9.- Una buena pista
—Entonces, ¿esto quiere decir que a Actea le parecería lindo? —preguntó Julius.
De todo lo que pudo decir después de leer buena parte de la última traducción de los diarios de Jehane, eso fue lo que menos esperaron oír. Silvain y él se miraron de lado sin saber qué responder. ¿Era en serio esa pregunta?
—¿Y eso de dónde lo has sacado? —le preguntó Silvain.
—Pues acá dice —Julius señalaba los papales— que le dijo a Bruna y Jehane que los Maureilham estaban divinos, y que iba a buscar a su descendencia por lindos.
—La única razón por la que Actea se acercaría a un Maureilham es para temas de la orden, cosa que no creo que pase —le dijo Silvain.
—Y también porque soy lindo —dijo el niño, muy orgulloso.
—Supongo que ella sí creería eso... —agregó Alain en voz baja.
Era posible, la inmortal fue muy específica según lo que Jehane escribió, y si en caso la hippie esa aún recordaba a los Maureilham quizá sea por lo "divinos". Qué raro eso.
—A ver, a ver. Has estado jode y jode toda la tarde para que te demos a leer esa traducción. No has dicho ni una sola palabra hasta ahora, y cuando abres esa boca es solo para resaltar que puede que Actea crea que eres lindo, ¿es eso? ¿En serio? —preguntó Silvain, al borde de perder la paciencia. Conforme hablaba, el tono de su voz se iba elevando.
—Si... —respondió Julius, bajando la mirada y con las mejillas rojas de la vergüenza—. Pero es que acá dice...
—Si, ya entendimos. Cállate. La próxima no te daremos nada —le cortó Silvain.
Julius tomó de nuevo los papeles, tenía una sonrisita en el rostro que intentó disimular.
Habían pasado unos días desde lo sucedido en la escuela, y él cumplió su parte de la promesa de darle a Silvain las hojas traducidas de los diarios de Jehane. Lo bueno era que Jerome había traducido algo muy interesante, hasta él quedó muy sorprendido. Si bien Actea no podía curar del todo un encantamiento, sí podía lograr que la otra persona sintiera alivio. Aún no sabían cuánto tiempo duraba eso, pero a Jehane le fue bien.
Esa tarde Silvain lo leyó todo, y cuando terminó le dio una palmada en el hombro sin decirle nada. Alain supuso que esa era una forma de agradecerle, incluso lo notó intentando disimular una sonrisa.
Aquel suceso fue algo increíble en la vida de Jehane, y además significaba una esperanza para la familia Chastain. Aunque eso no sería sencillo, Jerome le había dicho que Actea era una de las inmortales más difíciles de ubicar, que sabían que hace unos diez años se fue a las Islas Aleutianas y suponían que aún estaba ahí, pero no podían estar seguros.
Era una esperanza sin mucho sustento en realidad, eso a Alain le daba un sabor amargo. Ahora sabían que Actea podía salvar a la madre de Silvain, pero hasta que la encontraran iba a pasar mucho tiempo. Y si la encontraran, no sabían si ella querría ayudar. Pero siquiera era algo, era mejor que esperar la ayuda de Bruna. Algo que jamás iba a pasar.
Alain tenía sentimientos encontrados al respecto. Había pasado varios días leyendo las memorias de Arnald de Maureilham. Él describía a Bruna como una mujer buena, linda, la mejor de todas. ¿Y si todo el tiempo solo estuvo encantado? Era posible, porque en los diarios de Jehane le parecía ver a una mujer que había cambiado mucho. Y lo que le hizo a la madre de Silvain le dejaba claro que esa inmortal de buena no tenía ni un pelo.
"Pero ella no hacía esas cosas cuando era humana", se dijo una tarde mientras leía los diarios de Jehane. Cuando era humana, Bruna fue en general una mujer simpática. Algo torpe, pero buena, a fin de cuentas. ¿Qué le pasó? ¿Cómo se convirtió en un monstruo? Quizá ningún inmortal fue malvado. Quizá todos tuvieron un buen corazón alguna vez. Todos perdieron su humanidad al beber el elixir, y se convirtieron en aquellos espectros que tanto temían.
