El cristal del océano




Las voces de las sirenas endulzaron los oídos de Mariana, quien llevaba algunos minutos caminando sin rumbo por un sendero de piedra que parecía conducir a la nada. No sabía dónde estaba, apenas recordaba fragmentos de lo ocurrido antes de que perdiera el conocimiento y despertara.

—¿Qué se supone qué hago aquí? —se preguntó en voz alta, un poco cansada de caminar.

Debes encontrar el cristal—susurró una voz.

Se detuvo de golpe. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, logrando erizar cada vello de su piel. Tenía el corazón desbocado, casi a punto de escapársele del pecho.

—¿Por qué yo? —preguntó por fin, cuando logró calmarse un poco.

Sabes por qué, sabes quién eres...

—Ojalá lo supiera—masculló la joven con desánimo y continuó caminando. Todavía tenía demasiadas dudas que quizás nunca podría responder, pero en ese momento no tenía fuerzas para meditarlo demasiado. Debía completar su misión.

Se encontró con una solitaria cueva cuyas paredes de piedra estaban cubiertas de musgo y flores. Tuvo temor al ingresar porque era un lugar sombrío y con un aura bastante misteriosa. Finalmente, avanzó unos pasos hasta llegar al centro. Algunos rayos de sol se colaban por los agujeros del techo, facilitando un poco la visión. Una laguna se divisaba a pocos pasos, sus aguas brillaban como diamantes y eso la hizo sentir atraída.

—¿Ahora que debo hacer? —preguntó en un susurro, esperaba que las sirenas respondieran.

—Si quieres el cristal obtener, tus miedos tendrás que vencer.

Mariana volvió a sentir como todo su cuerpo se tensaba tras comprender el significado de aquellas palabras. Un recuerdo de su niñez se activó al instante, ella a punto de morir ahogada en el océano, intentando nadar y pedir ayuda, pero totalmente desprotegida ante la inmensidad de las olas marinas. No quería volver a pasar por una situación así, tan solo de pensarlo su respiración se volvió inestable. Intentó huir, pero nuevamente la voz misteriosa la hizo paralizarse.

—No puedes escapar de tus miedos.

—No me siento capaz...—negó con la cabeza y retrocedió unos pasos más. Observar aquella profunda laguna de aguas brillantes le daba un terror inexplicable—. Por favor, déjenme regresar a casa.

Lágrimas rodaron por sus mejillas, seguidas de algunos sollozos, pero ninguna sirena se conmovió con su llanto. Las voces desaparecieron, estaba cada vez más sola y desprotegida. Tras varios minutos de espera, se convenció de que no había otra solución. Debía ser valiente y adentrarse en aquellas aguas mágicas. Despacio y con los ojos cerrados, consiguió avanzar hasta que sus dedos tocaron el frío líquido. Nuevamente el miedo la paralizó unos instantes, por lo que intentó pensar en sus padres, sabía que su recuerdo le daría el aliento necesario para no desistir. Por fin, el agua la cubrió hasta los hombros, cosa que le generó aún más ansiedad. Alguien comenzó a cantar en ese momento y sin saber cómo, perdió la noción del tiempo y el espacio.

Cuando reaccionó sus ojos se negaron a creer lo que veía. Estaba en una ciudad acuática, decorada con edificaciones de mármol pulido que se iluminaban gracias a la luz de algunos animales diminutos. El misterio parecía envolver a aquel lugar, debido al absoluto silencio que allí reinaba. Una hermosa sirena la tomó de la mano. Esta la condujo por la ciudad, mientras otras las observaban pasar con curiosidad y desconfianza. Había una serie de estatuas que representaban a diferentes criaturas marinas. También, algunos barcos naufragados cubiertos de musgo verde.

Mariana estaba atónita, aquel lugar la hacía sentir abrumada. Lograba despertarle cierta nostalgia que no sabía a qué se debía. La sirena la instó a entrar en un hermoso templo que parecía estar deshabitado. Tras dudarlo un poco, avanzó nadando hacia el interior. Allí crecían unas flores plateadas que nunca antes había visto, las acarició, cada vez más conmovida y con ganas de echarse a llorar. Luego, recorrió con sus dedos las agrietadas paredes, hasta llegar a un trono hecho de coral. Este tenía unos dibujos extraños, decorados con un hermoso cristal en el centro. ¿Acaso allí estaba lo que tanto había buscado? Lo tocó con sus dedos y sintió como un sinnúmero de recuerdos se apoderaba de su memoria a una velocidad inexplicable. Pudo conocer por fin el rostro de aquella mujer que la había dejado abandonada en la puerta de una casa para que unos humanos desconocidos la cuidaran y protegieran. Era su madre, su verdadera madre...Los parpados le pesaron y el cuerpo comenzó a debilitarse hasta quedar tendido sobre el lecho de flores.

Cuando Mariana despertó estaba en un lugar totalmente desconocido. Pudo sentir el césped acariciando sus dedos y el sol incidiendo sobre su rostro. Se incorporó, un poco sobresaltada, y miró a sus alrededores. Todo parecía estar en una total quietud, pero, aunque ya no estaba debajo del agua, continuaba sintiendo miedo e incertidumbre. Cuando logró levantarse, notó que algo se caía contra el suelo. Era el cristal. Se agachó para recuperarlo de entre las hierbas frescas del prado y lo examinó con cuidado. Era precioso, tenía una tonalidad aguamarina que la hizo estremecer. Nuevamente imágenes variadas invadieron su memoria y la dejaron mareada. Ahora tenía más claro quién era realmente y por qué la habían escogido para aquella misión tan peligrosa. Desorientada, caminó sin rumbo hasta encontrarse con un acantilado. Desde allí podía ver el mar y escuchaba las olas impactando contra las rocas. ¿Continuaría dentro del reino de las sirenas o había regresado a Arcadia? No lo sabía, pero continuaba sintiendo preocupación, como si el peligro la estuviera acechando.

