28.- La verdad inventada

7 de abril de 1238

Volvió a suceder. Justo después de la celebración de la Pascua, al regresar a casa, encontramos el terreno vandalizado. Robaron el grano del almacén de Bernard, estamos consternados. Y por supuesto que sabemos quién es el autor. 

Al no ser la primera vez que el hogar es víctima de la envidia de Reginald, Adeline se ha mostrado muy enfadada. Me atrevo a decir que nunca la he visto tan molesta.

—Debes decirle a tu padre —insistía ella—. El señor Guillaume es el único capaz de poner a ese infeliz en su sitio. No podemos seguir soportando esto, ya estoy harta —agregó, enojada. 

Yo me mantenía en silencio a un lado, cuidando de los niños. No podía decir mucho, la decisión final era de Bernie.

—Mi padre es un hombre mayor, su salud se debilita. ¿En serio crees que quiero llevarle estos problemas domésticos? Este es un asunto entre Reginald y yo. Nosotros lo arreglaremos, tú deja de preocuparte por esto.

—Bernard, por favor —rogó Adeline—. Si dices que tu padre está enfermo, entonces sabes lo que eso significa. —Él no respondió, lo entendió tan bien como yo. A su pronta muerte. Y a la repartición de una herencia que podría traer más de un problema—. Nunca podremos estar en paz con tu hermano comportándose de esa manera con nosotros. ¿Qué mal le hemos hecho? Siempre hemos sido cordiales y jamás le faltamos el respeto, ¿por qué insiste en dañarnos?

—Ya te lo dije, Adeline. De él me encargaré yo. De todas maneras sé que no hay mucho que podamos hacer, pues mi madre está en camino. —Palidecí al escuchar esas palabras. Levanté el rostro y, asustada, lo miré. Bernie me devolvió una mirada llena de compasión.

—Tu madre —repitió con fastidio. Adeline, al igual que mi Luc, logra expresarse con molestia de Bruna lejos de su influencia. Pero ante ella, es la mujer más dócil del mundo—. ¿Nunca vas a explicarme qué clase de locura es esta? ¿Por qué llamas madre a una mujer que luce como tu hermana? Por años la he visto y nunca cambia nada, ¿qué mujer es esa? ¿Qué pacto diabólico ha hecho que le permite conservar la frescura de la juventud? No quiero a esa mujer aquí. —Bernard y yo intercambiamos miradas. Me temo que las cosas se han complicado.

Adeline es cercana a nosotros, pero en verdad no sabe la verdad que nos une. Le hemos ocultado que hubo una orden, un Grial, un elixir. Cuando desaparecí le explicaron que fui secuestrada por un noble, pero nunca le dijeron que se trataba de un inmortal. Ha tenido poco contacto con Bruna, y ella jamás le ha encantado para que acepte todo sin volverse loca. 

El tiempo ha pasado, y es obvio que ella no va a seguir creyendo que esa chica joven, como aparenta ser Bruna, es la madre de su marido. 

—Te lo voy a explicar todo, amor mío —dijo Bernie tomando su mano y besando el dorso—. Pero ahora debes calmarte. Te prometo que recuperaré lo que perdimos, y nadie saldrá herido. Todo estará bien, lo juro por mis hijos. —Adeline suspiró. En verdad no hay mucho por hacer. Solo confiar en que Bernard lo solucione todo. O en la pronta llegada de Bruna.

Una vez más esa noticia empeora mi angustia.


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17 de abril de 1238

Confío en que tú, niño, o quien te sirva de escribano, logren descifrar mi letra en este pergamino. Pues mi mano temblorosa apenas me deja escribir, y no me veo en la capacidad futura de transcribir estas líneas. De hecho, pienso que este es uno de los capítulos de mi vida que me gustaría olvidar.

Los hechos que te contaré a continuación no se han llevado a cabo hoy mismo, sino que apenas tomo el valor de escribir, y aun así mi cuerpo me falla y no me deja hacerlo como se debe.

Todo empezó cuando, angustiada por el vandalismo y el robo de los granos, decidí hacer algo para ayudar en casa. Bernard y Adeline han sido mi familia desde que mis padres fueron detenidos, sus hijos son como mis sobrinos. Y sé bien cómo puede terminar una disputa entre los hermanos, así que preferí intentar razonar con Reginald. Sé que él me tiene en consideración y me escucha, pensé que tal vez lograría detener estos ataques.

Hace tres días me dirigí al castillo de Saissac. Primero visité a su esposa Agnes y pasé un rato con ella. Agnes siempre ha sido callada en presencia de los demás, pero conmigo siempre habla y mucho. Debí sospechar en ese momento que su silencio tenía algo de extraño.

Esperé paciente a Reginald, pues supe que él estuvo ocupado en algún asunto del feudo. Cuando escuché ruido en la planta baja supe que alguien había llegado, así que bajé con discreción. No me equivoqué, lo hallé dando algunas órdenes a los siervos. Al verme, Reginald los despidió y pidió que me acerque a él. No nos fuimos muy lejos, apenas hacia el pasillo. 

—¿Os sucede algo, Jehane? —preguntó con amabilidad.

—Vos sabéis que me sucede. —Acusé sin dudarlo. Le debió quedar claro por mi mirada y mi molestia el asunto que fui a tratar con él, pero no dijo nada—. El hogar de vuestro hermano Bernard es también mi hogar.

—Porque vos lo habéis elegido, cuando con toda tranquilidad podéis estar aquí, con nosotros. Con vuestra gente. Las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para vos.

