La batalla final III

Los dos grupos de Elegidos se encontraron antes de llegar al salón de reuniones en un patio interior que tenía el palacio. Camila sintió que su corazón palpitaba mucho más veloz cuando se encontró con el rostro de su padre. Ambos se abrazaron entre lágrimas.

—No sabes cuánto sufrí estas últimas horas, mi niña— suspiró Ernesto, mientras le acariciaba el cabello, sin poder soltarla—. Pensé que te perdería...

—Yo también, papá— respondió Camila entre lágrimas, apretándolo con fuerza—. Quiero irme a casa.

Ernesto la soltó y pudo detallar con más tranquilidad sus facciones. Había cambiado tanto en aquellos meses, ahora se veía mucho más adulta y madura. Entonces miró a su alrededor y se percató de que su otro hijo no estaba en el grupo.

—¿Dónde está Cristopher?

Todos negaron con la cabeza sin saber qué responder. Justo en ese momento un grupo de guardias comenzó a invadir el patio, armados hasta los dientes y con el rostro difuminado por la magia negra de Rosman. Los Elegidos empuñaron sus espadas y comenzaron a enfrentarlos, tal y como habían aprendido en las clases de entrenamiento armado.

Alejandro utilizaba sus cuerdas para atraparlos y que luego Camila pudiera apuñalarlos. Diana era más hábil con su pistola de poder por lo que se mantenía oculta junto a Lucas y a Jane, de este modo apoyaban a los demás. Brayan, con su fuerza, de un solo puñetazo era capaz de desmayar a dos soldados, a pesar de que tenía los dedos rotos. Ernesto era diestro con la espada, luchaba junto a Noah, Alejandro y Camila en el frente, impidiendo que los siervos pudieran avanzar.

Diana, Lucas, Jane y la Elegida nueva se encontraban detrás de una pared, la que usaban como escudo para evitar los ataques de los siervos. Diana recibió un corte en el brazo. Debido a esto, tuvo que parar para tomar aire, pues la sangre le causaba mareos y nauseas. Jane rompió su blusa y comenzó a vendarle el brazo cómo pudo para frenar la hemorragia.

—Me duele...—gimoteó Diana entre lágrimas—. No quiero morir— chilló agarrando con fuerza el brazo de Jane.

—Cierra la boca, niña tonta— la regañó Jane y se desprendió de su agarre—. Es una herida superficial.

—¿Dónde se habrá metido esa tal Giselle? — se quejó Lucas tras dispararle a un siervo con su pistola y hacerlo caer herido—. No vamos a aguantar esto mucho más.

—Petter y Karla tampoco están. Esto es muy raro.

Jane volvía a concentrarse en defender a los demás usando tanto su poder como su pistola.

—Y para colmo nos dejaron a esta inútil aquí— dijo refiriéndose a Leonarda, la Elegida nueva, que estaba temblando en un rincón, sin poder ayudar.

Cada vez el número de siervos se multiplicaba, por lo que Alejandro terminó en el suelo, sangrando por la herida que le habían hecho el día anterior. Camila y Ernesto tuvieron que defenderlo desde su posición, pero enseguida fueron interceptados por otro grupo de siervos. Estaban rodeados, tuvieron que rendirse y dejar que los guardias los desarmaran. Jane, Diana, Lucas y Leonarda fueron sacados de su refugio improvisado con violencia y dejados en el centro del lugar.

—Se acabó la fiesta, Elegidos.

Una voz resonó desde la entrada del patio. Era Rosman. El rey se acercó a los jóvenes como si quisiera examinarlos con más detalle.

—Pensaron que era tan fácil burlar la seguridad de este palacio y enfrentarse a mí— bramó con evidente enojo, logrando que Los Elegidos se estremecieran—. Ahora conocerán mi verdadero poder.

Los guardias obligaron a Los Elegidos a caminar entre empujones y amenazas. Ellos no se resistieron, en el fondo estaban muy asustados, en especial Camila, que temía volver a la Cámara de Hielo o que sus amigos terminaran heridos.

