Amor y espinas

Los Elegidos se reunieron con Corazón de la Tierra en el escondite mágico. El mago parecía estar ansioso, como si esperara alguna noticia importante, pero no quiso dar ninguna información hasta que todos estuvieran allí. Justine llegó también, cosa que les hizo preocuparse un poco. La mujer no solía aparecer jamás en aquellas reuniones privadas.

—Ya estamos todos—confirmó Corazón de la Tierra tras echar un último vistazo a los Elegidos—. ¿Qué ha sucedido?

—Selene desapareció—respondió Justine con voz seria—. No vino a la reunión del Consejo hoy, lo que es extremadamente extraño, jamás ha faltado a ninguna reunión. Algo debió sucederle.

Corazón de la Tierra resopló, casi podía imaginar quienes estaban detrás de aquella desaparición injustificada.

—¿La han buscado?

—Por mar y tierra—asintió Justine—. Temo que esto tenga que ver con el cristal del océano, por eso los he citado aquí. No podemos perder tiempo, hay que tomarlo cuanto antes.

Los Elegidos continuaron en silencio. Podían sentir la preocupación en las palabras de quienes deberían ser sus guías y eso los dejaba aún más vulnerables ante el peligro. Temían que hubiera otra masacre como la del reino de las hadas o quizás algo mucho peor.

—Esto no está nada bien—intervino Noah, rompiendo el mutismo de sus compañeros—. Si Selene ha desaparecido, nada nos garantiza que ir a tomar el cristal no sea una trampa de Anemith.

Justine lo observó con compasión, todavía no borraba de su memoria lo ocurrido con Emilio, pero enseguida endureció su expresión para responder.

—Hay que hacerlo antes de que sean ellos quienes intenten tomar el cristal, no podemos confiarnos.

Otro silencio. Los Elegidos estaban dispuestos a cumplir con su deber, aunque en el fondo tuvieran mucho miedo de tener que enfrentarse cara a cara con Anemith.

—Bien—interrumpió Corazón de la Tierra—. Ya se han enfrentado a cosas peores, no deben dudar ni un segundo de sus capacidades. Así que, prepárense para partir dentro de una hora.

—Debemos volver al palacio—interrumpió Camila—. Edgar estará aquí en unos minutos.

—Me ocuparé de eso, niña—aseguró Justine con severidad. Luego miró a los demás con interés, en busca de algún otro comentario—. ¿Alguna duda?

Noah dio un paso al frente y esperó a que la mujer le diera la palabra. Ella lo instó a hablar.

—Mariana es una Elegida también y creo que tiene el poder del agua—soltó sin miramientos, logrando que Justine abriera los ojos, asombrada—. Debe saber esto, puede ser útil para esta misión.

—¿Cómo lo supiste? —indagó Corazón de la Tierra. Llevaba un tiempo conociendo a la joven y nunca sospechó que fuera una Elegida.

—Ayer en la fiesta de Renson—explicó, un poco avergonzado por aquella salida clandestina que Justine desaprobaba—. Ella se cayó a un pozo y yo me lancé para ayudarla, logré sentir su energía al tocarla. Además—rozó de manera inconsciente sus antebrazos todavía lastimados por lo ocurrido la noche anterior— el agua del pozo estaba muy caliente, lo que me hace pensar que logró cambiar su temperatura usando su poder.

Corazón de la Tierra reflexionó por unos segundos la información. De ser cierta, la última Elegida había aparecido, cumpliéndose así el tan esperado encuentro de la generación actual. Ahora solo faltaba poder unirla por completo, agregando a Drake al grupo.

—Gracias Noah por la información—dijo Justine con una mueca de satisfacción en los labios—. Te pido que la traigas aquí ahora, la necesitamos para esta misión.

Noah asintió y salió del escondite, ansioso por poder explicarle todo a la muchacha. Corazón de la Tierra lo siguió también, usaría su magia para ayudarlo a encontrarla con más facilidad.

—Espero no sea como el otro muchacho—comentó Justine con cierto desprecio en su voz—. Creo que nunca existió una generación de Elegidos tan complicada como esta.

—Mariana no estaba cuando despertamos— le susurró Camila a Karla para que solo ella pudiera escucharla. La otra chica asintió, preocupada—. Tampoco la vi en el desayuno.