—¿Mi gente? —Repetí sin entender—. No tiene sentido, Reginald. Saissac es mi hogar, ellos son mi gente, y Bernard es mi amigo. Vuestro hermano. ¿Por qué le hacéis la vida imposible? No es la primera vez que pasa, es algo que nos mortifica a todos. —Él parecía incómodo con mis palabras, y yo tomé el valor para seguir hablando—. Sé que no tengo ningún derecho a reclamaros por esto, después de todo heredareis Saissac algún día y seréis mi señor. Pero ¿en serio es necesario caer en bajezas con alguien que es de vuestra propia sangre?

—Sí, es necesario —aseguró sin ninguna duda, cosa que me dejó turbada—. Es lo que tengo que hacer. Bernard y yo no podemos vivir cerca, él no puede quedarse aquí. Tiene que irse.

—¿Qué...? —Sus palabras me dejaron con la boca abierta. No daba crédito a lo que escuchaba.

—Él tiene que irse, y lo sabe. No pertenece aquí.

—¡Pero qué estáis diciendo! —exclamé escandalizada, no pude contenerme—. Bernard nació aquí, es de Saissac como vos, ¿por qué queréis hacerle daño a vuestro hermano? ¿Eso es lo que buscáis? ¿Por eso lo atormentáis tanto? ¡Ay, Reginald! Me convencí en los últimos años que os juzgué mal y que siempre fuisteis un hombre bueno, ¿cómo pude equivocarme tanto? —Le dije mortificada, incluso me llevé una mano al pecho.

—¿Podéis bajar la voz, por amor a Dios? —Me pidió fastidiado y entre dientes.

Solo entonces fui consciente de la gravedad de mis palabras. Le había gritado al heredero del feudo delante de todos los siervos que pasaban por allí. Fui imprudente, es cierto. En ese momento estaba muy enojada con él, pero ahora que escribo soy consciente de su comportamiento ejemplar. Otro hombre, sea quien sea, me hubiese abofeteado por ser una mujer atrevida que no conocía su lugar. Él solo guardó calma.

—Necesito una explicación —exigí enojada.

—Me parece que tenéis un problema de sordera, Jehane —decía irritado—. ¿Es que no escuchasteis lo que dije? Mencioné que es lo que tengo que hacer, no lo que deseo hacer. Vos lo habéis dicho, Bernard es mi hermano a pesar de todo. Recuerdo con cariño nuestros momentos juntos de niños, y luego cómo todo cambió. No se trata de lo que desee o sienta, pues mis deseos están en segundo plano. Es como debe de ser.

—¿Por qué? —pregunté con algo de desesperación—. Si en el fondo amáis a vuestro hermano, ¿por qué tenéis que hacer tal cosa?

—Las profecías están hechas para cumplirse, Jehane —me explicó. Para mí fue como si dijese palabras mágicas, pues hablar de profecías era hablar de su madre. Y de cosas que tú, niño, debes saber—. No, me estoy expresando mal. Las profecías son la meta, y nosotros debemos trazar el camino. Es como debe ser. Bernard debe seguir su camino lejos de mí, pues algún día nuestra descendencia se volverá a encontrar.

—¿Por eso hacéis esto? ¿Para cumplir las profecías de vuestra madre? —Dije con amargura. Yo algo de eso sabía, Sybille lo había mencionado antes. Como respuesta, Reginald asintió.

—Debemos tener caminos distintos, Jehane. Y yo no me iré de aquí, este es mi hogar, yo soy el heredero legítimo. Él es quién debe partir, y si debo darle una patada para que recoja sus cosas y abandone Saissac, entonces lo haré. Es mi hermano, cierto, pero somos distintos.

—No tenéis que hacer eso —le dije—. No es necesario que os enemistéis, sé que si le explicáis a Bernard la razón de vuestras acciones, él lo entenderá y buscará un nuevo hogar con toda calma. Sin rencores, como hermanos.

—No, Jehane. Vos no sabéis lo que mi madre sabe, lo que yo sé. Soy hijo de una profetisa, ¿eso no os dice nada? ¿Acaso imagináis cómo ha sido mi vida todos estos años? Ella también hace las cosas para que sus profecías se cumplan.

—No os entiendo...

—Manipulación, Jehane. De eso se trata todo esto. De disponer que las cosas pasen, de dejar que otras sucedan, de seguir un rumbo y no otro, de cambiar lo necesario. Lo que se tenga que hacer para que las profecías se cumplan. Mi madre no supo que Bernard y yo tendríamos caminos distintos por mucho tiempo, por eso nos cuidó y nos amó juntos. Por eso fuimos felices como hermanos, porque ella era ignorante de nuestro futuro. Pero en cuanto lo supo... —Él suspiró. Yo intuí lo demás. Hasta ahora no puedo creerlo.

—Oh no... —murmuré. Casi podía oír sus palabras.

—Ella nos separó. Nos enemistó. Me hizo notar que éramos diferentes. Que padre lo amaba más. Que todos lo querían más. Que yo quería jugar con vosotros, pero solo tenían ojos para Bernard. Que me apartaban, que todos lo hacían. Incluso la mujer que amé lo prefirió a él sin siquiera escucharme. Madre me hizo entender todos estos años que era mejor odiarlo aunque no quisiera, porque éramos diferentes. Él es diferente, Jehane. Es como su madre. Es como ellos —me dijo con amargura, y yo negué enérgica con la cabeza.

