Epílogo
Dos años pasaron desde la boda de sus padres. El día de hoy acompañaría a su papá a verificar algo del trabajo, parecía muy feliz y complacido por una construcción que había sido terminada.
—Vamos Shinki, no seas perezoso.
El kazekage hace unos segundos había terminado de pintar las marcas rojas en la cara de su somnoliento hijo. Ambos estaban sentados en un mueble de la sala; mientras Naruto estaba de pie cerca de la puerta esperando a que su hijo esté listo.
—Padre ¿tengo que ir? —el niño se dirigió al pelirrojo haciendo un puchero con sus labios. Técnica que aprendió de otros niños, parecía ser efectiva.
—Sí. Además ya sabías que saldrías temprano con tu papá, te dije que no te quedaras hasta tarde practicando.
Gaara lo regañó. Ese pequeño era muy terco cuando se lo proponía y anoche insistió en que se quedaría practicando; pese a que sabía que tendría que levantarse temprano.
—Pero es que quiero ser tan fuerte como ustedes, solo así podré proteger la paz por la que ustedes tanto trabajan —expresó el niño con convicción en sus palabras, incluso el rastro de sueño en sus ojos oscuros desapareció.
Shinki era un niño, apenas tenía seis años; no obstante, su infancia no fue sencilla y maduró un poco más rápido que otros niños de su edad. Algo que aprendió de sus padres fue el deseo por un mundo donde haya paz, eso era algo que le transmitieron y atesoraba a su corta edad. Por lo que comprendió él en un futuro tomaría el puesto de su padre y planeaba seguir su legado, pero para eso tendría que ser tan fuerte e inteligente como su padre.
—Aún tienes tiempo para hacerte fuerte, no debes tener prisa por eso —Gaara se había acercado a él y despeinó un poco su cabello con una sonrisa en su rostro.
A comparación de la época en que Gaara y Naruto crecieron, ahora existía paz en ambas aldeas y la nueva generación podía desarrollar sus habilidades con una mayor calma y menor presión. No era necesario que a una corta edad sean capaces de combatir en una pelea a muerte.
En caso alguien amenazara con la paz actual, quienes saldrían al frente a defender sus aldeas serían los líderes de estas. Por ahora la situación entre las aldeas era indiferencia. Luego de lo de Kurotsuchi veían difícil que otra aldea intentara algo similar; además ese caso sirvió como una advertencia para reafirmar el poder de Konoha.
—¿Vamos Shinki? —Naruto también tenía una sonrisa, estaba orgulloso de que su hijo compartiera su mismo ideal.
El niño asintió, se despidió de su padre con un besito en la mejilla y fue hasta donde su papá.
—Los acompañaré hasta la estación —Gaara se puso de pie y caminó hasta ellos.
La mirada de Shinki mostró alegría, pasar tiempo con sus dos padres era algo que le gustaba mucho.
—¿No llegarás tarde al trabajo? —cuestionó el rubio. Su esposo solía ser estricto y la puntualidad era algo que él valoraba mucho.
—La familia es primero; el trabajo puede esperar —el kazekage abrió la puerta para que saliera su familia.
Una de las manos de Shinki atrapó la suya, mientras que la otro tomó la mano de su esposo. Los tres caminaron de ese modo hasta la estación, era alrededor de las siete de la mañana y las personas que iban circulando por las calles los saludaban.
Todos conocían al pequeño engreído del kazekage, era un niño un tanto reservado, pero dulce. No saber del hijo del kazekage y hokage era difícil, dado que hasta aquellos que no eran shinobis sabían de él; ese niño en un futuro sería el kazekage y por lo mismo era natural que la gente lo tuviera presente. Se sabía que pese a su corta edad, ya se estaba entrenando bajo la tutela de sus padres. Teniendo como padres y maestros a dos de los kages, varios vaticinaban que llegaría a ser un ninja poderoso.
—Padre, ¿sabes a dónde iremos? —el niño tenía curiosidad por saber a dónde se dirigirían.
—Irás a un lugar donde tu papá y yo venimos desarrollando un proyecto —explicó el kazekage sin entrar en demasiados detalles para evitar arruinar la sorpresa.