Rosman los condujo hacia un salón que a simple vista parecía un teatro convencional, pero en cuanto lo observaron con más detenimiento comenzaron a comprender que no servía ni para ver una ópera ni mucho menos un ballet. El sitio era redondo, por lo que desde cualquier punto de la sala se podía observar lo mismo. No poseía un escenario, en su lugar tenía un espacio bastante grande vacío, similar al de las arenas que se usaban para luchar en la antigüedad.

Desde la parte baja se veían los palcos, pero estos no consistían en asientos comunes, sino en cabinas cerradas con puertas de cristal. Cada espectador tenía su propio lugar privado para disfrutar del evento.

Camila quedó maravillada con la decoración. Las cortinas de terciopelo, los adornos bañados de oro y la lámpara gigante en el techo con forma de araña le daban un toque distinguido al lugar muy al estilo de Rosman.

Los Elegidos fueron colocados en las pequeñas cabinas de cristal que estaban diseñadas para observar el espectáculo desde arriba. Cada uno de los jóvenes tenía un lugar especial en el show que Rosman tenía planeado. Camila fue la única que fue separada de sus compañeros y llevada al centro del lugar, donde él la esperaba con una sonrisa.

—Bienvenida a mi teatro, aunque me gusta llamarlo el salón de las súplicas. — Rosman hizo un gesto con su mano para que Camila observara los palcos donde estaban sus amigos—. Es que todos mis invitados siempre terminan suplicando.

Camila observó con pesar el rostro de cada uno de sus compañeros, en especial el de Alejandro que parecía querer atravesar el cristal que los separaba y abalanzarse sobre Rosman. Pudo sentir su desesperación tan solo de mirarlo.

—¿Qué es todo esto? — preguntó Camila y le dirigió una mirada de desprecio a Rosman.

—Hoy jugarás a mi juego favorito.

Camila tragó en seco con nerviosismo. Ahora sus ojos se encontraban con los de su padre que estaba igual de preocupado que Alejandro.

—Nos batiremos en un duelo a muerte, limpiamente y sin trampas. Si gano me quedaré con el brazalete y con tu vida, por supuesto.

Camila pareció estremecerse ante aquella posibilidad.

—Pero si pierdo podrás marcharte, sana y salva con el brazalete. ¿Qué dices? ¿No te parece un trato justo?

—¿Qué pasará con los demás? — preguntó Camila.

—¿Ellos? —se burló Rosman tras dirigirles una mirada de desprecio a los otros Elegidos—. Digamos que si quieres que se salven tendrás que morir.

Camila no comprendió del todo sus palabras, pero Rosman no pensaba perder tiempo en explicaciones. Tras un gesto para que le entregara la sortija de fuego, Camila terminó depositando la joya sobre la palma de la mano del rey. Este la guardó en su bolsillo con una sonrisa triunfadora en el rostro.

La Elegida sabía que estaba totalmente indefensa ante el poder de Rosman, por lo que sería cuestión de tiempo para que él la derrotara. Respiró profundo varias veces e intentó mantenerse tranquila, aunque en el fondo estaba aterrada.

—¿Tienes miedo? — preguntó Rosman tras una risotada irónica. Camila salió entonces de sus cavilaciones y se concentró en la batalla que estaba por comenzar—. Supongo que en Arcadia debieron prepararte para este momento, ¿verdad?

La Elegida apretó los puños con enojo e hizo que su fuego comenzara a aflorar por cada centímetro de su piel. Luego extendió los brazos y le lanzó una bola de poder a Rosman. Ella esperaba que él esquivara el ataque, pero para su sorpresa, Rosman no hizo ni el más mínimo esfuerzo por protegerse.

El impacto lo sacudió un poco y provocó que la tela de su traje se ahuecara, dejando al descubierto la piel enrojecida por el fuego. Rosman apenas hizo un gesto de dolor, en cambio, fueron Los Elegidos quienes soltaron un quejido. Camila miró hacia arriba y se encontró con algo aterrador, sus amigos estaban también magullados en el mismo lugar que Rosman.

—¿Qué es...? —exclamó Camila, sin dejar de observar los rostros aterrorizados de sus compañeros.

—Mientras tus amigos estén en esas cabinas estarán conectados físicamente a mí.

