Arcadia II
Según se iban acercando, los Elegidos pudieron detallar el palacio con más cuidado. Estaba en la cima de un acantilado formado por rocas lisas de donde se desprendían algunas cascadas. Solo se podía llegar volando, no había otra forma de acceder debido a su imponente altura. Estaba construido con roca pulida y contaba con innumerables torres, puentes, monumentos y obeliscos. Lo que más les llamó la atención fue una estatua gigante de oro macizo que estaba en el centro de la construcción.
—¿Quién es? —peguntó Alejandro, fascinado ante aquella obra de arte.
La estatua representaba a una mujer guerrera porque llevaba una armadura, una espada, un escudo y unas alas de ángel que eran más grandes que su cuerpo. Camila sintió que tenía cierto parecido con la de la Plaza Central de Gálea, solo que aquella mujer se veía mucho menos espléndida, más cercana a la mortalidad.
—La diosa Leah— respondió Noah—. Se cree que ella se vistió de armadura para salir a combatir contra Aerys.
—Así fue— confirmó Corazón de la Tierra. Recordaba a la diosa Leah con respeto y admiración, nunca imaginó que vería el día de su fatídicamente muerte.
Minutos después, aterrizaron en el estacionamiento, seguidos de Braulio y los otros Elegidos. Para poder llegar a las puertas del palacio debían pasar primero por una redoma en forma circular que conectaba el estacionamiento con un puente de piedra. En dicha redoma había una fuente gigantesca que poseía una espada de acero clavada en el centro. Esta tenía gravada en la hoja el símbolo de los Elegidos. Alrededor de los muros de la fuente había distintos dibujos con los poderes de los Elegidos.
—La fuente que se hizo en vuestro honor, por ser quienes más han defendido la magia en nuestra historia— explicó Braulio.
Los jóvenes detallaron la fuente y se sintieron alabados. Había un monumento en honor a ellos, eso no se lo esperaban. Aquel viaje se volvía cada vez más interesante. Corazón de la Tierra los interrumpió para pedirles que siguieran caminando. Comenzaron a cruzar el puente todos juntos, pero se detuvieron en la mitad para admirar las estatuas que allí reposaban. Braulio se apresuró entonces para explicar lo que significaba cada una.
—La primera de lado izquierdo hace referencia a un Elegido, pues como pueden ver lleva en una mano una antorcha encendida que significa la fuerza de su poder y en la otra una espada que simboliza el valor en la batalla.
Los chicos quedaron unos segundos observando su estatua, hasta que Braulio los interrumpió para continuar con la explicación.
—Luego tenemos del lado derecho a un hada con sus alas extendidas y un pequeño ciervo descansando a sus pies. — La estatua representaba a una mujer de cabellos sueltos, ropa ligera y flores en su cabeza. A su lado se encuentra un ciervo haciéndole compañía que parecía ser su mascota. — Las hadas son quienes mantienen la paz en el reino. Cuidan la naturaleza, protegen a los animales y abogan siempre por la armonía. Además, son las mejores sanadoras.
—¿Y esta estatua qué representa? —preguntó Karla. Estaba señalando a un hombre que llevaba una capucha en la cabeza y se encontraba junto al hada. Su aspecto era misterioso. En una de sus huesudas manos llevaba un colmillo con forma de puñal y en la otra una bola de poder.
—Representa a los inframundos. Son seres misteriosos que rara vez salen a la superficie ni muestran su rostro. Su única misión es cuidar de las almas que se van a su tierra. Ellos las agrupan para que puedan tener el descanso que se merecen—explicó Braulio.
Los Elegidos se estremecieron, pero, aunque deseaban saber más, prefirieron quedarse callados.
—Junto a los Elegidos están los gordianos— explicó Corazón de la Tierra. La estatua que representaba al gordiano tenía cierta similitud con Braulio. Se trataba de un hombre de fuertes músculos, más alto que el resto y vestido con armadura de acero—. Los gordianos son quienes construyen las armas de las otras criaturas y además de eso son guerreros increíbles, cuidan la ciudad desde la tierra.
—Gracias por tan buena descripción— agradeció Braulio, complacido, al parecer su autoestima acababa de subirse con aquellas palabras—. Somos, sin duda, los más valientes y fuertes.
—¿Entonces eres uno de ellos? — preguntó Jane, horrorizada.
—Claro, ¿acaso no parezco uno? —se carcajeó y continuó observando la estatua con admiración.
