Parte única

Tomioka Giyuu recuerda el olor de las tardes en la montaña.

No es un olor que pueda describir con palabras, pero él lo intenta. Se ha calado tan a fondo en su olfato que ya no es capaz de olvidarlo. Incluso si lo intenta. Pero no es como si quisiera intentarlo.

La montaña tenía distintos olores, dependiendo de la hora del día y la estación. En primavera olía a glicinias y rocío fresco; en verano, al cobrizo aroma de las pieles acaloradas y el vapor de las aguas termales más calientes de lo normal; en otoño huele a tranquilidad, pero también un poco a tierra seca por los vientos que azotan por las fechas.

En invierno huele a la nieve. Sí, nieve. Tiene un olor tan fuerte que es capaz hasta de congelar tus fosas nasales, que se entremezclan con el humo de la chimenea de Urokodaki montaña abajo.

Pero para Giyuu, no importa qué estación sea... la montaña siempre lleva impregnada el aroma de Sabito.

Giyuu lo conoce. Lo conocía de memoria, desde siempre. Le avergüenza admitir que lo conoce más que a su propia esencia; a veces, incluso, siente como si Sabito fuese más parte de él que sí mismo. Y es extraño, y no sabe ponerlo tampoco en palabras, pero eso no le importa.

No necesita que nadie más lo entienda.

Si alguien más se lo preguntara, seguro pensaría que Giyuu está loco. O que es solo un tonto enamorado que no consigue dejar de ver a su amado en todas partes.

Todavía se acuerda, aun ya con veintiún años, de esa primera tarde juntos luego de que Urokodaki les arrastrara a pasar tiempo de calidad.

Makomo todavía era un bebé que apenas lograba pararse sobre sus dos piernas regordetas. Sabito no era ningún bebé, incluso si tenía la misma edad que Giyuu.

Y Giyuu sí que se veía a sí mismo como un bebé. Uno torpe, y también muy llorón. Desde que Urokodaki le encontró deambulando por las calles de su antigua villa, tras el asesinato de su dulce y hermosa hermana —con el correr de los años, Giyuu olvidaba el aroma de Tsutako; a un suave aceite de rosas y nardo, entremezclado con el vapor del arroz que se impregnaba a aquellas personas que cocinaban a menudo—, Giyuu solía prenderse de la túnica del anciano con una mano y se secaba las lágrimas con la otra.

Sabito, no.

El chico era todo lo opuesto. Pese a tener poco menos de diez años, Sabito ya tenía el porte de un joven hombre: hombros firmes y anchos, mirada dura, semblante de acero.

Y aunque Giyuu podría haber desvariado una eternidad sobre la manera en que Sabito se veía —y eso vendría más adelante, con los años—, ese primer recuerdo de la manera en que el otro muchacho olía es lo que se quedaría con él para siempre.

—¿Qué pasa? —le pregunta Sabito sin una pizca indulgencia y sus graciosas cejas fruncidas—. ¿Acaso no sabes hablar?

Giyuu lo recuerda con dulzura, y puede que una sonrisa se le escape de los labios al pensar en Sabito de esa manera. El chico que siempre parecía enojado, pero que nunca lo estaba realmente. Aquella solo era su coraza para sobrevivir en un duro mundo infestado de demonios.

Sin embargo, el Giyuu que todavía no alcanzaba la década de edad, lo recuerda con un poco de nervios y vergüenza. Si bien Urokodaki les obligó a pasar el rato juntos para hacerse amigos, es Sabito el que les guio a través de la montaña hasta un pequeño lago con una ruidosa cascada que huele a algas, a musgo y también a glicinias en la lejanía.

Es primavera. Sus recuerdos pueden confirmárselo.

—¡Anda, no seas un bebé! —exclamó Sabito con un poco más de ira—. ¡Si vamos a estar atascados siendo amigos, más te vale que comiences a hablar! ¡Pronto serás un hombre! ¡Compórtate como uno!

Giyuu se enterró más sobre sus propias rodillas. Podría haberse echado a llorar del miedo, pero es que, aunque Sabito fuera un pequeño niño con un carácter de mil demonios y que anda por la vida con un gran ego y autoestima, nunca consiguió infundirle nada que no fuesen emociones positivas.

Giyuu lloró, de todas formas. Pero no por miedo en absoluto, sino porque la situación le superaba.

En menos de un par de meses había tenido que ver a su hermana ser devorada por unos horrendos demonios. Vivió en la calle, lleno de pulgas y piojos, casi rompiéndose los dientes tras mordisquear pan duro que encontraba cerca de la basura.

Urokodaki le acogió bajo su ala, pero eso no quitaba que todo fuese demasiado. Ya llevaba un par de noches junto al anciano —que huele como a viejito, y también a hebras de madera y pintura natural—, la pequeña Makomo —que, por supuesto, huele como solo los bebés pueden hacerlo; con la suavidad de un pedazo de algodón—, y también Sabito.

Giyuu había podido lavarse, comer un estofado caliente y dormir sobre una suave cama.

Ahora, estaba siendo regañado por un niño gruñón de su edad al pie de una cascada. Cuánto podían cambiar las cosas en tan solo un instante.

