Aryana: Despojos De Libertades
Me pongo nerviosa porque no sé qué habré hecho para que ordene mi presencia.
“Tal vez por el alzamiento de los animales.”
Me pongo presentable y me dispongo a salir cuando Iñaki se interpone en la salida.
—No voy a dejar que vaya con el hombre malo —expresa preocupado.
—Tengo que ir —me agacho y lo acaricio.
—No va ir sola —se pone a mi lado—. Yo la protejo.
—Venga de una vez que al rey no le gusta esperar —dice el guardia exasperado.
Camino junto con Iñaki hacia el castillo. Recorremos el mismo camino que utilizo para ir con la señora Lilith, pero en vez de subir todos los escalones hasta la punta, nos detenemos en el primer piso y caminamos hasta un gran estudio. Los soldados que custodian las puertas nos las abren y me dejan allí en esa gran sala con Iñaki. Me quedo sorprendida por la hermosura de la biblioteca, me acerco al primer librero y leo que son libros de hechicería, pociones, alquimia, historia y filosofía.
—¿Se le perdió algo? —cuestiona una voz detrás de mí.
Mierda.
Me volteo y un gran hombre de cabello blanco recogido en una coleta hacia atrás, vistiendo con una armadura completamente negra de cuero con unas tachuelas que parecen pequeñas gotas de agua plateadas.
—Perdóneme, solo que me llamó la atención la colección de libros que hay —bajo la mirada.
—¿Usted es la nueva curadora de animales? —pregunta incrédulo.
—Sí, mi señor —susurro.
—Pensaba que era un hombre —se voltea y se dirige a su inmenso escritorio.
—¿Por qué pensaría que era hombre? —levanto mi rostro sin importarme que pueda pensar de mí cicatriz.
—Por espantar a mi domador por excelencia y hacer que renunciara —gruñe enojado—. ¿Tiene algo que decir al respecto?
—Que no me arrepiento de mis acciones —él levanta una ceja—. Sí le gusta intimidar y ejercer su voluntad con un látigo envenenado, no soy esa clase de domadora.
—Él era un hombre con grandes resultados.
—¿Y dígame que animal lo obedece sin que muestre temor o descontento hacia usted? —Me cruzo de brazos—. Prefiero que lo obedezcan por respeto y admiración, que por miedo y desesperación.
Él me observa de arriba a abajo deteniéndose en Iñaki.
—¿Qué hace eso aquí? —señala con la mirada al tigre.
—Me acompaña a todos lados ya que no tiene padres por algún motivo desconocido.
Él cae en cuenta en mis palabras y agrega:
—Es una pena —dice sin mostrar alguna emoción en su rostro—. Bueno eso era todo, ya se puede retirar.
Me dirijo hacia la puerta, pero me detiene su voz.
—Que no se vuelva a repetir —gruñe áspero—, o la saco a patadas y créame que no necesito a sus animales para hacerlo.
Salgo del estudio del rey y me voy de regreso a mi lugar de trabajo. Cuando llego al consultorio siento que puedo respirar de nuevo. Pasa la semana sin ningún problema con los animales que trajeron en la caravana del rey. Todos se muestran cómodos y estables para no decir felices y contentos. No es fácil ser arrancado de tu hogar para trabajar como un esclavo en un lugar que no conoces. Cuando terminé de domesticarlos y enseñarles todo lo que está en mi disposición. Se me fueron arrancados para trabajar como ayudantes de cocina, de limpieza, en los cultivos o como compañeros de los soldados.
—No es justo —me quejo con Ibay.
—Pero esa son órdenes del rey, Arya —se encoje de hombros—. Así son las cosas.
—Pero ellos deberían escoger...
—¿Escoger qué, Aryana? —Pregunta triste—. Nadie tiene libertad de nada, ni los animales, ni nosotros. Para ellos —señala el castillo grande—. no valemos nada, no vale nuestra opinión, nuestra vida o libertad.
Me derrumbo en el suelo del consultorio.
—¿Y qué podemos hacer? —le pregunto.
—Resignarnos a esto —señala el consultorio.
Me levanto y salgo a buscar a Kai. En cierto modo comprendo sus ideas iniciales. Mi gran sorpresa es que no está aquí. Veo al mismo chico que siempre limpia los establos de los animales.
—Hola Elét —lo saludo.
—Hola Arya —me contesta amable. Es un chico simpático de cabellera negra y rasgos fuertes, pero de personalidad amable—. ¿En qué puedo ayudarte?
—¿Dónde están los caballos? —pregunto por el establo vacío.
—¿No lo sabes? —me mira confundido. Deja el cepillo de barrer.
—¿Saber qué? —oculto mi poca paciencia.
—Bueno aquí hacen lo que les da la gana y no dicen nada —se sienta en un barril—. Se llevaron a todos los caballos este fin de semana cuando no estabas y algunos otros animales a entrenarlos para el ejército.
Mi cara no es normal porque Elét me ofrece agua para calmarme.
—Pero yo los entrené y los cuidé —me siento junto a él, abatida y triste.
—Órdenes del rey.
—¿Por qué siempre dicen eso? —me enojo, siempre escucho son órdenes del rey, es la voluntad del rey, no podemos hacer nada contra el rey.
—Porque es la verdad.
—¿Dónde están? —me coloco al frente de él.
—En el campo de entrenamiento del rey, a las afuera del reino.
—Me vas a llevar a ese lugar.
—Ni sueñes —se intenta levantar, pero lo detengo—. No puedes salir del castillo, Aryana, es imposible. Ya entraste no sales hasta el viernes.
—¿Pero no hay otra salida? —pregunto en un susurro.
—Si quieres que el rey te dé de comer a sus jormungadr adelante —bromea serio.
Me separo de él y me voy con una misión en la cabeza.
—Ni siquiera lo intentes —me frena—. Piensa bien las cosas, Aryana. Son jormungadr y no te van a dejar ir con vida.
—No voy a ir con ellas —pienso en Iñaki—. ¿Se llevaron a Iñaki? —pregunto aterrada.
—¿A quién?
—Al tigre blanco bebé, que domestiqué —contesto cansada del tema.
—En una jaula en la bicicleta real.
—¡¿Qué?! —mi enojo es más grande que los poderes de mi señora Laila.
—Sí, el rey lo capturó para que fuera su mascota.
Si antes no iba a matar a todo ser que me impidiera ver a mi bebé, ahora voy con todo.
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