—Ya veo cual es el poder de los gordianos, admirarse a sí mismos—se burló Karla en voz baja.
Camila la escuchó y comenzó a reírse
disimuladamente. Ella tenía razón. Al parecer eran bastante egocéntricos.
—Supongo que estas son las sirenas, fanáticas de los rubios apuestos— bromeó Lucas y le dirigió una mirada pícara a Alejandro que enseguida se puso rojo por la vergüenza.
La estatua de las sirenas era magnífica. Representaba a una mujer majestuosa con los pechos desnudos y una cola parecida a la de un pez. Su cabello había sido tallado de una forma que simulaba estar ondeando en el viento.
—Sí, las preciosas sirenas. Mujeres encantadoras, pero traicioneras—opinó Braulio con un suspiro.
Los Elegidos continuaron su camino hasta llegar al pie de las escaleras que conducían hacia la entrada del palacio. Braulio comenzó a subir y les hizo una seña para que lo siguieran.
—No podían poner un elevador— se quejó Lucas luego de subir diez escalones.
Alejandro aprovechó de burlarse de su debilidad, pues él ya estaba por llegar a la cima.
—La idea de estos escalones es que quienes entren aquí sepan el sacrificio que significó crear esta ciudad, toda la gente que tuvo que morir para que se pudiera mantener la paz del mundo y preservar a los humanos— explicó Braulio, subiendo casi sin esfuerzo.
—Esta ciudad tiene un gran significado. Espero lo entiendan y la consideren su hogar— señaló Corazón de la Tierra.
Los Elegidos no respondieron, estaban concentrados en subir todos los escalones para poder llegar al destino final. Cuando por fin estuvieron todos en la entrada, las grandes puertas de madera que protegían el palacio se abrieron para recibirlos. Los chicos ingresaron para encontrarse con un espacioso salón. Estaba vacío, pero la decoración era exquisita. El piso de mármol les permitía mirar sus respectivos reflejos. El techo mostraba una pintura en óleo que representaba la Gran Guerra y nuevamente estaba la diosa Leah luchando junto a los primeros Elegidos. Lámparas de cristal decoraban las paredes y mantenían el lugar iluminado. Al fondo del salón había seis transportadores mágicos.
—Los llevaré al Sector 4 que es donde se quedarán— explicó Braulio y se dirigió hacia el cuarto transportador. Era una capsula transparente que no tenía botones ni tampoco se movía, funciona parecido al anillo de Corazón de la Tierra. Te llevaba al sector de forma instantánea.
—Yo debo resolver otro asunto, ustedes sigan con Braulio— ordenó Corazón de la Tierra y se dirigió hacia otro de los transportadores que estaban allí.
La puerta del transportador se abrió y los chicos ingresaron al aparato seguidos de Braulio. Una vez dentro, sintieron un pequeño mareo y el exterior cambió, ya no estaban en el recibidor. Habían llegado al sector de los Elegidos.
—Vaya, esto está mucho mejor que las escaleras— celebró Lucas—. Mis pies agradecen a los que inventaron esta maravilla.
Cuando los muchachos salieron del aparato se encontraron con otro salón mucho más grande. Este contaba con una decoración parecida, excepto porque tenía muebles, algunas puertas y unas escaleras gigantes forradas con alfombras. Había además un balcón que poseía una vista preciosa de la ciudad de Arcadia y al mar que la rodeaba. Una estatua tamaño real decoraba la cima de la escalera. Los chicos pudieron reconocer enseguida que representaba a Corazón de la Tierra porque tenía una túnica, la barba trenzada y el anillo giratorio en su dedo anular.
—Creo que es mejor que vayan a descansar a sus habitaciones. Ya tendrán tiempo de conocer el Sector que es bastante grande—les sugirió Braulio, luego señaló una de las puertas que había—. Esta es la que conduce a los dormitorios. Encontrarán fácilmente sus respectivos cuartos.
Cuando Braulio se fue, los Elegidos quedaron un rato más observando el salón principal. Luego comenzaron a explorar un poco. Primero fueron al pasillo que conducía a las habitaciones. Allí había seis puertas iguales.
—¿Cómo sabremos cuál es nuestro cuarto? —preguntó Jane, pero enseguida se dio cuenta que sobre las puertas estaban grabados sus respectivos poderes.
