La sortija de fuego I
—Sabemos que la quinta amatista representa el poder de Aerys, la primera portadora del fuego, dado que fue ella quien entregó la amatista número cinco a Leah— repasó Petter mientras leía sus anotaciones.
Ambos Elegidos estaban reunidos en la biblioteca, aprovechando que todavía no tocaba la campana que marcaba el inicio de los entrenamientos. Llevaban cinco días investigando el libro en los horarios libres, pero continuaban sin descubrir que quiso revelar Leinad con aquella señal mágica.
—Claramente este dato representa al quinto poder creado: el fuego— opinó Camila—, pero tiene que haber algo más.
—Esta investigación parece no llevarnos a ningún lado— resopló Petter y cerró el libro de golpe—. No hay ninguna otra pista en este libro.
—¿Qué más sabemos de Aerys? — preguntó Camila tras estirarse un poco para relajar sus músculos adormecidos.
—Primera portadora del poder del fuego, creadora de la daga mortal junto a Ralph, traicionó a la diosa Leah...
Petter se quedó en silencio e intentó recordar algún otro detalle relevante.
—Nada de eso nos sirve. Necesitamos ayuda— resopló Camila con voz desanimada.
—Tenemos que tener cuidado de en quién confiamos— opinó Petter intencionalmente. No le convenía que los demás Elegidos supieran aquella información y mucho menos alguno de los magos.
Camila se quedó en silencio por unos segundos. Debía tomar una decisión cuanto antes. Su padre le había advertido que no confiara en nadie, pero ella se encontraba en un laberinto sin salida. Ni siquiera con la ayuda de Petter era capaz de resolver aquel misterio. Entonces recordó que había una persona confiable y de gran inteligencia que seguramente podría descubrir lo que a ellos tanto les costaba.
—Noah— soltó de repente—. Solo él puede ayudarnos.
—No sé si sea buena idea—opinó Petter, un poco nervioso, le preocupaba que sus planes pudieran arruinarse y su madre terminara pagando los platos rotos.
—Noah jamás traicionaría a los Elegidos, de eso estoy segura. Emilio dio su vida por nosotros y Noah jamás podrá ponerse del lado de quienes lo mataron.
—En eso tienes razón— reconoció Petter sin saber qué más decir.
—Podemos contárselo más tarde, después del entrenamiento.
—No le digas que yo lo sé, por favor— le pidió el muchacho.
Camila asintió, aunque no comprendía las razones de aquella petición.
...
La campana sonó y Camila se dirigió hacia su habitación. Quería llegar antes que sus compañeras sospecharan de su ausencia. Al entrar se encontró a Karla sentada sobre su cama con las piernas cruzadas, el cabello despeinado y los ojos entrecerrados. La chica le dedicó una mirada somnolienta y comenzó a estirarse.
—¿Dónde andabas? Pensé que habías dicho que odiabas madrugar.
—No tenía sueño— mintió Camila, mientras caminaba hacia su armario para buscar su ropa de entrenamiento. Tendrían clase con Cornelio en una hora.
—Últimamente estás muy misteriosa— insistió Karla con una sonrisa pícara—. No me digas que te andas viendo con alguien.
—Claro que no. ¿De dónde sacas eso?
Karla soltó una carcajada al ver la cara de ofendida que había puesto Camila. Entonces se puso de pie, lista para darse un baño y así reponer fuerzas, pero antes decidió molestar un poco más a su amiga.
—Pensé que te estabas viendo con Alejandro.
Camila se ruborizó ante aquella posibilidad. En su rostro se dibujó una tímida sonrisa que enseguida intentó disimular, pero que Karla había logrado percibir.
—No sé de dónde te inventas esas novelas. Creo que deberías dejar de leer esos libros que te presta Diana Valentina.
Karla entornó los ojos de forma juguetona y se preparó para volver a atacar, pero justo en ese momento escucharon un grito que hizo que ambas se sobresaltaran.
—¡José Ignacio!
