27.- La controladora
No sabía si estaba emocionado o lleno de miedo, tal vez ambas a la vez. Porque había conseguido hablar con una inmortal y de alguna forma la convenció de ayudarles. Todo eso no parecía ser real. ¿Tan fácil? ¿Fue fácil? ¿O acaso sin la ayuda de Jehane desde el pasado jamás lo hubiese conseguido? No lo sabía. Lo que Alain sí tenía claro era que como siguieran caminando sin mirar a los lados antes de cruzar la pista, se iban a morir todos menos Actea. Ah, y Silvain.
—¡Niño! —gritó la inmortal cuando tuvo que coger a Julius de la camisa y arrastrarlo hacia la vereda. Unos segundos más y lo hubieran atropellado—. ¿Qué te pasa a ti? ¡Cómo vas a cruzar de esa manera!
—Lo siento —murmuró arrepentido el pequeño, había enrojecido de vergüenza y ni siquiera podía mirarla—. Es que no me di cuenta.
—Lo sé, la que lo siente soy yo. A veces lo olvido, no suelo andar en grandes ciudades. Los tres han estado muy distraídos mirándome —agregó señalándola a Andrea y a él—. ¿Qué hay de ti? ¿Todo bien? —le preguntó a Silvain.
—Pues sí, supongo. ¿Tendría que estar babeando o algo así? —preguntó el chico, y ella asintió.
—¿No tienes ese irrefrenable deseo por mirarme y seguirme a dónde vaya? —Silvain negó de inmediato.
—O sea, usted es guapa y todo, pero tampoco es para tanto —agregó con toda sinceridad, y eso acabó por animar más a Actea.
—¡Qué lindo! Alguien de la otra gente para poder hablar como persona civilizada, me encanta. Ya que estás libre de mi encantamiento, lleva a la chica. Y ustedes dos vengan acá, nadie se va a morir atropellado. —Alain obedeció de inmediato y se acercó a ella, Julius también.
Apenas estuvieron a su lado la inmortal los tomó a ambos de las manos. Empezó a enrojecer, y no porque una chica-inmortal bella lo tomara de la mano. Era porque lo estaba tratando como a un bebé al que había que llevar con cuidado para cruzar la pista. Por supuesto, el más feliz por eso era Julius.
—Ahora sí, andando. El hotel no está muy lejos.
Le Maurice estaba a la vuelta de la esquina, y aunque ninguno de ellos estaba hospedado allí, nadie los detuvo. Al contrario, los botones abrieron las puertas mientras le sonreían a la inmortal. Actea caminó directo hacia la recepción, solo en ese momento les soltó las manos. La recepcionista, que hasta hace unos segundos lucía ocupada y algo malhumorada, cambió con la llegada de Actea. Bien, todo eso empezaba a asustarlo un poco. Ni siquiera era Bruna, la verdadera "encantadora", ¿cómo podrían con ella, si con la más inofensiva de las inmortales andaba babeando medio mundo alrededor?
—Hola, cariño —le dijo Actea a la recepcionista—. Tengo invitados, los llevaré a la suite. Asegúrate de que nadie nos moleste, es probable que incluso aparezcan guardias por meter menores de edad sin autorización.
—Descuide, señorita Kensignton. Nos encargaremos de que nadie la perturbe.
—Perfecto y... ¡Ah! Cierto. Solo voy a requerir el servicio de habitaciones, apuesto a que los muchachos están hambrientos.
—Yo no —comentó él por lo bajo. De hecho, como que tenía algo de náuseas.
—¡Yo sí! —exclamó muy animado Julius. Actea le sonrió y acarició despacio sus cabellos.
—Tan lindo que es. Como sea, vamos a llamar al servicio de habitaciones y nada más.
—Como usted diga, señorita Kensington. Que tengan una linda mañana.
—Gracias, cielo. Y relájate. ¿si? Estás muy tensa.
—Así será —contestó muy segura. La sonrisa no se le fue ni cuando se alejaron de ella hacia el ascensor.
Fueron directo a la suite Le Parisiene, la más lujosa de hotel. Hasta hace unos segundos Actea lucía tranquila y relajada, pero al entrar arrojó sus cosas a un lado hacia un sofá, y estas acabaron en el suelo. Mientras ellos miraban con fascinación todo el lujo y la excelente vista panorámica de París, ella renegaba.
—Kensington —repitió malhumorada—. ¿A quién se le ocurrió ponerme apellido de blanca? Peor, ¿de inglesa? Yo a Nikkos lo mataría si pudiera, pedazo de inmortal antipático. Yo sé que quiso molestarme a propósito.
—Pe... pero... —titubeó Andrea—. Usted es blanca.
—Fui britana y luego esclava de Roma, no cuento como "blanca". Odio los apellidos, en serio. Es como si clasificaran a los humanos por origen y antigüedad, ridículo.
—¿Mencionó a Nikkos? —preguntó Silvain. Y él empezó a hacerse el loco.
