31.- Memorias [Final]

Alain no sabría decir si su vida había vuelto a la normalidad, pues desde la muerte de su padre nada fue igual. No había normalidad a la que volver, ya no podía ser el niño de antes por más que lo intentara.

En su cabeza, "normalidad" era dedicarse a aprobar los cursos de la escuela, y no preocuparse porque había una inmortal comiendo tostadas en el centro. O leer los diarios de Jehane. Hacía mucho que no leía nada de eso, y hasta le daba miedo preguntar. Estaba castigado por mamá, y también por la orden. 

Solo que un día no se aguantó más la curiosidad y le preguntó a mamá. Intentó que no se notara que para él era urgente, que en serio moría por saber más de Jehane. Sonaba tonto, y por eso no quería admitirlo. La extrañaba. 

Jehane no era solo una chica del pasado que le escribió cosas, era también como su amiga. Era tonto, ni siquiera se lo había comentado a sus amigos porque no estaba seguro de que ellos fueran a entenderlo. ¿Cómo podía querer y extrañar a alguien muerta? Porque Jehane no estaba allí.

O sea, él sabía que, de alguna forma algo rara, las almas de los muertos miraban desde su lado todo lo que les pasaba a los vivos y que de esa forma Jehane lo acompañaba. Pero no era lo mismo, porque él no podía verla ni nada. Así que era medio tonto eso de extrañar a una mujer medieval. ¿Y eso qué? No podía evitarlo. Por eso tenía que insistir con mamá. Se prometió que solo lo haría una vez, no quería parecer desesperado.

—¿Y los diarios, mamá? —le preguntó una noche mientras cenaban—. ¿Ya los terminaron traducir?

—Si —contestó ella, ni siquiera lo miró. Estaba concentrada en cortar su filete—. Eso fue justo el lunes, la traducción ya está completa, pero haremos una segunda revisión para buscar errores. Yo creo que en unos meses tendremos la segunda versión. La pulida y definitiva.

—Ah... Qué bien —comentó él, más animado—. ¿Y de verdad es tan difícil traducir?

—Bueno... —murmuró pensativa—. Sabes que soy interprete y traductora. —Él asintió.

Rara vez su madre hablaba de su profesión. Él siempre supo que sabía idiomas, y a veces la vio traducir cosas del trabajo sin prestarle mucha atención. Pero ya sabía que esas cosas en realidad siempre fueron asuntos de la orden, y que ella ayudaba a tío Jerome con la versión definitiva de los diarios.

—Yo diría que lo más difícil fue darle a las palabras el sentido correcto. El oc es una lengua muerta, pero es la madre de otros dialectos e idiomas. Así que puedo guiarme por eso, que es el punto a favor. Pero necesito hacer una segunda revisión para asegurarme de haber traducido bien todo lo que Jehane quiso decirnos. Una sola palabra puede cambiar todo el contexto de la oración, y no queremos malinterpretar algo tan importante, ¿verdad?

—No, claro que no —contestó él con interés.

—Es un trabajo minucioso, ya entiendes. Han pasado meses desde que empezamos a trabajar en el manuscrito, dentro de poco será un año. —Alain no dijo nada. Al contrario, fingió que jugueteaba con los cubiertos sin interés.

Porque sí, faltaba poco para el año. Para su cumpleaños, y para el aniversario de la muerte de papá. El tiempo había volado desde ese inusual y soleado día de otoño en que conocieron a Actea. El invierno estaba en París, y con él llegaría el recuerdo del peor día de su vida.

—Ha pasado mucho... —murmuró él. Solo esperaba que mamá no hablara de la muerte de papá en ese momento. No quería.

—Es cierto, pero en verdad ha sido un trabajo increíble para nosotros —confesó mamá—. Y creo que le hemos dado una buena forma, algo entendible para todos. No creerás que en verdad Jehane escribía de esa manera, ¿verdad? —Él la miró sin entender—. Ya sabes ella escribía en Oc, a veces en latín también. Pero más en su propio idioma, y solía hacerlo como muchos en ese entonces. Algunos párrafos rimaban, parecían tener una estructura musical. Como si fuera un cantar.

—¿Cómo un cantar de gesta?

—Algo así, pero ella lo adaptó a lo que quería contar. Los diálogos incluso no están separados, los ponía seguidos a veces. Eso fue un quebradero de cabeza, los signos de puntuación para hacer entendible todo. Ya te imaginas, por eso mismo tenemos que revisar de nuevo. Me daría mucha pena haber arruinado una frase épica de Jehane colocando alguna coma criminal. —Mamá rio por lo bajo, y él también. Bueno, todo eso tenía sentido. Un gran trabajo del que él también quería aprender.

—Mamá, ¿y cuándo podré leerlo?

—¿La versión definitiva? El otro año, yo creo que a mediados.

—¿Y no se puede antes?

—Eso es decisión del gran maestre —le dijo, y él suspiró desanimado. Bueno, al menos lo intentó—. Si soy sincera, prefiero que no leas algunas cosas hasta que pasen unos años.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque ya has leído suficiente maldad. No tienes que saber algunos detalles. No aún, eres un niño.

—Ahh... —volvió a su comida. Mejor no hubiera preguntado nada, porque ya estaba empezaba a darle ansiedad.

La última vez que leyó los diarios supo que a Jehane iba a pasarle algo malo, que ella lo presentía. Pero ¿qué le pasó? ¿En verdad fue tan terrible? ¿Qué le hicieron los inmortales? ¿O Bruna? ¿Qué pasó con los demás? Quería saberlo, pero a la vez le daba temor enterarse. En la edad media pasaron cosas violentas, eso lo sabía todo el mundo. Y seguro mamá no quería que sepa esos detalles horribles. Solo pensar que Jehane sufrió mucho le daba nervios.

Pero tampoco había mucho tiempo para los nervios cuando tenía que rendir algunos exámenes antes de salir de vacaciones. Se había adaptado bien a la escuela, y a las clases extra curriculares también. 

Estaba llevando clases de historia, estudiaba algo de español, y también un curso de informática. Ese lo dictaba un tipo de la orden, y él no era el único que asistía. Andrea iba, y otros chicos de la orden que no veía desde la reunión en Maureilham también. El hombre los dividía en grupos, y para todos era obvio que la más avanzada y con más talento en eso de las computadoras era Andrea, así que casi era como la auxiliar de las clases.

Al menos a ella la veía más seguido, pues no se había vuelto a encontrar a solas con Julius y Silvain. Los veía a veces en la escuela, pero apenas podían intercambiar unas palabras. Todos estaban muy ocupados con sus estudios, casi no les daba tiempo para nada. No solo eran los deberes escolares, también su entrenamiento con la orden. No les habían revocado el castigo de reunirse a solas, y de verdad los extrañaba. Hicieron un trabajo increíble juntos, eso nadie podía negarlo. Ojalá en lugar de separarlos los unieran, seguro harían cosas más geniales aún.

Fue justo el día en que rindió su último examen que algo en su rutina cambió. Lo mandaron a llamar de la dirección, y antes de llegar lo condujeron hacia la entrada. Allí estaban esperando Julius, Andrea y Silvain. Lo dejaron a solas con ellos, los cuatro se miraron algo sorprendidos. Luego sonrieron, y sin que pudiera contenerse, Alain corrió hacia ellos. 

