El hombre misterioso

Noah despertó sobresaltado. Lo primero que vio fueron los ojos grises de Corazón de la Tierra que lo miraban con preocupación. El viejo lo ayudó a sentarse  

—Gracias al cielo—exclamó, aliviado—. Pensé que estabas muerto.

Noah pensó lo mismo. Rosman lo había apuñalado con la intención de matarlo, por lo que le costaba entender cómo continuaba con vida. Entonces Giselle invadió sus pensamientos de un modo arrasador. Su cuerpo pareció tensarse al evocar los recuerdos de su primer beso. Todavía no comprendía por qué lo hizo, pero muy a su pesar le había encantado aquella sensación de adrenalina e incertidumbre.

—Giselle—murmuró con voz temblorosa, mientras tocaba el lugar donde lo habían herido. Estaba totalmente curado—. ¿Dónde está ella?

—Se ha ido con Rosman o eso creemos—respondió el anciano.

Noah metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó el objeto que Giselle le había dado antes de marcharse. Era el cristal. Entonces lo comprendió todo. Ella le había salvado la vida al entregarle la reliquia, como si pudiera prever que su padre rompería la promesa. Además, acababa de demostrar su lealtad para con los Elegidos.

Noah se aferró a los brazos del mago para poder levantarse. Otros Elegidos aparecieron y se sorprendieron al encontrarlo sano. Ellos acababan de derrotar a los siervos que vigilaban la entrada del salón de reuniones, por lo que se encontraban agotados. César liberó a Aurora, la cual continuaba un poco abrumada por todo lo sucedido, pero estaba con vida.

—Giselle me dio el cristal—informó Noah con pesadumbre. Todavía no salía de su letargo. Hace unos segundos creyó que moriría y ahora le debía la vida a la hija de Rosman. El destino continuaba sorprendiéndolo, primero con Petter después con Giselle.

—Creo que podemos irnos—opinó Corazón de la Tierra al darse cuenta de que todo había salido mejor de lo esperado.

—¿Dónde está Petter? —preguntó Karla cuando se disponían a abandonar el templo.

Los demás Elegidos se miraron tras encogerse de hombros. El muchacho había desaparecido desde que inició la batalla dentro del templo y todavía no regresaba. Karla caminó en dirección contraria a la que iban sus compañeros.

—Iré a buscarlo. Podría estar en peligro.

...

Cuando comenzó la batalla contra los siervos del templo, Petter divisó una figura encapuchada que huía del lugar. Utilizó su poder para seguirla sin ser detectado, pero justo antes de que este cumpliera con su objetivo, se giró, como si pudiera escuchar su presencia. No logró detallar su rostro, pues lo tenía cubierto por una máscara de tela. Era el mismo hombre que había visto en el salón de reuniones. No lo dejó continuar avanzando, lo agarró por la espalda y puso la espada en su cuello antes de que este pudiera reaccionar siquiera. El hombre se agitó, asustado, pero levantó las manos en señal de rendición. Petter lo soltó, luego le apuntó con el arma. Cuando el desconocido estuvo libre, hizo un movimiento ágil y logró quitarle la espada, por consiguiente, clavó su rodilla en el estómago del muchacho. Este contuvo la respiración ante el golpe, pero se repuso rápido. Sacó la daga que siempre guardaba en su bota y se la lanzó antes de que pudiera escapar. El siervo gruñó, una punzada de dolor recorrió su omoplato derecho y se extendió por toda su espalda. Cayó de rodillas, un poco aturdido. Petter aprovechó para acercarse, le sacó la daga de un tirón y tras una patada lo hizo caer de bruces. Luego, lo volteó con brusquedad y se sentó a horcajadas sobre él.

—¿Quién eres, maldita sea? —preguntó tras presionar el arma contra su garganta.

El hombre lo golpeó en el rostro con su puño, por lo que estuvo a punto de poder liberarse, pero Petter logró mantener la concentración y le hizo un hechizo para que no pudiera continuar moviéndose.

—Si sigues resistiéndote te mataré—gruñó y presionó con más fuerza debajo de su barbilla hasta cortar un poco la carne. El siervo no podía liberarse debido al hechizo, por lo que permaneció quieto, observándolo con ojos asustados—. Más vale que hables si quieres vivir porque no suelo tener piedad con los siervos de Rosman.

—Está bien, está bien...

Petter arrancó de un tirón la máscara de tela que cubría parte del rostro del desconocido. Al principio no supo quién era debido a la oscuridad de la habitación, pero tras examinarlo unos segundos quedó visiblemente sorprendido.

—¿August? —exclamó—. ¿Eres tú?

—Veo que has mejorado mucho desde la última vez que entrenamos—bromeó el hombre con una sonrisa divertida.

