16.- Los herederos de Trencavel
10 de noviembre de 1231
Esta mañana al fin decidí salir de mi encierro. Me fingí enferma por varios días, tanto que al final si enfermé de verdad. Al parecer fue algún mal del estómago, comí algo que me puso así. Eso, sumado a lo mal que me sentía por las profecías de la señora Sybille, me hicieron daño.
Lo que más me preocupaba era mi asunto con Luc. Increíble es que haya escuchado una profecía perturbadora, y lo que más ocupara mi cabeza sea la culpa por haber besado a mi amigo.
Cuando salí, encontré a Bernie. Mamá y la señora Sybille estaban en la iglesia. Él me contó que el señor Guillaume y papá estaban de caza, que su hermano los había acompañado. Eso me alegra, al menos vamos a pasar días sin la odiosa presencia de Reginald. No me animé a contarle lo que pasó esa noche, aunque sospecho que él lo sabe. No estoy segura si fui discreta, tengo vergüenza de que todos en Saissac lo sepan.
Salimos juntos, él quería ir a ver a Adeline y me pidió que lo acompañe, así podríamos salir los tres sin que nadie sospeche. Yo creo que el padre de Adeline sabe que mi amigo está enamorado de ella. También espero que no consideren para nada a Reginald como un futuro esposo para Adeline, eso sería un duro golpe para mi amigo. Lo peor es que es lo más lógico. ¿Que padre no querría que su hija se casara con el heredero del feudo?
Buscamos a Adeline, y ella puso como excusa ir al mercado a comprar algunas telas. Eso hicimos, aunque en realidad, yo iba por delante y esos dos andaban de la mano a escondidas. Hubo un momento en que nos separamos, al girar me sorprendí de ver que se habían escabullido por un callejón para poder besarse. Se me hace muy extraño ver así a Bernie, pero me alegra que esté enamorado y sea correspondido. Creo que Adeline es una buena chica, y espero que ellos dos sean felices juntos.
Como igual teníamos que comprar unas telas, ella y yo nos apartamos un poco mientras elegíamos algo, Bernard se quedó observándonos a una distancia prudente. Pensé que era bueno aprovechar ese momento para conocer mejor las intenciones de Adeline con mi amigo.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —le dije.
—Si, claro. ¿Qué sucede, Jehane?
—¿Lo amas? —enrojeció como nunca. Se sentía en evidencia, quizá. Puede que ante todos haya admitido que le gustaba Bernard, pero hablar de amor era algo distinto.
—Si. Lo amo con todo el corazón —me dijo siendo sincera, lo noté.
—¿Sabes que él tiene miedo que su hermano lo aparte de ti?
—Yo también tengo miedo de eso —admitió—. Porque Reginald será el señor de estas tierras, y hará lo que sea por conseguirme si en verdad le gusto. Sé que partirá a servir al conde de Foix, cuando regrese quizá esté listo para casarse conmigo.
—Si es así, entonces es probable que los comprometan antes de su partida.
—Oh, Jehane, ¿qué puedo hacer? —preguntó, asustada—. ¿En verdad crees que el señor Guillaume favorezca a su hijo legítimo sobre Bernard? Sé que lo adora, pero... No lo sé, es diferente. Una cosa son los sentimientos, y otra cosa lo que un señor debe hacer.
—¿Y crees que una alianza contigo sería provechosa?
—¿Te refieres a si los de Saissac ganarían algo gracias a mí? Pues mi padre tiene oro por sus negocios, no somos unos Labarthe muy conocidos, pero eso no importa cuando se trata de llenar las arcas de los señores, ¿verdad?
—No lo sé, Adeline. Quizá no deberíamos preocuparnos tanto —dije para no ofenderla.
Sé bien como funcionan estas cosas. La familia de Adeline podía tener fortuna, podía ser que su apellido tuviera algo de peso, pero ella no era hija de un noble. Creo que el señor de Saissac buscará a otra mujer para una alianza que le sea provechosa, y Adeline no es una candidata adecuada para su hijo legítimo. Aun así, sé que Reginald es muy caprichoso y es capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quiere. Quizá incluso de pasar sobre la voluntad de su padre.
—Yo quiero estar Bernard —me dijo ilusionada.
—Y él también desea eso. Solo que aún no es un caballero, no tiene un señor al que jurarle lealtad.
—Podría hacerlo con su padre, servir al señor Guillaume.
—Ese sería el camino fácil, pero él no quiere algo así. Dada su condición —dije para no referirme a él como un bastardo, sé que Adeline lo entendió—, cree que necesita méritos. Quiere ser un caballero bien posicionado, no quiere que su padre le regale nada.
