Alianzas y rupturas
Alina caminaba por las calles abarrotadas de Galea. Llevaba su traje de entrenar, pero una capa negra cubría su cabeza, de este modo evitaría ser reconocida por alguien indebido. Se adentró en uno de los callejones que conducían a la zona abandonada y cruzó la línea que dividía a ambas partes de la ciudad. No estaba acostumbrada a deambular por aquellos lugares solitarios, por lo que mantuvo la mano cerca de su daga. Poco a poco, se fue alejando de la civilización. Por suerte, solo se encontró con un par de personas que parecían estar bajo los efectos de alguna droga, por lo que jamás repararon en su presencia. El resto del camino transcurrió sin contratiempos.
Por fin, llegó a una pequeña casa que estaba casi destruida. Golpeó la puerta y miró a los alrededores, precavida. Un hombre sin rostro le abrió y la invitó a pasar.
—Bienvenida, querida sobrina—saludó una voz desde el interior.
Alina se encontró con dos figuras que le sonreían. Enseguida pudo reconocer a Rosman, ya lo había visto antes en fotos. La otra persona era su tía Anemith, quien tenía un parecido casi sobrenatural con la diosa Cindra.
—Siéntate, querida—le ordenó ella.
Alina obedeció. Los tres se acomodaron sobre una humilde mesa de madera que se encontraba en el centro de la habitación. Dos siervos se encargaron de servirles unas copas con vino.
—Ante todo queremos agradecerte por tu servicio, el cual no será pasado por alto. —Anemith habló primero. Tenía los labios húmedos y sus ojos parecían brillar de la emoción—. Serás recompensada por tu gesto, pero...—Hizo una pausa para pensar mejor lo que iba a decir—, quiero que sepas que no es suficiente como para que pueda confiar en ti.
—Lo entiendo—respondió Alina con seriedad—, pero no estoy aquí en busca de poder o riquezas, solo quiero justicia.
—¿A qué te refieres? —intervino Rosman.
Alina casi se estremece al encontrarse con la mirada imponente del rey, pero tragó en seco para poder seguir hablando.
—Mi madre, la diosa Cindra, me envió a vivir con mi abuela desde que tengo cinco años. Apenas la he visto desde entonces. Ella escogió a su hija favorita desde antes de que yo naciera. —Anemith y Rosman escuchaban con atención el relato, mientras degustaban su vino—. Mi hermana Marisalia es quien debe sucederla según su criterio. —Alina bufó con cierto desprecio en su voz—. Cindra no merece ser la diosa.
—¿Y quién crees que lo merece? —indagó Anemith con una sonrisa—. ¿Tú?
Alina negó con la cabeza.
—Me basta con que no sea ella la diosa, por eso quiero ayudarte—afirmó—. Puedo servirte de espía para que puedas conseguir los cristales y derrotar a los Elegidos. Luego, podrás encargarte de Cindra.
—Creo que es bastante tarde para eso—contradijo Anemith con desánimo—. Giselle sabe demasiado y como comprenderás no puedo deshacerme de mi propia hija. En algún momento va a delatarte con el Consejo.
—Ella no hablará—aseguró Alina—. Me tiene miedo, sabe que soy capaz de matarla si me traiciona.
Anemith quedó en silencio algunos segundos, pensando con cautela lo que haría a continuación. Debía apoderarse de los cristales y un espía sería de mucha ayuda, pero no estaba segura de poder confiar en su sobrina.
—Bien, si decido aceptar que seas mi espía, ¿qué vas a pedirme a cambio? —preguntó por fin, su mirada estaba fija en Alina.
—Quiero aprender la magia negra que ustedes utilizan.
Rosman soltó una carcajada y se echó hacia atrás en el asiento. Anemith estaba igual de perpleja. Su sobrina no era tonta, podría ser un peligro más adelante si lograba adquirir los conocimientos prohibidos, pero, por ahora le sería de utilidad. Tendría que fingir un trato para tenerla de su lado, luego podría deshacerse de ella.
—Está bien, yo misma te entrenaré. —Rosman pareció alarmarse con aquella decisión, pero prefirió no contradecir a su esposa—. Antes quiero que hagas algo importante.
