Cosmo: Hacer El Amor
Siempre he cogido con las mujeres sin ningún compromiso o amor, todo ha sido por puro placer de mi parte. Pero hacer el amor con Aryana ha sido una de las experiencias más embriagadoras que he podido experimentar. Mi mayor sorpresa fue descubrir que ella era virgen, eso lo hizo más especial. Su cuerpo está cubierto de cicatrices pequeñas, moretones, raspones y uno que otro lunar que descubría mientras la exploraba. Sus pechos tenían el tamaño justo que mi boca necesitaba para que entrara todo. Lo hicimos hasta que ella ni siquiera podía moverse para que me detuviera.
—Estoy cansada —murmura de lado, con el cabello cubriéndole el rostro. Ella intenta irse más arriba de la cama, pero la detengo. Estaba tomándola por detrás, aferrándome a sus caderas para no salirme de su perfecto coño.
—A penas hemos empezado, hermosa —caigo encima de ella.
—Bájate —se voltea y me da la cara—. Está todo muy, rico pero tengo mucho sueño —protesta.
—No aguantas mucho que digamos —salgo de ella y me acuesto a su lado. Ella se monta en mi pecho, su sexo tocando el mío, pero sin penetrarla.
—Yo no he cogido por más de mil años —se queja.
—Me has dado el mejor regalo de cumpleaños —le acaricio el cabello que lo tiene seco y enredado —. Hay que arreglarte ese cabello.
Pero ella no dice nada y empieza a acomodarse mejor y se queda dormida en mi pecho. Es fácil quedarme dormido, ella deja que me voltee sin dejar de abrazarnos.
El día empieza con la parte más difícil. Dejo a Aryana descansar. En serio no me quiero ir, quiero quedarme abrazándola, llenándola de mimos y caricias. Salgo de la habitación con una sonrisa y sintiéndome pleno, cosa que ni me acuerdo de cómo se sentía estar así. Me dirijo hacia el salón donde se realizará el baile de mi cumpleaños número mil doscientos treinta. Solo de pensarlo me pongo nostálgico. Pero esa sensación no dura mucho cuando me doy cuenta que la gran mesa donde siempre me siento en los banquetes, falta un lugar, sin embargo también recuerdo que aunque quisiera ordenar que pusieran un lugar para Aryana, no puedo por el protocolo que me impuso mi tía.
Tengo que resolver esto.
Le ordeno al organizador que coloque un lugar de más en la gran mesa, justo a mi lado. No soportaría que ella se sentara en otro lugar. Primero, porque le prometí que le daría un lugar y eso haré, y segundo no la puedo poner al lado de Venus porque no sé qué artimaña le diría en contra de mí. Quiero a mi cuñada, pero no me fío mucho de ella.
Salgo pensativo del salón en cómo le diré a mi tía del lugar de más del banquete. Ella siempre me ha condenado por la clase de vida que he llevado con las mujeres, desde el punto que me ha prohibido de que mientras esté en su presencia ninguna mujer puede estar cerca.
—Disculpe, su majestad —habla un lacayo detrás de mí—, nuestra reina acaba de llegar y pide ser recibida por usted.
Me apresuro hacia la entrada del palacio para recibir a mi tía con su patética hija. Ellas están al frente del carruaje mientras que yo bajo apresurado las escaleras.
—Como siempre tarde —replica Tabitha sarcástica.
—Cosmo querido ¿cómo has estado? —mi tía ignora el comentario de su hija. Ella me da un abrazo cálido.
—Bastante bien —le devuelvo el abrazo.
Subimos los tres por la escalera pasando a las puertas del palacio.
—¿Puedo hablar con usted a solas? —le pregunto a mi tía.
—¿Y por qué no puedo estar allí?—se queja Tabitha.
—Porque no te soporto —la miro con desprecio.
—No vayan a empezar otra vez ustedes dos —espeta cansada de nuestras peleas.
—Es él el que empieza —refunfuña con odio.
—Adelántate al comedor mientras que hablo con Cosmo —le ordena a su hija malhumorada.
—¿Estaré sola mientras que conversan?
—No, lo más probable esté mi hermano allí con su novia.