Camila encontró su habitación rápidamente. Su poder estaba escrito en letras doradas sobre dos más: la electricidad y la luz. Diana Valentina soltó un gritito de alegría.
—¡Seremos compañeras de cuarto! —rodeó con sus brazos a Karla y a Camila al mismo tiempo—. ¡Que emocionante!
—Toda una aventura—respondió Karla con cierto sarcasmo. Camila se echó a reír.
El dormitorio era bastante espacioso. Contaba con tres camas con sus respectivos roperos, un librero y algunos estantes para colocar objetos personales. Tenía un balcón que mostraba una hermosa vista de la ciudad mágica. Además de un cómodo baño.
—Wow, esta habitación está increíble— exclamó Diana tras dejarse caer sobre una de las camas.
Camila, por su parte, se dirigió hacia el balcón. Desde allí se podía observar cómo las olas chocaban contra el acantilado. La vista de la ciudad parecía sacada de una revista de viajes. Realmente Arcadia era como un paraíso terrenal.
De pronto, una voz familiar la hizo reaccionar de golpe. Alejandro estaba parado en un balcón cercano. Su habitación quedaba justo al lado. Ambos chicos se miraron con timidez y sonrieron.
—Vamos rubio, deja de buscar sirenas y elige con cuál cama vas a quedarte.
Alejandro resopló con fastidio. No podía creer que iba a compartir habitación con Lucas. Ese chico lo sacaba de quicio. Se despidió de Camila con la mano y entró en su recamara.
—Definitivamente lo mejor de todo es la vista— se burló Karla y señaló con la mirada hacia el balcón de la habitación de Alejandro. Camila le dio un golpecito en el brazo a la chica en modo de broma—. Me pregunto dónde estará Petter— pensó en voz alta.
—¿Lo extrañas? — bromeó Camila con picardía.
—Claro que no—Karla se movió, inquieta—. Obviamente no me importa lo que le pase a ese chico, es solo que...—quedó en silencio unos segundos para pensar lo que quería decir—. Él me protegió durante la batalla. Creo que en el fondo no es tan odioso como yo creía.
—¿Por qué pensabas que era odioso?
—Es una historia divertida, luego te la cuento.
Karla sonrió al recordar cómo había quemado a Petter con el té. Camila rio. Estaba ansiosa por saber los detalles.
...
Corazón de la Tierra se dirigió al despacho personal de Anise, que ya estaba esperándolo, deseosa de entender por qué había tomado la decisión de traer a los Elegidos tan pronto. El mago se encontraba meditando cómo explicarle sus decisiones sin parecer precipitado o sentimentalista. Anise no solo era la Directora del Consejo de Magos, también había sido engendrada por la diosa Leah, por lo que llevaba la sangre de los dioses. Por esa razón era una mujer muy respetada por todas las criaturas mágicas y también por el Consejo. Nadie se atrevía a desafiarla, ni a cuestionar sus órdenes. La decisión respecto a los Elegidos y respecto a la hermana de Alejandro estaba en sus manos.
El mago entró en cuanto las puertas se abrieron para recibirlo. El despacho estaba tal y como lo recordaba. Pisos de madera pulida, paredes decoradas con cuadros de los héroes de la historia de la magia y ventanales que reflejaban la belleza de la ciudad.
Anise se encontraba sentada en su escritorio con la cabeza metida en unos papeles. Era una mujer de mediana estatura y aspecto severo. Poseía un abundante cabello negro que caía lacio sobre sus hombros. El color de sus ojos era llamativo, tenían una tonalidad azulada que los hacía lucir irreales, tanto como los de la diosa Leah. Llevaba un vestuario que denotaba su figura esbelta y su gusto elegante. Aparentaba unos cincuenta años, aunque ya había vivido varios siglos.
—Bienvenido Corazón de la Tierra— saludó ella en cuanto lo vio. Corazón de la Tierra le devolvió el saludo—. Espero hayas tenido un buen viaje.
—Gracias. — El mago tragó en seco y comenzó a explicar todo lo que había ocurrido antes de que ella pudiera hacer preguntas—. Hemos perdido a Emilio. Los siervos de Rosman lo asesinaron.
Anise cambió por completo su expresión y soltó los papeles que tenía en la mano. No lo podía creer. Emilio, uno de los mejores Elegidos que había conocido, ahora estaba muerto.
—No puede ser... —se lamentó en voz alta—. ¿Cómo es que pasó esto? ¿Cómo lo permitiste Corazón de la Tierra?