—¿Qué tanto hablan? —preguntó Justine, quien odiaba que los demás cuchichearan a sus espaldas—. ¿Sucede algo, Camila? —La escudriñó con sus ojos pardos.

Camila negó con la cabeza, no quería revelar sus temores antes de tiempo. Algunos minutos después, apareció Noah, agitado y con la frente empapada en sudor.

—No la encuentro por ninguna parte—dijo con voz entrecortada debido al cansancio, había recorrido todo el colegio preguntando a todos por la chica sin éxito—. Nadie la ha visto desde ayer, ni siquiera desayunó en el comedor hoy.

—Lo que faltaba—exclamó Justine, un poco enojada por aquel contratiempo—. Debemos revisar las cámaras ahora y ver a dónde se fue.

Los Elegidos se trasladaron hasta la oficina de Justine. Allí, Noah comenzó a examinar, con la mayor rapidez posible, las cámaras del colegio. Enseguida notó que la joven había salido en la madrugada hacia el pasillo, pero justo cuando estaba por llegar a la ventana la grabación se cortaba. Los otros chicos observaron al unísono en una pantalla más grande lo sucedido, todos tuvieron el mismo temor.

—Alguien manipuló las cámaras de seguridad—comentó Justine y frunció el ceño, se podía notar la frustración en su expresión contrariada—. Es evidente que algo está sucediendo y no creo que sea bueno.

—Pero, ¿quién querría hacerle daño a Mariana? —preguntó Camila con evidente desconcierto.

—Anemith y Rosman deben haber descubierto que es una Elegida—opinó Noah—, pero no comprendo por qué la querrían precisamente a ella.

Hubo un breve silencio que fue interrumpido por el murmullo de algunos Elegidos, deseaban encontrar una explicación lógica a la desaparición de la muchacha, pero todo era demasiado extraño.

—La información tuvo que haberse filtrado—opinó Justine, tras meditar con cuidado los hechos—. ¿Quién más sabía de esto, Noah?

El muchacho titubeó. Había contado para los otros Elegidos que estaban en la fiesta lo que descubrió sobre Mariana, le costaba creer que alguno de ellos fuera un traidor y conspirara para secuestrarla. No podría perdonárselo si Mariana resultaba herida por su culpa.

—Solo nosotros lo sabíamos—soltó Brayan—. Lo que significa que alguien nos ha traicionado. Alguien aquí trabaja para Rosman.

—¡No puede ser! —exclamó Diana con dramatismo.

—Lo que dice Brayan es muy posible—intervino Justine—. Alguien tuvo que vender esta información a Rosman, y solo uno de ustedes lo sabía.

—Es evidente que hay un traidor entre nosotros—gruñó César y miró a los demás con desconfianza—, pero, ¿quién?

—Las opciones saltan a la vista—opinó Brayan tras señalar con la mirada hacia Petter.

El otro muchacho lo encaró con los puños apretados.

—Cuida tus palabras, yo no soy ningún traidor.

—No hay cómo saberlo, ya nos traicionaste antes—refutó Brayan tras dar unos pasos hacia Petter, quien cuadró sus músculos, deseando poder atravesarlo de un puñetazo.

—Petter no pudo ser—opinó Noah, cortando la pelea. Todos se giraron para observarlo—. Petter tiene el poder de la invisibilidad, no necesita manipular las cámaras para secuestrar a alguien.

—Buen punto, pero pudo haberlo hecho así para no levantar sospechas—insistió Brayan, nunca se tragó el aparente cambio positivo de Petter, por lo que continuaba dudando de sus verdaderas intenciones.

—Creo que no podemos sacar conclusiones apresuradas tan pronto, no sabemos que le sucedió a Mariana en realidad—opinó Camila, deseando poder calmar los ánimos del grupo, sobre todo los de su hermano, quien seguía a la defensiva y con los puños apretados.

—Lo que es evidente es que alguien vendió la información a Rosman y ese alguien está aquí en esta habitación ahora—soltó Justine con enojo—. Es más que lógico que desconfiemos de quien ya nos traicionó antes.