—¡¿Qué?! —Chilla Tabitha—. Por favor madre, no permitas que me haga esto.
—No seas exagerada —habla de mala manera.
Guío a mi tía a mi estudio y Tabitha me dice en su mente que me matará mientras que esté dormido. Hago pasar a mi tía a la sala llena de libros y confortables muebles.
—Dime de una vez hijo, que sabes que odio que las personas den vueltas para decir una tontería.
—Salgo con una chica —le suelto, ella se sienta tranquila en el sillón.
—Eso no es novedad, querido —señala indiferente—. Tus golfas nunca me han importado siempre y cuando no tenga que verlas.
—No es mi golfa —me siento en el sillón de al frente—. Es mi pareja, quiero formalizar lo que tengo con ella y la primera persona que quiero que lo sepa es usted.
—¿Cómo se llama? —pregunta con la misma expresión fría y calculadora.
—Aryana Lightweight.
—¿Dónde la conoces?
—Aquí del castillo.
—¿Una plebeya? —pregunta despectiva.
—Una sanadora de hecho —ella se levanta paseándose preocupada.
—¿Es una campesina?—me mira cruzándose de brazos.
—No es de la nobleza, lo sé —digo intentando buscar las palabras justas para defenderme–, pero es una chica fuerte, amable, honesta...
—¿Y eso qué? —Dice delante de mí—. Lo que importa es si es buena para ti y el reino porque, recuerda que hemos hecho todo lo que está en nuestra disposición para tener y estar donde estamos, y ninguna persona arruinará eso.
—Ella no haría nada malo a nadie —la defiendo.
—Tal vez no directamente, pero si indirectamente —me toca la frente, su pesado anillo de hierro me enfría la frente—. Nuestros aliados no respetarán a una campesina y lo sabes bien.
—¿Y qué quiere que haga? —me levanto apartándome de ella—. La amo, y además. Usted mejor sabe que todas las mujeres de la corte son falsas e hipócritas, que lo único que quieren es la corona.
—¿Y qué la hace diferente a las demás? —pregunta desdeñosa.
—Todo, podía quedarme toda la mañana hablando de lo buena que es, pero a eso no le importaría, ya que solo le interesa lo que pueda pensar los demás.
—Sí tú no piensas ¿quién? alguien tiene que hacerlo —la miro mal—. Te quiero, Cosmo, eres como un hijo para mí y no quiero que sufras, pero tienes que tomarte las cosas en serio.
—¡Eso hago! —me desespero.
—No piensas —se acerca hasta mí—. Estás sintiendo y no ves las consecuencias que traería esa relación a tu vida.
—Me traería felicidad y amor —la miro molesto—, cosa que no he sentido en mucho tiempo.
—¿Y yo tengo la culpa? —pregunta dolida.
—No la tiene —respondo tranquilo—, pero quiero a alguien que no le importe que sea un dios o rey si no, que lo que importe sea yo como persona.
—De igual forma no la quiero para ti—se dirige hacia la puerta—. Y más te vale que no la hayas puerto en la misma mesa que nosotros porque te lo juro que te arrepentirás.
—Me arrepentiré si no estoy con ella.
Ella voltea los ojos y se va de la habitación, salgo de inmediato alcanzándola. Ambos caminamos en silencio hasta el comedor donde está Marte peleando con Tabitha y Venus sobre algún tema que no le doy importancia. En cuanto nos ven se callan y se sientan, en ese momento entra Aryana con el cabello delicadamente recogido, lleva puesto uno de los vestidos que le pedí a Lilith que le escogiera. Un sencillo vestido verde oliva con bordados de flores tono pastel en el corsé.
Mi tía se sienta en el lugar que le entregué a Aryana, que es a mi lado, Tabitha sigue a su madre a sentarse al lado de ella. Marte se corre un lugar para que Aryana se pueda poner a mi lado, Venus le sigue. El resto de la comida consistió en hacerles preguntas incómodas tanto a Venus como a Aryana en particular. Después que terminamos de desayunar mi tía se lleva a Aryana a la torre norte que allí es donde llevo a las personas a leerles la mente y peor. Y conociendo a mi tía Laila, sé que no tendrá piedad alguna con la pobre víctima que es la mujer que amo.
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