El sacrificio del amor
Alejandro se había quedado dormido en el suelo del balcón. Cuando despertó, lo primero que vio fue un hermoso cielo estrellado sin luna. Se incorporó con algo de esfuerzo porque le dolían las articulaciones debido al entrenamiento. Bajó las escaleras, bostezando y se sorprendió al ver las luces encendidas. Vio a Noah en el sofá con el libro sobre las piernas, roncando como siempre. El reloj marcaba las 12 y 30 am. El tiempo había pasado volando. Se fijó entonces que la puerta estaba sin seguro lo que no era para nada normal. Alguien había salido. Pensó inmediatamente en Camila, por lo que comenzó a revisar cada rincón de la casa, pero era evidente que se había ido. Sintió que la sangre se le helaba, Camila había salido sola en mitad de la noche probablemente a ver a su padre. Podría estar en peligro. Entonces reparó en un importante detalle: Petter tampoco estaba. Corrió hacia la sala y despertó a Noah tras varias sacudidas. El muchacho abrió los ojos y no tuvo tiempo de reaccionar, Alejandro estaba reclamándole.
—Camila no está, se fue en tus narices y tal vez esté en peligro.
— ¿Qué? — se sorprendió Noah, miró a su lado donde había visto a la chica por última vez y comprobó que era cierto—. ¿Cómo se fue?
—Por la puerta—señaló a las cerraduras quitadas—. No puedo creer que no hayas sentido nada.
Alejandro estaba furioso y daba vueltas de un lado a otro. Noah intentaba tranquilizarlo sin mucho éxito. Él decidió salir a buscarla por lo que estuvo a punto de marcharse también. Noah le cerró el paso, bloqueándole el camino con su cuerpo.
—No sabes a donde se fue. Qué caso tiene que la busques.
Alejandro reflexionó un segundo y supo que su amigo tenía razón, pero sentía una inquietud casi atormentadora, la misma que cuando su hermana estaba en peligro. En ese momento no podía preguntarse el porqué de su desesperación, pero supo que solo se tranquilizaría cuando Camila estuviera de regreso.
Emilio salió de su habitación. Estaba medio dormido, pero había logrado escuchar la discusión de ambos muchachos. Iba vestido con un pijama y unas pantuflas de felpa.
—¿Qué está pasando?
Los jóvenes tuvieron que explicar lo ocurrido con rapidez. Emilio no reclamó nada en absoluto, solo corrió hacia su cuarto, sabía que no podía perder más tiempo. Segundos después, apareció con un traje negro, ideal para luchar, este tenía un cinturón para colocar las armas y hacia juego con sus botas militares. Vestido así se veía más joven y fuerte.
— ¿A dónde vas? — preguntaron los chicos.
—Buscaré a Camila, ustedes quédense aquí. No duden en usar sus armas en caso de peligro y protéjanse como hermanos.
Emilio miró directamente a los ojos de ambos muchachos.
— ¿Cómo la encontrarás? – preguntó Alejandro, sin comprender.
Emilio se marchó sin dar explicaciones. Los dos adolescentes se miraron entre sí y no tardaron en correr hacía la puerta para asegurarla, como si eso pudiera protegerlos en caso de peligro.
...
Cuando Camila estuvo frente a la puerta de su casa sintió que el corazón se le aceleraba. Su padre estaba adentro, por fin podría abrazarlo y hacerle todas las preguntas que deseara. Esperaba que él estuviera dispuesto a aclarar sus dudas y no siguiera ocultándole la verdad.
—¿Estás lista? — la interrumpió Petter. Ella pensó que el muchacho estaba ansioso por terminar con todo aquello. Lo entendía, estaba violando las normas impuestas por Corazón de la Tierra y poniéndose en peligro por ayudarla—. Te esperaré afuera si quieres.
Camila asintió y se apresuró a tocar la puerta, no pasó mucho tiempo para que Ernesto abriera, precavido, preguntándose quien lo buscaba a esas horas. Al ver el rostro de su hija no pudo evitar emocionarse y abrazarla.
—¿Hija? ¿Qué haces aquí? —preguntó mientras la abrazaba.
—¡Papá! — exclamó Camila, a punto de echarse a llorar. Se sintió tan desprotegida esos días que estuvo lejos de su padre que ahora estar en sus brazos era un gran alivio—. Necesito hablar contigo, es muy importante para mí.
