Especial de Navidad [Parte 1]

De la vez que Nikkos retó a Esmael a crear una alucinación navideña, y como no tenía nada que hacer aceptó. A veces es muy difícil ser inmortal.



—No tiene sentido lo que me pides —concluyó el ángel oscuro. A su lado, Iseth contenía la risa, no tanto por la propuesta que él hizo, sino por el gesto de indignación que tenía Esmael. Y él que hacía todo lo posible por no carcajearse en su cara, algo casi imposible. Nikkos podía apostar que nunca le habían pedido que hiciera algo tan ridículo como lo que él sugirió.

—¿Por qué no? ¿Es que no te aburres de usar tus poderes para planes solemnes y macabros? —insistió el cretense.

—Vamos —lo animó Iseth—. Hace mucho que no estamos los tres juntos, podemos hacer algo divertido.

—Es cierto. Además, te conocemos hace cientos de años y nunca se te ocurrió mencionar que podías meterte en los sueños de las personas y manipularlo todo con extremo realismo —le dijo él, y Esmael solo lo miró fastidiado.

—Ese es el más bajo e insignificante de mis poderes, no suelo usarlo. Y no sé por qué les divierte tanto —contestó con fastidio. Había pasado siglos al lado de Esmael, y sabía bien que no era una molestia real. Aunque los tres habían mantenido su alianza a lo largo de los siglos, en los últimos años fueron raras veces en que se juntaron. Y en ese momento, en París poco antes de la Navidad, mientras bebían algo de Champagne en el lujoso piso que Esmael consiguió, a Nikkos no se le ocurrió mejor cosa que lanzar un reto del tipo ridículo. Y todo sea por salir de la rutina.

—Podrías crear algo tipo "Los fantasmas de Scrooge" —le sugirió Iseth—. Encontrar jefes explotadores por aquí no va a ser difícil.— Nikkos ya no pudo evitarlo, se le escapó la risa, y Esmael casi se atora con la bebida.

—¿Acaso han comido un hongo alucinógeno antes de venir? ¿Qué les ha picado, eh? —reclamó Esmael, pero al menos ya no parecía tan molesto.

—Solo unas horas, será divertido —insistió. Tenía la esperanza de que esa noche pase de ser una clásica nochebuena a una llena de emociones. O emociones mentales, por así decirlo—. Incluso podrías pasarlo a otro nivel, eso sí que sería un reto. Dime, hermano. ¿Qué tan realistas pueden ser los sueños que manipulas?

—Tanto que el humano afectado sería incapaz de reconocer la fantasía de la realidad. Ni siquiera ver un unicornio le parecería fuera de lo normal si yo así lo quiero —dijo muy seguro. Vaya, vaya. Se estaba poniendo interesante.

—¿Y podrías mantener esa alucinación mientras compartes la visión con nosotros?

—En teoría si, no lo he intentado antes...—murmuró mientras se llevaba una mano al mentón.

—¿En serio? Tienes como cinco mil años, ¿nunca hiciste algo así? —preguntó Iseth incrédula.

—Nunca tuve la necesidad —dijo encogiéndose de hombros—. Manipular los sueños era algo que hacía incluso en mis días humanos, es en extremo fácil para mí. Compartir a la vez una visión con otros inmortales nunca fue necesario... hasta ahora.

—¿Eso quiere decir que aceptas? —preguntó él más animado.

—No sé, no sé. Me has tentado. Lo haría solo para probar si puedo proyectar las imágenes del sueño creado a ustedes, y de paso escuchar sus sugerencias.

—Uy, eso estaría muy bueno —le dijo Iseth frotándose las manos—. Vamos, Esmael. Si es solo por curiosidad para probar tus poderes al menos hay que divertirnos en el proceso.

—Bien...— Esmael aceptó el reto, y Nikkos tuvo que contenerse para no soltar el grito de emoción. Al final se salió con la suya—. Ahora solo queda escoger a un individuo interesante al que manipular.

—Pero si esa elección es obvia —dijo él con una sonrisa—. Propongo al niño.

—¿Qué niño? —le preguntó Esmael arqueando una ceja.

—Ya sabes, el niño francés que según la profecía intentará acabar con nosotros en veinte años.