Les dio la espalda y miró por la ventana hacia la calle. Por favor, que no descubrieran que él le dio el dato. No podía dejar que nadie se entere de su trato con el inmortal, no sabía las represalias que este podía tomar.
—Sí. Se suponía que nos íbamos a encontrar en París, pero me retrasé un día y el muy ridículo se largó porque según él Esmael lo llamaba. No le creo, ese estaba con ganas de fastidiar. ¿Por qué si no me reservaría una habitación tan cara en medio de la ciudad? Sabe que no me gustan estas cosas, ¿qué voy a hacer yo aquí?
—¿Disfrutarlo tal vez? —preguntó él, pero la inmortal no parecía conforme.
—No me malinterpreten, yo a Nikkos lo adoro, pero cuando se pone pesado no hay quien lo pare. Lo importante es que me voy mañana, ni siquiera pensaba dormir aquí.
—¿Ah no? Pero esto debe costar una fortuna, ¿en serio no le gusta nada? —le preguntó Silvain. Actea tomó asiento y se encogió de hombros.
—No sé cuánto cuestan las cosas, yo solo pago y ya. Antes al menos sabía lo que valían las monedas de oro y plata, ahora no entiendo el dinero. Tal vez suene estúpido, pero es cierto. Yo solo tengo una especie de tarjeta y unos billetes, me doy cuenta si algo es caro cuando me piden muchos billetes y nada más. Repito, no entiendo el dinero.
—¿Y cómo es que tiene tanto dinero entonces? —le preguntó Andrea, y la inmortal la miró extrañada.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Ehh... bueno... —Titubeó, empezó a enrojecer avergonzada—. Ya sabe, la orden vigila movimientos bancarios de ustedes. Y sé que tiene inversiones en varios negocios y cuentas en paraísos fiscales con mucho dinero.
—Ah, eso. La que se encarga es Iseth, yo de dinero no entiendo nada, ya te dije. Ustedes ya deberían saber que casi nunca estoy en ciudades occidentales, ¿no? Se supone que hacen bien su trabajo.
—Yo tampoco sé mucho de dinero —le dijo Julius con inocencia—. Solo guardo todos los billetes que me da el abuelo en la alcancía, y no sé si es mucho.
—Estamos empates entonces.
El niño se sentó a su lado, el resto tomó asiento justo frente a ella. En la mesa de centro había dos cartas del menú de lo que ofrecía el servicio de habitaciones del hotel. La primera en tomar una fue ella.
—Vamos, escojan algo. Hace mucho que no como nada francés, quiero confirmar si es tan horrendo como lo recuerdo.
—¡¿Qué?!
A pesar del encantamiento los cuatro estallaron escandalizados con ese comentario. ¿Insultar la comida francesa? ¡Pero si ellos inventaron la gastronomía de verdad! Eso era inaudito. Al notar sus caras de indignación la inmortal empezó a reír.
—A ustedes no se les puede bromear con la comida, ¿verdad? Son igual a los chinos, a los mexicanos, a los peruanos, a los españoles, a los italianos, a los... En fin, a todo el mundo. Todos creen que su comida es la mejor, y la verdad es que tienen algo de razón.
—Y en su gran experiencia gastronómica —comentó Silvain con algo de ironía en su voz—. ¿Cuál diría que es la mejor comida del mundo?
—Ninguna de estas cosas finas —dijo señalando la carta—. La verdadera comida la venden en la calle. Los puestos callejeros son de lo mejor, pero Nikkos no piensa lo mismo. Por algo estoy aquí. Como sea ¿qué van a pedir? Tienen libertad para escoger lo que deseen.
—Bueno... Es que no tengo hambre —se excusó Alain.
—¿En serio? ¿Y los demás? ¿Nada?
Todos, menos Julius, negaron con la cabeza. Aunque tal vez sí tenía un poco de hambre, pero la comida era lo de menos en ese momento. Quería que ella los ayude.
—Aburridos, pediré helados y refrescos para todos, fin del asunto. Ya me lo van a agradecer —les dijo antes de tomar el teléfono y llamar al servicio de habitaciones. Nadie se animó a hablar mientras ella hacía el pedido de los helados, que probablemente se derretirían en las copas sin que nadie los toque—. Listo, ahora sí podemos hablar con calma. Dijeron que necesitan ayuda.
—Así es —se adelantó Silvain—. Verá...
—Un momento —lo detuvo—. Primero quiero saber una cosa. —Actea posó su mirada en él, y Alain empezó a enrojecer. Ni sabía qué cara poner, ni se sentía capaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo—. ¿Quién te dio los diarios de Jehane?
—Mi padre los recuperó, así que leo las traducciones de vez en cuando.
—¿En serio? ¿Es costumbre de la orden arruinar la infancia de la gente o cómo es el asunto? ¿Cuántos años se supone que tienes?
—Cumpliré once este año.
—¿Y qué haces leyendo eso? No deberías estar leyendo, no sé, ¿Tom Sawyer? ¿Eso sigue de moda?
—Ahora leemos Harry Potter —aclaró Julius.