Ernesto reparó por primera vez en la presencia de Petter, pero no se atrevió a preguntar quién era por educación. Camila notó su confusión así que le explicó que era un Elegido que la había acompañado para protegerla. Ernesto los mandó a entrar en la casa, pero Petter permaneció afuera.
—Hija, no debiste venir hasta aquí, es muy peligroso. —Hizo una pausa para mirar por la ventana con preocupación. Ambos estaban en la pequeña salita de la casa—. Supongo que Corazón de la Tierra no sabe que están aquí, ¿verdad?
—Claro que no, jamás nos dejaría venir, pero necesitaba hablar contigo. No podía esperar más.
—¿Qué pasa?
—Ya sé que soy una Elegida y entiendo que no querías decírmelo para protegerme, pero ¿cómo pensabas ocultarme esto para siempre? Estuve a punto de morir— le reclamó Camila. Su voz se tornaba cada vez más enojada según iba recordando todo lo sucedido días atrás.
Ernesto tragó en seco. Sabía que tendría que tener esta conversación en algún momento con su hija, pero siempre deseó que ese instante nunca llegara. Pensó que quizás Leinad podría resolverlo de un modo mucho más adecuado. A veces ella le hacía tanta falta...
—Hija... —dijo casi en un susurro—. Tienes que entenderme, tu madre...
—Lo sé— lo interrumpió Camila—. Rosman la asesinó, ¿cierto?
Ernesto asintió, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras recordaba el terrible suceso. Todavía no se resignaba a la muerte de su esposa.
—Quiero saber toda la verdad, papá. No más mentiras, por favor.
Ernesto respiró profundo, buscaba las palabras adecuadas para comenzar a hablar. Los recuerdos comenzaron a mezclarse y atormentar la paz que tanto le había costado mantener aquellos años. ¿Cómo le explicaría todo lo que sabía sin violar la promesa que le había hecho a Leinad?
—Rosman amaba profundamente a tu madre—comenzó a hablar tras tomar una bocanada de aire. Necesitaba relajar sus nervios para no revelar el nerviosismo que atacaba sus sentidos—. Ellos estuvieron comprometidos, pero ambos eran muy diferentes. Rosman deseaba conquistar el mundo, tener mucho más poder que los dioses y dominar los objetos milenarios. Sin embargo, Leinad era diferente. Su único objetivo era cumplir con su deber como Elegida. Por eso su amor se destruyó por completo. — Camila lo escuchaba con atención sin atreverse a interrumpirlo—. Leinad y yo nos conocimos y terminamos enamorados. Ella renunció a todo por mí, incluso se enfrentó a la ira de Rosman. Él era un Elegido como nosotros, pero por su ambición terminó traicionándonos a todos.
—¿Rosman también fue un Elegido?
Camila estaba asombrada con aquella historia y deseaba saber todos los detalles.
—Sí, él era tan brillante como tu madre. Creo que por eso se enamoraron al principio. — Ernesto comenzó a centrar su mirada en un punto invisible, como si eso lo ayudara a recordar mejor—. Teníamos apenas quince años cuando nos tocó enfrentar nuestras responsabilidades como Elegidos. Tiempo después, Rosman se rebeló contra nosotros, estaba deseoso de obtener más poder y los objetos mágicos creados por la diosa Leah. Como elegidos debíamos enfrentarlo, aunque él era uno de nosotros. Sus ansias de poder hicieron que lo expulsaran del grupo. Fue así como Leinad se decepcionó más aún de él y tomó la decisión de marcharse lejos conmigo.
—Corazón de la Tierra me dijo que Rosman la había asesinado para quedarse con el brazalete, ¿es cierto? – indagó Camila.
Ernesto se turbó con la pregunta. Siempre deseó apartar a su hija de aquellas verdades del pasado y de sus responsabilidades como Elegida, por eso había esperado tanto para tener aquella conversación. Sabía que el destino no se podía cambiar, por lo que tarde o temprano Camila terminaría sabiendo la verdad, por más dura que fuera. Quizás lo mejor era que la escuchara de sus labios. Así que tragó en seco y continuó hablando.
—Es cierto. La diosa Cindra escogió a Leinad para portar el brazalete de amatistas. Esto enfureció a Rosman y cuando Leinad huyó conmigo, sus deseos por el brazalete se intensificaron. No paró hasta hallar nuestro escondite y...
