11.- Novedades de terror

—Houston, tenemos un maldito problema —concluyó Silvain, justo cuando terminó de leer la última traducción de los diarios de Jehane.

—¿Por qué tenemos un problema? ¿Dónde queda Houston? —preguntó Julius.

—Jul, se refiere a que, según lo que escribió Jehane, sabía que algún día Ismael iba a robar sus diarios. Y sí pasó, se los robó porque le dio la gana —contestó Alain con amargura. 

Era eso, un estúpido capricho de aquel inmortal. Solo robó los diarios porque en el año 1231 amenazó a Jehane con hacerlo, y lo consiguió. Por culpa de eso papá tuvo que salir a perseguirlo y murió. Para el inmortal fue como un juego, pero Alain nunca lo iba a olvidar. 

—Ajá, y no solo eso —agregó Silvain—. Creo que ustedes no se han dado cuenta del gran detalle.  Bruna usó en encantamiento con Ismael. ¿Entienden lo que significa eso? —Él y Julius se miraron entre sí. El niño se rascó la cabeza pensativo, y él no supo qué decir.

—¿Es muy malo? —preguntó Julius.

—A ver, mocosos. ¿No se dan cuenta de la gravedad de lo que pasó? —preguntó irritado el chico, como si le resultara pesado explicarles todo—. Bruna no tenia ni treinta años de inmortal en ese entonces. ¿Saben cuántos años tenía Ismael en 1231? Casi cinco mil, no sé si más. ¡Cinco mil malditos años! Para él, Bruna era nada. Era como un feto, ni siquiera una recién nacida. Y aun así, Bruna lo controló, usó encantamiento y lo dominó. ¿Ahora si entienden?

Gracias a la explicación de Silvain de pronto ya lo veía todo más claro. Y conforme hablaba sentía que palidecía. Silvain tenía muchas razones para estar preocupado, y claro que eso era un problema.

—Qué miedo... —dijo despacio Julius, y ahora hasta el niño se veía asustado.

—La encantadora es más peligrosa de lo que se pensaba, esa zorra está de terror —les dijo Silvain. 

El chico dobló las hojas que él llevó y se las entregó. Alain las guardó en su mochila, sentía que las manos le temblaban un poco. Hace rato debió darse cuenta que la orden y los inmortales no eran cosa de juego, y ahora no podía evitar sentirse asustado.

—¿Qué vamos a hacer, Silvain? —le preguntó Julius en voz baja. Pobre, al pequeño se le contagió el susto.

—Rezar para que esa maniática nunca aparezca en nuestras vidas.

—Amén —agregó él. No sabía si eso funcionaría, pero no estaba de más.

Los tres muchachos de la orden estaban sentados a la entrada de la escuela, justo como la otra vez cuando los castigaron. Solo que en esa ocasión era distinto. En medio de sus clases los mandaron a llamar a los tres de la dirección. Alguien, y con "alguien" se refería a Antoine de Maureilham, solicitó permiso para que salieran. Pronto los irían a recoger, así que por eso esperaban a la entrada de la escuela. Antes de ir a clases, Alain le pasó a Silvain una copia de la última traducción que hizo Jerome de los diarios de Jehane, y apenas el chico terminaba de leer todo. Por eso estaba tan perturbado.

Él había leído todo por la noche. Le seguía pareciendo que había partes que lo hacían enrojecer y que eran "de chica", como ese romance con Caleb de Entenza. Pero bueno, tenía que aguantarse esas cosas de enamorados para entender lo que pasó en el año 1231. Ahora Alain esperaba con ansias a que tío Jerome avanzara más con las traducciones. Necesitaba saber cómo Jehane y Caleb escaparon de ese palacio de espectros en oriente, o si los inmortales no les hicieron nada malo.

A veces lo negaba, pero en el fondo admitía que, aunque hayan pasado muchos años, le gustaban Jehane y Caleb. Y los Bordeau. Hasta Alix y Amaury. Quizá era porque ellos eran parte de su historia, así que no podía evitar querer saber todo.

—¿A dónde crees que vamos? —le preguntó él a Silvain. El chico lo miró de lado, se acomodó los cabellos, pero no respondió—. ¿Será algo grave de la orden? —insistió.

—Si fuera grave créeme que no nos llamarían a nosotros —respondió Silvain.

