17.- Visitantes inesperados
No podía decir que todo volvió a la normalidad, quizá quedaba mejor decir que había vuelto a la rutina. La escuela, los deberes, estudiar en la mansión de Maureilham, leer de vez en cuando los avances del diario de Jehane que le pasaba tío Jerome.
Para comprender mejor los diarios, dijo Jerome, era necesario que amplíe sus conocimientos históricos de la época en la que vivió Jehane. Así que Alain dedicó varios días a aprender más sobre la cruzada albigense, y también leyó composiciones de trovadores que lloraban la pérdida de la grandeza del Mediodía.
Necesitaba saber más sobre lo que pasó años después, cómo fue que el heredero de Trencavel decidió contraatacar, y cómo terminó esa afrenta. Gracias a Jehane sabría los pormenores, y por eso quería contrastarlo con los libros de historia. Se estaba tomando todo eso muy en serio, no podía ser de otra forma. Después de las últimas revelaciones en la profecía de Sybille, tenía claro que no podía seguir en la ignorancia. Tenía que ponerse las pilas y prepararse para el terrible futuro que se les venía. Uno en el que él sería la pieza clave.
Lo bueno de todo era que ni Silvain ni Julius se molestaron cuando les dijo que ya no podía darles las traducciones de los diarios de Jehane. Ni siquiera tuvo que dar explicaciones, solo les dijo algo avergonzado que eso ya no sería posible, y Silvain cortó el tema ahí. Entendió rápido que había recibido ordenes de arriba, y luego le explicó a Julius que no volverían a hablar de eso nunca más. No al menos hasta que sean adultos y tengan una posición definida dentro de la orden.
Silvain aceptó todo sin refunfuñar, pero era obvio que le molestaba. No lo presionó, el chico entendió que podía meterlo en problemas. Eso no significaba que fuera a dejarlo en el aire. Prometió que ayudaría y eso iba a hacer.
—Silvain, solo si quieres saberlo, estoy leyendo una parte de los diarios y Jehane sigue en Provenza. No ha pasado nada relacionado con los inmortales. Si encuentro algo que te ayude, te avisaré —le dijo una tarde mientras leían en la biblioteca de los Maureilham.
—¿Eh? —dijo él, sorprendido.
—Que igual voy a ayudarte, te dije que era una promesa —contestó muy seguro.
Era probable que si el gran maestre y los demás se enteraban, se molestarían con él, pero eso no le importaba. Había una mujer que sufría por culpa de los inmortales, alguien que era madre de su amigo, y además miembro de la orden. Cuando sea grande no dejaría que nadie lastime a la gente de la orden, no iba a permitir que nadie se vuelva loco mientras estuviera a cargo.
—Gracias —le contestó Silvain con una sonrisa, hasta le dio una palmada en el hombro. Nunca imaginó ser amigo de un chico tan grande, y ser amigo de Silvain era genial.
Lo que no era tan genial era todo lo referente a su vida de estudiante. Tal como esperaron, Ettiene y sus amigos no se tomaron nada bien lo de aquel día, así que él y Julius se la pasaban tratando de evitarlo todo el rato por temor a que los acorralen y los golpeen.
Una tarde, mientras salía de la biblioteca, tuvo que correr fuera de la escuela y esconderse en un parque cercano, por poco y recibe la paliza de su vida. Era difícil defenderse, pero tenía que aprender a hacerlo. Algún día iba a crecer y sería más fuerte que Ettiene, lo haría pagar por todo lo que hacía. Ya era más listo que él, solo le faltaban los músculos para ganar.
Los días pasaban, y él no había vuelto a saber nada de los otros chicos y chicas de la orden. A Alain no le llegaba ninguna noticia de los niños profetas de Rusia. Tampoco había encontrado noticias de Bibbi Lewis y los Sørensen, era algo local que solo se sabía en Estados Unidos, y desde París él no podía averiguar nada por su cuenta.
