21.- El niño de las profecías

—Jehane estuvo con nosotros por unos años. Llegó poco antes de que intentaran ejecutar a sus padres. La inquisición, ya sabes. Y la herejía albigense, terrible todo —empezó a explicar Nikkos. 

El auto de Jerome se había detenido cerca a la Rue Des Barres, y aunque ya había estado unas cuantas veces ahí, por primera vez se dio cuenta del parecido de ese lugar con las calles de Saissac, la villa que visitó con mamá para conocer la tumba de Guillaume.

—¿Y no les pasó nada? ¿No los llegaron a matar?

—Bueno, que eso te lo cuente la misma Jehane luego, que para eso no he venido.

—Pues yo necesito respuestas. —Nikkos arqueó una ceja, le pareció notar el brillo de la sorpresa en su mirada.

—Caes bien de a ratos, muchacho. Y eso que te noté muerto de miedo al inicio. Mírate ahora, exigiéndole cosas al inmortal.

Nikkos sonrió. Cogió su taza de café y dio un sorbo. Alain miró a un lado, hacia la transitada calle llena de turistas que reían y bromeaban, sin imaginar lo que estaba pasando allí. Que era un niño secuestrado por un tipo de más de tres mil años.

Luego de presentarse, Nikkos condujo en silencio hacia el centro. Alain no solía ir por ese lado, la verdad le molestaban mucho las multitudes, los turistas lo sacaban de quicio. El tráfico, los autos, los grupos. Solo había ido a Notre-Dame en dos ocasiones, una vez por excursión para el curso de historia de la escuela, la otra porque papá lo llevó. Así que, aunque no fuera el más interesado en arquitectura gótica, se quedó buen rato mirando aquella iglesia. Era eso, o mirar al tipo tenebroso de cientos de años que tenía al lado. 

Poco después de pasar Notre-Dame, Nikkos detuvo el auto y le pidió que bajara. Ni siquiera se le ocurrió escapar y correr, no tenía idea de lo que ese tipo quería hacerle, y sin duda no lo había llevado a una de las calles más populares de París para ejecutarlo en público.

Cuando llegaron a la Rue Des Barres, Nikkos le hizo una seña para que entrara al restaurante L'Ébouillanté. El primer piso estaba abarrotado, en el segundo no había ni un alma. Nikkos le explicó que lo había rentado todo para que pudieran hablar sin interrupciones. También le dijo que podía pedir lo que deseara de la carta, pero no sintió deseos de comer nada. Es más, hasta náuseas sentía. Fue ahí, en medio de un silencio casi sepulcral entre ellos, con el murmullo lejano de la transitada calle, que Nikkos le dio unas hojas recién traducidas de los diarios de Jehane.

—Tienes suerte, niño —le comentó—. Esas, tu querido tío Jerome no te las iba a dar por nada del mundo, es más, las había impreso y las metió en un sobre confidencial para el gran maestre, pero ahora tendrás la información completa auspiciada por mí, ¿qué te parece eso?

—¿Gracias? —Fue lo único que dijo, ni siquiera sabía si tenía que agradecerle aquella revelación. Esos últimos meses le habían enseñado que la vida fue mejor cuando no sabía nada de nada.

Alain aún tenía miedo, sentía el corazón acelerado, las manos le temblaban, estaba sudando frío. Por un instante creyó descubrir lo que era eso, angustia, quizá. Como lo que describía Jehane en sus diarios. Ansiedad, así le dijo Jerome que se llamaba. Así que con toda la ansiedad encima empezó a leer sin saber bien qué esperar. 

Encontró más profecías de Sybille, más detalles sobre lo que pasó en la reconquista de Languedoc, la aparición de Bruna. Y lo que más le inquietó, el hecho de que Jehane le hablara directo a él, pues Sybille lo vio en sus sueños.

