Odioso Felino
«¡Los gatos son solitarios, apáticos y odiosos!». Eso es lo que todo el mundo siempre dice y también, que yo soy como los gatos, pero al parecer, ella no se ha dado cuenta. ¿Cómo rayos le hago entender que no la soporto a mi lado? Es la chica más increíblemente desvergonzada que he conocido en mi vida. No entiendo cómo no se da cuenta de que la odio... Bueno, no la odio. Odiar es una palabra demasiado fea... Pero el caso es que no tiene ni ápice de sentido común, casi me ruega a diario que la atienda solo a ella, me persigue... ¡Por Dios, me acosa!
Lo peor es que no pude evitar que el jefe la pusiera a mi cargo. Ahora tengo que verla de lunes a viernes, de nueve a cinco, preocuparme porque haga las cosas bien y hacerme responsable de sus meteduras de pata. Ya hasta lo había aceptado, pero ¡también hoy! Lo último que quería era tener que pasar la estúpida navidad con alguien y menos, si ese alguien es ella, aunque solo sea por trabajo...
—Traje café de casa, ¿quieres? —indagó al entrar.
—No —respondí a secas mientras terminaba algunos ajustes de su maqueta.
—¿Y..., cómo quedó? —volvió a preguntar, esta vez sentándose en la silla a mi lado.
—Excelente, como siempre, pero no gracias a ti. —Rodé mi silla al lado contrario, alejándome de su aliento afrutado el cual sentí encima de mí—. Si escucharas mis consejos no tendría que trabajar tanto después.
Ella sin decir palabra se me acercó de nuevo y ya no tuve a donde más huir. La pared del estudio detrás de mí y sus oscuros ojos delante, mirándome con insistencia, me tenían acorralado.
—Sabes que sí te escucho. Eres tú quien no me escucha a mí —susurró muy cerca de mi rostro, demasiado.
—¿N-no... no puedes... respe-tar el espacio ajeno? —tartamudeé cuando vi su mano acercándose.
—Este estudio es muy pequeño como para exigirme eso, ¿no crees? —objetó haciendo pucheros.
Sus dedos rosaron mi mejilla con suavidad. Tragué en seco, era la primera vez que se atrevía a ir tan lejos, jamás nos habíamos tocado antes. «Por favor, que no me diga que cree en el espíritu navideño que une a las personas y todas esas idioteces», pensé. No sabía qué hacer para quitármela de encima y ya me estaba poniendo nervioso. «¿Empujarla sería demasiado?». Iba a hacerlo, no me dejaba opción, pero se apartó con rapidez sin decir nada más.
Apoyó los codos encima de la consola, como si nada hubiera pasado y se colocó los audífonos para escuchar la pista ya terminada. Juraría que sonrió de lado, con sus labios pícaros curvados, en una rara expresión de triunfo. Volví a mi lugar para esperar con paciencia sus comentarios acerca de la canción que acababa de producirle, pero mi cerebro, al parecer, tenía otros planes. Comenzó a enviar unos extraños pensamientos a mi mente... ¿O eran sensaciones?... ¿Sentimientos tal vez?...
Empecé a recordar mi vida antes de que Lee Nayeong fuera contratada como cantante, unos seis meses atrás. Mi único problema en aquel momento era llegar a tiempo al trabajo, que amaba más que a mis ojos, lo único que hacía bien y, regresar después a casa. Comía poco, dormía lo necesario y los fines de semana, me los pasaba petrificado delante del televisor, viendo cuánta porquería hubiera en los canales. Pero cuando al jefe se le ocurrió que solo yo, el mejor productor, era digno de trabajar con su nueva «joyita», mi vida dio un giro radical.
