Capítulo 36. Harvey y Los Dioses

Cruzamos mi espejo. La extraña sensación de que algo va a caer sobre mi cuerpo me persigue desde el segundo qué entré aquí.

La sala de interrogación se ve sucia, huele a humedad, se percibe la inmundicia y es evidente que está  decadente.

—No estamos en el mundo real, mi reina... —Miro al chico que me acompaña y por mi gesto estoy segura que acaba de deducir que me acaba de decir una obviedad. —Solo lo digo en voz alta, por si...

—Calladito, te ves más bonito... —le doy una palmada en el hombro y continúo mi inspección.

Paso mi dedo indice sobre la mesa y la sensación de polvo se percibe como si fuera de verdad, el nivel de magia es poderosa, casi casi llegando a la materialización. Si no fuera por las distorciones en algunas partes de la mesa y las paredes juraría qué estoy en el mundo real.

—Impresionante ¿Cómo es posible? —pregunto mirando el polvo en mi dedo.

—Magia de Sangre —la voz del agente me sobresalta porque no lo esperaba—. Un mundo interesante el de ustedes, a decir verdad.

—Habla como si no fuera parte de él —inclino la cabeza, dejando que mi mirada suba. Mis ojos se fijan en él, cargados de malicia, mientras una sonrisa ladeada se forma en mis labios. Cada movimiento es intencional, lento, diseñado para perturbarlo, para demostrarle que el control está de mi lado, aunque él me haya traído aquí — y si no es así, ¿Cómo ha logrado esto?

—Estoy preso. Señorita Asturia...

—Oh! Prefiero que me llame Iracema, o por mi apellido materno, antes que por el incompetente apellido de mi padre.

El silencio se hace en la sala, cuando luego de unos segundos Harvey solo me ofrece una sonrisa, camina hasta una de las sillas que está en la sala, hace un gesto para invitarnos a tomar asiento.

Mburukuja se apresura en separar la silla para mi, dudo en sentarme, pero lo hago finalmente.

—¿Cómo es posible que la niña de los ojos de papá ahora lo odie? —pregunta sin delicadeza.

—Facil, era un imbécil... solo debía notarlo. Una vez que la burbuja se rompe, ya estas en el punto de no retorno.

—Interesante... pero bueno a lo que vinimos y sin ofender, Iracema...

—Reina Iracema —lo corrige Mburukuja.

Harvey sonríe y niega con la cabeza y con el dedo. El gesto me ofende y enfurece, pero mantengo mi sonrisa ante el hecho.

—Hasta dónde se, la única reina de las abejas es Gaia. Kuña Mbarete... y su sucesora al trono es Araresá, Mitakuña Mbareté...

Estoy segura que la cara se me deforma del enojo. Porque él amplia su sonrisa. Aprieto mi mandíbula, lo analizo de arriba hacia abajo, para luego escupir mi veneno.

—Las abejas ya no existen, andan moribundas escapando de sus enemigos. Su reina está oculta bajo tierra, más bien parece ser una Sangana antes que alguien de la realeza, porque no la veo ayudando.

—Señorita Iracema —insiste con burla—. El inteligente no tira a su dama al frente hasta que tenga las de ganar. Y déjeme decirle que aunque anden moribundas las abejas, estas seguirán defendiendo a su panal. Le sugeriría humildad. Pero dado que su padre no la tenía, imagino que usted mucho menos, y mire como acabó.

—La humildad, déjela a los perdedores, que es lo único que les queda para consolarse del fracaso, y repito, mi padre era un pobre imbécil, ambicioso de poder que no le daba  la cabeza para analizar sus jugadas.

—Es lo que usted cree... ¿quería saber cómo obtuve este poder? Cómo se de esto? Pues él fue quien lo hizo posible.

El aire se vuelve denso, casi palpable. Mis dedos tamborilean sobre la mesa mientras intento mantener mi compostura. Harvey me observa con una mezcla de diversión y desafío, como si esperara mi reacción.

—¿Mi padre? —pregunto, mi voz cargada de incredulidad y desprecio. Las palabras saben amargas en mi boca—. Él no era más que un peón jugando a ser rey.

—Eso pensaba yo también al principio, Iracema —responde Harvey con calma, disfrutando cada palabra que dice como si fueran un triunfo personal—. Pero resulta que los peones, cuando saben moverse, pueden cruzar el tablero y convertirse en algo mucho más peligroso.