—¡Anda, responde! —Sabito cruzó los brazos—. No me hagas enfrentarte a un desafío para obligarte a hablar, niño.

Giyuu recuerda entonces una sonrisa. Pero no era de Sabito, sino suya. Es consciente de que su vida ha dado un giro completo, pero ha sido todo para bien.

Y las lágrimas se agolpan sobre sus ojos, y parecen gritar más fuerte que el rugido de la cascada frente a los dos muchachos.

Cuando Giyuu levanta la mirada al profundo cielo azul de primavera, Sabito da un respingo por la sorpresa.

En el poco tiempo que llevan juntos, Giyuu ya puede decir varias cosas de Sabito: que se protege a sí mismo bajo una máscara de cejas fruncidas, que es un poco tosco para pedir las cosas, y que es posible que no esté acostumbrado a la suavidad de las personas.

Es un niño duro. Pero así le agradó, después de todo.

Así fue como le amó.

—Pero, ¿qué haces...? —inquirió Sabito—. ¿Por qué lloras como bebé?

Giyuu, en su recuerdo, cierra los ojos. Y las lágrimas calientes le bajan por las mejillas iluminadas por los rayos de sol a media mañana.

Da un fuerte respiro para llenar sus pulmones de aire fresco. Entonces, lo huele.

Huele a las glicinias de primavera, y también al agua estancada de la cascada. Huele al rocío que no logró morir tras los primeros atisbos del sol. Huele a la tierra húmeda, al humo mezclado con hierbas que sale de la chimenea de la cabaña de Urokodaki.

Y también puede oler a Sabito por primera vez.

Si bien el aroma de Sabito fue cambiando con la edad, la esencia siempre estaría allí: su cuerpo está impregnado del cobrizo de su sudor tras el primer entrenamiento, y también a la barra de jabón con la que Urokodaki les obliga a frotarse. Huele como a la madreselva en la que entrena antes de que el alba tocara la tierra, y su ropa desprende el olor al río donde deben lavar las prendas cada tarde. Incluso sus labios todavía tienen el aroma al té verde que ingieren cada mañana.

No es como si pudiera ponerlo en palabras a aquel menjunje, pero Giyuu consiguió darle un nombre a su medida.

Sabito, y toda la montaña en sí, huelen como a un hogar.

Giyuu se seca las lágrimas infantiles de su rostro todavía más infantil.

—No es nada —le dijo por primera vez—. Es que estoy feliz de estar aquí.

Tomioka Giyuu recuerda los vivos colores que decoran cada rincón de su nuevo hogar.

La casa entera es un estallido de color. Hay retazos de tela celeste como el cielo y el mar, y también de esa verde con patrones divertidos que a Sabito le gusta llevar. La misma Makomo viste de un adorable rosa lleno de flores.

Incluso hay paletas cargadas de pigmentos naturales que se mezclan con la tinta: zarzamoras para el púrpura, corales para los tonos rojos y naranjos, lapislázuli pulverizado para el azul.

Urokodaki es un artista, por supuesto: le encanta tallar máscaras que luego regala a todos los niños a los que acoge.

Giyuu no conoce a ningún otro niño que no sea Sabito o la pequeña Makomo, pero Urokodaki le cuenta de ellos. Y le muestra las máscaras —algunas, réplicas de las originales.

La voz del anciano tambalea un poco cada vez que les cuenta de cada niño. Y Giyuu quiere llorar, pero no sabe exactamente por qué —ya que Makomo apenas va a cumplir tres años y sigue chupándose el dedo pulgar antes de quedarse dormida, y Sabito no deja de fruncir las cejas por tener que escuchar las mismas historias una y otra vez.

Para Giyuu es distinto. Él se pregunta cómo se verían todos esos niños; si tendrían el pelo oscuro como Giyuu y Makomo, o uno más cálido como Sabito. ¿Serían de sus mismas edades? ¿Qué pasaría con todos ellos?

Debía dejar de preguntárselo. No es como si pudiera tener respuestas de todas esas cosas, y está claro que a Urokodaki no le gusta hablar a fondo sobre el tema.

—Pronto tendrán las suyas —habló el anciano una tarde mientras preparaba una sopa llena de coloridos vegetales y raíces—. ¿Qué clase de animal les gustaría ser?

Sabito apoyó su cuenco con tanta fuerza sobre la mesa que el repiqueteo sacó un susto a Giyuu. Makomo seguía durmiendo sonriente sobre su catre.

—¡Yo quiero ser un zorro! —Fue lo que Sabito chilló—. ¡Los zorros son inteligentes, astutos, misteriosos, muy fuertes, escurridizos...!

La risa de Urokodaki brota desde su garganta y sale distorsionada por debajo de su máscara de Tengu. Un espíritu yokai color rojo vivo y de una gran nariz, y que por supuesto aterró a Giyuu la primera vez que la vio.

Eran guerreros, y también protectores de la montaña, según lo que Sabito le contó una vez. Bueno, tenía sentido que Urokodaki llevara una de ellas.

