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Ella tenía el mundo en su mirada... para algunos.
Para otros, solo la nada.
Era como el paraíso para muchos
y para unos pocos,
el mismísimo infierno.
Su cabello reflejaba la luna,
pero una luna teñida de sangre.
Su piel era blanca, impoluta,
¿mas quién si no el blanco es más propenso a mancharse?
Su cuerpo era exquisito, esculpido en plata, candente y perfecto,
sin embargo, hubo quien la miró con asco, con desprecio, convencido de que la cáscara podrida de un banano se veía más apetitosa.
Sus oídos escuchaban todos los sonidos de la tierra
y la tierra la miraba con envidia desde su bajeza.
Sus pechos albergaban toda la paz existente,
las guerras más monstruosas se escondían entre sus piernas,
su vientre insatisfecho creaba y creaba y también mataba sin cesar, sin avisar. Ella fue pensada para dar amor,
sin embargo el amor, no pensaba siempre en ella.
Bajo sus uñas dormía la nostalgia,
bajo sus pies rectaba la hipocresía. Sobre su cabeza reposaba la justicia, sus hombros eran cubiertos de intenso invierno,
no obstante las más bellas flores crecían a su paso.
Ella era multitud y soledad.
Agua y fuego.
Luz, oscuridad, cansancio, fuerza... Ella siempre fue esperada y aborrecida, malgastada, sobrevalorada, maldecida y nombrada de muchas maneras:
Leben, Liv, Zivota, Viata, Élet... Algunos la creyeron diosa,
otros... demonio.
Pero ella solo era la personificación de la VIDA y estaba destinada a morir tan solo por su nombre...

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