Camila sintió que su corazón comenzaba a palpitar desbocado en su pecho. ¿Cómo saldría de aquel problema sin hacerle daño a sus compañeros?

—Debes tomar una importante decisión, Camila— le dijo Rosman con una sonrisa macabra en los labios—. ¿Qué piensas hacer? ¿Te vas a salvar tú o los salvarás a ellos?

Camila sabía que no era tan fácil como dejarse asesinar. Nada le garantizaba que Rosman fuera a liberar a sus amigos después, sobre todo porque sus poderes también eran codiciados por él. Así que tenía muy pocas opciones.

Entonces se percató de un detalle importante, Karla y Petter no estaban allí. ¿Estarían intentando ayudarla o se hallaban en peligro? Esperaba que ellos fueran la solución que tanto estaba necesitando.

—¿Quieres continuar o prefieres rendirte?

Camila negó con la cabeza, decidida a encontrar alguna forma de liquidarlo sin que sus amigos salieran lastimados. Rosman rio y tomó dos espadas que estaban perfectamente colocadas en uno de los extremos de la habitación.

—Como quieras, princesa— dijo tras lanzarle una de las espadas.

Camila la agarró como pudo y se preparó para seguir con el duelo. Rosman fue el primero en atacar, estaba disfrutando mucho aquel espectáculo. Ella retrocedió de forma instintiva, evitando el golpe, pero su enemigo no se detuvo, continuó embistiéndola hasta que el acero de sus espadas se juntó. Ambos quedaron uno frente al otro por algunos segundos, pero Rosman tenía más fuerza, por lo que de un empujón logró hacer que Camila se tambaleara. Ella pudo recuperarse a duras penas y continuó evadiendo los ataques, sin atreverse a utilizar todas sus energías para dañarlo.

—¿Eso es todo lo que has aprendido? — preguntó Rosman tras hacer una pequeña pausa en el combate—. Eres peor que una novata.

Camila continuó con la batalla, pero estaba cada vez más irritada. Deseaba destruirlo, aunque sabía que hacerlo lastimaría también a sus amigos.

Rosman buscaba desesperadamente la manera de provocarla para que le subiera la intensidad al combate, por lo que en un momento hizo que Camila perdiera la paciencia y lo cortara en el antebrazo. Rosman soltó un gruñido de dolor al mismo tiempo que los gemidos de Los Elegidos estremecieron la sala.

Camila miró hacia arriba, asustada, Alejandro estaba sangrando, al igual que el resto de sus compañeros. Su pulso flaqueó, al tiempo que su corazón se aceleraba. Rosman aprovechó su distracción para golpearla en el abdomen y dejarla tirada en el suelo, indefensa. Luego colocó su bota sobre el estómago de Camila para evitar que pudiera escapar y comenzó a presionar su hombro con la punta de la espada.

Camila soltó un grito desgarrador que hizo estremecer a todos los presentes.

—¿Vas a continuar con el duelo o prefieres que te atraviese con la espada? —preguntó Rosman con una sonrisa triunfadora en los labios.

Camila miró hacia arriba. Los Elegidos la observaban aterrorizados, probablemente porque sabían que de su decisión dependía la vida de todos. Hasta le pareció escuchar los lamentos desesperados de Diana y Leonarda que suplicaban por su vida. Podría continuar y acabar con Rosman, pero a qué precio. No era capaz de ver morir a sus amigos y tampoco a su padre. Dejarse asesinar parecía ser la única opción posible.

—¡Defiéndete, Camila! — le gritó Alejandro desde su cabina. Ella lo miró, pero no se movió. La sangre de su hombro comenzó a manchar el suelo—. ¡Defiéndete!

Alejandro le pegó un golpetazo al cristal con su puño, impotente ante aquella escena.

—¿No vas a hacerle caso a tu amigo? — preguntó Rosman con una sonrisa burlona en los labios.

Camila cerró los ojos y esperó que todo terminara. Prefería morir ella que ver morir a la gente que amaba. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas y apretó los dientes cuando la hoja volvió a cortar su carne.

...