El primero en salirle al encuentro fue Julius, y cuando se dio cuenta estaba abrazando al niño. Segundos después sintió a un amigable Silvain palmear su espalda con entusiasmo, y luego un beso en la mejilla de Andrea. Estaban juntos otra vez.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó él.

—¿Una reunión informal del niño de las profecías y su crew súper poderoso? Yo diría que sí —bromeó Silvain, los demás rieron.

—No, me refería si nos vamos a una reunión de esas de la orden —contestó él, y el chico asintió.

—Debe ser, no encuentro otra razón para que nos dejen juntarnos. Supongo que esto cuenta como el fin del castigo —le dijo Andrea. Y en efecto, poco después vieron la limusina de los Maureilham acercarse a la entrada de la escuela. Era hora de viajar a Béziers.

Hacía mucho que no reía ni sonreía tanto. O sea, con los chicos de su salón de clases se llevaba bien, pero con los de la orden era distinto. Ellos tenían algo especial, habían vivido algo asombroso y aterrador a la vez. Ni hablar de eso de que algún día iban a salvar el mundo, más increíbles no podían ser. Pero durante el camino al aeropuerto y luego a Béziers apenas hablaron de la orden, estaban más concentrados en ponerse al día de sus asuntos personales.

Como Julius que ya hablaba mejor el español, y por eso pasaría las vacaciones en Madrid con el abuelo para practicar. O Andrea, que ya estaba preparándose para la universidad. Se suponía que iba a estudiar Economía como su madre, pero al final la orden decidió que sería ingeniera informática pues eso le iba mucho mejor. Silvain ya había empezado a estudiar alemán, y según él no le gustaba mucho, pero también iba a pasar unos meses en Berlín para practicar.

—¿Y tú no viajas para vacaciones? —le preguntó Julius, y él asintió.

—No me han dicho todavía, pero mamá insinuó que podríamos irnos a Londres un par de meses. También quiere que practique mi inglés, y pues está bien —contestó. Él hubiera preferido ir a Estados Unidos, los ingleses siempre le parecieron unos aburridos. Pero bueno, mejor así. Al menos se divertiría en otro país.

—¿Ya les contaron de lo otro? —preguntó Silvain, y tanto Julius como él lo miraron sin entender—. ¿En serio? Seguro que hoy les avisan. Es sobre el entrenamiento para batalla.

—¿El qué? —preguntó él.

—¿Cómo ninjas? ¿Así? —Julius por poco se pone a saltar en su asiento, y él estaba con la boca abierta. ¿Lucha? ¿En serio?

—Silvain y yo tenemos entrenamiento no tan básico en defensa personal —explicó Andrea. Ah, y él ni enterado—. Los menores de la orden reciben ese tipo de entrenamiento a partir de los doce. Luego, si es necesario, ya se especializan en algún tipo de arte marcial, o un entrenamiento tipo militar.

—En especial los que serán rastreadores de la orden —agregó Silvain, sonriente—. Y como yo seré de esos, pues tengo que aprender. Solo que a Andrea y a mí nos han avisado que no solo van a darnos entrenamiento en combate, también en armas.

—¡Qué! —Exclamaron los dos niños a la vez. No se la creía, ¿qué serían? ¿Cómo agentes secretos? ¡Increíble!

—Pues si —continuó Andrea—. Nos van a enseñar a disparar y eso, también a usar otro tipo de armas blancas. Cosas para defendernos, y yo creo que está muy bien. Quiero decir, no podemos matar inmortales, pero sin duda podemos dispararles y huir antes que empiecen a hablarnos y arruinarnos el cerebro, ¿no? —Alain asintió convencido. Por supuesto, eso estaría muy bueno. Él, por ejemplo, estaría encantado de dispararle a ese desgraciado de Ismael.

—¿Y nosotros qué? —les preguntó Julius—. ¿También seremos ninjas?

—Nos mencionaron que ustedes empezarían antes el entrenamiento de defensa personal, no a los doce como el resto —respondió Andrea—. Así que supongo que será después de regresar de vacaciones.

—¡Qué genial! —exclamó Julius muy animado—. Ya quiero jugar a las luchas, va a estar súper.

—No creo que sea tanto como jugar... —murmuró Alain, pero tampoco quiso matarle la ilusión a su amigo. No, eso sería en serio. Porque si no sabía defenderse podía acabar muerto en un futuro.

En ese momento todos comían con calma una barra de Snickers que cogieron de la reserva del señor Antoine. Volaban hacia Béziers sin ningún contratiempo, ni siquiera hubo turbulencias. Y se quedaron callados un momento, disfrutando su barra de chocolate. 

Pero Alain quería saber algo, y ese algo era muy importante. Tal vez incómodo, pero necesario. Después de todo, habían arriesgado mucho por eso.

—Oye, Silvain —empezó a decir despacio—. ¿Y cómo está tu mamá?

Tal vez fue su impresión, pero a él le pareció sentir un silencio incómodo. Silvain no contestó de inmediato pues tenía la boca llena, pero al mirar a Andrea de lado notó que ella estaba sorprendida con su pregunta. Tal vez se pasó de imprudente.

—¡Bien! —contestó el chico entusiasmado, algo que lo alivió de inmediato. Había pensado que lo arruinó todo con su pregunta—. Digo, sé que no es la misma de antes, pero ha mejorado mucho. Hasta ahora no ha tenido ningún episodio de esos, ya saben. —Ellos asintieron. Le daba nervios de solo recordar sus gritos esa tarde—. Ya no está en cama todo el día, quiere hacer cosas. Está más animada, quiere trabajar. Obvio que tenemos gente de la orden monitoreando sus avances, va a la psiquiatra y eso. Pero dentro de todo está bien.

—Me alegro mucho —le dijo él con sinceridad. 

—Qué bueno —agregó Andrea—. De verdad, me alegro mucho por tu familia. Tú te ves más contento.

—Sí, yo estoy tranquilo. Quiero decir, trato de no estar muy contento y tomármelo con calma, pero es imposible —continuó el chico, mientras intentaba disimular su sonrisa—. Es increíble que ella haya vuelto, pero... —En ese instante bajó la mirada y se encogió de hombros.

—¿Qué pasa? —preguntó Alain.

—Es que sé que no va a durar para siempre —dijo por lo bajo—. Ya me lo han dicho, que tengo que ser cauteloso y no confiarme del todo. Ahora está bien, pero algún día todo empezará a cambiar y puede que sea como antes. Actea no es una encantadora. Hizo bien, pero así no funcionan las cosas.

Se hizo el silencio. Alain no quiso decir nada, pues sabía que su amigo estaba en lo cierto. Él mismo lo leyó en los diarios de Jehane. Ella volvió a hundirse en la desesperación y la melancolía tiempo después de que Actea aliviara su encantamiento. Algo que de seguro le pasaría a Carole Chastain.

—Bueno, pero por ahora disfrútalo, ¿no? —le dijo Andrea—. Quién sabe y eso tarde mucho en pasar. Hasta entonces, sean felices.