—¿Algo más? —les pregunta el anciano—. ¿Giyuu? ¿Tú que deseas ser?

—Eh...

—Déjalo, Giyuu es algo indeciso —Sabito responde por él mientras da otro sorbo de su cuenco de una forma casi salvaje y tosca—. No tienes que presionarle a responder tan pronto.

Giyuu se sonroja. No porque Sabito le dejara de esa forma en evidencia, sino porque no se equivocaba en absoluto.

Es casi como si Sabito pudiese ver al Giyuu que yace adentro de su alma. O puede que solo fuera demasiado obvio y predecible, pero es inevitable sentir que los grandes ojos de Sabito analizan cada fragmento de Giyuu.

Tampoco le molesta demasiado, pero le avergüenza un poco —sus ojos son muy bonitos. Sabito tiene unos enormes ojos perfectamente contorneados, que se funden en un vaivén entre el gris y el lavanda, y brillan tan fuerte como el mismo sol.

Giyuu le mira a menudo. No es que él quiera ser un acosador, pero estaba convencido que, para un ser humano promedio, sería prácticamente imposible no detenerte a mirar a Sabito.

Porque Sabito llama la atención allí donde sea que vaya: en la aldea cada vez que se acercan a buscar provisiones, o cuando reciben visitas de los superiores de Urokodaki.

Es un muchacho no tan alto, pero que comenzó a ganar centímetros con los ojos. Su pelo es un amasijo de mechas desparejas y puntiagudas del color de los damascos. Por alguna razón combina con sus grandes ojos.

Y también combinan con la gigantesca cicatriz que le surca la cara, casi como una extensión de su propia boca.

Giyuu sabe que a Sabito no le gusta su cicatriz, pero no puede entender por qué. Suele cubrirla con parte de su cabello, y ha estado preguntando a Urokodaki por la máscara cada vez más a menudo.

Él conoce la historia detrás de su cicatriz. Sabe que se la hizo el mismo demonio que asesinó a su padre, aquel por el que lleva el colorido kimono de hexágonos verdes, dorados y naranjas.

Tal vez le avergüenza. O tal vez saber que está allí le genera dolor. Giyuu no puede simplemente preguntárselo, porque no tiene dudas que Sabito le pateará el trasero por entrometerse demasiado.

Sea cual fuera la razón, para Giyuu, aquella cicatriz vuelve a Sabito más hermoso y llamativo de lo que ya es.

—¿Qué tanto estás mirando? —pregunta Sabito esa misma noche, cuando los dos se fugan para un último entrenamiento del día con sus espaditas de madera—. ¿Te gusta lo que ves, Giyuu?

Giyuu se vuelve a sonrojar, pero agradece que es la luna la que está en el cielo y no el sol. La burla en la voz de Sabito es cálida, pero eso no quita que le avergüence ser atrapado observándolo de forma hipnótica hacer sus posiciones bajo las estrellas.

Sabito le está sonriendo en sus recuerdos. Ya no está el desdén del principio, sino que es una especie de burla compartida. A Sabito le gusta molestar a Giyuu, pero sin traspasar sus límites.

—No es que te mire —Giyuu chasqueó la lengua; comenzaba a aprender los tonos defensivos de Sabito para hacerlos propios—. Es que te mueves bien con la espada. Yo también quiero ser tan genial como tú.

Así como Sabito puede ver adentro de su alma, Giyuu también es capaz de ver en la suya.

—Así que... —Sabito balancea la espada de madera entre sus dedos tras un corto silencio—. ¿Crees que soy genial?

Sabe que le gusta ser alabado, pero nada lo hace sonreír más que esas veces en que Giyuu lo hace. Su seria boca se curva hacia arriba, y es de aquellos momentos en donde no le importa que el cabello no pueda taparle su inmensa cicatriz.

Y Giyuu aprovecha para mirarlo sonriendo en todo su esplendor. Y se empapa de la imagen. Y se agradece a sí mismo de haber memorizado la forma exacta en que los colores se funden para crear al Sabito que él conoce y que tanto adora.

Por eso Giyuu sonríe cada vez que tiene el honor de poder mirarlo.

—Eres lo más genial que he conocido, Sabito.

Tomioka Giyuu recuerda el sonido que emite cada cosa o persona a su alrededor.

No es una persona que le gusten los ruidos fuertes. Al principio, el entrechocar de las espadas de metal durante los entrenamientos con Sabito, le hacía daño a sus oídos.

Por suerte, la montaña no es un lugar de sonidos fuertes o peligrosos. Solo el rumor de las hojas cuando azota el viento, el cuchillo de Urokodaki rasgando la madera, o los llantos de Makomo cuando ella quiere correr a entrenar con Sabito y Giyuu.

A veces, un ruidoso cuervo se posa sobre el marco de la ventana y grita instrucciones para Urokodaki a primera hora de la mañana.

Cuando eso pasa, las manos de Sabito se ciernen sobre sus oídos. No es que logren apaciguar demasiado el molesto ruido del cuervo, pero a Giyuu le gusta el bonito gesto.

Porque eso significa que Sabito lo sabe. Y no solo que lo sabe, sino que también le importa.