Karla, Petter y Giselle llegaron lo más rápido que pudieron al teatro. Un grupo de guardias custodiaba la entrada trasera que conducía hacia los palcos. Los tres chicos comenzaron una feroz batalla contra ellos, valiéndose de sus poderes y de sus armas.

Cuando lograron despejar la zona, subieron hacia donde estaban las cabinas. Giselle tuvo que utilizar el cristal para ir liberando a cada uno de los jóvenes.

Petter corrió hacia uno de los balcones para observar lo que sucedía, los gritos de Camila atormentaban su cabeza. Necesitaba encontrar una forma liberarla de aquella tortura.

Giselle abrió el compartimiento donde estaba Alejandro, quien continuaba gritando desesperado para que Rosman dejara de lastimar a Camila.

—Vamos, hay que irnos antes de que lleguen más guardias—le ordenó Giselle con severidad.

Alejandro casi la empujó para poder salir. Luego comenzó a buscar a Petter con la mirada. Lo encontró regresando del balcón, estaba igual de angustiado ante lo que ocurría.

—Tenemos que ayudar a Camila cuanto antes— suplicó Alejandro cada vez más alterado.

—No hagas nada— ordenó él—. Tenemos que utilizar el factor sorpresa y tomar a Rosman desprevenido.

Alejandro lo agarró por el brazo y lo sacudió.

—No voy a quedarme aquí sin hacer nada—gruñó. Su rostro estaba rojo por la ira—. Voy matar a ese infeliz...

—Tranquilízate. — Petter lo empujó para liberarse de su agarre—. Lo haremos juntos, pero todo a su tiempo.

Más guardias comenzaron a llegar, Petter le hizo una seña a Alejandro para que lo siguiera hacia uno de los balcones que no tenía cristales. Los demás Elegidos los cubrieron para evitar que los siervos llegaran hacia ellos. Rosman continuaba torturando a Camila, quien lloraba debido al dolor y la desesperación. Algunos guardias custodiaban la arena para evitar que alguien interrumpiera el combate.

—Ríndete de una vez—gruñó Rosman tras volver a clavar la espada en su hombro. Camila gritó—. Quiero escucharte decirlo.

—Maldito desgraciado—masculló Alejandro tras golpear con la palma de su mano la baranda del balcón.

—La lámpara— exclamó Petter, estaba intentando ignorar los gritos de Camila para concentrarse en un plan que sirviera para rescatarla. Alejandro lo miró sin comprender—. Si podemos hacerla caer sobre Rosman...

Alejandro se fijó con más detenimiento en la estructura de la lámpara, la cual estaba sostenida por un tubo de acero, por lo que solo podía ser desenroscada manualmente. La única forma de hacerla caer era llegando hacia ella a través de los ornamentos del techo que permitían que una persona se sujetara, aunque sería una tarea muy ardua y peligrosa.

—Puedo llegar hasta allí— resolvió Alejandro y estuvo a punto de subirse al barandal.

Petter lo sujetó antes de que pudiera poner en práctica su descabellado plan.

—Es demasiado alto. Si te caes...

—No voy a caerme— aseguró y de un brinco se subió al muro del balcón que los separaba de dónde ocurría la batalla—. Tú busca una forma de distraer a los siervos para que no vayan a dispararme antes de llegar.

En ese momento Petter supo que Alejandro era una de las personas más valientes y arriesgadas que había conocido en su vida y lo admiró mucho por eso.

Luego se concentró en usar su poder para bajar sin que lo vieran. Debía lograr que los guardias lo atacaran a él, así no le prestarían atención de lo que sucedía en el techo.

Mientras tanto, Alejandro comenzó a escalar por las paredes del teatro, utilizando sus cuerdas como apoyo. Cuando estuvo en el punto más alto, echó un vistazo hacia abajo y sintió que su corazón se paralizaba. Solo la idea de salvar a Camila de aquel suplicio lo hizo mantenerse fuerte e impulsarse para llegar hacia uno de los ornamentos del techo.

Con cuidado, comenzó a deslizarse poco a poco, pero sus manos resbalaban debido al sudor y al cansancio. A pesar de eso, no se detuvo, estaba decidido a cumplir con su objetivo sin importarle el riesgo.

