29.- Promesa

Por alguna tonta razón, Alain pensó que tendría tiempo para planificar buenas excusas en el camino. ¿En el camino a dónde? Pues creyó irían de regreso a la mansión Maureilham, pero eso no pasó. Entraron todos a casa de los Chastain y allí esperaron. En "todos" no se incluía Actea. Ella miró a un lado y se dio la vuelta para alejarse del drama. Ni siquiera saludó a los adultos recién llegados.

Cuando los vio entrar, Silvain se puso de pie con su madre. Tampoco hubo saludos, solo la llevó del brazo a la segunda planta, ambos guardaron completo silencio. Luego los siguió el señor Chastain. Ellos tardaron una infinidad de tiempo en volver, o al menos así se sintió para los culpables. 

A él le desesperaba sentir la mirada de los adultos sobre él. Y ni siquiera mamá le hablaba, cosa que podía entender. Le mintió, le dijo que estaría jugando Play Station, y hasta le sacó dinero para una pizza que jamás comieron. Comer. Apenas pasó ese pensamiento por su mente sintió a su estómago rugir. Al final Actea tuvo razón con eso de que debieron comer en el hotel.

Después de una larga espera, Silvain y su padre bajaron por las escaleras. Obvio que a ninguno de los dos, en especial a su amigo, les hacía gracia dejar sola a la señora Carole cuando acababan de recuperarla. Pero entendían, como él y los demás, que lo que había pasado esa tarde no solo era grave, también alarmante. Y que no se irían hasta solucionarlo.

—Entramos todos en mi despacho —anunció François a llegar a la planta baja—. Síganme. Y disculpen el desorden.

El gran maestre iba por delante, luego avanzaron ellos, por detrás iban los adultos. Para ese momento Alain sentía que sudaba frío. 

Al entrar al despacho vieron que sí estaba algo desordenado, rodeado de pizarras con apuntes, pizarras de corcho con papeles pegados, y un escritorio lleno de carpetas con documentos. Apresurado, el padre de Silvain hizo las cosas a un lado, incluyendo una taza de café frío a medio terminar. El lugar ya estaba más o menos libre, y Antoine de Maureilham tomó asiento. Los adultos se pararon a su lado, y pues ellos entendieron que tenían que quedarse calladitos al frente, en la zona de los acusados.

—¿Y bien? ¿Alguien puede explicarme cómo empezó todo esto? —preguntó el hombre.

—Fue mi culpa. —Se escucharon varias voces a la vez, pues todos pronunciaron las mismas palabras. Hasta Julius. El gran maestre enarcó una ceja.

—Ah vamos, ya habíamos hablado de esto. —Silvain levantó la voz y dio un paso al frente—. Todo lo que ha ocurrido esta tarde ha sido mi responsabilidad, ellos son niños y no puede culparlos de nada. La beneficiada ha sido mi madre, yo lo propicié todo. Eso pasó, así que puede separarme de la orden si es como debe ser. A ellos no los toque.

—Discrepo —interrumpió Andrea, y se puso a su altura—. Fui yo quién usó herramientas no autorizadas para mi rango dentro de la orden, extraje información confidencial del sistema, y armé una ruta de rastreo. Y como ya dijo Silvain, somos los mayores. Somos los responsables de los niños, y si debe cumplir las directivas de la orden, que así sea.

—¡Eso no es justo! —gritó Julius—. Ellos me dijeron que me quede en la mansión y yo no quise, insistí mucho. Y también les di el dinero de mi mesada para el taxi, así que no se vale que los castiguen a ellos nada más.

—Si en esas estamos, yo soy el origen de todo —admitió Alain.

No quiso mirar a los ojos a mamá cuando dijo aquello, pensó que la estaba decepcionando. Ella le confió muchas cosas que jamás debió hablar. Además, se suponía que él iba a ocupar el lugar de su padre, no a arruinarlo todo. Por su mente pasó la idea de que papá también estaba decepcionado, y no quiso pensar en eso. Le dieron ganas de llorar.

—Yo les conté hace tiempo que Actea también podía aliviar un encantamiento, les di la idea. Y cuando me enteré que ella estaba en París, les avisé a todos —continuó él.

—A eso quería llegar —le dijo el gran maestre mirándolo fijo a los ojos—. ¿Cómo lo supiste? ¿Quién de los aquí presentes fue indiscreto? ¿Tu madre? ¿Jerome? Necesito que me digas cómo te enteraste.

—Eso fue mi culpa. Lo comenté con el niño cerca, tuvo que escucharlo. —Para su sorpresa, quien habló fue François Chastain.

Alain intentó disimular, no podía creer eso. El señor Chastain nunca dijo nada, eso fue algo que él se inventó con los chicos. El que le dejó todas las pistas fue el mismo Nikkos. No, eso no tenía sentido. ¿O acaso Silvain le contó algo mientras estuvieron arriba, y solo lo estaba cubriendo en agradecimiento? Tenía que averiguarlo.

—En realidad pensé que no escuchó nada, pero ya veo que me equivoqué. Asumo la culpa —continuó el hombre.

—¿Eso es cierto, Alain? —Le preguntó Antoine, y él asintió. Tampoco le hacía gracia que castigaran al señor Chastain por una de sus mentiras para cubrir al inmortal—. Bien, ya aclarado ese punto, quisiera saber cómo se les ocurrió romper todas las normas para miembros de la orden en su nivel. O mejor dicho, cómo fue que pensaron que no íbamos a descubrirlos.

—Siempre tuvimos claro que iban a atraparnos —confesó Silvain—. Conozco el trabajo de los rastreadores, y de los demás miembros de la orden que se dedican a la vigilancia. Supongo que nos vieron ni bien llegamos al centro.

—Sí —le dijo Jerome—. En realidad lo supimos desde que salieron de la mansión. No, fue desde que Andrea entró al sistema.