—Lo intentaré —contestó el chico sonriendo de lado.

El resto del vuelo lo pasaron sin sacar temas tristes o complicados. Mejor así, preferían disfrutar su reencuentro. Tuvieron un aterrizaje tranquilo, y luego se dirigieron hacia la movilidad que los esperaba para ir a Maureilham. Ah, era casi como la primera vez. Alain se preguntó qué anuncios les darían ese día, ojalá nada grave.

Al entrar vio a los niños y muchachos que conoció en su primera visita, solo que esa vez ya no se sentía fuera de lugar ni tímido. Los saludó tranquilo, y ellos devolvieron el gesto. Todos hablaban de donde viajarían en esas cortas vacaciones para practicar el idioma, al parecer ese nuevo año 2001 la Orden había decidido que era prioridad el tema de los idiomas. 

Los hicieron pasar al interior de hotel, y en el camino, Alain buscaba a mamá con la mirada. La vio a lo lejos, conversaba con Jerome, y luego se separaron. Cuando quedó a solas, Alain se excusó y se acercó a saludarla. Ella lo recibió con un beso en la frente y una sonrisa.

—¿Qué tal tu vuelo, cariño? —preguntó ella mientras le acomodaba los cabellos.

—Todo bien, ni me di cuenta. Se me pasó la hora conversando.

—Ya me imagino, ustedes juntos son un terremoto —bromeó Audra. Y él no podía contradecirla.

—Mami, ¿habrá noticias malas?

—Ehhh... —A ella le cambió el gesto. Eso fue suficiente respuesta—. Será mejor que escuches con calma.

—Entonces sí —dijo con pesar. Y él tan animado que estuvo.

—Cariño, solo debes saber una cosa. Hicimos lo que pudimos, pero las cosas pasaron. A veces debe ser así, no hay alternativa. A veces no hay opciones.

—Si tú lo dices... —respondió desanimado. 

—¿Vas a entrar al auditorio? Aún queda algo de tiempo, si quieres podemos ir a comer algo, ¿te parece?

—No tengo mucha hambre, pero quiero ir al baño —comentó. Tan distraído estuvo conversando que ni le prestó importancia a eso. La vejiga le iba a explotar—. ¿Sabes dónde es?

—Claro, ve por ese pasillo, luego a la izquierda. Vas a encontrar las señales.

—Entonces voy, no tardo —anunció, y se dio la vuelta.

Y en efecto, al final de ese pasillo encontró la señalización que lo condujo hasta el baño de hombres. Hizo lo que tenía que hacer, y se lavó las manos. No había nadie allí, estaba solo. O eso creyó, hasta que escuchó que se abrió la puerta de entrada. Ni siquiera tuvo intención de ver quién era, no le importaba. Pero vio por el rabillo del ojo una figura muy familiar, así que se giró por completo. Era François Chastain.

No lo veía desde esa tarde en su casa, y de verdad no sabía qué cara poner. Sobre todo porque estaban solos, y eso era algo incomodo, considerando que la última vez que se vieron mintió para salvarle el pellejo delante del Gran maestre. Y con el hombre bloqueando la salida iba a ser muy difícil escabullirse.

—Así que acá estabas. Hola, Alain. Te estuve buscando en el auditorio —le dijo, y sonó amable en realidad.

—Hola —contestó nervioso, apenas le salió la voz.

—¿Podemos hablar un momento?

—Bueno... —Le dijo al tiempo que asentía. Eso ya lo estaba asustando un poco.

—Te preguntarás por qué te busco, y la razón no es tan sencilla. Me temo que tenemos un secreto tú y yo que puede correr peligro. —Alain tragó saliva.

Ah no, eso estaba muy raro. Más que eso, sospechoso. ¿En serio era François Chastain el que estaba frente a él? Porque por su forma de hablar, y lo que dijo, no le pareció así. Ay no... Es que no podía ser que...

—¿Nikkos? —preguntó con temor, lo dijo casi sin pensar.

Una parte de él estuvo segura que tenía un inmortal al frente. Pero cuando el hombre escuchó sus palabras solo suspiró con cierta resignación, hasta se llevó las manos a la cadera y se inclinó un poco.

—Ya sabía yo que ese cretino estaba metido en todo esto —comentó.

Así Alain se enteró que acababa de arruinar su plan secreto con el inmortal en un segundo. Por poco entra en pánico, palideció. No, ese no era Nikkos. Era el señor Chastain enterándose que todo fue un plan de Nikkos.

—Señor, por favor...

—Si, tranquilo. No le diré a nadie. No tienes que ponerte así —dijo, pero eso no lo hizo sentirse muy aliviado—. Conozco al inmortal más de lo que puedo admitir en público, y espero que esto quede entre nosotros —él asintió. Secreto por secreto, parecía ser un buen trato—. Supongo que es por el hecho de que siempre se me ha dado bien encontrarlo, por más escurridizo que sea. Y a él le hace gracia eso, yo creo que hasta se muestra a propósito. Pero es listo, no me caben dudas. Creo que, a pesar de sus comentarios hirientes, su excesivo gusto por el drama ajeno y todo lo extraño que lo acompaña, es el tipo más listo que jamás he conocido.

—Yo creo que sí —contestó él—. Se infiltró en la orden.

—¿Y la forma de quienes tomó?

—De Jerome y de usted —le dijo, y el hombre se mostró algo sorprendido.

—Pedazo de desgraciado —murmuró—. Este tipejo no tiene límites, ya te digo. ¿Y qué pasó entre ustedes?

—Es ultrasecreto. —De lo nervioso que estaba hasta acabó soltando una de las palabras clásicas de Julius. El hombre solo arqueó una ceja, pero no quiso insistir mucho.

—Ya me imagino. No es necesario que me digas más, fue él quién te dio el dato sobre la llegada de Actea, ¿verdad? —Asintió—. Para variar le tengo que agradecer a ese tipejo que mi esposa esté a salvo, inaudito.

—¿Ustedes se llevan mal?

—Tengo cuarenta años, y me sigue llamando niño. No puede decir ni una palabra sin ser condescendiente, o dejarme en ridículo. No puedes decir nada sin que te refute en toda su sapiencia. Es lo más irritante que puede existir.

—Es verdad. —Y eso no lo ponía en duda. Alain se sintió como estúpido delante de él todo el tiempo que hablaron.

—De igual forma te agradezco lo que hiciste por Carole, al final quién decidió ponerse manos a la obra y arriesgarse fuiste tú. Con Nikkos me las arreglaré otro día.

—¿Podría no decirle que se me escapó que nos conocimos? 

—No le diré nada a nadie —aseguró François—. No me gustaría conocer una versión de Nikkos irritado porque le dan la contra, o no obedecen sus instrucciones.

—Yo tampoco.

—Sea como sea, quiero que tengas en claro algo. No te puedes fiar del todo en él, jamás. No importa lo que diga para ganarse tu confianza, o lo que haga. Nunca bajes la guardia, porque a Nikkos solo le importa él mismo, ¿lo entiendes?

—Lo tomaré en cuenta —murmuró.

