Aryana: Primeras Veces.
Después de que Cosmo me dejara espero a que llegue Ibay por si se le ofrece algo. Como ella me dijo que todo estaba en orden, me voy al lugar donde él me dijo. Pasé sin que nadie me dijera algo al jardín real. Es hermoso como las flores se abren en cuanto paso delante de ellas, liberando una maravillosa fragancia; sus colores vibrantes inunda mi visión de fantásticos colores y formas.
Me dejo guiar por el esplendor de las flores que me dejan al frente de una mesa para dos con un centro de mesa pequeño sin obstaculizar la vista hacia el otro. Hay dos platos con sus cubiertos y copas vacías esperando a ser servidas.
—Espero que te guste tu sorpresa —murmura una voz detrás de mí. Me volteo para ver a Cosmo sonriente y complacido por haberme sorprendido. Cosmo siempre anda impecable, con su traje negro con detalles plateados, su cabello recogido parcialmente en un moño.
—Me encanta —digo emocionada—, no me imaginé que haría esto por mí.
—Solo hago esto por las personas que me importan —se acerca hasta una silla y la retira—, creo que es la primera vez que hago estas cosas, si soy honesto.
—Entonces debo estar más que agradecida por esta clase de detalles que tiene usted conmigo —tomo asiento e igual él delante de mí.
—Me complace escuchar eso —él hace unas señas y de los arbustos aparecen unos camareros que nos ponen nuestro respectivo almuerzo.
La comida es diferente, pero no deja de ser deliciosa o a lo mejor estoy acostumbrada a otra clase de cocina que cualquier cosa que los camareros reales me sirvan, sabrán a gloria. Cosmo y yo charlamos por lo que queda de nuestra comida. Cuando por fin terminamos, él me pide que lo acompañe a dar un paseo por el magnífico jardín.
—Sí soy honesto —dice observando las flores—, no soy amante de las flores.
—¿Ah no? —dejo de oler una flor de color violeta oscura—. Para no ser una persona no amante de la naturaleza, déjeme decirle que tiene buen gusto.
—Yo no —me toma de la mano—, eso se lo dejo a Lilith. No tengo tiempo para para saber cómo debe ir ordenado un jardín.
—Pero si para dedicárselo a mi persona —lo miro complacida.
—Sí, eso sí es cierto —dice pensativo—. Y para demostrarle que tengo toda la disposición del universo, quiero que me acompañe a un sitio muy especial.
Él me toma de la cintura pegándome a él y nos desaparecemos del magnífico jardín para aparecer en un desolado bosque.
—¿Qué es este lugar?
Pero él solo se limita de tomarme de la mano y encaminarnos en un sendero elevado. La altura de los árboles, el olor de tierra mojada y la compañía de Cosmo es tan espléndida como atemorizante. Llegamos a la cima de un prominente barranco. Cosmo se sienta en el borde de dicho barranco.
—Venga —me anima—, no le pasará nada mientras esté conmigo.
Asiento, camino con cuidado hacia él y me siento con cautela de no tropezar cayendo al vacío.
—Siempre vengo a este lugar cuando no quiero escuchar a nadie, ni sus pensamientos y mucho menos sus quejas —apoya las manos hacia atrás en el suelo.
—Debe de ser constante sus venidas aquí —apoyo mi cabeza en su hombro.
—No tiene ni idea —él hace lo mismo—. Descubrí este lugar cuando mi tía me ordenó desde joven a recorrer el reino del este ya que sería parte de lo que gobernaría.
—¿Fue fácil aceptar el trono y lo que vendría?
—¿El trono? Por supuesto. ¿Lo que vendría? No tanto —él toma mi mano y juguetea con mis dedos—. Me criaron para esto, gobernar y ser un rey y dios, así que no es tan sencillo como lo hacen ver.
—Supongo —miro el maravilloso paisaje que tengo en frente de mí—. ¿Y alguna vez no quiso ser alguien más?
—Haber sido otra persona es ilógico para no decir absurdo —dice serio.
—Lo sé, pero no quiso ser o escoger otra cosa que esto —señalo a su cabeza vacía por la ausencia de su corona.
—No, me gusta lo que hago aunque a veces me estrese, eso no se lo voy a negar —esboza una sonrisa—; o me va a decir que todo es facilidad y alegría en su trabajo.
—Hay momentos malos, pero es gratificante la dicha que contrae.
—¿Lo ve? No porque las escogencias que tengamos se torne difícil o estresante significa que no nos guste lo que hacemos, así es la vida tiene sus momentos malos, pero no significa que sea mala.
—Dura sí, pero no mala —lo miro con suficiencia.
—Exactamente.
Él se levanta rápido y peligroso, me toma de la mano atrayéndome hacia él. Desaparecemos del risco para reaparecer abajo de él a las orillas del río.
—Por favor —digo alejándome de él con las manos en mi cabeza—. Deje de hacer eso.
—¿Hacer qué? —él me mira un rato y comprende lo que digo—. Lo siento, solo quería que caminemos por este maravilloso bosque —señala a su alrededor.
—Y se lo agradezco, pero me asusta —me acerco a él.
—Comprendo, creo que le debo una disculpa —me trae hacia él—. ¿Qué puedo hacer para que me perdone? —comenta seductor.
—Creo que... —pero me calla con sus jugosos labios—. Podemos irnos de aquí a un lugar más cómodo —me escondo en su cuello.
—Me parece una gran idea —me abraza y volvemos a aparecer en su habitación.
Él me deja de abrazar dándome vuelta, él pasa mi cabello por mis hombros. Deshace los nudos del corsé dando paso a mi desnudez, el vestido cae al suelo pareciendo un pequeño vacío negro. Me acaricia los pechos llenándome de suaves caricias de su parte, desciende hasta mi sexo provocándome cosquillas allí abajo. Me levanta con sus fuertes brazos para dejarme en su cama, él se despide de sus prendas y se abre paso entre mis piernas para besar cada parte de mi cuerpo. Cada caricia, cada beso despiertan sensaciones y sentimientos que nunca había experimentado.
Se toma el tiempo para besar cada cicatriz, cada golpe o rasguño que pueda tener. Me dice frases de amor y ternura como si fuera un poeta y yo fuera su inspiración. El momento anhelado a veces es el más temido, pero no por eso deja de ser grandioso. Pasar, hacer y dar una parte importante de ti a la persona que aunque no sabes si será el hombre de tu vida, pero eso no hace que ese momento no sea espléndido hasta el punto que estallas en un mar de numerosas emociones.
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