—No es justo, eso me deja más dudas que respuestas —se quejó el niño.
—Tendrás que ser paciente para saber la respuesta —le dijo Naruto.
—No eres la persona adecuada para hablar de paciencia, odias los minutos que demora el ramen en calentar —comentó con inocencia y en voz alta el niño.
—Eso no es cierto, soy un adulto y actúo como una persona madura —se defendió el ninja rubio.
—¿Los adultos también babean la... —Shinki fue interrumpido por su padre, quien jaló un poco de su mano y con una mirada le dijo que no continuara.
—Es un niño con una boca demasiado grande —pensó el rubio un poco avergonzado, habían cosas que no se podían decir en público y una de ellas era que el hokage babeaba su almohada cuando dormía.
Un par de minutos después llegaron a la estación, donde Gaara tuvo que despedirse para ir a trabajar bajo la promesa de que iría a llevarles el almuerzo.
Las siguientes dos horas las transcurrieron padre e hijo en el tren, con el niño mirando por la ventana y esperando avistar el posible lugar donde bajarían; aunque durante el camino solo pudo ver el vacío desierto. Le gustaba Suna, pero también adoraba jugar en los inmensos árboles de Konoha. Amaba ambas aldeas, había crecido en ambos lugares y por ser el hogar de cada uno de sus padres aprendió a valorarlos tanto como ellos lo hacían.
—Shinki, ya llegamos —su papá lo despertó con una voz suave.
La emoción del niño por averiguar dónde estaban, lo hizo despertar tan rápido como le fue posible.
Al ponerse de pie, su papá lo tomó de la mano para que no se aleje de él y lo guió a la puerta del vagón para bajar juntos del tren.
Naruto sabía que su hijo debía estar cansado, todos las tardes se la pasaba practicando y en la noche recién se detenía para irse a dormir. Tanto el como Gaara hacían lo posible para regular su tiempo de entrenamiento y que no se exceda.
—Te llevaré sobre mis hombros —el rubio soltó la mano de su hijo y se agachó frente a él.
El niño se subió sobre los hombros de su papá y cuando este se levantó tenía una perspectiva diferente. Esperaba un día crecer y ser tan alto como su papá.
—¿Este es el lugar? —indagó el niño mirando a su alrededor, a su derecha pudo apreciar no demasiado lejos los árboles. Estaban cerca de la frontera con Konoha.
—Esto es solo la estación —explicó a su hijo caminando hacia el interior de la estación—; dentro de unos años podrás venir con tus compañeros a entrenar aquí.
El niño estaba a punto de preguntar algo, pero se quedó mudo al cruzar las puertas al final de la estación. Había un edificio construido de arena que se parecía mucho al estadio de Konoha, excepto porque era de menor tamaño.
—Gaara y yo tomamos esta decisión unos meses después de nuestro matrimonio —comenzó a contarle el adulto entrando al sitio—. Queríamos reforzar la alianza de las aldeas, que las nuevas generaciones de ambas aldeas crezcan juntas y que la alianza no solo se limite a lo escrito en un pergamino.
—¿Quieres decir que podré estudiar con niños de Konoha? —los ojos oscuros de Shinki no dejaban de analizar el lugar, aunque faltaban algunos detalles como las puertas.
—Sí. La idea es que niños de ambas academias, en los días de clases prácticas, vengan a entrenar juntos.
La alegría y orgullo de Naruto al explicar su proyecto se percibía en su voz. No era para menos, su sueño de construir un mundo como el que anhelaba su maestro era uno del que no desistió; quizá por ahora la paz entre las cinco aldeas no era posible, pero la alianza entre Konoha y Suna era un comienzo.
Durante las siguientes dos horas, padre e hijo platicaron un poco en las gradas del estadio. Naruto le confesó porqué se esforzaba tanto en reforzar la paz de las aldeas. Él le contó a su hijo sobre el sueño que tuvo un hombre muy sabio: un mundo donde haya paz.
—No importa cuánto me cueste, un día haré realidad el sueño de mi maestro —el rubio terminó su relato con los ojos un tanto cristalizados, recordar la muerte de Jiraiya-sensei era algo que hasta la actualidad lo afectaba.
