Cosmo: Sellados Con Un Beso

Seguí visitando a Aryana por un mes, me gusta hablar con ella es tranquilizante poder hablar con una persona que no le interesa hablar con un dios sino con una persona. Ella me preguntaba por Lilith ya que se había ido sin antelación y se había llevado a Kai con ella.

 Me propuso para no interrumpir su horario laboral, vernos los fines de semana por las colinas que quedaban cerca de su casa. No quise mostrar lo emocionado que estaba con la idea. Las personas empezaron a hablar y eso me irritaba así que la idea de Aryana no estaba mal. La pregunta era de qué vamos a hablar, ya se me acabaron los temas y las novelas son una porquería. Ya es sábado y no sé si vaya a verla.

Cálmate.

 He estado en peores momentos que esto y he salido con vida así que relájate que solo es una tarde y listo, todo saldrá fantástico. Pasa el almuerzo y me voy al lugar donde ella me citó, llevo un libro que le gustó de mi biblioteca para prestárselo y de allí tenerla vigilada. Me gustaban esas clases que me daban mi tía de las artes oscuras y cómo podía manipular a las personas con eso. Resulta que si das un objeto encantado a una persona, el objeto funcionará como un oráculo y te mostrará todo lo que dice y hace.

 Camino por el mismo sendero que toma para irse a su casa. Tomo el otro camino como me indicó Aryana para llegar a la colina y allí encontrarla. Subo hasta llegar a un roble grande y frondoso donde Aryana está sentada dándome la espalda arreglando algunas cosas que están en una manta con detalles florales.

—Espero no haber llegado tarde —susurro detrás de ella, asustándola, pero se tranquiliza de inmediato.

—No se preocupe —se levanta—. He traído algunas cosas para pasar el rato, no sé si le parece.

 Miro el pastel de frambuesas, las galletas y las uvas que están en una cesta. Se me hace agua a la boca y es sorprendente porque acabo de comer.

—Se ve todo delicioso —le indico que se siente—. Le traje esto.

 Le entrego el libro.

—No puedo...

—Es suyo, es un regalo para usted.

 Ella se sonroja y acepta el libro. Nos comemos el delicioso pastel que hizo Aryana esta mañana.

—Estoy sorprendido de sus hazañas en la cocina —la felicito.

—¿Por qué lo dice? —Se acerca hasta el tarro de galletas, abriendo la tapa—. ¿Quiere?

—Por todo lo que hizo —meto la mano en el tarro y saco una rica galleta de fresa.

—Son recetas de mi madre, lo único que hago es seguirlas.

—Entonces su madre debe cocinar exquisito.

 Ella asiente y come una galleta.

—¿Y la suya?

—¿Qué pasa con mi madre? —me recuesto contra el tronco del roble.

—Que si ella cocina delicioso.

—Supongo que lo hace.

— ¿Supone? —me mira confundida.

—Vive en palacio repleto de personas que estarían dispuestos a hacer todo lo que ella pida. Si ha puesto un pie en la cocina debió ser un milagro.

 Ella se sorprende ante mí respuesta, pero es la verdad. Jamás vi a mi madre cocinar algo para mí o mi hermano Marte cuando éramos pequeños. Jugábamos, pero cuando teníamos hambre ella llamaba a los sirvientes y nos traían casi toda la comida del reino.

—Me había dicho que tenía una hermana ¿verdad? —intento cambiar el tema y por suerte lo logro.

—Sí, es mayor que yo —se sienta al lado de mí—. ¿Y usted tiene hermanos?

—Sí, uno nada más —la miro sonriente.

—¿Cómo es él?

—Fastidioso como todos los hermanos.

—¿Es mayor que usted?

—Por suerte no.

—Entonces no es fastidioso —sentencia.

—Claro que sí —me ofendo, él a pesar de que es dos años menor si es un fastidio. Lo quiero, pero hay momentos que quisiera matarlo.

—No lo es. Los hermanos mayores sí lo son.

— ¿Me está diciendo que soy yo el fastidioso?

—Sí, los hermanos abusan de su poder y creen que los menores tenemos que hacer todo lo que ellos dicen.

—Por supuesto que tienen que hacer todo lo que les ordenemos. Somos sus amos —me río y ella me mira enfadada—. Es la verdad.

—Pues me niego a aceptarla.

—Lo siento, pero tendrás que hacerlo.

—¿Y quién me va a obligar? —me desafía.

 La tomo de la cintura y me la siento en mi regazo atrayéndola hacia mí.

—Preguntaba —la miro directo a sus hermosos ojos azules oscuro y ella a mis ojos grises—. Quiero que me dé esas uvas en la boca.

—Señor yo... —se sonroja.

—Vamos, no se irá hasta que no quede ni una uva.

 Ella se aproxima al racimo de uvas, arranca una y me la mete con delicadeza en la boca.  Trituro el fruto en mi boca, el jugo salpica mis papilas y escupo las semillas aún lado. Ella repite el mismo procedimiento.

—¿Cómo se encuentra el tigre blanco? —le pregunto.

—Bien, señor. No para de crecer —sonríe.

 Cuando ella me va a meter la uva en mi boca con agilidad se la mete en la suya.

— ¿Te comiste mi uva? —pregunto atónito.

—En realidad las traje para los dos.

 Intenta comerse las uvas, pero la detengo aunque la inclinación de la colina no nos ayuda y rodamos por la colina hasta llegar al suelo. Ella se ríe y yo estoy encima de ella. Me acerco a sus labios plantándole un tierno beso, ella se sorprende, pero no me responde. La miro y ella está atemorizada. Me levanto y la ayudo a subir.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, estoy bien —mira al suelo—. ¿Por qué no mejor subimos?

 Asiento y subimos los dos. Estoy avanzando con ella, pero no sin dejar de pensar en que será difícil hacerla mía. Hablamos de tonterías hasta al atardecer. La ayudo a recoger todo y la llevo a su casa porque no me gusta que camine sola y más con todo lo que lleva. La casa es modesta incluso me sorprende porque por lo visto se ve que tiene dinero sus padres.

—¿A qué se dedican sus padres?—le pregunto. Entramos por la parte de atrás de la casa que da a la cocina.

—Mi padre se dedica a la agricultura y mi madre le ayuda a la venta de los productos.

—¿No comprendo por qué no ayuda a sus padres en vez de estar trabajando en el castillo?

 Ella suspira y se sienta en un banco.

—Después de mi accidente —señala su cara—. Me refugié en el granero de allá —señala el granero de atrás—. Trabajando con mis pacientes sin salir de allí. No soportaba que las personas me miraran con miedo, asco o tristeza así que me quedé dos años allí y bueno mis padres y mi hermana no querían que me siguiera pudriendo sin salir o hacer vida social.

—Y así acabó en el castillo —sentencio.
—Exacto.

—Debo agradecer entonces a su familia por haberla conocido —le sonrío.

—Sí, bueno me alegro haber pasado esta tarde con usted —me mira con dulzura.

—Lo mismo digo —me acerco hasta ella y la beso, pero esta vez sí me corresponde el beso.
Me separo de ella y me voy. Camino hasta la colina y me río para mí.

Ay, esto sí será divertido.

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