Mamá le había dicho que tratara de no humanizarlos, que ellos no sentían empatía por nadie. Le mejor era pensar en ellos con frialdad. Los inmortales estaban vacíos, no podía detenerse a pensar en ellos como gente a la que recurrir en algún momento. Eran espectros, sí. Espectros vacíos.
Solo Actea parecía ser alguien en quien sí podías confiar. Y estaba seguro que Silvain también pensaba eso. Ella era la única esperanza para salvar a su madre antes que intentara suicidarse otra vez.
—Oigan, ¿qué están haciendo Caleb y Jehane? ¿Qué le quiere enseñar él? Acá dice que...
—Suficiente lectura por hoy. —Silvain se adelantó, le arrancó los papeles de la mano al niño antes de que llegara a "esa parte".
—¡Oye! Yo quería saber —reclamó Julius.
—Ya sabrás cuando seas grande —le dijo Silvain.
Por su lado, Alain empezó a enrojecer sin querer. Él sí había leído "esa parte". Ni siquiera sabía que se iba a encontrar con eso en medio de su lectura, solo estaba leyendo cuando Jehane contó "esas cosas". Lo poco que sabía Alain de "eso" eran algunas referencias que vio sin querer en películas. ¿Contaba la parte de Titanic en la que Jack y Rose estaban desnudos en el coche? ¿Era eso lo que estaban haciendo Jehane y Caleb? Enrojeció mucho cuando lo leyó. Felizmente la cortaron, pero al ritmo que iban las cosas quizá si pasó "aquello", y quizá lo traducirían todo. Ojalá que para la próxima se acordara de borrarlo antes de entregarle las hojas, no quería detalles de "eso".
—Yo mejor no digo nada... —dijo él, mientras miraba hacia otro lado.
—Claro que no, pero bien que leíste. Degenerado —bromeó Silvain, aunque eso a él solo lo hizo enrojecer más—. ¿Cuándo traes más traducciones?
—No lo sé, ojalá Jerome avance pronto. Depende de él.
—¡Yo quiero leer!
Julius se paró e intentó quitarle las hojas a Silvain, pero el chico levantó el brazo y las mantuvo allí. Julius daba saltos, pero nunca podría llegar a esa altura. Al final se rindió, se sentó malhumorado a un lado.
—Solo quiero saber cuánto tiempo le duró a Jehane estar "casi desencantada", y también lo que le pasó a Amaury. En las memorias de Arnald no mencionan nada, en Languedoc no supieron de él desde la batalla de Muret, luego desapareció.
—También quiero saber, él dijo que estaba algo "desencantado"—respondió Alain.
En realidad, eso le intrigaba. Amaury y Alix eran sus ancestros, fueron los primeros Bordeau. ¿Cómo llegaron ahí? ¿Qué pasó con ellos? ¿Cómo fue que se quedaron con el diario de Jehane? Aún había mucho por traducir, y él quería saberlo todo. Lo bueno era que mamá le dijo que pronto empezarían sus clases de oc, oíl y latín. Tenía que aprender esas lenguas, porque muchos documentos de la orden estaban narrados así. Quizá él mismo podría averiguar más cosas.
—Es un poco complicado todo esto, pero irá mejor —dijo Silvain.
Hablaba en serio, y de alguna forma a Alain le sorprendió tener esa conversación con él. No pensó que pudiera tratarlo como su igual, pero suponía que de alguna forma estaba convencido de eso después de los últimos acontecimientos.
Después del pleito que tuvieron en la escuela, el gran maestre habló con ellos. No les dijo nada durante el camino a la mansión, y ninguno de los tres tampoco se animó a abrir la boca.