A Giyuu le gusta importarle a Sabito.

Porque a él también le importa Sabito. Y le importa demasiado.

Es por eso que lo mira. Que lo escucha.

Le agrada escucharlo, porque la voz ha comenzado a cambiarle —pese a que la suya propia todavía es demasiado infantil y aguda—, y vibra en un tono tan grave que le hace sacudir todo el cuerpo con cada palabra que pronuncia.

Sabito siempre tiene historias que contar. Giyuu sospecha que algunas pueden ser mentira, ya que los dos solo pasan el rato allí en la montaña —pero no le importa que sean mentira, porque aunque lo sean, eso significa que puede seguir escuchando la maravillosa voz de Sabito.

—Una vez vi una mujer demonio —dijo Sabito, una tarde echados bajo el sol en verano y con la cascada de fondo como una suave música ambiental—. ¡Tenía piernas de pollo!

—¿Y no la cazaste? —pregunta Giyuu, y los ojos se le abren como platos—. ¡Podrías haber hecho un buen caldo de pollo!

—¿Caldo de pollo demonio? —Sabito arruga el entrecejo—. ¡Qué asco Giyuu! Ya sabía que tu gusto era cuestionable... después de todo, te gustan esas gachas llenas de vegetales de Urokodaki...

—¡Oye!

Giyuu trata de forcejear para darle un golpecito, pero Sabito ríe entre dientes al verlo fallar. Su risa se ha vuelto también más profunda al igual que su voz.

Sabito es innegablemente más fuerte. Es por eso que Giyuu fracasa cada vez que intenta darle un coscorrón por molestarle, y Sabito ríe cada vez que lo ve fallar de forma estrepitosa.

A Giyuu no le importa. Le gusta escucharlo reír, y a veces falla a propósito solo para escuchar esa risita entre dientes que se le escapa como un suspiro.

Después de reír, Sabito siempre vuelve a echarse bajo el sol con ojos cerrados. Da una gran bocanada de aire hasta que se le infla el pecho, y luego lo exhala todo.

Quizá Giyuu es un acosador, pero él se queda mirando mientras lo hace. Eso, hasta que termina cerrando los ojos a su lado y solo lo escucha respirar con fuerza. Sabito a veces vuelve a reír como si supiera lo que Giyuu está pensando.

¿Podría saberlo? Es posible. Sabito parece tener las respuestas a todo. O todo lo que concierne a Giyuu.

Porque a Giyuu le gusta conocer a Sabito a través de cada sentido, pero a veces siente que Sabito ya lo conoce por completo. Como si Sabito ya lo hubiese olido, visto, escuchado, todo a sus anchas y a su modo.

Le hace sentirse un poco expuesto. Pero, maldición, es Sabito, ¿no? ¿Qué importa si es Sabito el que le conoce hasta la punta de los pies y descubre sus secretos?

Sabe que los secretos de Giyuu no podrían estar guardados en un lugar mejor que en el corazón de Sabito.

—¿En qué estás pensando tanto? —inquiere Sabito, pero sin mirarle; su voz es más ronca—. Pensar no es de hombres. Deja de pensar tanto.

—Claro que lo es —Giyuu frunce sus cejas—. Será que tú no eres tan hombre y todavía no puedes hacerlo.

—¡Cállate!

Siente la mano de Sabito sobre su mejilla. Pero no es un golpe duro, sino algo así como una caricia un poco torpe.

Sabito está sonriendo mientras lo hace. Giyuu puede escucharlo claramente.

—No estoy pensando en nada, Sabito —responde Giyuu—. ¿Acaso te gustaría que esté pensando en ti?

Tomioka Giyuu recuerda lo suave y cálido de su propia cama.

Se levanta con una sonrisa cada mañana solo porque así puede retorcerse un poco más entre la suave tela que lo envuelve. Sabito solo rodaba los ojos, ya que él era un pájaro mañanero —antes de que el sol saliera, ya estaba arriba para comenzar a entrenar para partir de una vez la roca.

Cuando era más pequeño, Giyuu solo era capaz de rezongar cada vez que Tsutako le despertaba para el desayuno, y se la pasaba quejándose solo porque quería dormir un rato más.

Desea haber podido cambiar el pasado. Poder despertarse con una sonrisa entre las sábanas, y regalársela a su hermana cada mañana. A su hermana le encantaba su sonrisa.

Giyuu aprecia un poco más la vida desde la muerte. No —se corrige.

No desde entonces.

Cuando apenas llegaba a vivir en los aposentos de Urokodaki, Giyuu tenía sus bajones al recordar a su hermana. Puede que tener un cálido hogar le hiciera feliz, pero el recuerdo de su hermana le atormentaba cada noche.

Porque la extrañaba horrores. Pensar en ella le hacía sentirse de la forma más miserable y desolada que un humano pudiera ser capaz de soportar.

Extrañaba la caricia que le daba sobre su enmarañado cabello azabache, o los suaves besos en la frente antes de dormir. Tsutako tenía magia en sus dedos, y era increíble como solo un pequeño toque te hacía sentir amado por una mujer tan dulce y preciosa.

