Encuentros y despedidas
—Por fin en casa— comentó Ernesto con una sonrisa tras tirar las llaves de la casa sobre la mesa—. Espero te sientas cómodo, hijo.
Petter y Camila estaban parados uno al lado del otro en la entrada. El muchacho forzó una sonrisa para no preocupar a su padre y dejó el bolso en una esquina de la habitación. Echó un vistazo rápido en los alrededores. La decoración era tal y como la recordaba, un juego de sofás con cojines azules y una estantería llena de libros. Enseguida pudo notar las fotos que adornaban la pared, casi todas mostraban a Camila en diferentes etapas de su vida, ya sea jugando o en alguno de sus cumpleaños. Un pequeño nudo se atoró en su garganta. Él debió estar en esos recuerdos, aunque...Nuevamente la imagen de Vivian surcó sus pensamientos. La extrañaba demasiado, toda aquella realidad le parecía tan lejana, tan poco creíble. De pronto, sus ojos se posaron en una imagen que ya había visto antes. Mostraba a una familia de cuatro que sonreía con despreocupación.
—Quise agregarla para que te sintieras en casa, pero puedo quitarla si te molesta...—intervino Ernesto tras notar su expresión conmovida.
—No hace falta.
Petter tragó en seco y apartó la mirada.
—Ven.
Camila tomó a su hermano del brazo y casi lo arrastró hacia su cuarto. El muchacho se dejó llevar sin oponer resistencia. Cuando entraron, se encontraron con una habitación bastante amplia que contaba con dos camas personales, un ropero y una estantería con libros y algunas muñecas. Camila quedó un poco sorprendida al ver que su cuarto estaba diferente a como lo había dejado.
—Tuve que hacer algunos arreglos para que ambos puedan compartir habitación. Espero no te moleste, hija. —La joven negó con la cabeza, aunque estaba segura que extrañaría su antigua cama—. Bueno, los dejo para que se acomoden.
Cuando Ernesto salió, los jóvenes se sentaron cada uno sobre una cama diferente. Petter notó que sobre una de las almohadas había un osito de peluche algo desgastado, al cual le faltaba un ojo. Lo tomó con cuidado y casi pudo vislumbrar un leve recuerdo de aquel fatídico día donde su vida cambió para siempre.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Camila con voz dulce.
—Es un poco difícil de explicar—confesó Petter tras dejar escapar un suspiro—. No logro acostumbrarme a la idea de que tengo una nueva familia— hizo una pausa y apartó la mirada hacia un punto lejano—. Además, mi madre...Me cuesta asimilar que ya no está.
Camila se levantó y tras un movimiento rápido estuvo a su lado. Luego, apretó su hombro para intentar reconfortarlo, pero para su sorpresa, Petter soltó un gemido de dolor y se apartó un poco.
—¿Qué tienes? —indagó, preocupada por su reacción—. ¿Estás herido?
—No tengo nada, no te preocupes.
A pesar del poco tiempo que Camila llevaba conociendo a Petter podía reconocer cuando estaba mintiendo.
—Dime qué tienes, ¿acaso no confías en mí?
Petter resopló. Sabía que Camila no era fácil de engañar y tampoco tenía ganas de continuar ocultando lo ocurrido. Se quitó la camisa. Tenía una marca en forma de espiral justo encima de su omoplato derecho, parecía reciente porque continuaba en carne viva.
—¿Qué es eso? —preguntó Camila, sobresaltada. Luego pasó uno de sus dedos por la herida, logrando que Petter ahogara un gemido.
—Es un sello mágico—comentó el muchacho con voz queda. Camila estaba cada vez más sorprendida—. Me lo pusieron en el juicio.
Los recuerdos de aquel día cruzaron fugazmente por la mente de Petter y parecieron ensombrecer su rostro. Todavía no podía superar la mirada decepcionada de Noah cuando dictaron el veredicto, ni tampoco el regocijo de Justine, que continuaba considerándolo la peor persona del mundo.
—¿El juicio? —exclamó Camila, un poco sorprendida—. No me contaste nada sobre ningún juicio.
—Porque es un momento que desearía olvidar.
Camila entornó los ojos con fastidio. No podía creer que Petter le hubiera ocultado algo tan importante. Ambos quedaron en silencio por unos segundos, sin saber cómo continuar aquella conversación.
—¿Me dirás para qué sirve este sello? —insistió Camila, ansiosa por saber todos los detalles.
—Se usa para castigar tanto a criaturas mágicas como a Elegidos—explicó Petter—. Hace que constantemente sientas el mismo dolor que cuando te lo ponen. Así podrás recordar tu error siempre.
—¿Te está doliendo todo el tiempo? —preguntó Camila, horrorizada. Petter asintió—. Eso es una tortura—gruñó indignada—. ¿Por qué hacen algo así?