—Alain Bourdau —dijo Esmael, y eso sí lo dijo con fastidio. Los tres inmortales estaban bien enterados del papel que Alain tendría en un futuro, todas las profecías apuntaban a lo mismo. Algún día no muy lejano Alain y sus secuaces moverían las piezas que los llevaría a una confrontación final. Una en la que quizá perderían. Por eso a Esmael no le hacía nada de gracia la existencia de ese muchacho, Nikkos hasta intuía que sentía intensos deseos de matarlo para tener una molestia menos. Pero eso no se iba a poder, porque hay cosas que son inevitables. Si Alain moría en ese momento, otro surgiría. Ese niño Julius quizá, o Silvain. Pero la orden iba a fastidiarlos de todas maneras, eso era un hecho.

—Vamos, será divertido —lo animó Nikkos—. Ahora es un mocoso indefenso, en unos años se hará el valiente con nosotros e intentará jodernos.

—No me hace gracia jugar con alguien que en este momento es solo un niño insignificante —dijo con desdén.

—Justo por eso es divertido. Hay que aprovechar ahora que no es nuestro enemigo para divertirnos con él. Así tendrá muy claro el alcance de tu poder. Sabrá que no será tan simple enfrentarte. Si algo que para él será una experiencia hasta traumática es para ti cosa de juegos, imagina el terror que sentirá luego de solo escuchar tu nombre —lo tentó. A Esmael le gustaba dejar en claro con pequeñas acciones lo que era capaz de hacer. Apenas mostraba la punta del iceberg, porque en realidad ni él ni Iseth sabían el verdadero alcance de su poder. Si con las muestras simples había sido capaz de dominar la tierra por siglos, no quería imaginar lo que podría hacer si desataba todo su poderío.

—Ummm...—dijo pensativo—. Sigue sin hacerme gracia meterme a husmear en la cabeza de una larva.

—Pero puedes demostrar tu autoridad como inmortal haciéndolo de todos modos —le dijo él. Miró fijo a Esmael mientras lo pensaba. Casi podía saborear su victoria.

—Bien, hagámoslo —contestó, y hasta sonrió de lado—. ¿Alguna sugerencia?

—Creo que la de "Los fantasmas de Scrooge" ya no es buena idea —les dijo Iseth. Él también se puso a pensar en opciones navideñas. Que recreen algo tipo "Home Alone" no sonaba mal.

—Sorpréndenos —le pidió él animado. Esmael ensanchó su sonrisa. Levantó la copa de champagne, los otros hicieron lo mismo. Brindaron, porque esa sería una noche divertida.


*****************


Cuando Alain abrió los ojos no estaba en su cama, ni en su habitación. Ni siquiera dentro de una casa. Le dolía la espalda, y estaba muerto de frío. Por alguna inexplicable razón había amanecido al aire libre, en una especie de bosque nevado. A su lado había un abrigo de piel, y lo cogió sin dudarlo. Intentó abrigarse con él, pero seguía temblando de frío. El niño se puso de pie y miró alrededor. Ni siquiera sabía donde estaba, pero eso no parecía ser un sueño. Se sentía muy despierto, y esas sensaciones eran muy reales. Empezó a asustarse de verdad, porque había aparecido en un lugar desconocido de la nada, y no había nadie cerca.

"Tengo que buscar ayuda", se dijo con miedo. Quizá si iba hacia la carretera podría pedir ayuda a un auto que pasara para que lo lleve a una delegación. Quizá había sucedido algo malo durante la noche y por eso estaba ahí, no lo recordaba por alguna razón. Quizá perdió la memoria o algo así. Había visto en la tele que la gente pierde la memoria cuando pasan cosas muy malas o cuando se da un golpe en la cabeza. Podía ser eso, no se le ocurría nada más.

A paso lento, Alain caminó pasando los árboles hacia donde creía estaba la carretera. Apenas estaba amaneciendo, y ya había dejado de nevar. Alain temblaba, y a cada paso se sentía más asustado. La sensación empeoró cuando llegó al camino. Era una ruta empedrada algo descuidada, parecía un antiguo camino romano como había visto en los libros y como los que aún existían en Europa. Quizá estaba muy lejos de la carretera e iba a tener que caminar por horas. Pero tenía que intentarlo, no iba a quedarse ahí muriendo de frío.

