Aryana: Un Rostro Hermoso

Me levanto con pereza de la cama para otro día de trabajo. Honestamente esta semana no ha sido una de las mejores, todavía no me quito de la cabeza las palabras de Cosmo, aunque sea cierto lo que me dijo no quiero seguir así, viviendo de esta manera tan dolorosa. Me voy al pequeño cuarto de baño que se limita a un rectángulo en una esquina para ducharnos Ibay y yo, y dos vasijas para nuestras necesidades. Me lavo la cara con agua del lavabo. Me visto, dejo a Nairn descansar aunque es raro que duerma tan tarde, por lo general él se despierta al mismo tiempo que yo.

 Ibay salió temprano ya que hoy le toca hacer la fila del desayuno. Me recojo en una trenza mi cabello para que se me facilite el trabajo de hoy, sin estar preocupada de que me arranquen el cabello. Desde que tengo la cicatriz, he procurado que mi cabello siempre esté impecable ya que es lo único que me queda hermoso, aunque para ser honesta, a veces se me olvida cuidarlo.

 Salgo del cuarto y me dirijo hacia mi consultorio para empezar a trabajar, pero primero me paso por los establos a ver si los nuevos ayudantes empezaron a limpiar y dar de comer a los animales. Voy pasando por cada establo y los animales y los cuidadores se me quedan viendo atontados.

—¿Qué tengo para que me miren así? —los reprendo.

 Ellos siguen trabajando, pero igual me siguen mirando, me voy a mi consultorio a esperar a Ibay con la comida. Mientras tanto voy acomodando las cosas del día anterior. Después que la mujer de cabello rosado, que ni siquiera dijo su nombre solo el de su guardián, empezaron a llegar los animales heridos por un altercado que sufrieron al llegar hasta aquí, algunos fueron heridas pequeñas, pero los que sufrieron más fueron los del frente de la caravana que llegaban de las lejanías del reino. El rey al enterarse les empezó a dar caza y cuando los encontrara los condenaría. Ibay y yo nos acostamos poco antes de la medianoche atendiendo a los heridos.

 Todavía estoy medio fatigada, sin embargo no me puedo dar el lujo de tomarme una siesta como Nairn, aunque le voy a pedir el favor a Ibay que me cubra luego, si Nairn no despierta un poco después del amanecer. Me monto en un banco para organizar los remedios y las pócimas.

—Aquí está la comida —Ibay llega sorpresiva dejando dos tazas de estofado y un gran trozo de pan—. Tuve que batallar con las cocineras para que me dejaran el pan ya que era de los últimos que quedaban.

—Ellas siempre se quedan con el pan, eso no es novedad —comento tambaleándome en el banco.

—Bueno, también por los invitados del rey —toma su taza y pica el pan por la mitad—. A ellos les cocinan primero.

—Pensaba que tenían un cocinero aparte.

—Lo tienen, pero...

 No termina la frase porque me bajo del banco y me pongo delante de ella.

—Pero qué te pasó —exclama dejando el tazón de estofado en la mesa y me toma del rostro.

—Déjame —la alejo de mí—. ¿Cómo que tengo en el rostro Ibay? Sabes lo que tengo.

 Me aparto de ella.

—¿No te has visto en un espejo? —me mira igual que los muchachos de los establos.

—No ¿por qué lo haría? —me acerco al espejo de mano que guardo en un cajón.

 Y la imagen que me da el espejo, es de una mujer que no había visto desde hace tanto tiempo que suelto el espejo rompiéndose contra el frio suelo, y me tiro al piso a llorar aunque no sepa si es de felicidad o de tristeza.

—Tranquilízate —me abraza—. No sabía que fueras tan hermosa —me toma de las manos y me levanta del suelo—. Eres hermosa, Aryana con o sin cicatriz y siempre lo serás.

 La miro con los ojos llenos de lágrimas de felicidad y confusión.

—¿Cómo te quitaste la cicatriz? —me pregunta.

—No lo sé —me limpio las lágrimas—. Me levanté normal, no hice nada.

 Busco otro espejo ya que el que tenía lo dejé caer y si, no tengo ninguna cicatriz horrible que cubra mi rostro.

—Bueno, pero eso no pasó así —me observa cada movimiento- de la nada.

—Lo sé, pero no importa, Ibay —le doy abrazo de felicidad—. Mírame.

 Sonrío enormemente.

—Ya nadie se burlará de mí, ni me dirán cara cortada o me miraran con asco...

