Epílogo

Claudia se despertó, sobresaltada.

Estaba confusa, y tardó unos segundos en recordar dónde estaba; en su cama, en su habitación.

Los recuerdos de la pesadilla volvieron, y Claudia no pudo reprimir un escalofrío.

Se incorporó, para ver la hora en el reloj digital que había en la pared.

Las seis y seis minutos.

Faltaban a penas un par de horas para que la excursión que ese día tenía planeado su curso empezara, pero Claudia no se sentía con demasiadas ganas de afrontarla.

Se sentó en el escritorio y encendió la pequeña lámpara de mesa.

Sacó su bloc de dibujo y lo abrió por una página en blanco cualquiera.

Sacó un lápiz de su estuche, y tras sacarle punta, se dispuso a dibujar aquella casa que había sido la protagonista de su pesadilla.

Aquella casa, dónde todos sus compañeros habían muerto salvo ella, que había tenido que contemplar cada una de ellas.

Dónde la mismísima muerte habitaba, y espíritus de humo y sombras buscaban víctimas con sangre fresca para ofrecer a su señora.

Justo cuando terminaba el dibujo, el despertador sonó con la habitual melodía, a la hora de siempre, las 7 y media.

Se vistió rápidamente y terminó de preparar sus cosas. Desayunó poco, pues no tenía hambre, y metió el bloc de dibujo en su mochila justo antes de salir por la puerta.

En el autobús, se sentó junto a Ana, y ambas escucharon música del móvil de Ana, cada una con un auricular.

Claudia se sentía cómo en un inmenso dejavú.

La escena se repitió con un parecido escalofriante al de su sueño, y Claudia se sintió muy incómoda.

Pero en el bosque no había ninguna casa, si no los merenderos que Gonzalo había mencionado.

Y tampoco se hizo de noche, es más, el cielo estaba totalmente despejado, sin ninguna nube en el cielo de precioso color azul.

A la hora de la comida, Claudia vio a Leo sentado, viendo cómo sus amigos jugaban al fútbol, y se acercó a él.

- Hola. - le saludó en voz baja.

- Hola, Claudia. - respondió él, extrañado, pues nunca antes habían hablado de otro tema que no tuviera una relación directa con las clases.

- ¿Sabes? Creo que deberías decirle a Ángeles que te gusta. - dijo la chica. - Estoy segura que ella siente lo mismo por ti.

- ¿C-cómo sabes que me gusta? - preguntó aún más confuso.

Claudia sólo se encogió de hombros y se alejó de allí, con una sonrisa.

Volvió junto a sus amigos, que se reían de Alejandra.

Al parecer, no quería ir sola al baño y los demás insistían que era porque le daba miedo.

- ¡No es cierto! - protestó Alejandra.

- ¡Dejadla en paz! - dijo Claudia. Todos dirigieron sus miradas hacía ella, extrañados por su comportamiento. Ella, cohibida, añadió: - La pobre no tiene la culpa de tenerle miedo a todo.

Todos soltaron una carcajada, incluida la propia Alejandra.

- Además, podría haber una casa encantada dentro del bosque. - añadió Claudia, con una sonrisa.

- ¡Cierto! - coincidió Ana. - Unos cuadros podrían atacarla.

- ¡Alex podría morir! - completó Gonzalo.

Todos se miraron entre ellos.

- ¿Hemos tenido el mismo sueño? - preguntó Marta.

- Eso parece. - respondió Tomás, que estaba sentado apartado del grupo. - A lo mejor, este sitio si que tiene algo paranormal...

Y todos volvieron a reírse de nuevo.

Aunque, tal vez, Tomás no hablara en broma...

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