—Por supuesto—sonrió Alina, ya se sentía victoriosa.
—Quiero que pruebes tu lealtad porque como comprenderás no puedo confiar tan fácilmente en la hija de mi peor enemiga. —Una sonrisa traviesa surcó sus labios rojizos—. De esto depende que nuestro trato se cumpla.
Alina titubeó. Tenía miedo que le pidiera algo demasiado arriesgado como por ejemplo asesinar a un Elegido o a su propia abuela.
—¿Qué quieres que haga?
—Todo a su tiempo, querida—sonrió Anemith y le hizo un gesto a los siervos para que volvieran a llenar las copas de vino—. Ahora brindemos por nuestra alianza.
Los tres bebieron sin dudarlo, aunque la tensión había aumentado en la habitación. Alina respiró profundo. Su corazón comenzaba a palpitar con demasiada violencia, por lo que temió que Rosman y Anemith notaran su nerviosismo. Aunque estaba jugando a un juego muy peligroso, no pensaba echarse atrás.
...
—¿Flor? —se emocionó Leinad y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
Florencia sonrió, conmovida por aquel reencuentro. Leinad se acercó y le dio un abrazo apretado que duró algunos segundos. Ambas habían sido muy buenas amigas, a pesar de la diferencia de clases sociales que las separaba.
—No sabes la alegría que me da verte—dijo Leinad tras separarse un poco de la sirvienta—. Por favor, pasa.
Florencia entró en la habitación de la princesa. Aquel lugar le traía un sinnúmero de recuerdos, algunos felices, otros no tanto, pero todos eran parte de un pasado que no podría borrar jamás, aunque quisiera. Ambas se sentaron en uno de los sofás que decoraba el recibidor de la recámara. Leinad tomó su mano y la estrechó entre las suyas.
—Por favor, cuéntame cómo estás—le pidió con una sonrisa amable—. ¿Cómo está tu hijo? Supongo que ya debe ser un adolescente tan grande y tan guapo como Cristopher.
Florencia bajó la cabeza, entristecida por aquella pregunta. Con cuidado apartó la mano y se acomodó en el asiento, estaba intentando disimular todas las emociones que aquel tema le provocaba. Había cosas que no era capaz de contar, ni siquiera a la única persona que podría ayudarla a recuperar a su hijo.
—Es una larga historia...—murmuró con pesadumbre. Leinad se enderezó en el asiento, un poco alarmada—. ¿Recuerdas lo que te conté sobre el padre de Alejandro?
—Claro—asintió Leinad.
Florencia le había dicho que era un hombre muy peligroso perteneciente a las mafias que operaban en la frontera de Nelvreska con Awsten. Alguien detestable que se ganaba la vida trayendo personas ilegales hacia el reino y explotándolas para su propio beneficio.
—Una noche vinieron unos hombres y tomaron al niño, me hicieron creer que lo habían asesinado. —Florencia tenía la voz entrecortada, el llanto se apoderaba de su garganta según iba reviviendo aquellos momentos—. Él era casado, seguramente su esposa descubrió todo y no deseaba que su marido tuviera un bastardo que pusiera en peligro la herencia de sus hijos legítimos. O quizás fue una venganza de alguien más, nunca lo sabré.
—Oh, Flor...—Leinad le acarició el hombro para intentar calmarla—. ¿Realmente está muerto?
—Por mucho tiempo lo creí muerto, aunque siempre guardé cierta esperanza— confesó y sus ojos se clavaron en los de su amiga—. Pero los príncipes trajeron hace días a un muchacho malherido, alguien que para mí resultaba insignificante, pero...—Florencia se detuvo y evaluó la expresión de Leinad, luego continuó tras respirar hondo—. Cuando supe su nombre y comencé a detallar sus facciones, me di cuenta de que se parecía demasiado a mi hijo.
—¿Estás segura? —preguntó Leinad, le costaba creer que el destino fuera tan misericordioso. Quizás la mujer se estaba haciendo ilusiones vacías.
—Ahora estoy totalmente segura. Ese muchacho es un Elegido y tiene el poder de la velocidad, el que le otorgaste a Alejandro cuando apenas era un bebé.