Ernesto se detuvo, visiblemente afectado por aquellos recuerdos. Camila sintió que su corazón se encogía. No conocía a su madre, pero ahora que escuchaba toda la verdad sus deseos de tenerla a su lado se incrementaron. Rosman le había negado esa felicidad y eso nunca podría perdonárselo.
—Tu madre se comprometió a protegerlo sin importar el sacrificio, aún si eso significaba poner en peligro su vida y la de su familia— A Camila le costaba creer que existiera alguien capaz de sacrificar todo por un objeto mágico. Ernesto siguió hablando—. Leinad sabía que el brazalete en las manos equivocadas podía causar una masacre, por eso decidió que lo mejor era esconderlo de todos, incluso de los magos del Consejo. Ella sabía que incluso allí había traidores, es por eso que prefirió morir antes que revelar su escondite a Rosman. Yo he decidido honrar su sacrificio y no revelar jamás su paradero a nadie.
—¿Entonces Rosman no lo tiene como todos creen? — preguntó Camila sorprendida, no podía creer aquella información tan importante. Ernesto negó con la cabeza—. Papá, si tú lo tienes debes entregarlo a Corazón de la Tierra, él debe saber cómo protegerlo.
—No puedo hacerlo. Corazón es fiel al Consejo de Magos y estoy seguro que algunos de sus miembros son aliados de Rosman. No puedo permitir que caiga en manos equivocadas. Tu madre dio su vida por él, debo hacer lo mismo si es necesario.
—Papá— murmuró Camila con voz temblorosa—. Estoy dispuesta a honrar la memoria de mi madre y a vengar su muerte si es necesario, pero no quiero que te pase nada. Eres lo único que tengo.
Ernesto la miró con orgullo y le apretó la mano. Su pequeña era tan valiente como lo fue su madre alguna vez. Si tan solo Leinad pudiera verla ahora...
—No debes preocuparte por mí, hija. Sé defenderme. Lo único que debes hacer es protegerte a ti misma y mantenerte a salvo. Debes prometerme que no vendrás más, es muy peligroso, si Rosman te encuentra podría usarte como carnada para que yo le entregue el brazalete.
Camila sabía que su padre tenía razón, si se ponía en peligro él saldría lastimado también, pero ir hasta allí había sido una buena decisión. Ahora conocía parte de la verdad que había ocultado Ernesto por tantos años.
Petter permanecía pegado a la puerta, intentaba escuchar algún indicio del brazalete en la conversación, pero solo logró oír algunos susurros y palabras salteadas. Entonces observó que los siervos comenzaban a rodear la casa, solo esperaban su señal para atacar. Era el momento de dar la orden y avisar a Camila, de ese modo no sospecharían de él.
—Creo que nos han seguido.
El muchacho entró de repente en la casa. Ernesto se puso de pie y miró por la ventana. Un grupo de figuras negras se acercaba a la casa armados con pistolas y espadas.
—Nos han encontrado— exclamó Ernesto. Se podía sentir el miedo en su voz.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Camila, nerviosa.
En ese momento sintieron unos fuertes golpes en la puerta, al parecer la estaban sacudiendo con violencia. Ernesto se acercó a su hija y la tomó por los hombros.
—Camila, escúchame. — Ella lo miró con atención, aunque los ruidos en la puerta la ponían cada vez más nerviosa—. Debes escapar ahora junto con tu amigo. — Miró a Petter que permanecía inmóvil en un rincón, atento a la conversación. Camila comenzó a negar con la cabeza, no podía dejar a su padre solo y a merced de los siervos—. No debes preocuparte por mí, no me harán nada. Ellos solo quieren el brazalete.
—No voy a dejarte papá, no lo haré.
Camila comenzó a llorar, mientras se aferraba a su brazo. La puerta cada vez se rompía un poco más. Estaban a punto de ingresar. Ernesto la arrastró hacia el interior de la casa. Petter los siguió sin hacer preguntas. Luego, el padre cerró la puerta que dividía la sala de la cocina y la aseguró poniendo un mueble delante. Ahora estaban los tres protegidos adentro, aunque eso no iba a durar demasiado.
—Escaparán por la azotea—le explicó Ernesto a Petter—. Deben subir por ahí y bajar por las escaleras hacia la calle de atrás. Luego corran y no se detengan. Yo los distraeré para que puedan escapar.
—No voy a dejarte— sentenció Camila, decidida, sin soltar su brazo.
