El cristal oscuro II
—¿Segura que es aquí? — preguntó Anemith.
Habían llegado una especie de jardín que tenía diferentes variedades de plantas espinosas, todas ellas desprovistas de hojas y flores. El lugar causaba escalofríos, no tanto por la brisa gélida que agitaba la arena bajo los pies, sino por los cráneos humanos que decoraban el suelo.
—Es el jardín de huesos que vi en la visión— comentó Diana, extasiada.
Anemith sonrió complacida y avanzó unos pasos, triturando los huesos con sus botas. Encontró cinco grandes piedras colocadas en fila. Todas eran lisas, sin relieve alguno y con un ojo dorado dibujado en el centro.
—¿Cuál de todas es? — preguntó, deseosa de terminar con aquel misterio de una vez.
Diana señaló a la primera. Podía reconocerla porque su ojo brillaba con la luz de las estrellas, a diferencia de las otras. Anemith se agachó para tocarla con su mano. Aquel roce hizo que el suelo comenzara a temblar. La arena se agitó, los huesos sonaron como si entonaran una melodía siniestra. Luego, la runa agrietó hasta romperse y de adentro salió una planta. El tallo creció casi alcanzando la altura de una persona.
—El cristal...— murmuró Diana con voz temblorosa al descubrir que la planta había formado una especie de esfera hecha de ramas y espinas, dentro estaba la reliquia bien resguardada.
Todo tiene un precio, el cristal también.
Aquella voz había resonado en las cabezas de los cuatro presentes. Anemith frunció el ceño y dirigió su atención hacia Diana.
—¿A qué se refieren?
—No lo sé— confesó la joven, igual de desconcertada.
Anemith entornó los ojos con fastidio. Ignoró por completo aquellas palabras para concentrarse en su verdadero objetivo. Extendió la mano e intentó meterla dentro de la esfera, pero enseguida sintió como las espinas se clavaban en su carne. Luego escuchó otra voz en su cabeza.
Eres joven y hermosa, pero si tomas el cristal dejarás de serlo. Tu rostro se arrugará, tu piel se llenará de estrías, perderás esa hermosa figura y también tu fertilidad.
Anemith se imaginó a sí misma como una mujer más vieja y sintió miedo. Los hombres dejarían de desearla y probablemente su propio esposo la abandonaría para buscar una con quien pudiera procrear hijos. Comprendió enseguida que ese era el precio a pagar por el cristal. Un precio que no estaba dispuesta a asumir.
—¿Qué sucede? — preguntó Rosman, preocupado por su expresión ausente.
—No puedo tomarlo— respondió, irritada.
Rosman avanzó unos pasos hacia ella, cada vez más alarmado.
— ¿Qué dices, mujer?
—¡No puedo! — gritó—. ¿Acaso eres sordo?
—¿Cómo que no puedes? — volvió a preguntar tras tomarla por el brazo con brusquedad—. Lo necesitamos, sin el cristal no podremos conquistar el reino de los inframundos y mucho menos rescatar a Giselle.
—¿Crees que me importa tu estúpida hija? —respondió Anemith, encolerizada, luego lo empujó con violencia.
—Lo haré yo entonces.
Rosman caminó unos pasos hasta la planta y metió la mano en la esfera. Sus dedos lograron tocar el cristal, pero enseguida sintió el mismo dolor que su esposa. Las espinas se clavaron en su piel, haciéndole dolorosas heridas. También escuchó una voz.
Si tomas el cristal perderás tu poder político en Nelvreska. Ninguno de tus herederos asumirá el trono, por lo que tu sangre se desvanecerá y otros aprovecharán esa desventaja para robar tu lugar como rey.
Rosman apartó la mano, asustado. Ese era el precio por el cristal, perder aquello por lo que había luchado. El legado de su familia, el que su padre tanto le había exigido proteger.
—Maldita sea— gruñó con rabia. Ahora comprendía por qué Anemith se había negado a tomarlo.
—¿Qué pasa? — indagó la mujer, asustada. Si Rosman tampoco tomaba el cristal, sus planes se irían a la basura.
—Perderé Nelvreska— comentó con voz queda—. Nadie de mi sangre se sentará en el trono.
Anemith resopló, sabía que Rosman nunca renunciaría a su poder político ni tampoco a su reinado.
—¿Qué te dijeron a ti? — le preguntó Rosman, comenzando a desesperarse.
Anemith dudó, no quería revelar aquellas proféticas palabras que en el fondo representaban su mayor temor. Rosman volvió a insistir.
—Necesitamos hacer esto. ¿Qué es lo que te impide tomar el cristal?
—Tendré que renunciar a mi belleza y juventud, y no estoy dispuesta a eso.
—¿Es en serio? — protestó Rosman, molesto—. A ver, disfruto que seas hermosa y joven, pero necesitamos más el cristal, así que puedo hacer sacrificios...