De lo que sí se supo fue de las memorias de Mireille. Todo el mundo lo supo en realidad, no se hablaba de otra cosa. En las noticias de la tele, en los periódicos, en History Channel, en France Télévisions, en CNN. Hasta su profesor de historia habló algo de eso en clases.
Alain podía aceptar que la historia narrada por Mireille era interesante y podía llamar la atención de mucha gente, pero es que estaba teniendo mucha cobertura. No a todo el mundo le importaban unos pergaminos de la edad media contando una historia fantástica, entonces, ¿por qué de pronto le daban tanta importancia?
—Por Bruna, obvio —les dijo Silvain mientras caminaban de la escuela a la mansión.
Aunque podían ir en limusina, ese día decidieron tomar un bus que los dejó lo más cerca posible de la propiedad de los Maureilham y siguieron su camino a pie. Eso se le había ocurrido a Silvain, y ellos aceptaron. Querían hablar de lo que estaba pasando con la orden sin que nadie los escuchara. No podían hacerlo delante del chófer, y en la mansión se sentían vigilados. Era mejor así.
—¿En serio crees que ella sea capaz? —le preguntó Alain. Silvain odiaba a Bruna, y a veces le parecía que exageraba con echarle la culpa de todo.
—Es obvio —le dijo con molestia—. Ella le ganó la compra de las memorias de Mireille a tu padre, luego las donó a Yale y mandó información a la prensa. Sería normal que la noticia saliera un par de veces en la tele, eso lo entiendo. Pero en serio, ¿a quién le importa un drama medieval en este año dos mil?
—¡A nadie! —exclamó Julius—. Es aburrido, yo solo me aprendí esas cosas porque seré el gran maestre.
—¡Exacto! —apoyó Silvain—. La gente está más interesada en el nuevo sencillo de Britney Spears, el tema de la historia de Mireille no debería importarle más que a los estudiosos. Pero no, se repite por todos lados y a todo momento. ¿Saben por qué? Porque eso es lo que quiere Bruna, la desgraciada y encantadora inmortal.
—Bueno... no lo sé —dijo él, aún tenía dudas sobre la responsabilidad de Bruna en todo ese asunto, pero no se atrevía a decirlo delante de Silvain para que no se molestara—. Puede haber otros inmortales interesados en eso, ¿no creen? Quizá a ninguno de ellos le cae bien la orden.
—Es Bruna —aseguró Silvain. Por lo visto no valía la pena discutir con él—. Esto es parte de su plan, y algún día sabremos lo que quiere de verdad.
—Pues yo como que tengo miedo —les dijo Julius despacio.
—Tú tranquilo, no pasa nada. Eres menor de edad, no pueden perseguirte —le dijo Silvain.
—Pero al abuelo sí. No quiero que le hagan daño —contestó el niño, asustado.
—Eso no va a pasar, Jul. Todo va a estar bien —dijo Alain para calmarlo, pero tampoco estaba seguro de eso.
Gracias al alboroto que causaron las memorias de Mireille, mucha gente puso los ojos en la familia Maureilham. Se les nombraba en aquellos pergaminos, y Mireille misma fue una de ellos. Para la prensa e investigadores no fue muy difícil averiguar que la casa noble de los Maureilham había sobrevivido hasta la actualidad, y tampoco demoraron en ubicar a Antoine. Le pidieron entrevistas, y como el gran maestre no aceptó, algunas personas empezaron a seguirlo intentando sacar alguna declaración, cosa que empezaba a ser molesta.
Le preguntó a mamá si pensaba si eso iba a durar mucho, y si quizá los estudiosos descubrirían que la orden aún existía. Ella dijo que era probable que averigüen que los Maureilham se relacionaban con algunos descendientes de las casas nobles que formaron parte de la orden original, pero podían tomarlo como coincidencia, eso no significaba nada.