Alain estaba convencido que no hicieron nada malo. Él fue atacado por esos matones, Julius lo defendió y luego Silvain apareció. Las cosas no fueron bien, cierto, pero fue algo que no pudieron evitar. Incluso empezó a sentir molestia, ¡él no hizo nada! ¿Por qué lo iban a regañar? No entendía. Además, si alguien tenía que castigarlo era mamá, no Antoine. En ese momento se cruzó de brazos y se dijo que no aceptaría ningún castigo de él.
Una vez llegaron a la mansión, el hombre los hizo pasar a su despacho privado. Los tres se sentaron en el escritorio frente a él. Julius lucía arrepentido, Silvain parecía irritado, y él que miraba a otro lado para disimular su molestia.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Antoine con tranquilidad, solo que nadie dijo nada por un instante—. ¿Julius?
—Los chicos malos le estaban pegando a Alain, yo me metí y le dije por donde correr. Entonces vimos a Silvain y la pelea se hizo más fea. Eso pasó, abuelo, nada más. Te lo juro. —Julius habló rápido. Fue una versión resumida de todos los hechos.
—Entonces Alain se metió en problemas —concluyó Antoine.
—Yo no hice nada. Solo salía de la biblioteca y empezaron a molestar, Julius apareció y nos fuimos corriendo antes que nos golpeen. No sabíamos que Silvain estaba ahí.
—Y tú los defendiste —le dijo el gran maestre a Silvain.
—Yo no defendí a nadie, el idiota de Ettiene estaba molestando a todos, se metió con mi novia. Lo puse en su sitio, después me golpeó. Eso es asunto mío, ni la orden ni estos mocosos tienen nada que ver. No sé qué hago aquí, no hay motivo. —A Silvain le fue más difícil disimular su molestia. Parecía a punto de mandar a volar a Antoine. Alain estaba seguro que lo haría.
—Es así como lo veo —continuó Antoine, como si no lo hubiera escuchado—. Alain no pudo defenderse solo, Julius se metió porque no le quedó de otra. Y cuando Silvain tuvo que hacer algo para apartar el peligro de dos miembros menores de la orden, prefirió armar una pelea con ellos incluidos.
—No fue así —reclamó Silvain—. Yo no quería ninguna pelea, si ellos no hubieran llegado...
—Pero llegaron —interrumpió el gran maestre—. Ellos llegaron, fue inesperado y no quisieron importunarte, pero pasó. No la estaban pasando bien, son niños perseguidos por un tipo de tu edad. ¿Te parece justo?
—No —contestó de mala gana.
—¿Es así como reaccionas, entonces? Dejando a dos niños con sus problemas sin ensuciarte las manos, ¿así van a ser las cosas?
—Eso es lío de ellos, cosas de escolares. ¿Qué tiene que ver la orden en esto? Ettiene molesta a todo el mundo cuando quiere, no siempre voy a estar para defenderlos. Tienen que aprender solos —contestó el chico con toda seguridad. Una parte de Alain también pensaba eso. Que, aunque sea a base de golpe, tendrían que aprender a ser fuertes.
—Si, eso es cierto. Y ellos van a aprender, de eso estoy seguro. Tendrán clases de defensa personal, sabrán luchar, serán chicos fuertes. Pero lo que a mí me importa, Silvain, es que cuando dos niños necesitaron de tu ayuda preferiste defender tu ego antes que a ellos.
—Ah, vamos —dijo, después de soltar un bufido—. ¿Me van a dar clases de moral ahora? Para eso tengo a mis padres... ¡Oh! ¡Cierto! Papá está persiguiendo inmortales en algún lugar del mundo, y mi madre está loca por culpa de la orden. ¿Se me olvidó algo? ¿No? Entonces hágame el favor de no querer comportarse como mi padre. No me hable como si le importara la gente de la orden, o si quisiera mantenernos a salvo a todos. Noticia de última hora: Eso no pasa. Así que se ahorra los reproches, no voy a escuchar nada más.