—Es lo menos que me merezco por lo que hice, Cami—opinó Petter, resignado—. Además, peor hubiera sido un sello akan, ese se usa para que un Elegido no pueda utilizar sus poderes por un largo tiempo.
—¿Por cuánto tiempo tendrás eso? —preguntó Camila tras unos segundos en silencio. Tenía la rabia atorada en la garganta. En aquel mes había disfrutado junto a su hermano de unas vacaciones en familia casi perfectas, ahora lo conocía mucho más. Sabía que en el fondo era una buena persona y estaba arrepentido, no merecía semejante tortura—. Por favor, dime la verdad.
—Quince años—admitió Petter cada vez más avergonzado. Camila apretó los labios con enojo. Quiso abrazarlo, pero se contuvo. No sabía cómo ayudarlo, pero le dolía pensar que estaría sufriendo dolor por tanto tiempo.
—¿Papá lo sabe? —indagó con voz temblorosa.
—Ernesto estuvo conmigo en el juicio a pesar de que yo no quería que nadie estuviera, pero él se negó a obedecerme.
—Sigo sin comprender por qué me ocultaron todo esto.
—Mientras menos gente lo supiera, mejor.
—Noah estuvo, ¿verdad?
Petter asintió y sus ojos volvieron a cargarse de las mismas sombras que siempre lo perseguían. Camila estrechó su mano para intentar animarlo un poco.
—Fue el único de los Elegidos que estuvo, por suerte. Al menos el Consejo me ahorró la vergüenza de que todos presenciaran ese momento.
—¿No hay alguna forma de solucionar esto? ¿De cambiar el veredicto?
—No quiero cambiarlo, Cami—admitió Petter con voz ronca—. Sé que me lo merezco. Además, debo asumir la responsabilidad por las cosas que hice.
Ernesto llegó en ese momento e interrumpió la conversación con voz entusiasmada.
—Llegó la pizza, chicos.
Petter le dirigió una mirada agradecida a Camila y se puso de pie. Deseaba tanto poder olvidar todo lo ocurrido los meses anteriores, pero sabía que tendría que vivir con eso para siempre, por esa razón, el dolor físico no le parecía tan desagradable comparado con la culpa que todavía carcomía su interior.
Minutos después, estuvieron los tres en el comedor de la casa.
—¿Está todo bien? —preguntó Ernesto—. Están demasiado callados y apenas han probado la pizza.
—¿Por qué no me dijiste lo de Petter, papá? —gruñó Camila con voz airada. Su padre frunció el ceño como si no entendiera la pregunta y se enderezó en la mesa—. Estoy harta de tus mentiras. Se supone que somos una familia y debemos apoyarnos en todo momento.
—Fui yo quien no quiso contarlo, Camila— intervino Petter con tono cortante—. Ernesto no tiene la culpa.
—No me importa—protestó ella—. Estoy harta de ser la última en enterarme de todo.
—Hija, no hables así—la regañó Ernesto.
Camila se levantó, cada vez más enojada, y por consiguiente se marchó hacia su cuarto. Petter y Ernesto se miraron el uno al otro, pero prefirieron guardar silencio. De pronto, un golpe en la puerta los hizo sobresaltarse.
—Yo voy.
Petter se levantó antes de que su padre pudiera reaccionar y corrió hacia la puerta de la casa. Cuando abrió, se encontró a un hombre vestido con el uniforme militar de las Fuerzas Armadas de Volcán, a su lado, estaban unos cinco soldados más.
—Buenos días, queremos hablar con Ernesto Valentyn.
Petter intentó decir algo, pero las palabras se ahogaron en sus labios. Ernesto llegó en ese momento y lo hizo apartarse de la puerta.
—¿Qué sucede?
—Tenemos una citación del rey para los menores que usted tiene a su cargo. —Petter pudo notar como el rostro de su padre palidecía y comenzaba a empaparse de algunas gotas de sudor—. El rey desea que escoltemos a ambos hacia el palacio de Volcán.
—Pero...—Ernesto tartamudeó, cada vez más nervioso—. Yo soy su padre, debo ir...
—Usted tiene prohibida la entrada al palacio y por su bien es mejor que no ponga objeciones.
Ernesto asintió, resignado.
—Déjenme hablar a solas con mis hijos. Luego podrán llevárselos.
—Cinco minutos—asintió el guardia sin el más mínimo gesto de emoción en su rostro.
Ernesto cerró la puerta y miró a Petter con preocupación. Camila acababa de llegar a la sala y estaba igual de desconcertada que su hermano.
—¿Qué está pasando? —indagó el muchacho—. ¿La reina ha contado todo?