En realidad, el trato que tenía con Nikkos era para beneficiar al inmortal, así que no creía que el cambiante sea capaz de arriesgar su propio pellejo por nada. Al menos en eso era sincero, pero el señor Chastain tenía razón. No iba a fiarse del todo de él. ¿Y si eso del trato no fue otra cosa que un truco? ¿Y si Esmael estaba al tanto? ¿Qué haría entonces? No quería ni pensarlo.

—Vamos a olvidar esto. Yo guardaré tu secreto, y tú el mío.

—Claro —contestó Alain.

Era lo mejor, nadie de la orden podía enterarse que Nikkos se había acercado a dos de sus miembros, y que tenía un trato con ambos. ¿Qué tipo de trato tendría el padre de Silvain? ¿Algo relacionado con la supervivencia del inmortal también? Era probable, y seguía sin agradarle. Todo eso parecía un juego de Nikkos, uno en el que los tenía manipulados como marionetas.

—Ya se hace tarde, es hora de ir al auditorio.

—Si, claro. Ya voy. —Alain dio unos pasos hacia la puerta, el hombre se hizo a un lado para dejarlo pasar. Pero el niño se detuvo justo antes de salir—. Ehh... Señor Chastain, ¿de verdad es muy malo lo que nos van a decir hoy? —El hombre asintió. Al parecer no solo era malo, sino malísimo.

—Bueno, no he dormido desde ayer. O no sé desde cuando en realidad. Vengo de Rusia. Ya te vas a enterar.

—Ajá... —Respondió asustado. Ya lo tenía. La mala noticia se trataba de los niños profetas de Rusia. De Svetlana.

Alain apresuró el paso para llegar al auditorio. Al entrar buscó con la mirada a sus amigos, pero al final tuvo que sentarse donde pudo, pues Jerome acababa de subir al podio para anunciar que la reunión iba a empezar. El niño no quería llamar la atención, así que se movió despacio entre los asientos, y logró acomodarse lo más cerca posible al resto. Apenas escuchaba las palabras de bienvenida de Jerome, su mente estaba en otro lado.

El hombre hizo un breve repaso de las novedades de los últimos meses. Como la difusión del hallazgo de las memorias de Mireille. El estudio de estas se encontraba a cargo de la Universidad de Yale, pero profesionales de Francia fueron convocados para ayudar en la revisión del manuscrito. Entre ellos, unos cuantos miembros de la orden. Fue así que se enteró de que había historiadores respetados en sus filas. El reporte trataba de eso, de un adelanto del estudio del manuscrito.

Sí, se trataba de los pergaminos originales escritos por Mireille de Maureilham. Algunos se dañaron con el pasar de los años, otros fueron reescritos pues el pliego original se dañó. Pero se trataba de la historia real de Bruna y la primera orden. Una versión diferente a la que tuvieron.

—Tal vez se trata de eso —comentó Jerome—. Bruna quería contar su historia al mundo, a nosotros en especial, pues ella sabe bien que algún profesional de la orden revisaría el texto. Durante años hemos trabajado con la versión de Arnald. Pero Arnald fue solo un espectador lejano de la vida de Bruna. No la conocía lo suficiente para darnos una imagen real de ella.

»Y aunque Mireille, con toda seguridad, pasó su vida entera bajo encantamiento, tiene otra versión de los hechos. Una que se complementa con la de Arnald, pero bajo otra óptica. Una visión de mujer. Lo que han visto nuestros historiadores ha sido la verdad de una mujer que sufría, que fue relegada y utilizada por años. Incluso palabras de la misma Bruna que Mireille cita, cosa que creemos verosímil, considerando la cercanía de ambas.

»Arnald nos hablaba de los hechos como si de un cantar de gesta se tratara, enfocándose en la caballería, en cuestiones de honor, y en la trágica vida de dos amantes separados por el destino. Mireille también cuenta esa historia, pero reflejando los temores propios de su género en aquella época. Temores que, desde luego, compartió la misma Bruna en algún momento.»

Nadie rebatió eso, ni siquiera Silvain, que siempre se ponía molesto cuando hablaban de Bruna. Y sí, eso Alain lo entendía. No había versión de Bruna, ni siquiera la versión de Mireille lo era, porque fue escrita por otra persona. ¿Y en verdad quería una versión de la encantadora? ¿Algo que la excusara? ¿Qué la hiciera ver menos miserable? No lo creía. Por eso levantó la mano para preguntar.

—¿Si, Alain? ¿Qué quieres saber? —preguntó Jerome desde la tarima.

—¿Qué hay de la versión de Jehane? —le dijo—. Bruna no parece nada buena en ellas.

—Excelente pregunta. Son diferentes versiones. La de Mireille es el reflejo de una Bruna humana. Los diarios de Jehane son el reflejo de una inmortal en transición, hasta que se corrompe por completo. Por eso necesitamos ambos, así podremos entender mejor a aquella inmortal y saber a qué nos enfrentamos.

»Por supuesto, los profesionales de Yale se toman su tiempo. Nosotros ya hemos invertido en la investigación usando la imagen de una organización cultural francesa. Así que pronto, me temo que a mediados del 2002, tendremos la primera traducción completa. Y claro, ustedes también tendrán la oportunidad de leerla, les haremos llegar una copia.»

Hubo aplausos de aprobación, hasta él imitó eso. Si, bueno, en realidad Alain también quería leer. Pero más le importaba leer lo que Jehane escribió para él, o saber qué rayos le estaba ocultando la orden. Porque parecía que les iban a comunicar algo grave, pero hasta el momento todo había sido muy alentador en comparación a la última reunión. 

Alain en serio pensó que la conferencia acabaría allí, pero de pronto se cambió la proyección. Ante sus ojos apareció una foto que ya había visto antes. Stephane y Svetlana.

—Ahora hay algo importante que debemos comunicarles —dijo Jerome más serio, y todos los que se habían relajado en esos segundos de receso se pusieron más serios.

—Ay no... —murmuró él. Ya casi podía escucharlo, lo intuía.

—Durante estos meses estuvimos vigilando a los niños profetas a una distancia prudente para no llamar la atención de La agencia. Incluso estamos seguros de que ellos no detectaron nuestra presencia, y estábamos decididos a hacer contacto. François Chastain viajó hace unas semanas a San Petersburgo para contactar a los Oblonsky, se había decidido ponerlos bajo nuestra protección. Teníamos una generosa oferta de dinero para ellos, cosa que sabíamos no iban a rechazar. Eso no sucedió. Nuestros rastreadores detectaron la presencia de cazadores de La agencia.

Jerome hizo una pausa, tiempo suficiente para que un murmullo se generara entre los menores del auditorio. Todos presentían lo siguiente que iban a decirles, podía notarlo en el temor que los recorría. Incluso logró mirar las expresiones de Silvain y Andrea, quienes parecían los más preocupados de todos. Y él solo estaba ahí, quieto. Porque algo malo que había pasado a la niña que sería parte de su equipo en el futuro.