—Yo quiero saber —dijo Julius, parecía inquieto. Era un niño y empezaba a aburrirse.

—Pues mira, ya podrán preguntar directo.

Silvain señaló al frente. La escena era familiar, una limusina de la familia Maureilham se acercaba. Al fin llegaron a recogerlos. El vehículo se estacionó, los tres cogieron su mochila y se pusieron de pie. El chófer salió a abrirles la puerta, les saludó con amabilidad y al fin entraron. Una vez acomodados, Julius se apresuró en sacar unos Snickers del frigobar que había en la limusina.

—¿A dónde vamos, señor Jacques? —le preguntó Julius al chófer.

—Al aeropuerto. Irán en un vuelo hacia el sur, a Béziers. Los esperan en Maureilham.

—¡Si! —exclamó Julius como si se tratara de la mejor noticia del mundo.

—Esperen, ¿qué? ¿Tan lejos? —preguntó él de pronto—. Pero mamá... ella... Ella no me ha dado permiso, no, yo no puedo ir...

—Tranquilo —le dijo Silvain—. Seguro tu madre ya está en camino, no pasa nada. Estaremos unos tres días allá, quién sabe más. Tú relájate, es como vacaciones.

—No entiendo, ¿de qué se trata?

—Una reunión de los miembros de la nueva orden del Grial —contestó el chico. Alain solo asintió despacio. No sabía se sentirse emocionado o nervioso por eso.

Luego de esquivar todo el tráfico de París, el chófer los llevó hacia un aeropuerto privado. Había ahí una avioneta lista que los estaba esperando, y como Alain nunca había viajado en un vuelo privado, acabó por emocionarse. Sabía que la orden era cosa seria, pero una parte de él, la zona infantil, no dejaba de imaginar eso como una gran aventura de espías y cosas así.

Partieron pronto al aeropuerto de Béziers Cap d'Agde en Languedoc. El vuelo duró algo de hora y media, para cuando el piloto anunció que iban a aterrizar él se sentía como hipnotizado mientras miraba el paisaje. 

Era la primera vez que estaba en el sur de Francia y le parecía genial. Mientras la avioneta se acercaba a tierra, Alain pudo ver los muros de la ciudad de la antigua Béziers. Recordó sin querer como hace muchos años un chico llamado Arnald de Maureilham describió la entrada a su amada villa, una narración que él leería siglos después en sus memorias. Se preguntó qué pensaría ese muchacho si le hubieran dicho que algún día sería posible ver su villa desde el cielo, y que luciría igual de hermosa.

Alain sabía que Maureilham era una comuna dentro de la ciudad de Béziers, lo que no sabía era que toda esa zona le pertenecía a Antoine, y que Julius la heredaría algún día. En el estacionamiento del aeropuerto los esperaba un auto, los tres subieron y luego de unos minutos de recorrido llegaron a la entrada de lo que parecía ser un castillo. Todo eso era mucho para él. Era peligroso y aterrador la mayoría de veces, pero también era como una gran aventura. 

Al bajar del auto fue que Alain se dio con la gran sorpresa. No eran los únicos niños de la orden, y Silvain tampoco era el único chico ahí. Alain vio sorprendido a Silvain dejarlos atrás para ir a saludar a un grupo de cinco personas, entre chicas y chicos de su edad. Chocaron las manos, se rieron, parecían animados. O mejor dicho, parecían amigos de toda la vida. Y más allá, había otros niños y niñas de su edad, unos siete. Todos lo miraron, y él sin saber qué decir o si saludarlos.

—Tranquilo, Alain —le dijo Julius de pronto—. Yo seré tu amigo en la orden por siempre —él se giró y miró al niño a su lado. La sonrió, Julius había levantado la mano para chocarla con la suya y él correspondió el gesto.

—¿Qué es todo esto, Jul? ¿Qué clase de reunión es? —preguntó él con curiosidad.

—Pues no sé, siempre hacen esto para decirnos cosas importantes.

—¿A nosotros? ¿Hasta a los niños?

—Si, es como un reporte de cosas de las que tenemos que cuidarnos. O cosas buenas también, depende del abuelo.

—Ahhh...