—Y tampoco pondrán los ojos en nosotros —le dijo tranquila una noche mientras cenaban—. Para el mundo, Amaury de Montfort murió en los años de la cruzada, ellos no saben que vivió en Antioquia y formó una familia. Jamás lo sabrán, no tendrían cómo averiguar que ese Montfort y Amaury Bordeau fueron la misma persona. Estamos a salvo de la prensa, si eso te preocupa.
—Ojalá, mamá... —respondió él despacio. Porque a papá lo había matado un inmortal que sabía bien quién fue él. Y si ese Ismael lo sabía, quizá Bruna también. Ella podía sacar a la luz esa verdad si quisiera.
La orden poco podía hacer para acallar a la prensa, quizá solo ser más discretos, negarlo todo y seguir con sus vidas. Julius le había contado que su abuelo pensaba viajar fuera de París unos días para apartarse del escándalo, se quedaría en alguna de sus propiedades en Languedoc. Julius quería ir con él, pero estaban en exámenes y no podía dejar la escuela de pronto, así que no le iba a quedar otra que esperar.
Eso era lo que le tocaba a la orden de momento. Esperar y seguir trabajando. Nadie iba a vender información confidencial a la prensa o a los estudiosos de historia medieval. Iban a seguir especulando por años y nadie nunca les daría una respuesta, solo quedarían en locas teorías de conspiración. Eso le dijo Silvain, y Alain le creyó. No importaba, igual Bruna o el inmortal que esté detrás de todo ese circo, ya había logrado lo que quería. El mundo entero sabía la historia del Grial y la orden.
—Alain, ¿tú crees que se aburran pronto? —le preguntó Julius mientras entraban por la reja principal de la mansión.
—Seguro que si, pronto pasa otra cosa más interesante.
—Como la nueva película de Star Wars, por ejemplo —le dijo Silvain, y ellos dos asintieron emocionados.
—¿Pero esa no era para el 2002? —le preguntó Alain.
—Aún la están filmando, pero creo que este año sale un adelanto —explicó el chico—. Y en serio espero que esté buena, no supero la cagada de "La amenaza fantasma".
—Pues a mí me gustó Padmé —le dijo Julius, y hasta se sonrojó.
—Tú tienes un serio problema con las mujeres mayores —se burló Silvain—. Tienes ocho años y te fijas en chicas que podrían ser tu madre, literalmente. Por Natalie Portman no te juzgo, ¿pero qué hay de Actea? Tienes un problema grave, no te puede gustar una inmortal.
—Es linda —le dijo, ofendido. Él y Silvain se rieron, cosa que solo puso más rojo al niño.
—Es verdad, tienes un problema —agregó él mientras intentaba contener la risa.
El mayordomo abrió para ellos la puerta de la mansión, y los tres entraron entre risas. Julius seguía ofendido de que se burlaran de su gusto por Actea, a ellos eso solo les arrancaba más carcajadas. Caminaban hacia la biblioteca, pero pronto tuvieron que detenerse. Justo al frente de ellos, y saliendo de una sala de reuniones, estaba Andrea Lavaur.
En cuanto la vio, Alain le sonrió. Se sintió de pronto feliz de verla, ella ya le había dicho que se mudaría a París, así que su presencia solo significaba que la iban a ver más seguido. La chica los miró a los tres, les sonrió a los niños, pero su mirada se quedó sobre Silvain. Enrojeció en el acto, hasta la notó algo nerviosa. Pero Silvain estaba ahí como si nada, y eso él no lo entendía. O el chico era muy tonto para no darse cuenta que Andrea estaba loca por él, o quizá solo fingía que no pasaba nada.
—¡Andrea! —exclamó animado Silvain—. ¿Tan pronto llegas? ¡Genial! Ya me estaban aburriendo los mocosos.
—¡Oye! —reclamó Julius, él ni siquiera se ofendió, hasta terminó riendo.
—Hola, chicos, no sabía que vendrían hoy.