Giyuu deseaba, entonces, haber muerto en lugar de Tsutako. Porque Tsutako era magia, y Giyuu solo era Giyuu. No le aportaba nada al mundo. Nada bueno, al menos.

Y fue allí cuando la bofetada de la mano de Sabito le atravesó toda la mejilla como un aguijonazo.

Fue tan fuerte que le hizo perder el equilibrio. Giyuu miró con horror, y con la cabeza dando vueltas, a la imagen encolerizada de Sabito de pie frente suyo.

—¿S-Sabito...?

Pero Sabito estaba furioso. Ni siquiera se veía como Sabito.

—¡No digas nunca más que es mejor que te mueras! —bramó Sabito esa tarde—. ¡Si lo haces, dejaremos de ser amigos!

Giyuu no sabía que eran amigos en ese momento. Muchas cosas le tomaron por sorpresa luego de aquella fuerte bofetada, que no solo le sacudió hasta los huesos —porque era hasta la actualidad que seguía sintiéndola chispear sobre su piel— sino hasta el fondo de su alma.

Con aquel único gesto, Sabito consiguió tocar un lugar adentro suyo que ni siquiera él mismo era capaz de alcanzar.

Giyuu no pudo olvidar su bofetada. Ni tampoco la misma mano que Sabito le ofreció después para ayudarlo a levantarse, pero esta vez ya con una sonrisa en sus labios y su gesto menos severo.

Era increíble que su mano pudiera provocar tantas cosas. Desde un golpe que le abriera los ojos, hasta el soporte que Giyuu necesitaba para no derrumbarse a pedazos.

Y, si bien las palabras de Sabito le dieron otra perspectiva, Giyuu no podía evitar extrañar a su hermana. Él soñaba cada noche con los demonios llegando hasta ella y devorando su carne hasta que la hermosa sonrisa de Tsutako desaparecía de este mundo.

Las pesadillas eran casi tan insoportables como extrañarla. Las lágrimas lo asfixiaban cada noche.

Al principio lloraba en silencio —tenía miedo que Sabito volviera a golpearlo por ser un tonto llorón que no sabía apreciar el gran regalo que su hermana le dejó.

Pero Sabito, siempre Sabito, tenía otros planes en su maquiavélica cabecita.

—Deja de llorar —susurra, de forma ceremoniosa, cada noche que escucha los sollozos de Giyuu en la cama contigua—. Te dije que no llores.

Pero no lo regaña. Puede que suene a regaño, pero no es un regaño. Giyuu lo sabría mucho después, pero, así como para él era insoportable extrañar a su hermana... para Sabito se hacía insoportable escucharle llorar.

Comprendió, también después, que por eso Sabito se levantaba de puntillas de su propia cama y se metía entre las sábanas de Giyuu. Que por eso le envolvía con sus brazos —que cada vez eran más fuertes gracias al duro entrenamiento al que se sometía— y le acercaba hasta su pecho, y le acariciaba el pelo negro con tanto cariño como alguna vez lo hizo Tsutako.

—Ya deja de llorar, Giyuu —dijo Sabito—. Nadie quiere verte llorar.

—Lo siento... por ser débil —sollozó Giyuu más fuerte, pero todavía lo suficientemente bajo para no alertar a Urokodaki o Makomo—. Lo siento... por... por no poder dejar de llorar...

Sabito enredó sus dedos en el cabello de Giyuu. Giyuu se prendió de la ropa que cubría la espalda de Sabito, y enterró la cara en el hueco de su cuello para llenarlo de lágrimas.

—No es eso, tonto —resopló Sabito luego de un rato—. No es porque seas débil. No eres débil, te lo he dicho como un centenar de veces.

Giyuu no lo entendía en ese entonces. De adulto quizá puede que lo haga. No es como si tuviera importancia, luego de tanto tiempo.

Pero él recuerda. Recuerda que esos abrazos de Sabito, y sus caricias cálidas le hacían temblar. La falta de afecto y cariño era demasiado para Giyuu. Él todavía era un niño, y necesitaba a su hermana para que le besara la frente antes de dormir.

Sin embargo, que fuese Sabito quien le acariciara ahora no es algo que le disgustara. Para nada. Así que Giyuu se deja fundir en el recuerdo de sus brazos, en el suave sonido del corazón que late junto a su cuerpo, y en la calidez con la que esas manos jóvenes pero callosas le acarician el pelo.

—No me dejes solo —murmura Giyuu—. Gracias por estar en mi vida, Sabito.

Tomioka Giyuu recuerda el sabor de la boca de Sabito.

Ya tienen trece años. El invierno, el verano, el otoño y la primavera corren muy rápido.

Makomo ya es una niña, y más pronto de lo que creen, será una verdadera mujer. Ella ya ha comenzado su entrenamiento con la espada, y se siente en la mesa junto a Giyuu y Sabito para degustar juntos las cenas de Urokodaki.

Urokodaki es cada vez más viejo, también. Ya lleva casi todo el pelo blanco, y Sabito suele decírselo a modo de broma. En castigo, Urokodaki le hace realizar el doble de ejercicios —pero es Sabito, claro, y a él nunca le importa entrenar más de la cuenta.