—Lo sé, Aryana, pero igual es raro que de la nada desaparezca tu cicatriz.

—Comprendo —exclamo emocionada—, pero no me importa, Ibay.

—Si tú lo dices —vuelve a su tazón—. De igual forma tienes que comer, que tenemos bastante trabajo por hacer.

 Como con una gran sonrisa que no me importa si la comida esté fría e insípida, nada podía quitarme esta gran felicidad que nacía en mí. Empiezo la mañana llena de alegría y amor que no me importa tener que limpiarles las heridas más horribles a los animales. Ellos me miran raro como si no estuviera concierte de su dolor, pero no me importa, estoy feliz.

—Aryana Lightweight —me llaman desde la puerta de los establos.

 Me acerco hasta el guardia que se me queda viendo atontado.

—Hola, Antonio —lo saludo con alegría a unos de los soldados de la guardia del rey—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—¿Qué carajo te pasó? —me mira atónito.

—Nada, ¿se te ofrecía algo? Dime que estoy un poco ocupada.

—El rey te mandó a llamar.

 Me desmorono un poco por dentro, pero no le doy importancia. Ya no quiero sufrir más por él ni por nadie, quiero vivir para mí, aunque será inevitable que me llame para algún trabajo así que tengo que ser profesional.

—¿No te dijo para qué?

 Lo llevo a mi consultorio para buscar mi maletín.

—Que la guardiana de un amigo suyo entró en proceso de parto.

 Lo miro furiosa.

—¿Por qué no lo dijiste antes?

 Salgo corriendo y Antonio conmigo. Llegamos al castillo grande, Antonio me guía hasta sala de estar del rey. Al llegar a la puerta, Antonio toca la puerta y yo me tranquilizo por lo agitada de mi carrera. Por lo general odio que no avisen sobre los embarazos de las guardianas ya que son más complicados que los animales normales y estabilizarlas es un problema ya que los nervios no las deja. Antonio pasa y me presenta. Cosmo habla con una mujer rubia y un hombre que parece nervioso.

 Ese es el protegido.

—¿Quién es el paciente? —pregunto cuando Antonio se va.

 Los presentes me miran desconcertados, pero más Cosmo que me observa con la misma expresión que Ibay de esta mañana.

—Es mi guardiana —habla el hombre nervioso—. ¿Usted es la partera?

—Sí, soy yo —me presento—. ¿Dónde está la paciente?

—Yo la guío, lo que pasa que está en otra habitación —él se acerca hasta mí y me pide que lo siga.

 Salgo con el hombre que me conduce a la habitación donde se encuentra su guardiana cosa que no esta tan lejos de donde estábamos. Cosmo y la mujer nos siguen. Cuando llegamos los guardias nos abren las puertas y nos dejan entrar. La gacela está recostada en el suelo inmóvil pujando para que nazca su pequeño. Me acerco hasta ella y la acaricio, ella me mira desconfiada.

—Ella es la partera —le dice su protegido.

—¿Cuántos meses de gestación tiene su guardiana? —me quito el bolso y lo dejo a un lado.

—Cinco meses —contesta nervioso—. Se le adelantó el parto, tenía que nacer dentro de un mes.

—Es cierto —respondo tranquila—. Las gacelas pueden dar a luz entre cinco y seis meses, no hay peligro si es en ese tiempo.

—¿Segura? —me mira preocupado.

—Sí, segura.

 Coloco la gacela en una posición más cómoda para empezar el trabajo de parto. Tardamos dos horas para que el bebé de la señora Marion nazca sano y fuerte. Limpio el bebé y me aseguro que esté bien antes de dárselo a su madre para que lo amamante. El protegido de la señora Marion, que se llama Alonzo, me da las gracias por ayudar a su guardiana. Me voy a cambiar a mi cuarto ya que la señora Marion me llenó de sus fluidos. Me deshago del vestido y lo lanzo a una cesta de ropa sucia. Miro a Nairn que se despertó, pero está fatigado.

—¿Qué tienes, Nairn? —lo acaricio detrás de las orejas.

—Tengo sueño —bosteza.

—Pero ¿tienes alguna dolencia o algo?

—No, me siento bien —me mira el rostro—. ¿Ves? Los milagros si pasan.

—Lo sé.

 Lo dejo en la cama para que pueda descansar el resto del día ya que yo no puedo. Tengo escondido a Nairn en la habitación ya que condenan que incluso los guardianes descansen en su horario laboral.

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