Alain no se esperó todo eso. Miró de lado a Julius y lo notó sorprendido también. Bueno, Silvain era un chico grande, estaba molesto con la orden por lo que le pasó a su mamá. Y él también debería estar molesto porque su padre murió cumpliendo una misión. Solo que Alain había entendido algo que al parecer Silvain aún no tenía claro: La orden no tenía la culpa de eso. Nadie quería que sus amigos murieran. Los inmortales eran los responsables. Ellos eran el mal.
—Ya me quiero ir... —dijo incómodo Julius. Más que eso, hasta se veía asustado.
—Entiendo que estés enojado —le dijo Antoine a Silvain. Si sus palabras lo habían afectado, no lo demostró para nada—. Y sé lo horrible que te sientes. A mi hijo y su esposa los mató una inmortal. Julius lo sabe, ¿verdad? ¿Qué fue lo que pasó?
—Mamá y papá estaban conduciendo —dijo despacio el niño, hasta bajó la mirada—. Seguían a Isethnofret, ella vino a París y era peligroso que esté tan cerca de nosotros. Yo era un bebé... —decía con la voz entrecortada, parecía a punto de llorar—. Dejaron de seguirla porque ya sabían en qué hotel estaba, compraron algo de comer y pañales. Venían a cuidarme. Entonces un auto los chocó, era Isethnofret. Se molestó porque la seguían, se molestó mucho. Los sacó del carril, y un camión los mató —dijo el niño y se secó una lágrima. Alain tragó saliva, se sintió mal de pronto. Pobre Julius, era solo un bebé cuando quedó huérfano. Qué horrible eso.
—¿Sabes por qué ellos la seguían? —preguntó Antoine.
—Porque desobedecieron al abuelo —dijo Julius—. Nadie de la orden tenía que acercarse a Isethnofret, pero igual fueron. Papá no quería que nada malo les pasara a sus amigos de la orden. Y mamá fue con él porque ella sabía mucho de armas.
—Si, así fue como pasó. Y supongo que ya sabes lo que le sucedió al padre de Alain. Murió recuperando documentos que nos salvarán a todos en un futuro.
—Mire, señor Antoine, no sé a dónde quiere llegar con esto, pero no me está convenciendo de nada. Todas esas personas murieron por proteger a la orden.
—No, Silvain, te equivocas. Ellos murieron porque confiaron en que podrían con un inmortal. Le pedí a mi hijo que no vaya detrás de Isethnofret, no me escuchó. Le pedí a Jean-Paul que esperará antes de ir por los diarios de Jehane, pero aún así se llevó a Jerome y lo hizo. Y le pedí a tu madre que se alejara de Bruna, pero ella no quiso escucharme. Eso fue lo que pasó.
—Pues qué liderazgo para más horrible, eh. Nadie hace caso —dijo molesto Silvain.
—Y como puedes ver, en esta orden el que no acata las disposiciones puede terminar de la peor manera. No los culpo, cometieron el error de entrometerse en el camino de los inmortales en el momento inadecuado y ellos no tuvieron piedad. ¿Sabes por qué lo hicieron? Porque era su trabajo, porque sabían que era lo que tocaba hacer y querían hacerlo bien. Era su responsabilidad, y no tienes idea de cuánto lo lamento.
»Esta generación de la orden se está enfrentando a problemas complicados, como tener que seguir el rastro de los inmortales y seguir recuperando documentación importante. Pero tu generación se enfrentará a cosas peores. Ustedes estarán ahí cuando la niña que está destinada a ser la inmortal ocho tenga que revelar el segundo pilar del Grial. De ustedes dependerá que ella no beba aquello, que Esmael no junte los ocho inmortales para su equipo, que Ismael no active el arma que nos destruirá a todos.