Eso le asustaba. Una mujer del siglo XIII le habló en sus memorias. Le contó sus cosas como si fuera un amigo, o como si pudiera entenderla. Le daba miedo porque aún no podía creer que en serio esas cosas estuvieran pasando. Le gustaba, de cierta forma, saber que era muy cercano a Jehane. Aunque entre ellos no existiera nada en realidad. Los diarios, eso los unía. Pero ¿qué más? Ni siquiera era su descendiente directo, no eran nada. Y aun así, estaban juntos de alguna extraña forma que le inquietaba y le fascinaba a la vez. Así que ahí estaba, con los papeles en las manos, con un inmortal al frente bebiendo café. Y él con muchas preguntas.

—¿Qué pasó con Jehane?

—Ya te dije, se unió a nuestro séquito. Todos teníamos humanos temporales para entretenimiento, algunos aún los tenemos —le explicó con tranquilidad—. Y Esmael quiso a Jehane, así que le pidió a Bruna que se la entregara. Eso ya lo sabes.

—¿Qué le hicieron? 

Él sabía de esas cosas, aunque mamá siempre cambiaba de canal de las noticias cuando lo hablaban. Alain también apartaba la mirada, incómodo. Él no sabía qué pensar cuando escucha historias de las cosas malas que les hacían a las mujeres que secuestraban. Solo se sentía muy mal cuando escuchaba, y no quería saber más, le daba miedo. A Jehane también se la llevaron, y Alain sabía lo que pudo pasarle. De solo pensarlo sentía que las náuseas se ponían peor que nunca.

—No quieres detalles de eso —contestó Nikkos con serenidad. Esa declaración fue suficiente para que Alain supiera que sus sospechas fueron ciertas. Dejó los papeles con la traducción sobre la mesa, las manos le temblaban—. No fue tan malo, si eso te consuela. Ellas hicieron lo posible por mantenerla a salvo, y funcionó la mayoría de veces.

—¿Ellas?

—Actea, Iseth, Bruna. Esos años se borraron de la memoria de Jehane, cuando volvió a casa tuvo que vivir otra pesadilla.

—Dijo algo sobre la inquisición.

—Ah, sí —continuó él. Nikkos dejó su taza al lado y luego lo miró fijo—. El Papa Inocencio III lo ordenó, tenían que barrer con la herejía albigense. Y, como sabrás, ninguno del entorno de Jehane fueron verdaderos cristianos. Jehane volvió a Languedoc en 1236, y las cosas habían cambiado mucho. Cuando el segundo Trencavel recuperó las tierras de su padre tuvo que rendir vasallaje a un rey para conseguir respaldo, y este fue Jaime I, de Aragón. Para poder conservar sus tierras tuvieron que aceptar la intromisión de la iglesia y la imposición de la inquisición.

—Ohhh... —murmuró. Y tan bien que le cayó el Trencavel ese.

—Ya imaginas lo que pasó. La inquisición se dedicó a buscar herejes debajo de cada roca, fue una verdadera cacería. Todos escuchamos hablar de eso por aquella época, fueron días atroces. Desenterraban a los muertos para quemarlos, todo ardió en ese entonces. La gente viva en especial.

—¿Murió gente de la orden?

—Murió gente que Jehane ha nombrado en sus diarios, nombres con los que quizá estás familiarizado.

—Ah... 

¿A quiénes se llevó la inquisición? ¿A algún Maureilham? ¿A alguien de Foix? ¿De Béziers? ¿A alguien querido para Jehane tal vez? No quería ni pensarlo.

—De cierta forma, y por extraño que suene, quizá fue una suerte que ella no estuviera ahí cuando empezó la persecución. Jehane pudo arder con ellos —concluyó Nikkos—. Ella fue depresiva, melancólica para los de esa época. Y algunos consideraron la melancolía una forma de posesión demoniaca. Sí, estoy seguro de que ella pudo morir en una pira. Y quizá por eso mismo Esmael se la llevó, quizá siempre lo supo —agregó, pensativo.

—No creo que eso haya sido como un rescate, suena más a secuestro.

—Bueno, lo fue —contestó el inmortal muy tranquilo—. Como sea, suficiente de Jehane por hoy. No fue para eso que te traje, y ya que tocas el tema del secuestro... 

