacerdotisa sanadora como ella.
Tomó la mano de Jane y comenzó a clamar a la diosa Leah. Cuando terminó la oración, besó su palma y dio las gracias a la diosa por concederle aquel poder divino. Para sorpresa de los demás, la marca en el abdomen de Jane se redujo, pero no desapareció del todo. Había logrado frenar el avance del veneno aunque su estado continuaba siendo delicado.
—¿Qué has hecho? —preguntó Petter, visiblemente consternado.
—Al parecer es un hada sanadora, por eso estaba en el templo—explicó Corazón de la Tierra—. Pocas hadas pueden curar así de bien.
—¿Entonces las hadas del templo eran todas hadas sanadoras? —preguntó Camila, sorprendida. El mago asintió—. Pensé que todas las hadas podían sanar igual.
—Todas tienen un don para la curación, pero solo algunas se dedican a aprender lo necesario para curar con tanta facilidad. Thania es una niña muy inteligente.
—¿Jane se va a recuperar? —preguntó Brayan, quien apenas estaba prestando atención en la conversación, se encontraba concentrado en la expresión agotada de Jane. La chica continuaba inconsciente, aunque mucho menos demacrada.
—Muy probablemente, pero necesita descansar y un antídoto para el veneno —respondió Corazón de la Tierra.
En ese momento, dos gordianos aparecieron, trasladaban a Braulio casi a rastras, estaba con una pierna rota y una herida profunda en el abdomen. Pensaban llevarlo hasta el palacio antes de que empeorara su estado. Detrás venía otro con Leonarda en brazos, la chica se había golpeado la cabeza muy fuerte tras ser embestida por un demonio. Corazón de la Tierra le ordenó a Brayan que los siguiera, así podría llevar a Jane hasta un lugar seguro. Thania también se fue con ellos.
—Veo que Alejandro está a salvo—comentó Corazón de la Tierra tras detallar al chico con la mirada.
—Sí, pero estoy seguro de que se llevaron a Giselle y también a Noah—opinó Petter con preocupación—. Ellos no están por ninguna parte.
Corazón de la Tierra resopló. Fijó su mirada en la batalla. No podrían aguantar mucho tiempo más luchando, tenían que actuar rápido y recuperar el cristal de las hadas. En pocos segundos, ideó un plan para lograrlo.
—Alejandro—miró al Elegido con severidad—. Tú te quedarás liderando la batalla junto a los gordianos. Necesito que protejas el cristal con tu vida.
El muchacho asintió. Sabía que no sería fácil continuar aguantando mientras aparecieran más demonios, pero estaba dispuesto a cumplir con su deber sin importar el riesgo. Antes de irse, le dio un beso en los labios a Camila, deseaba despedirse por si las cosas no salían como esperaban.
—Tendremos que ir al templo—comentó Corazón de la Tierra intentando parecer tranquilo, aunque en el fondo estaba preocupado. Eran demasiado pocos para realizar aquella misión—. Es bastante arriesgado, pero no tenemos más opciones.
—Iremos con ustedes.
Una voz los hizo girarse de golpe. Detrás de ellos estaban Karla, Diana, Milena y César que acababan de llegar. Corazón de la Tierra asintió con solemnidad, orgulloso de la valentía de sus discípulos.
—¿Crees que los demás podrán solos? —preguntó Petter, preocupado.
—Espero que sí—sentenció el anciano tras echar un último vistazo a la batalla.
...
Rosman llevaba algunos minutos dando vueltas en círculos, nervioso. Se preguntaba por qué Clover tardaba tanto en llegar. Echó otro vistazo a la puerta y resopló, temía que sus planes se arruinaran por culpa de aquel inútil.
