5.- Los chicos de la orden

Pasó la Navidad, y seguía el año nuevo. Todos decían que se venía el fin del mundo, pero él no lo creía para nada. Mamá dijo que esas eran tonterías, y Silvain dijo que el fin del mundo sería en veinte años si la orden no hacía bien su trabajo. O quizá solo lo dijo para asustar a Julius, quien apenas escuchó "fin del mundo" entró en pánico.

Estaban de vacaciones por fin de año, pero ya le habían informado que lo iban a cambiar de escuela, iría a la misma que Julius y Silvain. Mamá habló con él de parte de Antoine, le dijo que, ya que formaría parte de la orden, iba a recibir otro tipo de educación. Apenas llegara el año 2000, después de una semana de vacaciones, empezaba su entrenamiento.

Además, tendría clases extras de otros idiomas. Según mamá, los miembros de la orden debían de dominar la mayor cantidad de idiomas posible. Se sorprendió de saber que Silvain hablaba inglés, español y alemán, aparte del francés y de sus estudios de italiano en los que apenas iba unos meses. Julius hablaba inglés y estaba empezando clases de español. Él estaba atrasado, solo sabía algo de inglés por lo que le enseñaron en la escuela, y tenía que meter velocidad a sus estudios.

Como miembro de la orden, aunque apenas era un niño, había muchas cosas que aprender. No solo era la educación en la nueva escuela y los idiomas. Tenía muchos textos por leer. Las memorias de Arnald, otros documentos de la orden también. Clases de cosas antiguas, como historia medieval, literatura, simbología. Y también astronomía, física y más. Todo a un nivel básico, pero que pronto aprendería más cosas difíciles.

—Y después vendrán las clases de peleas, ¡si! —gritó Julius.

—¿Cómo? ¿Luchas y eso? —preguntó él.

—Sí, más o menos —contestó Silvain, relajado, desde el otro lado de la biblioteca. Él estaba recostado en un sofá sin prestarles mucha atención—. Esgrima y defensa personal por ahora. Ya luego empezarán a enseñarnos de armas.

—Wow... —dijo Alain sin querer. La orden parecía bien organizada, tenía mucho que aprender y ya hasta se sentía emocionado.

—Sí, wow —le dijo Silvain sin ánimo—. Así que bueno, ya sabes lo que se viene. Con tal que no te pongas a saltar emocionado como este mocoso tarado, pues todo bien.

—¡Oye! ¡No me digas tarado! —reclamó Julius. 

Alain no creía que el niño fuera tonto, para nada. Era solo eso, un niño. Muy pequeño, juguetón, inocente. Él se sentía más del lado de Silvain que de Julius.

—Cállate, no me dejas leer. Tarado.

—¡Silvain, no seas malo!

—Shhh... parece que tuvieras un parlante en el hocico.

Silvain también podía ser muy cortante en ocasiones. No parecía muy interesado en hacer amistad con ellos, Alain suponía que si fueran chicos más grandes otra sería la cosa, pero quizá los dos le aburrían. Él era mayor que Julius, pero seguía siendo un niño.

—Eres malo —dijo molesto Julius.

—Si, ya sé. Cállate y ponte a leer lo de hoy, que cuando llegue el gran maestre no quiero que me rete porque te la pasaste todo el rato jodiendo como bebé. —Sin ganas de refutar, Julius abrió de nuevo el libro que se suponía estaba estudiando—. Eso va para ti también, Bordeau. Tienes siglos de atraso, así que apúrate.

—Bien —respondió él. Silvain tenía razón, había mucho que aprender y poco tiempo para eso.

Desde que supo que tenía que formar parte de una orden secreta, no hubo día en que no fuera a esa mansión para aprender más. A veces se encontraba con los chicos, a veces no. Él prefería leer solo, pero tampoco se quejaba de los muchachos. Julius era un niño, parecía buscar siempre la compañía de ambos. Como si quisiera tener un amigo. Puede que no los tuviera, o al menos eso creía Alain.

Por su lado, Silvain parecía aburrido casi todo el tiempo, y Alain no entendía si quizá sus padres lo estaban obligando a integrarse a la orden. Eso también era muy posible, los chicos de su edad se la pasan en la calle con los amigos, o con chicas, o quién sabe. Algo le decía que Silvain era de los populares, tenía toda la pinta. Y era obvio que los chicos populares no se pasan la tarde leyendo historia medieval, con razón paraba molesto todo el rato.