—Increíble...
Leinad recordaba la noche en que Florencia los visitó en el escondite para traer algunas cosas enviadas por Carlotta. Llegó con un bebé en brazos. Todavía podía recordar sus facciones. Tenía algunos cabellos rubios que comenzaban a llenar su cabeza, la piel tan blanca como la nieve y los ojos claros, de un color parecido a la miel o al ámbar. Ella quiso recompensar a su amiga por su lealtad, por eso le otorgó el poder de la velocidad al niño, el que alguna vez había pertenecido a Gerard y que en ese momento reposaba en el brazalete, esperando a su nuevo portador.
—Alteza...—murmuró Florencia con voz entrecortada tras volver a estrechar su mano—. Le pido que me ayude a recuperar a mi hijo. Él me necesita demasiado, necesita a su madre más que nadie.
—Claro que te voy a ayudar—le aseguró Leinad, nuevamente una sonrisa surcaba sus labios—. Ese chico es un Elegido, algo se nos ocurrirá para que puedas acercarte a él antes de contarle todo lo que sabes.
—Hay otra cosa que debo decirle, algo que demuestra que el destino es demasiado impredecible. —Leinad se movió un poco, inquieta y preocupada a la vez—. Nuestros hijos están enamorados.
—¿Qué?
Leinad puso el grito en el cielo y su mirada pareció perderse en un punto imaginario. Aquello era demasiada casualidad, pero, aunque un romance adolescente le parecía lo más tierno del mundo, si Daniel lo descubría habría problemas, sobre todo para Alejandro.
— Camila y Alejandro tienen una relación—volvió a intervenir Florencia—. No creo que eso le agrade al rey, no después de todo lo que ha ocurrido en el pasado. Además, Alejandro es mi hijo, es un plebeyo, no debería mezclarse con la realeza y mucho menos pensar que esa relación puede terminar bien, pero no parece importarle.
Leinad sonrió. La historia parecía querer repetirse. Tendría que hablar con Camila sobre ese asunto.
—Creo que tengo una idea para que puedas acercarte a Alejandro, pero tendré que consultarla primero con mi madre— dijo con tranquilidad.
—Gracias, alteza. —Florencia le dirigió una mirada aliviada a Leinad, esta le correspondió con otro abrazo—. ¿Crees que Alejandro me acepte? Tengo tanto miedo de su reacción.
—Estoy segura de que te amará, nunca podrá encontrar a una madre más buena que tú. —Leinad se separó un poco y le guiñó un ojo para intentar tranquilizarla—. Si todo sale bien, lo tendrás muy pronto a tu lado, juntos los dos en el palacio, como una familia feliz.
Florencia intentó sonreír, pero tenía un nudo atorado en su garganta. Muchos temores invadían su corazón. Alejandro podría culparla por no haberlo buscado en todo ese tiempo, por la vida que tuvo gracias a no tener a su verdadera madre, incluso por la basura de padre que le había escogido. Al imaginarse aquellos posibles reproches su voluntad comenzaba a flaquear. ¿Cómo le diría todo aquello sin lastimarlo aún más? ¿Cómo asimilaría él el hecho de ser hijo de una sirvienta sin ningún tipo de abolengo? Otra vez las lágrimas carcomían sus ojos. Tendría que decírselo tarde o temprano, pero todavía no estaba lista.
Alguien tocó la puerta. Leinad se apresuró para abrirla. Para sorpresa de ambas era Carlotta.
—¿Madre? —se sorprendió Leinad—. ¿Qué sucedió?
El rostro de Carlotta denotaba preocupación.
—Los Elegidos tuvieron hoy su primera prueba y resultó bien, pero...—se detuvo de golpe, un poco nerviosa—. Cristopher está bastante grave.
—No puede ser...—se lamentó Leinad.
—Por los dioses—masculló Florencia, le preocupaba la vida del príncipe, pero sus pensamientos estaban con su hijo—. ¿Dónde están Los Elegidos ahora?
—En Arcadia—respondió Carlotta.