—Siempre vienen, hacemos las tareas aquí y leemos cosas de la orden —le explicó Julius y se acercó a ella. Muy educado le tendió la mano a modo de saludo, algo que de seguro le había enseñado el abuelo—. Bienvenida a París, Andrea. Y bienvenida a mi casa también.
—Gracias, Jul. Qué lindo verte hoy. Has crecido, te noto más alto.
—¿Tú crees? No sé... —dijo despacio, y además enrojeció. Silvain hablaba en serio cuando decía que Julius tenía un problema con las mujeres mayores—. Pues yo te veo más linda —remató. Alain intentó con todas sus fuerzas contener la risa, pero no pudo, y hasta le contagió a Silvain.
—Cuidado, Andre. Al mocoso le gustan mayores.
—¡No molestes, Silvain! —gritó el niño mientras enrojecía, ahora avergonzado.
Las risas seguían, pero tuvieron que controlarse apenas vieron a Antoine salir de la sala de reuniones. Y no estaba solo. A su derecha iba una mujer parecida a Andrea, así que supuso era su madre. Y a la izquierda un hombre de unos cuarenta. Vestía ropa casual, como si acabara de llegar de viaje, hasta tenía los zapatos sucios. Cabello rubio, la barba algo crecida, lucía serio. Alain no recordaba haberlo visto en la reunión de la orden, y aún así se le hacía familiar.
—Buenas tardes, muchachos —les dijo la señora Lavaur.
—Hola —dijo el hombre desconocido. Los miró rápido, en especial a Alain, pues no lo conocía y de seguro había escuchado hablar de él.
—No avisaste que ibas a llegar —dijo de pronto Silvain. Y su voz no sonó nada contenta, parecía un reproche.
—Fue un vuelo largo, y tampoco tenía planeado volver pronto —se excusó el hombre, aunque no parecía muy arrepentido.
—A ti nunca te importa avisar —contestó Silvain con molestia.
Alain los quedó mirando a los dos. Reconoció en ese hombre algunos rasgos de su amigo, y entendió por qué estaba tan molesto. El hombre bajó la mirada unos segundos, quizá aquello que Silvain dijo sí le afectó.
—Pero ya estoy aquí, hijo.
Así que ese era François Chastain, el mejor rastreador de inmortales de la orden. Aquel que miró a los ojos a Bruna, le tomó una foto, y regresó cuerdo para contarlo. François intentó acercarse a Silvain para saludarlo, quizá quería darle un abrazo. Pero el chico se mantuvo firme en su sitio sin decir nada, hasta rehuyó su mirada.
—Porque no te quedó de otra —le dijo en voz baja—. No has venido por nosotros. —El silencio era incómodo. Nadie quiso decir nada, o quizá nadie sabía cómo acabar con esa tensión.
—Buenas tardes, jóvenes. —El que habló fue Antoine, eso alivió un poco a Alain—. Me alegra que hayan llegado justo a tiempo para ver que Andrea ya está aquí. De ahora en adelante vivirá en París y estudiará con ustedes en la misma escuela, también vendrá aquí por las tardes. Confío en que la harán sentir cómoda.
—Como en casa —dijo Julius, lo que le arrancó una sonrisa al gran maestre. La señora Lavaur se veía algo más tranquila, pero la tensión entre Silvain y su padre no desaparecía.
—Estoy seguro de que a Andrea le encantaría ir a conocer la mansión ahora mismo —les dijo Antoine. Una educada forma de decirles que mejor se vayan todos.
—Si, claro —contestó Julius algo más animado. Andrea avanzó a su lado, y Alain también dio un paso hacia ellos. Los tres se quedaron mirando a Silvain, esperando que los siguiera.
—¿Vienes? —le preguntó Andrea al chico. Silvain tardó unos segundos más en responder, apartó la mirada de su padre y dio unos pasos hacia ellos.
—Vamos —les dijo, pero antes de irse, se giró y miró a François Chastain—. No sé qué estás haciendo aquí, pero ve donde mamá. Al menos salúdala —le pidió. En realidad, eso sonó más como una orden. Su padre ni siquiera respondió, Silvain le dio la espalda y fue el primero en ponerse en marcha, ellos solo lo siguieron.