—¿Eso te ha dicho?
—No, pero lo sé porque lo conozco muy bien.
—Ay, es tan testarudo a veces —dijo ella, aunque no sonaba a un reproche. Hasta lo miró de lado y le sonrió—. Dice eso porque su hermano servirá a un conde.
—Ojalá Bernard pueda encontrar pronto a un señor a quien servir. Ya sabes que eso es muy importante para los hombres.
—Un hombre sin señor ni guerra, no es un hombre —me dijo Adeline.
Repitió algo que ambas hemos escuchado decir muchas veces. Los hombres necesitan de eso, es lo que buscaban todo el tiempo. Un señor, un caballo, una espada. Batallas, honor, botines. A eso le llaman hacerse hombres. Y no sé si algún día lo entienda.
—Si, ojalá se nos ocurriera algo... —suspiré. Entonces Adeline pareció reaccionar.
—La prima de mi padre es señora de Albi.
—¿Cómo?
—¿Has escuchado hablar de Oriza de Labarthe?
—¿Qué persona en Languedoc no ha escuchado hablar de ella? —bromeé. Pronto entendí la idea de Adeline. Es perfecta, y hasta empecé a emocionarme.
—Quizá si hablamos con ella puede recomendar a Bernard con su esposo, el señor de Montmorency es alguien muy poderoso, ¿verdad? Tiene tierras en París, gobierna Albi, es alguien a quien Bernard puede servir.
—He escuchado cosas buenas de Mathieu de Montmorency. Adeline, creo que has tenido la mejor idea del mundo. —Ambas sonreímos, sentía hasta deseos de abrazarla. Habíamos encontrado la solución para Bernie.
—Hay que ponernos en contacto con ella pronto.
—¿Sabes escribir? —le pregunté.
—No. Padre dice que eso solo les corresponde a las monjas, ¿cómo haremos para hablar con la señora Oriza?
—Descuida, yo sí escribo. Le enviaré una carta hoy mismo si quieres.
—Bien. Si, hazlo, por favor.
Quedamos en el contenido de la carta para Oriza de Labarthe, así que debo escribirla en este momento. Dejo la pluma de mis memorias por ahora. Tengo que redactar una carta para una gran señora como Oriza, eso me pone nerviosa. ¿Será que ella aceptará ayudarnos?
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11 de noviembre, 1231
Hoy vi a Luc, y no supe qué decirle. Estaba con mis padres, los tres salíamos de la iglesia después de la misa. Es el día festivo de San Martín de Tours, así que no me sorprendí de ver a toda la familia Maureilham.
Sé que él me ama, me lo demostró ese día, me habló de sus sentimientos con fervor. Yo huía de su mirada, sintiéndose avergonzada por mi comportamiento, pero él no dejaba de observarme. Me siento terrible, porque él es mi gran amigo, y no puedo corresponderle. Odio lastimarlo, odio tener que evitarlo para no darle ilusiones.
A la salida de la iglesia nuestros padres se encontraron y se saludaron con afecto. Sé que papá conoce al señor Arnald desde hace mucho, cuando este era solo el paje del señor Guillaume. Nuestros padres hablaban, nuestras madres también. Para mi desgracia, Valentine y Josep se fueron. Estaba sola y solo quería huir.
Luc se acercó a mí, guardando las formas me preguntó con educación sobre mi salud. No quería hablar mucho, es muy difícil estar cerca de él. Extraño ser solo su amiga.
—Espero que no te vuelvas a enfermar —me decía él—. Jehane, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Si, claro —contesté nerviosa, no quería hablar de lo que pasó aquella noche por nada del mundo.
—¿Acaso tus padres planean quedarse acá hasta la Navidad?
—Ahh... pues... no lo sé. No me han dicho nada —comenté pensativa.
—Sería hermoso que te quedaras, en verdad encantador. Hace mucho que no pasamos las navidades juntos —me dijo sonriente.
—Es cierto —contesté, sonriendo de lado. Evoqué nuestra niñez, aquella llena de inocencia donde no sentía esta culpa.
—Yo creo que sí, nuestros padres tienen asuntos que tratar.
—¿En serio?
—Si —me dijo muy tranquilo—. Están negociando.
—¿Qué cosa?
No entiendo por qué razón hice esa estúpida pregunta. Estaba temblando por dentro, claro que sabía la respuesta y tenía miedo de escucharla. Luc estaba cerca, me miraba de esa forma ardiente que me recordó a la noche de la fiesta. Su mirada era fuego, amor y deseo. Algo que me asustó, porque era mi mejor amigo, no el hombre que amaba. Me sorprendió cuando tomó mi mano con delicadeza, y acercándose más a mí, la besó mientras me miraba a los ojos.