—No—admitió Ernesto con cierto temor en su voz—. No ha sido la reina, he sido yo.
—¿Qué hiciste qué? —exclamó Camila, sobresaltada—. ¿De qué estás hablando?
—Hijos, necesito que me perdonen nuevamente, pero no tuve otra opción. Era la única manera de recuperar a Leinad.
—¿Qué dices? — gruñó Petter—. No lo entiendo.
—Le conté a Carlotta que Leinad estaba viva. Lo hice porque sabía que ella no se quedaría de brazos cruzados y haría lo que fuera por traerla de vuelta, aunque eso implicaba que el rey Daniel se enterara de todo.
—Nos vendiste—concluyó Petter con voz airada—. Sabías perfectamente que tu decisión cambiaría nuestra vida por completo. Ahora...—La voz del muchacho se interrumpió tras pensar en todo lo que pasaría en cuanto abandonaran aquella casa junto a esos guardias—. Mierda—resopló y se pasó la mano por el cabello.
—¿Por qué hiciste eso, papá? —reclamó Camila, sin comprender.
—Tienen que entenderme. No puedo estar tranquilo mientras vuestra madre se encuentra secuestrada por Rosman sin siquiera acordarse de su verdadera familia.
—¿Y cómo estás tan seguro que el rey podrá recuperar a Leinad? —preguntó Petter, cada vez más decepcionado por la decisión que había tomado su padre sin consultarles.
—Daniel es el único que puede traerla de vuelta. Aunque Nelvreska es el segundo reino más poderoso del mundo, debe regirse por las leyes establecidas en la Alianza de los Cinco Reinos y Rosman violó las normas al secuestrar a un miembro de la realeza, eso es un delito grave, le da derecho a Daniel para comenzar una guerra. Si este asunto llega a oídos de la Alianza, el mandato de Rosman se vería amenazado. Todos los reinos se pondrían en su contra y lo obligarían a renunciar al trono.
Petter y Camila quedaron en silencio sin saber qué hacer a continuación. Ernesto tomó una decisión demasiado apresurada y ahora ellos pagarían las consecuencias. No les quedaba otra opción que obedecer a los guardias y abandonar sus tranquilas vidas.
—No puedo creer que hayas hecho esto sin siquiera preguntarnos nuestra opinión—reclamó Camila tras atravesar a Ernesto con la mirada.
—Por favor, intenten comprender mi posición...
—Lo único que comprendo es que te importamos una mierda—lo cortó Petter con voz airada y por consiguiente se dirigió hacia la puerta.
Ernesto no se atrevió a responder, solo observó cómo sus hijos se marchaban junto a los guardias. Sintió un nudo en su corazón, pero intentó sobrellevarlo con el recuerdo de Leinad. Pronto ella estaría de regreso y quizás podrían intentar recuperar la familia que habían tenido, aunque fuera bajo la sombra de Rosman y de los reyes.
...
Rosman caminó hacia su recámara con premura. Iba apoyándose de un bastón para sobrellevar el dolor en su rodilla. Su cuerpo todavía no se recuperaba del todo del ataque de Camila con el brazalete. Aún tenía la muñeca izquierda fracturada y algunos cortes en el cuerpo que no terminaban de sanar.
—Majestad—lo interrumpió Samtines que estaba esperándolo en la entrada.
—¿Cómo está? —preguntó Rosman con voz entrecortada. Por primera vez un ligero terror recorría su cuerpo y abrumaba su alma.
—Solo pregunta por usted...
Rosman no respondió, solo caminó hacia la puerta y la empujó con su brazo sano. Leinad estaba sentada al borde de la cama. Llevaba un camisón de mangas largas que le cubría los hombros y el pecho. Su cabello se encontraba suelto y un poco despeinado. Ella no pudo evitar levantarse de golpe y correr hacia los brazos de quien creía era su esposo, el amor de su vida. Rosman la abrazó como pudo y hundió la nariz en su cuello.
—Oh, mi amor—dijo tras un suspiro de alivio—. Estás aquí... —Leinad lo soltó para mirarlo a los ojos—. Esos hombres me sacaron de nuestra casa contra mi voluntad y me trajeron hasta aquí. No entiendo que pasa, Rosman.
—No tengas miedo, ya estoy aquí—la consoló Rosman y comenzó a acariciar su rostro con ternura.
—¿Qué es este lugar? ¿Por qué me trajeron aquí esos hombres?
Rosman dejó escapar el aire, cada vez más abrumado por la decisión que tomaría gracias al descuido que había tenido al dejar que Petter volviera al palacio y descubriera su secreto. Ahora debía desprenderse de Leinad, su más preciado tesoro o de lo contrario enfrentaría la furia de Volcán y probablemente del resto de los reinos. Había violado las leyes de la Alianza de un modo imprudente, todo por tenerla a su lado.
