Venus: Un Rey Pensativo
3 años antes.
La brisa del verano inunda la habitación despertándome de mi ensoñación, y recordándome que tenía que partir lo antes posible si quiero llegar a tiempo a la reunión con el concejal del reino. Me ha costado de que me atendiera debido que en esta parte del universo no son bien tomada la opinión de una mujer. Me pone triste que no pueda hacer las cosas que me gustan abiertamente sin recibir restricciones por parte de mi familia y conocidos.
Mi padre era reacio a que portara algún tipo de arma ya que es irónico porque él es el maestro de armas del rey, y a todos mis hermanos les había enseñado a portar cualquier tipo de armas, desde una espada corta a una lanza. Después de que ese hombre me atacara en ese bosque al punto de violarme, mi padre a insistencia de mi madre me enseñó a defenderme; a pelear como un hombre, al principio no estaba cómodo, pero después se animó porque se dio cuenta que podía ser más hábil, fuerte y lista que cualquier soldado.
Bajo rápido las escaleras junto con mi cabra guardiana.
—Hay que darnos prisa —balbucea llegando a la puerta con una impresionante rapidez.
Pero antes de llegar mi padre me detiene.
—¿Estás ocupada, hija? —me mira amable con esos ojos color caramelo que hace imposible no hacer lo que pide.
—Voy a reunirme con el concejal —contesto acomodando mi bolsa con unos planos y propuesta que quiero plantear.
—Ninguno de tus hermanos se encuentra disponible así que quisiera que le llevaras algo al rey —me mira suplicante. Tenía la cara llena de hollín y su delantal estaba tan negro que sería imposible imaginar que alguna vez fuera un blanco crema.
Me lleva hasta su taller, varios de sus aprendices están ocupándose en algo que mi padre les había ordenado. Paso hasta su mesa de trabajo que está al fondo custodiada por unos guardias que el rey le ha puesto. Gracias al talento de mi padre con el hierro pudo darnos a mis tres hermanos y a mi madre una vida de nobles sin nacer en una gran familia.
Mi padre me muestra la espada de cristal que el rey le ordenó hace un año. El mango está adornado de diferentes piedras pequeñas que hacen la forma de una constelación reforzadas con tiras de oro. El cristal parece frágil, pero no es cualquier cristal, es el más resistente de su clase forjado por el fuego de un dragón de Silicia y sobre todo el más difícil de conseguir.
—¿En serio quieres que yo lo entregue? —mi padre envuelve la maravillosa espada con una manta de cuero claro.
—Te escoltarán los guardias de afuera hasta el castillo del rey, allí esperarás a que te atienda y le muestras la espada —carga la espada como si fuera un bebé—. Tienes que asegúrate que pruebe la espada y que no haya ningún problema —tomo la espada con mucho cuidado, lo que más me sorprende es que liviana—. Lo más importante es que no se la des a nadie, solo al rey en sus manos, solo en sus manos.
Dice eso último con terror y amenaza en su voz.
—¿Cuánto tardará en que me atienda?
—No te lo voy a negar —se muerde el labio preocupado—. Él no es caracterizado por su puntualidad, así que lo mejor es que te lleves un libro para que pases el tiempo.
Lo miro enojada.
—Padre, tengo que ir a un asunto importante ¿y tú me mandas a entregar esto? y encima tengo que esperar a que el rey se digne a atenderme —expreso de manera irritada.
—Baja la voz —mira hacia la puerta que la custodian los guardias del rey—. Comprendo que es mucho pedir hija, pero no le puedo encomendar esta tarea a cualquiera —me mira suplicante—. En cuanto reciba el visto bueno por el rey, le pediré que hable contigo respecto al centro ¿sí? Va a ser más efectivo a que vayas con el concejal.
Lo miro de mala gana y salgo de su taller. Los guardias caminan detrás de mí como sombras. Salgo del taller y ya tenía a mi caballo listo y ensillado. Un guardia me sostiene la espada para que me pueda montar en mi caballo. Me entrega la espada y salimos del taller de mi padre. Cabalgo con cuidado ya que no tengo como sostener la espada de una manera de que no se caiga y tampoco quiero utilizar la correa del estuche.
Paso por todo el reino en la atenta mirada de las personas hasta empezar a subir la colina donde está el castillo del rey Marte. Escucho los dragones guardianes de las personas en lo alto del cielo. Mi cabra nos sigue hasta que llegamos a la entrada del imponente palacio del Dios de los cielos y la libertad.
"¿La de él?" Bromea mi guardiana.
Ya, respeta. Digo con una sonrisa cómplice.