—Como sea, leer algo educativo sin violencia que no incluya mi vida hace unos cuantos siglos.
—Bueno, es muy tarde porque ya leí bastante de eso —continuó Alain—. Supongo que ya no hay marcha atrás.
—Es así, una vez te enteras de la desgracia ya no te queda otra que agarrarte de donde puedas —contestó la inmortal—. Así que pariente muy lejano de Jehane, ¿eh? Linda chica. Algo dramática, pero linda chica. ¿Se saben su canción? Es que yo todavía la tengo acá —les dijo, y se señaló la cien—. A veces me pongo a cantarla de la nada, en verdad era buena. La melodía... Uff, no saben lo que era eso sonando en un salón de castillo.
—¿Qué canción? —le preguntó Andrea, y Actea la miró sorprendida.
—¿Cómo? ¿No se la saben? ¡Si hasta le mandé a Jehane un pergamino ilustrado con la letra de su canción! ¿Se habrá perdido? Qué lástima, con lo bonito que estaba. Decía más o menos así...
Bella flor sois, que nacisteis en la cima de la montaña.
Bella Jehane, cada vez más lejana
Por vos mi corazón late fuerte
Y mi cuerpo te clama cada mañana.
El mundo me duele cuando no estáis,
Y no puedo encontrar remedio
Si no veo vuestra sonrisa iluminada.
Mi dulce amor, mi bella Jehane
No existe dama en mundo
Que sea más deseada.
Me robó el corazón, me robó el alma,
Mi cordura también se llevó,
En el único anhelo de mi vida se transformó.
Y en mi pecho dejó marcado para siempre
Un amor infinito que nadie puede robar.
—Les juro que sonaba mejor en oc y con la vihuela de acompañante —agregó Actea cuando terminó de cantar.
Él se quedó sorprendido, pues no había llegado a esa parte de los diarios. ¿Le dejarían leerlo? Ojalá que sí. Alain detestaba las canciones románticas, pero tal vez era el efecto de la voz de Actea lo que le hizo pensar que eso era lo más bello que había escuchado.
—Yo creo que sonó muy bonito —le dijo Julius. El pequeño seguía en las nubes, y cualquier cosa que dijera Actea para él era maravillosa.
—Aclarado ese punto, puedes continuar, muchacho —se dirigió a Silvain, y este asintió.
—Bruna...
—¿Ahora qué hizo? —interrumpió ella. Ah vaya, eso fue muy rápido—. Lo siento, es la costumbre. Bruna suele estar detrás de cosas muy turbias.
—Mi madre necesita ayuda —continuó el chico—. Bruna la encantó, la dejó trastornada.
Actea escuchó atenta una historia que él les contó alguna vez en medio de un momento de rabia y frustración, algo que le dolía mucho. A Alain le dio pena ver que Silvain hacía lo posible para no quebrarse al contar lo que pasó con su madre, los intentos de suicidio, sus arranques de locura y la sumisión hacia Bruna. Lo que a Alain empezó a asustarle fue que Actea no dijera nada. Ni siquiera parecía sentir pena por eso, solo escuchaba y ya. ¿Acaso no le importaba lo suficiente? No había logrado conmoverla.
—Entiendo —contestó tranquila—. Típico de Bruna y sus maniobras de terrorista, no había necesidad de dejar a tu madre así. Solo fue una pequeña demostración de sus poderes para que les quede claro que no deben jugar con ella. No fue personal.
—¿Se supone que eso debe consolarme? —preguntó Silvain. También se había dado cuenta de que Actea permaneció imperturbable. Incluso, le pareció, intentó justificar a su hermana inmortal.
—No, ya sé que no tienes consuelo. Que incluso estás desesperado al punto de venir a pedirme ayuda. De verdad lo entiendo, aunque es poco lo que puedo hacer.
—Pero cuando hizo lo mismo con Jehane ella estuvo bien un tiempo, salió del encantamiento. — Tal vez no debió meterse en esa conversación, pero no pudo evitarlo.
—Bueno, eso fue hace cientos de años, y el encantamiento que usó con Jehane en ese entonces fue moderado y no intencional. Ahora es distinto, ahora ella maneja muy bien su poder y lo usó con toda intención en tu madre.
—¿De verdad no puede hacer nada? —preguntó Andrea con tristeza. Eso se les había contagiado a todos de pronto.
Tenía sentido, y quizá debieron pensarlo antes. Actea no era una encantadora, ¿cómo podría ayudar en ese caso? Todo eso estaba fuera de su alcance. Habían llegado tan lejos en vano.
—Bueno... —murmuró.
Iba a decir algo más, pero el timbre de la habitación sonó. La inmortal se paró a abrir, el personal de servicio de habitaciones llegó con el helado y los refrescos solicitados.
Mal momento para interrumpir. A Alain se le iba la paciencia de esperar que pusieran las copas de helado en la mesa y abrieran los refrescos. Estaba a nada de gritar que se vayan de una vez que estaban haciendo algo importante, pero fue la misma Actea quien los despidió.