—Tu mano, Jehane. Voy a pedirte en matrimonio.
No respondí. Estaba quieta, nerviosa. Él no lo notó, quizá solo pensó que estaba muy sorprendida. Al rato me alejé, poniendo como excusa que iba a buscar a Adeline.
Creo que mis padres aceptarán mi matrimonio con Luc. No sé si ponerme a llorar en este momento.
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13 de noviembre de 1231
Lo supe hoy, mis padres tienen planes. No solo mis padres, hay mucha gente involucrada. Los de Saissac, los Maureilham, lo que queda del linaje Trencavel, Tolosa y hasta los de Foix. No sé si llamar a esto una conjura, pero me temo que lo es. Todos ellos se volverán en contra de la corona franca. Quieren recuperar Lastours, Carcasona y Béziers.
Y si, Lastours incluye mi natal Cabaret. Me ha sorprendido de que no consideren Albi.
Esa es la razón por la que aún no nos vamos de Saissac, porque acá reunirán a los hombres. Atacarán en el verano como es costumbre. Esto no solo se trata de guerra, hay alianzas políticas. Ahora entiendo por qué enviarán a Reginald y Luc a Foix. Son los herederos, enviarlos lejos es una forma de protegerlos para que ellos tomen el poder si todo sale bien. Volverán aliados con el conde de Foix, quizá comanden a sus hombres si es necesario un contraataque.
Los antiguos señores de estas tierras quieren recuperar el poder que perdieron durante la cruzada, y aunque debería asustarme, eso me emociona.
Mucho he escuchado hablar de la gloria que fue nuestra tierra antes de que llegaran los cruzados. Desde niña escuché horrorizada las atrocidades que cometieron, como matar a todos los habitantes de Béziers, y expulsar a toda la gente de Carcasona. Ni hablar de todas las personas que murieron quemadas acusadas de herejía. Los francos eran el bando ganador, y siempre decían que Dios estuvo de su lado en la cruzada. Y nosotros, los verdaderos dueños de estas tierras, siempre pensamos que llegaría un momento de vengar a nuestros muertos. Ese momento ha llegado.
Mis padres solían contarme muchas cosas, en especial cuando ya estaba todo decidido. Me comunicaban sus decisiones, mejor dicho, y esperaban que yo las aceptara y colaborara. Así que hoy descubrí mi papel en toda esta conjura.
Los matrimonios juegan una parte importante. Por eso Reginald se casará con una dama de Tolosa, así se estrecharán lazos con la gente de esa gran villa. Al menos esa noticia me alegró, así el insoportable de Reginald dejará de molestar con su capricho de meterse con Adeline. Y bueno, luego estoy yo. La que arruinó todos los planes.
Me sorprendí al saber que hace años mis padres planearon casarme con el hijo del vizconde Trencavel. Raimon Trencavel II. Para nosotros, la figura del vizconde muerto durante la cruzada es casi una leyenda. Todos recuerdan al buen vizconde, aquel que murió con valentía enfrentando a los cruzados. El último vizconde de los Trencavel fue el modelo de caballero por muchos años, su lealtad, su firmeza al desafiar a todos por defender sus tierras ha quedado para siempre en nosotros. Y sé que el vizconde fue miembro de la orden del Grial, compañero de mi padre, el señor Arnald y Guillaume. Fue un gran hombre, y todos lo sabemos.
Por lo mismo, su leyenda pasó también a su hijo. Antes de que el legendario vizconde muriera, envió a su hijo y esposa a vivir a Queribus. Luego, el conde de Foix lo acogió en sus tierras para mantenerlo a salvo. No conozco a Raimon II, pero Caleb me habló de él durante el viaje. El conde de Foix se encargó todos estos años de protegerlo y formarlo, para así poder darle su apoyo cuando el heredero esté listo y dispuesto a recuperar sus tierras. Para eso, Raimón II necesitaba una esposa. Una que también fuera una heredera legítima. Si, yo.
Solo que eso ya no será posible, porque en cuanto Raimon II se enteró de mi relación con Caleb, decidió romper las negociaciones. No sé si lo hizo porque estoy deshonrada, o si quizá por consideración a Caleb. Según mi amado me contó, ambos habían entrenado juntos y eran amigos. Prefiero inclinarme por lo segundo, no me gusta saber que he sido rechazada o juzgada como una mujer cualquiera solo por permitirme la libertad de amar a quien quise.
Ahora Raimon II va a casarse con una dama de Foix, sobrina del conde. Eso le garantiza el apoyo del conde para recuperar sus tierras, algo que está muy dispuesto a hacer. ¿Y qué pasará conmigo? Me tengo que casar con Luc.