—Y aun así dejaron que ocurriera. —Se le escapó, lo dijo al mismo tiempo que lo pensó. A juzgar los el silencio de los adultos diría que estaba en lo correcto—. Pudieron detenernos ni bien salimos de la mansión, ¿no? Pero supongo que querían ver hasta dónde íbamos a llegar.

—Cierto... —murmuró Andrea—. Tiene sentido. Lo sabían, solo nos vigilaban.

—Supongo que intentaron detenernos cuando salimos del hotel, allí se dieron cuenta que  llegamos demasiado lejos —agregó Silvain.

—Ehh... Pero si ustedes querían que hagamos todo eso, ¿igual nos van a castigar? —preguntó Julius con cierta inocencia.

—Digamos que hicieron todo lo que no debieron hacer. —El gran maestre retomó la palabra—. Los educamos para seguir las normas de acuerdo a su nivel. Te pedimos que no compartieras información con tus compañeros —le dijo mirándolo directo a él. Una vez más Alain estaba temblando—, les advertimos que acercarse a los inmortales es peligroso, y fueron directo a una de ellas. No solo eso, sino que la integraron a los problemas internos de la orden y la trajeron hasta aquí. ¿Qué tienen que decir al respecto?

—Pues que funcionó, yo no tengo más que aportar ni voy a dar más excusas —dijo Silvain tajante—. Nadie se encargó de mi madre hasta ahora. Pero ya está bien, ella la salvó.

—Ella es un espectro vacío, Silvain —interrumpió la madre de Andrea—. A todos ustedes se les ha olvidado ese detalle. Puede que sí, ayudó a tu madre. Pero estamos seguros de que sus intereses son egoístas, o tal vez lo hace por complacerse a sí misma pensando que hace algún tipo de caridad. Ninguno de ustedes, menos tu madre, le interesan de verdad.

—No es cierto —murmuró Julius. Intentó hablar bajo, pero al final todos lo escucharon y callaron para que siguiese hablando—. Ni siquiera le han hablado. Es amable, nos invitó helado.

—¿Qué les hizo esa inmortal? —preguntó mamá. Y lo miró a él. Por primera vez desde que llegaron se atrevió a verla—. ¿Qué te hizo? —agregó. Estaba preocupada, se dio cuenta. Le temblaba la voz. Seguro que en ese momento quería abrazarlo. O castigarlo.

—Nada, mamá —aseguró él—. Es algo extraña, pero se portó bien desde que la conocimos.

—El exceso de velocidad con el que conducía nos dice todo lo contrario —interrumpió Jerome. Y pues eso no podía contradecirlo.

—En su defensa —le dijo Andrea—, ella nos advirtió que no conducía un auto desde los sesentas, pero igual insistimos. Le dimos instrucciones, pero en verdad no se le da bien.

—Vamos, sus testimonios no cuentan —interrumpió con molestia la señora Lavaur—. Es obvio que a todos los encantó en algún momento, van a justificarla y decir que todo fue de maravilla.

—Ehhh... No, le cuento que no —dijo Silvain de inmediato—. Tengo una noticia que de seguro les va a gustar, pero como igual me quieren echar de la orden, mucho sentido no tiene: Soy inmune. Fui testigo de cómo todos estuvieron en las nubes y babeando un rato con Actea, pero a mí no me pasó nada. Hasta ella se dio cuenta. Así que confirmo que en realidad fue amable y simpática, se preocupó por nosotros. Y estoy seguro de que no tenía ningún motivo egoísta para venir a hacer caridad, lo hizo por ayudar. Por solidaridad. 

Alain podría decir lo mismo. En todo caso, el que le dio la información por motivos egoístas fue Nikkos, Actea no les debía nada y bien pudo negarse.

—Ya veo que insisten en defenderla —continuó el gran maestre.

Todos los adultos estaban serios. Eso lo desesperaba, ¿acaso no se daban cuenta? ¿No les creían? ¿Por qué? Todos decían la verdad. ¿Los iban a castigar solo porque creían que Actea era mala? Qué tonto.

—No vamos a entrar en un largo debate sobre las intenciones de esa inmortal, porque como ven, ella no está aquí ni parece tener intención de dar la cara. No lo esperamos tampoco, es lo que suele hacer. Lo que importa es que la decisión sobre lo que pasará fue tomada incluso antes de que lleguemos, y solo queríamos escuchar lo que ustedes tenían que decir al respecto. La decisión no ha cambiado. 

Alain tragó saliva. Así que estaban condenados.

No sabía si estaba listo para escuchar el veredicto, pero se dio cuenta que a su lado todos estaban tensos y en silencio. Así fue hasta que le pareció escuchar cierto forcejeo allá afuera, o una especie de intercambio de palabras. Segundos después la puerta se abrió de par en par. A Alain casi se le escapa un grito de sorpresa cuando vio a Actea entrar a paso firme.

—¡Volviste! —gritó Julius emocionado. Ella lo miró y sonrió. Alain se dio cuenta que él también estaba sonriendo. ¿Era encantamiento? Tal vez, pero no importaba. No había forma de describir lo feliz que lo hizo volver a verla allí.

—¿Por qué...? —dijo Silvain, extrañado.

—No me preguntes, ni siquiera yo sé porque decidí darme la vuelta y hacer esto. Es obvio que esta discusión no le va a hacer nada bueno a mis nervios y me va a desalinear los chakras, pero aquí estoy —contestó la inmortal, resignada.

—Ah vaya, ahora sí que sonaste como toda una blanca inglesa de clase media alta que viajó el año pasado a la India, y no puede dejar de hablar de eso. —Se atrevió a decirle Silvain. Actea solo soltó una carcajada.

—Muchacho, deja de hacerme pasar vergüenza, ¿no ves que esta gente me tiene miedo? —dijo señalando a los adultos.

Alain volvió la mirada hacia ellos, y los notó muy tensos. Al punto que ni siquiera eran capaces de hablar o moverse. También se dio cuenta de que no estaban tan en las nubes como cuando ellos vieron a Actea por primera vez. Se estaba controlando, debía de ser eso. No entró allí con ganas de encantar a nadie, solo quería hablar. Y ellos seguían quietos, mirando con sorpresa la familiaridad con la que unos cuantos niños trataban a una mujer con cientos de años de vida.