Eso no respondía a sus dudas, supuso que iba a tener que esperar. Al girar de lado notó que Silvain y los chicos pasaban hacia el interior del castillo, y luego vio salir a su madre. No se lo pensó ni un segundo, corrió hacia ella y la abrazó. Audra le acarició los cabellos, Alain cerró los ojos. Con ella ahí ya se sentía más seguro.

—¿Acabas de llegar, cariño? —preguntó mamá.

—Si, apenas hace un minuto. ¿Y tú ma'?

—Por la mañana, apenas te fuiste a la escuela. Tenía que ayudar a Jerome a arreglar todo esto para ustedes. Pero tranquilo, estaremos el fin de semana aquí. Esto es un hotel de lujo que pertenece a los Maureilham, o sea, a la orden. Dormirás conmigo, he traído ropa para estos días. El domingo por la tarde regresamos a casa.

—Mamá, ¿y qué es todo esto?

—Hay cosas que todos en la orden tienen que enterarse, incluso los niños. Pero ya verás, ahora vamos al salón. Es hora que pasen todos.

—Está bien, iré con Julius.

—Claro, ve con tu amigo.

Al girarse, vio que Julius ya estaba avanzando hacia dentro de ese hotel o castillo, lo que sea. Lo alcanzó pronto, delante de ellos iban los niños que vio hacía un rato. Antes de entrar al salón les dieron algo para comer. Jugo y bocadillos que devoró con gusto, había de sobra para todos. Silvain y los chicos de su edad ya estaban sentados a un lado, conversando y comiendo. Se sentaron, serían en total unos quince. Todos eran los miembros más jóvenes de la renacida orden del Grial, y Alain imaginaba que todos eran hijos de los que estaban a cargo.

Conversaban entretenidos y comían sus bocadillos, hasta que notaron que alguien avanzaba al frente sobre la tarima. Era tío Jerome. De inmediato todos guardaron silencio, segundos después entraron más personas al salón, todos adultos entre hombres y mujeres. Ellos saludaron y se sentaron a un lado, apartados de los menores. 

Alain los miró a todos, reconoció varios de esos rostros. Todos alguna vez estuvieron en casa, y varios fueron al entierro de papá. Ahora lo sabía, eran miembros de la orden. Y al final, cuando nadie más dijo ni una sola palabra, entró Antoine de Maureilham. Apenas pasó, todos en el salón se pusieron de pie y él imitió el gesto.

—Buenas tardes a todos —dijo Antoine parándose al frente, al lado de Jerome—. Lamento si interrumpí algo importante, saben que organizamos estas reuniones sin previo aviso para evitar filtraciones. No deben preocuparse de nada, todo está dispuesto para que tengan una estancia cómoda en Béziers durante estos días, los pondremos al día sobre las cosas importantes que están pasando en el mundo y que afectan el propósito de la orden. Los adultos tendremos nuestras reuniones, pero ustedes también tendrán las suyas. No les quito más tiempo. Jerome, son todos tuyos.

Pronto el gran maestre de la orden se retiró y tomó asiento al lado de los otros adultos. Las luces se apagaron y una lámina de proyección apareció en la pared blanca tras Jerome. Decía "Bienvenidos a la reunión bianual de la renacida orden del Grial". La primera reunión de Alain. Se sentía emocionado, y pensó si quizá tío Jerome compartiría un poco de la información que estaba traduciendo de los diarios de Jehane.

—Buenas tardes, chicas y chicos —dijo Jerome con una sonrisa. Él nunca fue un hombre serio, al menos no para Alain—. Ustedes ya me conocen, soy Jerome Devaraux, por ahora el jefe de la unidad de investigación de la orden. Título que hasta hace poco llevaba Jean-Paul Bordeau, quien estuvo a cargo de la última exposición. Como ya saben, él ya no está entre nosotros, y sé que lo recordaremos siempre por su gran trabajo y lo valiente que fue. Jean-Paul nunca será olvidado.

Alain sintió que se le hacía un nudo en la garganta, quiso llorar. La sensación se hizo más fuerte cuando todos en el salón empezaron a aplaudir. Por un lado se sentía bien que apreciaran tanto a papá, pero pensar en eso solo le recordaba que él no iba a volver más. Que solo le quedaba recordarlo.