Karla y Camila miraron en la dirección de dónde provenía el sonido. Se trataba de su compañera de cuarto Diana Valentina que al parecer estaba soñando. Se había sentado en la cama de golpe, pero continuaba dormida. Llevaba una máscara de dormir en su rostro, esto hacía que la escena fuera mucho más divertida. Sus cabellos rizados estaban alborotados como los de una peluca mal peinada.
—Mi amado José Ignacio— murmuró con voz casi inaudible. Luego cayó nuevamente sobre la cama y comenzó a roncar.
Karla y Camila se rieron por lo bajo para no despertarla.
—¿Quién es José Ignacio? —preguntó Camila, todavía riéndose.
—Uno de los personajes de sus novelas— respondió Karla, colorada por la risa—. Diana es capaz de enamorarse hasta de una planta. Hay que conseguirle un novio.
—Ahora resulta que quieres tener el poder del amor para andar creando parejas según tu criterio— resopló Camila con una sonrisa burlona, mientras comenzaba a vestirse para irse al comedor.
—Me encantaría, al menos así no tendré que ver cómo la gente se gusta, pero no terminan de aceptarlo.
Camila le dirigió una mirada asesina a su amiga. A veces Karla podía ser muy insistente, pero en aquel momento no tenía tiempo para pensar en sus suposiciones. Por esa razón se quedó callada mientras terminaba de colocarse la ropa.
—Vamos Cami, no seas tonta. Acepta lo que te pasa con Alejandro.
—No me pasa nada con él— zanjó Camila, un poco fastidiada de aquel tema.
—¿Me vas a decir que no has notado que Alejandro se muere por ti?
—No tengo tiempo para pensar en eso, Karla— respondió Camila—. Mi padre está secuestrado por el asesino de mi madre. ¿Qué pasa si nunca más lo vuelvo a ver?
—No digas tonterías. —Karla hizo un gesto con la mano para que alejara aquellos pensamientos de su mente—. No estoy gastando todas estas energías entrenando para que Rosman gane. Le vamos a patear el trasero muy pronto.
Camila soltó una carcajada y secó una pequeña lagrimita que se había escapado de sus ojos. Karla le dedicó una sonrisa conciliadora.
—Ahora ponte linda que tu galán debe estar esperándote como siempre, fingiendo que se encuentran por casualidad en el pasillo.
Karla le guiñó un ojo y le echó un vistazo al reloj de la pared, faltaba poco para comenzar el entrenamiento y aún no desayunaba. Caminó hacia dónde estaba Diana y la sacudió con violencia.
—Vamos, vamos, a despertar que José Ignacio te espera.
Diana se sentó de golpe y se quitó la máscara. Su rostro asustado era tan gracioso que las otras dos chicas no tardaron en echarse a reír nuevamente.
—Estaba soñando con José Ignacio—se lamentó la Elegida.
—Y yo con Cornelio. Sueño con él todas las noches gracias a sus agotadores entrenamientos— respondió Karla con una sonrisa y por consiguiente se encerró en el baño.
Diana se dejó caer sobre la cama, lamentándose porque le habían interrumpido su plácido sueño.
Camila, por su parte, salió de la habitación todavía sonriendo. Por primera vez tenía amigos, cosa que siempre le costó mucho debido a su carácter poco sociable. Nunca fue capaz de entablar una verdadera amistad con nadie, por lo que pasaba su tiempo libre en soledad, rodeada de libros. Después de convertirse en una Elegida, toda su vida había cambiado casi por completo, ahora tenía personas con quien compartir sus emociones y sus inquietudes. Pensó en Karla, con su extrovertida personalidad, siempre haciéndola reír. En Diana que se la pasaba regalando mensajes de motivación y romanticismo para intentar animarlas en el peor momento. En Petter que parecía estar dispuesto a seguirla hasta el fin del mundo. En Noah a quién consideraba casi un hermano, no solo por haberla salvado aquella vez, sino por su forma de ser adorable y cariñosa.
Alejandro, por otro lado, la hacía sentir confundida. Lo consideraba su amigo, pero al mismo tiempo era más que eso. Ella no se había puesto a analizarlo hasta aquel instante, pero quizás Karla tenía razón. Camila disfrutaba tanto de su compañía que deseaba que llegara el momento de que se volvieran a encontrar, aunque fuera por algunos segundos mientras caminaban por los pasillos del sector.