—Buenas tardes, Actea. —El gran maestre al fin habló y se puso de pie—. Supongo que sabes quiénes somos.

—Nadie me lo ha dicho, pero puedo deducirlo por los rasgos. Acá están las madres de Alain y Andrea, el padre de Silvain, el abuelo de Julius, y... ¿No tienes hijos? —le preguntó a Jerome—. Qué pena, con lo guapo que estás. En fin. Todos los de la cúpula de la orden. No estoy ante gente como ustedes desde el año 1210. Qué tiempos aquellos.

—¿Puedo saber el motivo de su presencia aquí? —preguntó el hombre.

—Dos cosas. Ya me estaba alejando, pero me acordé que dejé a dos tipos paralizados afuera, así que les quité eso. El otro punto es que decidí regresar para que no castiguen a estas criaturas. Los niños y los pubertos me causan mucha ternura, así que no podía permitirlo. Y hablando de eso, ¿en serio les cuentan cosas tan perturbadoras a los niños? ¿Qué clase de adultos son ustedes? —Lo último lo preguntó indignada. Cosa que solo provocó que los demás se pusieran a la defensiva.

—Tal vez Julius no tendría que saber nada sobre inmortales a una edad tan temprana si su amiga y amante Isethnofret no hubiera asesinado a sus padres. O si Ismael no hubiera matado al padre de Alain. El muchacho estaría ahora mismo entretenido en algún vídeojuego. Pero ya ve que cuando ustedes aparecen en nuestras vidas tienden a causar algunas desgracias irreparables. 

Por un instante el silencio fue total. Ni Actea se atrevió a refutar eso.

—Bien, me ganó, señor. Vamos a decir que tiene razón —respondió la inmortal—. Son cosas que pasan, mis hermanos no tienden a hacerse cargo, pero eso no es culpa mía.

—El asunto es que todos ustedes hacen lo mismo —continuó el hombre—. Y tal vez no lo hiciste hoy, tal vez te enterneciste con los muchachos. Pero eso no borra crímenes pasados, o lo que pueda suceder en el futuro. Nada nos hará confiar en ti.

—Tampoco quiero que confíen en mí, háganme por favor —dijo ella restándole importancia—. Ya me agradecieron quienes tenían que hacerlo, no espero nada más de ustedes. ¿Y saben? Creo que este es justo el problema, todos están a la defensiva como si fuera a rebanarlos en cualquier momento.

—Rebanarnos no, pero conocemos de sus métodos. Los empleó hace unos minutos con algunos de los nuestros —le dijo el gran maestre.

—Bueno, pero ellos se pusieron en mi camino. ¿Qué querían que hiciera? Tenían que moverse —contestó muy fresca, y eso solo hizo que los adultos fruncieran el ceño.

—Mejor no te defiendas —le dijo Silvain. Y aunque la situación era tensa, Alain hizo lo posible por no reírse.

—A ver, estamos perdiendo el punto —dijo la inmortal—. He venido aquí primero para pedirles con cortesía humana que no castiguen a los niños. Igual para asegurarme los puedo encantar, pero siempre empiezo apelando a la amabilidad que sé que tienen.

—Encantarnos —le dijo mamá molesta—. Manipularnos o matarnos cuando estorbamos. Pasar por encima de nosotros siempre que pueden. ¿Debería estar sorprendida? Claro que no. Y no puede culparnos por desconfiar, sabemos lo que son capaces de hacer.

—Ustedes lo saben, nosotros lo sabemos —siguió Jerome—. Son diferentes, no se rigen por las mismas normas. Están en la cima, y no les importa pisotear a los demás como siempre lo han hecho...

El discurso de Jerome se vio interrumpido por una fuerte carcajada de Actea. La inmortal caminó directo hacia el escritorio, y ellos se hicieron a un lado temiendo algún enfrentamiento.

—Hombre, por favor. ¿Tú en serio escuchas lo que dices? Te voy a decir cuál es el problema de la humanidad: Ustedes no toleran la competencia. Han sido por miles de años los reyes del mundo, o al menos eso se han creído. No soportan que ninguna especie esté por encima de ustedes, por eso nos odian tanto.

»Tienes pinta de ser inteligente, ¿me vas a decir que no sabes de las injusticias en las que está basada la historia humana? Yo sí, yo lo sé muy bien. La historia de la humanidad no es otra cosa que gente pisándose una a otra hasta matar al más débil para salir adelante. De imperios destruyendo culturas enteras, de conquistadores arrasando bosques y derramando sangre. De ustedes sometiendo a los que no tienen voz.

»¿Qué son los humanos? Un animal más listo, y eso es todo. ¿Y qué hace ese animal? Cría a otras especies en esclavitud para matarlas a sangre fría y luego alimentarse de ellas. Destruye bosques y ecosistemas con tal de tener los tesoros que desea. ¿Cuándo les ha importado algo más que no sea el bien de la humanidad misma? Pues mira, los inmortales estamos un poco más arriba que ustedes, y eso es lo que les jode tanto. ¿Qué es lo que piensan los humanos cuando matan a algún animal salvaje que les estorba? ¿Les importa las circunstancias que lo llevaron a atacar? No, solo lo hacen y punto. ¿Qué les diferencia de nosotros entonces? Hasta donde veo, somo muy parecidos.»

Vaya, eso sí que estuvo intenso. Actea les ganó a todos por goleada y se llevó la copa del mundo en poner gente en su sitio. No podía negar que en el fondo sintió cierta satisfacción al escuchar que la inmortal que los estaba defendiendo había dejado bien claro su punto de vista. Un punto perturbador, si lo pensaba bien. 