Al principio Alain ni siquiera miró hacia donde los guiaba el chico, solo caminaba pensativo. Silvain nunca les habló sobre su padre, solo sabían que era el mejor rastreador de la orden y de que de alguna forma era inmune al encantamiento de los inmortales.
A Alain le había parecido que su amigo lo admiraba, era obvio que no se veían mucho a causa del trabajo de su padre en la orden, pero pensó que se mantenían unidos a pesar de la distancia. Quizá Silvain era capaz de reconocer el buen trabajo que el rastreador hacía, pero eso no significaba que lo quisiera o que todo estuviera bien entre ellos. Y al parecer la familia Chastain tenía graves problemas.
Cuando Alain se dio cuenta estaban en la puerta de la biblioteca donde solían estudiar, fue él mismo quien la abrió y los demás pasaron en silencio. Una vez dentro pasó algo más raro. Silvain puso seguro a la puerta, algo que nunca hacían. Los miró muy serio, Andrea parecía confundida con todo lo que estaba pasando, él y Julius no sabían qué esperar.
—Hay un inmortal en París —dijo el chico muy seguro. Alain se quedó con la boca abierta, sintió hasta que se ponía pálido.
—¿Qué? —dijo después de varios segundos, eso fue lo único que salió de su boca.
—Él no vendría de pronto solo porque sí. Es obvio que no ha venido a una reunión familiar —dijo con cierto resentimiento refiriéndose a su padre—. Estaba siguiendo a Bruna, era arriesgado que abandone su posición. La única razón por la que Antoine mandaría a llamar a su mejor rastreador es porque hay un inmortal cerca. Estoy seguro que es eso.
—Puede ser... —dijo Andrea despacio. Quizá Silvain tenía razón.
—¿Qué hablaron en esa reunión? —le preguntó el chico.
—Él acababa de llegar —explicó Andrea—. Nuestro gran maestre hablaba con nosotras sobre lo que haremos ahora que estamos en París. Ya saben, la escuela, los horarios en que puedo venir aquí a estudiar, nada fuera de lo común. Sabía que se reuniría a solas con mamá luego, tenían cosas que hablar. Pero entonces llegó tu padre —le dijo a Silvain—. Mamá se sorprendió un poco de verlo, pero Antoine no. Dijeron que luego se iban a reunir los tres para tratar un tema importante, por eso salimos de la sala de reuniones, ellos van a otro lado.
—Lo sabía —le dijo convencido Silvain—. Hay un inmortal aquí, lo sé.
—Tenemos que averiguar quién es —dijo él, y el chico asintió.
Se sentía extraño, una mezcla de emoción y temor. Los inmortales eran reales, ya lo sabía. También sabía que andaban lejos de él, pero de pronto podía encontrarse a uno de ellos a la vuelta de la esquina. Y eso era malo, porque no sabía lo que eran capaces de hacer. Volver loca a alguien, o matarla tal vez. Harían cualquier cosa sin siquiera sentir un poco de culpa. Cruzarse con uno de ellos podía significar su ruina.
—No entiendo, ¿qué está pasando aquí? —interrumpió Andrea. Los tres se miraron entre sí—. ¿Qué más les da que haya llegado un inmortal a París? Ese no es asunto nuestro, somos menores de edad, no podemos hacer nada. ¿Qué se traen ustedes tres? —Ninguno quiso responder los primeros segundos, pero Julius no pudo contenerse.
—Es ultra secreto —respondió el niño.
—¿Eh?
Andrea arqueó una ceja, y Alain empezó a sentirse nervioso. Ellos tres tenían un secreto y no debieron dejar que nadie más se enterara. No sabían si Andrea iba a contarle todo a su madre, y de ser así, estarían en graves problemas.