—No, no voy a hacerlo— se negó Anemith, renuente—. Soy tu reina, si envejezco no podré darte hijos, herederos para tu estúpida dinastía.
—Otra podrá dármelos— concluyó Rosman. Anemith sintió que el calor de su cuerpo se elevaba. Intentó golpearlo en el rostro, pero él detuvo su mano justo a tiempo—. Ten cuidado, nunca he golpeado a una mujer, pero tú podrías ser la primera.
—No voy a renunciar a mi belleza por nada del mundo y no puedes obligarme.
—¿Quieres ver como si puedo?
Ambos continuaron discutiendo, cada vez más enojados el uno con el otro. Diana observó la escena, sorprendida, y una arriesgada idea invadió su cabeza. Podría utilizar la distracción de la pareja para intentar tomar el cristal. Sin meditarlo demasiado avanzó unos pasos hacia la esfera, intentando no llamar la atención. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca metió la mano. Las espinas torturaron su piel.
Si tomas el cristal nunca podrás casarte ni tener hijos propios.
Diana apartó la mano, asustada y preocupada a la vez. Siempre quiso formar una familia y tener muchos hijos con un hombre a quien amara de verdad, no deseaba renunciar a esa felicidad por una reliquia mágica. Con lágrimas en los ojos observó a su alrededor, como si esperara encontrar alguna ayuda para salir de aquel conflicto, pero sabía que nadie aparecería para salvarla. Casi sin querer, su mirada se fijó en Drake. Estaba perdiendo el efecto del hechizo, podía notarlo en su expresión ausente y su respiración entrecortada. La única oportunidad que tenía de sobrevivir era que ella tomara el cristal.
—¿Qué mierda haces? — preguntó Rosman, alarmado al verla tan cerca de la reliquia.
Diana no esperó que ambos reaccionaran, metió nuevamente la mano dentro de la esfera, convencida de que aceptaba pagar el precio a cambio de poder completar aquella misión y salvar la vida de Drake. Los inframundos parecieron poder leer sus pensamientos porque la planta se convirtió en polvo y el cristal quedó resguardado entre los dedos temblorosos de su nueva guardiana.
—No te atrevas a usarlo—la amenazó Anemith—. Tengo el cristal celestial así que...—
Diana ni siquiera pareció escucharla. Utilizó el poder del cristal para controlar la mente de Rosman y golpear por la espalda a la mujer, quien cayó de bruces al suelo, aturdida y sin comprender qué sucedía. Continuó manipulándolo, logrando que le propinara repetidos golpes de puño hasta dejarla inconsciente.
Luego, ordenó a los demonios que atacaran a quienes antes eran sus amos, de este modo logró escabullirse y correr hacia Drake. Con cuidado lo levantó del suelo, obligándolo a correr por el desierto.
...
Drake tropezó nuevamente y cayó de rodillas al suelo.
—No puedo más— dijo con voz apagada.
Diana utilizó su poder para guiarse en el espacio. Observó un árbol gigante que tenía un agujero en la corteza, ideal para poder ocultarse. Habían conseguido escapar de Rosman y Anemith, pero si continuaban avanzando tan lentamente serían encontrados.
—Hay un escondite aquí cerca— comentó Diana para darle ánimos al muchacho. Luego utilizó toda su fuerza para ayudarlo a caminar.
Ambos respiraron aliviados cuando divisaron el gran árbol de hojas grises y corteza marrón. Con un poco de esfuerzo, pudieron llegar y resguardarse adentro. Había espacio suficiente para dos personas.
Diana hizo un hechizo de camuflaje para evitar que alguien descubriera aquel escondite. Luego observó a su compañero que estaba recostado contra la pared del árbol.
—¿Estás bien? — le preguntó.
Drake no respondió. Estaba con los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Diana gateó hasta quedar frente a él, la pequeñez del agujero le impedía poder ponerse de pie. Una vez lo tuvo cerca, comenzó a desabrocharle el traje. No pudo evitar que una exclamación de asombro se escapara de sus labios. Tenía una herida bastante profunda que aún sangraba.
—Es muy grave, ¿verdad? —preguntó Drake, asustado.
Diana no quiso responder. Cualquier herida de esa magnitud podía ser mortal si no se curaba a tiempo y estaban en mitad de la nada, sin recursos de ningún tipo.
—Hay que parar la hemorragia— terminó diciendo. Luego hizo un hechizo de curación para intentar mejorar su estado, aunque este no ayudó mucho.
—Estamos donde empezamos —se rio Drake, luego un gruñido de dolor escapó de sus labios—. Yo herido y tú curándome con tu magia.
Diana sonrío. Luego lo ayudó a acomodarse mejor para que pudiera descansar un poco. Drake estaba sudando frío y tenía el rostro cada vez más pálido. La joven miró la herida otra vez y se preocupó, debía buscar ayuda cuanto antes. Él no podría continuar caminando en ese estado.
