Un don misterioso
Los días siguientes a la desaparición de Petter se habían vuelto cada vez más pesados, como si una energía oscura envolviera los pasillos de Arcadia. Los Elegidos continuaban con sus entrenamientos habituales, aunque podían notar que algo no marchaba bien. Solo Camila, Karla y Diana sabían la verdad, pero decidieron guardar silencio, pues los demás no estaban enterados de la traición de Petter, y Anise deseaba que siguieran sin saber lo ocurrido. Los magos dijeron que el Elegido estaba enfermo, excusa que solo taparía el hueco por unos días.
Camila se encontraba mucho más perturbada que sus amigas, sobre todo después de saber que Petter era su hermano. Pasaba horas pensando, sola, sin entablar conversación con nadie. Debía decidirse cuanto antes. O contactaba a su abuela materna para obtener el brazalete o continuaba de brazos cruzados esperando un milagro que no llegaría. Ahora la vida de su hermano y de su padre estaba en sus manos, por lo que no podía fallarles.
— ¡Camila! — La llamó Cornelio haciéndola salir de sus cavilaciones—. ¿Escuchaste las instrucciones que di hace un momento?
La chica negó con la cabeza. El mago entornó los ojos con desgano.
—Quiero que formen parejas y comiencen con un combate cuerpo a cuerpo implacable que no termine hasta que uno de los dos esté en el suelo jadeando, ¿entiendes?
Camila asintió y miró a sus alrededores, buscaba una pareja con quien comenzar a entrenar. Entonces alguien la tocó por detrás, sobresaltándola, era Lucas. El chico le sonrió como acostumbrada a hacer y le hizo una seña para que se colocara a su lado.
—¿Listos? — preguntó Cornelio con ímpetu, provocando que los chicos empuñaran las espadas y se pusieran en posición de ataque.
Lucas miró a Camila, cerciorándose de que estuviera lista para el combate. Camila respiró profundo y trató de alejar su mente de todas las preocupaciones que tenía.
—Comiencen— ordenó el profesor.
Camila se abalanzó sobre Lucas, pero este fue más rápido y esquivó el ataque. Ambos comenzaron a moverse por la pista de entrenamiento, mientras sus espadas se cruzaban de un modo implacable.
Lucas era ágil, pero tenía menos habilidad en el combate cuerpo a cuerpo. Camila, por su parte, había mejorado muchísimo desde que llegó a Arcadia, pero debido a todas las preocupaciones que tenía en su cabeza, no fue capaz de vencerlo con rapidez.
Un empujón la hizo tambalearse y casi perder el arma. Pudo reponerse, pero ahora estaba decidida a ganar. Concentró toda su atención en los movimientos de Lucas y comenzó a embestirlo con todas sus técnicas de combate. No pasó mucho tiempo para que pudiera desarmarlo de un modo violento, cortando levemente su brazo.
—¡Ay...!—se quejó Lucas, sorprendido.
Camila se detuvo. Observó que algunas gotas de sangre resbalaban por el brazo de su compañero y su corazón latió con fuerza.
Cornelio intervino al percatarse de la situación. Estaba furioso.
—¿Qué hiciste?— le reclamó a Camila en voz alta—. ¿Acaso no les enseñé que deben detenerse cuando desarman al contrincante?
—Fue su culpa— se quejó Camila, señalando hacia Lucas—. Bajó la espada demasiado rápido y...
—No quiero excusas, ni tampoco más accidentes— la cortó antes de que pudiera terminar de hablar—. Es mejor que comiencen a prestar atención o los pondré a entrenar horas extras— regañó a todo el grupo con efusividad—. Ahora a descansar a ver si se espabilan.
Camila tiró la espada visiblemente enojada y caminó hacia un lugar apartado, no quería estar cerca de nadie. Se sentó en el suelo, cubrió su rostro con las manos y dejó que las lágrimas fluyeran. Estaba frustrada, no por herir a Lucas sino por todo lo que sucedía en su vida. Un suspiro se escapó de sus labios, seguido de algunos sollozos. Luego sintió que alguien le tocaba las rodillas.
—¿Estás bien? —preguntó una voz conocida.