—Cami.
Su respiración se detuvo de golpe. Era la voz de Alejandro. El joven se hallaba parado frente a ella. Iba vestido con la ropa del entrenamiento. Su cabello se encontraba un poco mojado, al parecer acababa de salir de la ducha. Nuevamente se veía nervioso y Camila pudo notarlo porque frotaba sus dedos con inquietud.
—Hola Ale—lo saludó—. ¿Qué haces?
—Nada, solo iba al comedor. — Ambos se quedaron en silencio unos segundos sin saber qué decir—. ¿Quieres que vayamos juntos?
—Claro— asintió Camila y se fueron caminando, uno al lado del otro.
Al principio no hablaron demasiado. Iban callados, lidiando solo con las pulsaciones de sus desbocados corazones, pero finalmente Camila decidió romper el silencio.
—Pronto tendremos el examen de entrenamiento armado. Me preocupa no estar del todo lista.
—No debes preocuparte. Lo haces muy bien. Además, no pasará nada si fallas.
Alejandro intentaba animarla, aunque sabía que su preocupación era válida. Todos estaban esforzándose al máximo para no defraudar a los maestros y poder enfrentar los peligros que se avecinaban.
—Mi padre está secuestrado y yo me juré a mí misma que no iba a dejar que nada le pasara. Tarde o temprano tendré que enfrentarme a Rosman, por eso no puedo fallar— sentenció Camila, con voz seria.
Alejandro se detuvo para poder mirarla directamente a los ojos. Ambos quedaron uno frente al otro.
—Sabes que no estás sola. Te dije que estaría contigo y lo haré hasta el final de esto. La guerra la ganaremos los Elegidos.
Los ojos de Camila se pusieron llorosos, como si hubiese recordado algo muy triste. Aquellas palabras la hicieron sentir protegida y reconfortada a la vez.
—Gracias, Ale, pero...—bajó la cabeza. Toda la preocupación de aquellos días comenzaba a reflejarse en sus ojos cristalizados por las lágrimas—. Tengo miedo de que algo le pase a mi padre y yo no pueda hacer nada para impedirlo. No quiero perderlo a él también.
—Hey...—exclamó Alejandro conmovido por aquellas palabras. Luego acarició con su pulgar la mejilla colorada de Camila—. Todo estará bien. Rescataremos a tu padre.
Camila no evitó el contacto, a pesar de que sentía que su corazón le latía frenético dentro del pecho. En ese momento supo, que estaba comenzando a enamorarse de Alejandro.
Las miradas de ambos jóvenes se unieron por unos instantes hasta que fueron interrumpidos por Lucas. El muchacho se acercó tarareando una canción que denotaba que se había levantado con muy buen humor. Ambos chicos se separaron, nerviosos.
—Hola tortolitos— saludó con una sonrisa. Luego se concentró en Alejandro y pareció recordar algo importante—. Justo te estaba buscando.
—¿Qué pasó ahora? —preguntó Alejandro, un poco enojado por aquella interrupción repentina.
—Necesitaba pedirte algo.
Lucas tartamudeó un poco, al parecer estaba dudando de lo que iba a decir.
—Si es sobre mi hermana te digo de antemano que es un no.
Alejandro intentó seguir avanzando, pero Lucas se interpuso en su camino, tapándole el paso con su cuerpo. No iba a darse por vencido tan fácilmente.
—Vamos Ale, solo te pido que me permitas salir con ella.
—Marian es una niña todavía, Lucas. Además, apenas se conocen— se negó Alejandro e intentó esquivar al muchacho, pero Lucas continuaba bloqueándole el paso.
—Tiene la edad de Camila.
—¿Eso que tiene que ver?— preguntó Alejandro. Estaba comenzando a desesperase.
—¡No puedes impedir que nos amemos!— exclamó Lucas con la voz más dramática que pudo emitir.
