Amor sanador

Alejandro lideró la batalla contra los demonios, tal y como le había ordenado Corazón de la Tierra, a pesar de que cada vez caían más gordianos heridos. Apenas quedaban de pie algunos Elegidos que lo apoyaban en el frente y parte del Consejo de Magos. El muchacho se enfrentó a dos demonios a la vez, utilizando su espada y también las cuerdas, de este modo podía apresarlos y luego clavarles el arma en el corazón. Tras liquidarlos, paró unos minutos para recuperar el aliento. Tenía el rostro empapado en sudor y una herida superficial en el brazo. De pronto, algo lo golpeó haciéndolo caer sentado. Un demonio le rasguñó el pecho con sus garras y se disponía a rematarlo, cuando alguien se interpuso. Era Alina. La joven comenzó a moverse con destreza, por lo que en poco tiempo logró destruir a la criatura.

—¿Estás bien? —preguntó ella, tras girarse para mirar a Alejandro, quien continuaba sorprendido por su desempeño. El muchacho asintió, aunque podía sentir como la sangre caliente resbalaba por su torso.

De pronto, otro demonio los interceptó. Alina se giró lo más rápido posible, lista para contraatacar, pero fue demasiado tarde, una de las garras se clavó en su costado, haciéndola ahogar un gemido de dolor. Alejandro se puso de pie de un salto y se enfrentó a la criatura. Cuando logró matarla, se agachó para ayudar a la joven que estaba herida en el suelo.

—¿Te lastimó? —Alina tenía la mano derecha sobre su abdomen, frenando la hemorragia—. ¿Me dejas ver? —preguntó el muchacho, un poco perturbado por la cantidad de sangre que brotaba de la herida. 

Alina quiso decirle que no era nada grave, pero algo la detuvo, le gustó la sensación de protección que le brindaba Alejandro. El chico desabrochó con dedos temblorosos el corpiño del traje hasta que pudo observar su piel magullada. La herida parecía mortal, pero para su sorpresa, comenzó a cerrarse lentamente, hasta casi desaparecer.

—No debes preocuparte por mí, cariño—dijo Alina con tono seductor—. Es difícil que una herida pueda matarme.

—¿Qué es lo que hiciste? —preguntó el muchacho, todavía conmocionado.

Alina estaba en ropa interior y no parecía interesada en cubrirse, por lo que Alejandro optó por apartar la mirada, no quería incomodarla.

—Soy una descendiente y mi don me permite sanar mis heridas con mayor rapidez que el resto de las personas.

Alejandro meditó por un segundo aquellas palabras. El don de Alina le pareció fantástico y deseó que todos pudieran tenerlo, sería muy útil para la batalla. Quiso preguntarle si eso no la hacía inmortal como Corazón de la Tierra, pero un gruñido lo hizo salir de sus cavilaciones. Más demonios, por suerte, otros Elegidos aparecieron y los cubrieron a ambos. El muchacho volvió a empuñar su espada para continuar con la batalla. Tras algunos minutos de lucha, las criaturas comenzaron a desaparecer hasta que no quedó ninguna.

—Por fin—celebró Alejandro, luego reparó en sus alrededores. Sus compañeros se veían agotados y muchos se hallaban heridos—. ¿Están todos bien? —preguntó con un grito.

Entonces, su mirada se fijó en Lucas, quien se encontraba parado a unos pasos de él. Notó algo extraño en su expresión, como si estuviera aturdido o a punto de desmayarse. Su rostro se hallaba más pálido de lo habitual y había dejado caer su arma en el suelo. Alejandro se sobresaltó cuando notó que tenía todo el traje cubierto de sangre y algunas gotas comenzaban a resbalar hasta caer en el suelo.

—Lucas—murmuró con voz temblorosa. El muchacho apenas lo miró—. Estás sangrando.