Petter aflojó un poco la presión sobre su cuello, pero no bajó la guardia. Ahora que era parte de los Elegidos no podía fiarse de ningún sirviente de Rosman. Había conocido a August cuando tenía nueve años, fue su entrenador por un tiempo. Lo recordaba con cariño porque era distinto al resto de los siervos, mucho más amable y divertido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, confundido—. Desapareciste sin siquiera despedirte y luego supe que habías traicionado a Rosman. —Petter hizo una pausa para aclarar sus pensamientos—. Pensé que te había matado.

—Créeme, Rosman desea matarme tanto como a ti, pero me necesita demasiado.

—¿De qué hablas? —preguntó Petter, un poco confundido.

—Quizás deberías quitar la daga de mi cuello, así hablaremos mejor.

Petter dudó, pero terminó apartando el arma. No se atrevió a guardarla, la mantuvo en su mano por precaución. Sus sentidos continuaron alertas por si August intentaba engañarlo. El hombre pudo notar su preocupación, pero no pareció importarle.

—También supe de tu traición—dijo con voz seria—. Siento lo que le ocurrió a Vivian, pero al menos todo sirvió para que encontraras a tu verdadera familia.

—¿Sabías quién era desde aquel tiempo? —preguntó Petter, un poco turbado con sus palabras.

—No, pero lo sospechaba. Un chico que tenía el poder de mi querido amigo Ernesto, no era muy difícil deducirlo—respondió con tranquilidad—. Además, tienes los mismos ojos de Leinad.

—¿De dónde conoces a mis padres? —preguntó Petter cada vez más turbado.

—Yo también fui un Elegido.

Petter abrió los ojos con asombro. Le costó asimilar aquella información, si August fue un Elegido, entonces, ¿por qué trabajaba para Rosman?

—Tú no pudiste haber sido un Elegido...

—¿Te sorprende? —August respondió con voz pausada, detallando las facciones de Petter con cierta nostalgia. Ahora lo veía diferente a aquel niño que tantas veces se encontró correteando por el palacio—. Supongo que es porque ahora me ves como un traidor, alguien que se vendió al enemigo por poder.

—¿Lo eres? —indagó el muchacho, cada vez más incómodo con aquella conversación.

—Puede que sí, pero mis razones son más que justificables.

—Eso dicen todos los traidores—espetó Petter con desdén y volvió a empuñar su arma, listo para defenderse en caso de un ataque, pero August continuó igual de tranquilo.

—Creo que tú también estuviste en mi lugar.

Petter bufó. August tenía razón, él también jugó para dos bandos y cometió demasiados errores. No tenía cómo juzgar su proceder sin siquiera escucharlo.

—Quiero que me digas por qué trabajas para Rosman, necesito saber cuál es tu propósito. Luego tendré que hacer lo correcto y entregarte al Consejo de Magos para que pagues por tus acciones.

August respiró hondo. Comprendía la actitud de Petter y la admiraba, había logrado encontrar el camino de vuelta y liberarse de Rosman, pero para él era mucho más complicado.

—Te lo diré todo, pero debo suplicarte que no me entregues al Consejo.

—No puedo prometerlo. Lo que has hecho hoy merece un castigo. Cientos de hadas han muerto y tú has participado de esta masacre.

—Créeme yo mismo me entregaré al Consejo cuando llegue el momento y aceptaré mi castigo sin resistirme, pero ahora la vida de alguien más depende de que siga trabajando para Rosman.

—Explícate—ordenó Petter.

August tragó en seco, sin saber por dónde comenzar a explicarle. Luego intentó sentarse, Petter le dio un poco de espacio al notar que estaba incómodo en aquella posición. Continuaba sangrando por la herida de su omoplato, cosa que comenzaba a debilitarlo. El Elegido no bajó la guardia a pesar de eso.

—Recuerdas a mi hija, ¿cierto? —Petter frunció el ceño, sin comprender—. Leonarda. La chica que secuestraste por orden de Rosman hace unos pocos meses.

—¿Leonarda es tu hija?

—Lo es. —Una sonrisa orgullosa se dibujó en los labios de August—. Cuando Rosman y Anemith comenzaron a cazar a los Elegidos, no solo deseaban venganza, también querían encontrar especialmente a Emilio y a mí.

—¿Por qué?