Alejandro soltó una carcajada sin poder evitarlo. Marian y Lucas apenas llevaban algunos días teniendo encuentros ocasionales en el patio del sector o en la enfermería, donde ella pasaba horas ayudando a las hadas con sus brebajes. No se conocían lo suficiente, aunque era obvio que se gustaban. Alejandro se alegraba de ver a su hermana feliz y de que la tristeza que antes llevaba comenzara a esfumarse, pero no estaba preparado para que aquello se volviera más serio.
—No seas ridículo Lucas, tú no amas a mi hermana. Ustedes casi ni se conocen.
—¿Qué sabes? ¿Acaso tú no amas a Camila?
Alejandro se puso rojo de la vergüenza por lo que le dirigió una mirada enojada al otro chico.
—Te doy cinco segundos para que corras porque si te atrapo haré sonar tus miserables huesos. —Lucas lo miró con una sonrisa, pero al ver que estaba hablando en serio dio un paso atrás—. Ya pasaron dos segundos.
Lucas se marchó entonces. Sabía que no debía provocar demasiado al muchacho o podría ganarse una paliza. Alejandro resopló cuando estuvo solo con Camila y se pasó las manos por el pelo, como si así se liberara de aquel mal rato.
—¿Por qué no quieres que Lucas y Marian salgan? —preguntó Camila.
—No lo sé, creo que he estado muy acostumbrado a que mi hermana sea mi prioridad y mi responsabilidad. No quisiera relegar esa responsabilidad en nadie más.
—Ese momento va a llegar y creo que Lucas es el más indicado.
Camila estaba sonriendo con ternura al imaginarse a aquellos dos juntos como pareja.
—Lucas es un idiota, pero al menos sé que no dañaría ni a una mosca.
Ambos soltaron una carcajada y siguieron caminando por el pasillo del sector. Tras un breve silencio, Camila se atrevió a preguntar.
—¿Qué quiso decir Lucas con eso de que tú...?
—No le hagas caso—interrumpió Alejandro, nervioso y con el corazón latiendo a toda velocidad. No supo por qué mintió, quizás por el temor de que sus sentimientos no fueran correspondidos—. Son tonterías de Lucas, ya sabes como es.
Camila intentó sonreir, pero una extraña tristeza se apoderó de su espíritu. Pensaba que Alejandro sentía algo por ella, pero al recibir aquella respuesta tan tajante sus esperanzas se desvanecieron. Quizás Karla se equivocaba después de todo.
...
Los Elegidos llegaron a su primera clase: entrenamiento armado. Cornelio los esperaba listo para comenzar. Enseguida les comunicó cómo sería la dinámica del día. Debían unirse en parejas para enfrentarse en un duelo.
Karla se acercó a Camila, nerviosa, sabía que pelear no era su fuerte y solo con ella sería capaz de disimular su debilidad y su miedo al combate. En aquellos días de entrenamiento no había podido mejorar su rendimiento a pesar de sus esfuerzos por aprender a la misma velocidad que sus compañeros. Era la peor que iba en las técnicas del combate cuerpo a cuerpo y Cornelio lo sabía bien, por eso decidía ponerla a prueba cada vez que tenía la oportunidad.
—Ustedes dos, al frente— les ordenó con voz severa y las chicas tuvieron que obedecer.
Ambas estaban una frente a la otra, listas para comenzar. Karla fue la primera en atacar, pero su golpe no fue lo suficientemente certero, por lo que Camila pudo pararlo y empujarla hacia atrás usando toda la fuerza de sus brazos. La otra chica se tambaleó tras la embestida, pero logró estabilizarse y volvió a atacar. Aunque Camila le estaba dando ventaja, pues solo se defendía, ella no lograba intensificar sus ataques, era lenta y frágil.
Cornelio detuvo el combate con un gruñido de enojo.
—No estás dando tu mejor esfuerzo, Camila, y de esa manera tu amiga nunca podrá defenderse ni siquiera de un niño de tres años. — Karla comenzó a ponerse roja por la vergüenza—. Petter, ven tú.