—Debo alertar a los demás, pero no puedes venir conmigo. Tendrás que quedarte quieto o seguirás perdiendo sangre.
—No voy a quedarme aquí solo.
—Debes hacerlo. Buscaré ayuda, te lo prometo, pero ahora debes quedarte aquí.
Drake le agarró la mano intentando retenerla para que no lo dejara.
—No, por favor, no quiero morir aquí solo.
—No vas a morir— le aseguró Diana, conmovida por su expresión atemorizada.
—Voy a morir, por eso me estás abandonando aquí.
Diana respiró hondo. Por primera vez sintió lastima por él. Drake estaba bastante delicado, podía notarlo en su expresión moribunda. No deseaba dejarlo solo, pero si continuaba esperando podría desangrarse. Intentó darle fuerzas para que no se rindiera.
—Te prometo que no morirás—dijo, apretando con fuerza la mano del muchacho que continuaba entre la suya—. Buscaré ayuda y cuando menos lo esperes estarás en Arcadia otra vez.
Drake terminó asintiendo con resignación.
—Lo que hiciste hoy... —murmuró—. Fue demasiado arriesgado. Pudieron haberte matado. Además...—dudó— renunciaste a algo para poder salvarme. Espero no haya sido nada demasiado importante.
Diana se entristeció al recordar aquella decisión, pero intentó bloquear aquellos pensamientos. No deseaba que él los escuchara.
—Era mi deber— sentenció. Intentando convencerse de que todo valdría la pena cuando estuvieran de regreso en Arcadia.
Drake observó a su compañera con fascinación. Estaba convencido de que moriría y eso le asustaba mucho. Ya no tenía fuerzas para seguir luchando, así que debía resignarse y esperar su destino. Sin poder evitarlo extendió la mano hacia ella y acarició su rostro ensangrentado.
—Tú también estás herida.
Diana lo había olvidado por completo. Quiso tocarse el rostro, pero la mano de Drake continuaba allí, acariciando con suavidad la piel sana de su mejilla. Ambas miradas se cruzaron provocando una sensación de complicidad que nunca antes habían experimentado.
—Estaré bien— susurró Diana—. Las hadas la curarán cuando volvamos.
Hubo un breve silencio. Drake apartó la mano, resignado, luego cerró los ojos. Diana sabía que debía marcharse, pero temía no volver a verlo otra vez.
—Debo irme— dijo por fin, pero cuando quiso apartarse, Drake volvió a hablar.
—¿Puedo pedirte algo? — preguntó con cierto nerviosismo.
—¿Qué cosa?
Drake titubeó. Luego tragó en seco y volvió a clavar su mirada en Diana.
—¿Me darías un beso?
Diana se sonrojó al instante.
—¿Qué?
—Quizás muera en este lugar— respondió Drake con voz entrecortada—. No quiero morir sin antes haber besado a una chica.
Diana se mordió el labio inferior, luego bajó la mirada. En otras circunstancias se hubiese ofendido mucho por aquella petición, pero sabía que Drake estaba empeorando cada vez más. No podía culparlo y tampoco juzgarlo.
Él esperó sin presionarla. Su corazón latía a toda velocidad.
—Está bien. — Ella terminó aceptando tras dejar escapar todo el aire que tenía contenido en sus pulmones—, pero si vives me vengaré por esto, ¿me escuchaste?
Drake quiso reírse, pero el dolor no lo dejó. Diana dudó antes de realizar la petición, no sabía qué hacer exactamente. Nunca había besado a nadie antes. Finalmente cerró los ojos y se acercó al muchacho con rapidez, pegando con torpeza sus labios a los de él. El beso duró apenas un segundo. Ella apartó la boca enseguida, luego miró a Drake horrorizada y con el corazón acelerado. Había imaginado su primer beso con un príncipe azul, un chico al que amara perdidamente, no con un muchacho moribundo al que apenas conocía y con quien ni siquiera se llevaba bien. Aun así, sintió un extraño cosquilleo en la panza.
Llevó una mano a sus labios de manera instintiva, cómo si no pudiera creer lo que acababa de hacer. Luego se alejó de él. Continuaba avergonzada y con el corazón acelerado.
—Diana— murmuró Drake antes de que abandonara el agujero. Ella se limitó a mirarlo—. Gracias.
Queridos Elegidos, gracias por la paciencia y por leerme siempre. Espero estén disfrutando los capítulos nuevos. Estoy feliz de estar de vuelta :)
Les dejo mis redes por si quieren ir viendo avances de los nuevos capítulos, imágenes y otras cositas:
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¿Qué les pareció la nueva posible parejita?
Quiero dedicar este capítulo a una seguidora que siempre me comenta a pesar de que no nos conocemos personalmente jeje. Gracias por el apoyo:
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