Petter ya estaba abajo. Había logrado tomar desprevenidos a dos de los guardias y atravesarlos con su espada. Luego, los otros se aproximaron de manera amenazante. Tuvo que batirse en un duelo feroz contra todos.

—¡Camila! — gritó Alejandro cuando estuvo cerca de la lámpara. Debía apresurarse porque sus manos comenzaban a debilitarse debido al peso de su cuerpo.

La chica levantó la mirada.

—Ale...—murmuró tras una exclamación de asombro.

Rosman notó lo que estaba ocurriendo. Enojado, lanzó un ataque hacia Alejandro con la intención de hacerlo caer, pero Camila se abalanzó sobre él a tiempo y logró desviar el impacto. El rey se golpeó la cabeza con el suelo, por lo que quedó aturdido. Alejandro aprovechó para dejar caer la lámpara, tras soltar un grito de advertencia para Camila.

La chica quedó paralizada en su sitio sin saber cómo reaccionar, pero Petter, que ya había logrado deshacerse de los otros guardias, logró llegar hasta ella a tiempo y apartarla antes de que saliera lastimada. El objeto golpeó la pierna de Rosman dejándolo con una herida bastante profunda y con algunos cortes menos notables en el abdomen.

—Voy a matarte, mocoso— gruñó visiblemente enfurecido.

Alejandro estaba casi llegando al balcón cuando el poder de Rosman lo hizo tambalearse y caer. Petter logró hacer un hechizo para aminorar el impacto, pero no pudo evitar que se golpeara un poco contra el suelo.

—¡Ale! — gritó Camila y corrió hacia él. El muchacho estaba inconsciente y sangrando por la frente.

Rosman se puso de pie, a pesar del dolor que sentía en la pierna. Tomó su espada y avanzó hacia Camila, listo para acabar con su vida de una vez por todas, pero Petter se interpuso. Los aceros de ambos se cruzaron de un modo feroz.

—¿Quieres morir hoy, Cristopher?— se burló el rey tras chasquear la lengua de un modo divertido y tomar un poco de distancia.

—Eres tú quien va a morir— gruñó Petter y se abalanzó sobre él, deseoso de poder matarlo de una vez por todas.

Ambos comenzaron a enfrentarse en un duelo a muerte donde solo se escuchaba el sonido de los aceros chocando con violencia.

Mientras tanto, Camila intentaba despertar a Alejandro sin éxito. Tuvo que utilizar un hechizo curativo para poder espabilarlo un poco.

—¿Estás bien? —preguntó la joven con preocupación al notar el estado de aturdimiento que tenía su novio. Alejandro asintió aunque sentía que su cabeza podía explotar en cualquier momento—. Gracias al cielo— respondió aliviada y le dio un súbito beso en los labios que hizo que el muchacho se sonrojara un poco.

Camila se percató entonces de lo que ocurría a su alrededor. Rosman acababa de golpear a Petter en el rostro, logrando que cayera aturdido en el suelo. Luego lo pateó con violencia, haciéndolo escupir sangre por la boca. Estuvo a punto de atravesarlo con su espada, pero un grito lo hizo reaccionar y levantar la mirada hacia el balcón.

—¡Papá! — Giselle estaba inclinada en el barandal. Rosman la miró estupefacto, sin poder entender lo que sucedía—. ¡Termina con esto ahora!

—¿Qué estás haciendo aquí, Giselle? —preguntó con desconcierto—. Te he dicho que no quiero que te metas en mis asuntos.

—Ya no soy una niña, papá. Tengo derecho a tomar mis propias decisiones.

—Eres una niña tonta y malcriada— la regañó Rosman cada vez más exasperado por no poder controlar a su hija—. Vuelve a tu habitación o...

—¿Qué harás? — respondió Giselle con un dejo de rencor en su voz—. ¿Me vas a encerrar para siempre como una prisionera? Creo que las paredes de este palacio ya son suficiente tortura.

—¡Giselle! — gruñó Rosman, a punto de perder la paciencia.

—Hoy te voy a demostrar que no soy tan tonta cómo crees— dijo y sacó de entre sus ropas el brazalete de amatistas.