—Éramos los únicos que dedicamos parte de nuestra existencia a estudiar la ciencia y la magia para poder combinarla—explicó August, tenía la mirada perdida en un punto imaginario. Era evidente que los recuerdos le causaban cierto dolor—. Emilio logró esconderse muy bien, por lo que nunca fue encontrado hasta que tú revelaste esa información hace poco. —Petter sintió un tirón en su corazón, le dolía recordar ese suceso—. Yo confié en la persona equivocada y encontraron mi escondite, por suerte mi familia no estaba allí conmigo. Rosman me torturó, pero nunca hablé. Por lo que me mantuvo encerrado por casi un año en las mazmorras. Hasta que dio con mi esposa y con mi hija. — August hizo una pausa y apretó los puños—. Utilizó el poder de un descendiente para enfermar a Leonarda, por lo que me obligó a trabajar para él, a cambio de mantenerla con vida.

—¿El poder de un descendiente? —preguntó Petter, cada vez más atónito ante aquella historia.

—Tiene a alguien trabajando para él que es capaz de enfermar a las personas con enfermedades que nadie conoce y solo él puede curarlas con su sangre. —Petter nunca había escuchado de aquel don tan peligroso—. Leonarda cree que sufre de diabetes y debe inyectarse insulina todos los días, pero en realidad son capsulas de sangre que Rosman envía para continuar teniéndome en su mano.

Petter no respondió. Observó con detenimiento la mirada de August y supo que decía la verdad. La angustia que carcomía su interior era evidente.

—Supongo que Leonarda no sabe nada de esto, ¿verdad?

—Nadie lo sabe, todos creen que estoy muerto como muchos otros Elegidos de esa generación—confesó con pesadumbre—. Quise apartar a Leonarda de Rosman porque creí tener la cura para esa enfermedad, pero luego me di cuenta que mis esfuerzos eran en vano, nadie puede curarla, excepto ese descendiente desconocido.

—¿Qué pretendes hacer entonces? ¿Seguirás trabajando para Rosman?

—Estoy en sus manos, no puedo cargar con la muerte de mi hija en mi consciencia. Ella es lo único que me queda en esta vida.

Hubo otro breve silencio. August estaba sentado con la pierna derecha flexionada y un brazo apoyado sobre ella. Petter por su parte, se había relajado un poco más, por lo que se colocó a su lado en la misma posición. Parecían dos buenos amigos que charlaban sobre sus vidas.

—No entiendo por qué Rosman tiene tanto interés en ti, ¿qué pretende?

—Se encuentra trabajando en un proyecto muy peligroso que si tiene éxito desatará una cuarta guerra mundial con consecuencias devastadoras. —Petter se enderezó, curioso—. Prefiero no contar los detalles porque si esta información se filtra tanto mi familia como yo estaremos en grave peligro.

—Si es tan peligroso como dices, debes contarme. No podemos permitir que Rosman desate una guerra de esa magnitud.

August dudó un poco, pero terminó contando parte de lo que sabía, aunque solo lo necesario para tranquilizar a Petter.

—Rosman está ávido de poder. Desea apoderarse de todos los reinos y formar un imperio, que Nelvreska se extienda por cada parte de esta tierra, de este modo podrá controlar a todos los habitantes. Creo que sabes lo que hizo con Rumnya, ¿verdad? —Petter asintió, recordaba esa historia—. Esa fue su primera victoria, continuará expandiéndose y por eso las reliquias le son tan preciadas, podrá utilizarlas como medio para acabar con los Elegidos, con toda Arcadia y con el mundo mágico, de este modo solo tendrán magia quienes él desee. Además, Anemith quiere apoderarse del lugar de la diosa Cindra. Ambas cosas serían una catástrofe.

—Esos dos se creen el centro del universo—gruñó Petter, con rabia.

—Rosman siempre ha deseado más poder del que puede controlar.

—¿Crees que puede lograrlo? —preguntó Petter con algo de temor. Conocía a Rosman y era capaz de cualquier cosa por hacer su voluntad, pero su plan sonaba demasiado descabellado.

—No mientras los Elegidos continúen haciendo las cosas como hasta ahora, pero deben tener cuidado—advirtió—. Ya vieron la magnitud del poder de Anemith, si sigue adquiriendo más reliquias podría volverse invencible. Ambos son una combinación peligrosa y pueden desatar un caos mayor que el que causaron en la generación pasada.

—Debí haberlo matado—masculló Petter con voz queda.

—Debiste—respondió August y se puso de pie con dificultad. El muchacho hizo lo mismo. Ambos se miraron a los ojos—. Pero no debes culparte por los errores del pasado. Ahora utiliza esta información para unir a los Elegidos e intentar vencer a Rosman, pero ten cuidado, si lo que te he dicho llega a oídos equivocados podrían matarme y también a Leonarda.

Petter asintió, todavía aturdido por todo lo que habían hablado hasta ese momento. Escuchó unos pasos que resonaban en el corredor contiguo. Ambos se pusieron alertas, temían ser descubiertos juntos.