«No comas comida chatarra, Yang. Tienes que alimentarte sano para producir bien mi música». «No te acuestes tarde, Yang. Tienes que dormir ocho horas para producir bien mi música». Esas y otras tantas cursilerías eran los mensajes de texto que me mandaba a diario y, no puedo negar que al principio resultaba insoportable. Nunca había tenido a alguien tan pendiente de mí las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Me tenía agobiado con el cuento de que un buen productor musical, debía estar en pleno rendimiento para hacer de los cantantes, «estrellas». No obstante, aunque su motivo fuera lo más egoísta que jamás había escuchado, ni siquiera mis padres se habían preocupado tanto por mí, y eso, me hacía sentir raro. Estaba convencido de que estar cerca ella me volvía más loco de lo que ya estaba, sin embargo, no podía entender por qué los pocos días que no lo a veía, ya fuera porque estuviera resfriada o, simplemente de descanso, me ponía... ¿de mal humor?
Quizás ese fue el detonante que mi hizo aborrecerla. Negarme a prestarle atención al carrusel de sensaciones que se alojaba en mi pecho cada vez que la veía y, hacerme el sordo cuando intentaba hablarme de sus sentimientos. Descubrí que mis inseguridades eran mucho peor de lo que yo creía. Y entonces, decidí enterrarlo todo en lo más profundo de mi ser, no podía permitir que una simple chiquilla «desestabilizara mi mundo» que de por sí, no andaba muy bien que digamos.
¿Lógico? ¡No, no lo era!, pero ¿qué es lógico en esta vida? Simplemente se me metió en la cabeza que con mi condición, no necesitaba más complicaciones y, Nayeong, lucía como la perfecta personificación de «complicado». Después de todo, no era más que una niña mimada y caprichosa que utilizaba la música como hobby.
«¡Ah no, Yang!, sabes que eso no es cierto. ¡Debes ser justo! Utiliza cuantas excusas quieras para alejarla, pero no te metas con su música», gritaba la parte más razonable de mí y tengo que reconocer que tenía razón.
Para ella la música estabas muy jejos de ser hobby. Sé que la ama igual o más que yo, mas estaremos claros de que intentaba buscarle los defectos y no quería ser objetivo... ¡Pero lo hace expectacular! Tiene una voz única y especial. Su timbre solo se compara con el de los mismísimos ángeles y cada vez que la escucho siento... Siento...
—¡¿Pero en qué rayos estoy pensando?!
—¿Qué? —cuestionó confusa y me di cuenta de que no había hablado para mis adentros como pensaba.
—¿Eh...? Nada... Solo... Solo pensaba en voz alta. —¡Oh, por Dios, ¿cuánto habrá escuchado?! ¿Desde cuándo estaría hablando en voz alta? ¿¡Me piensa fulminar con esa mirada!?—. Entonces... —aclaré mi garganta tratando de parecer «normal» o, al menos, como siempre era cuando estaba con ella—, ¿te gusta?
—Sabes que todo lo que haces me gusta. —Arqueó su ceja de una manera sensual y mi corazón se aceleró.
«¿Y ahora qué rayos le pasa? ¿Por qué me mira así?».
¡Pero Yang, tú también deja de mirarle los labios!
—¿Pue-puedes dejarte de tonterías y... y hablar seriamente? —protesté levantándome del asiento. Estar tan cerca de ella comenzaba a ser peligroso. Un calor sofocante invadía mi cuerpo y temía que se hubiese desatado dentro de mí, algo que ya no podría detener—. ¡Estamos trabajando, por Dios! No es momento para...
—¿Y cuándo es el momento? —me interrumpió al tiempo que se levantaba también—. Sabes lo que siento por ti, te lo dije desde la primera vez que te vi, pero tú... Tú te haces el sordo. Y no es que yo sea la mujer más hermosa o más inteligente del mundo, pero ¿por qué no puedo gustarte aunque sea un poquito? ¿Acaso tienes novia? —Negué y ella ya estaba de nuevo tan cerca que, mi boca se secó y un hipo me atacó de improviso cuando mi espalda chocó con la puerta del estudio. De nuevo acorralado—. Entonces, ¿por qué me odias?