—Arriba, en la azotea, una de las tejas del techo está floja. Allí encontrarán algunas armas con la que podrán defenderse si los atacan. — Petter asintió, estaba pensando en cómo avisar a los siervos de aquella salida secreta—. Por favor, cuídala muchacho, te lo ruego, no dejes que nada le pase. — Ernesto le puso una mano en el hombro haciéndolo salir de sus cavilaciones.
—Tranquilo, la cuidaré bien.
Petter tomó a Camila del brazo y la jaló con fuerza, intentando sacarla de allí.
—No puedo irme, no puedo hacerlo— sollozaba Camila, aferrándose al brazo de su padre.
—Hija, por favor, vete ahora. Ponte a salvo— le suplicaba él. La puerta que había trancado comenzaba a romperse poco a poco gracias a los golpes de los siervos. No tenían mucho tiempo—, mientras tú estés a salvo no me importa lo que pase. Solo te pido que te cuides, de ese modo podré protegerte a ti y al brazalete.
—Papá...— Camila comenzó a llorar con más fuerza y lo abrazó, deseaba que aquel abrazo durara para siempre.
Ernesto apartó a su hija, luego miró a Petter, suplicante, confiaba en él para que Camila estuviera a salvo. El muchacho se sintió abrumado en ese momento, sin saber qué hacer, pero no tuvo mucho tiempo para pensarlo porque la puerta comenzaba a ceder ante los golpes. Tomó a Camila del brazo y la arrastró hacia la azotea.
Ernesto comenzó a armarse con una espada y una pistola, estaba listo para defender su hogar nuevamente. De soslayo vio como Camila se alejaba, mirando hacia atrás, igual que lo hizo Leinad alguna vez. Sin poder aguantar más, dejó escapar algunas lágrimas que rodaron por sus mejillas. Por un momento recordó las palabras de Corazón de la Tierra cuando moría algún elegido "llorar no sirve de nada, debemos ser más fuertes que ellos y destruirlos". Se secó las lágrimas del rostro, empuñó la espada y observó como el grupo de siervos se abalanzaba sobre él entre gruñidos y gritos enardecidos.
Petter y Camila llegaron a la azotea justo cuando la puerta se rompió, pudieron escuchar que los siervos estaban cerca. Petter tanteó las tejas lo más rápido que pudo y en pocos segundos encontró lo que buscaba. Había una espada y una daga de bolsillo. Ató la espada en su cinturón y le entregó la daga a Camila para que la escondiera en caso de que los atacaran por sorpresa. Luego caminó hacia unas oxidadas escaleras que daban a la calle. Camila lo siguió, temblando y con la respiración acelerada.
—Lo van a matar— murmuraba sin parar. Estaba a punto de perder la compostura.
—Escucha— la sacudió Petter, haciéndola reaccionar—. Debemos irnos ahora, tu padre me pidió protegerte y eso haré.
Petter no podía creer lo que estaba haciendo. ¿En qué momento había decidido proteger a Camila aun cuando sabía que no era lo que debía hacer? Nunca lo supo, pero no tuvo mucho tiempo para pensarlo demasiado. Agarró a Camila del brazo y la hizo de bajar las escaleras, ella se dejó llevar como si fuera una muñeca de trapo, sin fuerzas ni voluntad propia. Camila no quería abandonar a su padre de ese modo y sin siquiera defenderlo, pero sabía que si la capturaban a ella el brazalete estaría en peligro nuevamente. Así que corrió de la mano de Petter, sin mirar atrás. De pronto el joven se detuvo, observando a sus alrededores con nerviosismo, como si intentara entender dónde estaban. Fue en ese momento que escucharon los pasos de un grupo de personas que los seguía. Tanto ella como Petter miraron en la dirección donde se escuchaban los pasos. Desde allí no pudo divisar cuántos eran, pero pudieron ver relucir el acero de las espadas.
—Nos han encontrado— gruñó Petter, con decepción, y volvió a agarrar de la mano a Camila, listo para correr lo más rápido que le permitieran sus piernas.
Corrieron casi cuatro calles sin parar, pero Camila tropezó y cayó. Petter la ayudó a levantarse lo más rápido que pudo. Ella estaba agotada. Su pecho subía y bajaba de forma frenética. Gruesas gotas de sudor corrían por su rostro colorado. No podría aguantar mucho tiempo más sin caer agotada. Los siervos comenzaron a acercarse, Petter optó por jalarla del brazo y continuar con la carrera, aunque sabía que era cuestión de tiempo para que los atraparan.