—Y este año —continuó Jerome— nos acompaña un nuevo miembro de la orden en su primera reunión. Alain Bordeau está aquí. —Aplausos otra vez. Él se quedó inmóvil sin saber cómo reaccionar. Oh rayos... ¿Tenía que ponerse de pie? —. Adelante, Alain. Ven aquí y preséntate.

Eso lo aterró. Solo conocía a unas cuentas personas ahí, no le gustaba nada la idea de pararse delante de todo el mundo y hablar. Pero todo estaba en silencio y sentía que lo miraban como esperando que se moviera de una vez, así que solo por la vergüenza se paró y caminó despacio hasta la tarima.

—Hola —dijo él despacio. Jerome le alcanzó un micrófono—. Yo... ehhh... Bueno, ya lo dijo Jerome, soy Alain Bordeau. Hijo de Jean Paul, eso es obvio... claro —decía nervioso. Tenía que controlarse, si pertenecía a una orden que algún día iba a detener una especie de apocalipsis tenía que dar la talla y comportarse.

—Verán, chicos. Alain es nuevo en la orden, pero él y yo tenemos interesantes novedades que contarles. Como Bordeau, es heredero de los diarios de Jehane de Cabaret. Si, los mismos que son mencionados hacia el final de las memorias de Arnald, ya todos han leído eso —vio que los chicos y chicas en el público asentían. Ahora además lo miraban con interés, y solo por eso empezó a sentirse más confiado—. ¿Quieres contarles, Alain? —le pidió Jerome y él asintió.

—Mi padre logró recuperar los diarios antes de su... accidente —dijo para suavizar el asunto. Ahí todos sabían que a Jean-Paul lo mataron, no era necesario decirlo—. Jerome se encarga de la traducción, yo estuve leyendo todo. Jehane escribía mucho sobre Bruna después de que se convirtió en inmortal, también sobre qué fue de la vida de Alix y Amaury en oriente. Jehane conoció a todos los inmortales en esa fecha, y por eso ahora sabemos que los inmortales como Actea también pueden aliviar el encantamiento de otros —le pareció escuchar un "Ohh..." general. Murmullos, gente interesada. Se sintió bien por un instante, ahora sí sentía que era alguien importante en todo eso.

—Exacto, pero ustedes tranquilos —continuó Jerome—, ya hablaremos de eso a detalle mañana. Todos los descubrimientos gracias a los diarios de Jehane y el análisis después del desayuno. Me gustaría que todos se presenten, ya conocen a Alain, ahora le toca a él conocerlos. Chicos, digan su nombre, ascendencia y área en la que esperan colaborar con la orden. ¿Quién quiere empezar? —No hubo silencio por mucho tiempo, la primera en pararse fue una simpática chica rubia.

—Andrea Lavaur —dijo la chica, tendría unos quince años—. Y desciendo del linaje Trencavel —agregó para sorpresa de Alain. Según sus clases de historia, el último Trencavel fue el nieto del vizconde Raimon Roger. Quizá se tuvieron que cambiar el apellido por seguridad—. Y espero trabajar en el área de finanzas de la orden. Me alegra conocer a un nuevo Bordeau, por cierto —le dijo con una sonrisa. Alain correspondió. Tenía que conocerlos bien a todos, ellos serían sus compañeros en el futuro.

—Claude Labarthe —se presentó ahora otro muchacho, aunque este parecía mayor, quizá unos diecisiete—. Sé que mi apellido es muy popular hoy en día, pero desciendo de los Labarthe que fueron parte de la orden en la Occitania del siglo XIII. Espero trabajar en el área de seguridad. Un gusto, Alain.

—Emile Betancour —dijo otro, ahora era un niño de unos diez años—, y desciendo de los señores de Queribus. Así que creo que en parte somos como parientes algo lejanos —explicó él. Alain asintió, sabía que Alix fue sobrina del señor de Queribus de aquel entonces, y como él descendía de ella y Amaury, pues alguna relación histórica tenían—. También espero trabajar en el área de seguridad.

—Antoinette Lacroix. —Una niña de su edad se puso de pie. Simpática y de cabello negro, además de unos bonitos ojos claros—. Desciendo de Odón, el hijo de Orbia y el conde de Foix. Y espero trabajar en el área de investigación.