—No es verdad. No sabéis nada, yo más que nadie en este castillo conozco a los inmortales y sé que Bernard no es como ellos, menos se parece a Bruna.

—Oh, Jehane, ¿en serio no os habéis dado cuenta? —Me preguntó con tristeza. Con pena por mí—. Por supuesto que no, pues la vida entera habéis sido vulnerable al encantamiento de Bruna, ¿acaso tuvisteis forma de darte cuenta del encantamiento de su hijo? Claro que no. Pero yo lo sé, Jehane, porque soy como mi madre y no puedo ser encantado. Bernard es hijo de la inmortal encantadora, ¿en serio creéis que no heredó nada de ella? Lo he visto a lo largo de todos estos años. Siempre era así, todo giraba alrededor de él. Al igual como pasó con su madre cuando fue mortal, Bernard también atrae a las personas. Y vos, Jehane, siempre habéis estado bajo su encanto.

—No... No... —Repetí. Para ese momento tenía lágrimas en los ojos, el dolor fue tan intenso que pensé que iba a desmayarme.

No quise aceptarlo, negué con la cabeza varias veces. Pero lo supe en ese momento, y lo sé ahora mientras escribo. Es verdad. Bernard también es un encantador. Y todos estos años que lo vi como el modelo de caballeros, el más noble, el más bueno y el mejor amigo; tal vez no fueron otra cosa que una ilusión. Porque estaba encantada.

—Lamento tener que decirlo de esta manera, pero es la verdad. Por eso os repito, Jehane. Este es vuestro hogar. Aquí estamos los que somos vulnerables como vos. Aquí siempre estaréis protegida.

—¡No podéis decirme algo como eso y esperar que lo tome con alegría! —Exclamé. Estaba desesperada, desconsolada. Peor, adolorida. Como si me hubiera dado de cara con un frío muro de piedra. Y ese muro era la verdad.

En ese momento no entendí que tal vez estaba siendo desagradecida con la persona que me hizo caer en cuenta de algo terrible. No tenía cabeza para otra cosa, lo único que deseaba era llorar. Si bien siempre sospeché que Bernard tenía algo especial, no imaginé hasta qué punto. Y aun consciente de eso no puedo dejar de querer a mi amigo, porque siempre lo ha sido. 

No me importa que sea un encantador, pues sé que nuestro afecto es sincero, y me temo que eso es algo que Reginald no puede entender. Para él, y para su madre, todos estamos bajo el efecto de algo sobrenatural y no sentimos afecto real. No puedo creerlo, no es verdad. Yo sé lo que siento.

Quise irme, pues no tenía más que decir, lo único que deseaba era llorar a solas. O eso pensé, hasta que Reginald y yo escuchamos aquello. Algo se cayó, o tal vez lo arrojaron a propósito. Eso me quedó claro apenas un instante después, cuando escuché un grito. Él y yo intercambiamos una mirada con sorpresa, pues no teníamos idea de que había más personas tan cerca de nosotros. Solo una puerta nos separaba de lo que sea que estaba pasando.

—¡Tú me convertiste en esto! ¡No vas a apartarme de tu vida ahora! 

Solo entonces Reginald y yo entendimos lo que pasaba. Nos miramos, y puedo jurar que jamás lo he visto asustado. No hasta ese momento cuando ambos comprendimos que quien gritaba era Bruna.

—No eres tú —decía el señor Guillaume. Me había acostumbrado a escuchar su voz cansada y suave, pero de pronto se impuso firme, como si fuera el caballero de antes—. Por años te esperé, por años te amé. Me convencí de que siempre serías la Bruna que quise, que esa parte de ti no moriría jamás. Pero he comprendido que no es verdad. Nunca lo fue. Tú moriste esa noche cuando te di el elixir.

—¡Al fin asumes tu responsabilidad! —Gritaba ella. No solo estaba colérica, jamás la había escuchado así. En su voz pude encontrar dolor, desesperanza. Ella estaba desesperada—. ¿Acaso piensas que esto es lo que quiero? He luchado por años para aferrarme a mi humanidad, he desafiado a Esmael, he sufrido nuestra separación cada día, ¿y así es como vas a pagarme? ¡Lo di todo por ti! Solo a ti te he amado y te juré que así sería por siempre, ¿vas a echar todo a la basura solo por la palabra de ese hombre? 

—No lo niegas —dijo él, acusador. Pero dolido también. Ni Reginald ni yo teníamos idea de los detalles de lo que pasó hace años, así que estábamos igual de consternados en ese momento—. Le arruinaste la vida.

—¿Eso te dijo? ¿Acaso no tiene un hogar y una familia? ¿Acaso no es un hombre prospero? ¡No debí mover un solo dedo por él! Lo favorecí a él y a su esposa, les di todo lo que me pidieron, ¿y ahora quieren jugar a la víctima contigo para separarnos? ¿Es eso?

—Sabes que no es así. Sabes lo que hiciste. Y no es lo único que has hecho en estos años, pues estoy enterado de muchos detalles. Te juro, Bruna, que he luchado para cumplir mi promesa y que mi amor por ti se mantenga intacto. Y ahora sé que eso es inútil.

—¿Inútil? ¿Acaso enloqueciste?

—No. Porque yo sí te amé. Yo amé a Bruna de Béziers, y mi Bruna está muerta. A ti ya no te conozco. —Esas palabras, tan duras y brutales, me dolieron hasta a mí. A Bruna debieron dolerle en el alma.