Nikkos dio una palma y se acomodó en el asiento. Lo miró fijo. El mesero, que hasta hace unos segundos estuvo rondando el piso, retrocedió y cerró la puerta. Alain escuchó cuando le puso el seguro.

—¿Tienes teorías de por qué estás hoy aquí?

—¿Me quiere decir algo?

—Sí, desde luego. ¿Y qué más? Vamos, sé que puedes adivinarlo —le pidió el inmortal. Eso empezaba a ponerlo nervioso.

—¿Algo sobre el fin de los tiempos?

—Vamos bien, ¿y qué más? ¿Quieres una pista? Te ofrezco una palabra como comodín, pero solo puedes usarla una vez. ¿Te animas? —No se la creía. Literalmente Nikkos estaba jugando con él.

—Yo... Ehh... ¿Es sobre la orden y el fin de los tiempos?

—¿Y qué más?

—¿Quieres que no nos metamos en las cosas de los inmortales?

—Decir eso suena a que he venido a amenazarte, y por ahí no va el asunto.

—Creo que quiero el comodín —pidió él. Nikkos empezaba a desesperarlo y quería acabar con eso pronto. 

—La palabra clave es "Convenio".

—Ajá...—murmuró. Eso no le decía mucho, pero por la expresión de Nikkos podía jurar que él pensó que eso sería suficiente. O que pensó que era más listo de lo que en verdad era—. Pues... emmm...

—¿Nada? Qué decepción —dijo desanimado—. Los manuscritos te pintan mejor, ¿sabes? Por eso quise venir a separar la realidad de la ficción. Y mira, ya me estás aburriendo.

—No sé qué esperaba qué dijera —contestó Alain con fastidio. Nikkos no había hecho otra cosa que burlarse de él. Con la mirada, con su ironía, con sus gestos. Sea lo que sea que estuviera pasando, quería que acabara ya—. Dígame qué es lo que quiere y listo, me voy a mi casa —le dijo, ofendido. Nikkos lo miró perplejo, como si no se creyera que en verdad le estuviera contestando de esa manera. A él, a un inmortal. Segundos después, rio. Se rio de él otra vez.

—Bueno, bueno. Te lo diré. Vine hasta París para conocer al niño de las profecías —contestó él, y parecía decir la verdad.

—¿En serio?

—Sí, claro. Sybille no es la única que te ha mencionado. Hay otras profetisas en el mundo, y todas han visto el fin. Todas te han visto. —Por un corto instante Alain se quedó sin respiración. En serio que no quería creerle a Nikkos, no quería aceptar todo eso—. ¿Qué puedo decirte? Eres toda una celebridad. Y aunque algunas te ven como adulto o adolescente, todas te han llamado así. El niño de las profecías. Debo suponer que es porque a esta edad has recibido la revelación de la verdad, o parte de ella. Cuando eres consciente de algo así es como si apenas hubiera nacido. Toda tu vida antes de esto fue una especie de ensayo para que llegaras aquí, ¿no lo crees?

—Supongo que si...

No le hacía nada de gracia. Cuando quiso saber por qué mataron a su papá no imaginó que terminaría metido en todo eso, o que averiguaría cosas que le daban tanto miedo. Cosas que a veces no podía ni quería entender.

—Cero entusiasta, ¿eh? Contigo no se puede —dijo el inmortal con gracia—. Como seas, eres el niño que algún día será adulto, y en cuyos hombros recae la responsabilidad más grande de este mundo. No sé tú, pero en tu lugar estaría aterrado.

—Lo estoy —contestó. 

Sentía la garganta seca. Un mesero dejó hace buen rato una copa de agua frente a él, y solo en ese momento se animó a beber un poco. De la prisa y los nervios, para su desgracia, se atoró con el agua. Se puso rojo, empezó a ahogarse, escupió el agua que tomó y se mojó los pantalones. Nikkos solo lo miró sin ninguna expresión hasta que logró controlarse. Seguía rojo, pero no por la asfixia. Se estaba muriendo de vergüenza.