Anduvo unos minutos por esa ruta, con el caminar empezó a entrar en calor, pero en serio le urgía encontrar un lugar donde refugiarse. Todo era silencio total, así que cuando escuchó que se acercaban personas a caballo se giró de inmediato. Eran tres, una chica y dos muchachos. Llevaban abrigos de piel tan grandes como el suyo, les cubrían todo el cuerpo. Apenas lo vieron se detuvieron, uno de los chicos incluso bajó del caballo y se acercó.

—¿Te encuentras bien?— Si estuvo pálido, en ese momento se puso aún peor. Porque el idioma que habló ese hombre no era francés, era una cosa rara que no sabía bien qué era. Lo extraño no fue el idioma, sino que a pesar de no saberlo, lo entendió bien.

—Creo que está enfermo... —murmuró la muchacha. Ella también habló en ese extraño idioma que entendió como si nada. Eso tenía que ser una maldita pesadilla.

—¿Estás perdido? —preguntó el otro hombre.

—Si... creo... creo que si —se llevó una mano a la garganta empezó a temblar. Eso lo pensó en francés, pero de su boca salieron palabras en ese idioma. No entendía nada, solo quería volver corriendo a casa. Si es que aún existía.

—La villa está cerca, ahí buscaremos a tus padres —le dijo la muchacha—. Ven con nosotros, no te haremos daño.

—Es raro, ¿no creen? —preguntó el chico que se había bajado del caballo—. El otro día padre y el señor Arnald encontraron a otro niño que dijo que era un Maureilham. Y ahora este.

—Pues si, Bernie —le dijo el del caballo—. Aún está en casa, y no dice nada coherente. Pero papá cree que es alguien de su familia que se perdió desde lo de Béziers y necesita ayuda. En fin, ¿llevamos al niño? —preguntó. Y eso le seguía pareciendo raro, aunque de alguna forma todo empezaba a cobrar sentido. Un sin sentido en realidad, una locura. Eso no podía ser.

—Ven conmigo, hay mucho espacio aquí —dijo la muchacha, sonrió de lado y eso de alguna forma lo tranquilizó. Era una chica linda, rubia y muy simpática. Ella le sonreía, y él enrojeció. Se sintió igual que con Andrea Lavaur, definitivamente las chicas lindas lo intimidaban.

—Bueno...—murmuró enrojecido. Lo iban a llevar a un poblado cercano y eso bastaba, desde ahí podría conseguir ayuda. O al menos eso esperaba, si es que lo que estaba pasando no era la locura que creía que era.

—Yo lo cargo —dijo ese chico. Bernie. El diminutivo de Bernard, y el único Bernard que recordaba era un muchacho hijo de una inmortal y Guilaume de Saissac. Uno que vivió siglos antes que él. Con firmeza, Bernie lo levantó y lo sentó en el caballo detrás de la chica.

—Estás frío —murmuró la chica—. Sostente fuerte de mí, iremos rápido a Saissac — tragó saliva apenas escuchó esa palabra. Se apretó fuerte a ella, pero de puro susto—. Pobrecito, está temblando. Vamos, necesita ponerse ropa seca y tomar algo caliente.

—Si, andando —dijo el chico Maureilham. El hijo de Arnald. A esas alturas él ya sabía lo que significaba eso. Los chicos espolearon sus caballos y aceleraron el paso, la muchacha los siguió. Nunca había montado caballo, así que se apretó fuerte contra ella y cerró los ojos. Estaba asustado y deseó con todas sus fuerzas que eso acabe. Que sea solo un sueño, por favor.

—Da... dama...—murmuró. Quería preguntarle su nombre, y si escuchar ese idioma se le hacía raro, hablarlo sin querer era peor—. Por favor, dígame su nombre.

—Soy Jehane de Cabaret —contestó ella despreocupada. Alain quiso gritar, por poco se suelta y cae del caballo. ¿Eso era una broma acaso? ¿O en verdad había viajado al pasado? Temblaba de nervios, porque estaba con ella. Con su antepasado, con la chica que escribió los diarios. Con Luc, con Bernard. Había viajado en el tiempo.