Cuando me dieron las razones yo intenté prestar atención, pero en realidad solo quería gritar y oponerme. Me dijeron que Luc es heredero de Maureilham, y que el señor Arnald ha sido astuto. Fingió sumisión a los Montfort para recuperar la comuna de Béziers que siempre le perteneció a su familia, hizo negocios y su fortuna creció.
El señor Arnald fue uno de los pocos sobrevivientes a la matanza de Béziers y llevaba años planeando su venganza contra las personas que atacaron su tierra. Esa oportunidad ha llegado, y él ya tiene muchos adeptos a la causa dentro de Béziers. Su plan es, no solo controlar Béziers, sino ayudar a recuperar Cabaret y Lastours. Mi legítima herencia.
Casarme con Luc es la forma más fácil de lograrlo, así tendría el apoyo de un esposo. No solo de un esposo de Béziers, también contaría con el apoyo de Raimon II, el legítimo vizconde de Albi, Carcasona y Béziers. A base de alianzas políticas y matrimoniales los grandes señores se encargarían que de nuestra tierra vuelva a ser una sola.
Lo entiendo. Es lo que tengo que hacer. Es lo que soy. Jehane, heredera por derecho de sangre de Cabaret y Lastours. Futura señora de Béziers y Maureilham, si me caso con Luc. Ese es mi destino, porque de eso se trata ser hija de señores. Ser una pieza en su juego de poder. Y yo, en ese momento, no lo acepté. No lo acepto aún, a pesar de saber que es lo que tiene que ser.
Lloré y reclamé. Sabía que no iban a escucharme, que no les importarían mis súplicas. Las cosas son como son y no puedo cambiarlas. Aun así, les dije algunas cosas horribles. Ahora me siento culpable, pero cuando hablé, sentí que se lo merecían.
—¡No es justo lo que hacen conmigo! ¡Me han tenido solo para usarme en lo que quieren! Es lo único que saben hacer, usar a los demás —decía llorando.
—Jehane, deja de comportarte como una chiquilla —me dijo mi padre, molesto—. Escuchaste bien, te casarás con Luc y eso está decidido. Ya arruinaste nuestros planes al meterte con un bastardo de Foix. Pudiste ser la vizcondesa Trencavel, casarte con Luc es más de lo que te mereces.
—¡Cómo puedes ser tan cruel conmigo! —le grité—. ¿Entonces para ti solo valgo por mi nobleza? ¿Soy menos porque ya no seré vizcondesa? ¿No te importo como hija? ¿Es eso?
—Una cosa no tiene que ver con la otra —me dijo mi madre—. Te amamos, Jehane. Pero el mundo no funciona como queremos, nadie se casa con la persona que ama. La gente como nosotros tiene que aceptar lo que sus padres decidan porque es lo mejor.
—¡Ustedes dos se aman y se casaron! —reclamé.
—Luego de muchos años —me dijo mamá—. Porque tu padre, aun amándome, tuvo que dejarme para casarse con Bruna. Y yo tuve que aprender a aguantar mientras la llevaba de la mano como su legítima esposa y señora. Así que no vengas a llorar intentando conmoverme, porque yo sé bien lo que estás sintiendo. Sabía que era lo que me tocaba hacer, así como tú debes tener claro cual es tu deber.
—Se les da muy bien eso, ¿no? Mentir, manipular, salirse siempre con la suya. Hacer lo que les da la gana con la vida de otros. Juegan conmigo, como jugaron con Bruna.
—No metas a esa mujer en esto —me dijo mi padre. Aunque la sola mención de la primera esposa de papá le cambió todo el semblante—. Nosotros protegíamos a Bruna.
—Ella me ha contado todo —les dije con rabia—. Que ustedes la hicieron abortar a su primer hijo, que le ocultaron información de su primer amor. La usaron, la manipularon, la cuidaron solo para que se convierta en la inmortal que ahora odian. ¿Por qué? ¿Acaso no era eso lo que querían? ¿No quisieron que ella cumpliera las profecías sin importarles si estaba preparada o no? Ella era la más débil, se iba a morir. Ahora mismo estaría en el cielo, pero decidieron entregarla a los inmortales.
—No sabes lo que hablas —me dijo mamá—. Esa maldita bruja te miente.
—Sé muy bien lo que digo. ¿Y saben qué? Ojalá ella me pidiera odiarlos, así como me pidió que me vaya con ella . Se merecen que los odie.
Quizá sí me he comportado como una niña engreída. Quizá sí me he dejado engañar por Bruna. Pienso en eso mientras escribo. Pero cuando dije aquellas palabras estaba convencida de que tenía la razón. Y ahora siento culpa, porque no quiero odiar a mis padres. No debí decirles eso, los he lastimado.