En ese momento los gritos cesaron, solo se oía llanto. Reginald y yo sabíamos que teníamos que irnos, habíamos sido indiscretos. Pero ninguno era capaz de moverse de lo paralizados que estábamos. Fue peor cuando escuchamos pasos acercándose a la puerta.

—No, Guillaume. Tú no vas a dejarme. Y sí, esto va a terminar pronto para los dos. Será el fin de nuestra historia, y yo voy a tener mi final feliz aunque te cueste. Así que te aconsejo que mejor reces por tu amigo y por cualquiera que te haya puesto en mi contra. Será mejor que se preparen.

Ni siquiera le dio tiempo de replicar. Ella salió, la puerta se abrió. Y ambos estábamos ahí, cerca. La sorpresa le duró a Bruna apenas un instante, luego posó sus ojos en mí. Pensé que solo vería pena en ellos, pero vi determinación. Y todo eso se tornó pronto en odio cuando me miró. Sé que le bastó verme para entender que todo fue mi culpa. 

Reginald se adelantó, se puso delante de mí como si quisiera protegerme. Bruna se apartó, nos dio la espalda y se fue.

Ahora sé que la suerte está echada y que la señora Sybille tuvo toda la razón. Su venganza será terrible.


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22 de abril de 1238

Solo Reginald y yo sabemos la verdad de lo que pasó aquel día. Supongo que es un acuerdo tácito entre nosotros, pues no hemos vuelto a hablar del tema.  

Tal vez suene a locura, pero creo que de momento solo él puede protegerme de la ira de Bruna. Solo él y su madre son inmunes al encantamiento. No puedo ni ir a refugiarme en casa de Luc, pues su esposa me detesta. Siento que no tengo lugar al que huir en este momento.

Bruna está en el castillo, y mandó a llamar a su hijo, nuera y nietos. Debo suponer que encantó a Adeline para que acepte su presencia, pues la he notado muy sonriente y amable con ella. El día que Bruna llegó ni siquiera quise regresar a mi hogar, así que me la paso con Agnes y sus hijos, cosa que me favorece pues ella no se acerca a Bruna por orden de Reginald.

Pero ayer fue inevitable que nos volviésemos a ver. El señor Guillaume se sentía mejor de salud, y mandó a organizar un banquete para todos. El ambiente fue acogedor, alegre, cálido. Y falso. Ninguno de ellos sabía lo que pasó ese día, y Bruna hizo algo.

Sé, pues Nikkos me lo explicó, que existen tres niveles de encantamiento. El básico, el que ejerce por naturaleza cualquier inmortal. A ese encantamiento pueden resistirse los que son inmunes, pues ellos logran ver al inmortal tal cual es sin sentirse fascinados. Luego está el otro nivel, el del convencimiento. Lo usan para dar órdenes que los mortales cumplimos sin dudarlo, tal como hizo Actea conmigo al intentar curarme de mi encantamiento hace años. Ambos niveles en Bruna tienen un matiz más intenso, algo que ningún inmortal es capaz de hacer. Ni siquiera Esmael. 

Luego llega el último nivel, el de Bruna. El de su poder absoluto que solo ella posee. En ese poder está aquello que borró mis recuerdos, que me manipuló para actuar de cierta forma y recordarlo después. El poder de Bruna ha crecido en estos años, y por eso sé que ha encantado al señor Guillaume.

Si hace unos días él estaba convencido de no quererla más, de pronto parece feliz de tenerla a su lado. Toma su mano despacio y besa el dorso, la mira maravillado. No dice nada sobre lo que pasó ese día, pues de seguro lo ha olvidado. Él pudo ser inmune a los primeros niveles de encantamiento, pero no se ha resistido más. Ella lo tiene en sus manos. Aquel día lo amenazó, le dijo que tendría su final feliz aunque él no quiera, y ya veo que así será.

Se está engañando. Ella sabe la verdad. Soy testigo de que la inmortal se ha encargado de manipular la vida de todos los que la rodean para creerse la historia de ser bien amada. Me pregunto si una parte de ella es consciente de eso. Si lo ha aceptado en el fondo de su corazón. Que su encantamiento fue un don, pero también su condena. Supongo que lo sabe, mi niño. Esa debe ser la mayor debilidad de la inmortal, la verdad detrás de todo. Que todo es falso en su vida, incluso el amor.


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30 de abril de 1238

Es primavera, y ha llovido un poco. Bruna sigue viviendo en su mundo de engaño. En ese mundo, su hijo no tiene nada que reprocharle. Su nuera la trata como una hermana. Sus nietos la adoran. Sus amigos Arnald y Mireille disfrutan de su compañía. Y su amado Guillaume resiste día tras día para estar a su lado en los días que le quedan por vivir. Sabe que la muerte está próxima. Todos lo saben.

Pero ellos son felices en su mundo inventado. Los veo por la ventana mientras estoy bordando al lado de Agnes. Ellos van del brazo. Se miran, sonríen. Él le da un beso en la frente, ella le besa la mejilla y las manos. Se aman.

Supongo que es una bonita ilusión que se mantiene. Todos, de alguna forma, vivimos en el mundo que nos inventamos.

Ya entendí las palabras de Esmael. La realidad no existe, es lo que queremos ver.


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16 de mayo de 1238

El señor Guillaume ha caído enfermo, y Bruna cuida de él. Sybille salió de su habitación hace unas noches y anunció lo que ya sabíamos. Que su esposo no iba a resistir la llegada del otoño. 