—Hay que luchar, están muy cerca— sentenció Petter, también comenzaba a perder el aliento.
—Nos matarán, somos unos novatos— opinó Camila, casi sin resuello. No sentía sus piernas y su paso disminuía.
Segundos después uno de los siervos atacó a Camila usando un revolver mágico. Ella cayó al suelo, adolorida, no sabía qué la había golpeado. Solo pudo escuchar el sonido de los pasos acercándose. Petter se detuvo para ayudarla, pero también recibió un impacto que lo hizo caer de espaldas. Camila sintió entonces que unas manos frías la tomaron por las piernas intentando inmovilizarla. Aquel hombre no tenía rostro y eso la horrorizó, donde debería estar su cara solo se veía un vacío borroso, como si fuera una pintura a medio hacer. Soltó un grito de espanto y lo golpeó con sus pies, intentando escapar. Otro de ellos la apresó por la espalda mientras su compañero se acercaba por el frente. Ella le dio una fuerte patada y lo alejó. Luego tuvo la suficiente concentración para ponerse de pie y defenderse con su poder. Le lanzó dos bolas de fuego que lo incendiaron de la cabeza a los pies. El hombre se retorcía. El tercero intentó ayudarlo, mientras que otro la lanzó al suelo tan fuerte que la dejó sin aliento. Cuando iba a rematarla con su puño cayó sobre ella, sin conocimiento. Petter le había propinado un golpe con la empuñadura de la espada. El muchacho se batió cuerpo a cuerpo con otros dos siervos, derribándolos en pocos minutos. Otro de ellos observaba desde lejos mientras pedía refuerzos por una bocina de comunicaciones.
—Tenemos que irnos, vienen más— ordenó Petter, mientras la ayudaba a levantarse.
Camila y Petter se adentraron en las ruinas de un edificio abandonado aún con el sonido de los pasos de los siervos en sus oídos. Lograron sacar un poco de ventaja y esconderse en la estructura, a punto de caer, sin ser vistos. La residencia estaba abandonada, solo albergaba como inquilinos ratones, cucarachas y algunas arañas. Subieron unas escaleras llenas de polvo y desgastadas por el desuso. El segundo piso estaba en total penumbra, obviamente no había luz eléctrica. Casi a tiendas lograron llegar a una enorme recamara que debió ser una sala de conferencias, pues contaba con un podio, algunas cortinas rotas y estragos evidentes. Los pisos de madera rechinaban tras cada movimiento de los jóvenes y los ecos de los animales resonaban a través de las paredes carcomidas.
Camila miró por una de las ventajas que daban a la calle y se tranquilizó al no ver a nadie. Respiraba con dificultad, por lo que hacía grandes esfuerzos para no quedarse sin aliento. Petter también estaba agitado, se había sentado en un rincón del podio para reponerse del cansancio. En ese momento se preguntó por qué estaba protegiendo a Camila en vez de entregarla a los siervos. No tuvo una respuesta clara y supuso que era en agradecimiento por cuidarlo aquella noche cuando casi muere por el veneno. Le debía una, pero su misericordia no duraría para siempre, estaba seguro.
—¿Crees que mi padre esté bien?— preguntó Camila de repente. Petter se encogió de hombros, no tenía una respuesta para esa pregunta, pero lo más probable es que estuviera siendo secuestrado por los hombres de Rosman—. Los siervos...—comentó Camila con voz titubeante—. No tienen rostro...
—Algunos—respondió Petter, casi sin pensarlo—. Estos eran siervos involuntarios, ya no son personas.
Camila quiso preguntar a qué se refería exactamente y cómo sabía tanto sobre los siervos, pero comenzó a escuchar unos pasos. Varias personas estaban subiendo las escaleras. Petter se levantó del suelo y empuñó su espada en modo defensivo. Cada vez se sintieron más cerca las pisadas y los muchachos se prepararon para luchar si era necesario, aunque sentían sus fuerzas agotadas. Un ruido sordo estremeció a Camila, que apretó con fuerza el brazo de su compañero, pudo notar entonces que él también estaba nervioso. Otro golpe, la puerta se estremeció, no faltaría mucho para que fuera derribada. La chica hizo un hechizo para alumbrar la habitación. Creó algunas antorchas improvisadas en ciertos rincones de la sala que les facilitaron la visión.