No quiero asumir mi deber, no quiero ser parte de esta guerra para recuperar las tierras que se perdieron en la cruzada. Solo soy una chica enamorada, una tonta quizá.
No sé por qué Sybille dice que soy la elegida para contar esta historia, lo único que hago es arruinar las cosas y llorar. Sybille me dijo que moriría soltera. Quizá no debería preocuparme tanto, no llegaré a casarme con Luc. Pero tampoco con Caleb.
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18 de noviembre de 1231
Casi no he hablado con mis padres en estos días, nos hemos evitado. Supongo que ellos están resentidos por mis palabras, y yo soy muy orgullosa para pedirles disculpas. O muy idiota, quizá.
Y las cosas hubieran seguido así un tiempo más, pero entonces vinieron de visita Adeline y su padre.
Cuando me mandaron a llamar a la sala estuve muy sorprendida. Se encontraban presentes Bernie, el señor Guillaume, Sybille y mis padres. Adeline parecía muy contenta, y su padre sonreía. No esperé ver esas sonrisas, no logré adivinar qué estaba pasando hasta que el señor Esteve Labarthe, que así se llama el padre de Adeline, tomó la palabra.
Mencionó que, en nombre de su hija, yo había escrito una carta para su prima Oriza de Labarthe, la gran señora de Albi. Mostró su sorpresa de que yo supiera escribir, pero no lo reprochó como esperé. La buena noticia es que la señora Oriza había respondido a su sobrina, invitándola a pasar las fiestas en Albi al lado de su esposo Mathieu de Montmorency. Un honor que no esperaron jamás. Aunque Esteve y Oriza eran parientes, hace mucho que no hablaban.
—El asunto, mis señores —explicó el hombre— es que como ha sido Jehane quien envió la carta, piden que ella se presente también. Y como en la carta hablaron del hijo de nuestro señor Guillaume, menciona que la invitación es para él también. Así que a eso venía, a hacerles llegar las novedades y a saber si otorgarían el permiso a Jehane para que viaje con nosotros a pasar las fiestas en Albi.
—Jehane tiene deberes —les dijo mi padre—. Pronto celebrará su compromiso, y en unos meses su matrimonio. —El único ahí que no se sorprendió por esas palabras fue Guillaume. Adeline y Bernard se quedaron boquiabiertos.
—Oh vamos, Peyre. Es solo por las fiestas, ¿qué tendría de malo que la muchacha se relaje? —intervino la señora Sybille. Me miró de lado y estuve segura que algo tramaba. Ella sabe lo que me espera.
—Yo estaría encantado de acompañarlos —les dijo animado Bernard—. Escoltaré y cuidaré a las damas durante todo el viaje, no deben preocuparse. ¿Verdad, padre? ¿Puedo ir? Creo que debí preguntar eso primero... —sonrió avergonzado. Se había precipitado en tomar una decisión sin la autorización de Guillaume. Pero este miró de lado a su hijo con una sonrisa, y hasta le dio una palmada en la espalda.
—Por supuesto, Bernard. Conocí a Oriza hace años cuando vivía en París, es una gran mujer, un ejemplo de dama. Ni hablar del señor Mathieu, es un hombre honorable. Me gustaría mucho que estreches lazos con ellos —dijo Guillaume—. En cuanto a Jehane, eso es decisión de sus padres.
—¿Puedo ir? —pregunté yo mirando a mamá y papá al fin después de tanto evitarlos. Ellos parecían inmutables.
—Creo que le hará bien distraerse un poco antes de casarse —dijo mamá para mi sorpresa.
—Claro, igual no será necesaria una fiesta de compromiso. Eso ya está decidido, y los novios ya se conocen, no hay novedad —agregó mi padre. Yo aparté la mirada, me sentí molesta otra vez. Odio escucharlos hablar de esa manera.
—Perfecto —dijo el padre de Adeline muy animado—. Haremos los preparativos pronto, el invierno ha llegado y pronto los caminos estarán intransitables, lo mejor es ponernos en marcha ya mismo.
—Claro —dijo mi madre—. Oriza no es el tipo de mujer que tolera la impuntualidad.
Ya está decidido, viajaremos a Albi para pasar la Navidad. Los más emocionados, por supuesto, son Bernard y Adeline. En cuanto a mí, solo me siento un poco más animada de saber que mi rutina cambiará y no tendré que soportar más palabras sobre mi futura boda.
O la boda que nunca se dará, según Sybille.
