Edad del Sol, Era del Conocimiento, décimo grado

Tal vez el momento decisivo fue en la edad del Destino, llamada por algunos el noveno grado. Muchos quisieron intentarlo y realizaron la prueba de sabiduría en la tríada de asignaturas. Al conocer los resultados algunos rieron, otros lloraron… Pero inconscientemente ya habíamos roto la pared que nos impedía conocernos. Luego de dos meses de nubes que se lleva el viento, de series vistas y revistas, de playas y campismos  de color canela, de sueños largos como una era  geológica llegamos al paraíso perdido. El lugar es como un cielo en el que existen tormentos, un no sé qué de abundancia en medio de hambruna. Es recreación en medio de una clase, un cero en medio de una tabla. Es bañarse en un océano estrecho de agua dulce y obrar para estar seco al instante. Y por último es tener de una vez a quinientos y tantos vecinos, como una decena de madrastras malvadas y si acaso una sola hada madrina. Pero no hay mayor muestra de nuestro potencial que habernos enfrentado a numerosos dragones llamados por los normales trabajos de control, evaluaciones sistemáticas y cosas por el estilo. Algunas bestias canijas y bobas, pero otras mortales como las cuatro terribles, que a más de uno le ha costado la existencia. Así comenzó la batalla desde que los ángeles pusieron un pie en este lugar sagrado. Pobre de aquel que subestimó a alguno de esos engendros. Aquellos celestiales que eran derrotados perdían plumas de sus alas, plumas perdidas que hacían bajar en la jerarquía angelical llamada por los mortales escalafón. Pocos fueron los héroes que lograron partir a algún dragón a la mitad y sacar de sus entrañas un tablón. Otros, conscientes en lo inconsciente se dejaron derrotar ante las bestias de las pruebas finales y, sin la suficiente cantidad de plumas en sus alas tuvieron que partir de aquí, pero no de nuestros corazones. Así, de mil tropezones salimos del primer gran asalto para llegar  a la mejor época de todas, la época en la que el paraíso se nos acerca y parece desvelarnos sus misterios: los primeros carnavales. En esos tiempos todos se quedaron  deslumbrados ante el maná en forma de compota osito, con la conga a la que todo el mundo se sumó, con la final de la copa de futbol, el concurso de peinados y las ruedas de casino. Pero aquellas cosas que de veras impresionaron fueron la asombrosa gala del Halloween que pensábamos era difícil de igualar y el bailoteo que lisonjera ofrecía tras de sí. Y luego el añorado pase en el que la memoria fue formateada y se entraba sin saber a qué era igual el coseno de pi sobre dos. Los meses pasaron volando y dejamos al largo enero que nos comimos enterito en la escuela, al enamorado febrero y luego el bestial marzo, ¡de nuevo a la carga! Postreramente llegaron las batallas finales, en la que todo el mundo se esforzó en dar lo mejor. Aunque aún así los que estaban a salvo cayeron en peligro, los que peligraban ya podían respirar… en resumen, un caos total acompañado del miedo  atribuible a unos tableros de Ouí  Ja que nunca debieron ser mencionados. Ese fue un momento de tristeza al saber que muchos ya se iban sin solución alguna mientras algunos ángeles se retiraban a sus hogares llevándose  como trofeo los buenos momentos vividos

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