—La agencia actuó con la rapidez de siempre. Irrumpieron en el hogar de la familia e intentaron secuestrar a los niños. Algunos de nuestros rastreadores quisieron impedirlo, pero uno de ellos fue herido de gravedad y aún se recupera de sus heridas. Ellos superaban en número a nuestro equipo, no pudimos hacer más. La agencia tiene a Stephane y su padre, su paradero es desconocido de momento. En cuanto a Svetlana, ella escapó a tiempo con su madre, pero el cadáver de esta ha sido encontrado hace unos días, y no hay rastros de la niña. Es probable que La agencia también la tenga, pero no estamos seguros. Las labores de búsqueda continúan, pero...

Alain no se dio cuenta en qué momento las palabras de Jerome dejaron de escucharse con claridad. En el fondo él sabía lo que había pasado allí, lo que la orden les estaba ocultando a los demás. Sí, seguro que hubo un enfrentamiento, seguro que intentaron salvar a los niños. Pero no actuaron antes porque sabían que eso iba a pasar, y tal vez se arrepintieron demasiado tarde. Porque todos sabían que a Svetlana le tenía que pasar algo terrible para que las profecías se cumpliesen, y por eso dejaron que pasara. 

¿De quién fue la decisión? ¿Del abuelo de Julius? ¿De gente que no conocía? No creía que Jerome o mamá tomaran esas decisiones, ellos solo daban la cara. ¿Quién fue tan cruel para no intentar salvar a unos niños?

Molesto, Alain miró hacia el lado donde estaban sentados los adultos. Todos mayores, algunos de la edad de Antoine o menos. La verdadera cúpula de la orden. Los que dejaron que papá fuera a recuperar los diarios y no intentaron detenerlo, los que seguro dejaron enferma a la mamá de Silvain por años sin preocuparse más por ella. Los que habían dejado que a Svetlana le arruinaran la vida. Así que no pudo soportarlo más, ya no quería estar allí. No solo porque sentía rabia por eso, sino porque se lo prometió a Actea. Con él todo sería diferente.

Alain Bordeau se puso de pie, y en cuanto se dieron cuenta, todos se voltearon a mirarlo. Jerome detuvo su discurso, lo miró a los ojos. No, él no tenía la culpa. Él solo le contaba las cosas que decidían los otros. Así que se giró a verlos, y estos lo miraron también.

—Yo no les creo nada —dijo en voz alta, molesto.

Hacía mucho que no se sentía así. No era rabia solo por lo que acababa de enterase, sino por papá. Por todos los que murieron y sufrieron para que las profecías se cumpliesen.

Así que les dio la espalda, y sintiendo todas las miradas tras él, abandonó la sala sin dudarlo. Ya estaba harto de mentiras.


***************


Alain se autoexilió el resto del día en la habitación que compartía con su madre en el hotel, que era la misma de la vez anterior. Como mamá no apareció a regañarlo supuso que, o bien estaba muy ocupada, o en realidad aprobaba su mensaje. Mamá siempre se había mostrado orgullosa cuando él se ponía de rebelde con asuntos de la orden.

Ni siquiera bajó a cenar, por más hambre que tuviera, más fuerte era su orgullo. Así que se conformó comiendo algunas galletas y chocolates que había en el frigobar. Una parte de él estaba a punto de rendirse por el hambre, pero entonces se puso de pie de golpe cuando mamá abrió la puerta.

—Hola, cielo —le dijo muy tranquila, como si no hubiera pasado nada—. Lo siento, estuve de reunión en reunión hoy. Te prometo que cuando regresemos pediré algo del servicio de habitaciones, ¿si? Lo que tú quieras.

—Sí, mamá —contestó él, aunque no se le pasó un detalle—. ¿A dónde vamos?

—Al despacho principal, sígueme.

Ah, eso ya lo había vivido. Estaba seguro de que le iban a llamar la atención por irrespetuoso, y no le importaba, que lo castigaran si eso querían. Así que caminó tranquilo al lado de su madre hacia el despacho que ya conocía, y se preparó. Solo que acabó llevándose una sorpresa, pues no era el único allí. Sentados frente al gran maestre estaban también el señor François y Silvain.

—Buenas noches, Alain. Adelante, toma asiento —le dijo Antoine, y él que no entendía nada, solo obedeció.

—Buenas noches —murmuró, y se sentó al lado de Silvain. Intercambió una mirada con este, y el chico se encogió de hombros. 

—Se preguntarán por qué los mandé a llamar —continuó el gran maestre, y ellos dos asintieron—. Quiero que sepan que esto no tiene relación con los eventos relacionados a tu madre, Silvain. Tampoco tiene que ver con lo sucedido hoy en el auditorio —le dijo a él—. De eso hablaremos en otra oportunidad. Lo que los trae aquí es algo importante, y que de momento solo les concierne a ambos. Pero primero, necesito que se pongan estos guantes —agregó señalando una caja que dispensaba guantes de latex, como los que usaban los doctores. O al menos eso le pareció. Sin atreverse a preguntar, ambos obedecieron las indicaciones del gran maestre.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Alain.

—Hace poco terminamos la primera traducción de los diarios de Jehane, y pronto empezaremos el proceso de revisión. En una parte del manuscrito, Sybille de Montpellier menciona que hay información importante que no puede ser revelada bajo ninguna circunstancia, y que la existencia de cierto pergamino con un mensaje escrito por ella misma se debe mantener en secreto hasta este momento. Se trata de un mensaje para todos nosotros, pero solo tú, Alain, puedes abrirlo.

—¿Yo? —preguntó él sorprendido. ¿Más secretos? ¿Más responsabilidades? ¿En serio?

—Eres el niño de las profecías después de todo, y el mensaje que Sybille es para que en un futuro hagas lo que consideres necesario con este.

—Ajá... —musitó sin entender de qué iba todo eso.

—¿Y qué hay de mí? —le preguntó Silvain. 

—Ahora que tenemos todas las piezas entendemos lo que pasó en verdad —empezó a explicar el gran maestre—. Jehane le entregó ese pergamino a la persona en la que más confiaba en ese entonces. Caleb de Entenza. Al parecer le hizo jurar que guardaría el secreto, que se pasaría de generación en generación, y así se ha hecho hasta ahora. Tu padre era quien custodiaba este secreto, y cuando unimos a los Chastain a la orden lo hicimos sabiendo que tenían un documento importante. Apenas ahora tenemos la verdad acerca de la naturaleza de este.

—Ah... Vaya —dijo el chico sorprendido—. Lo que convierte al pergamino ese en mi herencia o algo así, ¿verdad? —Antoine asintió.

—Así es. Pero ha llegado el momento de abrirlo, y ya nuestros profesionales en restauración se encargarán. El pergamino está en perfecto estado de conservación, y no ha sido abierto hasta ahora. Roguemos para que su contenido sea legible.

Así que, sin más preámbulos, François se puso de pie. Llevó ante ellos un cofre, y lo abrió mostrándoles el pergamino. Si, estaba sellado, aunque el sello parecía a punto de quebrarse. A pesar de lo viejo que era, Alain reconoció el escudo de armas de Saissac, lo había visto varias veces desde que empezó a estudiar historia. Se dio cuenta de que estaba temblando, pero de emoción. 

—Ábrelo, Alain —le pidió el gran maestre—. Rompe el sello, nosotros nos encargaremos del resto.

—¿Y se sabe qué puede ser? —preguntó él mientras llevaba la mano al interior del cofre con lentitud. Tenía miedo de arruinarlo todo.