—Yo sé que no tienen un buen concepto de mí —continuó la inmortal—. Y bueno, me lo merezco. He hecho cosas, me arrepiento de algunas, pero no puedo dar marcha atrás. Ya se lo dije a los muchachos, no me gusta ir por allí haciendo daño y trato de comportarme en armonía con los demás. Piensen en mí como una vegetariana que come pescado. Buenas intenciones, pero tampoco exageren. —Ah bueno, diciéndolo así podía entenderlo mejor—. Por cierto, lo de pescado lo dije porque ustedes, franceses, deberían incorporarlo más a su dieta. Vamos, más pescado fresco y menos caracoles con queso, o vaya a saberse las porquerías que le echan al animal inocente.

—Ah si, dato curioso. Es importante aclarar que Actea odia la gastronomía francesa —agregó Silvain con cierta solemnidad que le hizo gracia a la inmortal.

—Pero sí me gustan los postres. Las tostadas francesas... Uff... Buenísimas. Esperen, ¿ustedes le dicen tostadas francesas? ¿O solo tostadas? ¿O tiene otro nombre aquí y estoy quedando como estúpida? —Alain carraspeó la garganta. En realidad todo eso le hacía mucha gracia, pero no era el punto—. Ahh... Lo siento, gracias por despertarme a la realidad, chico de Jehane. Ella siempre hacía eso cuando empezaba a hablar cosas que ni al caso, hasta en eso se parecen.

—Si, ya entendimos la analogía de la vegetariana y el pescado, creo que no es necesario aclarar más —interrumpió Antoine—. La cuestión es que mucha de esta charla ha sido innecesaria, pues tenía una decisión que informar y eso no ha cambiado. Tampoco me dejaron continuar, y me temo que esto ha degenerado en un terrible mal entendido. Actea, si fuera tan amable de dejarme tratar en privado los asuntos de la orden...

—Ah no. Lo siento, señor. Pero de acá no me voy hasta escuchar que los muchachos están absueltos de toda culpa —dijo tajante. 

Pero al parecer el señor Antoine ni con todo el encantamiento del mundo iba a hablar asuntos privados de la orden ante una inmortal, así que solo se quedó callado esperando que ella interpretara su silencio. Y si lo hizo como que no le importó.

—Emm... Actea, ¿nos esperas afuera un rato? El abuelo quiere decirnos algo importante. ¿Si? Por favor —le pidió Julius con amabilidad. De inmediato a Actea se le ablandó el gestó severo.

—Que conste que me voy porque el niño me lo ha pedido. Pero hablen rápido que me aburro con facilidad, advierto que volveré a entrar en cualquier momento. Ya saben ese viejo dicho de "el que se va sin que lo echen, regresa sin que lo llamen". 

Actea empezó su camino hacia la puerta y la cerró tras ella. Alain nunca había escuchado ese dicho, pero sonaba muy de ella, así que en verdad supuso que irrumpiría cuando menos se lo esperen.

Bien, el momento había llegado. A los adultos no se les fue la tensión, sino que fue peor, parecían preocupados. El gran maestre carraspeó la garganta y volvió a tomar asiento, ellos se acercaron al escritorio. Y que pasara lo que tuviera que pasar.

—Como les decía antes de la interrupción —continuó el hombre—, ustedes hicieron todo lo que les pedimos que no hicieran. Les advertimos con justa razón que había motivos para mantener la distancia de algunos inmortales, pues las muertes que estos han ocasionado aún nos duelen. Todos los que están frente a mí han sufrido una pérdida. El caso de Actea es distinto, ya que ella jamás ha agredido de forma directa a nadie de la orden. Su comportamiento, sumado a las versiones que tenemos de ella gracias a manuscritos, nos llevaron a tomar la decisión de que ella sería la única inmortal con la que podríamos razonar para llegar a un acuerdo que nos salve a todos.

»Por años en la orden estuvimos pensando cómo hacerlo. Pensamos incluso en mandar a algún infiltrado para que entable amistad con ella, pero temíamos por su seguridad, o que ella no tome bien el engaño. Cuando nos dimos cuenta que ustedes iban al centro de París para buscar a la inmortal pensamos que fue solo curiosidad, pero apenas entraron al hotel con ella las alarmas se encendieron y las cosas empezaron a complicarse. No les mentiré, estuvimos enojados y asustados a la vez. Teníamos miedo de que algo les pasara, y es un gran alivio que los cuatro estén aquí sanos y salvos.

»No solo eso, sino que lograron algo más extraordinario. Allá afuera hay una inmortal que les tiene auténtica simpatía. Que en lugar de pasar de largo, o solo divertirse con ustedes, decidió tomarse la molestia de ayudar a alguien que no le importaba. Y además, en lugar de evadir los conflictos como siempre, regresó aquí a defenderlos. Diría que esta empresa que planearon fue un éxito rotundo. Se ganaron a Actea, y dudo mucho que ella quiera darles la espalda después de esto. Resolvieron algo que pensamos sería imposible, y estamos muy agradecidos.»

Alain sintió que el alma le volvió al cuerpo cuando terminó de escuchar esas palabras. Así que no fueron malas noticias después de todo. Se dio cuenta que sonreía, y no era el único. Los demás también. Aún no podía cantar victoria, pero eso sonaba a que se habían librado de una expulsión. O eso quería creer.

—Por otro lado, tenemos un asunto que también es importante para la orden, y para el futuro del mundo. Hace unos meses no eran amigos. Ninguno quería asumir responsabilidades, no estaban integrados, no se defendían. Hoy trabajaron como equipo, se sintieron capaces de asumir la culpa del otro para salvarlo de un castigo. Y eso no solo es bueno, sino que es justo lo que buscábamos.

»Saben que nosotros somos personas que creemos en las señales, en las profecías y en la mística que envuelve la inmortalidad. No somos un grupo de personas que delira con leyendas, somos gente que tiene pruebas concretas de que todo eso existe, que se ha dedicado a estudiar las declaraciones de verdaderos profetas, y que no duda de la palabra de algunos de ellos. Gracias a los diarios de Jehane hemos corroborado algo que ya se había mencionado antes, pero viniendo de quien fue la profetisa principal de la orden hace siglos, con una precisión inquietante, podemos afirmar una cosa. Alain es el niño de las profecías, y ustedes forman parte de su equipo.»