—Ya tengo que irme —anunció él en cuanto terminó su lectura. Leyó varios tomos de las memorias de Arnald de Maureilham, y todo eso le seguía pareciendo cosa de cuento por más real que fuera.

—Adiós —le dijo Silvain sin mirarlo, él seguía concentrado en su lectura.

—Yo te acompaño —le dijo Julius muy animado.

Alain no dijo nada, el niño se adelantó y caminaba hacia la puerta. Sí, Julius quería amigos. Quería jugar, quería ser un niño. Pero Alain no sentía deseos de eso, él lo único que quería era saber la verdad que llevó a la muerte a su padre. Ya era muy tarde para volver a la niñez.

—Gracias, Julius —dijo él una vez que estuvieron en la puerta.

—Oye, Alain, ¿qué te regalaron por Navidad? —preguntó de pronto.

—Pues... varias cosas. 

Nada importante. Ni siquiera hizo pedidos como siempre, todo el asunto de la muerte de su padre era reciente y no tuvo ánimos. Fue una Navidad triste en realidad.

—El abuelo me regalo el PlayStation 2 —dijo el niño con una sonrisa, y Alain no pudo evitar abrir los ojos de la sorpresa.

—No, pero si eso sale en marzo...

—Yo no sabía y lo pedí, el abuelo tiene sus contactos.

—Eso es genial, Julius —le dijo más animado. Suponía que mientras preparaban la publicidad le entregaban a ciertas personas los prototipos. Ese Antoine sí que estaba en todas.

—¿Quieres venir a jugar? —Ah, así que se trataba de eso. Le dio mucha pena de pronto, Julius era un niño rico que podía tener cualquier cosa, pero nadie quería ser su amigo.

—Claro, Julius, mañana vendré más temprano. Terminamos las lecciones y jugamos, ¿si?

—¡Sí! Gracias, Alain, te espero —le dijo el chico, sonriendo. 

—Ahora me tengo que ir, mamá dijo que vendría a esta hora.

—Te espero mañana —dijo el niño, y nada le sacaba esa sonrisa de su rostro. La verdad tampoco era un sacrificio, sería uno de los pocos niños en probar un PlayStation 2 antes de su lanzamiento. 

Después de quedar con Julius, salió de la mansión. Al frente lo esperaba Audra en su auto, ella apenas bajó un poco la ventana del piloto y le hizo una seña para que se apurara. Alain no perdió el tiempo, cruzó rápido. Sí que estaba haciendo frío ese día. Saludó a su madre, hablaron un poco sobre lo que había leído, en realidad ella le pidió que le hiciera un resumen para asegurarse que entendió bien.

Una vez en casa subió a su habitación, se puso algo más cómodo y se tomó un par de segundos decidiendo si ponerse a jugar un rato con su "Play", o ir a la cocina a prepararse un emparedado. Después de unos segundos se decidió por bajar, y estaba camino allá cuando vio la puerta del despacho de su padre junta.

Por un instante, un tonto y loco instante, quiso creer que Jean-Paul Bordeau estaba ahí dentro. Que abriría la puerta y lo encontraría tan concentrado, trabajando como siempre. Sintió que le escocían los ojos, su corazón ya lo sabía y quería llorar. Papá no iba a volver nunca más.

Aun así abrió la puerta del despacho, ni siquiera sabía lo que esperaba encontrar. Estaba algo oscuro, pero a un lado en una pared blanca se estaba proyectando una lámina con letras que no entendía. Llevó su mano al interruptor y encendió la luz, una vez todo estuvo iluminado vio al tío Jerome sentado frente a la computadora.

—Alain, eras tú. Pensé que Audra ya quería correrme de la casa —bromeó él, Alain acabó sonriendo. Aunque sabía que Jerome trabajaba ahí en las traducciones, era la primera vez que lo veía.

—Hola, tío —dijo ya más tranquilo y caminó hacia él—. ¿Cómo vas con eso de los diarios?

—Pues estaba terminando de transcribir algo, todo bien.

—¿Y qué tal? ¿Está muy interesante?

—Voy apenas en las primeras hojas, y parece que nuestra querida Jehane está pasando por un drama adolescente.

—¿Ah si? ¿Cómo es eso?

—La chica está saliendo por primera vez con un joven caballero, pero su mejor amigo acaba de confesarle sus sentimientos. Anda muy confundida, la pobre —bromeó Jerome.