Los guardias que me escoltan me ayudan bajar con la espada y me llevan dentro del palacio. Los pasillos son tan amplios que puede pasar dos dragones adultos sin ningún problema. Las columnas de oro macizo son espectaculares cubiertas con piedras preciosas de diversos colores, pero colocadas específicamente como las constelaciones. Hay un gran jardín lleno de flores de diversos tipos, una más hermosa que la otra con diversas fragancias. El guardia me lleva a una habitación donde tengo que esperar al gran dios.
—Esperemos que no tarde —murmura Adana después que el guardia se haya ido.
Pero sus palabras no se cumplieron ya que pasaron tres horas desde que llegué. Miro el reloj de arena que da la vuelta cada vez que se cumplen una hora.
—En serio lo juro por mi madre —hablo exasperada—, que si no llega voy a tomar la espada y se la clavaré en el pecho.
Me resigno en el amplio mueble ya que no podré hacer que el concejal me vuelva a recibir.
¡MALDITA SEA!
En ese momento entra un apuesto hombre rubio con un traje rojo bordado con detalles dorados. Su rostro es atractivo con altos pómulos y unos ojos de color café claros tan maravillosos que me quedaría embobada todo el día, pero mi enojo e indignación hacen que me recomponga de inmediato.
—Discúlpeme de verdad señor de Herraida —anuncia antes de verme para sorprenderse en ver a una mujer en vez de mi padre, que usualmente es quien entrega su trabajo al rey—. Estoy confundido...
—Soy la hija de Enzo de Herraida —me adelanto antes de que pueda preguntar—. Mi padre me envió para entregarle la espada que le solicitó.
Él se queda mirándome por un rato confundido.
—Eh, si lo siento —balbucea sonriente—. No sabía que Enzo tuviera una hija.
—Creo que esto es para usted —le entrego la espada y él la toma. Se acerca hasta la pequeña mesa donde estaba, le quita el estuche y la toma por el mango examinándola con detenimiento.
—Es perfecta —exclama maravillado—. Hay que probar su capacidad —me mira como si fuese la espada, como si quisiera quitarme el vestido y tocarme.
"Creo que estás siendo paranoica." Me tranquiliza Adana en mi mente.
—Por favor acompáñeme a probarla —me tiende la mano y yo con una sonrisa fingida la acepto.
Caminamos por el castillo en silencio ya que me niego a contestar sus preguntas.
—Está un poco callada —pregunta confuso—. ¿Le sucede algo?
—No, lo siento —contesto rápido—. Solo que tenía que hacer unas cosas importantes, pero ya que usted se ha demorado no podré hacer ninguna.
Digo lo que pienso y no me importa si es un dios o no, lo único que quiero es salir de allí lo antes posible.
—Discúlpeme —se detiene e igual que su séquito de guardias—, en verdad no quería hacerla esperar a usted o su padre es que estaba haciendo otras cosas y no podía hacerlas a un lado.
—¿Siempre lo hace esperar? —le pregunto enojada.
—Él no me ha hecho saber que le molesta —se encoge de hombros.
—No hace falta decirlo para ver que es una falta de respeto.
—Y le vuelvo a pedir que me disculpe —replica ya un poco incómodo—. Le doy mi palabra de que no volverá a suceder.
—Eso espero.
Lo sigo hasta el cuarto de entrenamiento del palacio. Es bastante amplio con varios sistemas que simulan un circuito de un combate, un muro con bastantes espadas, lanzas y otras complicadas armas.
—¿Sabe combatir? —me pregunta.
—¿Por qué la pregunta? —Uno de sus guardias me tiende una espada menos especial que la del rey—. Me sé defender.
—Eso es suficiente para mí.
Pasamos a una especie de arena de lucha y él se fija a un lado de la esquina y yo en pleno centro.
—Creo que no es necesario, señor —comenta nerviosa.
—No se preocupe —habla sonriente—. Seré amable por usted.
—¿Disculpe? —Me vuelve el enojo— ¿Por qué soy una mujer?
—Las mujeres que conozco no saben si quiera que es una espada, estaría honrado si una mujer por lo menos supiera sostener una simple espada.
Listo, con eso hizo que perdiera todo respeto por ese hombre.
Un hombre nos indica cuando podemos iniciar el combate.
—Peleen —dice el hombre.
Él intenta acercarse y darme con la espada, pero lo esquivo y chocó su espada contra la mía.
—Muy bien, señorita de Herraida —sigue con su insoportable sonrisa—. Por cierto ¿cuál es su nombre?
Vuelve a atacarme, pero está vez si lo enfrento con mi espada. Él retrocede, sin embargo no deja de esquivar mis golpes.
—Venus.
—Lindo nombre.
Me acerco más a él y sin querer le hago un corte en la mejilla.
—Lo siento tanto —tartamudeo asustada. Él se toca el cachete y le sale sangre dorada.
—Con que así quiere jugar —comenta juguetón.
La segunda ronda, él se vuelve más ágil y preciso en sus movimientos. Él me hace un corte en el brazo haciendo que tire la espada y él la toma en el aire colocándolas en mi espalda pegándome hacia su pecho.
