Capítulo 10. Hacer, lo que se debe hacer
Acompañado de Gustavo y Juanjo paso por la sala en donde me cruzo con Vega quien va con Josefina, Aline, Florencia y Yara.
Siento el estómago hacerse pura electricidad. Volteó para verla irse, pero sigo caminado como en marcha atrás. Vega voltea, al fin, le guiño un ojo y me vuelvo a la dirección a la que debo ir.
—Lo hemos perdido —dice Juanjo.
—¿Perdido? ¿Cuándo el chico estuvo con nosotros? —responde Gustavo—. Pero esta vez si parece estar ausente, enamorado, hecho un pobre perro faldero.
>>Ve a Vega y ya lo tienes meneando el rabo.
—Sí... tienen razón —lo admito—. La veo y mis 5 sentidos se alteran. No entiendo porque me gusta tanto. Pero de mucho, les hablo.
Juanjo y Gustavo sonríen de manera cómplice.
—Enamorado —dice Gus—. Es poco.
—En Cu La Do —Juanjo dice—. Él ya está enculado, no Enamorado.
No puedo evitar sonreír, es que mis labios se van para arriba en contra de mi voluntad.
—Es que... —intento justificarme —. No es solo hermosa, no es solo inteligente, no es solo honesta... es ¡Ufff! Todo, ¿Me explico? Es Bonita, linda, en el sentido de que puedo hablar con ella decirle lo que me duele, tener conversaciones realmente profundas y ella no me va a juzgar, y ¿Ya dije que es Hermosa?
—No, o sea —Juanjo bebe de su botella de agua y continúa —. Se me pasó desapercibido en las 60 veces que lo dijiste antes.
Le doy un sape y el se ríe de manera sonora. Hace tanto que no teníamos este momento de amigos.
—¿Por qué dejaron de hablar? —pregunta Gus y le quita el envoltorio a su barra de chocolate, para comenzar a comerlo.
Suspiro y me rasco la cabeza, la verdad es que me enoja un poco la situación, al mismo tiempo entiendo. Me encojo de hombros y llevo mis manos a mis bolsillos.
—No tengo una razón con concreto, pero creo que se debe a los ataques de Iracema. No sé si se cuida de ella, o de mi.
Juanjo hace un gesto con los labios, indicándome que eso lo hace pensar, a continuación saca un chicle de su bolsillo, le quita el envoltorio y lo mete en la boca, sin dejar de mostrar esa expresión pensante que lo caracteriza.
—Yo creo —dice recostandose contra la pared y llevando un pie a ella para sostener su peso—. Que son ambas cosas. Iracema no es un enemigo más, es la misma Encarnación del fuego del añakua, su ira está muy centrada en vengarse Luriel.
—Lo sé, y confieso que me da miedo.
—Es que tú querías morir —responde Gustavo con la boca llena—. Nos dejaste una carta de 500 pg solo para decirnos: jaja, yo me libre, peleen ustedes. Eres un desgraciado.
En mi cabeza comenzó a reproducirse la última batalla, y cómo en verdad yo estaba listo para morir. No me importaba nada, solo deseaba que el dolor de mi pecho desapareciera, y llevarme conmigo a Franco. Lo cuál fue arrebatado de mis manos.
¡Cuánto daría por volver a ese lugar!
Sin embargo cuando el canto del señor muerte llegó a mis oídos, el miedo envolvió mi ser entero, como si me engullera en una gran masa de energía oscura. La muerte se sintió oscura, triste, desoladora y helada, no sé si a causa de que mi trofeo fue destruido, o porque así se siente y punto.
Cierro mis ojos y el aroma a Lodo y hierro oxidado se acercan a mis fosas nasales impregnando como recuerdo lo nefasto que me sentí.
Solo que ahora estoy aquí, vivo, enojado y absolutamente desolado a causa de la derrota.
Respiro profundo, llevo mis manos a mi bolsillo y me encojo de hombros para responder a mi amigo con absoluta honestidad.
—Estaba en mis planes dejarles poco trabajo, pero las cosas se complicaron... y mira aquí estamos, la vida es una maldita tramposa.
Juanjo quita de su bolsillo una cajetilla de cigarrillos, algo me aprieta en el pecho al ver eso. ¿Juanjo fuma? ¿Desde cuando?
Solo miro el acto casi ceremonias en quitar el cigarro, guardar la caja con delicadeza y de encenderlo con el encendedor que era de Cenit. Con eso me bastó para entender de dónde salió este acto tan repentino para mí cabeza.
Guardo silencio ¿al fin y al cabo quién soy yo para cuestionar las decisiones de mi amigo? Cada quien lleva sus duelos y sus vacíos al abismo que mejor le parezca.
—¿Quieren? —pregunta al notar que Gus y yo estamos viendo con atención.
Ambos negamos, y desviamos la mirada, no sin antes cruzarlas entre ambos.
Se hizo un silencio profundo, no incómodo, pero sí intenso. Uno muy necesario.
Nos hacemos un gesto para seguir caminado, nos seguimos entre los tres hasta llegar afuera, a lo lejos veo a Mirena entrenar con Orkias. Otro que lleva duelos a manera extremas.
—No está bien ¿Verdad? —pregunto—. O sea, es evidente, acabamos de revivir, de despertar y él ya está entrenando a lo bruto, ¿Cuánto apuesto que si era yo me estaría castigando al segundo?
—El Orkias Ariku —dice Gus— ¿Le vas a llamar la atención tú? Ni a Mortel le ha hecho caso. Pero creo que lo necesita ¿o no? Digo, se nota que le cuesta estar aquí, debe ser difícil volver a la casa que juraste nunca más pisar.
Tiene toda la razón, debería preguntarle sobre eso, pero más adelante cuando las cosas se calmen. Ahora hay tanto de que hablar. Ni siquiera hablé con Jose y ella debería ser mi prioridad, es de mis pocas familiares con vida.
¡Por los Dioses! Cuántas cosas qué poner en su lugar, y yo tan perdido en medio de este mar de confusiones y sentimientos dispersos.
¿Por dónde inició?
Respiro profundo, y cuando decido continuar con la caminata, Juanjo me detiene.
—Se que tenemos que hacer cosas importantes —me dice—. Pero antes ¿no quieres ir a hablar con Vega? ¿Con tus hermanas? ¿Con Jose?
Paso mi lengua por mi labio inferior, sí, tengo ganas de hacer todo eso... ¿Pero es el momento?
Miro a Orkias, de nuevo, quien está con el torso desnudo, sudado y sucio de tanto tirarse al suelo, meto aire a mis pulmones y suspiro con fuerza.
—Quisiera... —digo—. Pero Juanjo, sí Orkias está entrenando y le está dando prioridad a eso antes que a cualquier cosa. Prefiero anteponer el trabajo, luego me voy a e cargar de ajustar los tornillos que haga falta con el corazón y la sangre... al fin y alcabo, no hay tiempo para nada. Todo se va a acomodar... y va a suceder, cuándo deba suceder.
Al decir eso siento que mi alma se alivia y una suave melodía invade mi ser.
Y es verdad, pase lo que pase tiempo no hay, solo resta hacer lo que se deba hacer.
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