Desganado, se dejó caer sobre uno de los asientos del salón de reuniones y comenzó cortar la madera de la mesa con su daga. Anemith soltó un bufido que lo hizo sobresaltarse. La mujer se encontraba en la misma posición, tenía la mirada perdida en un punto lejano y su cuerpo temblaba, como si tuviera frío. La carne de sus brazos estaba cada vez más lastimada, era el modo que ella encontraba para controlar el estrés que le provocaba su poder. Sabía que estaba a punto de explotar y comenzar a hacer desastre como siempre. Entonces, escuchó voces que lo hicieron reaccionar, esperanzado.
—No me toques, maldito tuerto—gruñó Giselle cuando Clover la jaló por el brazo para llevarla ante el rey. Detrás de él, ingresaron los otros siervos, quienes traían a Noah casi a rastras.
Rosman observó a ambos jóvenes con una sonrisa complacida en los labios. Clover soltó a Giselle en cuanto estuvieron dentro de la habitación, luego hizo una reverencia.
—Sana y salva, tal y como lo ordenó, Majestad—informó. Rosman no le prestó atención, estaba concentrado en el aspecto de su hija. Al verla así, con las ropas manchadas de sangre, el rostro sudoroso y los cabellos despeinados, solo pudo sentir enojo—. También traje al otro muchacho.
—Ya puedes retirarte—dijo sin apartar su mirada de Giselle.
Clover obedeció. Hubo un breve silencio, hasta que Giselle se decidió a hablar, a pesar de que la presencia de su padre la hacía sentir abrumada. El rey tenía sus ojos oscuros clavados en ella.
—Papá...—murmuró con voz vacilante—. ¿Por qué me has traído aquí?
—No te atrevas a dirigirme la palabra— bramó Rosman. La vena de su frente se hinchó un poco—. Robaste el brazalete, escapaste del palacio y luego luchaste junto a mis enemigos. ¿Qué más pretendes hacer para perturbarme?
—¿Por qué crees que hice todo eso? ¿Acaso te lo has preguntado? —gruñó Giselle y caminó unos pasos hacia él.
—Porque deseas enloquecerme, pero este jueguito infantil tuyo terminó. —Rosman la tomó por el brazo con brusquedad. Giselle soltó un gemido de dolor ante su agarre violento—. Ahora vendrás conmigo al palacio y nunca más pondrás un pie en este lugar.
Giselle se liberó tras sacudirse un poco.
—No lo haré.
—No colmes mi paciencia, no quiero tener que golpearte—la amenazó Rosman tras señalarla con el dedo índice—. Estoy harto de tus berrinches infantiles. Debí haberte corregido a tiempo y me hubiera ahorrado estos problemas.
—Quizás debiste dedicar tu tiempo a criarme en vez de armar guerras sin sentido y asesinar personas inocentes.
Rosman decidió ignorarla. Concentró su mirada en Noah, que se encontraba observando la conversación en silencio. Dos siervos lo sujetaban por los brazos para que no pudiera moverse.
—Con que aquí estás—celebró con una sonrisa—. Dame el cristal, chiquillo, y terminemos con esto de una vez.
—No lo tengo—respondió Noah con altivez y una sonrisa altanera se dibujó en sus labios.
Rosman caminó unos pasos hacia él, mientras lo examinaba con la mirada.
—¿De qué hablas? —gruñó.
—Nunca tuve el cristal y aunque lo tuviera jamás te lo daría.
Rosman quedó pensativo unos segundos como si estuviera intentando procesar aquella información. Por consiguiente, le pegó un puñetazo en el estómago que lo tomó por sorpresa. El muchacho ahogó un gemido de dolor y luego comenzó a toser. Giselle se estremeció, pero se obligó a permanecer en su lugar.
—Creo que no nos estamos entendiendo—respondió tras sacar una daga y ponérsela en el cuello—. O hablas o te mueres. Tú decides.
Noah apenas comenzaba a recuperarse del golpe, por lo que tenía el rostro colorado y sudoroso. Sus ojos volvieron a clavarse en los de Rosman de un modo desafiante. El recuerdo de su padre había regresado, si pudiera lo hubiese vengado allí mismo. Decidió continuar en silencio.