No puedo evitarlo, siento una profunda tristeza. Todos están tristes. Sabemos que extrañaremos al señor Guillaume, y que sin su presencia aquí todo empezará a desmoronarse. Fue y sigue siendo un gran hombre.

Lo recuerdo de pequeña, tan alto, guapo y fuerte. Siendo firme e implacable, con armadura, dirigiendo Saissac de la mejor manera. Lo recuerdo también enamorado de verdad, antes de que el velo del engaño se cayera. Recuerdo su risa franca, su amistad con mis padres. Incluso recuerdo su felicidad al lado del señor Amaury y la prima Alix. Me cuesta aceptar que pronto él se irá para siempre.

El ciclo va a cerrarse de alguna forma. Y supongo que con su muerte todo acabará para Bruna.


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21 de mayo de 1238

El señor Guillaume de Saissac falleció esta noche. Ni siquiera logro recordar cuál fue la última conversación que tuvimos, no pude despedirme de él. La tristeza me ha invadido, no solo por ver decaído a Bernard y sus hijos, también porque sé que las cosas empezarán a complicarse.

Quiero creer que con esta pena Bruna no tiene tiempo para pensar en venganzas, pero sé que no es así. De todas maneras no pude evitar sentir compasión por ella. Hizo cosas terribles por conservar a Guillaume a su lado, pero entiendo que todo eso es parte de su naturaleza inmortal. Ella ya no sabe qué está bien y qué está mal.

El señor Guillaume lo supo antes de morir, lo confirmó con la revelación del señor Amaury. Bruna ya es como ellos, es una inmortal en toda regla. No es más la víctima de las circunstancias. No es la inocente que fue convertida contra su voluntad. Es inmortal, y eso no es bueno ni malo. Solo es.


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14 de junio de 1238

En medio de tanta confusión por la muerte de su padre, pensé que Reginald había olvidado su parte en todo ese asunto de las profecías. Pensé que con Bruna presente desistiría en su idea de echar a Bernard de Saissac, pero me equivoqué.

Yo no volví al hogar de Bernard. Con la excusa de que quería darle espacio a Bruna, logré apartarme de ellos. Cierto que extraño a Adeline y a los pequeños, pero prefiero que sea así. No he intercambiado ni una palabra con Bruna desde que llegó, pero ella está con su hijo, y yo allá no puedo acercarme. Es triste pensar en los días pasados cuando no existían tantas complicaciones, cuando podíamos estar todos juntos con Bruna disfrutando de su compañía sin pensar en lo que era en verdad.

Así que por eso me confié, pensé que la presencia de Bruna sería suficiente para que Reginald se mantenga alejado. Pero una vez más mandó a robar el grano que quedaba. Mataron a sus vacas, destruyeron buena parte de su propiedad. Era en serio, ya no había marcha atrás.

Todos en Saissac se enteraron de lo que pasó. Todos eran conscientes de las humillaciones a las que Reginald sometió a su hermano. Estaba temerosa de saber cómo iba a concluir todo esto, hasta que vimos llegar a Bruna y Bernard al castillo.

Bernard está en todo su derecho a reclamar y enojarse por la afrenta, lo sé. Pero Reginald dejó bien claro su propósito. Quería que él y su familia se fueran de Saissac y no volvieran más. Yo escuchaba todo a escondidas, pues la discusión fue acalorada. Mi amigo no quiere irse, pues Saissac es su hogar. Pero el nuevo señor de estas tierras no dará su brazo a torcer, y no va a quedar de otra. Al final fue Bruna quien tuvo que sacar la cara por su familia, y así se llegó a una solución dolorosa para todo el mundo. En especial para la familia de mi amigo.

—Vos, patético infeliz —le dijo Bruna a Reginald—, podéis quedarte con estas tierras. Y me importa poco si prohibes que regrese. Vendré cuantas veces me plazca, y quiero ver cómo lo evitáis.

—Infeliz —repitió él con molestia—. Mirad quién lo dice, la más miserable de todos. No fuisteis más que una amante antipática que duró mucho tiempo.

—Y vos no sois más que un hijo fruto de la soledad y necesidad de Guillaume, un infame, un hombre patético que le hace daño a su familia y deshonra el nombre de su padre —atacó Bruna. Supe que esas palabras le dolieron a Reginald. Quizá siempre lo pensó. Que su padre tomó a su madre porque era su deber de esposo. Por necesidad.

—Deja eso, Bruna —intervino la señora Sybille—. Váyanse de estas tierras y no vuelvan más, ya suficiente he tenido que soportarte toda mi vida para que además ofendas a mi hijo.

—La verdad no es ofensa, es verdad y nada más. Quédate con tu hijo, yo me voy con el mío. ¡No lo entiendo, Sybille! ¡Tú lo querías tanto! Tú adorabas de mi Bernard y lo criaste como si fuera tuyo. ¿Cómo es que permites esto?

—Es así como debe de ser —sentenció la señora Sybille. Me parece que todos los presentes interpretamos sus palabras como una profecía. Así era siempre con ella—. Mi hijo gana ahora, el tuyo triunfará siempre. Pero los destinos de su descendencia estarán unidos, y será uno de los descendientes de Reginald quien te hará feliz, y uno de los descendientes de Bernard será quien te lleve a la ruina.

Nadie se atrevió a decir nada. Lo que todos ahí ignoraban era que Reginald odiaba hacer lo que hacía en ese momento. Que una parte de él amaba a su hermano, y que todo ese hostigamiento a lo largo de los últimos años fue con el propósito de cumplir la profecía de su madre. Qué tristeza.