»Estoy preocupado. ¿Cómo podrán hacer frente a eso? Alain aún no puede salir de un problema solo, Julius es muy pequeño para defender a sus compañeros, y tú andas por la vida como si no te importara nada, ni siquiera defender a dos personas que te necesitan. De verdad entiendo que odies saber que tu madre enloqueció por culpa de una inmortal, que estés enojado con todos por eso. Pero ahora te pido que decidas, Silvain. Es tu derecho de sangre como descendiente de Raimon de Foix pertenecer a la orden. Pero si no estás dispuesto a defender a tus compañeros, si solo estás aquí para aprender cosas para tu conveniencia sin pensar en los demás, será mejor que te retires. Porque cuando llegue el momento vamos a necesitar todo de ti, y si ahora ellos no te importan, no te van a importar nunca. Tú decides.
Silvain se quedó en silencio, ya se le había pasado todo el enojo para ese momento. Parecía que a la gente adulta de la orden no le gustaba mucho el juramento que hizo. Sabían que tenían que hacerlo, era su responsabilidad y lo hacían, aunque ya no les gustara. Como su mamá, por ejemplo. Siempre que hablaba de la orden lo hacía con desprecio, pero no parecía dispuesta a traicionar a nadie. Como dijo Antoine, a ellos les tocaría una época peor, y tenían que estar unidos. Si se la pasaban todo el rato peleando, los inmortales los iban a matar a todos apenas pudieran.
—Me quedo —dijo despacio Silvain, después de un rato de silencio.
—Me alegra escuchar eso —le dijo el gran maestre.
Antoine no perdió mucho tiempo en llamarles la atención, solo les pidió que tuvieran cuidado con ese Ettiene, que tenían que aprender a defenderse solos en la escuela, y que sus padres iban a intervenir solo si las cosas se ponían graves. Y bueno, desde ese día Silvain parecía más tranquilo. Ya no los trataba con desdén como antes, al menos ya no tanto. Él seguía siendo un chico joven y popular, ellos un par de mocosos perdedores, entendía que guardara la distancia.
Lo bueno era que tenían una especie de secreto en común los tres. Alain no sabía si estaba mal enseñarles a ellos la traducción de los diarios de Jehane, nadie le había dicho que no lo hiciera. Aun así ellos lo trataban como si fuera algo de lo que no tenían que hablar con los adultos. Leer los diarios era derecho de Alain, no de ellos. Era mejor ser discretos, por si acaso.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Alain al chico. Silvain torció los labios, parecía indeciso aún.
—No lo sé, Bordeau. Si hace diez años creen que Actea está en las Aleutianas y nadie la ha visto, ¿cómo voy a encontrarla yo solo? Quizá solo hay que esperar a que aparezca.
—¿Y nos van a informar de eso? —le preguntó.
—Siempre lo hacen, avisan cuando un inmortal viaja o se mueve mucho para estar atentos. Así estamos prevenidos para no acercarnos.
—Pero tú quieres buscar a Actea —afirmó él. Silvain no asintió, no dijo nada, pero era obvio que ese era su objetivo.
—¿Y yo puedo ir contigo? —preguntó Julius.
—¿Cómo? —dijo Silvain.
—Si puedo ir contigo a buscar a Actea. Cuando le diga que soy Maureilham ella dirá, "¡Qué lindo!", y seguro va a ayudar.
—Eso no tiene mucho sentido —le dijo él.
—Claro que tiene —respondió Julius con una sonrisa—. Yo soy lindo, ustedes no.
—Pues yo creo que si tiene algo de sentido —dijo Silvain pensativo—. Sabemos que a Actea le gustan estas cosas: Las costumbres humanas, la música, y la gente linda. Apuesto a que le parecerá curioso conocer a un Maureilham niño.
—Un niño lindo —aclaró Julius.
—Si, como sea. Puede que le guste —continuó Silvain.
—¿Y qué importa tendría eso? —preguntó Alain.
—Que quizá así se sienta en confianza, no sé. No creo que sea buena idea ir y solo decirle que me ayude. Es más, ni sé si pueda. Fácil me quedaré bobo mirándola como si fuera Afrodita, eso hacen los inmortales.