Camila se secó las lágrimas con rabia, luego levantó la mirada hacia la persona que estaba agachada frente a ella. Era Alejandro. En otras circunstancias hubiese sentido tranquilidad y alivio, pero en ese momento solo deseaba que se marchara y la dejara sola con sus problemas.
—Quiero estar sola— respondió con desgano.
Alejandro apretó los labios, pero no se movió. Miró a sus alrededores como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas.
—Estás llorando. Otra vez— recalcó la última frase con toda intención.
—Sí, gracias por notarlo.
Camila se arrepintió enseguida de haber sido tan directa al observar la expresión herida de Alejandro.
—¿Qué te ocurre? —preguntó el muchacho, nunca había visto a su amiga tan enojada—. Llevas días actuando extraño. No sonríes, no entablas conversación con nadie, no participas en las clases. Dejaste de hablarle a Noah... — hizo una pausa y su mirada se entristeció aún más—. Me esquivas siempre que intento sacarte conversación.
Camila apartó la mirada, como si temiera que Alejandro descubriera lo que ocultaba en lo más profundo de su corazón. Había estado ignorándolo todos esos días porque no tenía cabeza para pensar en otra cosa que no fuera la traición de Petter y lo que había descubierto sobre su familia.
—Dime qué pasa, Cami— insistió con tono desesperado—. Me mata verte así de mal y no poder ayudarte porque ni siquiera dejas que me acerque a ti.
—Ale...— murmuró Camila, apenada por haber provocado esos sentimientos en él.
—¿Es por lo que ocurrió en el lago?— preguntó, angustiado—. Dime la verdad, por favor.
—No es eso, Ale— negó Camila, estresada de que estuviera haciéndole tantas preguntas—. Es mucho más complicado de lo que parece y no tengo ganas de hablarlo.
Alejandro resopló, aún más contrariado que antes. Quedó en silencio unos instantes, intentando encontrar las palabras correctas.
—Ya no pareces la Camila que conocí hace unas semanas— soltó con voz apagada.
—Quizás ya no soy esa Camila.
Alejandro dejó escapar un suspiro de frustración. Luego se sentó en el suelo frente a ella, quedando en una posición más cómoda para poder conversar mejor.
—Lo eres— dijo y pasó su dedo índice por la mejilla húmeda de su amiga, allí donde relucía aún una lágrima—. Sea lo que sea que te esté pasando, no puedes dejar que te cambie.
Camila sintió que aquellas palabras estrujaron su corazón. Una sonrisa iluminó su rostro, pero nuevamente los recuerdos de los últimos días volvieron a atormentarla.
—No lo entiendes— respondió, con algo de estrés en su voz—. Estoy harta, harta de las mentiras, los secretos, las traiciones. Una guerra se avecina, mi padre está secuestrado y Petter —se detuvo, temiendo revelar demás—. Quizás no vuelva a verlo otra vez.
—Claro, ahora lo entiendo todo — respondió Alejandro de mala gana—. Es por él que estás así.
—¿Qué?
—Desde que él está enfermo no has vuelto a sonreír —continuó diciendo mientras apretaba los puños para mitigar la impotencia que sentía —. Brayan tenía razón, soy un idiota.
—¿Es en serio? —gruñó Camila, indignada—. ¿En serio vas a sacar tu rivalidad con Petter en este momento?
—Nuestra rivalidad no importa, tu amor por él sí.
Camila abrió la boca para negar aquellas palabras, pero no pudo evitar que una frase diferente escapara de su garganta.
—Sí, eres un idiota.
Alejandro dejó que una sonrisa sarcástica surcara sus labios, seguida de una mueca de decepción.
—Debiste decirme antes que también pensabas eso de mí, ¿no crees?— respondió tras dirigirle una mirada implacable. Luego se levantó del suelo.
Camila lo siguió. En el fondo no deseaba que se marchara, pero tampoco quería admitir que se había pasado al ofenderlo de esa manera.
—Ale, espera...— dijo casi sin pensarlo.
—Estoy cansado, Camila — respondió Alejandro tras señalarla con el dedo índice. Su rostro estaba colorado por la impotencia y el enojo—. Llevo días intentando acercarme a ti y solo me esquivas. No me cuentas lo que te sucede, solo me pides que me aleje y te deje sola. Quisiera ayudarte, quisiera volver a verte sonreír como antes, pero es evidente que eso no sucederá. No mientras él no esté aquí contigo.