—Patético —comentó Nikkos sin ganas—. Como sea, entiendo que por ahora seas inútil, no debería sorprenderme. Eres solo un crío, después de todo. Por eso estoy aquí, para pactar contigo antes de que todo empiece a desarrollarse.

—Convenio —dijo Alain, esa fue la palabra clave—. ¿En serio?

—Empecemos. Hice todo este teatro de confundir a los rastreadores de tu orden y no quiero que sea en vano. ¿Sabes cómo fue? Tomé la apariencia de Ismael, los hice creer que era él, me siguió el chico ese... ¿Cómo se llama? Chas... Chad...

—¿Chastain?

—Chastain, sí, el mismo. Los identificamos con apellidos, ¿te han dicho que los cargos de rastreadores son hereditarios? No tienen que ser inmunes al encantamiento, basta con que nos sigan tanto que nos irriten, y eso se les da bien. Como sea, el chico Chastain me cae bien, aunque creo que ya tiene cuarenta. En fin, el chico. Me siguió, hice un esfuerzo por perderlo, ya que él a veces burla mis cambios de apariencia...

—¿En serio? —interrumpió sin querer. Eso sí que no se lo dijo nadie.

—Claro —continuó Nikkos, restando importancia a su interrupción—. Tiene una excelente habilidad, confirmado por mí.

—Entonces perdiste al señor Chastain, suplantaste a Jerome y viniste por mí.

—Ajá, bien resumido. Y vengo en son de paz.

—Bueno, es que usted me engañó, me secuestró, me agarra de bobo. No, pero no suena para nada en son de paz.

—Ahora que lo dices... Sí, supongo que tienes razón. No lo había reflexionado, la verdad no importa. Ya estamos aquí, y hablaremos de una vez. Como dicen ustedes, ne pas y aller par quatre chemins.*

—Quiere hacer un trato conmigo —dijo él, como para de una vez entrar en la parte seria del asunto. En verdad quería irse de ahí, se sentía con los nervios de punta todo el rato.

—Así es. Empecemos por lo principal, a partir de este momento tú y yo tenemos un trato de confidencialidad absoluta.

—¿Cómo es eso?

—No dirás ni una sola palabra de esto que hablaremos a nadie de tu orden. Ni a tu madre, ni a Jerome. Nadie. Cuando dentro de unos años te entreguen las hojas que acabas de leer, fingirás sorpresa. No lo hablarás, no anotarás la información, no grabarás ningún audio. Lo sabrás, no lo olvidarás, y actuarás acorde. Esta será la primera y última vez que nos veamos —contuvo un suspiro de alivio, al menos esa era una buena noticia—. Pero sabrás de mí, así como yo sabré de ti. No estaremos en contacto, no intentes buscarme ni hablarme. Porque ni tú ni yo volveremos a tratar este tema, ¿está claro?

—Sí... —murmuró—. ¿Y qué hay de usted?

—Yo haré lo mismo, Alain. Debes saber que ningún inmortal sabe que estoy aquí. Así como paso desapercibido para la orden, también lo hago con ellos. Es verdad que Esmael tiene ojos en todos lados, pero de mí no desconfía y no hay razón para vigilar mis pasos. Si estoy haciendo esto es por iniciativa propia. Ellos no saben ni sabrán jamás lo que pasará aquí.

—Ajá... Si, bueno. Acepto el trato ese.

—Perfecto. Ahora sí podemos hablar.

Alain enderezó la espalda en el asiento, Nikkos apoyó los brazos en la mesa y lo miró. Casi no parpadeaba mientras observaba a ese inmortal,  no podía creer que estuviera mirando a los ojos de alguien tan antiguo. Que estaba viendo el rostro de alguien que solía ocultarse, y que en realidad pocas personas conocían. Quizá no volvería a hablar de eso con nadie, pero sin duda jamás lo olvidaría.

—Verás, el asunto es que yo no quiero morir.

—¿Perdón? —Aquella palabra casi le salió sin siquiera pensarlo. Eso no podía ser cierto.