—N-no... no te odio —susurré tan bajito que no sabría decir si me había escuchado. ¡Es que estábamos tan cerca! ¿Para qué hablar más alto? Además, estoy seguro de que el temblor de mi voz no me lo hubiese permitido—. Nayeong yo... no te odio. Simplemente... no estoy obligado a que me guste alguien por el simple hecho de que yo le guste. ¿O sí? —expliqué en el mismo tono y pude ver como su rostro se entristeció. Era obvio que me había escuchado—. Lo... siento... —concluí e intenté apartarme, pero ella tomó mi rostro, demasiado rápido como para poder reaccionar y, depósito un suave y corto beso en mis labios.
—Yo... también lo siento —balbuceó apenas audible y caminó para volverse a sentar en su silla y colocarse los audífonos.
Me quedé un rato recostado a la puerta. Intentado descifrar por qué rayos había hecho eso, aún cuando la acababa de rechazar de la manera más directa posible. Bajito, ¡pero directa!, ¿no? Mas ella estaba más tranquila que nunca. Como si no hubiese hecho nada. Sus hombros subiendo y bajando debido a su respiración. Sus codos apoyados en la mesa de la consola. Sus manos acariciando su mentón. Su cabello largo y ondulado de color rosa, típico de las idols del momento, cayendo rebelde hasta su cintura. El espaldar transparente de la silla me permitió ver la piel descubierta entre la terminación de su blusa y el comienzo de su pantalón y relamí mis labios de manera inconsciente. Sacudí mi cabeza intentando disipar la imagen de Nayeong estampada contra la pared del estudio, mientras la embestía sin censura con todo lo que tenía..., pero no funcionó.
«¿Por qué intentas engañarte, señor Yang? ¿Por qué no dejar que ella elija si quiere sufrir contigo... o por ti?».
¡Porque no, rayos! Nadie se merece estar al lado de alguien como yo... Alguien tan roto..., tan poca cosa, incapaz de hacerla feliz.
«¿Cómo sabes que no puedes hacerla feliz? ¿Acaso le has preguntado qué necesita para serlo?», seguía indagando aquella insoportable voz en mi cabeza.
—En el minuto dos hay un bache —comentó Nayeong, sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué? ¡Eso no puede ser! —grité y corrí a sentarme frente al ordenador.
—¡Pues es, señor perfecto! —respondió sin ocultar su enojo.
—¿Perfecto? ¿Yo? ¡No, niña, soy cualquier cosa menos perfecto! Cometo errores ¡y muchos! Y más cuando me hacen trabajar un veinticuatro de diciembre, sin siquiera tener en cuenta mi opinión, por los caprichos de una chiquilla consentida que ha hecho de todo por estar pegada a mí como una maldita garrapata. ¡Y ya estoy harto!, ¿me oyes? ¡Harto! Es más: ¡Sí te odio! Claro que te odio. ¿Cómo no hacerlo? ¡Si tú misma te has encargado de...! —Me detuve cuando vi sus lagrimas amenazando con salir. Sus grandes ojos negros me miraban horrorizados y mi corazón se oprimió dentro de mi pecho. «¡Claro que tenías que hacerla sentir miserable, Yang! Eso es lo único que sabes hacer»—. Nayeong, yo...
—No digas más, por favor —murmuró con voz entrecortada—. Tienes toda la razón, soy... Solo soy una niña caprichosa y egoísta que nunca se interesó por lo que tú sentías... Que solo le importaron y le fueron suficientes sus propios sentimientos... Que no fue capaz de aceptar que el hombre que le gustaba, jamás se fijaría en ella y que, para él..., no era más que una maldita garrapata...
—No quise decir eso. ¡De verdad! Digo cosas sin sentido cuando estoy alterado. Por favor, déjame explicarte...
—¡Ya basta, Yang! No tienes que explicarme nada. Al fin lo entendí. Me acabo de dar cuenta de que por muy grande que sea un amor... nunca alcanza para dos.
