Seth: Un Trato Por Una Vida
Siempre me he preguntado por qué las personas me hacen esperar. Llevo más de una hora esperando a mi madre y la mierda de Laila. Todavía me reprendo por haber aceptado a Laila para que viviese en el castillo. Desde que llegó hace dos años, he tenido que aguantarme los pretextos, las excusas y las mentiras de mi madre para cubrirla en no sé cuántas cosas que me disgustan.
Les di el mando de la cosecha para que me dejaran en paz por una vez y poder vengarme de Laila si fracasaba. Mi desilusión llegó a las dos lunas después, que habían aumentado el ritmo de la cosecha que a su vez aumentaba el número de comida. Cuando mi madre me mostró lo que había hecho no podía disimular mi amargura de no poder hacer nada contra Laila.
Mi madre llega corriendo con Laila detrás de ella hacía el comedor. Ni me molesté en decir algo o protestar porque mi madre como siempre iba a defender a Laila. Me gustaba antes cuando ella se quedaba conmigo, pero ahora ya no la soporto. Por eso empecé en secreto hace un año atrás a construir el santuario que tanto ha querido mi madre, para tenerla allí sin que me molestara en mis planes, pero no he podido encontrar el momento adecuado para mandarla a su castillo. La cena pasa rápido, gracias al cielo. Me levanto en cuanto termino de comer y me dirijo hacia mi estudio. Los soldados abren la puerta en cuanto llego y la cierran detrás dejándome solo con Irami.
—No te vi en la cena —agarro la jarra de vino y me sirvo una buena copa.
—¿Y aguantar a la mierda de tu protegida? prefiero ser flagelada con una cadena de hierro —comenta desdeñosa.
—Tan expresiva como siempre —le tiendo la copa de vino que ella acepta con agrado y se la toma de un tirón.
—Hablando de expresiones —ella se levanta y rellena la copa—. Toma asiento, hermano.
Me siento al frente de la silla donde estaba Irami. Ella agarra la jarra y la coloca en la mesita que tenemos al frente.
—Te tengo que decir algo que creo que te desagradará, pero que puedes utilizar a tú favor —ella habla con malicia.
—Irami, he tenido un día largo por favor no me lo empeores —replico cansado.
—Es sobre tu amada Laila ¿acaso no te interesa? —dice con esa sonrisa maliciosa que siempre pone cuando quiere arruinar a una persona.
—¿Qué hizo ahora? —pregunto ya irritado.
—La vieron besándose con un mocoso que siempre frecuenta —comenta con suficiencia.
Al momento que ella me dice eso me levanto, la tomo por el cuello y le pego contra la pared.
—Más te vale que lo que me estás contando no sea una broma, Irami —gruño recostándola contra la pared.
—¿Por qué te mentiría? —pregunto con la voz entre cortada.
La suelto y ella cae al suelo tosiendo.
—Sabes que mis informantes no mienten —ella se levanta torpemente.
La cabeza me está palpitando de la ira que me está dando.
—¿Estás bien? —pregunta Irami preocupada.
—Lo estaré cuando me deshaga de Laila y el mocoso ese —camino furioso hacia la puerta, pero no la abro porque Irami se coloca delante de mí.
—No seas tonto, hermano —pone sus manos sobre mi pecho—. Escucha lo que te propongo y si no te convence puedes ir ahora mismo a matar a Laila si eso te da placer.
Ella me conduce otra vez hacia la silla y me cuenta su plan.