En ese momento todos giraron a mirarlo. Aquel dato ya era conocido para él, si Jehane hasta le habló en sus diarios y todo, pero los chicos acababan de enterarse. Lo observaban sorprendidos, asombrados. Él empezó a enrojecer poco a poco, en realidad eso de estar tan expuesto a la gente no le gustaba mucho. Solo lo hacían avergonzar.

—Actea dijo algo de eso —comentó Andrea—. Lo mencionó mientras conducía, no tuve tiempo de preguntar. ¿Lo sabías? A mí me pareció que sí por lo que dijiste antes, que los inmortales te odian cuando ni te conocen.

—Bueno, eso lo dije sin pensar —contestó él avergonzado—. Pero sí lo sabía. Lo siento, chicos. Me pidieron que no contara nada, ya saben cómo es esto... —dijo bajando un poco la voz y la mirada. 

—¿Y qué es eso del niño de las profecías? —preguntó Silvain con curiosidad—. Nosotros también hemos estudiado manuscritos, y nunca leí que mencionaran algo como eso.

—No mostramos esa información hasta que pasan al siguiente nivel dentro de la orden —explicó Jerome—. Hemos tenido algunas referencias, incluso la profetisa que reunió a la nueva orden hace años mencionó algo al respecto. Gracias a los diarios de Jehane hemos conseguido datos concretos.

—En líneas generales —continuó el gran maestre—, hay una profecía que indica que un Bordeau leería los diarios de Jehane en algún momento, cosa que pasó con Alain. Por eso Sybille le rebeló a ella ciertos datos que Alain y nosotros deberíamos conocer. Según sabemos, Alain deberá liderar un equipo de personas que estarán al mando de la orden en los días finales, y así evitarán la catástrofe.

—Vaya... —dijo Andrea sorprendida—. ¿Y de verdad están seguros que somos nosotros? ¿Nos menciona?

—Sybille no podía entender muchas cosas que veía, le era complicado. En un manuscrito que Jerome tradujo hace poco estamos seguros de que habla de ti —le dijo Antoine a la muchacha, y esta abrió la boca con sorpresa—. Sabemos de tu habilidad con las computadoras y tu gusto por la informática. Eso es lo que ella vio y lo interpretó a su manera.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Silvain con interés.

—Acabas de comprobar hoy que eres inmune, y ella mencionó en su profecía a alguien inmune. Sin dudas eres tú —contestó el hombre, cosa que solo hizo sonreír al chico.

—¿Y yo, abuelo? ¿Qué dice de mí? —Le preguntó Julius más animado. 

Pero el gran maestre no contestó. Alain sabía por qué, recordaba esas palabras. Un hombre que vio a la muerte a los ojos. Un hombre que busca el amor con desesperación. Julius podía ser alguno de los dos, y de verdad sonaba feo decírselo a un niño.

—Mencionó a un chico muy listo y alegre —le mintió Antoine, incluso le sonrió de lado.

—Ya sabía —contestó Julius muy orgulloso, y los demás le siguieron el juego. Era mejor así, ¿no? Ya habría tiempo para sufrir después.

—¿Y los demás? —preguntó él—. Recuerdo que mencionaron a más gente.

—Así es —le dijo el gran maestre—. Seguimos pensando que la niña rusa será parte de esto, y de alguna forma llegará aquí después de sufrir algún tipo de tragedia. Tal vez eso aún no ha pasado, pero pasará. Nos mantendremos atentos.

—¿Eso quiere decir que van a dejar que su vida se arruine? —preguntó Silvain, y sí, él también lo interpretó de esa manera. 

—El manejo de esa crisis es un asunto interno de la cúpula —contestó Antoine bastante neutral, pero a él le quedó muy claro.

Por supuesto que iban a dejar que le pasen cosas malas, no iban a evitarlo aunque pudieran. Se le hizo un nudo en la garganta. Era solo una niña algo mayor que Julius, ¿por qué tenían que dejar que le hicieran daño? No era justo, nada de eso lo era. Actea tuvo razón, ¿qué clase de adultos dejaban que los niños sepan todas esas cosas? ¿Que sufrieran por esas cosas?

—¿Y los demás? —preguntó él, la voz le tembló un poco. Prefirió cambiar de tema antes de saber más de Svetlana.

—Creemos que están en Estados Unidos —contestó el gran maestre—. Deben ser Alexander Sørensen y Frances Lewis. Suponemos que en un inicio pudo ser su hermana Bibbi, pero con su suicidio todo ha cambiado. Solo el tiempo lo dirá, y nosotros tenemos que esperar a ver cómo se desarrollan las cosas.

—Entiendo —murmuró Alain. Entonces solo los iban a perdonar por eso, porque todos formaban parte de las profecías—. ¿Y qué pasará con nosotros?

—Ahora que tenemos la seguridad de quienes son y de lo que les espera, tenemos que prepararlos para eso. Cierto que han recibido una educación privilegiada, pero la exigencia subirá a otro nivel. Un entrenamiento especial para ustedes, clases intensivas. Y mucha disciplina. Que hayan resuelto el asunto de Actea desobedeciendo las reglas no significa que deban proceder siempre de esa manera. La disciplina es importante, y no pueden volver a actuar a espaldas de la orden. Por supuesto, recibirán información confidencial antes que nadie para que estén preparados. ¿Ha quedado todo claro?

—Si —dijeron a la vez. 

Bueno, eso en realidad no sonaba a un castigo. Pero la mirada de mamá le gritaba que, si el gran maestre no lo castigó, ella sí lo haría. De seguro le iba a quitar el Play Station y otros juegos. Ese castigo pintaba horrible, pero de hecho pudo ser peor.

—¿Y qué pasará con mamá? —preguntó Silvain de inmediato.

—Al parecer muchos de sus síntomas se han aliviado, pero aún así estará en observación un tiempo para evitar inconvenientes. ¿De acuerdo?