Petter bufó, estaba cada vez más frustrado porque todos parecían mirarlo con cierta desconfianza, como si fuera un criminal. ¿Acaso nunca olvidarían sus errores del pasado? Las lágrimas picaban en sus ojos, pero no pensaba dejarse abatir tan facialmente, no delante de ellos. Una mano estrechó la suya, ese gesto lo hizo salir de sus cavilaciones y relajar un poco la tensión de sus músculos. Era Karla, ella parecía dispuesta a protegerlo aun cuando era evidente que también tenía ciertas dudas en su interior.

—Petter no es el traidor—soltó de repente con voz firme. Todos la miraron sin comprender del todo sus palabras. Ella dudó en continuar, pero estaba dispuesta a todo por sacarlo de esa situación tan embarazosa. Justine levantó una ceja, instándola a explicarse—. Él y yo pasamos la noche juntos.

Los Elegidos ahogaron una exclamación de asombro, sobre todo Petter que sabía que aquellas palabras no eran ciertas, ellos solo se habían encontrado en el bosque por la mañana. Miró a su novia, en parte estaba orgulloso por su valiente intervención, pero tampoco deseaba que se expusiera así delante de todo el grupo. Una mueca en forma de sonrisa se dibujó en sus labios y apretó con más fuerza aquella pequeña mano. En ese momento solo deseó poder estrecharla entre sus brazos y perderse allí para siempre.

—Lo que faltaba—bufó Justine—. Ustedes saben perfectamente que no pueden pasar la noche fuera del colegio y mucho menos...

La puerta del despacho se abrió de pronto. Corazón de la Tierra ingresó, seguido de Mariana, quien se encontraba todavía vestida con el mismo pijama de la noche anterior. Tenía el cabello alborotado, los ojos enrojecidos como si llevara horas llorando y rastros de tierra en el rostro. Parecía estar muerta de miedo, aunque algo extraño se reflejaba en su mirada, como si estuviera intentado aparentar normalidad.

—¿Qué sucedió? —indagó Justine, preocupada por el estado de la joven.

Los Elegidos tampoco podían dejar de mirarla, se preguntaban qué le había sucedido para que anduviera vestida así por el colegio.

—La encontraron cerca del bosquecillo—informó el mago.

Justine asintió con alivio y caminó hacia la chica para intentar calmarla, se veía como si acabara de pasar por un momento traumático.

—¿Te encuentras bien? —Mariana asintió, por primera vez concentró su mirada en los otros chicos que la observaban curiosos—. ¿Qué te pasó?

—Soy sonámbula—mintió—. No sé cómo terminé en el bosque.

Justine quedó unos segundos meditando sus palabras, pero, aunque le parecía un poco extraño todo lo ocurrido con las cámaras y aquella desaparición, no tenía razones para dudar de su confesión. Intentando calmarla, sobó su hombro y le pidió a los demás que se marcharan.

—Tranquila, hay mucho que debes saber, pero te daremos tiempo para asimilarlo.

Los Elegidos salieron del despacho con una sensación extraña abrumando sus corazones. Mariana estaba bien, pero eso no los dejaba del todo tranquilos. La desaparición de Selene no era una buena señal, algo grave estaba sucediendo y temían no ser capaces de enfrentarlo.

***
Alejandro intentó llegar a una de las escaleras que conducía hacia las habitaciones femeninas, necesitaba informarle a Marian sobre lo que acababa de suceder para que no se preocupara en caso de que tardara más de lo normal en la misión. Alguien lo tomó del antebrazo con delicadeza. El muchacho se giró, nervioso, podía reconocer la suavidad de aquel roce con facilidad.

—Ale—murmuró Camila, luego le soltó el brazo, quedando a unos pocos pasos de él—. Necesitamos hablar.

Alejandro dejó escapar el aire con pesadez. También quería hablar sobre lo ocurrido la noche anterior, pero sentía que su cabeza era un remolino de pensamientos descoordinados, hubiese preferido poder aplazar la conversación un poco más. Asintió, resignado y ambos caminaron juntos hasta un salón vacío que estaba cerca de allí. Los alumnos comenzaban a marcharse a sus casas, así que esperaban no ser interrumpidos por nadie.

—Lo siento—soltó Camila tras cerrar la puerta—. Ayer no supe cómo actuar, no debí bailar con Renson y...

—Está bien— respondió Alejandro con sequedad, cortando las palabras de la joven—. Entiendo por qué lo hiciste, no pienso reclamarte nada.

—No, no lo entiendes. No quería levantar sospechas, por eso actué de esa manera...