—Ale, no es...
Camila quiso continuar hablando, pero comenzó a sentirse mareada. Su respiración se volvió inestable y tuvo que agarrar sus rodillas con las manos. Poco a poco perdió la noción del lugar en el que estaba.
—¿Camila...?— murmuró Alejandro. Luego se acercó para intentar ayudarla.
Camila lo miró entonces, pero sus pupilas parecían perdidas y sin brillo alguno. Su cuerpo seguía en Arcadia, pero su espíritu había viajado hacia Nelvreska de un modo inexplicable. Comenzó a sentir un fuerte dolor en su espalda que la hizo emitir un grito. Era como si su piel fuera desgarrada por el mismo látigo que magullaba a Petter. Podía sentir cada golpe con la misma intensidad que su hermano, por lo que sus fuerzas flaquearon y se desplomó, teniendo que ser sujetada por Alejandro, quien estaba junto a ella.
—Cami, ¿qué tienes? — le preguntaba él, desesperado, mientras colocaba su cuerpo sobre el césped y golpeaba suavemente sus mejillas.
—Petter...— murmuró ella, antes de entregarse por completo a aquella alucinación y perder el conocimiento.
Alejandro sintió que su corazón se encogía cuando escuchó el nombre Petter en los labios de Camila, pero no pudo pensar en otra cosa que en intentar despertarla. El resto de los Elegidos estaba allí, preocupados por la salud de su compañera. Cornelio se acercó para examinarla.
—¿Qué le pasó?
—No lo sé, solo se desmayó de repente—explicó Alejandro, nervioso.
Cornelio tomó la mano de la chica y pudo sentir la energía que invadía su cuerpo, aunque no fue capaz de reconocer qué era exactamente.
—¿Qué es lo que tiene? — preguntó Alejandro, cada vez más alterado, al notar el desconcierto de su maestro.
—Hay que llevarla a la enfermería cuanto antes— ordenó Cornelio.
Alejandro tomó a Camila en sus brazos y utilizó su poder para llegar en pocos segundos a la enfermería, deseando que allí pudieran descubrir lo que le sucedía. Las hadas comenzaron a examinarla, pero parecían igual de desconcertadas que Cornelio. Alejandro se quedó allí, viendo como todos intentaban analizar aquella extraña magia que se había apoderado del cuerpo de Camila, pero nadie lograba descifrar a qué se debía. Entonces llegó Corazón de la Tierra y todos le abrieron paso para que pudiera hacer su trabajo. El mago tomó la mano de Camila y estuvo un rato sujetándola con los ojos cerrados.
—¿Qué le pasa? — preguntó, estaba parado cerca de los pies de la cama, sin intenciones de marcharse de la habitación.
Antes de que Corazón de la Tierra pudiera responder, Camila abrió los ojos.
—¿Qué me sucedió?
Estaba un poco desorientada. Notó la presencia del mago y de su amigo y respiró con alivio.
—Te desmayaste— respondió Alejandro, quien ahora estaba sentado junto a ella en la cama.
Camila recordó entonces todo lo que había sentido antes de perder el conocimiento.
—¿Qué fue lo que sentiste, Camila? — indagó Corazón de la Tierra, con una mirada inquisidora.
—No estoy segura— respondió ella—. Sentí como si me estuvieran golpeando, pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en Petter. Era como si él estuviera sufriendo lo mismo que yo.
—¿De qué hablas, Camila? —preguntó Alejandro, confundido, sin comprender lo que ocurría.
—¿Lo que sentí es real? — averiguó ella dirigiéndose a Corazón de la Tierra, que continuaba callado sin querer dar ninguna respuesta. Este movió la cabeza afirmativamente—. ¿Cómo es posible?
—Tienes una especie de don antiguo que solo los descendientes de los dioses pueden tener— explicó el mago—. No tengo idea de cómo o de quién lo heredaste, pero eres capaz de sentir en tu propia piel lo que les sucede a las personas que amas o con quien tienes alguna conexión familiar o afectiva.