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22 de noviembre de 1231
Discutí con Luc, era de esperarse. Hacía los preparativos para mi viaje, cuando él se presentó para despedirse de mí. De su prometida, así lo dijo. Y además pidió conversar un momento a solas conmigo. Pensé que mis padres no lo consentirían, pero quizá estaban tan apurados en casarnos que solo se fueron.
Adoro a Luc, siempre ha sido mi gran amigo. Pero en ese momento estaba muy irritada por todo eso del matrimonio. Y el que me miraba tan feliz y sonriente. En lugar de sentir pena y controlarme, eso solo logró enojarme más.
Luc empezó a contarme que partiría después de Navidad a Foix junto a Reginald, así ambos se presentarían ante el conde y empezarían el entrenamiento bajo su servicio. Él ya sabía que pronto su padre y los demás atacarían. Que quizá para el otro año él sea el nuevo senescal de Béziers. A los hombres les gustan las conquistas y las guerras, después de todo.
Él hablaba y hablaba. Yo me mantenía en silencio. Esquiva, cortante. Solo quería irme.
—¿Estás bien, Jehane? —preguntó al fin.
—Vaya, pensé que nunca te ibas a dar cuenta. Ya sé que no te importa lo que siento, pero no seas tan obvio —le dije molesta. Soné más mordaz de lo que pretendía, y pronto se le borró la sonrisa.
—¿Por qué dices eso, Jehane? Sabes que eres muy importante para mí, yo te adoro. ¿Cómo puedes pensar que no me interesas?
—Me llamas tu prometida.
—Es lo que eres —contestó tranquilo—. Porque nuestros padres así lo han querido.
—Y tú muy contento con eso.
—Jehane, yo te quiero —me dijo mirándome con tristeza—. Ibas a casarte con el hijo de Trencavel, pero el destino te ha traído a mí. No se trata de nosotros, sabes que nadie pidió mi opinión. Solo me dijeron que me tenía que casar contigo y acepté, al verme contento, mi padre adelantó las negociaciones, es todo.
—¿Y no se te ocurrió preguntarme si era esto lo que quería? Somos amigos, Luc. Te conozco desde siempre, pero tú has pasado de largo conmigo. Ni siquiera te has acercado a preguntarme qué pienso o qué siento.
—¿Qué sientes, Jehane? Ya te he dicho todo, que te quiero desde hace mucho. Y ahora partiré para ser el caballero que mereces, alguien que te cuide y te ayude a recuperar tu herencia. Te querré por siempre, serás la única mujer en mi vida. Voy a respetarte siempre, te protegeré hasta la última gota de mi sangre y viviré solo para ti. ¿Es que eso no te basta? —me dijo con fervor, pero también estaba dolido, lo noté. Me sentí culpable, ni siquiera fui capaz de responderle en ese momento. Yo no merezco todo lo bello que Luc siente por mí.
—Luc, yo... No puedo, lo siento mucho —le dije intentando no sonar mal—. Eres mi amigo y te quiero así. Pero no puedo ser la mujer de tu vida, no puedo corresponderte.
—Eso dices ahora, pero el matrimonio y la convivencia lo cambian todo.
—No creo que cambien mis sentimientos. —Y tampoco creía que nos fuéramos a casar, pero no se lo dije.
—Jehane. Esa noche, nosotros...
—Un beso en una fiesta no es amor, Luc —le dije. Sé que le rompí el corazón, y me siento la peor mujer del mundo ahora mismo. Él no merece esto—. Perdóname.
—Tengo toda una vida para hacer que te enamores de mí —me dijo en voz baja.
—En el corazón no se manda, Luc. Yo te quiero mucho, pero no así. Y te juro que haré lo imposible para evitar este matrimonio.
Él bajó la mirada. Quise abrazarlo en ese momento. Lo quiero tanto, pero no puedo aceptar el matrimonio. Mi corazón ya le pertenece a otro.
—Ese bastardo jamás te dará lo que mereces —me dijo entre dientes. Se me acabó la compasión.
—Ese bastardo tiene lo que tú nunca tendrás —contesté molesta. Me paré, recogí mi falda y me fui de la sala conteniendo las lágrimas.
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24 de noviembre de 1231
Albi no está muy lejos de Saissac, apenas un día entero de camino, pero a veces se tarda más porque la ruta no está en la mejor condición. Más que emocionada por irme de Saissac, me siento muy aliviada. ¿Debería sentirme culpable por hablarle a Luc de esa manera? No creo haber hecho nada malo, solo fui sincera. Es mi amigo, no quiero casarme con él. Entiendo sus sentimientos hacia mí, ¿y qué puedo hacer? Dudo mucho que alguien en el mundo haya descubierto cómo se fuerza el amor. Eso no se puede hacer, no puedo ordenarme a mí misma dejar de querer a Caleb y pasar esos sentimientos a Luc. Qué fácil sería.