Lucas tocó con su mano derecha la herida y se percató del líquido rojo que manchaba su traje. Sintió un fuerte mareo que lo hizo tambalearse un poco. Quiso decir algo, pero su cuerpo apenas pudo reaccionar. Pronto, todo se nubló y perdió el conocimiento. Alejandro se movió con rapidez para tomarlo en sus brazos antes de que cayera al suelo. Los demás Elegidos se acercaron, preocupados.

—¡Lucas! —chilló el muchacho, atemorizado, mientras lo sacudía. Alina se agachó para examinarlo. Tenía una herida bastante grave en el bajo vientre—. ¿Puedes curarlo?

—No soy un hada—respondió con sequedad—. Mi poder solo funciona en mi misma.

Alejandro tuvo ganas de soltar una palabrota, pero no había tiempo para quejarse. Debían actuar rápido o Lucas moriría. Alina hizo un hechizo de vitalidad para intentar prolongar su existencia.

—Vamos, llévalo en una de las naves al palacio flotante—ordenó con severidad—. Quizás aguante el viaje. 

Alejandro cargó a Lucas como si fuera un bebé y corrió a toda velocidad hacia donde estaban las naves, por suerte había gordianos esperando para trasladar a los heridos, así que no tardó mucho para que se pusieran en marcha. Aquel viaje le pareció una eternidad, pues sabía que cada minuto acortaba el tiempo de vida de su amigo. Pidió con todas sus fuerzas al universo que sobreviviera, mientras observaba su rostro pálido casi inerte.

Una hora después.

La mayoría de los Elegidos quedó en la entrada de la enfermería, algunos necesitaban que sus heridas fueran curadas y otros esperaban noticias de sus compañeros. Alejandro apenas podía estar calmado pensando en la salud de Lucas, por lo que cada vez que un hada aparecía se sobresaltaba, pensaba que traería malas noticias. Camila apretaba su mano para calmarlo, aunque estaba igual de preocupada. Entonces Marian llegó junto con Corazón de la Tierra. Ella respiró aliviada al ver a su hermano bien. Alejandro se levantó de golpe y corrió para abrazarla.

—Pensé que te había pasado algo—murmuró Marian cuando logró estrecharlo entre sus brazos.

El muchacho dejó escapar un suspiro.

—A mí no.

Marian sintió como los músculos de Alejandro se tensaban. Lo soltó, intuyendo que algo malo sucedía e intentó encontrar alguna respuesta en su mirada, pero solo halló preocupación y tristeza. Miró a sus alrededores con el corazón latiendo dentro de su pecho, casi todos los Elegidos estaban allí, menos la persona que deseaba encontrar.

—¿Dónde está Lucas? — preguntó con voz ahogada.

—Lo hirieron...—explicó Alejandro—. Sigue con vida, aunque está bastante grave.

Marian quedó en silencio unos segundos como si acabara de recibir un fuerte golpe en el estómago. Luego, intentó caminar hacia la enfermería, desesperada, pero su hermano la retuvo.

—Quiero verlo, Ale, por favor—gimoteó. Dos lágrimas se escaparon de sus mejillas.

Alejandro sintió un pinchazo en el corazón al escuchar aquellas palabras. Marian estaba a punto de echarse a llorar como solía hacer cuando enfrentaba cualquier situación traumatizante. Conmovido, la tomó por los hombros y la abrazó. Ella dejó escapar un sollozo ahogado.

—Tranquila, Lucas es fuerte, estará bien—murmuró para calmarla.

Marian se aferró con más fuerza a su cintura, mientras intentaba controlar el llanto.

—Lo quiero, Ale—confesó en voz baja para que nadie más escuchara. El muchacho se estremeció al oír aquellas palabras—. No quiero perderlo.

Alejandro no respondió, solo atinó a sobar los cabellos sedosos de su hermana. A pesar de que siempre había sentido celos y unos deseos enormes de protegerla contra cualquier persona que se le acercara, ahora solo podía desear que aquellos dos pudieran reencontrarse y decirse todas las cosas que tenían guardadas en sus corazones.

...