—¿Entonces...? —insistió Silvain. Ella acaba a de comerse una cucharada de helado.
—Tal vez pueda intentarlo, pero no te garantizo nada —aclaró. Era una esperanza al menos—. Lamento no poder hacer nada más por ti.
—Bueno, es lo mejor que hay, ¿no? Y eso ya es bastante. Nadie más iba a ayudarnos, mucho menos Bruna —contestó el chico.
—No me odies, pero voy a discrepar en ese punto. —Silvain la miró extrañado, hasta arqueó una ceja.
—¿Que Bruna podía ayudarme? ¿Eso está insinuando?
—Mira, lo que pasó con tu madre fue una simple demostración de poder. No me enorgullezco de eso, pero nosotros lo hacemos todo el tiempo. Incluso yo. A veces es necesario dejar en claro lo que somos y que no pueden jugarnos como si nada. Y a veces quienes pagan son los inocentes como tu madre.
—Lo que quiere decir es que ella no lo hizo por maldad, ¿es eso? —le preguntó Andrea.
—¡Y una mierda! ¡Claro que sabía lo que estaba haciendo! —exclamó Silvain, enojado—. Lo hizo porque sí, porque le dio la gana, ¿acaso eso no es ser malvada?
—Supongo que tiene sentido lo que dices —murmuró Actea. Silvain lucía cada vez más enojado, y eso ya no le estaba gustando.
—¿Supone? —le preguntó enojado.
—Es difícil, Silvain, definir qué es bueno o malo. Los inmortales hacemos cosas que para nosotros tienen sentido, no solemos detenernos a pensar en las consecuencias para los humanos. A veces tenemos la suerte de encontrar gente que nos enfrente y nos explique por qué ciertas cosas son "malas".
»No puedo explicarte cómo es, Silvain, no lo entenderías. Ni siquiera yo misma tengo claro cómo pasó. Solo sé que poco a poco, casi sin darme cuenta, dejé de ser una de ustedes. Y los límites desaparecieron. Intento conducir mi existencia de modo que no perjudique a la humanidad, pero a veces no puedo evitarlo. Porque no me doy cuenta, no lo entiendo, no lo siento. Es todo lo que puedo decirte.
Nadie se animó a decir nada después de eso. ¿Acaso no se lo había explicado todo el mundo? Jerome, mamá, la misma Jehane en sus diarios. Los inmortales eran espectros vacíos que no sentían nada en especial por la humanidad. Ni siquiera Actea. "Pero quiere ayudarnos igual", pensó Alain. Y sí, aunque fuera poco, era más de lo que esperaron.
—Lamento si me puse tétrica. Es tan raro ser inmortal. De a ratos me importa todo, luego me acuerdo que no tengo ningún deber con nadie y se me pasa. No quería asustarte, bonito —le dijo a Julius, incluso posó una mano sobre la suya. Enrojecido, el niño le devolvió una sonrisa.
—Para no sentir nada por la humanidad suele disculparse con frecuencia, ¿no? —comentó Silvain, cosa que le arrancó una carcajada a la inmortal.
—Muchacho, una cosa es no sentir nada, otra ser una maleducada. Estuve ahí cuando se inventaron las normas de cortesía europeas, así que no me critiques por ser de la vieja escuela cuando me da la gana. Ahora sí, ¿nos vamos? Se va a hacer tarde para ustedes.
—¿A dónde? —le preguntaron todos a la vez.
—A ayudar a la madre de Silvain, ¿no es eso lo que quieren? —El chico, que en ese momento había comido un poco de helado, por poco se atora con el contenido por la sorpresa.
—¿Ahora? ¿Tan rápido? —preguntó Silvain, boquiabierto.
—¿Te parece que me pienso quedar otro día más en esta ciudad donde todos le echan mantequilla a la comida? Me tienen harta los franceses. Menos ustedes, ustedes son lindos. Pero tú lo eres más —agregó mirando a Julius.
—Hay un pequeño problema. Uno grande en realidad —aclaró Andrea—. A estas alturas hasta el gran maestre debe estar enterado que estamos aquí.
—¿En serio? ¿Qué son ustedes? ¿La CIA?
—Hay un tipo que la vigila de la ventana del hotel de al lado —señaló Andrea. Todos se giraron a ver, pero la ventana era de lunas polarizadas y no podían distinguir a nadie.
—Degenerado —soltó Actea en broma—. Me la he pasado desnuda toda la mañana, la ropa occidental me estresa. Ni siquiera uso sostén. —Apenas dijo eso, y sin querer, todos la miraron.
A Alain le bastaron dos segundos para apartar la mirada llena de vergüenza, mientras sentía que se estaba poniendo rojo de pies a cabeza. Y si, tan encantado estuvo que no reparó en el detalle. El vestido que llevaba era delgado y se podía ver sus pechos sin ningún problema.
—¿Tenía que decir eso justo ahora? —reclamó Silvain, la voz hasta le tembló. También se había puesto tan rojo como él.