Secó sus lágrimas que brotaban sin cesar de sus cuencas cristalinas y se marchó dando un portazo que me estremeció. Por el cristal del estudio vi como se alejaba y a medida que la perdía entre las sombras del pasillo, mi alma se iba sintiendo más vacía.
«¡Bravo, señor Yang! ¿Es esto lo que querías? ¿Escuchar como crujía su corazón?».
✦ ˚ * ✦ * ˚ ✦
Habían pasado casi treinta minutos. Todas sus cosas estaban ahí por lo que supuse que volvería en algún momento. En ese tiempo pensé mucho en cómo pedirle perdón, cómo contarle mi verdad y el porqué de no quererla a mi lado. Al final, resultaba que tratando de no hacerla sufrir, había terminado haciendo todo lo contrario y, de la manera más cruel posible.
Qué fácil hubiera sido todo si desde un principio le hubiese dicho: «Oye, Nayeong, me gustas, y mucho, pero no quiero relaciones en mi vida, no por ahora, no hasta que me cure la depresión, la ansiedad, la baja autoestima y toda la legión de demonios que me atormenta cada noche, ¿vale?». ¡Pero no! El señorito prefería disfrazar sus problemas con un «no quiero complicaciones» ¡y eso solo hace las cosas más complicadas...!
La vi entrar. Me disponía a hablarle, pero ella tomó su móvil para hacer una llamada.
—¿Puedes venir a buscarme? —Le escuché preguntarle a quien quiera que estuviera del otro lado de la línea—. No me pasa nada, solo que... no tengo nada más que hacer aquí. Ya terminamos de revisar la maqueta así que ya me puedo ir... —Me levanté de la silla para acercarme, pero ella caminaba de un lado a otro, evitándome—. ¿¡Qué rayos tiene que ver que esté lloviendo!? ¡No es un diluvio apocalíptico ¿o sí?!... Te voy a a esperar, ¿ok? No tardes mucho.
—¿A dónde vas? —indagué cuando colgó y tomó su bolso.
—Al estacionamiento, mi hermano me viene a buscar —respondió dirigiéndose a la puerta.
—No te vayas. —Mi mano tomó la suya antes de que llegara a la manija para abrir—. Al parecer, hay una tormenta bastante fuerte afuera... Lo... lo anunciaron en la radio.
—No me importa, estaré bajo techo. —Se soltó de mi agarre y abrió.
—Hace frío. —Me puse en medio, entre ella y la puerta y la cerré de nuevo—. Espéralo aquí.
—¡Que no quiero, maldita sea! ¿No lo entiendes? —gritó, todavía esquivando mi mirada—. ¡No quiero seguir cerca de ti! Hablaré con el jefe, le diré que me asigne otro productor y hasta otro estudio si es posible. Sabía... sabía que probablemente no te gustaba, pero de ahí a decir que soy... Que soy...
Se detuvo y me miró, sus ojos otra vez empañados por aquel líquido salado, sus mejillas y nariz enrojecidas por el llanto y, sus labios hinchados por haberlos mordido con fuerza, como sé que hacía cuando se enojaba... Me rompí. La coraza que con tanto esfuerzo me había construido, se vino abajo y, la muralla imaginaria que nos separaba, se esfumó. Porque a estas alturas ya estaremos claros de que Lee Nayeong me encantaba, ¿no? Me había enamorado de ella como un tonto, mas mis miedos y mis inseguridades se habían acrecentado por el simple hecho de no querer perderla. Me odiaba a mi mismo por no tener el valor de enfrentar sus sentimientos... y los míos. Nunca había sido bueno en algo más que en la música y estaba convencido de que estar conmigo, solo le haría daño. Que no sabría corresponderle, que no podría amarla como se merecía. Y por mi maldita inestabilidad, la veía llorar sin consuelo por segunda vez en la misma tarde...
—Perdóname —susurré tomando su mano y llevándola a mi corazón—. Tratando de evitarme una herida superficial..., acabo de hacerte una demasiado profunda. Yo soy el caprichoso aquí, el egoísta... y un mentiroso.