—Quiero pedirte algo, amor de mi vida—murmuró Rosman e intentó sonreír para parecer tranquilo—. Quiero que confíes en mí y hagas lo que te pido. —Leinad frunció el ceño con extrañeza, pero al final terminó aceptando—. ¿Recuerdas las noches que pasábamos en Arcadia? Los dos solos, en ese lugar escondido que tanto te gustaba...
—Claro que lo recuerdo, nunca podría olvidarlo.
—Imaginemos que estamos en ese lugar y quedémonos muy juntos, hasta que comience a amanecer.
Leinad miró hacia su derecha. Los enormes ventanales de la habitación mostraban un cielo de color azul marino y una pequeña mancha naranja que pronto comenzaría a extenderse por el horizonte. Sin dudarlo, tomó a Rosman de la mano y lo condujo hacia la cama. Ambos se recostaron, uno al lado del otro, como lo habían hecho tantas veces en el pasto de Arcadia. Cerraron los ojos y se dejaron llevar por los recuerdos. Tenían las manos entrelazadas, las cabezas muy juntas y sus respiraciones estaban cada vez más desbocadas.
—Te amo tanto—murmuró Rosman y acarició la mejilla de Leinad con sus dedos—. Sabes que tienes mi corazón, al menos la parte que todavía es capaz de sentir algo. —Ella sonrió. En sus ojos se podía apreciar el amor que sentía—. Perdóname por todo lo que he hecho, pero no soy capaz de tolerar tu desamor.
—Pero si sabes que te amo con toda mi alma, Ros.
Rosman soltó una risita desolada al escucharla pronunciar aquel diminutivo, las lágrimas deseaban escapar de sus ojos, pero aguantó todo lo que pudo para no mostrar debilidad. Pensó en borrar todos aquellos recuerdos que había fabricado para ella porque en el fondo no deseaba que lo odiara, pero no fue capaz, quería estar presente en cada momento, aun cuando Ernesto besara sus labios o tocara su piel.
—Lo siento—murmuró—. Quiero que siempre me recuerdes, así sea de la peor manera.
Leinad no entendía por qué la persona que consideraba su esposo estaba con los ojos rojos y la voz temblorosa, pero apenas pudo reaccionar porque comenzó a sentir un cansancio muy fuerte que la hizo tambalearse un poco hasta que su cabeza cayó hacia atrás y quedó recostada sobre los almohadones de plumas. Rosman besó su frente y se incorporó en la cama. Luego miró el rostro dormido de la mujer que más había amado en su vida y no pudo evitar conmoverse un poco. Estrechó su mano y la colmó de besos. En el dedo anular de Leinad estaba la sortija de esmeraldas que le había regalado cuando se enamoraron y que luego ella le devolvió aquella noche, la noche en que lo abandonó para huir con Ernesto.
—Adiós, luz de mi vida—murmuró. Por consiguiente, soltó su mano y se puso de pie. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas, pero las secó tras un gruñido de rabia—. ¡Samtines! — gritó a todo pulmón para que su mano derecha viniera. Él apareció enseguida tras empujar con brusquedad la puerta de su recámara—. Encárgate de llevarla hasta el palacio de Volcán.
—Majestad, ¿no desea que borre los recuerdos de estos últimos años?
Rosman negó con la cabeza y luego salió de la habitación. Caminó hacia uno de sus lugares favoritos, "La galería de la serpiente". Tras cada paso que daba su ira aumentaba, pero no podía permitirse mostrar debilidad frente a sus cortesanos. Cuando por fin estuvo solo en su adorado lugar de retiro dejó escapar un gruñido de rabia que retumbó en la habitación.
—¡Malditos Elegidos! —gritó a todo pulmón tras empujar uno de los muebles que estaba allí. Algunos instrumentos de pintura cayeron en el suelo y se hicieron añicos—. Se metieron con la persona equivocada y lo pagarán muy caro.
Rosman respiró profundo para intentar calmarse, a pesar de que tenía ganas de destruir todo lo que lo rodeaba. Los ojos ambarinos de la serpiente gigante lo observaban como si quisieran desafiarlo, tal y como lo hicieron los Elegidos un mes atrás. Entonces recordó todo lo ocurrido ese día. Ellos habían escapado usando el portal que estaba protegido, nadie podía ser capaz de burlar aquella magia, ni siquiera Giselle que era su hija.
Rosman se acercó a la pintura y puso una mano sobre ella. Utilizó un hechizo para modificar el tiempo, de este modo podría observar el dibujo que hicieron los Elegidos un mes antes. Otra serpiente de menos tamaño apareció junto a la original, era extremadamente parecida, tanto que nadie podría dudar que fueran una copia una de la otra. El corazón de Rosman volvió a acelerarse y un escalofrío de miedo invadió su cuerpo.