—No has entendido nada, ¿verdad? —Y como Alain no respondió, sino que lo siguió mirando confundido, el inmortal suspiró—. Paciencia, Nikki. Tú puedes con este —se dijo a sí mismo, pero de forma que él pudo escucharlo—. Alain, ¿quiénes crees que son los malos en esta historia?

—Pues... Los inmortales, ¿no? Controlan el mundo, el sistema, la historia y todo eso.

—Está bien, vamos a decir que eso es "malo" —dijo haciendo las comillas con los dedos—. Te han dicho que los inmortales estamos divididos en bandos.

—Tres. Primero Esmael, Isethnofret y usted. Después Bruna, William y Luciano. Al final Actea, que no trabaja para nadie.

—Y depende de la decisión de ella para que la balanza se incline, exacto. Quitando a Actea, ¿cuál de los dos bandos te parece más "malo"?

—Ehhh... Buena pregunta —murmuró. 

¿Quiénes eran peores? En el bando uno estaba el tipo más poderoso y secuestrador de Jehane. La inmortal que dejó huérfano a Julius, y el que lo acababa de secuestrar. En el bando dos estaba la maniática encantadora que le arruinaba la vida a todos los que se cruzaban en su camino, y dos inmortales que nada le hicieron a los demás.

—Pues mire, creo que en el bando uno están los más poderosos, pero en el bando dos está Bruna. Y ella es muy peligrosa.

—¿Entonces el bando dos es el "malo"?

—Diré que sí, porque se nota que es lo que quiere escuchar —contestó con sinceridad. Nikkos lo miró perplejo un instante, sonrió.

—¿Ya ves cómo puedes ser simpático cuando quieres? Pero te equivocas en algo. Los bandos están equilibrados en cuanto a poder. Iseth y yo podemos ser antiguos, pero Luciano y William, a pesar de ser más jóvenes, no se quedan atrás. El bando "malo" no se define por las características de cada inmortal, se trata de sus objetivos. Sé lo que escribió Jehane, una profecía de Sybille de Montpellier. Lo leí antes de venir a verte, aunque debo decir que eso es algo que siempre supe. Esmael es nuestro guardián de la eternidad, y este es su mundo.

—Sí, eso lo sé.

—Alain, ¿alguna vez has alguna vida ha dependido de ti? ¿Mascotas tal vez? ¿Un vivero?

—Papá y yo tuvimos un hormiguero casero, fue un experimento para el proyecto de ciencias de primaria.

—Entonces puedes entenderlo. Para esas hormigas, tú eras su Dios. Las cuidabas, procurabas que el entorno sea sostenible, protegías el hormiguero para que nada lo dañara y no se destruyera, ¿cierto?

—Si...

—Pues míralo de esta forma. Así como tú cuidaste de ese hormiguero, Esmael cuida de este planeta a su manera. ¿Por qué el guardián del mundo querría destruirlo? La resurrección de los muertos, el fin de la civilización, destrucción masiva. ¿Te parece lógico eso?

—Ustedes piensan diferente a nosotros.

—Pero debes creerme cuando te digo que Esmael no quiere destruir esto. El que estaría encantado de ver ese mundo arder hasta las cenizas y observar a cada humano perecer en medio del dolor es otro.

—Ismael —dijo él. La voz le tembló al nombrar al asesino de su padre.

—El guardián del arma, así es. La cuestión es esta, niño. La larga espera está pronta a acabarse. Han pasado siglos, todo ha cambiado desde que me ofrecieron la oportunidad de vivir por siempre y descubrir cosas que ningún ser humano imagina. Sabes que la resurrección de los muertos será el hecho crucial para los mortales, pero para que resuciten primero tienen que morir muchos. Y para que eso pase, necesitan ocho inmortales.

—¿La sangre?

—Nuestra información genética, sí. Cuando apenas tenía un par de siglos de vida lo veía todo de otra forma, imaginaba un arma que se activaba al derramar nuestra sangre, como si se tratara de una especie de ritual. Un Grial, tal vez, un cáliz con nuestra sangre que activara un arma mística. Pues bien, los años han pasado. No se trata de un arma de aniquilación masiva. Tiene que ser otra cosa, algo que está en nuestros genes, que pueda crearse a partir de eso. ¿Tienes idea de qué puede ser?