Traté de distraerme en el camino. Hace frío, es una suerte que hayamos venido justo ahora, quizá en una semana las cosas se pondrán peor. Casi al atardecer de hoy vi al fin la famosa ciudad roja. Dicen que ese efecto lo logra el ladrillo de los muros y la piedra, y me encantó verlo. Para entrar teníamos que cruzar el río Tarn a través de un amplio puente viejo.
Al cruzar el puente pasamos por varias calles angostas y empedradas que nos llevaron al fin al nuevo palacio que habitan los gobernantes de Albi. Fue construido sobre el antiguo castillo, y ahora lo conocían como palacio de la Berbie.
Todos saben que Albi fue el lugar donde empezó la herejía. La idea de la iglesia es borrar toda huella de la herejía albigense, y no se les ocurrió mejor idea que construir un nuevo palacio y una bella catedral. No sé en qué podría ayudar eso a vencer a los herejes, pero al menos a Albi le servirá para quedar más hermosa que antes.
No puedo negar que sentía mucha curiosidad por conocer a la famosa dama Oriza de Labarthe, aunque la más emocionada era Adeline en realidad. Ella no solo quiere conocerla por curiosidad, sino que quiere pedirle que interceda ante su esposo para que acepte a Bernard como caballero. Antes eso me pareció una buena idea, pero considerando que pronto habrá enfrentamientos por estas tierras, todo podría salir mal.
Si el señor Mathieu de Montmorency pelea en contra de Raimon II y todos los demás, entonces Bernard tendría que enfrentar a sus amigos en batalla. Quizá hasta su propio hermano, y a Luc. No sé en qué terminarán las cosas, pero es mejor prestar atención y advertir con discreción para evitar que mi amigo se vea envuelto en esa conjura.
Cuando llegamos al palacio nos recibió la misma Oriza, y ahora sí diré que estoy asombrada. Es una dama madura, he escuchado incluso que tiene poco más de cincuenta años. No lo parece en absoluto, cualquiera diría que no pasa de los cuarenta. Se ve fresca, hermosa y muy elegante. A su lado me sentí como una chiquilla, empecé hasta a corregir mi postura y mis formas, cosas que me enseñó mamá desde pequeña y que fui dejando de lado poco a poco.
Oriza se mostró alegre de volver a ver a un primo suyo, a su sobrina, y de conocernos a Bernard y a mí. Dijo, para mi sorpresa, que había escuchado hablar de nosotros y que era todo un honor tenernos en el palacio. Esta noche habrá una cena y fiesta de bienvenida, cosa que consiguió animarme.
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25 de noviembre de 1231
La sorpresa que tuve ayer no se compara con nada. Porque cuando bajé a la fiesta que ofrecían los señores de Albi para nosotros, por poco y me desmayo de la impresión. Caleb está aquí. Ah, y no está solo. Ha venido escoltando a Raimon II Trencavel.
No es necesario ser una persona muy inteligente para entender que si el señor regente de Albi recibe a Raimon II, quiere decir que está de acuerdo con devolver sus tierras a su legítimo dueño. Intuyo lo que pasó, tanto tiempo escuchando a mi padre hablar de sus estrategias de guerra y todo lo que sucedió durante los primeros años de la cruzada no ha sido en vano. Puedo apostar a que Raimon II negoció con Mathieu la rendición de Albi, y este aceptó para evitar problemas. Cuando la nueva guerra llegue, Mathieu jurará lealtad al legítimo vizconde, y entonces este le dará su protección a cambio de mantenerlo en su cargo de señor regente de Albi, como ha sido en los últimos años.
Parece simple, pero sé que no lo es. Porque si las cosas no salen bien, al señor Mathieu no le va a resultar conveniente tener a dos señores. Es normal que los hombres juren lealtad a más de un señor a la vez, y cuando estos se enemistan debe elegir un bando para luchar. O también está la otra opción, que decida mantenerse neutral. Algo me dice que eso es justo lo que el señor Mathieu planea.
Necesitaba escribir un poco sobre mis reflexiones sobre lo que está por pasar ya que es un tema que me interesa mucho. He crecido escuchando hablar sobre la cruzada, los señores derrotados, la lucha por el honor y por recuperar nuestra herencia legítima. Todo está tan cerca de volverse realidad que casi no puedo dejar de pensar en eso.
