(Parte 2) Aryana: Cicatrices Que Marcan Una Vida
La vida es un juego de aceptación y negación donde solo tú decides en que momento te quedas. En estos momentos estoy en negación, donde es fácil sentir que nada tiene sentido. Que por una maldita razón estas en el suelo, en el hoyo de tu vida y no quieras salir ya sea por voluntad o porque simplemente nada bueno pasará por muy buena persona que seas.
Esto es más bien físico. Hace dos años fue mi accidente, no me arrepiento de nada, pero si me lamento de no haber hecho las cosas diferentes, no haber ido. De no tomar otro camino aunque con lamentos y arrepentimientos solo me lleno de culpa y miseria. Estaba con mi sobrina Aye recolectando unas hierbas medicinales para mis pacientes.
—Cuidado, que tu madre me puede matar —le digo a mi pequeña.
—Estoy bien —responde delante de mí.
Seguimos caminando hasta que una enorme bestia nos sorprendió.
—Qué tenemos aquí —exclamo la bestia con cuerpo de león y cabeza de águila—. Pensaba que me quedaría sin comer hasta la próxima semana.
—No queremos problemas, solo nos iremos a nuestra casa y listo el problema —digo colocando a mi sobrina detrás de mí.
—Su problema está resuelto, pero el mío no —dice mientras se acerca aún más.
“Corre Arya”. Dice mi guardián que está encima del árbol esperando el momento justo para atacar. Mi guardián sale de los árboles y corremos mi sobrina y yo. Pero la bestia ataca a mi guardián y me detengo.
—Ten, llévate esto y corre hasta la casa, y avísale a mi padre ¿si mi niña?
Ella asiente y se va corriendo. Saco mi puñal de mi bota y ataco al grifo. La bestia se defiende de los rasguños de mi pantera, sin embargo no está funcionando y me monto encima de la bestia.
—No tienes que morir hoy —le confieso apretando el puñal en su cuello.
—Los únicos que morirán serán ustedes.
El grifo abre sus alas, pero antes de que zarpe a los cielos le corto la garganta. Caigo al suelo y en sus últimos momentos de vida me marca la mía. El resto del día no lo recordé por el gran dolor que sentía en mi rostro. Después de ese ataque mi vida fue en picada. Me había vuelto horrible, no pude evitar el asco y la compasión de las personas que me veían. En esos momentos me había dado cuento que el amor y todo lo que hacíamos en nuestra existencia es por apariencia. El que creía que iba a ser el futuro padre de mis hijos me dejó porque era demasiado difícil para él lidiar con una mujer tan fea como yo. ¿Solo por tener una enorme cicatriz en el rostro significaba tener horrible el corazón? Mis padres me aconsejaron en utilizar un velo o una máscara, pero soy demasiado orgullosa para huir de mis problemas aunque por dentro mi autoestima esté por el suelo.
Estoy en la granja que está detrás de mi casa atendiendo a mi último paciente del día.
—Tienes que cuidar mejor esa pata —le digo a Roberta—. No puedes creerte una gacela, eres un caballo.
—Lo sé Aryana, pero mi jinete es muy exigente y no quiero defraudarlo. Me ha dado una vida mejor a la que tenía —exclama triste.
—Lo sé, Roberta, pero también dile que necesitas descansar —le acaricio su hermosa melena dorada—. Le dices que si no te da el descanso que necesitas, lo cortaré en pedacitos.
—Lo haré —se va cojeando—. Les dejé el pago a tus padres.
Recojo todo lo que utilicé y lo que destrozó en el proceso de curación.
—¿Dónde está la cuñada más hermosa del universo? —susurra Mikel detrás de mí.
—¿Qué quieres Mikel? —protesto cansada.
—¿Por qué me tratas así? —pregunta cabizbajo; se sienta en la camilla donde decenas de animales se han desangrado, cagado y vomitado, pero no le digo nada por decirme hermosa.
—Habla de una vez —digo dejando el cepillo de barrer aun lado.
—Tengo una gran noticia para ti y que te gustará —se recuesta.
No aguanto las ganas de reírme.
—¿De qué te ríes? —pregunta serio.
—Por nada —me siento en el banco que está al lado de la camilla—. ¿Y bien cuál es su dolencia?
Él se da cuenta de mi risa y se levanta rápido de allí.
—Eres general del castillo del Este ¿y te da miedo una simple camilla? —me aguanto la risa.
—¿Qué está ocurriendo por aquí? —Nos interrumpe mi hermana—. ¿Ya le dijiste?
—Decirme qué —me siento de nuevo en el banco.
—Gracias al nuevo cargo que tengo —dice Mikel serio—. Puedo recomendar personal en el castillo. Y resulta que hay una vacante para sanador para animales y recomendé a mi cuñada experta en la materia.
—¿Y entonces? —me dispongo a terminar de limpiar, sin embargo mi hermana me lo impide y me hace sentarme otra vez en el banco.
—Vas a aceptar el trabajo que te está ofreciendo mi señor esposo y saldrás por una vez por todas de este granero.
—No me pueden obligar —protesto—. No lo acepto, Mikel, gracias, pero mi respuesta es no.
—Tu respuesta es sí —se coloca mi hermana al frente de mí—. Te amo hermana, pero no puedes pasarte toda la vida aquí, sin salir, sin vivir tu maravillosa vida que los dioses te han regalado.
—Querrás decir que me maldijeron con mi existencia —corrijo enojada.
—No empieces otra vez —protesta cansada. Va hacia mi maletín y lo llena de pócimas e hierbas que utilizo para trabajar.
—Deja eso, que los quebrarás —exclamo quitándole los frascos.
—Mi amor, toma a mi hermana mientras yo termino de empacar —dicho eso me toma Mikel por la espalda, sujetándome fuerte contra su pecho lastimando mi espalda.
—Suéltame, deberías estar de mi lado —le cuestiono dolida a mi cuñado.
—Y lo estoy hermosa —otra vez con eso—. Pero tu hermana tiene razón, tienes que vivir tu vida.
—¿Cuál es la diferencia de hacer lo que amo aquí que en el castillo?
—Que conocerás nuevas personas, podrás ser reconocida en la corte, la paga es buena, tienes días libres. Créeme que si esos animales no estuvieran tan mal no estarían buscando a otra persona.
—¿Qué pasó con el antiguo sanador?
Él me cuenta las atrocidades que ese supuesto sanador les hacía a mis bebés.
—Quiero matarlo —él me sienta en el banco.
—Lo siento, pero no puedes, el rey Cosmo lo ajustició —toma otro banco.
—El dios de la verdad y la justicia tomó cartas en el asunto —susurro mirando mis manos.
—Comprendo tus razones Aryana, pero créeme que no te arrepentirás.
Mi hermana baja con mis pertenencias en una maleta.
—¿Tan confiados están que me darán el trabajo?
—Confiados no, desesperados sí —expresan al unísono.
Salgo del granero y me dirijo hasta uno de los caballos de mi padre y lo monto. Recojo mi cabello, lo pongo de un lado para ocultar parte de mi cicatriz y me coloco un velo ajustándolo con la trenza.
—No te preocupes, a ellos lo único que les importa son tus habilidades —comenta Mikel al lado de mí con su caballo guardián.
—Si tú lo dices —digo con ironía.
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