—A ver, yo no pienso usar esa prenda horrorosa solo porque los pubertos no pueden ver tetas, ¿estamos? Y tú también deberías quitarte el sostén, ¿no te incomoda? —le sugirió a Andrea.
—Bueno... —Tal vez fue el encantamiento, pues apenas escuchó esas palabras la chica se llevó las manos debajo de la blusa para quitárselo.
—¡No! —Gritaron los tres escandalizados.
—Ay por favor, no repriman a la niña. Como sea, Andrea preciosa, decías que en este momento nos están espiando y toda la orden sabe que estamos aquí comiendo helado, ¿verdad? —Ella asintió. Y, por suerte, no se estaba quitando el sostén.
—Lo más probable es que incluso estén en la puerta del hotel esperando a que salgamos para detenernos —continuó la chica. Así fue que Alain empezó a sentir miedo.
Cierto que antes de ir en busca de la inmortal supo que habría consecuencias, en ese momento le quedó claro hasta qué punto se había arruinado todo. ¿Cómo sería el líder de la unidad de investigación si lo expulsaban de la orden? Le había fallado a todo el mundo. A la memoria de papá, a los deseos de mamá. A sus promesas, a todo. ¿Qué cara iba a poner cuando lo amonestaran? ¿Así sería como todo acabaría? No podía creerlo.
—Véanlo por este lado. Ya están arruinados con su orden, de todas maneras nos van a perseguir vayamos donde vayamos. Mejor hay que aprovechar y hacer algo útil, ¿no? —Propuso la inmortal.
—¿De verdad nos puede castigar la orden? —preguntó Julius desanimado.
—A ti nadie te va a castigar, eres el menor y el nieto del gran maestre —respondió Silvain—. En todo caso el expulsado seré yo y pues... —suspiró. El chico no era el más entusiasta con la orden, pero quizá no le agradaba tener que irse así—. El sacrificio valdrá la pena.
—Descuiden, Nikkos dejó un auto alquilado a mi nombre. Está en el estacionamiento y podemos bajar directo allá —les dijo la inmortal, y al menos eso era bueno. Así evitaban que alguien de la orden le cierre el paso a la salida del hotel—. Esa es la buena noticia.
—¿Hay mala? —preguntó él.
Actea le regaló una sonrisa traviesa. En ese momento no le pareció que tuviera más de mil años, solo parecía una chica como cualquiera. Una agradable a pesar de todo.
—Que la última vez que manejé un auto fue en los sesentas.
—Ehhh... no creo que hayan cambiado mucho las cosas —continuó él.
—De todas maneras, si te para la policía les dices que eres Actea la inmortal y no pasa nada. Ellos no te van a arrestar porque eres súper linda —le dijo Julius. Silvain y él intercambiaron una mirada, estaban a nada de carcajearse. Semanas de chistes de Julius y Actea cobraban sentido en ese instante.
—¿Ven? Este niño tiene todas las respuestas. No hay de qué preocuparse, nos vamos en busca de la señora Chastain y asunto resuelto —dijo muy segura ella.
Todos dejaron las copas con helado derretido a un lado y se pusieron de pie. Eso volvía a ser emocionante otra vez.
O lo fue hasta que llegaron al auto y descubrieron que Actea los iba a matar en un accidente de tránsito. Para empezar, la inmortal y la tecnología parecían llevarse pésimo. Ninguno sabía conducir, así que le explicaron como creían que funcionaba todo eso. Ah, y Actea descubrió el GPS. Todo bien con la guía de calles, todo mal en la parte en que ellos tenían que gritar que se iba a pasar un semáforo, que iba con exceso de velocidad, que casi atropella a alguien. Y otra cosa peor.
—Eh, chicos. Mi papá está en el auto de atrás —les avisó Silvain. Él iba en el asiento del copiloto y miraba por el espejo retrovisor. Apenas dijo eso, los tres se giraron a mirar.
—No veo nada —dijo Julius. Él tampoco lo vio, solo era un auto negro con lunas polarizadas.
—Esa es la unidad que le asigna la orden cuando está en París, la conozco bien —aclaró el chico.
—Y hace un rato nos estuvo siguiendo un patrullero —les recordó Andrea.
—Pero lo perdí, ¿no? Soy muy buena acelerando sin respeto a las señales de tránsito —bromeó Actea.
Pues sí, apenas vieron ese patrullero acercarse porque Actea aceleró, esquivó varios autos. Y de paso esquivó la muerte para todos, Alain cerró los ojos y se agarró fuerte del asiento pensando que iba a morir.
—¿Estamos en una persecución como en las películas? —preguntó Julius. Si hasta parecía ilusionado el mocoso ese.
—Nada más nos falta el helicóptero y listo, persecución al estilo Hollywood —intentó bromear Silvain, pero aun así sonó nervioso.
—¿Falta mucho? —Le preguntó la inmortal.
—Apenas unas cuadras —contestó él—. Me pregunto si nos estarán esperando en casa. Tal vez no nos dejen pasar...