—Lo único que Sybille mencionó fue que se trataba de un arma que podría salvarnos de la ira de Bruna. —Se quedó boquiabierto ante esa revelación. Se giró apenas un poco para mirar a Silvain, y este se encontraba igual de estupefacto.

—¡Ábrelo ya! —Lo animó su amigo, así que eso hizo.

A pesar de su temor inicial, sus dedos rozaron los bordes de aquel pergamino que bien podía deshacerse bajo sus manos. Lo que sí se deshizo fue el sello roto, fue un crujir suave que igual lo puso a temblar. Así que, despacio, Alain intentó abrirlo. Al final quién hizo el trabajo fue François, y se lo mostró a mamá para que pudiera echarle un vistazo. Él no entendía nada, pero ella lucía pensativa.

—Es oc —informó Audra—. Y es legible. No es mucho, así que creo que tendremos una traducción antes que acabe el mes. Hay mucho trabajo por hacer.

—Perfecto, eso quería escuchar —contestó Antoine.

—¿Puedo? —le preguntó Silvain, y el hombre asintió. Así que el chico tocó despacio los bordes del pergamino, y con suavidad lo abrió un poco más para leer un poco—. Solo leo algunos nombres —les dijo—. Sybille, Bruna, Guillaume... Ismael.

—Vaya... —murmuró Alain. Sin duda, cualquier cosa relacionada al asesino de su padre le interesaba y mucho.

—Gracias por su participación en esto, muchachos —continuó el gran maestre—. Como bien saben, la labor a partir de ahora le corresponde al área de investigación. Pero descuiden, ustedes dos obtendrán la traducción lo antes posible. Serán de los primeros en leerla.

—Uff, qué bueno. Me iba a morir de la curiosidad si no —comentó Silvain.

—Gracias por enseñarnos esto, señor —agregó él.

—No es nada, Alain. Es lo que les corresponde. En realidad les pido disculpas a ustedes por darles una responsabilidad más. Ya tienen suficiente con lo que les ha tocado vivir —dijo el hombre para su sorpresa. No podía creer que en serio les estuviera pidiendo perdón.

—Es lo que hay, ¿no? —le dijo Silvain despreocupado—. Así es como deber ser, o al menos es lo que ustedes siempre dicen.

—Puras mentiras que ya no creen, en palabras de Alain. —Sin querer se sintió avergonzado al escuchar eso. Y él que fue allí tan decidido a plantar cara por su decisión de irse del auditorio.

—Yo no dije eso. Dije que ya no les creo nada —contestó, se estaba poniendo rojo de vergüenza—. Porque sé que nos ocultan cosas, ¿no?

—Cierto —confirmó el gran maestre—. Pero algún día lo sabrás todo. La verdad real sin suavizarla para niños. Y entonces podrás juzgarnos.

—Supongo que si —le dijo pensativo. Por supuesto que quería saber qué pasó con Svetlana en verdad. ¿Siquiera la estaban buscando? ¿O eso fue mentira también?

—Ya pueden retirarse. Estarán al tanto de la traducción de este pergamino. Y como siempre, les pido a ambos absoluta discreción.

—Así será —contestó Silvain, y él solo asintió. Tampoco tenía de otra.


****************


Un día como ese murió papá. No podía creer que había pasado casi un año desde que entró a la orden, desde que conoció a Jehane. Y desde que él se fue para siempre. 

Las veces que durante el año mamá le había dicho que iría a poner flores a la tumba nunca quiso acompañarla, pero esa vez sí. Quería visitar a su papá, aunque no estaba seguro de si iba a servir de algo. Bajo la tierra sobre la que él estaba parado solo quedaban sus restos, no él. Papá existía de otra forma, y lo observaba desde ese otro lugar.

Pero ese día no solo era diferente porque él tuviera tulipanes en las manos. Era diferente porque leería en voz alta por primera vez la traducción de ese documento secreto que les dejó Sybille. La traducción estaba completa, él y mamá hablaron de eso. Decidieron que sería simbólico leer algo muy importante que seguro Jean-Paul Bordeau hubiera estado encantado de traducir. Además, también era el día de su cumpleaños, y como seguro era una noticia buena para todos en la orden, sería también como una celebración.

Una celebración muy rara. No había nevado ese día, pero la tierra estaba húmeda. Era una mañana oscura y algo tétrica. Tampoco había mucha gente en el cementerio a esa hora, pareciera que él y mamá estuvieran solos allí. 

Alain dejó primero los tulipanes en la tumba, mamá se encargó de limpiarla. La habían rodeado de flores bonitas, no fueron los únicos que pasaron por allí esa mañana. De seguro el resto lo dejaron miembros de la orden, quizá hasta Jerome.

Así que ahí estaba, frente a la tumba de papá. Lo extrañaba tanto. No había día que no le pareciera que él estaba allí. Cuando sin querer hacia mucho ruido en su habitación, de pronto se sentía culpable porque papá siempre se quejaba de que no lo dejaba concentrarse con tanto escándalo. Luego recordaba que él ya no estaba, que podía hacer ruido y nadie iba a regañarlo. Ese era el problema, que alguna vez se enojó con papá por eso, pero un año sin él le había enseñado que hasta extrañaba cuando lo regañaba.

Todo el tiempo le parecía escuchar su risa. A veces se levantaba en medio de la noche pensando que los pasos en el pasillo eran él acercándose para cubrirlo con la manta. También soñaba con él, con su voz. A veces esos sueños eran tan reales que despertaba llorando, pues no quería que acabara.

Así que Alain se secó las lágrimas, porque seguro papá lo estaba mirando en ese momento y se sentía triste por verlo llorar. Iba a ser un buen niño, y luego un buen hombre. Haría que todo valiera la pena, incluso su muerte. Así se lo prometía en ese momento delante de la tumba.

—¿Ya quieres empezar? —preguntó mamá, y él asintió. Moría de ganas por saber la verdad escondida en ese pergamino.

Mamá sacó un papel doblado en cuatro, no fue mucho lo que Sybille escribió. Antes de empezar a leer lo cerró con rapidez. Tenía la respuesta en la mano, pero una parte de él tenía miedo de saber. Ese año de revelaciones le había enseñado que mientras más sabía, peor era. Pero no era solo eso, había otra cosa que quería preguntar hace mucho. De hecho, moría de ganas por saberlo, y pensó que nadie le iba a decir nada. Podía intentarlo esa vez, claro. Solo para saber si era posible. Solo una vez más antes de rendirse.

—Mami...

—¿Qué pasa, cielo? 

—¿Qué pasó con Jehane? No sé nada, y si ya terminaron de traducir los diarios significa que sabes todo, ¿verdad? —Audra asintió. Él ya se sentía ansioso—. ¿Me puedes contar?

—Puedo —respondió, dejándolo sorprendido. A ese punto ya sentía que el corazón le latía fuerte, que le iba a explotar en el pecho—. Te enteraste de algunas cosas por error, por ejemplo, que Jehane sufrió abuso de parte de Esmael. Eres muy joven para entender esas cosas, no quise que lo supieras, pero ya es muy tarde. Y la vida de Jehane luego de aquel suceso no fue nada fácil.