****************


Si descubrir que de alguna inexplicable manera había viajado al pasado por poco lo hace entrar en histeria, pues casi se desmaya cuando Julius le salió al encuentro. Jehane, Bernard y Luc lo llevaron a casa de los Maureilham para darle abrigo y comida. En cuanto entraron a Saissac todo se hizo más real. Había estado en ese poblado con mamá, pero el sitio no era el mismo. Era el pasado, y de pronto descubrió que lo medieval como que ya no le gustaba mucho. Apestaba. El humor de la gente, el humo de las hogueras, el mercado, hasta los caballos. Algo recordó de su clase de historia, que la gente no se bañaba y eso. La pestilencia amenazó con asfixiarlo al inicio, pero acabó por adaptarse al olor, y si se esforzaba, ya no le parecía tan nauseabundo.

Bajaron del caballo, llevaron a Alain dentro de la casa de los Maureilham. Fue Jehane quien lo ayudó a bajar, y por cierto, ello no apestaba. Ella era demasiado linda para ser verdad. Era lo más bello que había visto en toda su vida. La pureza, la juventud. Era como un flor en medio del invierno, como un tesoro dorado que muchos codiciaban. Era la frescura, era...

Oye, oye. Para ahí. No le metas pensamientos al niño —la reclamó fue una voz de mujer que salió de la nada. Nadie pareció reparar en eso, ni se inmutaron. En cambio, Alain miró a los lados, esa voz parecía venir de todos lados y de ningún lugar a la vez.

Uhh... creo que el niño nos escuchó —dijo otra voz masculina—. Comprobado. Esmael, toma nota. Si compartes el sueño con nosotros, podemos intervenir.

Pues ahora vamos a ver cómo arreglamos esto, quizá pueda hacer que lo olvide. Además, ustedes no tenían que meterse. Se supone que solo van a ver mi magnífica creación como si fuera una película.

Bueno, es tu culpa por poner al niño a alucinar con Jehane como si fueras tú mismo. En serio, la niña lleva muerta como ochocientos años, ya tienes que superarla —reclamó la mujer. Por un instante Alain creyó entender lo que estaba pasando. Jerome le contó que Esmael podía crear alucinaciones, que controlaba la realidad. Y en ese momento lo nombraron. Era él, estaba seguro. Esmael estaba en su cabeza manipulándolo.

Ese no es tu problema, Iseth. Acá el asunto es que me has hecho perder el hilo del drama navideño que estaba armando y ahora tendré que resetear al niño.

Me encanta cómo hemos adaptado los términos modernos para las desgracias mentales que hacemos. Excepto por encantamiento, esa nunca pasará de moda —dijo con gracia el otro hombre.

Bien, silencio. Voy a empezar de nuevo.

—No...—logró murmurar él. Apenas lo escuchó, Jehane se volteó a verlo.

—¿Estás bien? —le preguntó ella. Iba a contestar, pero no le salían las palabras. ¿Cómo iba a explicarle que él no pertenecía a ese lugar? ¿Qué ella ni siquiera existía y que en realidad era una alucinación? ¿Cómo iba a....? ¿En qué estaba pensando? Ah si, que Jehane era muy linda.

—No sé, estoy un poco asustado —contestó con cierto temor. Pero ella solo le sonrió para confortarlo.

—Tranquilo, todo va a estar bien. Si te has perdido seguro que encontramos a tus padres pronto. Y quizá conoces a...

—¡Alain! —gritó alguien. Fue ahí que vio a Julius, el niño parecía sacado de una película medieval, y como era lo único que en verdad conocía ahí, fue corriendo a su encuentro. Los niños se abrazaron, y solo entonces notó que Julius también estaba nervioso. También tenía miedo.

—Así que ese era tu nombre. Alain.— Los jóvenes caballeros se habían acercado, tras ellos iba Jehane. El que habló fue Bernard, y en realidad acababa de conocerlo, pero en serio tenía un encanto que hizo que le cayera muy bien así de pronto. Era el encanto del hijo de la inmortal, algo natural. Si así era él, que solo era un mortal, no quería saber cómo sería conocer a Bruna.