—Ya me encargo, tú tranquilo. Voy a hacer lo mejor de mi parte.
Actea hablaba muy tranquila, como si el hecho de que los estuvieran persiguiendo por todos lados no significase nada. Al menos no para ella, pues cuando todo eso acabe se iría y ellos pagarían las consecuencias.
—Eso si llegamos vivos —comentó él por lo bajo, pues en ese momento Actea frenó en seco cuando casi choca con un bus.
—No seas pesimista, chico de Jehane.
—Me llamo Alain —aclaró. Desde que subieron al auto se la pasaba diciéndole así, "chico de Jehane".
—Como quieras. Escucha, Jehane era la trágica de la familia, tú deberías sonreír más seguido.
—Eso está difícil, considerando que tengo una misión y la mitad de tus amigos inmortales como que me odian cuando todavía no he hecho nada.
—Oye, ese chisme no me lo has contado.
—Ehh... —Rayos. Habló de más por pura molestia y sin pensarlo.
—No serás el niño de las profecías, ¿verdad?
—Pues...
—Es que Julius tiene más pinta de niño de las profecías —interrumpió—. Míralo, es divino. Este de adulto va a estar para comérselo entero.
—Qué asco —le dijo Silvain con total desagrado—. ¿Se les va el concepto de pedofilia cuando se hacen inmortales o cómo lo llevan? —Lejos de ofenderse, Actea empezó a reír. Y su risa se les contagió a todos sin que pudieran evitarlo.
—Qué horrible te expresas, muchacho. ¿Acaso estoy acosando al niño? Él es quién está a nada de proponerme matrimonio. —Y ahí sí que Alain no se pudo aguantar la risa. A su lado, Julius enrojecía preso de la vergüenza. Había quedado expuesto ante su amor platónico.
—No, yo... Es que yo... —Se le trababan por las palabras. Alain hizo lo posible por dejar de reírse, hasta le empezó a dar pena el pobre.
—Solo para que lo sepas, te diría que sí —bromeó la inmortal, y le guiñó un ojo por el espejo retrovisor.
—Gracias —murmuró el niño y le dedicó una sonrisita.
—Bueno, ahora solo tienes que girar a la derecha y no arruinar lo que queda del jardín de mi casa mientras te estacionas —le avisó Silvain.
—Ahora que lo dices, siempre he sido pésima para estacionarme —advirtió la inmortal. Siguió las instrucciones de Silvain, giró a la derecha, intentó estacionarse y derribó unas vallas de madera que daban al jardín de los Chastain.
—Ah bueno, gracias, como que ya necesitaba una remodelación —le dijo Silvain con toda la ironía del mundo.
—Luego te lo pago... ¿Cuánto cuesta un jardín? ¿Se pueden comprar jardines, o los mandan a diseñar? También sé firmar cheques. No sé para qué sirven, pero es más fácil que dar billetes.
—No importa, no riego las plantas hace días. Vamos por mamá —le dijo él.
Alain dio gracias de que al fin pudieran bajar de ese auto del terror que por poco lo mata quién sabe cuantas veces en todo el camino. Apenas pisaron la calle, cuando vieron que el auto del padre de Silvain se estacionó al frente. Y del jardín de al lado salieron dos hombres altos que parecían guardias de seguridad. Gente de la orden sin dudas. Y empezaban los problemas.
Ni siquiera lo planearon así, pero todos se pararon detrás de Actea, como si de alguna forma buscaran su protección. Lo malo, por así decirlo, era que si se trataba de rastreadores de la orden todos tenían la forma de burlar el encantamiento. Y el señor Chastain era algo inmune, así que la tendrían difícil.
Caminaron apenas un poco hasta que los dos hombres aquellos les cerraron el paso. Se dio cuenta que hacían lo posible para no tener contacto visual con Actea, los miraban a ellos. Querían intimidarlos, y vaya que lo estaban logrando. Casi sentía a François Chastain pisándole los talones.
—A ver, chicos. No hay tiempo para el drama. Permiso —les ordenó a los hombres con encantamiento.
Y no bastó, pues Alain reparó en otro detalle. No escuchaban a la inmortal, pues tenían unos aparatos en los oídos, como audífonos, pero al parecer bloqueaban el sonido. Vaya, así que de esa forma los rastreadores de la orden evitaban caer a la primera. Interesante.
—Bueno, tendrá que ser a mi manera —anunció ella.
"La controladora", así la llamaban. ¿Por qué? Jehane nunca describió su poder, y no creía que fuese porque no la haya visto en acción, sino que no tuvo tiempo de eso. Pero ante sus ojos la inmortal manifestó ese poder que rara vez usaba y que le dio ese apelativo. Ni siquiera se movió, los miró y provocó que se hicieran a un lado. Bastó ver la mirada sorprendida de aquellos hombres para notar que ninguno de ellos quiso hacerlo. Actea los manipuló para apartarlos con toda la naturalidad del mundo, cualquiera que viera aquella escena de lejos diría que los hombres le hicieron paso a los recién llegados con toda cortesía.