Petter era el mejor espadachín del grupo y había mejorado mucho en aquel tiempo, por lo que comenzaba a convertirse en un guerrero imparable. Hasta Cornelio lo había aplaudido en una ocasión, cosa difícil de lograr.
El chico dio un paso al frente, tomando así el lugar de Camila. Empuñaba una de sus espadas con suficiencia, listo para atacar cuando le dieran la orden. Ambos se miraron por algunos segundos. Los ojos verdes de Petter estaban impasibles como siempre, sin ninguna pizca de miedo o debilidad. Karla, por otro lado, sudaba por los nervios, no deseaba hacer el ridículo nuevamente.
—Comiencen— ordenó Cornelio, mientras se movía hacia un lado, para darles espacio.
Petter no dudó en atacar con toda la fuerza a la que estaba acostumbrado y sin preocuparse por hacer caer a su contrincante. Karla se apartó, temiendo lo obvio, por lo que el chico tuvo que detenerse y comenzar a perseguirla por la pista de entrenamiento para intentar tocar su espada, pero ella seguía esquivándolo.
—No huyas, Karla— le ordenó el mago con voz severa—. Debes parar los ataques con tu espada.
Karla decidió utilizar todos los conocimientos teóricos que había aprendido para intentar frenar los ataques de Petter. Entonces se detuvo de repente y esperó el golpe de su contrincante. El joven chocó su espada contra la de ella, haciendo que ambas hojas sonaran, pero ella pudo resistir el impacto sin caer. Ambos quedaron con los rostros muy juntos por algunos segundos, mirándose a los ojos.
Petter se desconcentró: Karla estaba sonriendo, como si acabara de descubrir algo muy gracioso en su rostro. La joven aprovechó su distracción para clavarle la rodilla en la entrepierna. El chico pudo apartarse a tiempo, por lo que el golpe no llegó a su zona íntima, pero si le causó una punzada de dolor en uno de sus muslos.
—Maldita— murmuró él en voz baja.
Se abalanzó sobre ella, lanzando varios ataques que tenían la intención de desarmarla. La joven solo pudo parar el primero, pero Petter utilizó su fuerza para empujarla hacia atrás. Ella cayó al suelo, pero no dejó de frenar el segundo ataque desde allí, para luego aprovechar que Petter se había detenido, creyéndola derrotada, y levantarse de un salto.
Las espadas se volvieron a juntar, pero esta vez Petter tenía la intención de liquidarla, por lo que le proporcionó un certero golpe que le hizo perder la espada. Karla antepuso su brazo inconscientemente para evitar la segunda embestida de Petter, por lo que terminó recibiendo toda la fuerza del ataque en él. Cayó de espaldas nuevamente, pero esta vez tenía una herida bastante profunda en su brazo derecho.
Petter se detuvo, conmocionado, sin saber qué hacer exactamente. Cornelio llegó corriendo, listo para asistirla. Los Elegidos también se acercaron, preocupados.
—¿No viste que perdió el arma? —Cornelio regañó a Petter con severidad—. Debiste detenerte.
Petter no respondió, continuaba parado con su espada en la mano, sin saber por qué su brazo temblaba sin control. Las imágenes de la muerte de Aylen comenzaron a invadir su mente, reviviendo así aquellos traumáticos acontecimientos. Observó cómo Karla se agarraba el brazo con visible dolor y la sangre comenzaba a manchar su traje y el suelo.
Petter no pudo seguir mirando y se apartó, alejándose del grupo. Se sentó en uno de los bancos que estaba en el salón y comenzó a observar sus manos, las cuales continuaban temblando. En ese momento se dio cuenta que tenía terror de volver a lastimar a otra persona.
Cuando el susto del momento hubo pasado, Camila buscó a Petter con la mirada y lo encontró sentado en uno de los bancos del salón. Se veía preocupado, como si acabara de cometer el peor de los delitos. Se colocó a su lado, tomándolo de sorpresa. Ella notó que sus manos temblaban sin control al igual que sus labios.
—¿Estás bien? —preguntó la chica, preocupada por su estado. Petter asintió, sin saber qué responder—. Karla estará bien.