—Debo irme—se despidió Leinad, luego miró a la sirvienta—. Te mantendré informada de todo, Flor.
Florencia asintió. Sabía que no podía visitar la ciudad mágica así que se quedó un rato más en el mismo lugar. En espera de alguna noticia de su hijo.
...
Petter despertó en la enfermería de Arcadia. Estaba sudando frío y tenía la respiración acelerada. Nuevamente el rostro de su madre atormentaba sus pesadillas y lo hacía revivir los recuerdos de su muerte. Un sollozo se escapó de sus labios.
—Tranquilo...—Alguien lo acunó entre sus brazos. Al principio no pudo reconocer quién era debido a la oscuridad de la habitación, pero su olor se le hizo familiar—. Estoy aquí contigo, hijo.
Petter comenzó a llorar desconsoladamente. Leinad lo abrazó con mucha más fuerza, mientras acariciaba sus cabellos húmedos. Le dolía demasiado verlo sufrir de esa manera, pero al menos estaba aliviada de que se estuviera recuperando de sus heridas.
—Es mi culpa—decía entre sollozos. Leinad suspiró, a punto de dejarse verse por el llanto—. Si no hubiese traicionado a Rosman ella seguiría viva...
—No digas eso, hijo. —Petter continuó llorando sin poder contenerse, mientras se aferraba al pecho de su madre. Leinad besó sus cabellos entre lágrimas—. Esto no es tu culpa...Tú hiciste lo correcto.
Ambos permanecieron abrazados durante unos largos minutos, hasta que Petter dejó de llorar y pudo respirar con más tranquilidad.
—Lo siento—se disculpó tras apartarse un poco. Leinad secó sus propias lágrimas e intentó mantenerse tranquila, aunque en el fondo estaba destrozada. Quería poder sanar todos aquellos conflictos internos que atormentaban a su hijo—. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
Petter se echó hacia atrás en la cama, comenzaba a sentirse un poco mareado. Entonces otra persona se acercó y se quedó de pie junto a Leinad, era Ernesto.
—Cuatro días—explicó. Petter sintió incomodidad al tenerlos a ambos allí, pero intentó disimularlo—. Tu herida se infectó, pero por suerte las hadas lograron sanarla a tiempo.
—¿Cómo está Noah? —preguntó, preocupado. Leinad y Ernesto se miraron con complicidad, pero no respondieron—. Está bien, ¿verdad?
—Continúa inconsciente, pero al parecer va a recuperarse. —Petter respiró aliviado, su esfuerzo había valido la pena. Ernesto le dirigió una sonrisa amable—. Lo que hiciste fue admirable, pusiste en riesgo tu vida por salvarlo.
—Es lo mínimo que podía hacer después de lo que pasó con Emilio. —Ernesto y Leinad lo miraron con lástima, pero intentaron mantener sus sonrisas—. ¿Cuánto tiempo llevan aquí conmigo?
—Vinimos desde que nos enteramos y no nos hemos separado de ti ni un segundo. — dijo Leinad. Petter bajó la cabeza, le costaba imaginarse a ambos junto a su cama mientras sufría y tenía pesadillas—. No sabes cuánto he deseado que despertaras, hijo.
—Gracias—respondió Petter con sequedad—. ¿Qué ocurrió con el cristal? —preguntó para cambiar de tema.
—Alejandro es el nuevo guardián del cristal de los gordianos. —informó Leinad. Petter estrujó el ceño con sorpresa—. Parece que es un muchacho muy valiente.
—Lo es—sonrió Petter, luego dejó escapar un gemido de dolor. El efecto de los calmantes utilizados por las hadas comenzaba a desaparecer.
—Mejor nos vamos—opinó Ernesto—. Te ves mucho mejor, pero igual necesitas descansar.
Leinad dudó unos segundos antes de levantarse de la cama. Le costaba dejar solo a su hijo, pero sabía que probablemente él lo necesitara. Por fin se despidió tras plantarle un beso en la frente. Esta vez Petter no se apartó.
—Por cierto, hijo—comentó Ernesto antes de abrir la puerta para marcharse. Tenía una sonrisa pícara en los labios—. Hay una chica que no ha dejado de venir a visitarte. —Petter abrió los ojos, asombrado. Su corazón se aceleró de golpe—. Muy linda, por cierto.