A la tercera embestida la puerta se quebró en varios pedazos. Ambos Elegidos se sobresaltaron al unísono. Los siervos entraron armados con espadas y pistolas. La primera en atacar fue Camila que creó un cerco de fuego para impedirles el paso, pero tres de ellos saltaron y se acercaron, acechantes. Petter enseguida los enfrentó con su espada e impidió que se acercaran a la joven. Los otros tres siervos dispararon sus pistolas mágicas, ellos tuvieron que esquivarlos con la destreza aprendida en el entrenamiento. Uno de los ataques hirió a Camila en el brazo haciendo que se tambaleara. Petter la cubrió golpeando al otro siervo con su codo y haciéndolo caer aturdido en el suelo. Se descuidó un poco y otro hombre lo golpeó en el estómago, dejándolo adolorido por algunos segundos. Camila corrió a socorrerlo, sacó su daga y se la clavó por la espalda al hombre. Quedó atónita ante lo que acababa de hacer. La sangre del siervo le había salpicado la ropa y lo vio caer, herido de gravedad. Alguien aprovechó su desconcierto y la golpeó en las costillas. Camila quedó sin aire, pero pudo reponerse a tiempo para frenar el próximo ataque. Luego usó su poder para impedir que los otros hombres se acercaran a ella. Entonces vio como Petter caía al suelo. Dos siervos lo golpearon en el estómago repetidas veces. Quiso ayudarlo, pero un dolor en el abdomen la hizo ahogar un gemido. Una daga se había clavado justo sobre su ombligo. La sangre comenzó a salir a borbotones. Camila se mareó y cayó de espaldas. Petter logró quitarse los siervos de encima y correr en su ayuda. La estrechó entre sus brazos antes de que perdiera el conocimiento. Sacó el arma con brusquedad y presionó la herida, desesperado. Los siervos se acercaron, acechantes, listos para apresarlos a ambos, pero justo en ese momento se escucharon algunos disparos que derribaron a tres de ellos. Eran Emilio y Corazón de la Tierra que en poco tiempo derrotaron a todos los siervos, dejándolos abatidos en el suelo.
—¿Qué ha pasado? — preguntó Emilio acercándose a los dos Elegidos—. ¿Qué le ocurrió a Camila?
—La hirieron con una daga, ha perdido mucha sangre— explicó Petter que continuaba abrazando a Camila en señal de protección, mientras sostenía en una de sus manos la daga ensangrentada.
—¿En qué estaban pensando? — se lamentó Emilio, preocupado por la salud de la Elegida.
—Hay que llevarla cuanto antes a un lugar seguro— sentenció Corazón de la Tierra y sin esperar más se transportaron hacia la entrada de la casa de Noah.
Eran casi las 2 de la mañana cuando Emilio abrió la puerta de la casa y entró corriendo, con el rostro preocupado y abatido. Alejandro y Noah se hallaban en la sala, a la expectativa, desesperados por saber que había ocurrido. Fue entonces cuando vieron entrar a Petter todo cubierto de sangre, con el cabello enmarañado, el rostro sudado y algunos golpes sin importancia. En sus brazos llevaba a Camila, que continuaba inerte, como si no estuviera respirando. Los dos jóvenes se pusieron de pie, casi de un salto, impactados ante aquella escena tan traumática.
—¿Qué ha pasado? ¿Quién le hizo eso? — preguntó Alejandro, alterado. Noah lo retuvo para que no se moviera de su sitio. Los demás no respondieron, solo se apresuraron a llevar a Camila a la habitación de Emilio, para que este la examinara.
Algunos segundos después, Petter salió de la recámara, preocupado por la salud de Camila y por todo el plan que debía llevar a cabo a partir de ese momento. Probablemente Ernesto ya había sido capturado, pero de igual manera no tenían demasiadas pistas para encontrar el brazalete. La única persona que podía llevarlo hasta el objeto mágico era Camila y estaba gravemente herida.
—¡Hey! —lo interrumpió Alejandro, acercándose de un modo amenazante—. ¿Qué le pasó a Camila? ¿Por qué salió en mitad de la noche contigo?
—No tengo por qué darte explicaciones— le respondió Petter, secamente.
