Laila: Un Plan En Construcción

Seth y yo pasamos la noche juntos, él por poco me mata con su cuerpo encima del mío. Algo que dijo tiene sentido, que seré su esposa y que me tomará tarde o temprano. Creo que debo prepararme mentalmente para eso. Cuando por fin es el día siguiente, me emocioné porque me enteré que Seth se irá a conquistar las tierras lejanas del Este del lado oscuro del universo, claro lo que sí lamentaba era a las personas que iba a masacrar.

Que no haya nadie en ese lugar, que sea un lugar desolado y fácil de conquistar.

 Honestamente no sabía a quién se lo pedía, pero no importaba, lo que sí importaba era el problema del río que empezó una semana después.

—¿Por favor alguien que me explique cómo se contaminó el agua? —le pregunto al capitán que ha sido mi apoyo desde que se fue la señora Amira.

—No lo sé señora, pero ya tiene tiempo que se ha puesto así. Las personas se han enfermado y no han querido completar el trabajo en las plantaciones —dice el capitán de manera serena, aunque para mi gusto, me saca de quicio.

—Hay que encontrar la manera de limpiar el agua y que no se contamine —me volteo hacia al capitán y agrego—: ¿Hasta dónde llega el río, capitán?

—Pasa por la cascada de las montañas de los ancestros hasta llegar a la desembocadura del mar de piedra.

 Miro donde se ve a lo lejos las montañas hasta los páramos perdiéndose a lo lejos.

—Necesito hablar con los constructores del reino —le digo al capitán—, de inmediato. No podemos esperar más.

—Como lo ordene mi señora.

 Me guía hasta donde se quedaron los caballos y los montamos hasta llegar a la construcción de las casas de los aldeanos y la de los soldados que de un modo u otro me los tengo que ganar para que sigan mis órdenes y no las de Irami. Al llegar a la construcción se me ocurre una idea que más tarde tomará la forma que yo quiero.

—¡Señora Laila, que gusto tenerla por acá! —me recibe el jefe de los obreros que la señora Amira había encontrado por los parajes cercanos a sus dominios.

—Señor Enid, que agradable encontrarlo. Necesito que me escuche por un momento —le digo amablemente. Me había ganado su lealtad cuando le dejé el cargo de jefe, desde ese momento si yo le pidiera que tomara un cuchillo y se matara, él lo haría sin protestar. Él obedece felizmente, nos conduce al capitán y a mí hasta una pequeña carpa donde tiene todos los planos e ideas que quiere hacer, pero la insufrible de Irami había negado.

—¿Qué desea de mí, mi señora? —pregunta tranquilo.

 Le cuento el problema que tengo sobre el río y lo contaminado que está. Él me escucha un poco preocupado por la situación. Cuando finalizo él dice:

—Debo solicitar su perdón, mi señora.

 El capitán y yo nos miramos confundidos.

—No comprendo por qué debo perdonarlo, Enid.

 Él procede a contarme que cuando cortan las rocas y las limpian lo hacen en el río desechando, otras cosas más de las cosas utilizadas en las obras de construcción.

—Lo hacemos mis hombres y yo porque los demás aldeanos desechaban su basura allí —se excusa.

—¿Y por qué los demás lo hagan usted también debe hacerlo? —pregunta severo el capitán Vincent Grant.

—Tiene toda la razón, capitán, pero no sabemos dónde más podemos desechar el restante.

—Por eso usted y nadie más que usted es el responsable de ayudar a que eso no pase más.

 Ambos hombres me miran confundidos. Y procedo a contarle la idea que se me ocurrió antes de llegar.

—Una especie de canal que lleve el agua en diferentes puntos del reino sin afectar el agua del río.

 El señor Enid me mira maravillado, pero el capitán me mira como si fuera un monstruo sacado en sus peores pesadillas.

—¿Pero eso no avivaría más el problema de la construcción? —pregunta el capitán Grant perplejo.

—Al principio sí, señor, pero con la idea de la señora se controlaría el flujo de agua del reino haciendo que nadie tocara el río sino el canal.