Petter abrió la puerta de la habitación donde descansaba Leonarda. Dudó un poco antes de ingresar, pues no tenía cómo justificar su presencia allí. La joven estaba dormida y una venda cubría parte de su frente. El muchacho avanzó con cautela para no despertarla, pero, en cuanto estuvo cerca, ella abrió los ojos.

—¿Petter? —murmuró incrédula y se sentó con cuidado en la cama—. ¿Qué haces aquí?

—Disculpa, no quise despertarte, solo quería saber cómo estabas—respondió Petter, intentando aparentar normalidad, aunque en el fondo estaba bastante nervioso—. Vi cuando te llevaban herida hasta las naves.

Leonarda sonrió y le hizo un gesto para que se sentara frente a ella en la cama. Petter titubeó, pero no se atrevió a contradecirla. Cuando estuvieron más cerca, aprovechó para entregarle una barrita que se utilizaban para recuperar las energías. Ella la aceptó, sorprendida por aquel gesto amable. 

—Gracias por el detalle, pero se puede saber a qué se debe tanta amabilidad—bromeó tras comenzar a abrir la envoltura de la golosina.

—Quería aprovechar para disculparme por haberte secuestrado y hacerte pasar por tantas cosas desagradables—respondió con sinceridad. Siempre quiso decírselo, aunque nunca había tenido el valor hasta ese momento—. No era mi intención hacer todo lo que hice, pero...

Leonarda extendió la mano hasta alcanzar la de Petter, quien estuvo a punto de apartarse, pero se dejó llevar por la calidez de aquella mirada inocente.

—Tranquilo, está todo olvidado.

Petter sonrió, a pesar de que aquel gesto lo había dejado más que perturbado. La mano de Leonarda era cálida y suave, por lo que su caricia le resultó alentadora. Aún así, apartó la mano con cautela para no parecer grosero y se puso de pie.

—Me alegra que estés mejor—dijo—. Si necesitas cualquier cosa puedes pedírmelo, sabes que te debo varias.

—Gracias, lo tendré en cuenta—bromeó Leonarda—. Me caes bien—admitió tras guiñarle un ojo con picardía.

Petter caminó hacia la puerta, pero Leonarda lo retuvo tras dirigirle una mirada suplicante.

—¿Puedes venir más tarde? Aquí me aburro demasiado.

—Me encantaría, pero debo hacer otras cosas.

Petter pudo notar la tristeza en los ojos de Leonarda, pero sabía que no debía quedarse más tiempo, lo menos que deseaba era que ella confundiera las cosas. Al fin y al cabo, solo estaba cumpliendo con el pedido de August. Se despidió con otra sonrisa y cerró la puerta. Luego pensó en lo que había sucedido en aquella habitación. La mirada y los gestos de Leonarda delataban sus emociones, era evidente que sentía algo por él. Antes de conocer a Karla no hubiese dudado un segundo en corresponderle, pero en ese momento, solo podía desear apartarse. Ya no necesitaba aquellos juegos, pues tenía a su lado a la chica correcta.

...

Marian entró en la habitación, la cual se encontraba casi en penumbras, solo había una tenue luz prendida en una de las mesitas de cabecera. Lucas dormía en la cama, arropado con sábanas blancas y con algunos sueros conectados a sus brazos. Tenía el rostro pálido y sudoroso. Ella se acercó y se sentó a su lado, con cuidado de no despertarlo. Acarició los mechones negros que estaban pegados en su frente y la angustia se apoderó de su corazón. Temía que el muchacho no volviera a despertar. Las hadas le explicaron que no pudieron usar el cristal porque había llegado a su límite diario luego de salvar a muchas personas y que el poder de las sanadoras no le hizo demasiado efecto. Pensaban que su destino era la muerte, pero ella se negaba a aceptarlo.

Estuvo un rato así, cuidando de él como si fuera un niño. En espera de una señal que le revelara alguna mejoría. De vez en cuando rozaba su mano desvanecida y dejaba escapar un suspiro.

—¿Cómo está? —interrumpió Alejandro que había entrado con cautela para no interrumpir. Marian se sobresaltó y se puso de pie, un poco intimidada por su presencia. Alejandro notó su expresión y se arrepintió de haber causado esa reacción tan hostil—. Deberías ir a descansar. Llevas horas aquí.