Después de un rato ella se va a ejecutar su plan y me deja solo en el estudio. Repaso todo lo que me dijo y todavía me sigue enojando que Laila me haya desobedecido, aunque lo que más me enoja es que otro la haya tomado antes de que yo lo hiciera primero. Cuando había hablado por primera vez con Kenan después que me haya echado de su vida. Me había dicho que Laila iba a ser mi reina cuando Kenan y yo lo encontráramos prudente, pero todavía no me convenzo que esa mocosa sea mi reina y mucho menos que estaría a la altura de tal responsabilidad. Este lado del universo es despiadado y cruel y solo sobrevive el que sepa dominarlo, pero ella que va a estar dominando si a la más mínima crueldad se acobarda. Para mí ella nunca estará lista y mucho menos será mi reina. Pero si puedo disfrutar de ella cuando sea la ocasión y creo que ya se está acercando ese momento. Cuando Irami llega con el mocoso que había besado a Laila, ya estaba más calmado y ya tenía la propuesta que por ningún motivo iba a rechazar.
—Aquí está, como lo pediste —dice Irami con su característica sonrisa de suficiencia.
—Déjanos solos —ordeno inexpresivo.
Ella va a protestar, pero al ver mi cara se regresa por donde vino. El mocoso todavía está de rodillas cuando me agacho para sostenerle el rostro. Es un muchacho de aspecto andrajoso y sucio, tiene la cara golpeada. Me levanto dejando todavía al niño en el suelo. Sirvo un poco de vino en la copa y dejo la jarra en la mesa.
—Levántate —le ordeno al mocoso. Él se levanta, pero se queda donde Irami lo empujó—. Acércate, no te haré daño.
El mocoso me mira con miedo.
—Créeme cuando te diga que no tengo paciencia así que o te acercas por las buenas o te acercas por las malas.
Dicho eso, el mocoso camina hacia la silla y le indico que tome asiento, él mira el asiento con temor y luego me mira a mí y se sienta.
—Toma un poco de vino, te ayudará con el dolor.
Él mira la copa y la agarra con desconfianza bebiendo un trago corto.
—No comprendo nada, mi rey —susurra con la voz llena de miedo.
—¿Hace cuánto que conociste a mi protegida, a Laila? —le pregunto tranquilo.
—No sé de lo que me está hablando —responde nervioso.
—Claro que sabes —apoyo mi codo en mi rodilla y lo miro con la poca paciencia que tengo—. Está más que decirte de lo que les pasa a las personas que me mienten, o acaso quiere que vengan mis guardias a terminar el trabajo que te hicieron en el rostro ¿verdad? Incluso hasta yo puedo hacerlo y créeme que ganas no me hacen falta.
Con tan solo esa pequeña amenaza, me contó todo lo que quería saber de Laila, los planes que tenía con mi madre para la mejora de la calidad de los aldeanos, los planes que quería hacer después que terminara con ellos. Me habló del beso que ellos dos se dieron esta tarde "fue corto, mi rey. Lo juro. No le hice nada malo".
—¿Por qué la besaste? —le pregunto sin ocultar mi rabia.
—Estoy enamorado de ella, mi rey —me dice con una confianza que no ha mostrado desde que entró.
—¿Enamorado, qué va a saber un mocoso como tú sobre el amor?
Él se queda callado, pero luego dice:
—Nada, mi rey, pero lo que sí sé es que quiero estar con su protegida todo el tiempo, es una chica alegre, dulce e inteligente —dice con entusiasmo—. Solo quiero su permiso para poder estar con ella y algún día ser su compañero de vida.
Las palabras de ese muchacho me molestan más que los mensajes de mis generales cuando pierden una batalla. Pero tengo que acabar con esto de una buena vez.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a tu padre? —le pregunto.
—No llegaba a los cinco años, mi rey —contesta confundido.
—¿Y no quieres volver con él y con tu madre? —le ofrezco.
—Más que nada —dice triste.
—Hoy es tu día de suerte —le digo sonriente—. Haré que te lleven a ti y a tu madre devuelta a Celda que, si no me equivoco, es tu hogar ¿aceptas?
—Pero usted no hace tratos sin nada a cambio —dice confuso.
—¡Vaya que chico tan inteligente! —exclamo irónico—. Exacto, yo no doy sin recibir nada a cambio.
—¿Qué es lo que quiere que yo haga? —pregunta intrigado.
—Que le rompas el corazón a Laila.
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