Alejandro sintió que un extraño calor se apoderaba de todo su cuerpo y que sus mejillas se tornaban carmesí. Recordó la última vez que se había sentido así, fue cuando tuvo deseos de golpear a su madre. Sin poderse controlar, se abalanzó sobre Petter y le proporcionó un fuerte empujón que tomó por sorpresa al chico e hizo que se tambaleara. Ambos se miraron amenazantes, con intenciones de agredirse. Noah se interpuso.
—¿Qué estás haciendo, Ale? ¿Te has vuelto loco? —le decía, mientras intentaba apartarlo de Petter.
—Si algo le pasa a Camila, juro que te mataré.
Alejandro lo amenazó con una furia que nunca antes habían visto en él. Su mirada estaba fija en el otro joven, como si quisiera eliminarlo de un golpe. Sus músculos se tensaron y la vena de su cuello palpitaba nerviosa. Petter le dirigió una sonrisa sarcástica.
—Te gusta ella, ¿verdad?
Alejandro sintió que todo su cuerpo se estremecía. Sin poder contenerse se liberó del agarre de Noah y agarró al muchacho por el cuello de su camisa.
—¿Qué carajo estás diciendo?
Petter continuaba riéndose. Alejandro se hallaba cada vez más encolerizado, justo cuando estaba a punto de perder los estribos, apareció Corazón de la Tierra que había sentido todo el alboroto desde la habitación.
—¿Qué está pasando aquí? — Alejandro soltó a Petter de golpe, mientras se volteaba para observar al anciano—. ¿No tienen un poco de respeto por la situación de Camila?
Los tres muchachos quedaron callados, sin saber qué responder. Justo cuando el mago estuvo a punto de volver a la habitación, Noah lo interrumpió.
—¿Cómo está Cami? Estamos preocupados por ella.
Corazón de la Tierra resopló y respondió un poco más calmado.
—Perdió mucha sangre. Emilio está haciendo todo lo que puede.
Todos enmudecieron ante aquella respuesta, temían por la vida de la chica. Corazón de la Tierra se marchó sin decir nada más, debía ir a ayudar a Emilio con la curación de Camila. Alejandro se dejó caer sobre el sofá y puso las manos sobre su cabeza. Su cuerpo temblaba sin control y su respiración estaba cada vez más agitada. No le gustaban las peleas, ni tampoco era una persona agresiva, no entendía cómo pudo perder el control de esa manera. Miró a Petter de nuevo y soltó un bufido involuntario. Si Camila no despertaba era capaz de molerlo a golpes.
Corazón de la Tierra salió de la habitación, un poco menos preocupado, al parecer Camila estaba evolucionando bien. Miró a Petter que continuaba parado en un rincón con los brazos cruzados.
—Petter, ¿a dónde fuiste con Camila?
Alejandro y Noah prestaron atención a la conversación, deseaban saber qué había pasado con exactitud.
—Fuimos a visitar a su padre, pero al parecer los siervos nos tenían vigilados porque atacaron la casa.
Corazón de la Tierra se notaba intranquilo. No podía creer lo que escuchaba.
—¿Qué le pasó a Ernesto? ¿Dónde está?
—No lo sé, él nos ayudó a escapar por una azotea que tiene la casa, mientras distraía a los siervos. Aun así, nos persiguieron y nos atacaron en el escondite donde nos encontraron ustedes.
Corazón de la Tierra se pasó la mano por la cara con preocupación. Sabía que Ernesto estaba en peligro, pero quizás era demasiado tarde para ayudarlo.
—¿Por qué fueron hasta allí? ¿En que estaban pensando?
—Camila me pidió ayuda para hablar con su padre. Necesitaba hacerle algunas preguntas.
—¿Escuchaste lo que hablaron?
Petter negó con la cabeza. El anciano no perdió más tiempo y se desapareció sin dar explicaciones. Todos supusieron que iría a comprobar cómo se encontraba Ernesto y esperaron que él estuviera bien, solo Petter sabía que a aquellas alturas ya se lo habrían llevado para Nelvreska.
Alejandro subió las escaleras que conducían al cuarto de Noah y se dirigió al balcón. Deseaba distraer su mente de todo lo ocurrido y pensó que el mejor modo de hacerlo era mirar un rato las estrellas. En ese momento recordó como hacía algunas horas estuvo charlando con Camila en aquel mismo lugar y ahora ella se encontraba en peligro de muerte. Apretó los puños con impotencia. Ojalá hubiese podido impedir aquella salida, por lo menos ahora no estaría en esas condiciones.