—Déjalo ya, Andrea. Es cosa de nosotros, no preguntes más —le dijo Silvain. Le habló muy serio en realidad, tanto que la linda Andrea pareció olvidar que él era el chico que le gustaba, frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—No me trates como idiota, ¿qué se traen?
—Olvídalo, será mejor que no te enteres.
—Silvain...
—Andre, me caes muy bien. No arruines esto, ¿si? Deja de insistir —le pidió Silvain, ella no se veía nada conforme.
—Se trata de la orden, y en este momento los cuatro tenemos el mismo rango. No pueden ocultarme nada, y tengo derecho a saberlo. —Pero no hablaron. Era un secreto, así habían quedado—. Bien, en ese caso debería preguntarle al gran maestre...
—¡No! —gritaron los tres. Julius se adelantó y fue corriendo hacia la puerta, se paró ahí extendiendo los brazos como para impedir que saliera.
—Andrea, por favor... —rogó Silvain. Si, rogó, algo que se le hizo increíble a Alain. Toda esa escena acabó por irritar más a Andrea, la chica empezó a caminar hacia la puerta, segura de que podría hacer a un lado a Julius sin problemas.
—¡Espera! —gritó él. Al parecer no iba a quedar otra que hablar—. Te diré la verdad, pero por favor, no salgas. —Andrea se giró a mirarlo, se llevó las manos a la cintura y esperó.
—Te escucho.
—Es... verás... yo... Hice algo que no debía, ¿si? —empezó a explicar él con la voz temblorosa—. Les enseñé a Julius y Silvain las traducciones de los diarios de Jehane, se supone que nadie más tenía que enterarse. Son cosas que no se han hablado en la reunión.
—Ajá... —dijo ella, parecía un poco más tranquila.
—Entonces quedamos en mantener el secreto entre los tres, son cosas muy delicadas para la orden —ella asintió, al menos se veía más comprensiva.
—¿Y por eso están tan interesados en saber quién es el inmortal que ha llegado a París? —preguntó ella—. Si ya se han metido en problema por saber algo que no deberían, ¿por qué quieren arriesgarse de nuevo?
—Es... es un poco difícil de explicar —respondió él.
Miró de lado a Silvain, no sabía si era correcto que él lo dijera, ni siquiera sabía si él quería que alguien más se entere del plan. El chico le devolvió la mirada en silencio, parecía dudar. Sabía que era un tema difícil para Silvain, él odiaba hablar de lo que le hicieron a su madre, y odiaba mucho más dar pena a los demás con esa historia.
—Es para salvar a la mamá de Silvain —dijo una vocecita infantil. Era Julius, él ni siquiera se había dado cuenta de la duda del chico, y no tardó en contestar. Andrea hizo una expresión de sorpresa, y Silvain entrecerró los ojos para luego respirar hondo.
—Gracias, Julius. Qué bien guardas secretos —le dijo Silvain con la voz llena de ironía.
—De nada... —murmuró Julius, acababa de darse cuenta que metió la pata.
—¿Salvar a tu madre? —le preguntó Andrea, pero Silvain apartó la mirada. No quería contestar. Al parecer eso le iba a tocar a él.
—Andrea, lo que pasa es que Actea puede aliviar el encantamiento de otros inmortales como Bruna.
—Ajá, eso ya lo sé. Lo dijeron en la reunión.
—Es que es justo eso. La madre de Silvain está encantada, lo hizo Bruna. La volvió loca.
—¿Qué?
La chica se quedó impactada. Alain pudo notar cómo se ponía pálida. Ella buscó la mirada de Silvain, pero este se giró. No dijo nada por varios segundos, como si de pronto estuviera procesando todo eso y buscando pruebas en su memoria de que lo que decían era verdad.
—Ay no... Silvain, te juro que no sabía. Pensaba, bueno, todos pensábamos que tu mamá estaba enferma. Que era algo físico, qué se yo. Hasta escuché una vez que hablaron de cáncer...