Shinki le dio un abrazo a su papá para consolarlo, ya por su padre le contó que aquel que fue el maestro de su padre falleció como un héroe hace años y que ese señor había sido una figura paterna para el hokage.
Cuando Naruto logró calmarse en menos de cinco minutos a base de besos y abrazos de su hijo, decidió que entrenarían juntos. Shinki había progresado mucho en esos dos años y era imposible no estar orgulloso de él.
Ya cerca de la una de la tarde llegó Gaara, quien encontró a su hijo entrenando en compañía de Naruto.
—Vengan ambos a comer antes de que se enfríe el ramen —bastó esa palabra para distraer a Naruto y que Shinki le atinara un golpe con su arena; aunque antes de tocar el suelo la arena del suelo lo sostuvo.
—No es justo, tu padre dijo que paremos para comer —se quejó Naruto sobándose el estómago, lugar donde recibió el golpe.
Gaara con su arena había atrapado el cuerpo de su esposo y lo atrajo hasta donde estaba él de pie; también hizo lo mismo con su hijo. Acto seguido los tres se sentaron en el suelo del campo de entrenamiento.
—Debes agradecer que tu papá es fuerte o le habrías roto algo —Gaara regañó a su hijo por golpear accidentalmente a Naruto—. Ahora a comer antes de que el ramen esté frío.
El kazekage le extendió a cada uno un envase con ramen caliente. Para llegar antes de que el ramen se enfríe había usado su arena para llegar más rápido, en tren tardaría demasiado y tendría menos horas para avanzar su trabajo; además, la última vez que usó su arena para recorrer el desierto fue para llevar a Naruto.
—Aún está caliente el ramen —comentó Naruto sin entender el porqué.
—Usé mi arena para llegar más rápido —confesó el pelirrojo un poco avergonzado de admitirlo.
El kazekage usando su arena para viajar por el desierto y llevar ramen a su familia era algo difícil de imaginar. Especialmente viniendo de alguien tan serio como aparentaba ser Gaara; aunque con su familia mostraba un lado más cálido y expresivo.
—Es un gesto muy lindo que te esforzaras por traer el ramen caliente, cuando está frío el sabor no es el mismo.
Shinki notó la mirada llena de cariño de su padre hacia su papá, el cual comía con gusto su platillo preferido. Pasados unos segundos su padre también se concentró en comer su porción de ramen. El niño amaba pasar tiempo con sus padres, realmente se amaban mucho y pensó lo lindo que sería en un futuro tener una relación como la de sus padres.
Al terminar de comer, Gaara decidió llevarlos a los tres en una plataforma de arena de regreso a Suna. En el camino el niño se mantuvo sentado entre sus padres. Al llegar, Gaara como era costumbre no volvió a la oficina y se quedó en casa, el resto de su trabajo lo avanzaría en la oficina.
Al llegar la noche ambos se echaron en su cama a dormir, mirándose el uno al otro.
—¿Crees que estamos cuidando bien de Shinki? —Naruto le compartió esa duda a su esposo. A diferencia de Gaara, él ni por asomo recibió el cuidado de una familia en su niñez y tenía esa inseguridad sobre si era un buen padre.
—Si tanto te preocupa, puedes confiar en mi palabra: eres un excelente padre —Gaara le contestó en voz baja y no le permitió decir nada más porque lo calló con un suave beso.
Se amaban, eran felices juntos y tenían la familia que alguna vez desearon tener. Ambos no podían estar más a gusto con lo que habían conseguido.
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La verdad no estaba segura del epílogo, es la segunda vez que lo reescribo y ando un poco con la cabeza por las nubes. Culpen de eso a la chica que me gusta, me trae un poco distraída y atontada; aunque espero que eso no afectara este epílogo.
No estoy segura al publicar esto, pero espero que les guste. Si les gustó no olviden votar y comentar; en caso contrario también pueden decírmelo.
Posdata: Perdón por cualquier error u horror ortográfico, acaba de terminar de escribir esto y para publicarlo rápido no lo revisé muy minuciosamente.
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