Cuando ambos se marcharon, Petter recostó la cabeza sobre los almohadones que estaban en la cama y sonrió.
...
Camila se encontró con sus padres cuando se dirigía a la habitación de su hermano. Todavía le costaba verlos juntos. Al principio creyó que aquella pareja no podría recuperarse a tantos años de distancia y al hecho de que su madre estuvo con Rosman todo ese tiempo, pero era evidente que se amaban de verdad.
—Hija—saludó Ernesto. Ella todavía le guardaba un poco de rencor por todo lo ocurrido días antes, pero no podía evitar extrañarlo.
—¿Cómo está Petter? —preguntó Camila, ansiosa.
—Bastante mejor—respondió Leinad. Camila sonrió aliviada y quiso marcharse, pero su madre la retuvo—. Queríamos hablar contigo.
Camila resopló, pero terminó aceptando. Los tres se sentaron en uno de los bancos que se encontraban afuera de la enfermería. Leinad fue la primera en comenzar a hablar, un poco indecisa por la reacción que podría tener su hija a sus palabras.
—Primero queríamos comunicarte que Daniel ha aceptado que tu padre se venga a vivir con nosotros al palacio, aunque por supuesto puso sus condiciones. —El rostro de Camila se iluminó—. Ernesto no va a adquirir ningún título ni podrá heredar fortuna alguna, ni tampoco influir en la educación de ustedes, pero al menos estará a nuestro lado. Volveremos a ser una familia.
—¿No te gusta la idea, hija? —preguntó Ernesto al notar su desconcierto.
Camila asintió y una sonrisa forzada se dibujó en sus labios. Claro que deseaba tener a sus padres cerca, pero en el palacio no sería lo mismo a lo que se había imaginado de niña. Daniel lo arruinaría todo seguramente.
—En realidad, queríamos hablar de otro tema más serio—intervino Leinad, luego miró a Ernesto con complicidad—. Supimos que ya tienes novio.
—¿Quién les dijo? —preguntó Camila, un poco avergonzada—. ¿Mi abuela?
—Eso no importa, lo que nos parece muy mal es que no nos hayas contado nada—la regañó Ernesto.
—Creo que es algo personal—se justificó Camila. Sus mejillas se encontraban sonrojadas—. Además, no tiene nada de malo tener un novio.
—En situaciones normales no, pero recuerda que ahora eres una princesa y pronto te convertirás en la heredera de nuestro reino. ¿Sabes lo que sucedería si la gente llegara a saber que sales con este chico? Si tu abuelo lo llegara a saber—dijo Leinad con voz seria.
—Lo sé, lo sé—protestó Camila con los puños apretados—. Pero, ¿qué quieren que haga? Estoy enamorada de Alejandro y él también de mí. Yo no pedí ser quien soy.
—Hija, entiendo cómo te sientes. —Leinad acarició su hombro con ternura—. Yo también estuve en tu lugar, pero recuerda todo lo que me sucedió por continuar con tu padre. Debes pensar bien lo que harás.
—No soy capaz de abandonarlo—confesó Camila. Tenía los labios apretados y el ceño fruncido. Alejandro no se merecía otra decepción—. Lo quiero demasiado...
Leinad suspiró y miró a Ernesto con tristeza. Ambos sabían que aquello no terminaría bien.
—Solo quiero que tengas en cuenta las consecuencias. —Leinad estaba cada vez más seria, en sus ojos se reflejaba todo el dolor de su pasado—. Si Daniel llega a saber de esta relación Alejandro podría ser desterrado a la zona abandonada o incluso podría ser condenado a prisión. — Camila se estremeció solo de imaginarlo. Había escuchado sobre los duros castigos que implementaba la realeza contra quienes traicionaban al reino o cometían delitos graves—. Por eso te pido que tengas cuidado. ¿Ya él sabe que serás la heredera al trono?
Camila negó con la cabeza. Leinad soltó un resoplido de frustración.