—El único cáncer que tiene es la voz de Bruna en su cabeza —respondió Silvain. Y se giró al fin al verla—. Ahora ya lo sabes.
—Lo siento —murmuró ella—. Disculpa, en serio, lo siento. No tenía idea.
—No importa —dijo él despacio, y bajó la mirada.
—Entonces —continuó Andrea— ustedes quieren saber qué inmortal está en París para obtener ayuda.
—Si —respondió Alain—. Sé que suena arriesgado, pero...
—Es arriesgado —interrumpió la chica—. No se puede confiar en ningún inmortal, en serio. Los inmortales no ayudan a nadie, a ellos no les importa la humanidad.
—A Actea si —le dijo Julius—. Actea hace cosas buenas, a ella le gustan los humanos.
—Eso se dice, pero no podemos saberlo en verdad.
—Es la única esperanza igual —le dijo él—. Igual no sabemos qué inmortal ha llegado a París, no nos van a decir. —Se hizo el silencio una vez más. Andrea se llevó una meno al mentón y lo acarició despacio con dos dedos. Se le acababa de ocurrir algo.
—Ellos no pueden decirlo, pero podemos deducirlo —les dijo la chica—. No son ni Bruna ni Esmael.
—Si, de hecho —afirmó Silvain, hasta Julius asintió.
—Esperen, ¿cómo saben eso? —preguntó él, confundido.
—Porque son los inmortales más peligrosos —informó Andrea—. Cuando ellos se mueven, toda la orden se pone en alerta. Y si hubieran llegado, en París estaríamos en alerta roja. Ni siquiera nos dejarían salir de casa solos.
—No nos dejarían ni salir de casa —agregó Julius, y los otros dos asintieron.
—Todos los protocolos de seguridad se activan con ellos —continuó Silvain—. Considerando lo que pasó la última vez que Bruna estuvo por aquí... —dijo en referencia a su madre.
—Ajá, ya entendí —respondió él—. ¿Y qué hay de los demás?
—No puede ser Nikkos —les dijo Silvain—. No tendrían forma de identificarlo, podría ser cualquiera. Además, él no se ha movido de su posición en dos años, no tendría razones para venir aquí.
—Tampoco creo que sea Isethnofret —continuó Andrea—. Todos saben que ella mató a los padres de Julius, y ella sabe que la orden está aquí. De ser así, hubieran declarado alerta amarilla y hubiera ordenado que nos alejemos de ciertas zonas, en especial Julius.
—No podría salir ni a la ventana —intentó bromear el niño.
—¿Qué hay de Luciano y William? —preguntó él.
—Ellos van donde quiera que Bruna esté —le dijo Silvain—. Son fieles a ella, su libertad va hasta donde Bruna lo permite. Y si no es Bruna la que está aquí, entonces ellos tampoco.
—Solo nos quedan dos opciones —les dijo Andrea—. Y una de ellas no me gusta nada.
—Claro que no. Porque si mi padre está aquí solo puede ser algo grave —dijo preocupado Silvain—. Actea ha estado desaparecida por varios años, solo sabemos que estuvo en las Islas Alautianas. Es impredecible, a veces aparece en Europa de la nada y luego se esfuma. Podría ser ella.
—Si, Actea es una posibilidad —le dijo Andrea—. Pero que tu padre esté aquí me asusta un poco. El mejor rastreador de la orden solo vendría hasta aquí por un caso especial.
—El único que nos queda —murmuró Silvain.
De pronto todas las miradas se clavaron en él. Sintió que se ponía nervioso, hasta que le sudaban las manos. Ya lo sabía, solo que se le había trabado la lengua y no quería decirlo. La única posibilidad que les quedaba era la peor de todas.
—Ismael —dijo Alain. El asesino de su padre.
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¿Qué opinan ustedes? ¿Será que en verdad Ismael está camino a París? ¿Qué está pasanda acá? Dejen sus teorías
¡Hasta la próxima!
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