—¿Me-men-tiroso?
—Sí... El peor de los mentirosos... No te odio Nayeong, al contrario: me volví un idiota esperando tus mensajes cada día. Me fascinaba verte de lunes a viernes, de nueve a cinco, y solo sonreía si lo hacías tú. Llegué a sincronizar nuestras respiraciones y hasta imaginar una vida juntos. Eres la única mujer que podría manipular a su antojo los latidos de mi corazón si quisiera. Provocarme un éxtasis de satisfacción con su perdón o un infarto masivo con su condena. Pero tenía tanto miedo de no estar a tu altura, de ser poco para ti... que terminé jodiendolo todo.
—¿Estás... estás intentado decirme... que te gusto? —preguntó y sonreí por la tierna expresión confusa en su rostro.
—No lo estoy intentando —susurré muy cerca de sus labios—, lo estoy afirmando.
Esta vez fue ella la que sonrió y yo lo tomé como el consentimiento para avanzar. Así que probé con suavidad aquellos rosados y carnosos labios. Muy suave, una y otra vez. Saborié su húmeda piel sensible, asegurándome de que no fuera uno de mis tantos sueños con Nayeong, mas no lo era. Ella estaba ahí, en carne y huesos, siendo presa de mis labios. Para mi sorpresa, se atrevió a tomar la iniciativa de ir más allá, introduciendo su jugosa lengua dentro de mi boca. Se abrió paso sin pedir permiso, pero yo tampoco pensaba negárselo, en su lugar, degusté con deseo su saliva caliente y jugueteé un poco subiendo el ritmo y la intensidad de nuestros besos. Acaricié sus caderas con ansias y sus manos se hicieron puño arrugando mi camisa. Los gemidos se escaparon de nuestras gargantas y el nivel luchaba por ascender junto con la tempestad que afuera continuaba. Un rayo cayó y aproveché para cargarla en mi cintura y estamparla, aunque no demasiado fuerte, contra la pared del estudio como deseaba desde hacía tanto.
—Estás a tiempo de detenerme —jadeé entre sus labios.
—¿Estás loco? —espetó con la respiración agitada, dejando cortos besos por todo mi cuello hasta mi oído, para susurrar—: ¿Cuándo has visto una garrapata soltar a su presa tan fácil?
—Nunca pensé que eso podría sonar tan malditamente sexy —gemí antes de volver a raptar sus labios—. Una última cosa... —balbuceé con un poco de miedo todavía, pero era necesario dejar todo claro—, no puedo prometerte que a mi lado todo será felicidad y calma. Al contrario, a menudo me encontrarás desanimado, alterado, triste sin motivo, pero... quiero que sepas que no es tu culpa y que... intentaré mejorar. Porque me gustas, mucho, y quiero darte lo mejor de mí.
—Tranquilo, tú también me gustas y mucho..., con todo y tus demonios. De hecho, creo que ya los he conocido a todos... Y me han enamorado aún más.
Ambos sonreímos y esta vez, nos fundimos en un beso infinito que nos llevó al paraíso. Tal vez, ella era todo lo que necesitaba para mejorar.
«A cada gato le llega su garrapata.»
Lo sé, suena raro, pero es la mejor manera que encontré para describirnos.
Los gatos no tienen miedo de amar, sino al abandono. Por eso son ariscos y catalogados erróneamente de traicioneros, pero Lee Nayeong, aquella tierna idol con voz de ángel y pelo rosa, había llegado a mi felina vida para demostrarme que quería estar pegada a mí hasta el fin de mis días... ¡Con todo y mis demonios!
—¿Has visto esa escena... en donde arrojan todo lo que hay encima de la mesa... y luego hacen el amor como locos? —preguntó al separarse un poco de mí para tomar aire, mordiendo su labio inferior, mientras apretaba aún más sus piernas alrededor de mi cintura.
—Sí... y hoy vas a saber lo bueno que puedo ser cumpliendo fantasías.
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