—Golpéenlo hasta que hable—ordenó el rey y se alejó un poco para darle espacio a los siervos.
Giselle quiso intervenir, pero uno de los hombres de su padre la empujó hacia un lado. Tres siervos comenzaron a golpear a Noah sin piedad, utilizando sus botas para infligirle más daño. El muchacho gruñó y protegió el rostro con sus manos, aun así, recibió una patada tan fuerte que le partió el labio inferior. Terminó echo un ovillo, incapaz de ponerse de pie.
—¡Basta! —suplicó Giselle entre lágrimas—. Déjalo tranquilo, él no tiene el cristal.
—¿Sabes quienes tienen ambos cristales? —preguntó Rosman haciendo una seña para que los siervos dejaran de golpear a Noah.
—Otros Elegidos. Lo juro.
Rosman caminó hacia su hija y volvió a tomarla por el brazo con brusquedad. Luego la sacudió para obligarla a hablar.
—Dime quienes son.
Giselle vaciló y miró hacia Noah, quien estaba de rodillas en el suelo. Un hilillo de sangre resbalaba por su barbilla y apenas era capaz de respirar con normalidad. Aún así, negaba con la cabeza, no quería que traicionara a Alejandro y mucho menos que entregara el cristal de las hadas a Rosman. Quiso decir la verdad para salvarlo, pero tuvo miedo de empeorar aún más la situación.
—¡Malditos Elegidos asquerosos! —gritó alguien detrás de ellos. Era Anemith.
La mujer se levantó de dónde estaba y caminó hacia Rosman. Tenía los ojos rojos y desorbitados como si se encontrara bajo los efectos de algún tipo de droga. Estaba sangrando por la nariz y sujetaba una daga en su mano. Rosman se tensó al verla acercarse en esas condiciones. Sus pupilas estaban dilatadas, por lo que supo que no tenía mucho tiempo para ponerse a buscar los cristales. Si Anemith continuaba forzando su poder podría provocar una masacre como la que hizo siendo adolescente o dañarse a sí misma. Debía terminar con aquello cuanto antes.
—Calma, querida—dijo con voz suave, aunque sabía que eso no serviría de mucho.
Anemith lo ignoró. Empuñó la daga e intentó clavársela en el corazón, pero Rosman fue más rápido. La tomó por el brazo antes de que lograra su objetivo y forcejeó unos segundos hasta lograr quitarle el arma. Ella gritaba, enloquecida, mientras le propinaba algunas patadas y le clavaba las uñas en el cuello. Rosman terminó obligándola a permanecer inmóvil entre sus brazos. Luego realizó un hechizo de sueño que tardó unos minutos en hacer efecto, pues el poder de Anemith se encontraba totalmente fuera de control. Cuando ella quedó rendida, Rosman respiró aliviado. Si a algo le temía, era a los ataques de locura de su esposa que siempre terminaban en desgracia.
Con cuidado, la colocó sobre la mesa. Ahora no tenía la protección de los demonios, por lo que escapar era la única opción que les quedaba. Soltó un gruñido y concentró su atención en el Elegido capturado que permanecía de rodillas en el suelo. Tomó la daga de su esposa y arremetió contra él. Estuvo a punto de atravesarle el corazón, pero para su sorpresa Giselle se interpuso, cubriéndolo con su cuerpo de un modo protector. Sus ojos se encontraron con los de su hija y por primera vez tuvo miedo de lastimarla. Ella levantó las manos en señal de rendición.
—Por favor, no lo lastimes, te lo suplico—dijo con voz temblorosa—. No derrames más sangre hoy.
Rosman titubeó. Pudo escuchar como los otros siervos peleaban con los Elegidos que habían ingresado al templo. No tenía mucho tiempo para pensar, si no escapaban serían capturados y Anemith podría despertar y ponerse peor aún.
—Apártate, Giselle, este chico merece morir por osar tomarme el pelo y arruinar mis planes—gruñó Rosman todavía empuñando la daga—. He perdido los cristales por su culpa y también por la tuya. Alguien debe pagar.