—Yo también —respondió Alain por el micrófono. Hasta ese momento no se había planteado cual sería su futuro en la orden, pero ya lo tenía claro. Él sería quien tomara el lugar de su padre. Alain quería ser el jefe de la unidad de investigación de la orden.

—Bernard de Foix —se presentó un chico de la edad de Silvain—. Y desciendo de Roger Bernard, el hijo legítimo del conde de Foix.

—Pero todos sabemos que Roger era un aburrido, los descendientes de los bastarditos somos más geniales —bromeó Silvain. Y todos, incluyendo Bernard, estallaron en risas.

—Aparte de colaborar con los descendientes de los bastarditos —siguió el juego Bernard—, pienso estar en el área de investigación.

—Y como para cerrar con broche de oro el área de "Dios, cuánta gente salió de ese conde, qué horrible que no existiera condón en esa fecha", estoy yo. Silvain Chastain, descendiente de Caleb de Entenza, el primer hijo del conde de Foix. Y futuro rastreador estrella de inmortales por todo el globo terraqueo, claro que sí —dijo muy orgulloso. 

Era la primera vez que Silvain decía lo que quería hacer para la orden, y Alain no estaba tan sorprendido. Sabía que el chico quería atrapar a Bruna y encontrar la forma de destruirla en algún momento. Y también quería encontrar a Actea para salvar a su madre, era lógico que quiera ese puesto dentro de la orden.

Uno a uno se fueron presentando los demás jóvenes de la orden. Había descendientes de otras personas que leyó fueron parte de la orden original. Una chica de Montpellier, otro de Mirepoix, de Tolosa. Todo muy interesante, pero había una pregunta que Alain quería hacer y no se atrevía, ¿dónde estaban los descendientes de Guillaume y Bruna? ¿O los de Guillaume y Sybille? Nunca nadie le había hablado de ellos. También se le hacía extraño que quienes estén a cargo de la orden sean los Maureilham y no los de Saissac. Guillaume fue el último gran maestre de la orden, ¿por qué su descendencia no dirigía a la nueva organización? Eran preguntas que tenía que resolver pronto.

Alain pensó que una vez que todos los jóvenes se presentaran él podría volver a sentarse, pero entonces Julius se puso de pie. Era el más pequeño, los otros niños eran de diez años o más. Se preguntó desde cuándo entrenaban todos para la orden, o por qué su padre no lo incluyó antes. Y también se preguntó qué podría aportar un niño tan pequeño como Julius. Su amigo se paró sobre una silla para que todos pudieran verlo y se escucharon varias risitas. No eran burlonas, solo eran de gracia. Él sonrió y habló.

—Yo soy Julius de Maureilham. Descendiente de Valentine, hija de Arnald y Mireille de Maureilham. Y pues yo voy a ser el gran maestre de la orden cuando sea grande. Gracias.

El primero en aplaudir fue Silvain, los demás lo imitaron. Así que era eso. Sabía que los puestos en la orden eran hereditarios, pero ahora tenía claro cuál era el destino de Julius. Algún día él sería el líder que debería obedecer sin dudarlo.

—Gracias, Julius —le dijo Jerome—. Alain, ya puedes tomar asiento. —Sin decir nada, caminó de vuelta a su sitio. La persona que estaba a cargo del proyector de láminas quitó la que estaba puesta—. Bueno muchachos, es hora de hablar de un tema importante y urgente. Por disposición de nuestro gran maestre, y porque así se acordó en reunión de los miembros de la cúpula de la orden, se ha decidido que ustedes merecen saberlo. Sé que no es agradable hablar de cosas graves ni bien arrancamos, pero así son las cosas. Así que hoy hablaremos de alguien que ustedes adoran con todo el corazón. —Eso último lo dijo con ironía. A una orden suya, alguien proyectó otra imagen. Hubo un grito de "No" generalizado. Era una foto de Bruna—. Así es, toca hablar de "la encantadora".

—¿Y ahora qué anda haciendo la desgraciada? —preguntó Silvain con molestia en voz alta.

—Shhhhh... deja escuchar. —La que intervino fue Andrea, la descendiente de Trencavel.

—Si, Silvain, a eso voy —continuó Jerome—. Aprecien la foto, por favor. Creo que se dan cuenta de lo perturbadora que es.