—Bien, yo... yo sé —le tembló la voz, lo entendió de pronto. 

Lo había escuchado antes en reportajes de Discovery Channel, incluso leyó un artículo alarmista en Le Monde sobre una posible guerra con el medio oriente. Siempre le gustó la ciencia, y esos temas le parecían interesantes y lejanos. De pronto, gracias a Nikkos, lo tuvo tan claro como él.

—Es... Es un arma biológica, ¿verdad? Un virus, o algo.

—Una pandemia quizá —completó Nikkos, confirmando sus sospechas—. Y el único que sabe cómo crear esa arma es Ismael.

—Entiendo.

Si que era una desgracia eso. El futuro de la humanidad estaba en manos de un maniático que los quería matar a todos.

—La misión de Esmael está por concluirse. Ha manejado este mundo a su antojo, ha procurado el desarrollo y supervivencia de la especie humana. Y dirigió a los siete inmortales necesarios para crear el arma, solo queda uno por el que aguarda con paciencia. Cuando llegue el momento, nos entregará para poder crear el arma.

—Se entregará a sí mismo también.

—Exacto. Y ese momento, el final de todo lo que conocemos, empezará con las muertes. De esa forma los escogidos volverán.

—Ajá. Pero sigo sin entender cómo podría usted morir en medio de todo eso.

—Porque ya no nos necesitan, Alain. Nosotros, el resto de inmortales, no somos guardianes de la eternidad. Fuimos escogidos, es verdad. Tenemos poderes excepcionales, cierto también. Pero una vez que cumplamos nuestra función, ya no seremos necesarios. Y podremos morir.

—¿Cómo? —preguntó sorprendido. Aquella información fue demasiado, más de lo que esperó en realidad. Estaba seguro de que nadie en la orden sabía aquello. Nikkos solo se encogió de hombros.

—Eso no lo sé aún, pero tengo teorías. El arma puede afectarnos, quizá no seamos inmunes y moriremos por eso.

—Pe... Pero no creo que Esmael los deje morir así no más, ¿no? Debe tener una especie de antídoto, nadie soltaría un virus o lo que sea sin un antídoto, ¿verdad?

—En teoría. Lo que dices tiene cierta lógica, pero como te expliqué, Esmael no quiere llegar a ese punto. Conozco lo suficiente a nuestro líder como para saber que esta cuenta regresiva no le hace nada de gracia. Quisiera ascender a guardián de la eternidad y unirse a ellos sin necesidad de matarnos a todos, a nosotros en especial. ¿Puede evitarlo? Lo dudo. A nadie le hace gracia destruir su mundo.

—Entonces, tú no quieres que pase todo eso porque no quieres morir.

—¿Y sabes quiénes más quieren evitar que llegue a suceder toda la desgracia? La nueva orden del Grial. Tú, Alain. Tú, el niño de las profecías. Tú y tu equipo tienen que evitarlo.

—Quieres que te salve —concluyó. 

—Así como yo te salvaré a ti, muchacho. No volveremos a vernos ni a hablarnos, pero debes tener claro que cualquier cosa que suceda de ahora en adelante y que favorezca el propósito de la orden, es mi responsabilidad. Lo haré por asegurar mi supervivencia.

Se sorprendió aún más. ¿Podía tomar eso como que Nikkos estaba traicionando a los inmortales? ¿A Esmael mismo? Dijo que Esmael no quería destruir nada, pero que aun así tenía que hacerlo pues era su deber. Y el inmortal frente a él quería jugar sus propias cartas.

—¿Y qué hay de todo lo malo que pase?

—Puedes culpar a Ismael si te place, después de todo mató a tu padre y siente intensos deseos por matarnos a todos. O puedes mirar al bando dos.

—¿Bruna quiere matarnos a todos?