—Y veo que se conocen —comentó Luc—. ¿Son familia?

—Es mi amigo —respondió Julius.

—Oh, de seguro vino a buscarlo y se perdió. Pobrecito —comentó Jehane. Y era mejor sostener esa versión, porque no tenía forma lógica de explicar su presencia ahí.

—¿Y de dónde son exactamente? —preguntó Bernard. Y los dos respondieron a la vez.

—De París.— La mirada que les devolvieron era de extrañeza pura.

—¿Y cómo acabaron por aquí? —les preguntó Jehane—. Ni siquiera sabía que había familia Maureilham en París.

—Yo tampoco —dijo más serio Luc.

Diles que un mago lo hizo —sugirió una voz. Miró a los lados asustado, ¿pero qué rayos estaba pasando con su cabeza?

—Un mago lo hizo —respondió, porque sin querer siguió la recomendación de la voz fantasmal.

—Ah bueno, eso tiene sentido para mí —respondió Luc muy tranquilo, y los demás asintieron confiados. ¿Era en serio eso?

¡Gracias, Nikkos! Acabas de arruinar de nuevo la calidad de la historia —reclamó otra voz masculina—. Te advierto que ya no voy a resetearlo, así se queda.

Bueno, entonces ordena que no comente que escucha voces. Esto es más entretenido, es como un espectáculo de teatro inmersivo que rompe la cuarta pared. Me encanta.

¿Y al final vas a hacer "Home Alone" versión medieval? ¿Quién sería el ladrón? ¿Ismael? Me gustaría ver que le rompen todos los huesos... —dijo una mujer fantasma. Poco a poco, y casi sin darse cuenta, Alain supo y aceptó que quienes hablaban eran Nikkos, Esmael e Isethnofret. Los inmortales estaban en su cabeza, y tenía que aceptarlo con naturalidad para seguir con el juego. Uno en el que él no era otra cosa que un instrumento de entretenimiento.

Listo, creo que ya está arreglado —informó Esmael—. Y dejen de entrometerse, ya no me gusta tanto como está quedando la alucinación. Mi idea era que quede muy real y pulida, esto de romper la cuarta pared no es divertido.

Relájate, hermano. Mira que Jehane está el frente, eh. Sí que te has lucido recreándola, está tan guapa como la recuerdo.

Silencio, hay que volver a la historia —ordenó el inmortal.

—Vamos, Alain —le dijo Jehane—. Quizá podamos mandar una nota a sus familias para que vengan por vosotros luego, pero ahora tienes que tomar algo caliente y abrigarte.

—Si, tiene razón, dama Jehane —contestó él muy educado. No sabía si se estaba expresando bien, después de todo ella seguía siendo una dama de noble cuna y él solo un niño plebeyo que podía ofenderla.

—Andando, estarán a salvo en casa —les dijo Luc y ellos asintieron. Julius y Alain caminaban juntos rumbo a la casa de los Maureilham, cuando de pronto su pequeño amigo le susurró algo.

—Alain, ¿tú crees que Silvain aparezca también?

—No lo sé...—murmuró—. Mejor que no, ya no sé cómo mentir. ¿Y tú? ¿Cómo conseguiste convencerlos de que no eres un mentiroso?

—Pues le dije al señor Arnald que era el pilar de la moral occitana, y que era muy caballero y eso, que luchó bien en la cruzada y que todos los francos son malos, que algún día vamos a recuperar las tierras de nuestros padres. Cosas así como las que leí en sus memorias.

—Julius, si somos de París, nosotros también somos francos para ellos.

—Bueno, pero se la creyeron y me quieren. Porque soy lindo —dijo sonriendo muy orgulloso.

—Ah, ya cállate —le dijo con fingida molestia. Alain sabía dos cosas. Que era un juguete para los inmortales, y que tenía que sobrevivir a la Navidad en la edad media.