Alejandro soltó un resoplido de cansancio y se pasó las manos por el cabello, demostrando el estrés que le causaba aquella conversación.

—Desde que decidí continuar la relación estaba consciente de que estas cosas sucederían —explicó un poco más calmado—. Sé cual es mi lugar, Camila, así que no deberías preocuparte por cómo me siento.

Camila pudo notar la tristeza en sus ojos y eso le estrujó el corazón. Avanzó unos pasos para poder acortar la distancia que los separaba. Ambos se miraron directamente a los ojos.

—Claro que me preocupo. Te quiero y lo último que deseo es lastimarte.

—Sí, eso dijo ella también.

—¿Ella?— preguntó Camila y retrocedió unos pasos como si acabaran de empujarla—. ¿A quién te refieres?

—No importa, mejor dejemos esta conversación para después. Nos espera otra complicada misión.

Alejandro intentó marcharse, pero justo antes de llegar a la puerta, la imperiosa voz de Camila lo hizo detenerse de golpe.

—¿La chica de la otra noche era tu novia?— preguntó con un dejo de reproche en su voz —. Todavía la quieres, ¿verdad?

Alejandro se giró. Una sonrisa desolada surcó la comisura de sus labios.

—¿Crees que si la quisiera estuviera aquí ahora?— preguntó—. Desde que supe que eras una princesa no he dejado de pensar en las razones para continuar esta relación, en por qué debería seguir insistiendo con esto aún sabiendo que en algún momento tendrás que abandonarme —Hizo una pausa para pensar mejor sus próximas palabras—. Sé que tarde o temprano me romperás el corazón en mil pedazos, pero no puedo apartarme. Te necesito, te necesito demasiado, Camila, y lo odio porque quererte duele condenadamente.

—Lo siento...—murmuró Camila con voz entrecortada, tenía las lágrimas atoradas en la garganta—. Nunca he querido causarte todos estos problemas. Si quieres que terminemos lo nuestro, si quieres que me aleje yo lo haré y...

Alejandro negó con la cabeza, visiblemente angustiado por aquellas palabras. Perder a Camila le causaba terror. Por ella era capaz de enfrentar los peores castigos y vencer las más grandes pruebas. No estaba dispuesto a abandonarla bajo ninguna circunstancia. Recordó la profecía de las sirenas y un escalofrío recorrió su espina dorsal. Ardería, estaba seguro de que iba a quemarse en el infierno hasta convertirse en cenizas por intentar que aquel amor sobreviviera, pero ya no le importaba. Aceptaría su destino por tal de tenerla un poco más.

Quiso mantenerse en su lugar, pero sus músculos reaccionaron de forma involuntaria. Corrió hacia ella, desesperado por poder tenerla nuevamente entre sus brazos y perderse en su cálido aliento.

Camila ahogó un gemido de sorpresa cuando Alejandro la empujó contra una de las mesas del salón. Se aferró a sus hombros para no caer, mientras correspondía sus desesperados besos. Ambos corazones latían al unísono, formando una mezcla de melodías y emociones.

—¿Me amas? —preguntó Alejandro con voz temblorosa, mientras sobaba su nariz con la de Camila—. Por favor, dime la verdad.

—Claro que te amo—asintió ella y volvió a besarlo, deseando que aquella unión jamás terminara—. Te amo demasiado, Ale, demasiado.

—Entonces no me importa que bailes con Renson, que finjas delante de todos que soy solo un amigo, que me ignores, que me apartes, no me importa nada, puedo soportarlo todo, mientras me sigas amando.

Camila sintió ganas de llorar. Con tristeza, acarició las mejillas del muchacho y le dio dos pequeños besos en la comisura de sus labios.

—No es justo para ti...—confesó a punto de echarse a llorar—. No quiero continuar lastimándote.

—Lo sé, no digas nada—siseó Alejandro para poder callarla, luego le robó otro beso.

Unas voces se escucharon cerca de la entrada del salón. Los jóvenes resoplaron, angustiados, por tener que separarse tan rápidamente. Alejandro dejó escapar un suspiro ahogado sobre los labios de su novia, para luego darle un beso de despedida.

—Tenemos que irnos— dijo, con voz entrecortada.

Camila lo retuvo, impidiendo que pudiera moverse.

—No quiero dejarte— confesó.

—Yo tampoco.

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