—Bruna, a diferencia mía, sí que quiere morir. Lo ha anhelado desde el primer momento en que abrió los ojos como inmortal.

—¿En serio? 

—Siempre supe que esa chica no estaba apta para el Grial, ¿sabes? Tenía demasiadas razones para vivir como mortal, mucha gente a la que amar, un hijo incluso. Ella ni siquiera estuvo consciente cuando ese amante suyo le hizo beber el elixir, nunca lo aceptó. Que se haya adaptado a la vida es diferente, que haya aprendido a manejar su poder de forma increíble y que lo ejerza sin temor no tiene nada que ver con lo que ella siente.

—Vaya... —murmuró. 

—Puede que no lo creas, pero en un inicio Bruna estuvo sometida a la voluntad de Esmael, como varios de nosotros. Fue al averiguar lo que pasaría al final de los tiempos, y obtener el suficiente poder para hacerle frente, que decidió rompernos. Ella se llevó a sus dos muchachos, y dejó claro que tendría lo que quería a costa de lo que sea. Bruna desea morir para descansar al fin y reunirse con quienes ama, y para eso debe boicotear el propósito de la orden. Pase lo que pase, no debes olvidarlo.

—¿Y cómo puedo saber que me dice la verdad? ¿Y si solo ha venido acá a ponerme en contra de Bruna? ¿Qué pasa si está mintiendo y en realidad ella no quiere nada de eso? ¿Cómo puedo estar seguro?

—No puedo darte ninguna prueba para que me creas, muchacho. Tampoco insistiré, no te he pedido que me favorezcas en el futuro. Ya tienes la información, puedes hacer lo que te plazca con ella. Yo haré mi parte, tú salva a este mundo y listo. Es lo que tienes que hacer —contestó con tranquilidad. 

Alain suspiró, no tenía otra alternativa en verdad, porque él no quería que nadie muriera por una pandemia o arma, o lo que sea. Se trataba de algo que iba a tener que hacer de todas maneras. Y, aun así, le aterraba saber que la vida de muchos dependía de él. Ese futuro en el que él haría algo por salvar a la humanidad lo asustaba demasiado. Daría cualquier cosa para no ser el niño de las profecías.

—Bueno... —murmuró encogiéndose de hombros. Al menos ya sabía la forma en que los inmortales iban a intentar matarlos a todos—. ¿Le puedo hacer una pregunta? —dijo, pues sentía curiosidad. Y si esa será la primera y la última vez que hablaban, entonces necesitaba saberlo.

—Dime —pidió el inmortal sin mucho interés.

—¿Por qué quiere vivir? —Una pregunta simple, tal vez. Pero crucial. Si podía entender las razones de Nikkos, podría creerle.

—Así que quieres saberlo —contestó el inmortal manteniendo un tono neutral, calmado. No parecía muy animado a hablar de eso—. La mayoría de veces me siento aburrido, cansado de este mundo y la humanidad. Eso pasa cuando vives tanto tiempo, llega un punto en que nada te sorprende. Los he visto y analizado, sé cómo se van a comportar en diferentes situaciones. Sé cómo reaccionarán, lo presiento en realidad. Mucho ha cambiado, y aun así se me hace repetitivo. Diferentes rostros para los mismos objetivos, similares discursos a través de los años entonados por personas distintas. Y a pesar de eso, Alain, sé que existen maravillas por descubrir. Si este mundo me entretuvo hasta cansarme, ¿qué me espera más allá? Otro comportamiento, otros objetivos, otras realidades. Y yo tengo el don de la vida eterna para descubrirlo todo. ¿Por qué querría morir si sé que más allá de este mundo me espera tanto?

—Ya entendí. —Era simple, Nikkos quería ser un guardián de la eternidad. No por el poder, solo por el hambre del conocimiento. A eso se limitaban sus ambiciones.

—¿Hay otra cosa que quieras saber?

—Bueno... —Lo pensó unos segundos. No creía que Nikkos quisiera revelar más cosas, pero se animó a preguntar—. ¿Usted está seguro de todo lo que me dice? O sea, si de verdad piensa que los inmortales podrán morir, que Ismael también sería capaz de hacer eso con ustedes.