******************


Pasó el día en casa de los Maureilham. Fingieron que su familia estaba en Cabaret para que envíen una misiva avisando que vayan a recogerlos. Se estaba haciendo tarde, y tenían que ir a misa, así que no podrían llevarlos y lo más seguro era que tuvieran que pasar la nochebuena ahí. Nevaba, lo que era peor. Los caminos estarían intransitables, no tenían de otra que quedarse en Saissac para Navidad. Lo cual tampoco era tan malo, Jehane y sus amigos se habían portado muy amables con ellos.

Fue Bernard quien propuso ir al castillo principal, ya que por la noche después de la misa celebrarían una fiesta para los señores y señoras de la villa. Ellos no eran nada, pero como Bernie los invitó aceptaron de inmediato. No tenían nada que perder, y la verdad no quería pasar la Navidad solo. Se sintió triste de pronto, porque no quería estar ahí. Quería ver a mamá, quería estar con ella esa mañana y abrazarla cuando abrieran los regalos. Ese pasado le causaba mucha curiosidad, pero quería volver, era lo único que deseaba. Ni siquiera sabía si había una fórmula mágica de lograr eso.

Llegaron al fin al castillo de Saissac. Con ellos además fueron toda la familia Maureilham, Jehane y sus padres, también varios siervos. Nadie hacía muchas preguntas, por suerte. Para todos eran niños que se perdieron y a los que sus padres irían a buscar al día siguiente. Como los vieron tan educados y limpios asumieron que eran niños nobles, así que nadie los tomó por ladronzuelos y los trataban de lo más bien. La señora Mireille les dio galletas que hizo para sus hijos, también les prestó abrigos que ya no le quedaban a su hijo menor, Josep.

Alain y Julius hicieron todo lo posible por contener su sorpresa y emoción por conocer al fin en persona al famoso Guillaume de Saissac. Pero lo que sí los dejó al borde del colapso fue que cuando le presentaron a la señora del castillo, esta llegó acompañada de alguien a quien presentó como su siervo asistente. Nada más y nada menos que Silvain. Cuando el chico los vio también hizo lo posible por serenarse y aparentó que no los conocía. Estaban todos en el salón, así que aprovecharon que había gente por todos lados para escabullirse, le hicieron una señal al chico y este los siguió.

—Vaya, vaya. Creí que era el único que estaba metido en esta locura —les dijo Silvain una vez estuvieron a solas—. ¿Hace cuánto llegaron?

—Yo llegué hoy —contestó él—. Y Julius hace unos días, estuvo en casa de los Maurelham. Ni sé cómo le han creído, no entiendo nada.

—Ya te dije, es porque soy lindo —decía el niño muy orgulloso

—No, es que tienes razón. Tú apenas llegas, pero que el mocoso lleve días fingiendo sin cagarla es muy raro. Esto parece un oportunismo para la trama de una historia con un guionista bastante malo y aburrido.

¿Te estás insultando a ti mismo? —preguntó la voz de la inmortal Iseth. Sabía que era ella.

Si, la verdad que desde que empezaron a arruinar el cuento con su tontería de romper la cuarta pared y que el niño escuche todo ya esto perdió sentido para mí. Ni siquiera me estoy esforzando —contestó Esmael malhumorado.

Pues a mí me encanta, solo faltan las risas falsas de Warner de fondo para completar la comedia, ¿no las quieres agregar? Te quedarían de lujo —sugirió Nikkos.

No, y basta. Que ahora pasaré al nudo del drama, no me gusta dejar las cosas inconclusas. Y tú, niño, sigue así. Estás actuando muy bien.

—Ajá...—murmuró él sin querer.

—¿Ajá qué cosa? —preguntó Julius confundido.

—Nada, no lo entenderías. Y de seguro solo podría explicarlo diciendo que un mago lo hizo.

—Si, eso tiene bastante sentido. De seguro que un mago es responsable de todo — agregó Silvain convencido. Eso se estaba poniendo cada vez más loco.

—Pero, ¿qué hacías tú con Sybille de Montpellier? ¿Desde hace cuando estás en la edad media? —le preguntó él.

—Pues hace unas semanas, me adapté rápido. ¿Y en serio preguntas qué hago con Sybille? ¿No has escuchado que el odio una a la gente?