—Eso no me parece muy interesante —dijo desanimado. La verdad era que esperaba que su padre no hubiera perdido la vida por los dramas adolescentes de una muchacha en la era medieval.

—Lo sé, pero es así como empieza todo. Sabemos que Jehane viajó a oriente con Bruna y nos contará de los inmortales. También sabemos que a raíz de este "problemilla amoroso" empezó a confiar más en la profesita Sybille de Montpellier. Y entonces empezó a escribir las profecías que ella le contaba. Como comprenderás, no podemos descartar ninguna parte. Todo parece superficial, pero al leer esto te das cuenta de cómo eran las relaciones de la gente de la orden en ese tiempo. Tenemos que entender todo el pasado para darnos una idea de lo que se nos viene, y si eso incluye aguantar dramas adolescentes, pues que así sea.

—Ya entendí, tío. Es parte del paquete. —Jerome asintió.

—Ya tengo traducidas varias hojas, las he pasado al francés y están en la computadora. Si quieres las puedo imprimir para que las leas más tarde.

—¿De verdad?

—Claro, estos diarios son tuyos, Alain. Que nunca se te olvide eso —asintió. Le daba curiosidad saber la vida de esa Jehane, aunque de momento no hubiera nada muy importante.

—Está bien —dijo él.

Mientras tío Jerome iba imprimiendo las hojas, Alain empezó a caminar por el despacho. Habían movido algunas cosas, y entre eso lo que llamaba más la atención era un mural.

Había varias fotos de gente desconocida, pero lo raro es que eran los mismos rostros en diferentes épocas. Fotos de periódico, fotos en blanco y negro, otras con una resolución muy baja, y otras más modernas. Las mismas personas a través de los años, y sin envejecer siquiera. Los inmortales. Dios, estaba viendo fotos de los inmortales.

Por alguna razón sintió miedo, porque una cosa era que le contaran que existían, otra verlos ahí. Eran reales, podían pasar los años, pero ellos seguían siendo los mismos. Todo era real, y hacía rato debió haberlo aceptado para no estar así de asustado de pronto.

—Son ellos... —dijo despacio, sin querer.

—Así es, todos los inmortales hasta el momento —le dijo tío Jerome.

—Pero ¿de verdad están seguros de que son ellos? ¿No son gente que se parece?

—Estamos seguros, y tratamos en lo posible de no perderles la pista. Sabemos dónde están, sabemos lo que hacen.

—¿Los espían?

—Más o menos, no tan de cerca. Actea, por ejemplo, es muy escurridiza. Ni hablar de Nikkos.

—Ahhh... 

Ni siquiera estaba en esa parte de las memorias de Arnald, pero algo había escuchado de esos dos. Que ambos aparecían en otros documentos, que fueron importantes para la historia de la orden en su tiempo.

—¿Quieres saber quién es quién? —le preguntó. Alain asintió rápido—. Bien, todos están ordenados según fecha de conversión, de mayor a menor. Este es Esmael, solo tenemos dos fotos de él.

Y eran de mala calidad, por cierto. Una antigua, el hombre parecía vestir un uniforme militar. La otra, según la inscripción debajo de la foto, fue tomada en 1966. Era una foto de costado, pero se notaba que era el mismo.

—El "ángel oscuro" no se deja fotografiar seguido, pero aún así sabemos dónde anda.

—¿Y dónde está ahora?

—En Estados Unidos —dijo, para su alivio. Un océano los separaba, qué bueno—. Es el más antiguo de todos, el líder de los inmortales. Ya lo sabrás pronto, pero Esmael se ha dedicado todos estos años a manipular la historia. Las cosas hoy en día son como son porque él lo ha querido.

—Eso me asusta un poco.

—Y haces bien, no dudamos del poder de Esmael. Bueno, sigamos. Esta es Isethnofret, la egipcia.

Alain se acercó un poco, había tres fotos de ella. Era una mujer delgada, de cabello negro oscuro. Había varias fotos, un recorte de periódico de un evento. La otra era en los cincuenta, tenía otra apariencia y llevaba el cabello más corto. Y una más que parecía haber sido tomada hacía un año. Vestía muy elegante, era otra foto en un evento.

—¿Ella dónde está?

—Ahora mismo en Italia, pero ha vivido buen tiempo aquí en Francia. Parece que le gusta, y quién sabe regrese más adelante.

—Ya veo... ¿Y este quién es? —puso el dedo sobre uno de ellos. De todos, era quien le parecía más irreconocible en todas las fotos.