—Lo sé—asintió y soltó un resoplido para intentar calmarse.
Camila le apretó el brazo. Era como si supiera que Petter llevaba un dolor oculto en su interior que no sabía cómo superar y que necesitaba ayuda. El chico se estremeció ante el contacto, un poco por incomodidad y otro poco por sorpresa. Tuvo que sonreír para que ella no sospechara cómo se sentía realmente.
Cornelio trasladó a Karla a la enfermería para que las hadas cosieran su herida y la vendaran. Los Elegidos tuvieron entonces una hora libre para descansar y esperar la próxima clase.
...
Alejandro se dirigió hacia su habitación. Se lanzó sobre la cama violentamente y cerró los ojos. Estaba confundido. Una hora antes había tenido un bonito momento junto a Camila, donde ella se sinceró y dejó escapar sus inseguridades. En ese instante sus ilusiones parecían poder hacerse realidad, aunque tenía terror de equivocarse y que sus sentimientos no fueran correspondidos. Pero viéndola tan preocupada por Petter, sus esperanzas se desvanecieron. No se sentía capaz de competir con él.
Ya había notado algo extraño desde antes. Los llevaban días hablando en los recesos, cuchicheando, como si fueran grandes amigos o cómplices. Petter solo parecía estar interesado en Camila porque no se relacionaba con nadie más. Estaba seguro que por lo menos él gustaba de ella, cosa que le hacía sentir celos.
Noah entró en la habitación y cerró la puerta de golpe. Luego se dejó caer sobre su cama.
— ¿Cómo sigue Karla? —preguntó Alejandro.
—Está bien— respondió Noah tras un bostezo—. Con los ungüentos de las hadas seguramente no le quedará ninguna cicatriz.
—Me alegra—respondió Alejandro, con desgano.
—Realmente Cornelio no debió ponerla a pelear con Petter. Él está mucho más avanzado. Era obvio que resultaría mal—opinó Noah. Estaba acostado en su cama con los brazos cruzados detrás de su cabeza.
—Ese idiota— soltó Alejandro casi sin pensarlo—. No tiene una pizca de tacto. ¿Acaso no se dio cuenta de que Karla es una mujer? Debió medir su fuerza.
El chico estaba visiblemente alterado y sus palabras tenían un dejo despectivo. Noah lo miró de reojo.
—Lo odias ¿verdad? — inquirió. Sospechaba la razón de aquel enojo repentino. Luego se sentó en la cama para observar la reacción de su amigo. Él continuaba en la misma posición, pero esta vez lo estaba fulminando con la mirada.
—No lo odio— zanjó Alejandro e intentó disimilar su incomodidad—. Solo me cae mal.
—¿Y por qué será eso? —preguntó Noah con sarcasmo. Alejandro lo volvió a atravesar con la mirada.
—No es por lo que crees. Simplemente es un tipo arrogante y misterioso. No me da buena espina.
—Umm—exclamó Noah, meditando más a fondo las palabras de Alejandro.
Petter era muy extraño para todos. Nadie conocía sobre su familia, sobre su pasado, ni siquiera sabían su apellido. Por su acento se notaba que se había criado en Nelvreska, pero sus rasgos no eran típicos de las personas de esa región. Sí, Alejandro tenía razón, era una persona misteriosa.
—A mí tampoco me cae del todo bien, pero viste como peleó en mi casa. Hizo lo que un Elegido debe hacer. Fue muy valiente. — Alejandro no respondió. Sabía que Noah tenía razón, pero no pensaba admitirlo—. Creo que tu problema es Camila.
Aquel nombre hizo que Alejandro se estremeciera un poco. Le costaba admitir sus sentimientos delante de los demás, por lo que intentó parecer impasible.
—¿De qué hablas?
—Vi cómo los mirabas hoy cuando conversaban.
Alejandro se sentó de golpe ante aquellas palabras, no pudo evitar dirigirle una mirada enfadada a su amigo.
—¿Me estás espiando, Noah?
—No, pero tengo el poder de la inteligencia ¿recuerdas?