—Hija, ¿te das cuenta de que estás siendo egoísta con él? ¿No te parece que merece saber a qué se enfrenta realmente? —opinó Ernesto, igual de preocupado que su esposa.
—Por favor, guarden este secreto.
Ambos padres asintieron, resignados. Luego se pusieron de pie.
—Quiero advertirte algo más—comentó Leinad con voz entristecida—. Puedes ocultar un secreto por meses, incluso años, pero tarde o temprano la verdad sale a la luz. Así que nunca te confíes.
Camila asintió con pesadumbre. Tenía muchos temores, lo último que deseaba era que Alejandro terminara lastimado por su culpa o desterrado, pero, ¿cómo podría alejarse si cuando no lo tenía cerca su corazón dolía? Luego de algunos minutos allí, se puso de pie y caminó hacia el portal. Debía decirle toda la verdad a Alejandro cuanto antes.
...
Alejandro se encontraba solo en su habitación. Aunque las hadas le habían dado de alta, todavía no regresaba a los entrenamientos ni tampoco a sus clases habituales por lo que pasaba los días en total aburrimiento.
El muchacho tomó su cuaderno y comenzó a dibujar. Al menos mientras tuviera un lápiz y una hoja, podría matar el tiempo sin perder la cordura.
Alguien tocó la puerta.
—¡Pasa!—gritó tras acomodarse un poco el cabello que lo tenía alborotado y sin peinar. Para su sorpresa, Florencia entró en la habitación y caminó unos pasos hacia él, indecisa.
—Hola—saludó con una sonrisa amable. Alejandro le correspondió, sin comprender qué hacía allí—. Quise traerte algo para disculparme por cómo te traté en el palacio.
La mujer se acercó y le entregó una cajita que tenía adentro un trozo de pastel. Alejandro observó el postre con fascinación y una sonrisa se dibujó en sus labios. Luego volvió a hacer contacto visual con Florencia.
—Gracias, de verdad—dijo, todavía emocionado por el regalo—. No debiste molestarte.
—Espero te guste, yo misma lo hice.
Alejandro comenzó a devorar el pastel con una sonrisa emocionada. No estaba acostumbrado a recibir regalos por lo que agradecía demasiado aquel pequeño gesto.
—Está buenísimo—dijo con la boca llena. Florencia lo observaba, complacida. Verlo feliz la hacía sentir aliviada y un poco menos culpable—. Gracias otra vez.
Cuando Alejandro terminó de comer dejó la caja vacía sobre la mesita de luz. Entonces un silencio incómodo se apoderó de la habitación, ninguno de los dos sabía qué decir exactamente. Florencia intentó iniciar una conversación nuevamente.
—¿Te gusta tu nuevo colegio? —preguntó tras sentarse en el borde de la cama. Alejandro asintió—. Es un lugar bastante lujoso.
—Es mucho más de lo que hubiese podido aspirar en toda mi vida—confesó el muchacho—, pero en realidad lo que más me interesa es que tiene talleres de dibujo.
—¿Dibujas? —Florencia se estremeció un poco cuando Alejandro asintió y comenzó a mostrarle alguno de sus bocetos. Tenía un don especial—. ¿Qué te parecen?
—Son magníficos—se emocionó ella. Sentía orgullo de saber que su hijo era tan talentoso y que a pesar de todo lo que le había sucedido continuaba teniendo pasión por algo—. Algún día podrías presentarlos en una exposición de arte.
Alejandro soltó una carcajada.
—Eso solo está permitido para la gente importante, la gente con poder y dinero.
Florencia suspiró, quiso decirle lo importante que era para ella, pero se contuvo.
—Con el don que tienes no necesitas dinero—opinó y le regaló una sonrisa. Alejandro no respondió, pero por primera vez se sintió seguro, como si conociera a esa mujer desde siempre—. Harás grandes cosas, te lo aseguro. —El muchacho se estremeció—. Debo irme, pero nunca olvides lo que te dije.
Alejandro asintió, un poco afligido por su partida. Cuando Florencia salió de la habitación dejó que una sonrisa se dibujara en sus labios. Aquella mujer era extraña, pero le gustaba, quizás porque lo trataba como alguien especial o porque era amable con él. No lo sabía, pero quiso que regresara. Entonces, la puerta se abrió de nuevo. Era Camila.