Casi, porque la presencia de Caleb me ha derrumbado por completo. Estuve tentada a correr a sus brazos en medio de la fiesta y besarlo. Él sonrió al verme, y aunque no parecía muy sorprendido por mi presencia, ya que de seguro escuchó lo anfitriones le hablaron de nuestra llegada, sentí que todo mi cuerpo temblaba con su mirada. Amaba verlo y notar sus ojos enamorados, su sonrisa preciosa, su rostro amado.
Apenas empezó el baile fuimos al encuentro uno del otro solo para estar cerca. Ni siquiera podíamos tocarnos en esta danza, y aun así era un placer estar cerca de él. Oh... Placer. Pensar en todo lo que habíamos compartido y en como nuestros cuerpos se unieron tantas veces hizo renacer en mí el fuego del deseo. Y sé, por su mirada, que él siente lo mismo.
No podíamos ser tan efusivos delante de todos, así que guardamos las formas al menos un rato. El señor Mathieu nos presentó a todos a Raimon II, y yo me sentí incómoda al verlo. No solo porque era un caballero apuesto, sino porque él hubiera sido mi esposo. Y en cuanto supo que yo era Jehane de Cabaret, también noté que cambió un poco su actitud conmigo. Me observaba más, sonreía de lado, hasta le susurraba cosas a Caleb que él fingía ignorar. Estoy segura de que habla de mí, aunque no tengo idea de lo que dice. Quizá luego me lo cuente Caleb.
Había mucha gente en la fiesta, y claro que Adeline y Bernard no se separaban. Bailaron juntos casi todo el tiempo, mi amigo solo la dejó ir para que bailar algunas piezas con Raimóo II y el señor Mathieu. En medio de tantas canciones, música y baile, al fin Caleb y yo encontramos un momento para escabullirnos y estar a solas. No teníamos mucho tiempo, tuvimos que aprovechar.
Apenas estuvimos solos nos abrazamos con fuerza. Quise llorar de solo recordar los días de inmensa tristeza que pasé esperando su regreso, pero ahora que lo sentía de nuevo a mi lado volvía a revivir la felicidad de amarlo. Caleb me besó, mis labios arden cuando lo hace. Mi cuerpo entero es fuego cuando él me toca. Solo lo quiero a él y a nadie más, no podré amar a otro como lo hago con él. Y aunque intenté solo dejarme llevar por las emociones, no pude evitar derramar algunas lágrimas.
—Perdóname —me susurró él arrepentido, sentí su voz dolida.
—¿Por qué, amor mío? Estás aquí, nada más me importa.
—Porque no pude ir por ti —me dijo con tristeza—. Lo intenté, de verdad que sí. Hice todo lo que pude, pero entonces supe otras cosas.
No quise que me explicara más en ese momento, yo sabía de qué se trataba. Se enteró de la conjura de nuestros padres, de la guerra para apoyar a Trencavel. Y supo también que todos ya habían decidido que mi futuro no era a su lado, que no debió atreverse a acercarse a mí jamás.
—No importa, no digas más —le pedí. Volví a besarlo, era lo único que quería y necesitaba. Pero sé que él me ama, que ha dado su palabra y está dispuesto a cumplirla. Se separó un momento de mí, me tomó de las mejillas y me miró a los ojos.
—Te juro, Jehane, que encontraremos una forma de estar juntos.
No supe qué decir, porque yo sé que entre nosotros jamás habrá una unión. Sentí temor de hablarle de la profecía de Sybille, de decirle que según ella ninguno de nuestros deseos se haría realidad. Había nacido con la fatalidad y la soledad marcada en mi destino.
No puedo soportar la idea de no tenerlo. De saber que nunca será mío y yo no seré jamás de él. Que quizá sea de otra, que tendrá hijos con otra mujer a la que sí deberá honrar hasta la muerte. Lloré otra vez.
Pienso que a veces la gente tiene sueños muy bonitos. Los anhelamos con todo el corazón y estamos dispuestos a todo por conseguirlos. Solo que, a veces, esos sueños no son para nosotros. A veces duele más buscarlos sin éxito que nunca tenerlos. Sé que Caleb y yo podemos luchar y enfrentar a todos por nuestro amor. Pero también sé que el sueño de ser feliz no es para mí.
* * * * * * * * * * * * * *
Ay, mi bbcita Jehane sufriendo por la vida.
Sorpresa para la Trenca-Army, porque el hijo del sacrosanto vizconde Trencavel está vivo y listo para meter cuchillo xddd No se hagan que a ustedes lo que les gusta es la sangre y el drama.
Según la profecía de Sybille, Jehane se quedará forever alone. Pero, ¿cuál de los dos chicos te agrada más, aunque sea para que la pobre sea feliz un tiempo?
Caleb VS. Luc. Suelta todo tu shade aquí xd
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