—No, prefiero quedarme.

Alejandro no insistió, pudo notar el miedo en los ojos de Marian. Echó un último vistazo a Lucas antes de marcharse de la habitación. Marian se colocó en un asiento que estaba cerca de la cama y esperó hasta quedarse dormida. Las horas pasaron en calma, hasta que unos gemidos la hicieron despertar. Lucas se movía inquieto entre las sábanas.

—Estoy aquí—murmuró para tranquilizarlo tras volver a estrechar su mano.

El Elegido abrió los ojos con pesadez, pero apenas fue capaz de notar su presencia, estaba todavía aturdido.

—Duele...—gimoteó.

Marian intentó levantarse de la cama, pero Lucas se aferró a su mano con fuerza, impidiendo que pudiera moverse. Ahora sí tenía los ojos abiertos y la estaba mirando con sorpresa y alivio a la vez.

—Iré a buscar a un hada para que te revise.

—No, no—negó, todavía con el rostro arrugado por el dolor—. Quédate conmigo.

Marian estrechó su mano entre la suya y permaneció en su lugar.

Lucas volvió a sucumbir ante el sueño. Ambos continuaron conectados por aquel roce íntimo hasta que los primeros rayos de sol iluminaron la habitación. El muchacho despertó y no pudo evitar estremecerse al encontrarse allí a la chica de la que estaba perdidamente enamorado. Quiso decir algo, pero solo logró que un quejido se escapara de sus labios.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Marian tras evaluar su expresión agotada.

—Mejor—dijo por fin. Tenía el rostro fruncido. Podía sentir una punzada bastante incómoda en su abdomen, pero hizo todo lo posible por ignorarla—. ¿Te quedaste aquí toda la noche? —indagó, incrédulo ante aquella posibilidad.

Marian asintió con timidez, sin saber por qué sentía que sus mejillas comenzaban a ponerse calientes.

—¿Quieres alguna cosa? —preguntó para cambiar de tema. La mirada de Lucas continuaba clavada en ella y eso la hacía sentir vulnerable.

—Agua—dijo. Sentía la boca seca al igual que su garganta.

Marian se levantó de la cama y fue hacia una de las mesitas de luz, donde había una jarra con agua y un vaso con pitillo. Llenó el recipiente con rapidez y se acercó al muchacho, colocándole el absorbente entre los labios. Lucas bebió con avidez, sin poder dejar de mirarla. El corazón se le quería salir del pecho tan solo con sentirla tan cerca.

—¿Quieres más? —preguntó Marian con voz dulce. El negó con la cabeza. Comenzaba a tener hambre, pero lo aguantaría con gusto por tal de continuar pegado a Marian—. Bueno, quizás deberías dormir un poco más. Te ves cansado.

—¿Te irás? —preguntó Lucas con decepción. Marian no respondió—. Quédate un poquito más—suplicó—. Todavía necesito cuidados—bromeó, logrando que la chica soltara una risita divertida. Al parecer, comenzaba a recuperar su ánimo habitual.

Logró su cometido porque Marian se acomodó a su lado en la cama y comenzó a juguetear con el anillo que todavía llevaba en su dedo meñique. Lucas sintió un leve cosquilleo al sentir el roce de aquella mano delicada en la suya.

—Tenía tanto miedo de que...—Marian titubeó, no estaba segura de cómo terminar aquellas palabras. Lucas la miró, cada vez más nervioso—. Nunca más despertaras.

—Tranquila, todavía no pienso irme de este mundo.

Marian sonrió y apoyó la cabeza sobre el pecho del muchacho, sin dejar de mirarlo a los ojos. Lucas aprovechó de acariciar aquellos cabellos color caramelo que tanto le gustaban. Alguien se aclaró la garganta detrás de ellos. El muchacho se estremeció al encontrarse con la mirada seria de Alejandro. Marian se incorporó, avergonzada. Camila estaba allí también, feliz de ver a Lucas despierto.