—¿Cómo estás? —preguntó la muchacha con una sonrisa tímida.
Alejandro le hizo un gesto para que se sentara a su lado. Ella dudó, pero terminó sucumbiendo antes sus deseos de tenerlo más cerca. Se dieron un pequeño beso que apenas duró unos segundos. Luego, Camila se acurrucó en la cama junto a él. Puso la cabeza en su hombro y comenzó a observar los bocetos.
—Cada vez son mejores—opinó. Alejandro le dio un pequeño beso en la cabeza, pero no respondió—. ¿Te apuntaste a los talleres de Ziraldo?
—Sí, por suerte son antes de la hora de entrenar. —Hubo una breve pausa, pero enseguida el muchacho rompió el silencio con voz entusiasmada—. La sirvienta de Carlotta estuvo aquí.
Camila se incorporó, un poco nerviosa. No entendía por qué Florencia visitaría a Alejandro. ¿Acaso Daniel sabía lo que sucedía entre ellos?
—¿Qué quería? —indagó.
—Nada, solo me trajo un trozo de pastel. —Alejandro tenía el ceño fruncido, había notado su preocupación—. ¿Qué ocurre?
Camila resopló y se acomodó frente al muchacho, debía contarle todo o explotaría.
—Mis padres saben lo nuestro. —Alejandro se movió, incómodo, pero no respondió—. Ellos opinan que deberíamos terminar porque si Daniel descubre esto tendrás serios problemas.
Alejandro quedó unos segundos en silencio, como si meditara a fondo aquellas palabras, pero finalmente tragó en seco e intentó sonreír. Con cuidado comenzó a acariciar las mejillas de su novia para tranquilizarla.
—No debes preocuparte por mí, Cami—le aseguró, confiado—. Nadie nos descubrirá, además no será por tanto tiempo esta farsa. Cuando cumplas los veintiuno...
—Ale. —Camila lo interrumpió, cada vez más nerviosa. Temía lastimarlo, pero era necesario que supiera la verdad de su boca—. Hay algo que no te he dicho. —Alejandro se apartó un poco, pero quedó en silencio. Su corazón comenzó a acelerarse—. Voy a ser nombrada muy pronto como la heredera del reino.
Alejandro no reaccionó al principio. Quedó en la misma posición, meditando aquellas palabras con cautela. Cuando por fin pudo hablar, su mirada había cambiado. Ahora sus ojos destellaban dolor e incredulidad.
—¿Me estás diciendo que vas a convertirte en reina? —dijo con tono brusco. Camila asintió, resignada—. ¿Desde cuándo lo sabes?
—Hace unos días, pero...
—¿Por qué aceptaste esto, Cami? ¿Por qué? —gruñó cada vez más alterado—. ¿Te das cuenta que esto cambia todo lo nuestro?
—Lo sé, pero no tuve otra opción. Tuve que hacerlo para poder salvar a Petter de esa responsabilidad, él realmente no era capaz de hacerlo.
—Claro, ¿y tú sí? —escupió Alejandro. Las lágrimas querían escapar de sus ojos—. ¿Acaso pensaste en lo nuestro cuando aceptaste esta locura?
Camila no respondió, comprendía cómo se sentía Alejandro, por lo que prefirió guardar silencio y esperar a que se calmara.
—Soy un idiota. —Alejandro soltó una risita afligida y secó las lágrimas que estaban comenzando a mojar sus mejillas. Camila quiso tocar su mano, pero él la apartó—. Vete, por favor.
—Perdóname, Ale—murmuró con voz queda.
—Solo vete.
La joven se levantó de la cama, resignada y salió casi corriendo de la habitación. Alejandro ahogó un gruñido. ¿Por qué ella? ¿Por qué tenía que ser Camila la heredera del reino? Se preguntaba una y otra vez. Tenía tanta rabia acumulada que terminó arrojando el cuaderno al suelo con violencia. Nuevamente la vida se empeñaba en destruirlo, pero esta vez se había metido con lo único importante que le quedaba.
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