—Que así sea entonces —murmuró Bruna. Ella lo aceptó. Los demás también.

Ahora sé que van a marcharse, Bruna se los llevará lejos de aquí. No sé nada más de momento.


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19 de junio de 1238

Los días han pasado rápido desde que se tomó la decisión de que Bernard y su familia tenían que partir. En estos días he frecuentado el hogar de Valentine y su familia, pues tampoco me agrada mucho la idea de quedarme en el castillo.

Mis amigos ven a Reginald como un infame, un cobarde que esperó la muerte de su padre para atacar a su hermano. ¡Ay! ¡Cómo quisiera decirles la verdad de todo! Que Reginald es tan víctima del destino como su hermano, y que en su voluntad jamás estuvo dañar a alguien que es sangre de su sangre. Supongo que es mejor cerrar la boca. Ya hice mucho metiéndome en lo que no debía y despertando la ira de una inmortal.

En casa de los Maureilham todos están muy enojados con Sybille y Reginald. Es lógico que el señor Arnald y la señora Mireille se pongan del lado de Bruna y Bernie. Tan molestos están con Reginald, que han decidido irse de Saissac y mudarse a Béziers a pasar sus últimos días. 

Después de la última campaña de Trencavel consiguieron recuperar algunas de sus propiedades en Béziers, y no lo perdieron cuando la corona francesa retomó el poder. Así que esa es la decisión de los padres, mientras que Luc, Josep y Valentine han decidido quedarse en Saissac. Aunque no sé por cuánto tiempo, al menos del lado de Luc.

Hoy hablé con él, está muy mortificado con todo esto.

—Me temo que mis días en Saissac acabarán pronto —me dijo—. Siempre he sido amigo de Bernard, es casi seguro que su hermano no me quiera ver aquí. Ahora es el señor de estas tierras, y te digo que no pienso jurarle lealtad a alguien como él.

—¿Qué harás entonces? —pregunté con preocupación.

—Alguna vez le juré mi lealtad al conde Raimon de Foix, pero él ha muerto. Debo ir entonces a Foix y buscar a su hijo Roger Bernard, me parece lo más lógico.

—Claro —murmuré. Y sí, tal vez eso lo lleve lejos de su hogar. Lejos de mí.

—Qué días más terribles estamos viviendo. Quién hubiera imaginado la tormenta que se desataría a la muerte del señor Guillaume, es algo que nos afecta a todos.

—Ni siquiera yo sé que será de mi vida —le dije, él me miró con pena.

A pesar de habernos alejado en los últimos años para mantener mi reputación, sé que aún me quiere. Lo he sabido todo este tiempo. Ni siquiera lo pensó cuando acarició mi mejilla con suavidad.

—No quiero dejarte aquí, Jehane. No con ese cretino en el poder —me dijo.

—No tengo que servir a Reginald. Su padre le juró a los míos que me protegería, pero él ya no está. Tal vez pueda quedarme con Valentine y echarle una mano. O puedo ir con tus padres a Béziers. Ya son mayores, y sé que me aceptarán de buena gana.

—Es cierto. Pero detesto que tengas que pasar por esta situación, de sentirte desamparada. ¿Ni siquiera has contemplado la posibilidad de partir con Bernie? —Negué enérgica con la cabeza. Desde que sé lo que sé, no he hecho otra cosa que huir de mi amigo, cosa que me desgarra por dentro. La culpa se hace cada vez más dolorosa.

—No sé a dónde van, y si está Bruna con ellos, prefiero alejarme. —Él asintió.

—No importa, todo estará bien. Me encargaré de que no te falte nada, ¿si? Hablaré con mamá y Valentine, alguna de las dos querrá tenerte cerca. Te juro que no estarás desamparada, velaré por ti hasta el último de mis días —me dijo con fervor. Se había aproximado más a mí mientras acariciaba mi mejilla. A pesar de todo lo que nos separaba, no pude evitar enrojecer. Y sentir que mi corazón latía con más prisa.

—Ay, Luc. Ojalá no tuviéramos que vivir así. Cómo ha cambiado todo —le dije con tristeza.

—Bernie se irá, y solo seremos tú y yo, Jehane. —Esas palabras me dieron mucha pena. Siempre fuimos los tres. Tres amigos desde pequeños, ahora separados tal vez para siempre—. Y ya te lo dije, siempre estaré contigo.

Luc se inclinó a darme un beso en la frente que se prolongó. Yo cerré los ojos disfrutando ese momento. Cuando me separé de él, noté algo terrible. Estábamos parados fuera de la casa mientras hablábamos, y no muy lejos de nosotros había otras personas. Eran Bruna y Bernard, acababan de llegar para visitar a los Maureilham. Bruna nos vio juntos.

Sé que eso le ha bastado para saber sobre nuestra relación. Ahora temo por Luc.


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21 de junio de 1238

En los últimos días escribo más de lo que he escrito en los últimos dos años, y es por los hechos fuera de lo común que merecen ser contados.

Luc cumplió con su palabra, y así acordamos que me iría a Béziers con sus padres. La idea me agrada, pues prefiero apartarme de este lugar. Aquí pasé buenas épocas, pero ahora siento que solo soy testigo de infortunios.

Bernard y su familia partirán en dos noches. Ya no pude retrasar el momento de nuestra despedida. Sé lo que dijo Reginald. Que su hermano tiene algo de encantador, que de alguna forma nos ha manipulado a todos alrededor para que lo veamos perfecto cuando no lo es. ¿Y eso debería importarme? Yo no tengo ni tendré nada contra él. Escribo con los ojos llenos de lágrimas, pues en verdad me duele la partida de mi amigo.