Ya ha partido la roca. Lo ha hecho tres semanas antes que Giyuu, aunque ese tiempo hasta que lo consiguió se ha sentido una eternidad.

A ninguno de los dos les cabía tanta felicidad en el cuerpo. Incluso Makomo aplaudió emocionada, pero luego lloró al darse cuenta que las cosas comenzarían a cambiar desde entonces.

Urokodaki no dijo mucho. Ya lo había hecho durante todos esos años, y Sabito y Giyuu lo sabían.

Una vez que partías la roca con tu espada, la Selección Final estaba a la vuelta de la esquina.

Giyuu tiembla de solo imaginarlo. Sabito no deja de sonreír mientras narras cuántos demonios asesinará él solo, y a cuantas personas salvará una vez que sea cazador de demonios.

El solo título hace temblar más a Giyuu. ¿Cazador de demonios? ¿En serio? ¿El niño que no sabe ni atrapar una liebre salvaje, y que provoca risas imparables en Sabito por ello?

Ya basta, se regaña. Para esto ha entrenado. Esta es su forma de decirle al mundo que no ha olvidado lo que hicieron con Tsutako. Es su manera de evitar que otros Giyuu en el mundo pierdan a su hermana, o que otros Sabito reciban una cicatriz de parte del demonio que asesinó a su padre.

—Irán a la Selección Final mañana —les dice Urokodaki, dándoles la espalda mientras termina de tallar las máscaras que llevarán al día siguiente—. Van a atravesar la montaña, y se enfrentarán a los demonios en la prisión de glicinias. Luego, recibirán sus espadas nichirin. Y su vida como cazadores empezará.

Giyuu mentía si dijera que todo aquello no causó emoción en él. Estaba emocionado, pero más que nada se encontraba extasiado porque el mismo Sabito no dejaba de parlotear sobre la Selección Final. Era casi contagioso.

Las máscaras estuvieron listas. La de Sabito era maravillosa, y le iba como anillo al dedo —era el zorro que tanto deseaba, y tenía sus usuales cejas fruncidas y la cicatriz cerca de la boca que a Giyuu le gustaba apreciar.

Makomo lloró toda la noche. Ella les suplicó que la despertaran al día siguiente para despedirlos, pero ambos sabían que sería demasiado para la niña verlos partir. Los dos le besaron en la frente, y le tomaron de la mano mientras ella se quedaba dormida con sus lágrimas ya secas.

Giyuu también quería echarse a la cama. Incluso si sabía que no dormiría en absoluto. Pero Sabito tenía otros planes, y sintió que le picaba en la mejilla con un dedo en cuanto cerró los ojos.

—Vamos a la cascada —Sabito dijo casi como una orden—. Quiero verla una última vez antes de irnos.

Giyuu no le dijo que no. Nunca era capaz de decirle que no. Además, él también quería ir a la cascada una última vez.

¿Quién sabe cuándo volverían a verla? ¿Y si volvían dentro de meses, años?

¿Y si nunca volvían a casa?

No, eso era estúpido. Por supuesto volverían. Sabito no dejaría que Giyuu no saliera con vida de la Selección Final. Lo arrastraría de las orejas de ser posible, y se lo entregaría a Urokodaki.

Ambos regresarían. Mientras estuvieran los dos juntos, claro.

Sabito era un espadachín sin igual. No es como si Giyuu conociera más espadachines, pero incluso Urokodaki decía que era el mejor en su clase para la edad que tenía. Mencionó algo sobre unos pilares, pero Giyuu no prestó mucha atención. Eran los ojos de Sabito los que brillaban con emoción al escuchar esas palabras.

Los dos rumiaron a través de la noche, en silencio. Dejaron que la naturaleza y la luz de la luna los bañaran —ninguno de los dos desea olvidar todo lo que les rodea. La forma en que huele la montaña, los colores que la pintan, los sonidos que la invaden, el tacto de las cosas.

Cuando encuentran su lugar en medio de una roca mohosa, se sientan demasiado cerca, aunque Sabito lo hace con una rodilla levantada y de una forma altanera. No necesitan que uno de los dos tome coraje para hacerlo. Es sincrónico, y los dos parecen sentirse atraídos por el magnetismo que desprende el cuerpo del otro esa misma noche.

Ya no son los tontos niños de años atrás. Ya son casi hombres, y van a terminar de convertirse allá en la Selección Final. El último paso para demostrar lo que valen.

Sabito clava sus ojos en la luna. Giyuu mira a Sabito. Tiene deseos de acariciar su cicatriz con la punta del dedo. También quiere abrazarlo y hundir la nariz en su cuello para oler su esencia. Al mismo tiempo desea que Sabito parlotee como lo hace siempre.

Quiere muchas cosas que no puede obtener porque la noche es muy corta. Porque la vida es corta, pero eso Giyuu no lo sabe. O sí lo sabe, por supuesto —pero no es consciente de que la vida de un niño de trece años puede ser tan corta como la de su hermana.