—Y nuestro odio por Bruna es la base de nuestra amistad.— Apenas escucharon esa voz y Alain se quedó paralizado. Julius dio un salto para atrás y además se le escapó un grito. Silvain, en cambio, no se veía nada sorprendido.

—Descuiden, ella es de confianza —les dijo el chico despreocupado—. Sabe lo que soy, y sabía que ustedes llegarían. Lo ha visto todo.

—Tranquilos, voy a cubrirlos —dijo Sybille con una sonrisa que los tranquilizó. Aunque ya era una dama mayor, seguía viéndose muy bella. Así que ahí estaba, frente a la profetisa de la orden del Grial. Es lo ponía algo nervioso, jamás imaginó que fuera a vivir algo como eso.

—Señora Sybille —dijo Julius con timidez—, ¿usted sabe por qué estamos en el pasado?

—Es una pregunta difícil de contestar, pequeño —respondió la profetisa—. Quién entiende los designios divinos que obran sobre nosotros. He dicho antes que el tiempo no es una línea, es una curva. Y que la realidad no existe, es lo que queremos ver. O lo que nos muestran. Quizá la curva del tiempo al que pertenecen chocó con la nuestra, y de alguna forma, así como cada cierto tiempo es posible activar la energía que hace posible que los inmortales se conviertan, pasó lo mismo con ustedes. Se hizo posible un viaje a través del tiempo y del espacio. Una fisura quizá.

—Vaya... eso... eso sonó bastante complejo, señora —dijo Silvain confundido. Ellos seguían sin entender—. Eso sonó a física cuántica.

—Pues eso se llama magia —aclaró la profetisa.

—En nuestra época se estudia en las universidades. Bien, lo que entiendo es que de alguna forma pasamos hasta aquí por un agujero de gusano —continuó Silvain, y eso Alain sí pudo entenderlo.

—Llámalo como desees, pero es un hecho que ustedes están aquí. Aunque existe otra explicación.

—¿Podemos escucharla? —pidió él.

—Quizá esto no es más que un extraño capricho de un par de seres inmortales que creyeron que era buena idea pasar la nochebuena jugando con los sueños de un niño francés.

—¿Eh? —dijeron a la vez Silvain y Julius. Él solo se quedó en silencio, porque sabía que Sybille tenía toda la razón.

Realmente te estás esforzando cero en hacer esta historia, ¿no? —preguntó Nikkos. A lo que Esmael respondió solo con una risa.

Ya te dije, me robaron toda la motivación con esta mierda de la experiencia inmersiva.

Ugh, ya basta. Quiero saber cómo sigue, dijiste que ya estábamos por entrar al nudo de la historia. Quiero el drama, vamos —insistió Iseth.

Si, si, a eso voy. Miren esto.— En cuanto Esmael acabó de decir aquello, Sybille sufrió un mareo. Apenas fue capaz de reaccionar, fue Silvain quien la sostuvo. A él todo eso lo tenía al borde del ataque de nervios. Era consciente que estaba actuando para diversión de los inmortales, y sin embargo no podía advertir a los demás, solo seguir el juego.

—¿Qué pasó, señora? ¿Está bien? —preguntó Julius con preocupación.

—Ohh... no. He tenido una visión.

—Ah... Santa mierda...—se le escapó a Silvain. Nunca habían conocido a una profetisa, y la verdad a ninguno de los tres les gustó escuchar eso.

—Jovencito, no sé de qué época endemoniada procedes, pero podrían quemarte por blasfemo si te escuchan repetir esas palabras. Ya habíamos hablado de eso —le reprendió Sybille.

—Si, si. Lo siento, fue la emoción. Bueno, señora, ¿qué fue lo que vio? ¿Nos volvemos a nuestra época o qué?

—No, es algo peor. Es terrible. Ismael está en Saissac.— Los tres ahogaron un grito, él se quedó paralizado. Ni siquiera conocía el rostro del asesino de su padre, pero el desgraciado estaba más cerca que nunca.

—Rayos, ¿y qué es lo que quiere? —preguntó Silvain.

—Robar un tesoro, por supuesto. Y el único tesoro que está aquí y puede codiciar son mis profecías. Las que apuntó Jehane en sus diarios.