—Nikkos, el cambiante. Es difícil encontrarlo, son pocas veces las que usa su apariencia real.

—¿Cómo es eso?

—Nikkos puede hacerte creer que es otra persona. Manipula la mente al punto que crees estar hablando con alguien que él imita. Sus gestos, su voz, todo. Claro que las personas muy cercanas pueden reconocer el engaño, pero hasta ahora no ha tenido problemas, lleva haciéndolo por siglos.

—Eso está de miedo, tío. Podría ser cualquiera.

—Podría ser yo incluso.

Alain giró rápido y miró a su tío. No lo había pensado. Claro que era posible que tomara el lugar de cualquiera de la orden si quería. Lo quedó viendo asustado, esa posibilidad no le gustaba para nada.

—Tranquilo, soy yo. Solo bromeaba —dijo el hombre sonriendo—. Pero está bien que dudes, Nikkos es muy hábil. Ahora sigamos, esta es Actea.

—¿No que era difícil de ubicarla? —preguntó, pues había cerca de diez fotos de la chica. 

Una muchacha que aparentaba no tener más de veinte, delgada, rubia y simpática. En una de las fotos incluso miraba directo a la cámara y reía mientras sacaba el dedo del medio.

—Es escurridiza. Se da cuenta de la presencia de nuestros vigilantes y se esfuma pronto, luego nos cuesta saber en dónde anda. Digamos que a Actea le gustan los lugares recónditos del planeta.

—Parece algo rebelde.

—Lo es, siempre anda sola. Y en esta foto —dijo señalando la que le llamó la atención, la del dedo del medio— ella misma se acercó al "espía" y le dijo "Tómate esta", antes de desaparecer por diez años.

Había una foto de ella como toda una groopie en los sesentas durante un concierto de Janis Joplin, otra en lo que parecía ser una fiesta disco en algún lugar, entre otras bastante raras. Parecía que a esa inmortal le gustaba vivir la vida loca.

—¿Y dónde anda ahora?

—En las Islas Aleutianas.

—¿Y qué hace ahí?

—Pues pasa el rato con los nativos. Ya te dije, Actea siempre fue muy extraña. Prefiere pasar largos periodos en pueblos recónditos y de vez en cuando regresa a vivir como occidental.

—Suena inofensiva.

—Quizá lo sea, no parece tener interés en molestar a nadie. Pero, Alain, nunca lo olvides. No puedes confiar del todo en ningún inmortal.

—Menos en Bruna.

—Menos en ella —dijo, como todos los miembros de la orden que había conocido hasta el momento—. Y esta es Bruna —señaló.

Había escuchado tanto hablar de ella que hasta ya le emocionaba, o quizá estaba asustado. Y ahí estaba, Bruna, "la encantadora". Primero en una foto en blanco y negro, posando elegante en un evento. Otra en los años cuarenta, tenía el cabello corto y apenas sonreía. Las otras fotos eran más modernas, y tenía el cabello más largo. Todas eran en eventos, y en todos se veía muy relajada.

Por la forma en la que hablaban de ella, Alain esperó ver a una reina de belleza. Alguna mirada siniestra, una sonrisa macabra. Pero era solo una chica simpática, hasta parecía inocente. Una chica que tenía una sonrisa linda, cabellos castaños, ojos color café. No resaltaba mucho, no parecía ser nadie en especial. Y quizá eso la hacía más peligrosa.

—Ella es la mujer a la que nunca debo acercarme si quiero vivir cuerdo —dijo Alain, repitiendo las palabras de Antoine.

—Nadie de la orden se ha acercado a Bruna, la vigilamos de lejos, todas las fotos las conseguimos de eventos. Sabemos que por ahora anda en Londres, ella no cambia de hogar muy seguido. Alain, sé que parece broma, pero es muy en serio. Bruna es peligrosa, ella puede conseguir que vivas, respires y mates por ella con toda convicción. Y ni siquiera serás consciente de eso.

Alain tragó saliva. Por alguna razón, aunque los otros parecían más aterradores, era Bruna quien más miedo le daba. En realidad todos tenían algo malo. Menos Actea, esa era una hippie.

—¿Y ellos dos? —señaló a los últimos. Un muchacho delgado y un moreno. También eran fotos de eventos, algunas de lado, que les tomaron caminando por las calles.

—Los últimos inmortales, Luciano y William. Luciano —dijo señalando al chico blanco— es "el piromante" y tiene poder sobre el fuego. Lo genera y lo controla. Sabemos mucho de él, pues se la pasa en eventos y fiestas. Es fan de Madonna.