—Está bien —contestó el señor Chastain—. Sé que estás eufórico con esto, con volver a tener a tu madre sana —le dijo a Silvain—, pero debemos ser cautelosos y observar. Sé que con los cuidados adecuados ella puede volver a ser la misma.

—Espero que sí —le dijo el chico.

—Entonces... ¿No estamos castigados? —preguntó Julius algo confundido.

—Como gran maestre de la orden la única sanción que les impongo será restricción de reuniones privadas entre ustedes hasta nuevo aviso. Tampoco tendrán acceso a documentación clasificada e información del sistema que usamos por el plazo de dos meses. Nosotros haremos los arreglos para que el entrenamiento para ustedes empiece lo más pronto posible, ¿quedó claro?

—Si —contestaron a la vez mientras asentían.

No verse en la mansión, ni leer los diarios de Jehane. Podrían encontrarse en la escuela, pero lo segundo no le gustó nada. Adiós a Jehane por dos meses. La última vez que leyó de ella estaba en aprietos, y aunque tenía miedo de enterarse lo demás, quería saberlo igual.

—Eso de parte de la orden. El castigo que le darán sus padres será cosa de cada quien.

—Ay... —Eso se le escapó a Julius como un quejido. Seguro que a él le cortaban la mesada. Alain podía adivinar lo que iba a pasarle a él. Y bueno, esperaba que Andrea y Silvain la pasaran mejor.

—Ahora, acerca del entrenamiento que tendrán, deben saber que... —El gran maestre no pudo continuar, pues la puerta volvió a abrirse. Y la inmortal se asomó.

—Sé que en teoría el tiempo para nosotros es diferente e infinito —aclaró Actea—. Pero el aburrimiento es instantáneo y atemporal. Así que hablen de una vez, ¿están castigados?

—¿Cuenta como castigo que recibiremos un entrenamiento más severo y elitista? —le preguntó Silvain, y la inmortal resopló.

—Obvio que sí, ¿qué hacen acá parados? Vayan a jugar o hacer algo improductivo, ¿a ustedes les regalan el tiempo o qué?

—Los muchachos están a salvo, Actea —le dijo Antoine, y se puso de pie otra vez—. No han sido castigados, y solo tendrán que comportarse como corresponde en los próximos días.

—Ajá, eso suena bien. En fin, misión cumplida. Yo ya estoy de salida. Supongo que nos volveremos a ver.

—¿Pronto? —preguntó Julius desilusionado.

—Entre uno a veinte años, qué sé yo. Cuando estoy distraída el tiempo pasa muy rápido para ustedes.

—En ese caso, ¿podemos despedirnos? —le preguntó Andrea. Los adultos de la orden intercambiaron miradas, y el gran maestre asintió con discreción.

—Los esperamos afuera —anunció. 

Y a pesar de los temores de sus madres, todos tuvieron que salir detrás del gran maestre tal como ordenó. Estaban solos una vez más, aunque apostaba que allá afuera igual se enterarían de todo.

—Entonces este es el adiós —le dijo Silvain—. Ya me estaba acostumbrando a hacerte chistes de blanca privilegiada.

—Ugh, cállate. Lo estuve pensando, y hasta eso de ser vegetariana que come pescado es de lo más hipócrita y típico de blanca de clase media-alta. Me largo de este país hasta que se me olvide, y lo digo en serio.

—¿De verdad no volverás? —preguntó él. Se suponía que ella tenía que estar allí para ayudarlos, no podían dejarla ir sin una promesa de por medio.

—Lo haré en algún momento, nunca lo planeo, solo pasa. Pero no duden de que nos volveremos a ver, son de la orden después de todo. Y apuesto a que este —dijo señalando a Silvain— se va a graduar como rastreador persiguiéndome por ahí.

—¿Es una promesa? —Julius se acercó a ella, y para su sorpresa, la inmortal se puso de cuclillas para quedar a su altura.

—¿Quieres que te prometa que volveré? —preguntó ella enternecida.

—¿Puede? 

El niño, como era obvio, estaba a nada de echarse a llorar. Eso por un instante le dio miedo. Jehane en sus diarios contó lo mal que se sintió de niña cuando Bruna se fue la primera vez que la vio. Fue el encantamiento.

—Claro que sí, lo prometo. Volveré a visitarlos, y más vale que para ese entonces estén todos guapos.

—¿De verdad? —preguntó Julius ilusionado. La inmortal le acarició despacio los cabellos y luego se puso de pie.

—Ya dije que sí, y no sabes el sacrificio enorme que me estás pidiendo. Odio adaptarme a las cosas que inventa la humanidad, ustedes avanzan muy rápido.

—¿Por qué extrañas tanto el pasado? —le preguntó el niño. Sin mentir, era algo que Alain también había pensado.

—La modernidad y la tecnología me resultan fastidiosas.

—¿En serio? —le preguntó Andrea sorprendida—. Quiero decir, muchas cosas han cambiado para mejor, ¿no? Ahora no tenemos que esperar semanas por información y cartas, solo escribimos un email y listo. Es un ejemplo simple, hay tantas cosas que podría nombrar. La tecnología y las computadoras han hecho nuestra vida mucho más fácil de lo que era en el pasado.

—En parte es verdad. Ahora todo es más fácil de cierta forma, pero también más rápido. Es cierto, antes escribir una carta y esperar una respuesta era algo especial. Esperabas días por las respuestas, y disponías todo ese tiempo para meditar. ¿Qué pasa ahora? Lees un email en unos segundos, y de pronto llegan más y más. Nunca para. Nunca descansan, están sobrecargados de información, tan metidos en la rapidez y la tecnología que no se dan cuenta de que no están viviendo de verdad.