Aunque a Alain no le pareció así. Era Bruna, pero en una foto muy clara. No en un evento como siempre le tomaban, ahora miraba directo a la cámara y parecía una foto casual. Sonreía de lado, quien no supiera nada de ella hasta pensaría que lucía tierna.

—¿Por qué perturbadora? —preguntó él en voz baja.

—Porque nadie le toma fotos a Bruna así de cerca, ni en un ambiente tan íntimo —respondió la niña llamada Antoinette y él solo asintió. 

Ella tenía razón, era una foto extraña. Y si, perturbadora. Mirar a Bruna a los ojos, aunque sea en una foto, daba algo de nervios.

—Bueno, ¿y eso qué? —volvió a interrumpir Silvain en ese tono irritado que usó hacía un rato. Cuando se hablaba de Bruna, el chico no podía con su genio.

—Pues te agradará saber que esta foto la tomó François Chastain. Y que no ha sufrido daño al acercarse a Bruna. La foto nos la envió hace unos días. —Las exclamaciones de sorpresa no se hicieron esperar. Silvain se quedó con la boca abierta un momento, estaba impactado.

—Ahhh... esta no me la esperaba —decía aún boquiabierto—. Bien jugado, papá. Bien jugado...

Y empezó a aplaudir. Los demás niños y jóvenes lo imitaron. Los adultos, incluyendo Antoine, hicieron lo mismo. Así que ese era el nombre de su padre. Un hombre que fue directo a Bruna, la enfrentó y le tomó una foto. Eso le llamaba ser espectacular.

—Estamos muy agradecidos y orgullos de François, es de lejos el mejor rastreador de inmortales que ha tenido la orden. Pero no todas son buenas noticias —les dijo Jerome—. No te preocupes, Silvain. Tu padre está bien y cuerdo, Bruna no le ha encantado. Es otra cosa. Creo que es obvio que Bruna no se ha revelado de esta manera ante un rastreador de la orden por casualidad. Si, François fue muy hábil, pero sabemos que esa foto fue posible porque ella lo permitió. Porque quiere enviarnos un mensaje.

—Uy... Ya me dio miedo —dijo despacio Julius. Todos los chicos de la orden estaban en silencio, hasta Silvain. Lo que se venía era cosa seria.

—Ustedes saben que las memorias de Arnald de Maureilham están en posesión de la orden, todos las hemos leído en algún momento. Pero, ¿dónde está la otra parte? ¿Quién tiene las memorias de Mireille? Se suponía que Valentine heredó todo lo que dejaron sus padres, pero en algún momento de la historia ambos tomos se separaron. La buena noticia es que encontramos a más descendientes de Arnald y Mireille, ellos se quedaron con las memorias de la dama.

Sacaron a Bruna del proyector, ahora aparecía el mapa de los Estados Unidos. Una flecha señalaba el lugar. Seattle. La siguiente foto fue la de una familia normal como cualquier otra. Padres y una niña que tendría unos cinco años.

—Ellos son la familia Chardin. Robert, Danna y Alice. Su familia migró a América hace unos cien años, empezaron con un negocio de casa de empeño que se convirtió luego en una gran tienda de antigüedades. Robert Chardin está a cargo ahora, él además se encarga de negociar en subastas representando a varios coleccionistas ricos. Y ellos tuvieron todos estos años las memorias de Mireille de Maureilham.

—¿Tuvieron? —interrumpió Silvain—. ¿Ya no las tienen? ¿Es eso?

—Si, Silvain. Esa es la mala noticia. Los Chastain ya no tienen los pergaminos de Mireille, lo ofrecieron en una subasta y los compró una negociante misteriosa. Bruna —murmullos de sorpresa entre todos. Silvain hizo un gesto de molestia—. Esto sucedió hace unos meses, cuando nos enteramos de los Chastain entramos a la subasta para conseguir las memorias de Mireille. Toda esa investigación estuvo a cargo de Jean-Paul, y él hizo todo lo posible por recuperar eso para nosotros. Bruna le ganó, aunque sabemos que se valió de algunos trucos propios de ella para salirse con la suya.

—Como siempre —dijo Silvain. Era el único que hablaba en voz alta.

—Nos preguntamos todo este tiempo para qué quería Bruna las memorias de Mireille —continuó Jerome—. ¿Nostalgia? Sabemos que ellas dos fueron grandes amigas. ¿Quería ocultar información sobre ella? ¿Un capricho? Esta semana lo descubrimos.