—No puede ser...—murmuró entre dientes. Luego pasó su mano por la frente sudorosa y soltó otro gruñido—. ¡No puede ser posible!
...
La secretaria del orfanato condujo a Drake hacia el despacho de la directora y se negó a responder sus preguntas cuando este intentó indagar por qué lo citaban en aquel lugar tan poco grato. Los chicos solo iban allí por tres razones: para recibir un castigo ejemplar, para ser adoptados o para ser expulsados. Estaba seguro que se trataba de otro castigo, aunque no sabía a cuál de todas sus faltas se debía. ¿Sería por opinar en contra de la realeza nuevamente? o ¿por contestarle groseramente a la profesora de Historia? Quizás lo habían visto besando a la hija de la conserje, pero...¿Serían capaces de expulsarlo? Un escalofrío recorrió su espalda. Le temía a la calle, sabía que era demasiado peligrosa, sobre todo para un adolescente huérfano que nunca había salido de aquellas cuatro paredes. Aunque apenas tenía dieciséis años, sería un delito dejarlo sin amparo antes de la mayoría de edad. ¿Cuál sería el castigo? Se preguntó al observar el rostro serio de la directora, quizás un par de azotes o quedarse una noche sin comer en la torre oscura. Nada que no hubiera experimentado antes y que no pudiera tolerar.
—Drake. —La directora lo hizo salir de sus cavilaciones. Él apenas reaccionó—. Te he citado aquí porque hay alguien que vino a verte, alguien muy importante para ti. —El muchacho levantó la mirada con un poco de sorpresa en sus ojos. ¿Quién podría visitarlo? No tenía familia o al menos eso era lo que pensaba—. Se trata de tu padre, el señor Simón Villancio.
El corazón de Drake comenzó a palpitar a toda velocidad y todo su cuerpo se tensó de forma involuntaria.
—Mi padre...—murmuró casi sin resuello—. No es posible.
Recordó la última noche en que estuvo con sus padres. Iban en un auto los tres. Su padre conducía por una carretera desolada rumbo a algún lugar donde comenzar una nueva vida. Solo tenía pequeños fragmentos en su mente: un dinosaurio de juguete que cabalgaba en el aire, las voces de sus padres que se elevaban cada vez más, el llanto de su madre y un golpe que hizo que todo se quedara oscuro y en silencio.
—Entiendo que pueda ser difícil para ti, Drake, pero debes hablar con tu padre. Él tiene una propuesta interesante para hacerte y que cambiará tu futuro para siempre.
—No quiero verlo— negó el muchacho con la cabeza y apartó la mirada—. Dile que se marche.
—No puedo hacer eso, Drake. Debes recibirlo y escuchar lo que tiene para decirte.
La directora se puso de pie y salió de la habitación. Unos segundos después apareció un hombre alto, de ojos color café y cabello muy corto, casi al ras del cráneo. Algunas canas relucían en su cabeza y también en la pequeña barba que cubría su mentón. Ambos se miraron fijamente. Él pareció conmoverse un poco al verlo, pero mantuvo la mirada firme y permaneció parado en la entrada de la puerta.
—¿Drake? —dijo por fin—. Que grande estás...
Drake quiso contenerse, pero una carcajada salió de forma involuntaria de sus labios. Su padre llevaba doce años sin verlo y solo se le ocurría decir semejante estupidez.
—Oh, vaya, gracias por notar lo obvio. —El hombre hizo un gesto de sorpresa, pero no respondió—. Tú también te ves más grande o más viejo, no lo sé.
—Hijo, tenemos que hablar. Es importante.
—Claro, supongo que tienes mucho para contarme, sobre todo cómo es que yo terminé aquí cuando tú sigues con vida.
Simón abrió la boca para decir algo, pero se había quedado sin palabras sobre todo porque en el fondo la culpa llevaba años carcomiendo su interior.
—Entiendo que me odies, pero necesito que escuches lo que tengo para decirte. —Drake no respondió, esperó que comenzara a hablar—. Después del accidente quedé en una profunda depresión, me sentía culpable por la muerte de tu madre y además casi provoco tu propia muerte...
—Claro y preferiste enviarme a este grato lugar como si fuera un cachorro del que puedes deshacerte cuando ya no te sirve—intervino Drake cada vez más indignado y con los ojos rojos por la rabia—. Supongo que no cabía en tu nuevo apartamento, ¿verdad?
—No lo entiendes—intentó explicar Simón y dio algunos pasos para quedar más cerca de su hijo—. El accidente fue provocado. —Drake retrocedió, un poco abrumado por aquella revelación—. Querían matarme a mí, por eso huíamos de Volcán, pero terminaron siguiéndonos y lograron que nos volcáramos.