»La pregunta real es, ¿son felices así? ¿Todo esto los hace felices? ¿Les da la calma y la paz que se supone deberían obtener? ¿O solo son una nueva sociedad que consume y consume sin pensar? Les digo que he visto pasar tantas generaciones y nunca he sido testigo algo como esto. Atrapados en la modernidad y la tecnología, comprando todo lo que se les cruza en su camino y sintiéndose miserables a la vez. Apuesto a que los adultos de allá afuera se la pasan tomando pastillas para la ansiedad y la depresión, dentro de unos años ustedes también tendrán píldoras de esas. Puede que crean que la vida es simple con todo lo que tienen ahora, pero la verdadera vida sencilla y en paz está lejos de aquí. Supongo que lo entenderán algún día cuando estén al borde del colapso por el estrés.»

—Ay, qué tétrica te pusiste —comentó Silvain por lo bajo—. Ya me dieron ganas de ir a una casa de campo o algo.

—Siempre sospeché que en el fondo seguías siendo algo hippie —agregó él. 

No fue su intención decirlo en voz alta, pero no pudo evitarlo. A pesar de ser quien era, Actea les dio confianza. Era fácil sentirse cómodo a su lado, una sensación que Jehane describió hace mucho en sus diarios.

—Oh, esos años —contestó ella conteniendo una risita—. Fueron buenos tiempos, ¿saben? Apuesto a que el abuelo que tienes se la pasó de lujo en los sesentas —dijo mirando a Julius—. Supongo que ya entendieron bien mi punto. —Todos asintieron.

—¿Y qué pasará ahora? —preguntó él.

—Ya sabes, me iré. Supongo que los veré en unos años. Ustedes serán adultos, para mí habrá sido como ir y venir. Así pasa a veces, es fastidioso que la gente que te cae bien se haga vieja y muera —replicó, y eso último lo dijo con resignación, soltando un suspiro.

—Si, bueno. Fue un honor cruzar la ciudad en una persecución contigo —le dijo Silvain, y la inmortal le sonrió. Tal vez a ella le causaba mucha ternura Julius, pero parecía haber congeniado mejor con el chico. Ventajas de ser el único inmune del grupo al parecer.

—Ha sido un buen día después de todo. Es la segunda vez en la historia que arreglo una de las cagadas de Bruna. La primera fue Jehane, y creo que no me quedó muy bien. Espero que esta vez vaya mejor con tu madre.

—Ah vamos, tenías que nombrarla —dijo Silvain con molestia—. Tan bien que la estábamos pasando.

—Ya te lo dije en el hotel, no me odies por eso. No la justifico, pero la comprendo. Es mi hermana inmortal a pesar de todo, ellos son la única familia que tengo —aclaró Actea. Y eso podría ser un problema. Se suponía que Actea se tenía que poner de su lado, pero por lo que decía le quedaba claro que seguía del lado de los inmortales—. Nunca he conseguido odiarlos, ni a uno solo de ellos. Ni a Ismael, ni a Bruna. Menos a Esmael, que me hizo cosas peores.

—Siempre los vas a elegir a ellos, ¿no? —preguntó Alain, desanimado.

—¿Me ves con ellos ahora mismo? —Esa no fue una respuesta precisa, pero dijo muchas cosas—. Me tomó siglos entender que podía escoger como ser y como existir en esta vida eterna que gané.

—Pero sí entiendes que para nosotros es difícil aceptar lo que hacen, ¿verdad? —Le preguntó Andrea—. Es solo que no encontramos excusa para todo. Bruna, por ejemplo. Le ha arruinado la vida a mucha gente, eso lo sabes. Lo has visto.

—Lo hizo con Jehane también —agregó él. Y, despacio, Actea asintió. Era frustrante que a pesar de todo ella la defendiera.

—Ya se los dije antes, no podrían entenderlo. Esa frase de "Eran otras épocas" en verdad tiene más sentido de lo que creen. Les voy a contar algo. No me considero lectora, pero de vez en cuando Nikkos encuentra textos interesantes y me los envía donde quiera que esté. Son de historiadores, sociólogos, antropólogos. Todos intentando describir cómo fue la vida de las personas en el pasado, cómo sentían, cómo pensaban. Y algunos tienen buen punto, me quedo sorprendida por la precisión en algunos casos. Aun así... —suspiró hondo, todos la miraban atentos, casi sin parpadear—. Nunca es suficiente. Nadie pueden entender en verdad cómo fueron las cosas.

»Cómo fue nacer en la esclavitud, crecer sin un hogar, sin tierra y sin familia en una época cuando aquello era normal y ni siquiera te lo cuestionabas. Ser nadie, y de pronto convertirte en un ser superior al resto de los mortales. Yo era nada, y un día me gané el poder de hacer cualquier cosa que desee y destruir a quien se me antojara. De vengarme, de reírme del sufrimiento de los que destruyeron todo lo que amé siendo mortal. Ah, ustedes ahora ven mi cara buena, por decirlo de alguna forma. Pero no me conocieron en ese entonces. No saben lo terrible que fui, las vidas que destruí, el dolor que causé. Y no me importó nada, porque dejé de ser la esclava de Alejandría y me convertí en Actea, la controladora.

»Y por otro lado está Bruna, la inmortal que ustedes odian tanto. Saben de ella por sus acciones, saben lo que fue por los manuscritos que han quedado, por lo que escribió la inocente de Jehane. Mucho de lo que se cuenta es cierto, lo admito. Pero no pueden dejarse guiar solo por testimonios ajenos. Yo estuve allí. Yo la vi sufriendo por una inmortalidad que nunca pidió, resignándose a la fuerza. La vi enfrentando a Esmael para poder quedarse con su familia, y luego la vi guardar su rencor por años, esperando ser lo suficiente fuerte para enfrentarlo. Lo supe desde el momento en que la vi, ella no debió beber ese elixir. Antes de ser la encantadora, fue una mujer que vivió un infierno.

