Cosmo: Visitas Inesperadas

Fue un fiasco total la cita con Aryana. Me llevo la manta donde estaba sentado, se la dejaré en su consultorio, ya que dudo mucho que quiera verme, pero bueno no puedo hacer nada más. La quise tener en mi cama, sin embargo no me dio la oportunidad de proponérselo, aunque dudo que hubiese aceptado ya que ella lo más probable se hubiese enamorado aún más de mí. Creo que fue bueno que las cosas acabaran hasta aquí porque yo no quiero tener nada con nadie y mucho menos alguien como ella.

 Ella tiene un cuerpo hermoso, claro solo lo he apreciado cuando se pone su ropa para entrenar a los animales, pero no la consideraría ni si quiera como novia, no por su físico aunque sí influye un poco, sino que no me aportaría la clase que quisiera como mi señora esposa y reina; tiene buen corazón, pero con buenos corazones no se gobierna un reino.

 Llego al castillo con la manta en mano y el libro. Voy a su consultorio que está cerrado y me teletransporto al otro lado y le dejo la manta. Desaparezco de allí y aparezco en los pasillos que dan a mi estudio.

—¿Dónde está el rey más hermoso del universo? —exclama una mujer detrás de mí.

 Me volteo de inmediato y la grata sensación de ver a la mujer que me vuelve loco con su fantástico cuerpo.

—¡Amanda Redford! —exclamo emocionado en encontrarla—. ¿Cuándo llegaste?

—A la hora del almuerzo —comenta triste—, ¿Y cuál fue mi sorpresa? Que no estabas.

—Discúlpame por favor —contesto con sinceridad—. Estaba resolviendo algunos asuntos.

—No se preocupe —le resta importancia con la mano—. Pero si me tiene que recompensar —se acerca hasta mí.

—¿Y qué sugiere?—le tomo el mentón.

—Podemos ir a su habitación, pedir que nos lleven algo de tomar y nos podemos comemos entre los dos —susurra con erotismo en sus ojos.

—Me parece una gran idea.

 Caminamos tomados de la mano hasta mi habitación. Tiro el libro al suelo cuando entro con ella, ella me besa apasionada y yo quito el delicado vestido azul con detalles dorados en el corsé.

—Quiero que me hagas tuya —me susurra en el oído.

 Le quito por fin el tedioso vestido y la cargo hasta la cama donde la acuesto y ella abre sus hermosas y largas piernas. Me quito los pantalones y la camisa, me monto encima de ella, beso sus generosos labios, descendiendo por su cuello hasta llegar a sus senos jugando con cada uno con mis labios y manos. La miro a los ojos y la penetro fuerte, ella se aferra a mí. Nos movemos por toda la cama haciendo nuestras perversiones sin cesar hasta el atardecer. Ella se acuesta en mi pecho y le acaricio su hermoso cabello rubio y ella hace lo mismo con mi verga. Nos quedamos dormidos hasta el día siguiente.

 Ella se levanta de la cama y se va al cuarto de baño, pero se detiene y me dice:

—¿Comemos aquí o en el comedor? —pregunta recostándose en el marco de la puerta.

—¿Qué quieres tú? —le pregunto aún en la cama.

—Aquí —contesta pícara.

—Está bien, voy a ordenar que traigan la comida.

 Me levanto, me pongo el pantalón de ayer junto con la camisa y me dirijo hacia la puerta. Hay un guardia custodiando la puerta.

—Quiero que traigan el desayuno hacia mi habitación.

 Pero antes de que pueda cerrar la puerta el guardia me interrumpe.

—Su señora madre está aquí —anuncia serio.

—¡¿Qué?!

 ¿Pero qué mierda hace aquí?

—¿Desde hace cuánto está aquí?

—Llegó en la noche anterior y pidió hablar con usted, pero se le dijo que estaba ocupado.

—Está bien —digo más relajado—. Olvide lo del desayuno, en un momento bajo.

 Cierro la puerta enojado.

 ¿Tanto le cuesta avisar?

 Voy al cuarto de baño y Amanda se enjabona de manera sensual que hace que pierda la razón por un momento.

—Cambio de planes —le digo firme—. Te vestirás y bajaremos a desayunar con mi madre.

 Ella me mira asombrada, pero al mismo tiempo asustada.

—Sí, claro —se termina de bañar rápidamente.

 Me cambio de ropa por algo más decente para ver a mi madre. Amanda se va a su habitación para ponerse otro vestido y yo bajo hacia el comedor donde encuentro a mi madre sentada hablando con su guardián.

—¡Madre! —Exclamo con una sorpresa fingida—. Que grata sorpresa.

—Déjate de hipocresías—me corta. Le da un trozo de carne a su serpiente guardián—. Estoy aquí desde ayer y tú cogiendo con tus putas como siempre.

—Primero, yo no sabía que estabas aquí para empezar —tomo asiento al lado de ella—. Segundo, no estaba con ninguna puta ya que le prometí a Lilith que dejaría eso.

—¿Y qué estabas haciendo? —Pregunta enojada—. Porque me acerqué a tu habitación y lo que se escuchaba era todo lo contrario.

—Era una amiga que me visitó y no le podía decir que no.

—Pero a mí sí me haces esperar.

—¡Yo no sabía que estabas aquí! —exploto.

—A mí no me hables así —me reprende—. Que no soy tu sirvienta para que me hables de esa manera.

—Bueno —me tranquilizo un poco—, pero si me desesperas.

—¿Y tú? que no visitas, ni mandas cartas, nada, me olvidaste —me reprocha.

—No hables así, madre —le tomo de la mano—. Siempre te tengo en mis pensamientos.

 Ella me toma de la mano y me mira a los ojos.

—¿Qué hiciste? —me mira pensativa.

—¿A qué te refieres? —la miro manteniendo mi firmeza.

—Te conozco hijo y sé perfectamente que has jugado con el corazón de una mujer.

—Ya sabía que no me visitabas porque me querías o extrañabas —suspiro ofendido.

—Te he dicho que no juegues con el amor, hijo, en serio te lo digo por tu bien —me vuelve a tomar la mano—. Sabes perfectamente el castigo va para cada persona y he sido indulgente contigo porque eres mi hijo.

—Yo no juego con nadie, madre —veo que entra Amanda—. Compórtate por favor —le susurro.

—Señora Eva, que gusto verla —exclama Amanda detrás de mí.

—Quisiera decir lo mismo —se voltea y empieza a comer sin esperarnos.

 Comemos en un silencio sepulcral. Cuando terminamos mi madre me pide que vayamos a mi estudio. Ya estando en él empieza las recriminaciones.

—No me gusta esa mujer —comunica doblada de brazos.

—Es raro que te guste una amiga mía.

—Hijo, quiero que comprendas una cosa —se acerca hasta mí—. No puedes seguir jugando con al amor de las personas, habrá consecuencias y no quiero que sufras.

—Ya te he dicho que no juego con nadie madre —me siento en el sillón resignado por mi madre—. Yo no hago nada, solo disfruto de mi vida.

—Y mientras que disfrutas tu vida le haces daño a los que te rodean.

—No quiero seguir hablando de esto —me levanto enojado—. Te puedes quedar todo lo que quieras, pero no quiero que te metas en mis asuntos ¿entendido?

—Recuerdas que soy tu madre y no me puedes hablar de esa manera —me mira desafiante.

 No le hago caso y me voy de allí sin importarme si se enoja conmigo o no. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top