—Creo que tu poder es más bien el chisme— opinó Alejandro con fastidio. Luego desvío la mirada para disimular su incomodidad ante aquel tema.
Noah soltó una carcajada.
—Vamos, Ale, no seas tonto. Es obvio que te mueres por Camila. No dejas de mirarla.
Las mejillas de Alejandro se tornaron carmesí. Sin poder negar lo evidente se lanzó hacia atrás en la cama, volviendo a quedar recostado sobre su almohada. No sabía qué iba a responderle. Noah no era tonto y no había cómo engañarlo.
—No importa lo que siento— dijo por fin, su voz sonó apagada, como si estuviera devastado—. Ella nunca se fijará en mí.
—¿Por qué lo dices? — lo interrogó Noah, sin comprender aquellas palabras.
—¿No es obvio? — respondió volviendo a sentarse en la cama para encontrarse a la misma altura de su amigo—. A ella le gusta Petter, es evidente. Pasan mucho tiempo juntos. Además, Camila se preocupa por él. Hoy lo dejó claro.
—También se preocupa por ti— respondió Noah con cierta tristeza en su voz. No estaba tan seguro de que su amigo tuviera razón.
—No tanto— negó con la cabeza—. Además, Petter es...—Hizo una pausa para pensar mejor sus palabras— mucho más interesante. Es un chico inteligente, calculador, más maduro y pelea como un guerrero. No puede compararse conmigo.
Alejandro bajó la cabeza, avergonzado. Noah no podía creer lo que escuchaba. Era obvio que Alejandro tenía un grave problema de autoestima.
—¿Qué dices? — se indignó—. Eres una buena persona y también eres valiente. No seas tan duro contigo mismo.
Alejandro suspiró. Noah se sentó a su lado, para intentar que sus palabras tuvieran un mejor efecto en su amigo.
—Mi poder de la inteligencia me permite notar pequeños detalles casi imperceptibles al ojo humano. — Alejandro no entendía a qué se refería, pero siguió escuchando sin interrumpir—. Cuando Alina te golpeó con su bastón Camila se sobresaltó, estaba preocupada por ti. — Los ojos de Alejandro se abrieron con visible asombro—. Es obvio que estaba preocupada de que te pasara algo y además se puso celosa.
—¿Qué? — exclamó sin poder creerlo.
—Estoy seguro, aunque ella no dijo nada, pero puso la misma cara que tú hoy.
Alejandro no pudo evitar sonreír, pero después sus inseguridades volvieron a hacerlo dudar. Noah estaba decidido a hacerlo cambiar de opinión por lo que siguió insistiendo.
—Nunca sabrás lo que ella siente si no se lo preguntas. Debes decirle lo que tú sientes. Creo que ese es el primer paso.
—Claro que no. No voy a ponerla en esa situación. — Alejandro estaba negado a esa idea—. No quiero que se termine nuestra amistad por mi estupidez.
—Debes arriesgarte.
Alejandro quedó en silencio unos segundos. Sus sentimientos por Camila eran cada vez más fuertes, pero no estaba dispuesto a arruinar su amistad. Si Noah se equivocaba y ella no sentía lo mismo, la perdería para siempre.
—No, no puedo— se levantó de golpe y caminó hacia el centro de la habitación.
—No seas terco— resopló Noah y se levantó también—. ¿Por qué no la invitas a salir? Quizás así las cosas fluyan solas.
—¿Te parece? —preguntó Alejandro, un poco más tranquilo—. ¿Crees que acepte?
—Estoy seguro— Noah sonrió y le dio una palmadita en el hombro para animarlo.
Alejandro le agradeció con la mirada, luego se dejó caer sobre la cama nuevamente. Necesitaba meditar cómo llevaría a cabo el consejo de su amigo sin que se le notaran todas aquellas inseguridades que atormentaban su existencia. Noah lo observó, un poco preocupado por lo que fuera a suceder a continuación. Camila y Alejandro eran dos personas importantes, a quienes deseaba toda la felicidad del mundo, aun si eso le costaba tener que silenciar sus propios sentimientos.
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