Alejandro quedó atónito con aquella explicación y solo pudo mirar a Camila, un poco celoso por la posibilidad de que ella sintiera algo especial por Petter.
—Eso nunca antes me había pasado.
—A veces este tipo de dones tardan en manifestarse, pero lo importante es lo útil que puede ser para nosotros—explicó Corazón de la Tierra.
—¿Entonces Petter está en peligro? —volvió a preguntar Camila, alarmada, y se sentó de golpe en la cama—. Necesitamos hacer algo. Rosman podría matarlo.
—Probablemente Rosman lo haya castigado por su traición y nada más— opinó el mago intentando tranquilizarla. Por un momento se olvidó de la presencia de Alejandro quien estaba ajeno a todo lo ocurrido con Petter—. Debemos pensar con la cabeza fría y no desesperarnos.
—No puedo pensar con la cabeza fría mientras Petter está siendo torturado— gruñó Camila, dirigiéndole una mirada inclemente a Corazón de la Tierra—. Necesito hablar con Anise cuanto antes.
—¿Alguien puede decirme qué pasa? — interrumpió Alejandro, cada vez más irritado porque nadie parecía querer explicarle lo que sucedía.
—Ale...—Camila intentó decir algo, pero Corazón de la Tierra la interrumpió.
—Iré a buscar a Anise, así se ponen al día con las novedades.
El mago se marchó de la habitación. Camila quedó sentada con las piernas cruzadas sobre la cama y Alejandro continuó a su lado, confundido por todo lo que acaba de escuchar. Estuvieron en silencio unos segundos, sin saber cómo comenzar la conversación.
—Dijiste su nombre cuando te desmayaste—soltó Alejandro de repente.
—Pude sentir su dolor— respondió Camila, afligida por aquel recuerdo. Le costaba aceptar que no podía hacer nada para ayudar a su hermano. — Fue una sensación desesperante.
—¿Tanto te importa él? — espetó Alejandro. Su voz sonó cortada, como si le costara pronunciar aquellas palabras.
Camila quedó perturbada por la pregunta. A su memoria vino la discusión que ambos habían tenido antes de que su nuevo don se activara. Enseguida comprendió los sentimientos de Alejandro, se podían notar en sus ojos cargados de decepción y tristeza.
Tenía que decirle la verdad, no podía continuar lastimándolo de esa manera.
—Ale, Petter es...
—Lo sé, no necesitas explicármelo.
El muchacho respondió con sequedad. Luego abandonó la habitación sin querer escuchar lo que ella deseaba decirle.
Camila sintió una extraña opresión en el pecho. En ese momento solo pudo lamentarse por no haber sido sincera con él desde el inicio y dejarle ver sus verdaderos sentimientos.
—Ya supe lo que te ocurrió— Alguien interrumpió sus pensamientos. Era Anise—. Espero que te sientas mejor.
—He tomado una decisión— respondió Camila tras unos segundos en silencio. Su problema con Alejandro debía esperar un poco más—. Quiero conocer a mi abuela cuanto antes. Voy a reclamar el brazalete y si es necesario, afrontaré mi deber como princesa de Volcán.
...
Camila se encontraba de pie junto a Anise en el despacho cuando la puerta se abrió y una señora mayor entró en la habitación. Enseguida pudo reconocer a la reina de Volcán, la que había visto tantas veces en televisión. En persona era mucho más impactante debido a su elegancia y su carácter solemne. Llevaba un vestido verde de seda con zapatos, cartera, guantes y sombrero a juego. Su cabello estaba teñido de castaño claro, por lo que se veía más joven de lo que realmente era. En su cuello relucía un collar de perlas que combinaba con sus aretes y también con sus espejuelos. Camila pensó que era una mujer atractiva a pesar de su edad, sobre todo por sus relucientes ojos azules y su sonrisa amable.
—Bienvenida, Majestad—saludó Anise e hizo una reverencia. Camila la imitó como pudo.
—Anise, querida— respondió la reina, mientras se acercaba para besarla en las mejillas—. Sabes que aquí en Arcadia no soy más que una antigua Elegida.
Anise correspondió el saludo con entusiasmo. Luego, Carlotta reparó en Camila y la detalló con la mirada, sin importarle parecer demasiado obvia.