—Vete, no voy a delatarte—le exigió Petter tras guardar la daga en el cinturón donde solía colgar sus armas.

August le puso una mano en el hombro y se la apretó, luego sacó una pequeña cajita de su bolsillo.

—Si algo me sucede, entrégale esto a Leonarda—le dijo en un susurro. Petter tomó el objeto y lo escondió—. Cuida a mi niña, por favor. Ella no tiene a nadie más.

—Lo haré, no te preocupes—asintió Petter con sinceridad.

August se marchó por una puerta trasera que daba hacia donde estaban las naves de Rosman. Petter se giró, todavía conmocionado por aquel encuentro inesperado. Se estremeció al ver a Karla parada frente a él. No supo cómo iba a explicar aquello sin revelar lo que sabía.

—¿Quién era ese hombre? —preguntó ella con el ceño fruncido.

Petter recogió su espada que continuaba tirada en el suelo y la ató a su cinturón. Luego caminó unos pasos hacia la chica, todavía un poco nervioso. Karla lo observó, algo desconfiada por su actitud misteriosa y notó que tenía un poco de sangre en su mejilla.

—¿Era un siervo de Rosman? —volvió a preguntar. Petter asintió, pero no quiso dar más explicaciones—. ¿Por qué lo dejaste ir?

—Lo conocía—admitió en voz baja.

Karla se cruzó de brazos, un poco indignada por aquella respuesta.

—¿Y por eso lo dejaste ir? —El muchacho le dirigió una mirada seria, pero continuó en silencio—. Petter, esta gente ha provocado una masacre, no puedo creer que hayas dejado a ir a uno de ellos.

—No lo entiendes, Karla. — El muchacho resopló a punto de perder la paciencia. Odiaba ser juzgado de esa manera—. Es más complicado de lo que crees, solo te pido que por favor confíes en mí.

—¿Cómo quieres que confíe en ti cuando dejas a escapar a alguien que acaba de asesinar a criaturas inocentes? —gruñó—. Se supone que eres un Elegido, no puedes continuar en el medio de ambos bandos.

—¡No estoy en el medio!—respondió Petter casi gritando. Karla se estremeció ante su brusquedad. Él resopló y dio unos pasos hacia ella, luego la tomó por las mejillas—. Confía en mí, esta persona no es como los otros siervos.

—¿Vas a contarme quién es y de qué hablaban? —preguntó ella sin darse por vencida.

Petter negó con la cabeza y se apartó un poco.

—No puedo, por favor, no me insistas con este tema.

Karla se mordió el labio, preocupada por aquella reacción de Petter. Comenzaba a sentir muchas cosas al mismo tiempo: enojo, desconfianza y tristeza, pero no fue capaz de admitirlo.

—¿Cómo podremos tener una relación normal si ni siquiera me cuentas tus cosas? —soltó con voz ahogada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero hizo hasta lo imposible por controlar sus emociones.

—Debes entenderme—respondió el muchacho por lo bajo. Ahora su mirada estaba fija en un punto imaginario—. Conozco a esta persona desde que era un niño.

Karla se aproximó un poco, tomándolo por sorpresa y acarició su mejilla herida.

—Quiero que confíes en mí y que no haya más secretos entre nosotros. Es lo único que exijo para poder continuar con esta relación.

Petter titubeó un poco. Sabía que todavía tenía muchas cosas guardadas en su interior y que no podría sacarlas con tanta facilidad, pero haría su mejor esfuerzo, solo deseaba que Karla estuviera tranquila a su lado.

—Está bien, prometo contarte todo lo que quieras saber, solo te pido que me dejes guardarme este secreto. —La joven dejó escapar un suspiro—. Debo asegurarme de que esta persona no salga lastimada, por favor, intenta comprenderme.

—Está bien. —Karla asintió y fingió una sonrisa—, pero no quiero más secretos entre nosotros. Odio tener que enterarme de las cosas por otras personas como me sucedió hoy.

—¿De qué hablas?

—El sello de castigo— explicó Karla, dejando a Petter con la boca abierta—. No ibas a contármelo nunca, ¿verdad?

—No es tan fácil...—murmuró Petter, luego bajó la mirada con vergüenza.

—Por favor, Petter, ¿es que no confías en mí lo suficiente como para contarme lo que te sucede?

Petter soltó un suspiro y la estrechó entre sus brazos. Aunque se sentía mucho más aliviado que antes, continuaba con la espina del remordimiento clavada en su interior. Había cosas que quizás nunca podría compartir con Karla y eso le dolía, porque no deseaba lastimarla y mucho menos engañarla, pero se sentía incapaz de hablarlas con ella. Por un momento temió que aquellos secretos salieran a la luz y que la única chica que había amado en su vida se alejara para siempre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top