—Lo he deducido todo con base en evidencia, Alain —contestó con calma—. Esmael nunca nos diría la forma de matar a un inmortal.

—Entonces, no es seguro.

—A ver, que son deducciones de un tipo que nació en Creta en pleno apogeo de su civilización. Si no te fías de mis años, ya no sé qué más decirte —concluyó Nikkos con resignación.

—Bien, voy a creerlo —contestó. 

Ninguno de los dos dijo nada en los siguientes segundos, por lo que pensó que la conversación había acabado al fin. Lo confirmó cuando Nikkos se puso de pie. Alain giró a mirarlo, y notó que había vuelta a tomar la apariencia de Jerome.

—Andando, te dejo cerca de casa —él asintió. 

Eso seguía siendo muy inquietante. El inmortal podía imitar a la perfección a cualquier persona, realmente podía engañar a quien se le diera la gana. Se preguntó cuántas veces se había acercado a la orden así, no creía que fuera la primera vez. Y tampoco sabía si creerle cuando le dijo que no volverían a verse.

Sin mirar a nadie ni dar explicaciones, Nikkos salió primero. Cruzaron entre el mar de gente del primer piso del restaurante y caminaron en silencio rumbo al auto. París a esa hora parecía más despierta que nunca. Turistas en las calles, gente rumbo a sus fiestas. Algunos ya algo ebrios, riendo fuerte en los bares. Tráfico, bullicio. Se acordó por qué no le gustaba ir al centro.

—A mí también me estresan —comentó Nikkos de pronto al notar su gesto de desagrado—. A veces entiendo por qué Ismael quiere matarlos a todos.

—Ahh... —¿Qué decir ante eso? Nikkos ni siquiera quería salvar a un solo humano, solo a sí mismo. Y ese tipo insensible era, de momento, su mejor aliado.

No hablaron el resto del camino, ese tiempo Alain lo usó para calmar sus nervios y pensar en una excusa convincente para mamá. Quizá le diría que se quedó caminando, pensando. Le hablaría de lo que vio en casa de Silvain. Estaba tan perturbado con eso que quizá le creería, o quizá no e insista en que diga la verdad. No podía hacerlo, estaba convencido de eso. Nikkos no había dicho qué le haría si faltaba a su palabra, pero era fácil de deducirlo. Si hablaba, todo se iba a poner muy feo antes de tiempo.

Al llegar a su vecindario, el inmortal se detuvo y le pidió que bajara. Alain obedeció, y se fue sin despedirse. Solo unos segundos miró atrás para ver su verdadero rostro, uno que no podría olvidar. El auto arrancó y se perdió en la oscuridad de la noche, volvería a su dueño, y nadie hablaría de eso jamás.

Cabizbajo, empezó a caminar hacia casa. Pensó en la Rue Des Barres, de que ciertas partes le recordaron a su visita al pueblo de Saissac. Lo pensó por largo rato, y de pronto se detuvo en seco justo antes de entrar a casa. Cayó en cuenta de algo.

Nikkos le había mentido, o quizá ignoraba ese dato. Aquel chico, Alexander Sørensen, el que tenía el rostro de Guillaume. Bruna no quería morir, no podía. ¿Cómo entonces vería resucitar a su amado?



***************

BOOM BITCH kjajkjka okno 

**Imagenes exclusivas de Alain en medio de su secuestro**

La revelación más revelación de la historia de las revelaciones xddd les juro que lo de la pandemia lo tenía pensado hace siglos, el corona se me adelantó XD But al menos me aporta experiencia directa en pandemias para escribir (?

¿Qué piensan? ¿Nikkos dijo la verdad? ¿Qué parte de lo que le dijo a Alain es cierto? ¿Sabe o no sabe lo de Alexander? Cuéntalo y exagéralo.

Hasta la próxima. 


*Ne pas y aller par quatre chemins. Expresión en francés que quiere decir algo como No irse con rodeos



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