—Él... Esmael... ¿Él se la volvió a llevar? —preguntó con miedo. Ay, ¿para qué preguntó? Debió quedarse callado y esperar, mamá tenía razón.

—No, y no sé si decir si eso fue una suerte. Al menos él la hacía olvidar su dolor. Es nauseabundo tener que decir algo como eso. —Mamá suspiró. Bien, eso ya pintaba catastrófico—. Jehane cumplió la palabra que le dio a Amaury años antes, le entregó su carta a Guillaume. Cuando este supo la verdad sobre Bruna, entre otros detalles que desconocemos, sus sentimientos a ella fueron cambiando. Dejó de quererla, y eso Bruna no pudo soportarlo.

—Ohh... —murmuró apenas.

—¿Sabes lo que pienso? Que Guillaume fue la única forma que tuvo Bruna para aferrarse a su humanidad y no enloquecer. Para ponerse límites e intentar causar el menor daño. Pero cuando lo perdió a él, lo olvidó todo. Por eso llegó a ese nivel de crueldad.

—¿Qué hizo?

—Se vengó de Jehane y de Amaury, no voy a darte detalles, no es sano que lo sepas ahora. Se las ideó para alejar de ella a todos los que amaba, para aislarla y destruirla por dentro. Cuando de Jehane ya no quedó nada, cuando ella fue a Antioquia a entregar sus memorias y pensó que al fin encontraría la calma, Bruna le mandó una carta. Al parecer en ella le advertía que Esmael iría a buscarla, pero Jehane no lo tomó de esa manera. Perdió la cordura.

—¿Cómo sabes que Bruna intentó advertirle? —preguntó asustado.

—En los últimos pliegos escritos por Jehane nada es muy claro, no se sabe bien lo que pasa con ella. Alodia Bordeau escribió algo más para ti, para aclarar tus dudas sobre lo que le pasó a Jehane. Y dejó en sus memorias una carta que recibió de la misma Bruna.

—¿Qué? —Casi se le escapa un grito. Esa no se le creía—. ¿Y qué quería? ¿Seguir molestando?

—Bueno, digamos que de alguna manera quiso dar su descargo de los hechos. Al parecer algunas de las cosas de las que Jehane la culpó no fueron su responsabilidad. Y sí, en parte intenta excusarse.

—No lo logró, ¿verdad? No le creíste nada. —Su madre torció los labios. Siempre hacía eso cuando no estaba segura de algo.

—Creo que mucho del daño que Bruna le hizo a Jehane no fue intencional. De niña, por ejemplo, el encantamiento nunca fue un problema para Jehane. Ella era feliz siguiendo a Bruna, la idolatraba. ¿Sabes qué pienso? Que una inmortal en transición es muy peligrosa, por eso Esmael la quiso de su lado apenas se convirtió. Dejar suelta a alguien que no controla su poder puede hacer mucho daño. Y ella lo hizo hasta que aprendió dominarse a medias.

—¿Entonces crees que es inocente?

—No, para nada. Es responsable de todo en mayor o menor grado, pero dudo que a ella le importe a estas alturas. Supongo que en ese tiempo aún le importaba, no quería quedar como la mala de la historia.

—Igual creo que lo es —dijo él, y mamá asintió.

—Lo importante es que tenemos una carta escrita de su puño y letra, al fin una versión de Bruna. Es poco, pero valioso.

—Ojalá la inmortalidad no fuera tan mala... —murmuró.

Solo había conocido en persona a dos de ellos. Nikkos, un cretino como dijo el señor François. Y Actea, agradable al fin y al cabo. Les dijo que no juzgaran a Bruna, porque cuando ella se convirtió fue igual de malvada que la encantadora. ¿Y si Bruna ya no era la de los diarios? ¿Si se había calmado y actuaba diferente? ¿Si no era tan mala después de todo? No quería averiguarlo, pero algún día no le quedaría otra que hacerlo.

—Mamá... Pero... ¿Qué pasó con Jehane? —insistió.

—Murió a los treinta y cinco años. —Apenas escuchó esas palabras, Alain se giró a verla.

—¿Tan joven? —preguntó con la voz entrecortada. En ese momento sintió que quería llorar.

—Cariño, recuerda que era la edad media. En realidad tuvo una vida larga, vivió más que muchos.

—Pero... Pero era joven igual —continuó él—. ¿Acaso estaba enferma? —Mamá negó con la cabeza—. ¿Entonces?

—Tuvo un accidente. Ya te dije que la última carta de Bruna la dejó muy perturbada, intentó escapar de la casa de los Bordeau en Antioquia. Se fugó por la noche, no pudieron detenerla. Al día siguiente la encontraron a las afueras de la ciudad, se tropezó con un pozo y cayó. Se rompió el cuello. Supongo que fue una muerte rápida.

Apenas mamá terminó de decirle cómo se murió Jehane, Alain ya no se aguantó las lágrimas y empezó a llorar. ¿Por qué? ¿Acaso no fue obvio todo el tiempo que Jehane moriría? Tal vez fue tonto al pensar que se iría de anciana, cómoda en una cama. No, ella murió enloquecida por culpa de todo el daño que le hicieron los inmortales. No podía dejar de pensar en todo lo que sufrió, en lo que se aguantó por seguir escribiendo para él. Esa noticia le dolió como si hubiera muerto apenas un día antes. Así lo sintió.

Su madre lo abrazó, y él se refugió en su pecho. ¿Por qué lloraba? ¿Acaso eso no era tonto? Seguro que algunos dirían que sí, que no tenía sentido. Menos sentido tendría admitir que de alguna forma él la quería. Como una hermana mayor tal vez. O como un ángel de la guarda que lo miraba desde ese otro lado. Le dolía mucho saber todo eso, no podía evitarlo.

Y así, llorando en el pecho de su madre, logró apartar el rostro y mirar hacia la tumba de papá. Hace un año lloraba justo allí, y de la misma manera. Ya tenía once, ya no era un bebé. Tenía que ser fuerte, lo iba a intentar. Así que Alain se guardó la pena que sentía un momento, se secó las lágrimas y se apartó de mamá. Aún tenía el papel con la traducción del pergamino de Sybille en la mano, solo que lo había arrugado un poco sin querer.

—Cariño —dijo mamá inclinándose un poco hacia él y secando sus lágrimas—. Es cierto que Jehane sufrió mucho, pero triunfó. Todo lo que hizo, toda su vida, tuvo un sentido. Te dejó sus diarios, has leído parte de ellos. Y eso —dijo señalando el papel— es otro más de los triunfos de Jehane. Hizo bien en dejarle le mensaje a Caleb, hizo lo correcto en arriesgarse a ir hasta Antioquia y dejarnos sus memorias llenas de profecías. Piensa de esa manera, que todo valió la pena.

—Si —musitó y volvió a secarse las lágrimas—. Creo que ya le voy a leer la carta a papá.

—Hazlo, él te está escuchando.

Alain se giró y miró la lápida de papá. Abrió despacio el papel y lo extendió. Seguía sintiendo pena por Jehane, pero mamá tenía razón. Ese era un momento importante.