—¿Por qué querrían matarte?
Simón vaciló. Aquel tema le costaba un poco, pero sabía que era el momento de que su hijo supiera la verdad.
—Porque somos especiales, hijo...
—¿Especiales? —Drake levantó una ceja. No comprendía a qué se refería exactamente.
—¿No has experimentado los efectos de tu poder? —preguntó Simón bajando la voz de forma misteriosa. Drake sintió que su corazón volvía a acelerarse de golpe—. Apuesto que eres capaz de escuchar conversaciones que ocurren fuera de esta habitación e incluso, si te concentras mucho, puedes leer los pensamientos de las personas. Un don muy especial que heredaste de mí.
Drake tragó en seco. Su padre tenía razón. Hacía unos años había comenzado a escuchar voces lejanas que al principio pensaba que eran parte de su imaginación, pero luego descubrió que eran los pensamientos de las personas o simples conversaciones que ocurrían cerca de él. Por eso para poder controlarlo y no perder la cordura, tuvo que comenzar a usar audífonos con música.
—No lo entiendo... ¿Qué tiene que ver este supuesto don con que quisieran matarte?
—Te lo explicaré todo, pero primero haz tus maletas. Quiero que vengas a casa conmigo.
—No pienso ir contigo a ningún lado.
—Escucha. —Simón lo atravesó con la mirada y luego le apretó el hombro con su mano derecha—. Eres un Elegido, no estás a salvo en este lugar. Necesitas entrenarte y conocer a los otros Elegidos, es el único modo de que puedas prepararte para lo que se avecina.
—¿Un Elegido? —tartamudeó Drake, cada vez más asustado.
—Sí, pronto comenzará tu verdadera misión.
...
Camila y Petter estaban sentados en el asiento trasero de un cómodo auto perteneciente a la realeza. Junto a ellos se encontraba un mayordomo que no tardó en presentarse en cuanto subieron. Era un hombre regordete, de ojos color café y un anticuado bigote un poco desprovisto de vellos. Llevaba un uniforme de color blanco con algunos detalles en violeta, el mismo que usaba la mayoría de la servidumbre del palacio. Debía tener unos cincuenta años de edad.
—Mi nombre es Edgar—comentó con una sonrisa amigable—. Soy la mano derecha de la reina. Siempre la acompaño a todos sus eventos y organizo sus actividades.
—Mucho gusto, ¿podrías decirnos a dónde nos llevas? —preguntó Camila con amabilidad, aunque había un dejo de enojo en su voz.
—Vamos al palacio, Alteza—respondió Edgar. Camila se sintió incómoda por haber sido llamada por un título que hasta ese momento no sentía que tenía—. Los reyes los están esperando.
El palacio real de Volcán se encontraba en una isla artificial que fue construida doscientos años antes con el objetivo de mantener a la realeza apartada del resto de la población. El único modo de llegar era usando una carretera que permitía el tránsito no solo de la familia y algunos nobles, sino también de embajadores y personajes importantes de la política.
—El camino de los reyes—explicó Edgar cuando comenzaron a atravesar el puente que separaba la ciudad de Galea de la isla de Volcán—. Lo llamaron así porque antes solo los reyes podían usar este puente, los otros invitados utilizaban sus yates o barcos.
—¿Y que hay de los sirvientes o trabajadores del palacio? —preguntó Camila, curiosa.
—Actualmente usan alguno de los ferries que entran y salen constantemente de la isla.
Camila decidió disfrutar el viaje que duró alrededor de cuarenta minutos sin hacer más preguntas. El puente estaba atestado de autos que intentaban llegar o abandonar la isla, por suerte había un canal especial para los vehículos que llevaban el sello real. Fénix dorados decoraban los barandales del puente y desde allí podían observar el mar, donde paseaban algunas embarcaciones turísticas o de transporte.
—Estamos llegando—informó Edgar con entusiasmo. Camila se enderezó en su asiento para no perderse ningún detalle. Petter se encontraba igual de curioso, pero permaneció tranquilo en su sitio—. Bienvenidos a la isla de Volcán.
Las banderas del reino ondeaban furiosas en la entrada. Camila sintió un poco de orgullo al encontrarlas en aquel momento, al menos eso sí le era familiar. El diseño constaba de un fénix rodeado de fuego que representaba la fuerza y el coraje de los volcanienses y un fondo violeta que significaba la nobleza y el poderío del reino.
—En la isla no solo se encuentra el palacio real de Volcán, también hay una pequeña ciudad llamada "Punto Dorado", allí tienen sus mansiones los miembros más importantes de la realeza y la nobleza.