—Es una mujer fascinante, señorita Venus —susurra pegando su frente a la mía.
Me intento zafar, pero él me retiene.
—¿Ya se quiere ir? —Cuestiona mirándome a los ojos—. Pensaba que podía invitarla a almorzar, en gesto de buena fe por haberle hecho perder su tiempo tan valioso.
—No, gracias su majestad, pero quiero volver a mis asunto si no le ofende.
—Sí, me ofende —aligera su presión con las espadas, pero no me suelta—. Dígame que era eso que quería hacer y yo con todo el agrado del universo la escucharé.
—No me dejará ir ¿cierto? —señalo ya cansada.
—No, me temo que no —contesta amable—. No quiero perder la oportunidad de poder hablar con usted de su habilidad con la espada y entre otras cosas. Se nota que es una mujer con mucho que decir, pero pocos son los que la tomen en serio ¿o me equivoco?
Asiento resignada. Él me suelta y me toma de la mano.
—Acompáñeme.
Salimos de la sala de combate y me lleva por todo el castillo hasta un lindo jardín donde hay una mesa con varios platos y bandejas de comida.
—Siéntese por favor —me retira la silla de la mesa y tomo asiento.
Él ordena que le traigan una bandeja de vendas y una jarra de agua celestial.
—No es necesario que haga esto, su alteza.
—Llámame Marte por favor —me guiña un ojo—. Creo que es mejor.
—Para mí no.
—Pero para mí si —le traen la bandeja en una velocidad récord, considerando que el castillo es tan grande que creo que más de la mitad del reino pudiese vivir aquí.
Él rompe un poco la manga cubierta de sangre, él me pregunta por qué utilizo mangas largas si el clima está sofocante, pero ignoro su pregunta y él prosigue en curarme con el agua que lentamente me va cerrando la herida.
—Ordenaré que le consiga un vestido nuevo ya que el que usa ya no es apropiado.
—Por favor deténgase —le suplico—. Ha sido gentil conmigo, pero creo que se está...
—No diga nada —le entrega la bandeja a una criada y hace gestos para que sirvan la comida—. Es mi manera de disculparme por haberla hecho esperar. No diga que me paso o esas cosas, solo quiero que se sienta cómoda.
Me volteo y como en silencio. Adana come en un plato hondo de plata.
—Sería tan amable de explicarme lo que iba hacer hoy —cuestiona comiendo su salmón a la plancha con vegetales a un lado del plato.
—¿En serio le importa?
—No estaría preguntando si no lo hiciera.
Le cuento todo con absoluto detalle ya que él está realmente interesado en lo que digo, de mis planes y proyectos de mi centro de ayuda y empoderamiento hacia la mujer, ayudándola a superarse así misma a cumplir todas sus metas.
—Me parece una idea bastante noble y buena, pero no entiendo que tiene que ver con el concejal —le da un sorbo a su copa de vino.
—En lo legal.
Y también le cuento los problemas que ha causado empoderar a las mujeres, ya que el pensamiento machista de los hombres nos ha afectado en gran medida.
—Una mujer no tiene derecho a ingresar a cualquier casa de estudio, no tiene seguro médico o social, no puede trabajar ya que es discriminada por su género o naturaleza y si es contratada le pagan menos que un hombre...
—Entiendo, pero por lo que tengo entendido no hay ninguna ley que les prohíba lo que está diciendo...
—Es bien sabido eso, pero aun así nos lo prohíben por la manera de pensar de las personas...
—Pero cada persona es libre de hacer lo que le plazca siempre y cuando no haga el mal a otro...
—Pero nos hacen mal a nosotras —él me mira un poco enojado, pero continuo—. Por ejemplo usted, antes de que peleara conmigo, me dijo que ninguna mujer tenía conocimiento de un arma ¿cierto?
—Cierto.
—¿Y le ha dado al menos una oportunidad a una mujer de demostrarlo o solo lo supuso ya que era una mujer?
Él se queda pensando en mis palabras.
—No hay una ley que nos proteja, que nos cuide y que nos ampare —digo intentando contener la calma—. Y si es necesario especificar que hombres y mujeres tengan los mismos derechos que así sean.
—¿Y cómo pretende conseguir eso? —Se recuesta en la silla—. Porque el concejal nada más se limitará a tomar su declaración, pero no hará nada ya que no tiene la jurisdicción para tomar cartas en el asunto.
—Pero usted si —miro mi copa en busca de fuerzas—. No quiero vivir en mundo donde no puedo hacer con libertad las cosas más simples por miedo a que vengan y me digan que no lo puedo hacer por el simple hecho de no tener una verga entre mis piernas.
Pasamos toda la tarde hablando de todas las propuestas que quería darle al concejal, pero terminé dándoselas al mismo rey.
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