—Regresaste. —Una voz la hizo girarse de golpe. Anemith estaba parada a unos pasos de ella. Su respiración se aceleró tan solo de recordar el encuentro anterior con aquella mujer—. Tienes lo mío, ¿cierto?

Mariana apretó entre sus dedos el cristal del océano y retrocedió algunos pasos, quedando bastante cerca del borde del acantilado. Anemith sonrió con diversión y se cruzó de brazos, esperando que ella respondiera. El silencio sobrecogió el lugar por unos largos segundos.

—Vamos niña, entrégame el cristal. No querrás que tus padres paguen las consecuencias de tu desobediencia, ¿verdad?

Mariana negó con la cabeza, algunas lágrimas rodaban por sus mejillas sonrojadas. Tenía miedo, no deseaba que sus padres terminaran muertos, pero ahora que había podido ver parte de su pasado gracias al cristal, sentía cierta responsabilidad con el mundo mágico. Una decisión errada pondría en peligro a todos, en especial a las sirenas, aquellas criaturas con las cuales compartía parentesco.

—Prométeme que no dañarás a nadie—soltó casi sin pensarlo. Enseguida se reprimió a sí misma por su estupidez.

Anemith soltó una carcajada y avanzó algunos pasos, un poco impaciente.

—Tendrás que darme el cristal por las buenas o por las malas, recuerda que tengo el poder para obligarte y también para destruir a todas las personas que amas.

Mariana secó sus lágrimas con el dorso de su muñeca y respiró profundo. No tenía escapatoria, tendría que obedecer o las consecuencias serían irreparables. Extendió el brazo y abrió la mano, mostrando el cristal en su palma. Anemith se emocionó al verlo y avanzó un poco más, rebozando de alegría por su triunfo. De pronto, una voz la hizo detenerse y girarse, alarmada.

—No te le acerques, Anemith.

Corazón de la Tierra estaba parado a unos metros de ambas mujeres. Mariana cerró la mano con nerviosismo y ocultó el cristal detrás de su espalda. Por primera vez sintió un poco de tranquilidad, estaba convencida de que el mago podría frenar las intenciones de Anemith.

—Vaya, la fiesta se pone interesante—bromeó la mujer y realizó un hechizo utilizando el poder del cristal celestial. Corazón de la Tierra cayó de rodillas, totalmente debilitado, pero sin darse por vencido, continuó luchando aun cuando sabía que no podría vencer—. Sabes perfectamente que mi poder es casi invencible y todavía te atreves a retarme, viejo.

—Mariana...—balbuceó el anciano con voz lastimera, mientras algunas gotas de sangre bajaban por su mentón y manchaban su traje gris—. Protege al cristal...protégelo...

Anemith hubiese deseado torcer el cuello del anciano en ese mismo instante y deshacerse de su molesta existencia, pero era inmortal por lo que no podría matarlo, ni siquiera con el cristal de su lado. Realizó un hechizo para dejarlo inutilizado por unas horas, así podría ocuparse de Mariana con tranquilidad. Cuando Corazón de la Tierra cayó agotado en el suelo, se giró para interceptar a su víctima. Mariana comenzó a temblar al sentir aquella mirada gélida sobre ella.

—No te acerques o lo tiro—gritó Mariana antes de que la mujer pudiera moverse siquiera. Tenía un brazo extendido hacia el precipicio—. Lo voy a tirar, lo juro.

—¿Acaso quieres morir, mocosa estúpida?

Mariana continuó firme en su posición hasta que Anemith perdió la paciencia y usó su poder para obligarla a apartarse del precipicio. Estaba totalmente bajo su voluntad, por lo que sus músculos solo respondían ante el poder del cristal celestial. Caminó unos pasos hasta quedar frente a la mujer, quien la tomó por el cuello y le clavó uñas en el mentón.

—¿Cómo te atreves a querer enfrentarte a mí? —gruñó, pegando su rostro al de Mariana, quien comenzaba a quedarse sin aire—. Ahora vas a pagar caro tu insolencia.

Mariana intentó liberarse, pero era incapaz de luchar contra la fuerza de Anemith. Intentó gritar para pedir ayuda, pero fue en vano, ningún sonido salió de su garganta. Pronto, su consciencia se nubló y apenas fue consciente de cuando la mujer le arrebató el cristal de la mano.

—Te reencontrarás muy pronto con tu miserable padre—murmuró Anemith muy cerca de su oído—. Adiós, pequeña...

La voz se escuchó lejana, como una alucinación. Luego sintió un empujón que la hizo tambalearse y perder el equilibrio. Intentó aferrarse a algo para no caer, pero fue imposible. Su cuerpo sucumbió ante la fuerza de la gravedad y se desplomó rumbo al vacío, impactando de forma violenta contra el agua. 

Hola mis queridos Elegidos, disculpen la tardanza, pero he tenido unos días bastante ocupados con mi trabajo. Prometo estar actualizando más seguido ahora que logré estabilizarme un poco. Espero este capítulo les guste aunque es un poco corto. Abrazos y gracias por la paciencia.

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