—Espero que podamos tener momentos así durante la Selección Final —dice Sabito de repente—. Me gustaría poder ver la luna otra vez. Me tranquiliza.

—Lo dices como si no fueras a regresar —responde Giyuu con una sonrisa nerviosa y abrazando sus rodillas—. Ya podremos ver la luna cuando seamos cazadores de demonios. Tendremos que andar mucho de noche, ya sabes. ¡Es la hora en que salen los demonios!

Sabito sonríe con complicidad. Le gusta escuchar a Giyuu hablar de esa forma. Del futuro que tendrán juntos como cazadores.

A Giyuu también le gusta hablar de ello. Si lo habla, se siente real.

Pero que algo se sienta real no significa que realmente lo sea.

—Por supuesto —habla Sabito con esa voz que a Giyuu tanto le gusta—. Sobrevivamos a la Selección Final, Giyuu. Y construyamos un futuro como cazadores de demonios los dos. Hagamos un mundo nuevo.

Giyuu sonríe para responderle, pero la boca de Sabito sobre la suya le sorprende.

El beso es corto, casto, dulce. Giyuu no sabe qué hacer, así que es Sabito el que presiona sobre sus labios y le sujeta la barbilla para que no se caiga de trasero por la sorpresa que le genera ese contacto.

Aquel beso parece transmitir todo lo que Giyuu recolectó de Sabito en esos años: la forma en que huele su esencia, la belleza con la que brilla, el calor de su cuerpo, el sonido de su respiración.

Y también el cosquilleo en la boca del estómago que todas esas mismas cosas le provocaron desde que le conoció. Solo que los siente todos juntos, y es demasiado abrumador para alguien tan pequeño como Giyuu, perdido en un universo tan inmenso como lo es Sabito.

Giyuu siente que podría morir allí. Al diablo con la Selección Final. Al diablo con todos los demonios.

Giyuu ha encontrado el lugar en donde exactamente quiere estar por el resto de su vida.

Siente una ligera molestia cuando Sabito se aleja de él y le explota su burbuja de fantasías en la cara. Pero Giyuu no puede enojarse con Sabito, ya que le sonríe con cariño y esperanza.

Así que Giyuu siente esperanza, también.

¿Cómo era posible que un beso tan pequeño pudiese hacerle sentir tantas cosas?

—Regresemos juntos —repite Sabito, con sus ojos clavados otra vez en la luna—. No pienso volver sin ti, Giyuu.

Giyuu apenas le escucha, porque todavía está saboreando en sus labios al eco que dejaron los de Sabito. Pero sonríe, de todas formas. Porque no puede evitar sonreír cuando se trata de Sabito.

—Y yo no te dejaré volver sin mí, Sabito —dice Giyuu antes de acercarse para darle otro corto beso—. Volveré a encontrarte todas las veces que sean necesarias.

Tomioka Giyuu lo recuerda todo, pero a veces deseaba no recordarlo en absoluto.

Puede que tenga veintiún años, pero caminar por la montaña le hace sentir como si caminara por los retazos de un pasado que ya no existe.

La montaña es más sombría desde entonces. Ya no huele a glicinias o rocío; ni tampoco el rumor de las hojas se siente como un hogar. Es casi un lugar hostil.

Aunque, claro, Tomioka sabe que todo eso no es porque la montaña sea realmente hostil, sino que su forma de sentir al mundo ha cambiado desde entonces. El mundo ya no es tan cálido y dulce como solía serlo en su juventud.

El mundo perdió un poco de brillo ocho años atrás.

—Sabes que es mentira —se reprende Tomioka a sí mismo mientras camina cuesta arriba por la montaña—. El mundo está lleno de brillo. Eres tú quien no quiere verlo.

Se odia por tener que admitirlo. Su mejilla pica otra vez con el recuerdo de una bofetada. La siente cada vez que el peso de la realidad le trae de regreso desde la oscuridad que siente en el fondo de su corazón.

Tanjirou Kamado se lo había recordado, de cierta forma, y eso le hacía querer sonreír. Era curioso. Tomioka llevaba años sin enseñar una sola sonrisa sincera al mundo.

Aquel niño tan tenaz y terco había conseguido que excavara adentro de un montón de recuerdos que permanecieron enterrados adentro suyo durante años.

Ahora estaban por todas partes. En cada flor, en cada árbol, en cada cascada. En cada noche que tenía que pelear bajo la luna mientras blandía su espada nichirin. Era como si cada cosa en el universo resonara con los ecos de un pasado que se negaba a soltar la mano de Tomioka.

O puede que fuese Tomioka quien no quisiera soltarle la mano.

Camina hasta que sus pulmones comienzan a sentir la presión del aire en la montaña. Ya está cerca de ese lugar. Y sus pies se sienten más pesados, pero sabe bien que no es por la debilidad del físico de caminar por esos lares; es su propio espíritu el que tiene miedo de regresar al lugar donde todo comenzó.

Pero se lo debe. A él. A sí mismo. A la vida que los separó, para enseñarle que, pase lo que pase, ni siquiera la infame Selección Final podía romper el lazo eterno que tenían.