—Ale— lo interrumpió Noah. El muchacho se sobresaltó un poco con su presencia—. ¿Cómo estás?
—Preocupado y enfadado—dijo, su voz sonó apesadumbrada. Realmente estaba viviendo momentos estresantes—. No puedo creer que Camila le haya pedido ayuda a ese idiota para ir a la casa de su padre. Si me lo hubiese contado...
—No la habrías dejado ir, por eso no te lo dijo.
Alejandro miró a Noah con fastidio, obviamente que no la hubiese ayudado a hacer esa locura, la hubiese convencido de desistir.
—Claro que no porque me preocupo por ella. No la iba a dejar ponerse en peligro como hizo Petter.
—¿Es verdad lo que él dijo entonces? — preguntó Noah, titubeando. Sabía que era una pregunta incómoda, pero necesitaba salir de dudas.
Alejandro abrió los ojos con asombro ante aquella interrogante. Hasta ese momento no había podido reflexionar sobre lo que había dicho Petter. ¿Sentía algo por Camila realmente? Se preguntó entonces, mientras miraba al inmenso mar que se divisaba a lo lejos. Ella era una chica muy hermosa, pero más que eso tenía un corazón enorme. Había sido capaz de defenderlo de su jefe logrando que perdiera su trabajo. Alejandro sonrió y sus ojos se iluminaron. Entonces recordó cómo Camila lo había ayudado en el peor momento de su vida y cómo le había tomado la mano para que no se sintiera solo. Ella era como una luz que siempre lo hacía sonreír. ¿Era eso amor? Esos celos que sintió cuando Petter le curaba el brazo, esa preocupación desesperante al verla herida, la abrumadora sensación que experimentaba cada vez que ella le agarraba la mano. ¿Todo eso era amor?
—La verdad es que no lo sé— admitió y soltó un resoplido de frustración—. Ella se ha convertido en alguien muy importante para mí. Es una persona increíble. Desde que me ayudó en el peor momento de mi vida la he visto como una amiga, alguien en quien puedo confiar, pero— Alejandro bajó la cabeza, un poco avergonzado. Se frotaba las manos con nerviosismo—, en estos últimos días no he podido dejar de pensar en ella y cuando la vi en el entrenamiento con Petter yo...
Alejandro se detuvo y evaluó la expresión de Noah. Su amigo lo miraba con rostro serio, como si algo lo abrumara.
—Estás enamorado, no hay duda—sentenció tras unos minutos de silencio. Alejandro dejó escapar el aire y apartó la mirada, un poco avergonzado—. ¿Por qué nunca me lo dijiste?
Alejandro volvió a fijar su mirada en Noah. Notó algo extraño en su expresión, parecía estar enojado o preocupado.
—Es que lo que siento es extraño— admitió Alejandro—. Siento que si algo le pasa a Camila mi corazón se quebrará en mil pedazos, que no podré soportarlo. — El chico se detuvo. Tenía los labios apretados y los ojos vidriosos—. No puedo pensar en eso siquiera. — Noah apartó la mirada y permaneció callado—. ¿Qué ocurre Noah?
—Nada— mintió y se enderezó para disimular su incomodidad—. El amor casi nunca termina bien. Siempre terminamos con el corazón roto— respondió el joven, sin mirarlo. Alejandro no podía entender por qué tenía aquella actitud tan extraña. Noah lo miró directamente a los ojos. Sus ojos parecían dos dagas filosas—. Camila es una persona increíble, por favor no la dañes o dejarás de ser mi amigo.
Alejandro se turbó tras aquellas palabras tan cortantes. Noah nunca le había hablado de ese modo. No podía entender qué le pasaba. ¿Acaso creía que él podía ser capaz de dañar a Camila? Volvió a mirar a su amigo, un poco nervioso, pero este estaba sonriendo amablemente como siempre lo hacía.
—El amor siempre termina haciéndonos sufrir y poniéndonos en grandes peligros. El amor es el peor de los sacrificios— murmuró Noah con pesadumbre, parecía que estuviese recitando un fragmento de un poema romántico. Alejandro supo que él tenía razón. Camila había arriesgado todo por ver a su padre, este, a su vez, se había sacrificado para que ella pudiera ponerse a salvo y él, por su parte, había estado a punto de golpear a Petter porque no podía soportar la idea de perderla.
Sí, todo era culpa del amor...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top