—No pude hacer nada. Rosman bloqueó el paso hacia el escondite y cuando logré llegar era muy tarde— se disculpó el mago. Anise lo miró con decepción y enojo a la vez—. Está usando una magia muy poderosa que no sé de dónde viene.
—Primero permitiste que Ernesto fuera capturado por los siervos gracias a la imprudencia de Camila a quien no pudiste controlar y ahora me dices que el escondite fue encontrado por los siervos y que Emilio está muerto.
Anise se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Casi podía oler la amenaza que se les venía encima y sabía que no les sería fácil resolverla.
—Sabes que intento cumplir con mi misión de la mejor manera, pero tenemos a un enemigo muy fuerte. Está claro que Rosman está usando algún objeto mágico, de lo contrario su magia no sería tan poderosa. Nuestras habilidades no son nada comparadas con las suyas. —Anise resopló—. Además, no es fácil lidiar con un grupo de adolescentes inexpertos que no acatan las órdenes.
—¿Por esa razón permitiste que una chica común y corriente llegara a Arcadia? — La voz de Anise estaba cada vez más rígida. No podía entender todos aquellos errores de Corazón de la Tierra. El mago abrió la boca para decir algo, pero no pudo, estaba sorprendido de que se hubiese enterado tan pronto—. Las sirenas me enviaron un mensaje. Necesito saber qué es lo que se supone que estás haciendo.
—No fue mi decisión, Emilio quiso llevar a la chica al escondite y ella descubrió todo cuando fueron atacados por los siervos. Yo no estaba enterado de eso.
—Tanto tú como Emilio han cometido una gran imprudencia al llevar a esa chica al escondite y luego traerla aquí— escupió Anise y se sentó nuevamente en su escritorio—. ¿Ahora cómo se supone que voy a solucionar todo esto? Además, tengo que buscar una solución para lo de Ernesto antes de que lo maten también. — Corazón de la Tierra prefirió no responder, no quería seguir provocando el enojo de Anise—. ¿Camila está bien? ¿Ya lo sabe todo?
—No todo. Ernesto me hizo prometerle que no le diría demasiado sobre su origen, pero sí sabe que su padre tiene el brazalete.
Anise recordó que Corazón de la Tierra le había comunicado esa información días atrás. Aún no podía creer que Ernesto se guardara ese secreto para sí mismo por tanto tiempo.
—Por cierto. — Corazón tragó en seco nuevamente, sabía que aquella noticia no le caería muy bien a Anise—. Rosman dejó un aviso para que Camila se entregara, de lo contrario mataría a Ernesto.
Anise respiró profundo y se recostó sobre su asiento, como si ya no tuviera fuerzas para más malas noticias.
—Debemos resolver esto cuanto antes. Hay que liberar a Ernesto sin que Camila salga lastimada— dijo por fin.
—¿Qué podemos hacer? Rosman es demasiado poderoso, no podemos enfrentarlo directamente.
—Tendré que negociar con él. —Corazón de la Tierra abrió la boca para decir algo, pero prefirió dejarla terminar—. Sabes que él quiere mi cabeza, sobre todo después de lo que le hice a Anemith. Iré a Nelvreska y me entregaré a cambio de Ernesto.
—No puedes hacer eso—zanjó el anciano—. Tú eres muy importante para Arcadia y para el mundo mágico, no puedes dejarlo ganar tan fácilmente.
—Tampoco puedo dejar que Ernesto muera.
Los ojos de Anise parecieron nublarse por la preocupación. Corazón de la Tierra la comprendía. Ernesto era importante para ella, tanto como lo fue Emilio para él, pero aquella no podía ser la solución.
—Quizás, podrías hacer un trato con él. Algo que le interese más que Ernesto.
Anise se quedó en silencio unos segundos. Sus ojos se fijaron en un punto imaginario, era evidente que estaba pensando. Corazón de la Tierra pudo notar como su rostro se iluminaba y una leve sonrisa surcaba sus labios. Al parecer, una idea acababa de surgir en su cabeza.
—Le diré que sé dónde está el brazalete. —Corazón de la Tierra frunció el ceño, extrañado—. Le haré creer que lo tengo y que se lo pienso entregar a cambio de Ernesto.
—¿Cómo pretendes hacer eso?
—Con un camaleón—sentenció Anise y una sonrisa victoriosa se dibujó en sus labios.
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