Bruna,

Os escribo este mensaje el día en que vi mi muerte. No quiero perder la capacidad de escribir, así que he decidido arriesgarme a contaros algo que juré callar por el bien de todos.

Hace mucho vos y yo nos encontramos en Cabaret. Recuerdo bien ese día, la primera vez que os vi débil. Sabía en lo que ibais a convertiros, sabía que la oscuridad llegaría a vuestra alma. Por eso intenté humillaros, porque me dije que sería la única vez en que podría dañar a un ser poderoso. Me equivoqué. No erais un monstruo en ese entonces, y yo no tenía derecho de hurgar en la herida que tanto os lastimaba. Ese día, sin querer, nos enemistamos para siempre.

Una vez me dijisteis que si otras hubieran sido las circunstancias vos y yo pudimos ser amigas. Aún lo creo. Por eso, apelando a la bondad que sé que aún queda en tu corazón, os ruego que tengáis piedad.

Sabéis bien que solo vos estabais destinada a ser inmortal. En ese tiempo vos y Guillaume soñaron, ignorantes del destino, ser inmortales juntos. Mis visiones no eran tan claras como lo son ahora, y hasta yo pensé que la inmortalidad me daría un gran alivio, que viviría muchas vidas y que en todas podría alcanzar la felicidad. Y sí, vos y Guillaume pudieron beber de ese elixir. Pero estabais agonizando, el legado Arnaldo se acercaba, y Guillaume sintió la desesperación por salvaros. Se llevó apenas lo suficiente para un sorbo del elixir de la vida, y me dejó al lado de un verdadero monstruo. Ismael.

No culpo a Guillaume, en ese entonces nadie sabía lo que era capaz de hacer el inmortal, salvo por mí. Y en su desesperación, Guillaume olvidó que aquel inmortal era tan peligroso como el legado papal que quería daros caza. 

Confieso ahora que Ismael es el único responsable de que Guillaume no esté ahora mismo acompañándote en la eternidad. Él destruyó el elixir de la vida ante mis ojos, y me forzó a guardar silencio. Me amenazó, dijo que haría de la vida de todos un verdadero infierno si me atrevía a delatarlo.

Tuvo miedo, debéis entenderlo. Era joven, y ese demonio me aterrorizó con sus amenazas. Yo sabía lo que era capaz de hacer, y él me dijo que no quería cargar con vuestro odio el resto de sus días. Incluso en ese entonces él sabía que serías más poderosa que él en algún momento. Por eso Jehane se encargará de hacerte llegar este mensaje en un futuro cuando sea necesario.

Pero, Bruna, no es esa la única verdad que debéis saber. Fue Ismael quien urdió el plan para asesinar a vuestro joven primo Luc. Sé que os llegaron noticias del campo de batalla, que te dijeron que vuestro primo murió como un héroe. Lo que no te contaron fue que el asesino fue Nikkos, tomando la forma de Amaury de Montfort. Lo sé porque escuché a Ismael y Actea hablando en la iglesia. Ella le reclamaba su accionar, él contestaba despreocupado. 

Ahora sabéis que a pesar de que fue uno quien planeó todo para dañarte, Nikkos fue el brazo ejecutor. Y Actea, aquella que se dice vuestra hermana inmortal, también os oculta cosas. Ella sabía de los planes de Ismael para que sufrierais y os apartaras de una vez de la vida humana, pero decidió callar.

Supongo que todos cometemos errores. El mío ha sido callar, pero sé que entendéis que no deseaba ningún mal para mi hijo y nietos. Cuando los años pasaron y el futuro se mostró con claridad para mí, supe cuáles debían de ser mis acciones para conseguir la salvación del mundo. A veces pienso que fui cruel y que pude proceder de otra manera, pero ya es tarde para arrepentirme.

Sé que vos algún día también estaréis arrepentida, y sé que buscaréis el final a toda costa. Lo sé, lo dije una vez, y cuando leáis esta carta lo sabréis también. Sé que sientes que estáis en el fin de vuestros días, sé que sientes la culpa por la sangre derramada, por las mentes trastornadas, por el daño irreparable. Así habéis andando por el mundo, encantadora, destruyendo vidas a cada paso.

Por eso no le hablo a la Bruna de ahora, no a la Bruna que siente dolor y busca venganza. No, le hablo a la Bruna del mañana. La que está harta de este mundo y de su propia vida. A esa Bruna es a la que le pido piedad. Vuestros enemigos no son ellos, no son los muchachos que intentan salvar este mundo. No. Tus enemigos son tu propia raza. No Nikkos, no Actea. No Esmael, aunque lo odiéis tanto.

Es Ismael, siempre ha sido y será él. Lo he visto con claridad tantas veces que no puedo ni enumerarlas. Él intentará arrebataros esta verdad a como dé lugar, la buscará en las memorias de Jehane. Matará por esto, pero no lo logrará.

Queréis el final de todo, lo sé. Pero ese final no será otra cosa que la prolongación de vuestro sufrimiento si no hacéis lo correcto.

Tomad la mano del hombre que te entregue esta carta. Él ha esperado años para daros una verdad que se mantuvo oculta por siglos. Así que confía en lo que él va a deciros.

Se que haréis lo correcto.

Y sabéis bien que yo nunca me equivoco.

Sybille de Montpellier.


Alain ya no lloraba cuando terminó de leer la carta. Y así, de pronto, lo entendió todo. Ismael robó los diarios porque buscaba esa carta, mató a papá no porque le dio la gana, sino porque sintió rabia por no obtener lo que buscaba. En ese momento de seguro que existían cientos de copias de seguridad de esa carta de Sybille. Ismael nunca podría desaparecerlas todas.

Así que esa era el arma que les dio Sybille para detener a Bruna y salvar a la orden. Un arma que no era otra cosa que la verdad. Algo que la pondría del lado de la orden, y que además la haría irse en contra de Ismael. Tantos años pasó la orden teniéndole miedo a Bruna, y de pronto resultaba que él tendría que darle esa carta algún día. Y además convencerla que se pase a su bando.

El niño suspiró. Ni siquiera tenía idea de qué rayos iba a decirle a Bruna cuando llegue el momento, pero sabía que solo él podría hacerlo. Tenía que esperar, ¿no? Todo se aclararía algún día.

No se había dado cuenta en qué momento empezó a nevar. La nieve caía suave en sus mejillas, y las manos que sostenían la carta estaban temblando. Alain dobló otra vez el papel, y buscó un espacio entre la lápida y las flores para dejarlo allí. Después de todo, papá había muerto por salvar ese secreto sin saberlo.

Ojalá Jehane estuviera allí. Bueno, seguro que sí estaba. Así como papá, ella se arriesgó para que todas las profecías se cumplieran. 

La brisa que sopló en ese momento fue suave, como si le acariciara las mejillas. No fue difícil cerrar los ojos e imaginar que ella estaba allí, frente a él, mirándolo con una sonrisa. Feliz, porque su sufrimiento acabó hacía mucho, porque en ese mundo de almas no había una Bruna que la atormentara.

Jehane podía estar muerta, pero él la sentía cerca. Ella lo cuidaba desde su mundo, él quería imaginar que la abrazaba. Para él siempre viviría.


FIN

[Notas finales en el siguiente post]

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