Él siempre ha sido bueno conmigo. Me ha protegido, me ha querido. Cuando no tenía a dónde ir, me invitó a su casa y me trató como su hermana. Y yo lo quiero, de verdad que sí. Sé que esto es real. No me importa lo que digan Sybille y Reginald de él, yo lo quiero. Siempre será un hombre bueno en mi mente y mi corazón. Así que hoy hablamos al fin. Frente a frente y sin interrupciones.

—Lamento que te hayas apartado de nosotros —me dijo, triste—. Pero lo entiendo, Jehane. Mi madre está aquí, es mejor para ti que estés lejos.

—Sí, es mejor —le dije, y mentí, pues su madre no es la única razón por la que me aparté de él y su familia.

Fue el terror, el miedo de saber que mis acciones y sentimientos fueron influenciados por encantamiento otra vez. Ahora sé que ese temor fue infundado. Bernard nunca me hizo daño.

—Voy a extrañarte mucho, Jehane —añadió con sinceridad—. ¿Estás segura de que no quieres venir con nosotros? Sabes que te queremos mucho. Adeline se la ha pasado llorando porque no estás con ella, los niños te extrañan. Eres parte de mi familia —lo dudé. Es cierto, me he acostumbrado a ellos, pero eso no podía seguir. Porque estar con él significa ver con frecuencia a Bruna, y eso no va a pasar.

—No puedo, lo sabes —murmuré con un gesto culpable.

Sé que lo entendió, Bernie nunca necesitó de muchas palabras. Él suspiró. No lo vi venir, solo sentí su fuerte abrazo al que me rendí pronto. Sentí deseos de llorar en sus brazos.

—Te recordaré siempre, Jehane de Cabaret. Mi querida amiga. —No logré controlarme. Solo lloré.

Qué triste es, niño, separarte de la familia que tu corazón escogió. De los amigos. Si tienes amigos nunca los dejes ir. Nunca dejes que nadie los separe. Ni siquiera los inmortales.


**************


22 de junio de 1238

Bruna me he hablado. Supongo que nunca fue posible intentar evitarla. Me hallaba cerca de la casa de Valentine. Me pidió que la ayudase con algunos quehaceres, y fui a traer algo de agua del pozo. Caminaba con tranquilidad hacia el granero, y la encontré cerca. Estaba montada en el mismo caballo con el que llegó, no se ha separado de él hasta el momento. Desde su montura me miraba con frialdad, y yo sentí el desprecio en su mirada. El odio.

Como siempre, su presencia me dejó abrumada y paralizada. Una parte de mí quería huir, la otra estaba presa de su mirada. Bruna desmontó y se paró frente a mí. Tuve miedo, porque sabía que nada podría hacer contra ella, estaba a su merced.

—Sé que fuiste tú. Sé que tú le diste esa maldita carta de Guillaume.

—Señora...

—¿Cómo pudiste? ¿Qué pasó por tu cabeza cuando decidiste traicionarme a favor de un hombre al que solo has visto unas cuantas veces en toda tu estúpida existencia? ¿En serio creíste que no iba a enterarme?

—Yo no...

—Idiota. —No me dejaba hablar, pero sabía que estaba enojada. Que me odiaba en serio—. ¿Te das cuenta de lo que provocaste? ¿Valió la pena arruinar tu vida por Amaury?

—Mi vida ya estaba arruinada —le dije cuando al fin fui capaz de hablar—. Tal vez todo se echó a perder desde el día en que fui encantada siendo solo una niña.

—Hazme el favor —me dijo con desdén—. ¿Te hice daño? ¿Eso quieres decir? ¿Acaso no te favorecí siempre? Incluso cuando Esmael me obligó a entregarte, ¿no estuve de tu lado procurando que nada te pasase? Viví años con las consecuencias del daño involuntario que te hice, y luego te liberé del encantamiento apenas supe cómo hacerlo. ¿Se te olvidó eso?

—No lo he olvidado —le dije, intentando defenderme—. Es usted quien parece haber olvidado que pasé la vida entera corriendo detrás de su sombra, sufriendo, y luego ahogándome en la miseria y la melancolía cuando no estaba. No he hecho otra cosa que ser una marioneta en sus manos.

—¿Y qué haces cuando te doy tu libertad? Traicionarme, herirme. Arruinaste todo lo que tenía, Jehane. Lo único que me quedaba en este mundo era la idea de que ese hombre siempre me amó. Me quitaste eso, infeliz. Me quitaste lo único que me forzaba a ser humana.

—No la entiendo...

—¿Es que eres estúpida o solo te quieres hacer la inocente? ¡Sabes muy bien de lo que estoy hablando! ¿No has vivido con los inmortales? ¿Acaso no sabes cómo son? ¿Cómo somos? Y sabes muy bien que he intentado ser la Bruna humana por mucho tiempo, que quise ser fiel a mí misma y no olvidar lo que se sentía ser mortal. Me esforzaba porque tenía a Guillaume, me esforzaba por mi hijo. ¿Y qué encuentro al volver? Que él sabe una verdad que jamás debió saber, que el infeliz de Amaury incumplió su promesa a pesar de todo lo que hice por él y su familia. Guillaume era todo lo que tenía, y pensé que moriría amándome. Al menos así todo esto hubiera valido la pena. ¿Y qué pasó? Que la estúpida Jehane de Cabaret se metió en lo que no debía y arruinó todo. ¡Me quitaste lo único que amaba en el mundo!