—¿En serio? —dijo él arqueando una ceja. Pero qué cosa más rara.

—Lo es. Madonna, Prince, Queen, Bowie. Se la ha pasado de maravilla entre los artistas en estos años.

—Vaya...

—Y pues William —dijo en referencia al moreno—. Es un poco más centrado, y le dicen el "médium".

—¿Habla con los muertos? 

—No sabemos, pero debe tener una razón para que lo llamen así. Habla con otras entidades que no son de este mundo, ¿quiénes? Habría que preguntarle.

—Eso suena difícil.

—Igual nosotros. Verás, Luciano y William parecen dos inmortales libres de ataduras, pero no es así. Ellos son fieles a Bruna, y tenemos varias fotos de los tres juntos. Ambos están de su lado, son sus amigos. O considerando las habilidades de "la encantadora", deben ser sus siervos.

—Entonces los inmortales están divididos.

—Sí. Por un lado, tenemos a Esmael, a él le sirven Isethnofret y Nikkos. Al otro lado tenemos a Bruna, Luciano y William. Finalmente, Actea, quien no está del lado de nadie. No sabemos si es neutral o si se abstiene a participar en los planes de los demás. Pero ella está sola desde hace más de cien años, es lo que sabemos.

—¿Y qué hay de Ismael? —preguntó, y por la cara de Jerome notó que lo había tomado de sorpresa.

—¿Cómo?

—Ismael, el que asesinó a papá. No lo has nombrado, ni siquiera está en este mural. ¿Quién es él? ¿De lado de quién está?

—Ismael es el hermano de Esmael, como es obvio.

—Entonces también es tan antiguo como él.

—Sí, pero no pertenece a los inmortales. Le dicen "el otro", porque a diferencia de los demás no tiene ningún poder. Nadie sabe cómo fue que bebió el elixir de la inmortalidad, solo sabemos que nunca fue digno de él. Que no debió hacerlo, beberlo fue un error. Él es un error.

—Pero ¿qué hace entonces? ¿Por qué quiere molestar? ¿Por qué mató a mi padre?

—Porque quiso, y porque pudo. Sé que suena difícil de entender, y lo es. Pero Ismael solo se dedica a merodear por ahí, a asegurarse que Esmael cumpla creando los inmortales que él necesita para su misión.

—¿Y cuál es su misión?

—Alain, ¡es hora de la cena! —gritó su madre, interrumpiendo el interrogatorio.

—Ve, te están llamando —dijo Jerome, al parecer quería esquivar el tema.

—¿Cuál es su misión? —insistió.

—Luego te cuento. Ahora ve con tu madre.

—¡Alain, apura que esto se está enfriando! —volvió a gritar ella.

—¿De verdad vas a contarme?

—Tengo que hacerlo, y es algo que debes saber. Pero no ahora, suficiente información por hoy. Ve a cenar.

—Está bien —le dijo desanimado.

Salió para el comedor, ahí ya lo esperaba mamá con la cena. Ni siquiera le dio tiempo de preguntar dónde vivían Luciano y William. Cenó rápido, no habló mucho con su madre. Tenía preguntas, la orden tenía muchos secretos y necesitaba saberlos todos. Y aunque nadie quisiera hablarle de eso, llegaría a la verdad sobre Ismael. Se juró que, si existía la forma, algún día él acabaría con el asesino de su padre.

Después de cenar subió a su habitación, al ver su PlayStation recordó que había quedado jugar con Julius al día siguiente. Se preguntó si quizá Silvain se burlaría de eso, o si quizá lo vería más niño y empezaría a burlarse de él también. Bueno, ya no importaba. Iba a ponerse a jugar, cuando notó que había unos papeles en su mesa de noche. Se acercó y leyó la primera línea.

Es un buen día. Y estas son las primeras palabras que escribo.

Ayer cumplí quince años, y uno de los regalos han sido pergaminos y tinta. Me enseñaron a leer y escribir a los doce...

"Son los diarios", se dijo. Seguro Jerome los dejó ahí. Bueno, si tenía que aprender todo de la orden debía de empezar de una vez.



************

Pues ya sabemos dónde anda cada inmortal, y como vimos, de momento Bruna no está tan lejos. 

Me voy, pero no sin antes dejar memes de las dinámicas de inmortales xdd

Y recuerden, por más bonitos que se vean, no pueden confiar en ellos xd




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