—¿Quién es esta jovencita? — preguntó la mujer dirigiéndose a Anise, sin apartar su mirada de la Elegida.
Camila pudo notar que su estado de ánimo había cambiado de repente. Ahora parecía haberse acordado de algo muy triste porque sus ojos perdieron el brillo.
—Justo por eso te hice llamar. Quería que conocieras a Camila—respondió Anise.
Carlotta permaneció unos segundos en silencio, como si estuviera pensando muchas cosas a la vez. Luego aceptó la invitación de Anise para sentarse en uno de los asientos aterciopelados que estaban en el despacho.
—Camila es la hija menor de Leinad y Ernesto— comenzó a decir Anise, evaluando la reacción de Carlotta, quien frunció un poco el ceño, sin apartar la mirada de su nieta—. Sé que creías que estaba muerta, pero...
—¿Ernesto me mintió? — preguntó Carlotta, cada vez más sorprendida. Anise asintió—. ¿Cómo pudo ser capaz de...? — dijo, pero luego se detuvo como si supiera por qué él había tomado esa decisión—. Mi nieta...- murmuró con voz entrecortada.
—Yo tampoco sabía esto— confesó Camila—. Mi padre tampoco me contó la verdad sobre mi origen, ni sobre mi poder, ni absolutamente nada. Quería alejarme de todo lo que me pusiera en peligro.
—¿Tu hermano y tu madre están...? — preguntó Carlotta, albergando la esperanza de que los demás estuvieran vivos también.
—Extrañamente descubrimos que Rosman dejó vivir a Cristopher, pero lo convirtió en uno de sus siervos— respondió Anise—. Al parecer Leinad sí está muerta.
—Mi pobre hija— se lamentó Carlotta, mientras dos lágrimas se escapaban de sus ojos. Tuvo que sacar un pañuelo para secarlas—. Ella no merecía ese final.
La habitación quedó en silencio por unos segundos. Carlotta parecía seguir devastada por la muerte de su única hija, aunque por un momento miró a Camila y le sonrió. Ella le había devuelto la esperanza.
—Camila, querida— dijo, mientras le tomaba una de sus manos y la estrechaba entre las suyas—. Eres tan parecida a tu madre que cuando te vi supe que había algo de ella en ti. Es una bendición que estés viva.
—Gracias, señora— respondió Camila, un poco incómoda por el contacto.
—Soy tu abuela, aunque no me conozcas— la corrigió Carlotta con una sonrisa—. Ahora eres parte de mi familia y siempre podrás contar conmigo.
—Gracias —volvió a decir Camila—. Yo quise conocerla, en parte porque sé que mi madre le dejó encargado el brazalete de amatistas. — Carlotta abrió los ojos y se movió en la silla, con nerviosismo—. Lo estoy necesitando para poder enfrentarme a Rosman y rescatar a mi padre y a mi hermano. Ambos están secuestrados por Rosman en Nelvreska.
Carlotta quedó en silencio sin saber qué responder, un poco sorprendida porque Camila supiera el paradero de aquel objeto mágico. Anise aprovechó entonces para pedir permiso para retirarse, así ellas podrían hablar con más confianza.
—Bueno, supongo que ha llegado el momento de tocar este tema— comenzó a decir Carlotta. Camila asintió, deseando escuchar todo lo que tenía para decir—. Cuando tu madre decidió huir del palacio, tres años antes de que tú nacieras, yo la apoyé.
Camila se sorprendió de saber que Carlotta estuviera del lado de Leinad.
—Sabía que era su responsabilidad cumplir con los deberes reales hasta que heredara el trono, pero también estaba consciente de que no era feliz. Ya no amaba a Rosman. Se había enamorado de tu padre, un muchacho de campo que tu abuelo jamás aceptaría. Así que le entregué buena suma de dinero y algunas joyas para que viviera bien unos años y la ayudé a escapar la noche en que era celebrado su compromiso con Rosman.
—Nunca pensé que fueras capaz de apoyarla en algo así—opinó Camila, consternada.
—Lo hice a pesar de que sabía que las consecuencias serían devastadoras para el reino y sobre todo para Daniel, tu abuelo. Él nunca lo superó del todo porque su gran deseo era que Leinad gobernara el reino. Después de eso nos quedamos solos y sin herederos. Además, todo el pueblo hablaba sobre la desaparición de Leinad. Era una vergüenza para Daniel.