—¿Entonces estas personas viven aisladas en una ciudad que solo ellos tienen derecho a habitar? —preguntó Camila. En el fondo sentía un poco de indignación. Sabía que gran parte de la población sufría carencias y desempleo, mientras estas personas disfrutaban de un lujo que ni siquiera se habían ganado. En ese momento, la imagen de Alejandro invadió su mente. ¿Qué pasaría con él ahora?
—En realidad hay algunos trabajadores que son privilegiados como yo que sí pueden vivir en la isla, aunque siempre en las instalaciones del palacio y solo durante nuestro servicio al reino.
—Sí, es un gran privilegio—opinó Camila con algo de sarcasmo en su voz. Edgar la ignoró y continuó sonriendo de forma atontada.
La ciudad era magnifica. Mansiones despampanantes, jardines con fuentes, restaurantes lujosos, praderas para practicar deportes y otras atracciones similares.
—Miren—señaló Edgar con un dejo de orgullo en su voz—. Nos acercamos al palacio más hermoso del mundo. Vuestro nuevo hogar, Altezas Reales.
Petter y Camila se miraron como si quisieran darse ánimo el uno al otro, pero no fueron capaces de emitir ningún sonido, solo continuaron inmóviles en su lugar hasta que las puertas doradas del palacio se abrieron para recibirlos. Ambos quedaron maravillados con el paisaje que lo rodeaba. Se trataba de un jardín gigante que tenía flores de todos los colores y algunas fuentes con estatuas de tamaño real. Al fondo se podía observar las paredes de piedra que estaban decoradas con algunos faroles y ventanales de vidrios.
Edgar, Camila y Petter se bajaron del auto cuando este estacionó en la entrada. Dos hombres vestidos con el uniforme de guardias reales se acercaron e hicieron una reverencia.
—Escoltaremos a sus Altezas Reales hacia el Salón Íntimo—dijo, dirigiéndose a Edgar que asintió y le hizo una seña a los dos jóvenes para que lo siguieran.
El recibidor del palacio era gigantesco por lo que fue difícil para los jóvenes captar todos los detalles con tanta rapidez. Las paredes de mármol estaban decoradas con cuadros de personajes importantes de la historia y también de la realeza. Había una serie de entradas que conducían hacía los diferentes sectores del palacio, estas estaban custodiadas por guardias que parecían estatuas vivientes. El techo tenía espejos y unas majestuosas lámparas de araña. Los dos guardias subieron unas escaleras que estaban decoradas con alfombras de terciopelo y tenían detalles en oro.
Tras algunas vueltas por pasillos que parecían interminables, por fin llegaron a la recámara donde estaban los reyes de Volcán. Al cruzar el umbral de la puerta se encontraron con dos ancianos de aproximadamente sesenta años de edad que reposaban en sus respectivos asientos. Los guardias se retiraron tras una reverencia. Camila y Petter quedaron solos con los reyes.
—Oh, mis queridos nietos—exclamó Carlotta y se levantó de su asiento. Sus ojos se posaron en ambos muchachos, para luego concentrarse específicamente en Petter, a quien no había visto antes—. Tú debes ser Critopher, ¿cierto? —preguntó con alegría y dio unos pasos hacia él—. Tienes los ojos de Leinad...
Petter intentó sonreír para no parecer grosero, la reina lo estrechó entre sus brazos y le dio dos besos pegajosos en las mejillas, luego hizo lo mismo con Camila.
—Mira Daniel, son tan parecidos a nuestra hija—comentó Carlotta y le dirigió una mirada de aprobación a su esposo que continuaba en su lugar.
El rey se puso de pie con un poco de dificultad, apoyándose en su bastón. Daniel lucía un poco mayor que Carlotta debido a su cabello blanco y a las arrugas que surcaban su rostro. Tenía unos relucientes ojos verdes muy parecidos a los de Leinad que intentaban demostrar fortaleza y severidad en todo momento. Aunque no hizo ningún gesto de compasión o felicidad, su mirada se ablandó un poco al estar más cerca de sus nietos.
—Ustedes son el reflejo de las acciones de mi hija, la heredera legitima de este reino quien deshonró a la familia real cuando decidió enredarse con un simple pueblerino—dijo por fin. Carlotta se puso roja como un tomate, pero no fue capaz de interrumpirlo—. Quiero que sepan que en otras circunstancias ustedes serían unos simples bastardos sin derecho a este trono, pero...—Su voz se cortó un poco, quizás debido a la rabia que se escondía en su interior— no tengo otro remedio que aceptarlos como parte de mi familia.
—Daniel—gruñó Carlotta, cada vez más indignada por sus palabras—. Estos niños son nuestra sangre. ¿Puedes dejar de pensar en la vergüenza y en las habladurías por un minuto?