»Fueron años terribles para ser mujer, ¿saben? Tu vida no te pertenecía, eras de tu padre y luego de tu marido. Una mujer de la nobleza como ella no era otra cosa que un cuerpo para usar y engendrar hijos. No importaba lo que sintiera, no importaba lo que pensara. Ni siquiera tenía permitido amarse a sí misma, porque en esos años los eruditos no se cansaban de repetir que las mujeres eran seres incompletos, sus cuerpos eran impuros, su belleza un pecado, su opinión innecesaria. Una vida de reprimir sus sentimientos, una vida de frustración, de ser la mujer que la sociedad quería que fuera. Y de pronto esa chica, una mujer acostumbrada a callar y a soportar el dolor sin quejarse, descubre que su voz tiene poder. Ya no hay marcha atrás cuando descubres que puedes tener lo que quieras con solo desearlo. En su caso, solo con hablar.

»Yo entiendo lo que piensan, no hay argumento que valga para justificar sus acciones. No tienen que hacerlo. Ningún granjero le pide a la vaca que entienda por qué la encierra lejos de sus terneras, saca de ella lo que desea, y luego la mata sin preguntar. Así de diferentes podemos ser ustedes y nosotros. Especies distintas, con distintos intereses. Es fácil juzgar, pero qué difícil es intentar entender.

»Yo nunca entenderé por qué a la orden le parece tan abominable que Bruna usara su encantamiento con la madre de Silvain, pero consideran aceptable dejar que una desgracia le suceda a una niña rusa. Ah si, no pongan esa cara, lo escuché todo. Es lo que siempre ha hecho esta orden del Grial después de todo.

»Primero controlaron la vida de Bruna, y la odiaron cuando se les escapó de las manos. ¿Quién sigue? ¿Ustedes? ¿Qué les harán? ¿Cómo van a manipularlos y arruinar sus vidas? Ya me contarán en unos años. Si es verdad que aquí está el niño de las profecías, y que ustedes estarán a cargo de todo, solo espero que no sean iguales a los que le precedieron. Que dejen atrás esa basura de usar a los demás para un gran propósito del que no tienen idea.

»En el año 1209 la orden protegía a Bruna cargándola con toda la responsabilidad de custodiar el Grial porque pensaron que ese era su gran propósito. Pero la dejaron convertirse en inmortal, y ahora sus descendientes pagan las consecuencias. Los de afuera están haciendo cualquier cosa para asegurarse que el fin de los tiempos no llegue, y hay gente al otro lado del mundo que está pagando caro por eso. Solo esperemos que nada de eso se vuelva en contra de ustedes en el futuro.»

Alain sentía un nudo en la garganta. Actea tenía un buen punto, incluso Jehane lo escribió en sus diarios. La orden creo a Bruna. Y ellos pagaban las consecuencias de que hace cientos de años un grupo de personas decidiera que estaba bien usar a una mujer a la que nunca quisieron escuchar, no hasta que ella fue más poderosa que todos juntos. 

—Qué intensa te pones, en serio —dijo Silvain rompiendo el silencio, y todos empezaron a reír por lo bajo. Incluyendo la inmortal—. Buen discurso, no me convenciste de nada, pero buen discurso. Miento, me quedó claro algo. La orden es un asco, y nosotros tenemos que cambiar las cosas dejando de ser unos perros manipuladores, ¿qué tal eso?

—Sí, suena bien —contestó la inmortal, sonriendo de lado—. Por cierto, ¿ya me puedo ir?

—Claro, nada te retiene —contestó Andrea—. Creo que te vamos a extrañar.

—Los odiaría si no lo hicieran —bromeó Actea, dando un paso adelante—. Ya saben. Tú, deja de odiar a Bruna que no te va a hacer bien a la salud —le dijo a Silvain, y el chico solo suspiró. Quizá nunca dejaría de odiar a la encantadora—. Andrea, eres una chica lista. Deja de usar sostén.

—Bueno... —murmuró la muchacha contrariada.

—Volveré, Julius. Ya te lo prometí. Y tú, chico de Jehane. —En ese momento lo miró fijo. A Alain se le seguía haciendo difícil sostenerle la mirada. Fue peor cuando la inmortal se acercó más a él y posó las manos en sus hombros—. No importa lo que hagas para ponerme de tu lado, no lo voy a hacer si cuando regreso me doy cuenta que eres igual a ellos —dijo refiriéndose a los adultos de la orden. O eso entendió, pudo ser también a la vieja orden—. Jehane pagó por errores de otros, y nadie la ayudó. Estaba sola.

—Ella ya no está sola —contestó Alain—. Me tiene a mí. Sé que ella me observa ahora mismo desde ese otro lado, lo prometió en sus diarios. —Quizá eso fue lo que Actea quiso escuchar, lo notó en su sonrisa.

—Si encuentro a William en estos días le pediré que le mande saludos de tu parte. ¿Qué dices?

—Suena perturbador... —murmuró él. Suficiente hablar con los muertos por diarios, no quería un médium en ese asunto. Actea rio, y se hizo a un lado. Esa era la despedida.

—Cambia las cosas, Alain, y me lo pensaré. Nos vemos en el fin del mundo —les dijo antes de despedirse.

No dijo más, se dio la vuelta y salió de esa oficina. Le estremeció pensar que recordaría esas palabras por años. Que hasta entonces solo le quedaría una vaga promesa de ayuda. Y una gran misión por delante.



*****************

Hello, hello, hello!!!!!!!

Y esa fue la despedida de Actea hasta que regrese en veinte años para armar drama en Inmortales 1 xdd

Bueno, bueno. Los babys se libraron del castigo, aunque se van a quedar sin vida en los próximos años de tanto estudiar y entrenar. La que parece que no la va a pasar muy bien es cierta profeta rusa que no ha aparecido en esta historia, pero que conocerán algún día. 

Pregunta preguntona. ¿Por qué el padre de Silvain corroboró la versión de Alain? ¿Teorías? Cuenten y exageren.

Aprovecho para avisar que ya solo quedan dos capítulos + Epílogo para acabar con esta historia... ESTOY LLORANDIN OMG. Me ha tomado mucho tiempo llegar aquí, ya no sé qué hacer con mi vida.

Hasta la próxima ❤





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