—Eso no, él no va a robar nada —dijo él con toda seguridad, como si de verdad pudiera evitarlo—. Ese inmortal mató a mi padre, no vamos a dejar que llegue aquí a robar los diarios, tenemos que evitarlo.

—¿Y cómo? Es un maldito inmortal, nadie podrá detenerlo —dijo Silvain con amargura.

—Ay no, ¿qué vamos a hacer? —preguntó asustado Julius.

—Primero tenemos que avisarle a Jehane que ponga a buen recaudo sus diarios — dijo Sybille y los demás asintieron—. Sé que Ismael se las ingeniará para llegar hasta aquí, para él no será difícil.

—¿Y si avisamos a los caballeros? —propuso Julius—. Está el señor Guillaume, el señor Arnald, Bernie, Luc... ¿Ellos podrían sacar sus espadas y eso? Así el malo de Ismael no pasa.

—No funcionará —dijo Sybille muy segura—. Puede usar su encantamiento y obligarlos a bajar las armas. Tenemos que ser más listos que él. Tenemos que...

—¡Poner trampas por todos lados como Kevin McCallister! —gritó Julius, incluso dio unos saltos de emoción, como si se le acabara de ocurrir la mejor idea del mundo.

—¿Y ese quién es? —preguntó la profetisa.

—Es una historia muy larga —contestó Silvain—. Pero básicamente va de poner trampas dolorosas en la ruta hacia el tesoro para que el ladrón se haga mucho daño y no muera... Bueno, igual que los ladrones de la película que ni inmortales eran y sobrevivieron a todo. En fin, no creo que sea mala idea poner trampas por todos lados.

—Y podríamos encerrarlo también, ¿no? Es inmortal, pero la señora Sybille y el señor Guillaume son de "la otra gente", no les afectará el encantamiento como a nosotros —propuso él—. Así lo detenemos hasta que Jehane pueda llevarse lejos todos los diarios.

—Ajá, o podríamos destruir esas profecías y luego las vuelve a escribir —propuso Silvain, los cuatro se miraron y negaron con la cabeza—. Cierto, no sería oportuno para la trama. Tenemos que poner trampas, y unas bastante letales, porque Nikkos ya se está aburriendo e Iseth quiere ver a Ismael descuartizado.

—¿Qué? —preguntaron todos a la vez. Esos inmortales sí que se habían puesto pesados.

—Nada, no sé por qué dije eso. Un mago lo hizo.

—Wow... es un mago muy raro —comentó Julius.

—Como sea, yo me apunto a eso de poner trampas —dijo Alain—. Aunque no sé cómo hacerlas letales, ¿se les ocurre algo? ¿Y si pedimos ayuda?

—Pueden preguntarles a Luc, Reginald y Bernard. De seguro que ellos tienen buenas ideas mortales —propuso Sybille.

—No sé, Bernie y Luc se ven buena gente. ¿En serio saben de torturas y cosas así? —preguntó él, a lo que Sybille respondió con una risa.

—Por favor, niño. Estamos en la maldita edad media, nosotros pusimos de moda el garrote vil —contestó ella.

—Ehh... tengo una duda existencial —dijo Silvain confundido—. ¿Cómo es consciente que está es la edad media si para usted es el presente?

—¿Un mago lo hizo? —preguntó Julius.

—¿Podemos cambiar "mago" por "Bruna"? —propuso Sybille—. Me apetece echarle la culpa de todo lo malo que no podamos explicar en esta historia.

—Apoyo la moción con toda violencia —dijo Silvain dando un golpe en la puerta. La profetisa sonrió, Julius se veía más animado. Y de fondo, Alain escuchó a los inmortales reír.





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¡Hola, hola! La primera parte me ha quedado algo larga xddd la segunda aún está en proceso :D

Disculpen la fumada, de verdad que parece producto de las drogas fdkjkjsjk pero no es así, ya dejé las malas mañanas xdd okno

¿Listas para el Home Alone medieval? XD

¡Feliz navidad! Espero que la segunda parte salga para mañana, ¡pásenla lindo hoy! Y no olviden que la madrugada del 25 de diciembre es el día más importante del multiverso de todas mis historias, porque es el día en que los inmortales se transforman.

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