El silencio que sigue es casi insoportable. Mi mente trabaja a toda velocidad, buscando una grieta en su argumento, una forma de desmontar sus palabras. Pero el maldito lo sabe, y su sonrisa crece, triunfante.

—¿Qué estás insinuando, Harvey? —gruño entre dientes, inclinándome hacia él. La rabia crece dentro de mí, como una tormenta a punto de desatarse—. ¿Que mi padre te dio esta magia? ¿Que él...?

—Oh, no me la dio —me interrumpe con una voz suave, casi burlona—. Me la vendió.

Mburukuja se tensa a mi lado, sus ojos oscuros se entrecierran mientras mira a Harvey como si pudiera atravesarlo con la mirada. Pero yo apenas lo noto. Mi mente está en llamas, tratando de procesar lo que acaba de decir.

—Mientes —escupo, aunque mi voz carece de la firmeza que esperaba.

—¿Por qué lo haría? —Harvey se inclina hacia adelante, sus ojos brillan con algo oscuro, casi amenazante—. ¿Qué ganaría mintiéndote sobre tu propio padre? Tú lo odias, yo lo desprecio. Eso es lo único que tenemos en común.

Mi mente retrocede, buscando recuerdos, detalles, cualquier cosa que pueda confirmar o desmentir sus palabras. Pero lo único que encuentro son fragmentos de conversaciones, miradas esquivas, secretos enterrados. La imagen que tengo de mi padre empieza a resquebrajarse aún más, y odio la sensación.

—¿Qué te dio a cambio? —pregunto al fin, mi voz más baja, más contenida.

Harvey sonríe, pero esta vez no hay burla en su expresión. Solo algo que parece... tristeza.

—Tu futuro, Iracema. Me dio tu futuro a cambio de conservar el suyo.

Las palabras caen como un golpe, dejándome sin aliento. La sala parece cerrarse sobre mí, las paredes se deforman aún más bajo la magia que impregna este lugar. Y por primera vez en mucho tiempo, siento algo que creía olvidado: miedo.

—Está mintiendo —murmura Mburukuja a mi lado, pero incluso él suena inseguro.

—Espero que lo esté —respondo, aunque en el fondo de mi corazón sé que hay algo de verdad en todo esto. Porque mi padre siempre fue un hombre dispuesto a cualquier cosa por mantenerse en el poder, incluso a traicionar a su propia sangre.

Y ahora, parece que esa traición ha vuelto para perseguirme.

—Es imposible —repito con rabia—. Yo le corté la cabeza, él está muerto! Ya, su alma está ardiendo en el añakua.

—Eso si es verdad! —responde—. Si alma arde en el Añakua, pero le dieron un toque de esperanza...

—No, ellos no... —me quedo a mitad de la oración, porque los malditos Dioses son unos desgraciados. No tiene aliados, no tienen bandos, solo tienen piezas que mueven, crean y destruyen.

—Sí, los Dioses le dieron un deseo a tu padre...

—Conmigo no vas a contar...

—Ay Iracema... cómo te hago entender que eso no va a depender de ti...

Él levanta su mano y en ella veo el collar qué Luriel me había regalado, y en el dije no lleva lo que tenia originalmente, si no que lleva un trozo de vidrio de color ámbar y en medio claramente visible unas hebras de cabello bien trenzados.

—Esto debe ser una maldita broma ¡Yo alcancé el poder celestial! Un humano estúpido no puede controlarme...

—No, un humano no... dos.

De la puerta que está tras él aparece Danae y esto no puede ser peor! ¿Ella? De entre tantas personas, justo ella.

—¿Igualdad y respeto? ¿Honor y privilegio? ¿Era así? —pregunta en burla.

Yo solo atino a golpear con fuerza la mesa y romper el hechizo, por lo que Mburukuja y yo terminamos expedido por los aires de nuevo a mi reino.

—¡Tráeme a la estúpida de Edara! ¡Ya! —ordeno desde el suelo.

Mburukuja no duda en ponerse de pie y obedecer. Yo giro y miro a Carina quien aún en su forma petrificada, parece estar burlándose de mi. Cómo odio, odio, odio este maldito momento.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top