—¿Entonces mi madre y tú mantuvieron comunicación todo el tiempo? — preguntó Camila.
Carlotta asintió.
—No pude verla de nuevo, pero sí nos escribíamos de vez en cuando. Era todo un protocolo para que tu abuelo no descubriera mi participación en esa huida ni el escondite de tu madre. — Carlotta hizo una pausa y sonrió con tristeza—. Ella confió en mí para que resguardara el brazalete en caso de que ella muriera. Nunca pensé que sucedería.
—¿Ella te lo entregó?
—No —negó Carlotta, mientras secaba sus lágrimas nuevamente—. Una mañana tu padre me mandó un aviso con mi sirviente de confianza. Nos encontramos en la zona abandonada, pues así nadie podría reconocerme. Allí me dio la noticia. Me dijo que ustedes estaban muertos, que Rosman los había encontrado y que quemó la cabaña donde se encontraban. Entonces me entregó el brazalete para que yo lo resguardara hasta que apareciera un nuevo portador. Yo sabía que tú eras la nueva portadora del brazalete porque tu madre me lo dijo días antes, pero nunca pensé que hubieses sobrevivido.
—¿Entonces yo soy la nueva portadora?— Carlotta asintió—. ¿Qué significa eso exactamente?
—Significa que solo tú puedes hacer uso de los poderes del brazalete.
Camila quedó en silencio unos segundos, intentaba procesar aquella información. Con el brazalete bajo su dominio podría liderar el rescate de su familia, pero estaba segura que aquello tenía un precio y su abuela se lo hizo saber enseguida.
—En tus manos no solo se encuentra la vida de tu padre y de tu hermano, también la de todos Los Elegidos. Es una responsabilidad grande, Camila, espero te encuentres preparada para eso.
Camila asintió, a pesar de que no estaba segura de que pudiera con todo aquello. Carlotta le apretó el hombro para darle ánimos.
—El brazalete debe estar por encima de todos, no lo olvides. Debes protegerlo con tu vida.
—Haré todo lo que pueda, lo prometo.
—Tu madre me dijo una vez que tú le devolverías la paz al mundo mágico y nunca le creí, sobre todo después de imaginarte muerta, pero ahora puedo verlo— dijo la anciana con una sonrisa nostálgica—. Tú eres quien debe terminar con la maldad de Rosman. Solo tú puedes destruirlo.
Carlotta tomó su mano y entonces se percató de la sortija de fuego que decoraba el dedo anular de Camila.
—Alguna vez fui una Elegida antes de convertirme en la reina de Volcán—comentó Carlotta, sonriendo—. Yo era princesa de Somaria, por lo que tuve que hacer un gran esfuerzo para llevar ambas responsabilidades.
Camila se sorprendió, pues no tenía idea de que tuviera algún parentesco con la familia real de aquel reino tan poco conocido por ella.
—Tú también podrás hacerlo, querida, aunque debo admitir que no es nada fácil llevar el peso de una corona por más pequeña que esta sea.
—No sé si quiero convertirme en una princesa. No tengo idea de cómo vivir en la realeza ni cómo comportarme de manera adecuada. Sería un desastre. Además, mi padre...—Camila, se interrumpió, sin saber cómo explicar que no deseaba cambiar su modo de vivir ni alejarse de su padre—. No quiero separarme de él.
—Camila —le dijo Carlotta con voz dulce—. Nuestro reino necesita un heredero. Daniel no desea dejar el reino en manos de su hermano menor, es un borracho y un pésimo economista. Se iría a la quiebra en tres meses.
—Lo entiendo, pero no sé si estoy segura de querer renunciar a todo lo que conozco...
Carlotta le sonrió con ternura y volvió a apretar su mano como si comprendiera perfectamente su deseo.
—Mi mayor ambición es poder disfrutar de mis nietos, aunque eso signifique tenerlos lejos— dijo, con lágrimas en los ojos y luego le concedió un fuerte abrazo que duró algunos segundos—. Dejaré que tomes la mejor decisión y te apoyaré como hice con tu madre.
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