Y para asegurar que no volvieran a molestarla, usó su poder para hacer que se quedaran quietos a un lado de la casa. En su gesto se podía notar la frustración de ser controlados y no poder siquiera decir una palabra para oponerse.
Aún perturbados por esa demostración de poder, los chicos de la orden avanzaron detrás de ella y esperaron a que Silvain abriera la puerta. Entraron juntos a la sala, pero había otro obstáculo cerca. El señor Chastain irrumpió pronto en la escena, pero antes de que pudiese detenerlos, Actea levantó despacio una mano y lo paralizó. Ya no podía caminar hasta que ella lo decidiera.
—Silvain, ¿se puede saber qué demonios tienes en la cabeza? —Le reclamó su padre.
—Estoy haciendo lo que tú jamás quisiste hacer: Voy a ayudar a mamá —contestó el chico muy seguro. No tenía miedo de enfrentarlo, y al parecer ningún respeto por él—. Así que no nos molestes, que igual nunca te has preocupado por ella ni por mí.
—No digas tonterías, sabes que yo...
—Oh sí, qué padre tan abnegado eres. Largándote sin dar noticias por un mes y dejándome con mamá aquí. No me vengas con esas, al menos yo estoy haciendo algo, ¿y tú qué? Nada, como siempre. Será mejor que no arruines esto.
—¿Y en serio te parece que traer el enemigo a casa es la mejor idea?
—¿Hola? El enemigo está aquí —le dijo Actea—. Y vamos, no le reclame al chico. ¿Quién de ustedes se ha atrevido a hablarme directo? Ninguno, se dedican a espiarme por la ventana y tomarme fotos para correrse pajas después, así que no tienen derecho.
—¿Cómo pueden confiar en alguien como ella? —Reclamó, pero esa vez habló para todos. Los miró a cada uno, incluido a él.
Por un instante la culpa lo invadió. Nadie de la orden aceptaría lo que acababan de hacer. Ninguno de los adultos veía a los inmortales de otra forma que no fuese la de monstruos insensibles. Eran monstruos a los que observar y vigilar de lejos, nada más. Jamás aceptarían la ayuda de nadie, ni siquiera de Actea. ¿Cómo pretendían que ella se pase al lado de la orden antes del fin si la trataban como una cosa sin sentimientos? Eso no se iba a poder. Tampoco iba a decir que Actea fuera buena y todo eso, ya se había dado cuenta que de moral con ella ni se hablaba. Pero estaba allí ayudando sin pedir nada a cambio, ¿por qué no podían confiarse siquiera un poco?
—¿Qué está pasando aquí? —Una voz los interrumpió, y de pronto el silencio se hizo absoluto. Desde a cocina la madre de Silvain llegó caminando.
Carole Chastain seguro parecía mayor de lo que era en verdad. Vestía una bata de dormir, aunque ya eran las primeras horas de la tarde. Tenía el cabello recogido en un moño que parecía a punto de deshacerse, y las enormes ojeras delataban que no había dormido bien en mucho tiempo. Miró a todos, sorprendida, pero pronto posó su vista en la inmortal. Por supuesto que sabía quién era ella, si en algún momento fue miembro activa de la orden. Sabía que Actea había llegado a su casa, y no pareció tomárselo muy bien.
La mujer retrocedió varios pasos, asustada. Actea la vio, y Alain la observaba. Cuando Silvain le contó lo que le pasaba a su madre no pareció conmovida, pero en ese momento era distinto. Notó que, a pesar de que Actea era un espectro vacío como los demás, su mirada reflejaba compasión.
—Tranquila, todo está bien —le dijo usando su encantamiento.
—Sil, ¿por qué la has traído aquí? —preguntó la mujer con la voz temblorosa.
—Mamá, ella no está aquí para hacerte daño. Te lo prometo —contestó su amigo. Lucía nervioso, temía tal vez que Actea no pudiera hacer nada y que las cosas se pusieran peor. Él también tenía miedo de eso.
—¿Has venido porque ella te lo pidió? —le preguntó Carole a Actea, y esta se apresuró a negar con la cabeza.
—No, querida. Para nada, no veo a aquella desde hace muchos años. Estoy aquí porque tu hijo te ama y quiere ayudarte. Yo quiero ayudarte, ¿me dejarás hacerlo?
—¿Puedes? —Los ojos de la mujer se habían cristalizado por las lágrimas, su voz se quebró. Alain notó que ella estaba temblando.
—Haré mi mejor trabajo, eso lo prometo. ¿Puedo acercarme? —La señora Chastain asintió. Nadie decía nada.
En ese momento ya ni siquiera parecía controlar al padre de Silvain, había notado que relajó su postura. Solo estaba allí, quieto y a la expectativa. Actea tomó de la mano de la mujer y la condujo hasta el sofá de la sala, se sentó a su lado. No quería mirar, y eso era porque le daba pena ver a la madre de su amigo así. Lloraba con la cabeza gacha, como si no quisiera que nadie la escuche. Pero Alain tenía que mirar, tenía que saber cómo funcionaba el encantamiento de verdad. O al menos una parte básica de este, pues la única que podría hacer el trabajo completo no estaba presente.