—Déjalo vivir—suplicó Giselle y las lágrimas comenzaron a mojar sus mejillas—. Prometo irme al palacio contigo, haré lo que tú quieras, solo déjalo vivir y también a Aurora—dijo con voz temblorosa sin moverse del frente de Noah—. Por favor...
Los Elegidos se acercaban y Rosman sabía que no tenía mucho tiempo para decidirse, debían marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Tomó a Giselle del brazo y la apartó de Noah con brusquedad, luego dio orden a los siervos de levantar al muchacho del suelo. Clover entró en ese momento.
—No resistiremos mucho más, Majestad—informó con cierto nerviosismo.
Rosman pensó en el cristal celestial, pero recordó que solo un descendiente era capaz de hacer uso de sus poderes, por eso Giselle pudo robarlo. Anemith estaba inconsciente y Samtines en Nelvreska, sus opciones eran limitadas. Soltó una maldición cargada de enojo. Luego respiró hondo, debía concentrarse para salir de aquella situación.
—Lo dejaré vivir, pero nunca más volverás a desobedecerme, ¿te queda claro? —dijo dirigiéndose a Giselle, quien asintió con resignación—. Vete con Clover. Yo iré después.
Clover la tomó por el brazo para conducirla hasta una salida trasera que tenía el templo, allí tenían tres naves por las que pensaban escapar de Arcadia aprovechando la distracción de los gordianos. Giselle estuvo a punto de obedecer, pero cuando su mirada se encontró con la de Noah nuevamente sintió que el pecho se le estrujaba. Algo dudó en su interior.
—¡Espera! —gritó tras desprenderse del agarre del siervo. Rosman la miró, un poco fastidiado por su interrupción—. Déjame despedirme.
El rey frunció el ceño extrañado, pero sabía lo insistente que podía llegar a ser Giselle si no le cumplían sus caprichos, así que aceptó de mala gana. La joven caminó hacia el muchacho, casi temblando y con el corazón saltando dentro de su pecho. Noah la observaba, sin comprender lo que pretendía hacer. Ella se acercó, sin dudarlo ni un segundo, y le plantó un beso en los labios. El Elegido se estremeció tan solo con sentir su aliento en el suyo y quiso apartarse, pero por alguna razón se dejó llevar por el cosquilleo que invadía todo su cuerpo. Probablemente el contacto solo duró unos segundos, antes de que Rosman los apartara con brusquedad, pero él sintió que había pasado toda una vida. Había tenido su primer beso con la hija de la persona que más odiaba en el mundo.
Antes de ser separados, Giselle acarició su mano y depositó algo en ella. Noah estaba tan conmocionado con lo sucedido que solo atinó a esconder el objeto en el bolsillo de su pantalón, sin siquiera ponerse a pensar en lo que era. Después, todo ocurrió demasiado rápido. Pudo ver como Giselle se marchaba sin poder dejar de mirarlo, como si temiera separarse de él. Estuvo seguro que gritó su nombre varias veces antes de que abandonara la habitación, mientras apretaba los puños, impotente y enojado. Quería detenerla a toda costa para que se quedara, aunque no comprendía la razón de su desespero. Luego, sintió un dolor agudo en el pecho. La daga de Rosman se había clavado entre sus costillas, haciéndolo soltar un quejido. Gotas de sangre cayeron sobre el suelo del salón de reuniones y su cuerpo se desplomó, sin fuerzas para continuar de pie.
Rosman no cumplió con su palabra, lo había herido de muerte sin siquiera dudarlo. Noah cerró los ojos y esperó el destino final, mientras los siervos abandonaban la habitación y lo dejaban allí tirado. Pensó en su padre, así debió sentirse en el último instante, solo y desprotegido. Tuvo miedo, pero los recuerdos de aquel inesperado beso lo hicieron sonreír. Ahora estaba listo para entregarse a la muerte.
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