Los ojos de Bruna estaban cubiertos de lágrimas, y los míos también. No tanto por comprender sus sentimientos, sino por el temor de las consecuencias de mis acciones. Es cierto lo que dijo, no era mi deber entregar esa carta de Amaury. ¿Acaso él no era feliz en oriente? Nada tendría que cambiar, él hubiera seguido al lado de su familia, pero ahora sé que Bruna no lo permitirá. 

También la entendía a ella, pues todos sus esfuerzos de ser buena persona a pesar de su naturaleza despiadada de inmortal fueron para complacer al señor Guillaume. Un hombre que ya no estaba, y que además admitió ya no amarla.

—Lo encanté —continuó Bruna, confirmando mis sospechas—. Lo hice olvidar lo que sabía, lo hice pensar que yo seguía siendo la Bruna de la que se enamoró. Se fue creyendo que aún me amaba. Todos lo creen así, menos yo. Sé lo que pasó en verdad. Sé que amaré una eternidad a un hombre que dejó de quererme porque tú le hiciste ver que era un monstruo.

—No tengo la culpa de sus acciones, señora. —Me defendí otra vez—. Y yo soy testigo de que él la amó todos estos años. Que las cosas cambiaran hacia el final no es culpa mía.

—¡Le entregaste esa maldita carta, Jehane! ¿Qué esperabas que hiciera? Es cierto, él me quiso y me esperó mucho tiempo, fue fiel a nuestro amor. Y tú acabaste por destruirlo todo.

—No fui yo. —Mientras más me defendía, más colérica se ponía.

Sé que Bruna sabe que ella es la única responsable de sus acciones. El señor Guillaume dejó de quererla cuando se dio cuenta que ella se había transformado en un espectro vacío, y yo no tengo nada que ver con eso. Pero ella lo cree así, se niega la verdad a sí misma. No importa quién seas, mortal o inmortal. Siempre será más fácil encontrar un culpable antes que admitir que somos los responsables de nuestra tragedia.

—No me importa lo que pienses, muchacha. Tú y ese hombre me quitaron todo, así que no crean que esto terminará pronto. Me llevaré a mi hijo lejos de aquí, y se acabó. Bruna de Béziers murió hace mucho y al fin puedo gritarlo al mundo. Ya no tengo que ser buena con nadie, ya no tengo que fingir que soy humana y que quiero ayudar. Al fin lo he entendido, al fin soy como ellos. No le debo nada a la humanidad, y ni siquiera voy a sentir culpa cuando te arrebate hasta la última gota de la felicidad que te queda. ¿Querían que sea un monstruo? Entonces lo seré, y voy a disfrutarlo mucho.

Me llevé una mano al pecho, no podía dejar de llorar. Sybille vio muerte, vio dolor, vio guerra. Todo eso sería consecuencia de la ira implacable de Bruna, del odio que sentía hacia quienes rompimos su mundo de felicidad. Y ya no siento miedo por mí, sino por los demás.

—Por favor, señora. Por favor —le rogué. Había caído de rodillas frente a ella de lo desesperada que estaba—. Castíguenos a Amaury y a mí, los demás son inocentes. Por favor, se lo pido.

—Amaury —repitió con asco—. Ya hasta imagino sus lágrimas cuando le quite a esos hijos que tanto quiere —agregó, y noté la burla en su voz. Una burla cruel, una voz llena de maldad. Por un instante hasta me recordó a Ismael. Y lloré, porque mis sobrinos Darnelle y Alodia no merecen sufrir—. Tú y él pueden estar tranquilos, me encargaré que vivan mucho tiempo. Y él sabrá que fui yo. Sabrá que todos los que aman sufren porque él rompió su palabra.

—No. —Lloraba. Estaba desesperada, intentaba calmarme pues sabía que mis lágrimas no iban a conseguir nada.

—En cuanto a ti —me dijo con desprecio—. Veremos si quieres seguir viviendo cuando termine contigo. Al menos sé que Amaury es un perro resistente, sufrirá por años. En cambio tú...

Su fría mirada me recorrió de pies a cabeza. No podía creer que la mujer que alguna vez adoré, la de la mirada tierna y alegre, la que me cuidó y me aconsejó, de pronto me odiara de tal manera. Que me hiciera sentir el bicho más insignificante del mundo.

—Tú no eres más que una perra cobarde que no soporta el dolor. Así que me encargaré que tu agonía sea muy lenta y larga.

Se fue, me dio la espalda. Yo me quedé en el suelo llorando. ¿Qué más puedo decirte, mi niño? Mi destino está marcado para sufrir.



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Ahhhhhhh gritantin muy fuerte y despertandin a todo el edificio*** 

Esperé mucho para llegar al momento salvaje en que Bruna gritaría al fin "Soy inmortal, no me interesa nada. Los wa a cagar, se van todos alv". Probablemente lo dijo en latín y más bonito, pero se entiende la idea xddd

Así que acá tienen una verdad que estuvo oculta por mucho tiempo bajo el sesgo de quienes contaron la historia, es decir, Arnald y Mireille. Recuerden que ellos escribieron sus memorias en las que se basa la nueva orden del Grial. Y en la que se basa también La dama y el Grial I y II. 

Ahora sí me voy a hacer cosas de ama de casa y les dejo con las fuertes revelaciones xddd

¡Hasta la próxima!



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