—Te llamas Carole, ¿verdad? Sil me lo contó.
—Ajá... —Balbuceó la mujer, intentaba dejar de llorar. Con delicadeza, Actea tomó su mentón y levantó despacio su rostro.
—Tranquila. Quiero que me mires a los ojos mientras hablo. Esto no será un alivio total, tal vez la recuerdes cada cierto tiempo y te sientas mal. Pero será mucho mejor que ahora, ¿si?
—Cualquier cosa es mejor que ahora —murmuró ella. Actea y Carole se miraron fijo a los ojos, y entonces ella empezó a hablar.
—Olvídala, ella está lejos. Muy lejos. No podrá dañarte nunca más. No le debes nada, no le informarás nada sobre la orden. No hables con ella, no hables de ella. Olvídala. Olvídala. Fue solo una pesadilla, ella no volverá. Olvídala, olvídala —repitió eso último varias veces. La voz de Actea era tan suave, tan poderosa, que hasta a Alain lo estremeció. Las vibraciones de su voz lo llevaban a otro mundo, lo relajaban.
—La olvido... —murmuró la mujer.
—Se acabó, Carole —dijo Actea.
Y al parecer eso era todo lo que podía hacer por salvarla. Se habían quedado callados, a la expectativa. ¿Había funcionado? ¿O el recuerdo de Bruna seguía torturándola? Imposible saberlo en ese momento.
—Dime que estás mejor... —le pidió la inmortal. Confundida, la mujer miró a un lado. Se secó las lágrimas y respiró hondo.
—No lo sé —respondió—. Yo solo... Bueno, ya no me duele la cabeza como hace un rato. Yo no... No sé... La he olvidado, creo.
—¿De verdad? —Silvain se apresuró a correr al lado de su madre. Tenía los ojos humedecidos por las lágrimas, pero sonreía ilusionado. Se arrodilló delante de su madre y le tomó las manos—. Mami, dime que ya pasó, por favor...
—Es que... No sé. Es extraño. Ya no... No recuerdo su rostro con claridad —murmuró extrañada—. Y su voz suena tan lejana. Casi no la recuerdo. Sé lo que me hizo, pero yo... No sé. Ya no tengo miedo.
—Oh... cielos. —El que habló fue François. Estaba boquiabierto. A paso lento avanzó hacia ellos. Sin decir nada, Actea se hizo a un lado con discreción—. ¿Es cierto? ¿En verdad se acabó esta pesadilla?
—Eso creo. —Carole les sonrió. Alain la notó más relajada, y su sonrisa le pareció linda.
Sin poder contenerse, Silvain se acercó a ella y la abrazó fuerte de la cintura. Había pegado el rostro contra su vientre, y así lloró. Sintiendo los brazos de mamá rodeándolo. Lloraba de felicidad, porque al menos por un tiempo la pesadilla de Caroline Chastain había terminado. Silvain lloraba, Andrea lloraba, Julius lloraba. Bueno, y él también un poco. Unas cuantas lágrimas que se le escaparon sin querer, porque los hombres no lloran. O eso decían las películas, pero ni le importó.
Ya no podían estar allí, no era el momento. Era algo de la familia Chastain. La primera en entender eso fue Actea, quien a paso lento empezó a retroceder hacia la salida de la casa, y ellos la imitaron. Una vez afuera Alain se secó las lágrimas, y bueno, se sintió feliz y satisfecho de haber terminado el trabajo. Fue difícil, y ni sabía cómo iba a terminar todo eso, pero ya estaba hecho y le cumplió a Sil tal como prometió. Nunca se había sentido tan feliz por un amigo como en ese momento.
—Oh, oh —escuchó decir a Andrea.
Al levantar la mirada, Alain se quedó paralizado. Otro auto se había estacionado, y de este bajaron la madre de Andrea, Jerome, Audra Bordeau. Y el gran maestre en persona. Los cuatro lucían tan serios que le dio miedo.
—Ahh... ¿Ya me puedo ir? —Les preguntó Actea desanimada apenas se olió el drama que se venía.
—Houston, tenemos un problema —concluyó Alain. ¿Y él no podía irse corriendo?
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Hello, hello, hello!!!
Al fin llegamos a este iconic momento por el que hicimos vigilia y prendimos velas virtuales. La llegada de Actea y la salvación (temporal) de la mami de Silvain.
Bueno, Actea está bien creisi y necesita urgente clases de filosofía moral xddd Nikkos podría ayudarle en eso, pero nunca lo aplica así que no cuenta lol
Decripción gráfica de Actea manejando en París xddd
CADA VEZ ESTAMOS MÁS CERCA DEL FINAL OMG
¿Qué pasará ahora? ¿Actea se irá y atropellará a alguien en el camino cuando se dé a la fuga? ¿En qué acabará esta desventura?
Ya lo sabremos. ¡Hasta la próxima!
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