Aryana: Un Rostro Doloroso
Camino con la cesta y la manta hacia el árbol donde siempre me reúno con Cosmo.
Constantemente venía a ese árbol cuando quería estar sola, se había incrementado con lo de mi accidente. Ese era el único lugar que podía ir sin que me sintiera mal con mi apariencia, mi novio me había dejado en cuanto me vio sin las vendas, era demasiado para él mi situación.
Si era difícil para él, que quedaría para mí.
Me había enterado tres meses después que ese demasiado tenía nombre de Erika Sand. Me enojó tanto que rompí todas las cosas de mi antigua habitación en la casa de mis padres. Subo la colina sumergida en mis pensamientos que no me percato que Cosmo me estaba observando desde que subí.
—Llega tarde señorita Aryana —anuncia con un libro en su regazo y una botella de vino a un lado.
—Lo siento —dejo la cesta en el suelo y saco la manta extendiéndola en el suelo—. Mi madre hizo pan y por eso me tardé.
—¿La linda de su madre nos deleitará con su riquísimo sazón? —pregunta divertido y se levanta para quedar encima de la manta.
—¿Eso es sarcasmo? —pregunto un poco enojada.
—No me malinterprete, me encanta la comida que prepara su madre; todavía fantaseo con su estofado.
—Bueno —respondo sin mucha emoción.
Termino de sacar las tartas y las galletas junto con el pan que mi madre cortó en rodajas y con un frasco de mermelada de manzana.
—Se ve todo delicioso —comenta mirando todo con una sonrisa de satisfacción. Atacando primero la tarta de frambuesa.
—¿Puede compartir conmigo? —pregunto ya que me encanta la tarta de frambuesas.
—No, está es solo para mí —replica comiendo con los cubiertos que dejé a un lado de la tarta—. Traje vino para pasar las cosas mejor.
—Gracias —tomo el vino y lo sirvo en una copa que la cual él toma primero. Lo fulmino con la mirada.
—¿Qué pasa?
—Qué esa era mi copa.
—Yo no lo es —me mira con picardía.
Me como la tarta de limón y él me la busca quitar, pero lo detengo con mi tenedor.
—Usted se comió la de frambuesa y yo me comeré la de limón —contesto tajante.
—Está jugando con fuego, señorita Aryana —me amenaza.
—Solo juego lo que usted juega —ahora soy yo que lo miro pícara.
—Vaya ¿qué clase de valentía estoy viendo? —se recuesta del roble.
—Sólo defiendo mi tarta —sonríe y toma el tarro de galletas y se las come—. Por lo que veo, tiene mucha hambre.
—No como desde esta mañana —se come cada galleta de un solo bocado.
—¿Y eso a qué se debe? —pregunto preocupada.
—Asuntos de estado.
—Hablando de eso —dejo el recipiente de la tarta a un lado—. ¿Cómo le fue la semana pasada en el reino del Norte?
—Con ganas de matar a los presentes —contesta serio.
—¿Tan malo fue?
—No fue malo —se sirve más vino—. Se hizo todo lo previsto, solo que todos gritan al mismo tiempo para tener nuestra atención y quedas en un punto que ya ni sabes quién te está hablando.
—Debió de ser estresante —comento más calmada.
—Si lo fue —mira su vino y luego a mí—. Siéntate aquí —señala su regazo.
Me levanto, doy unos pasos hasta llegar a él y me siento en su regazo dándole la cara. Él me traza con su dedo mis cicatrices pasando por mi nariz, acabando en mis párpados.
—Tiene unos hermosos ojos azules, señorita Aryana —baja su dedo por mi cuello desnudo hasta mi clavícula que no lo cubre el vestido.
—¿Le puedo hacer una pregunta?
—Ahora no —toma el libro y me lo da—. Quiero que me leas.
Miro el libro de cuero marrón con detalles de ramas y hojas dorados en la cubierta.
—El buen amor —leo la cubierta y abro el libro en su primera página.
Empiezo a leer la historia de una mujer llamada Cala que ha vivido en tinieblas desde que nació, pero encontró el amor de su vida cuando salió de la cueva donde vivía; el hombre de quién se enamoró se llama Juanco. Él la enseñó a vivir la vida que ella no se atrevía por miedo a que cosas malas le pasará, pero él le dijo:
"La vida es así, no vive el que no le pasa nada, vive el que le pasa de todo. Sea bueno o malo, la vida es así. Nuestras equivocaciones, nuestros miedos, nuestras emociones, nuestras cicatrices son un fiel reflejo de la vida que hemos tenido"
Y así como Juanco llegó a la vida de Cala y así permaneció hasta el final de los tiempos.
—Es una historia realmente inspiradora —le hablo a Cosmo, pero está dormido—. ¿Señor? —le toco la mejilla.
Él se sobresalta.
—¿Escuchó la historia?
—No, para nada —se pasa las manos en el rostro en señal de cansancio—. Lo siento.
—¿Quiere que la vuelva a leer? —le pregunto con el libro en la mano.
—No se preocupe —me mira metiéndose un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Bueno —paso las páginas y veo varios dibujos de mujeres hermosas conquistando el corazón de su amado—. ¿Le puedo hacer una pregunta?
—Ya que —suspira derrotado.
—¿Alguna vez se ha enamorado?
—No —contesta con naturalidad.
—¿Por qué? —lo miro confundida.
—Porque la sola idea de renunciar al placer que me dan las mujeres a cambiarla por una sola, me resulta nefasto y egoísta.
Eso me sorprende.
—Pero si llegase a pasar...
—No estoy buscando novia, ni esposa, reina o cualquier parecido—me corta—. Mi señora no me ha presionado para buscarla, ni mi familia, ni nadie. Estoy bien como estoy, gozando de los placeres que me dan las mujeres.
—¿Y esto es...?
—Si piensa que obtendrá algo de mí, está muy equivocada —me mira serio.
—Yo no quiero nada de usted —declaro ofendida.
—¿Ah no? —Me sostiene la cabeza con dureza—. Se le olvida que puedo leer mentes.
—¿Y según usted que quiero de usted? —tomo su mano que sostiene mi cabeza apretándola más hacia mí.
—Quiere que la acepte como es, como si fuese mi problema sus inseguridades —sonríe para sí—. No me importa lo que le pase, o deje de pasarle porque para lo que a mí concierne solo somos dos personas que no nos debemos la aprobación del otro.
Me levanto de inmediato de sus piernas y empiezo a recoger las cosas del día de campo.
—¿Ya se enojó? —pregunta divertido—. Si apenas empezamos a hablar.
—No tengo nada que hablar con usted —exclamo conteniendo mis lágrimas—. Creo que lo mejor es que dejemos esto hasta aquí.
—Creo que para dejar algo, primero hay que ser algo ¿no cree?
Aprieto los puños.
—Levántese —le ordeno.
—No —responde recostado en el árbol—. Sabe que se ve graciosa enojada y más con la mueca que deja ver su cicatriz, es algo realmente divertido.
—No me voy a quedar aquí donde estoy siendo insultada —tomo la cesta y me voy corriendo de allí.
Soy una total estúpida en creer que se fijaría en mí. Me voy directo al granero, tiro la cesta al suelo sin importarme si se rompe algo. Subo hasta mi cuarto y rompo a llorar desconsoladamente hasta que llegue la fría noche. Me levanto y me dirijo hacia el espejo cubierto de una gruesa sábana blanca. Quito la gruesa manta y observo el rostro deformado que está delante del espejo y brotan más lágrimas de dolor, enojo y tristeza por la hermosa mujer que alguna vez fui.
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