—Pero tu papá es inmune —le dijo Julius, y ese dato sorprendió a Alain.
—¿Tu papá es "de la otra gente"? —le preguntó Alain.
—Si —respondió él, como si no fuera muy importante—. Y quizá yo lo sea, pero mamá sí cayó rápido en un encantamiento. No sabemos en realidad. Papá es inmune, por eso es el principal rastreador de inmortales de la orden —explicó.
—Ahhh... —dijo Alain, pensativo.
Y hablando de eso, ¿sería él "de la otra gente"? ¿Inmune al encanto visual de los inmortales? Tenía que preguntarle a mamá, seguro que ella sabía algo. Aunque si venía de Alix y Amaury estaba difícil, ellos no fueron inmunes.
—Tampoco sabemos si alguno de los tres es inmune —le dijo Silvain.
—¿No tiene que ver con la herencia familiar? —le preguntó.
—A veces sí, a veces no. Eso creímos un tiempo, pero luego, cuando la orden se fue acercando un poco a los inmortales, pasaba que en realidad no tenía nada que ver de quienes descendieras —explicó Silvain—. Mi padre me contó que el abuelo no era inmune, pero él si lo es. Quién sabe cómo será conmigo.
—¿Y cómo podríamos saberlo?
—Solo hay una forma de averiguarlo, la más peligrosa de todas. Ir donde un inmortal y probar.
—Eso no suena nada bien —respondió Alain—. ¿Y acaso la orden no ha investigado? No sé, en la sangre, en el cerebro.
—Claro que estudian —le dijo Julius—. Mi papá era científico.
—Si, la orden tiene científicos que se encargan de eso. A mi padre lo han estudiado mucho, pero hasta ahora no encuentran ese "patrón". Supongo que es algo que escapa de nuestro raciocinio, quizá no tiene explicación —le dijo Silvain.
—Supongo...—murmuró Alain—. Pero aún así no me gusta la idea de ir a buscar a Actea sin saber si alguno de los tres es inmune.
—¿Quién dijo que ustedes irían? —preguntó Silvain—. Esto es cosa mía, Bordeau. Si alguien va a correr el riesgo, soy yo.
—Creí que te íbamos a ayudar... —dijo Julius despacio.
—No van a ayudarme. Para empezar ni sabemos cuando aparecerá Actea, y si en caso la ubican no creo que venga a París de pronto, no tiene sentido. Si la encuentran tendría que ir yo a buscarla, y eso será cuando sea mayor de edad y tenga dinero. Así que no se metan en esto.
Bueno, Silvain tenía razón. En ese momento, tal como estaban las cosas, ninguno de los tres podría hacer mucho. Y aún así había algo que quería decir.
—Si, está bien —le dijo Alain—. Tal vez pasen años hasta que la orden encuentre Actea. Y quizá pase cuando nosotros seamos mayores también. Si para ese entonces necesitas mi ayuda, cuenta conmigo. —Silvain lo miró de lado. Esperó que lo mandara a volar, pero solo asintió despacio.
—Gracias —murmuró. Quizá se había tomado en serio las palabras de Antoine. Si querían sobrevivir al futuro tendrían que trabajar todos juntos. Protegerse, apoyarse, ser amigos.
—¡Yo también quiero ir! —gritó Julius de pronto.
—Tú vete a tomar una taza de leche caliente, a ver si te duermes de una vez. Niño desesperante —le dijo Silvain. Y aunque siempre que le hablaba a Julius sonaba rudo, ahora parecía hasta gracioso. Lo notó sonreír, Julius soltó una risa.
—Desesperante, pero lindo —agregó el niño. Acabaron riendo todos, no pudieron resistirse.
Tenían un secreto los tres. Algo que quizá harían algún día. Ojalá Actea no tardara en aparecer.
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Y el nuevo trío de besties quedó así xddd
Por otro lado, únete a una cadena de oración para que Actea aparezca pronto 😭😭😭
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