Tomioka camina con más dificultad. Hay más niebla allí arriba. Está seguro que es la niebla —él lleva años sin derramar una sola lágrima, por lo que no es capaz de recordar lo que se siente tener la visión emborronada por las mismas.

Pero pronto lo recordará en carne propia.

Escucha los susurros detrás de los árboles, pero Tomioka no les hace caso. Hasta cree ver un antiguo kimono rosado y lleno de flores —pero no puede detenerse en cada fragmento de su pasado o acabaría engulléndolo por completo.

Tomioka tiene un solo objetivo en esa montaña.

Y sabe que lo ha encontrado cuando su corazón se salta un latido frente a la antigua roca partida. Él sabe que no es la misma. Sabe que no puede ser la roca que él cortó a la mitad tantos años atrás —seguramente aquella fuera la de Tanjirou, pero aun así se siente como si fuera un viaje al pasado.

Sobre todo, al distinguir a la silueta que se posa sobre la roca, con un gesto tan engreído y altanero como siempre.

Lleva el pelo del color de los damascos en invierno, y sabe que sus ojos oscilan entre el gris y el lavanda pese a no poder verlo.

Tampoco puede ver su cicatriz ya que va tapada con una vieja máscara de zorro, y no porque de repente sienta la visión nublada de lágrimas.

¡Ah, qué extrañas se sentían las lágrimas sobre su piel! Pesadas, calientes, llenas de mil sentimientos que no es capaz de manejar.

—Te tardaste demasiado —regaña con un toque de diversión esa voz grave y ronca, pese a ser la de un niño eterno—. ¿Te quedaste dando vueltas en la cama otra vez?

Tomioka da cortos pasos hasta la roca. La silueta sobre la roca no se ha volteado a mirarle, pero tiene su rostro inclinado por encima del hombro para hablarle.

Puede ver el atisbo de esa cicatriz que tanto le gustaba. Y que le gusta, para qué iba a mentir. Han pasado tantos años que pronto no le alcanzarán los dedos de la mano para contarlos —pero todavía desea poder pasar sus dedos sobre ella.

Entonces Tomioka sonríe. Puede que esa figura helada que le mira desde arriba solo sea un bello espejismo. Un sueño.

Un eco del pasado.

Pero todavía consigue despertar en él todos y cada uno de los puntos débiles en sus sentidos.

Y en su corazón, por supuesto. Especialmente en su corazón.

—Hola, Sabito —dice Giyuu, con una sonrisa y un par de lágrimas—. He vuelto al fin por ti.

AL FIN me di con el gusto de hacer un Oneshot sobre mi OTP angst de Kimetsu no Yaiba >:0

Hace tanto que no escribía algo para un fandom nuevo, así que casi olvidó qué hay que presentarse xD hola, soy Blues y amo escribir angst y dolor (????) ah, todos sabemos que igual la mayoría que me leerá seguro ya me conoce de otros fandoms y sabe que clase de ser humano soy

Pero bueno, ahora estamos aquí ;u; me gustaría decir que este OS será el primero de muchos, pero tengo un pequeño problema con KnY, y es que no puedo imaginar a los personajes fuera del canon o en AUs... y yo odio escribir en el canon u.u pero este Oneshot en particular lo necesitaba para satisfacer mis deseos shipper

Así que puede que haya oneshots nuevos, o puede que no (? La posibilidad siempre está. Tengo varias ships en KnY así que quizá traiga algún InoTan o un ObaMitsu en el futuro ;;u;; uno nunca sabe

Pequeña aclaración... no se muy bien como es la línea de tiempo entre que Giyuu y Sabito fueron a la Selección Final y hasta que a Makomo le tocó ir. Es más, creo que ni siquiera se sabe que se conocieran estando vivos ;o; claramente no fueron juntos, ya que Sabito es el único que no sobrevivió en su año. Y Makomo no sale en las memorias de Giyuu, así que es probable que no se conocieran o no llegasen a entrenar juntos. Así que me gustó pensar en que ella era pequeña cuando fueron los dos, y que luego fue a vengar a Sabito (???

En fin... este OS estaba en planes desde JUNIO! Pero soy una floja del asco. De todas formas, esta idea de narrar sus recuerdos a través de los sentidos solo se me ocurrió hace un par de semanitas. Lo hice en el momento que consideraba preciso ;;u;;

Muchísimas gracias a todos aquellos que se tomen el tiempo de leer esta cosita ♥️ me gusta pensar que es el primer SabiGiyuu aquí en Wattpad, y espero aliente a la gente a hacer más cositas ya que AMARÍA leer mas de estos dos! Realmente son una ship hermosa pese a que Sabito ya esté muerto, y aun así creo que tiene potencial para narrar más de su pasado juntos. Espero lo disfruten tanto como a mi me gustó escribirlo!

Pequeña dedicatoria a Sky_Black1999 , LadyDramones y stelfy94 que me escucharon desvariando desde junio por culpa de este OS ToT ♥️

Espero nos veamos muy pronto con otro OS para este precioso fandom! Y sino, nos seguiremos viendo a quienes me lean en mis fics de BNHA (que si, que ya traeré las actus que debo xD)

Besitos ♥️

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