—Veo que el pequeño héroe despertó—comentó Alejandro con tono divertido. Lucas intentó sonreír, pero continuaba un poco tenso—. Traje algo para que ambos coman.

Alejandro se acercó con dos bolsas de papel en la mano y las dejó sobre la mesita de luz.

—Gracias, rubio—respondió Lucas.

—Me alegra que estés mejor—reconoció Alejandro. Ambos muchachos se regalaron una sonrisa.

—Bueno, hora de que Lucas coma algo.

Alejandro y Camila ayudaron al muchacho para que pudiera sentarse. Lucas quedó recostado sobre un montón de almohadas, todavía un poco adolorido, pero deseoso de comer. Marian sacó un cuenco de plástico de adentro de la bolsa y una cuchara. Había una sopa de verduras recién hecha que olía delicioso. Con cuidado, comenzó a dársela al muchacho en la boca. Este comió sin protestar.

—Creo que las manos de Lucas están perfectamente—inquirió Alejandro tras cruzarse de brazos.

—No seas celoso, hermano, ¿acaso olvidaste cuando te enfermabas de gripe y me pedías que te diera la sopa en la boca? —le recordó Marian con tono divertido. Lucas contuvo una carcajada, le costaba imaginarse a Alejandro así. El otro muchacho soltó un bufido—. Vamos, abre la boca.

—Se ven tan lindos juntos, ¿verdad? —murmuró Camila cerca del oído de Alejandro para que los chicos no pudieran escucharla.

—No me parece—refunfuñó Alejandro, sin dejar de observar la escena. En el fondo estaba de acuerdo con Camila, pero no pensaba admitirlo.

Cuando Lucas terminó de comer, Marian aprovechó para ir a bañarse. Llevaba horas sin moverse de aquella habitación, por lo que estaba añorando una ducha. Camila se fue también. Alejandro y Lucas quedaron solos.

—Puedes irte si quieres, ya estoy mucho mejor—sugirió Lucas, quien estaba un poco incómodo con la presencia de su compañero. Este parecía escudriñarlo con la mirada todo el tiempo como si quisiera leer su mente.

—No puedo, le prometí a Marian que te cuidaría hasta que regrese.

Lucas no insistió, quiso acomodarse para intentar dormir, pero cada movimiento le provocaba una punzada en el abdomen. Alejandro caminó hacia él y se sentó a su lado en la cama. Ambos se miraron directamente a los ojos.

—¿La quieres? —indagó con voz suave. Lucas se sobresaltó con la pregunta, pero terminó asintiendo—. ¿La quieres de verdad? —insistió con un poco más de seriedad—. No será un pasatiempo como esas chicas que te persiguen por todo el colegio, ¿cierto?

—Marian para mí es diferente, quiero algo serio con ella—admitió por fin—. Además, no pasó nada con las otras chicas más que algunos besos y...

—No quiero saber—lo cortó Alejandro. Lucas volvió a ponerse tenso—. Solo quiero que sepas que Marian ha pasado por muchas cosas desagradables, merece ser feliz. No quiero que nadie venga y rompa sus ilusiones, ¿entiendes?

Lucas tragó en seco, pero movió la cabeza de un modo afirmativo. Alejandro suavizó un poco su expresión.

—Bien, ahora debes decirle que la quieres. —Lucas casi soltó una exclamación de asombro al escuchar aquellas palabras—. Ya te has tardado demasiado.

—No sé cómo hacerlo.

—Solo demuéstrale que es importante para ti—sugirió Alejandro tras encogerse de hombros. No se le daba bien dar consejos amorosos.

—Está bien, eso haré—respondió Lucas con voz emocionada, luego le dio una palmadita en el hombro a Alejandro—. Gracias, futuro cuñado.

Alejandro quiso mantenerse serio, pero no pudo evitar  que una sonrisa iluminara su rostro. En el fondo le tenía un gran aprecio a Lucas y deseaba de todo corazón que pudiera hacer feliz a su hermana.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top