—¿Te das cuenta de que todo el reino estará hablando de lo que hizo tu hija en unas horas? —gruñó Daniel y volvió a caminar hacia su asiento—. Cuando tengamos que dar explicaciones estaremos en la boca de todos, en especial de esos malditos periodistas.
—No me importa nada de eso ahora—respondió Carlotta con decisión—. Me importa recuperar a nuestra familia que bastantes años lleva separada por tu culpa.
—¿Mi culpa? —Daniel enrojeció de ira y le apuntó a Carlotta con su bastón—. Creo que fuiste tú quien no supo criar a nuestra hija y de paso la ayudaste a que llevara a cabo esta locura.
—Si no somos bienvenidos en el reino mucho mejor para nosotros—intervino Camila con tono sarcástico—. Ya tenemos una vida bastante interesante, no necesitamos todo esto.
—Escuchen. —Daniel alzó la voz para que todos prestaran atención a sus palabras—. Ustedes ahora son propiedad de la corona, tal y como lo estipula la ley. Los hijos de los herederos al trono pertenecen a la corona hasta cumplir los veintiún años.
Camila y Petter se miraron horrorizados.
—¿Qué significa eso de ser propiedad de la corona? —preguntó Petter sin poder contenerse. Estaba cada vez más preocupado.
—Vivirán aquí en el palacio y bajo mis reglas hasta que cumplan esa edad.
—¿Qué hay de mi padre? —preguntó Camila.
—Tu padre cometió traición al tener una relación amorosa con la heredera de este reino. Podría condenarlo a vivir en la zona abandonada, pero bastará con que no vuelva a saber nada más de él en lo que me resta de vida.
—¿No podremos verlo siquiera? —Daniel negó con la cabeza y Camila sintió que la desesperación comenzaba a apoderarse de su cuerpo. No podía imaginar estar tanto tiempo separada de su padre. Eso sería la peor tortura que podría experimentar.
—¿Qué pasará con Leinad? —indagó Petter para cambiar de tema. Había notado que Camila comenzaba a ponerse muy nerviosa.
—Rosman prometió entregarla mañana—explicó Carlotta con voz triste y esperanzada a la vez—. Espero cumpla con su palabra.
—¿Qué piensas hacer con ella? —gruñó Camila sin poder contenerse—. ¿La vas a desterrar del palacio o del reino?
—Ella es libre de hacer lo que desee, ya no es la heredera de Volcán—respondió Daniel con sequedad.
—¿Entonces tu hermano será el heredero ahora? —volvió a preguntar Camila, un poco confundida. Recordaba la conversación que había tenido con Carlotta en Arcadia.
—Claro que no. —Daniel soltó una carcajada—. Mi hermano no es capaz de gobernar ni su propia vida. El heredero a partir de ahora será Cristopher. —Tanto Camila como Petter abrieron los ojos con asombro—. Es el siguiente en la línea y además es un hombre, justo lo que estaba necesitando esta familia.
—Pensé que habías dicho que éramos unos simples bastardos—soltó Petter sin importarse por cuidar sus formas.
—De igual manera llevan mi sangre, la sangre de esta gloriosa familia real que tanto le ha servido al país—dijo Daniel con una sonrisa complacida en el rostro—. Es mi deseo que seas el heredero, Cristopher, y que te prepares para sucederme en un futuro.
—No lo haré—escupió Petter y apretó los puños—. Puedes obligarme a seguir en este palacio hasta que cumpla los veintiún años, pero no me obligarás a que sea tu heredero.
—Claro que puedo obligarte, así son las normas en este reino.
—Me importan poco las normas—lo encaró Petter—. No pienso ser el heredero de este reino y punto.
Daniel abrió la boca para decir algo, pero Carlotta lo interrumpió tras dirigirle una mirada severa.
—Dejemos de hablar de estos temas, por favor. —La reina dio un paso al frente y sonrió para intentar calmar los ánimos de sus nietos—. Hoy tendremos una reunión importante con el resto de la familia. Es momento de que todos sepan de este gran acontecimiento. Por favor, deseo tanto que asistan...
Petter soltó un resoplido y respiró varias veces para intentar calmarse. Camila asintió en nombre de ambos y salió de la habitación. Sin saber por qué, sentía que todo su cuerpo estaba tenso y a punto de incendiarse. ¿Cómo una persona podía ser tan desagradable? Era lo menos que esperaba de un abuelo.
—No pienso ceder a sus deseos, Cami—gruñó Petter mientras caminaban hacia su nueva recámara guiados por Edgar—. Lo menos que deseo es esa responsabilidad. Ya es suficiente con tener una nueva familia de golpe.
—Te entiendo, hermano. —Camila sonrió para intentar animarlo, pero ella estaba igual de triste—. Pero siento que va a salirse con la suya de todos modos.
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