—Exactamente señor Enid —miro al capitán—. Sé que piensa que es una locura, pero tenemos que ponernos a trabajar antes que el rey llegue y vea que el agua de su baño es negra y sucia y créame que no voy a ser yo la que la cambie —le digo al escéptico capitán. Este a regañadientes acepta, aunque bajo una condición:

—Si el rey llega, usted va a ser la que culpe de todo esto.

 Dicho eso, se va a supervisar la producción dejándome con el señor Enid. Trabajamos toda la tarde creando los planos, escogiendo cual va hacer el material correcto y escoger los puntos donde haríamos la desembocadura de los canales. Habíamos demorado cuatro largos años para construir los canales de los acueductos. Así fue como lo llamó el señor Enid. Cuando por fin habíamos terminado, el capitán Grant escéptico está encantado con la magnitud de la edificación.

—¿Le gusta? —le pregunto feliz.

—Me encantará cuando funcione.

 Como si fuera un milagro, los acueductos son un rotundo éxito. Los aldeanos están contentos con la idea que ya no tienen que ir hasta el río para poder bañarse o lavar sus cosas. El señor Enid y yo pusimos siete puntos estratégicos para surtir el agua. Primero iría al castillo en su gran mayoría, después pasando por los campos de cultivos, llegando al balneario, finalizando por las cuatro fuentes donde las personas sacaran el agua que necesiten. No todo fue felicidad después. Al mantenerme ocupada de los cultivos, los aldeanos y ahora de los acueductos. No me había percatado de los informantes que había dejado Irami para vigilarme y poder decirle a Seth. Esa fue una tarde que había llegado de las torres de los canales cuando los guardias de Seth me intersectaron y me escoltaron hasta su estudio. Él estaba furioso y en cuanto me vio me golpeó tan fuerte la cara que me tumbó al suelo. Me lamí el labio roto. Pero no paró allí, me pateó los costados causándome fuertes oleadas de dolor.

 Cuando por fin se cansa de golpearme y humillarme, se sirve una copa de vino y se la traga toda. Se acerca hasta mí y me agarra por el cabello arrastrándome hasta tirarme en la silla más cercana.

—¿Se puede saber a quién le pediste permiso para construir toda la mierda que hiciste? —pregunta con mi cabello aún en la mano—. ¿Quién te dio autorización para tomar material de construcción que era para otras cosas más importantes que tus canales de mierda? —demanda aumentando la voz—. ¿Quién te crees pedazo de mierda para dar una puta orden en mi maldito reino? —finaliza tirándome al suelo otra vez.

—Era para mejorar la calidad de vida de los aldeanos y del reino —replico débil por la paliza que me dio.

—¡¿Mejorar la calidad de vida de los aldeanos?! —exclama incrédulo—. Me da igual cómo viva esa escoria de gente, lo que me importa es que te tomaste un rol que no te corresponde, que hayas olvidado que el rey aquí soy yo. No sabes cuánto me arrepiento en haberte traído conmigo, pedazo de mierda.

—Pero lo hizo y no hay marcha atrás —le pregunto sin importarme si gano o pierda la confianza de él, aunque pensándolo bien, no, él no confía ni en su guardiana.

 El comentario no le gusta para nada y me volvió a pegar, aunque esta vez en el rostro.

—¿Vio las mejoras que hice? Ya en su bañera la puede llenar solo con abrir una llave y el agua corre por sí sola, ¿vio como mejoró tanto los cultivos que le damos comida a otros reinos, y vio como los aldeanos dejaron de planear su derrocamiento por lo felices y ocupados que están? —exclamo levantándome del suelo—. No, no lo vio porque lo único que usted piensa es en cuantas mujeres puede fornicar y cuantos reinos masacrar, y puede pegarme todo lo que quiera, pero es una realidad que usted no quiera ver. Y si le molesta tanto los canales, vaya a destruirlo usted mismo porque ni sus soldados y mucho menos las personas lo harán.

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