Los ojos de Rosman casi se salen de sus órbitas cuando lo vio reluciendo sobre la palma de su mano. ¿Cómo hizo para descubrir dónde estaba? ¿Acaso había aprendido a usar su poder para burlar a los guardias que lo custodiaban?

—¿Qué carajo estás haciendo?

Rosman estaba cada vez más enfadado, por lo que su voz salió entrecortada y su rostro comenzó a tornarse carmesí. Intentó hacer un hechizo para arrebatarle el brazalete, pero Giselle fue más rápida y se defendió con un campo de poder.

— ¿Dónde aprendiste...?

—Ves, ya no soy tan tonta, ¿cierto?

—Hija, por favor, entrégamelo. No cometas una estupidez...

Giselle lo miró con cierta lástima, pero no tenía pensado continuar obedeciendo sus órdenes ni seguir siendo la princesita a la que trataban como tonta o delicada. Miró a Camila, quien estaba observando todo igual de sorprendida y le lanzó el brazalete.

Rosman pegó un grito iracundo que estremeció todo el salón. Intentó utilizar su magia para quitarle la reliquia a su enemiga, pero Petter lo empujó justo a tiempo, logrando que se golpeara contra el suelo del salón. Tras un puñetazo logró quitarse al muchacho de encima y ponerse de pie nuevamente. Tomó su espada y avanzó hacia Camila, pero quedó estupefacto al observarla. Su cuerpo se había iluminado como si una chispa dorada cobrara vida dentro de sus venas. Sus ojos comenzaron a tornarse violetas y su cabello ondeaba en el aire envuelto en llamas.

Rosman sintió temor por primera vez y retrocedió algunos pasos. La joven extendió los brazos y le lanzó un hechizo con su poder potenciado por el brazalete. Él no pudo esquivarlo siquiera, su cuerpo salió disparado a toda velocidad e impactó contra una de las paredes del teatro. Fue tan fuerte el golpe que logró astillar la madera. Rosman quedó inconsciente y probablemente con algunos huesos rotos.

Camila continuaba envuelta en aquellas llamas sobrenaturales, a pesar de que su consciencia le decía que debía controlar aquel poder. Escuchó los gritos lejanos de su padre que le pedía que se quitara el brazalete, también los de Petter. Aun así, fue incapaz de reaccionar. Para ella todo ocurría en cámara lenta.

Pudo ver cómo Alejandro se levantaba, a pesar de sus heridas, para llegar hacia ella. Observó también cómo Petter tomaba su espada y se dirigía hacía Rosman, listo para terminar con su vida. Quiso reaccionar, pero su cuerpo estaba dominado por completo por la reliquia y sus más oscuros sentimientos comenzaron a aflorar de repente.

En poco tiempo, el lugar comenzó a incendiarse y Camila deseó acabar con todo aquel palacio, sin saber exactamente por qué. Aquella magia era demasiado fuerte por lo que terminó inconsciente en el suelo.

Rosman abrió los ojos y lo primero que sintió fue un dolor agudo por todo su cuerpo. Petter estaba frente a él con una espada en la mano, listo para terminar con su existencia. Sabía que estaba demasiado débil como para poder defenderse así que no intentó levantarse.

—¡No lo hagas! — suplicó Giselle desde el balcón—. Me lo prometiste.

—Lo siento, pero él merece morir.

Petter empuñó la espada y se preparó para darle el golpe final a Rosman. Pensó nuevamente en su madre y en Aylen, pero luego las palabras de Karla martillaron su consciencia. Quizás ella tenía razón, él no era un asesino a pesar de todo lo malo que había hecho antes. Su pulso tembló y aunque cerró los ojos para terminar con su objetivo de una buena vez, algo en su interior le impidió continuar.

—Al parecer me equivoqué— masculló Rosman con voz débil—. No eres un verdadero siervo.

Petter sintió un escalofrío al escuchar aquella frase. Rosman tenía razón, no era un siervo, no era un asesino a sangre fría. A pesar de sus errores del pasado, no era capaz de matar a un hombre indefenso y desarmado.

—Tienes razón, soy un Elegido— sonrió con picardía y lanzó su espada al suelo. Estaba convencido de que ese sería el comienzo de una nueva vida para él .

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