Jerome hizo una señal y la sorpresa no se hizo esperar. Alain también se quedó boquiabierto. Oh.... Rayos. Truenos, rayos y centellas. Eso no podía estar pasando. Ante sus ojos aparecía el titular de un periódico americano en inglés y con la nota de la noticia abajo. Eso era grave..


"APARECEN MANUSCRITOS DE LA FRANCIA MEDIEVAL. MISTERIOSA ESCRITORA CUENTA UNA HISTORIA INCREÍBLE SOBRE INMORTALIDAD"


—Si, esto pasó hace esta semana —continuó Jerome—. Bruna ha donado las memorias de Mireille a la universidad de Yale. Pero se ha encargado de repartir copias de traducciones de las partes más jugosas a toda la prensa americana. Esto pronto se hará mundial, apenas está empezando.

—No entiendo, ¿por qué rayos está haciendo eso? —preguntó confundido el chico llamado Claude—. ¿Por qué quiere que todo el mundo se entere de ella?

—No puedes estar haciendo esa pregunta en serio —contestó Silvain—. ¿Hola? Es Bruna, la encantadora. Esa egocéntrica quiere que todo el mundo se entere de lo perfecta que era. Y de paso que nosotros existimos.

—Exacto —apoyó Jerome—. Creemos que ese es su objetivo. La gente creerá que es solo una historia inventada, al menos la parte de la inmortalidad y el elixir de la vida. Pero muchos datos que están ahí son reales. Los últimos miembros de la orden, la cruzada, los castillos, nuestros movimientos. Para cualquier estudioso será fácil empezar a investigar, quizá en unos años la historia de Bruna sea tan conocida como la de Tristán e Isolda. O cualquier historia épica medieval, no pueden negar que es una historia atractiva. Bruna se ha arriesgado a exponerse ante el mundo, pero nos expondrá a nosotros también. Porque sabrán que hubo una orden, y quizá los locos de las teorías de conspiración creerán que aún existimos, que es verdad. ¿Por qué de pronto Bruna quiere revelar esta historia? ¿Qué ganará exponiéndonos a todos? No lo sabemos.

—Ah, pero si esa también está fácil —continuó Silvain—. Quiere morirse cuando todo acabe. ¿Y cómo logrará eso? Jodiendo a la orden que intentará evitar el fin de la vida en este planeta. Así de simple. Pero por mí esa maniática se puede joder, y una mierda que voy a dejar que se muera para que se reencuentre con su Guillaume querido. Se va a quedar aquí bien viva y sufriendo —decía molesto. 

Nadie se atrevió a interrumpirlo mientras rabiaba. Alain no sabía si era verdad lo que decía Silvain, que quizá esa Bruna lo único que quería era morir para reencontrarse con su gran amor en algún lugar. Lo que sí tenía claro era que aquella jugada de la inmortal solo tuvo un objetivo. Joderlos a todos.

—Gracias por la aportación, Silvain. La próxima ahórrate las palabrotas, no es necesario ser vulgar para dar tu opinión —le reprendió Jerome.

—Si, si. Lo siento, es que cada vez que hablo de esa miserable pierdo la paciencia. No se ofendan por mi exceso de sinceridad —se excusó el chico.

—Bien, ahora sabemos que la familia Chastain subastó las memorias de Mireille —continuó Jerome—. Lo que no tenemos idea es si ellos saben o no sobre la orden, o si quizá hicieron una traducción que aún conservan. No creemos que sepan de la importancia de las memorias de Mireille, de lo contrario jamás los hubieran subastado. Haremos lo posible por contactar con ellos con mucho cuidado, después de todo, y aunque no lleven el apellido, son Maureilham. Son parte de nosotros.— Alain asintió. Era mejor que se sigan juntando todos los descendientes de la orden, mientras más gente luchando contra los inmortales, pues mucho mejor—. Ahora tengo más novedades, y algunas no son nada buenas.

—¿Esto se podía poner aún peor? —dijo Bernard de Foix, y los chicos a su lado rieron por lo bajo.

—Aunque no lo creas, sí. Lo diré de una vez para explicarles con calma luego. La mujer que estaba destinada a ser la inmortal ocho se ha suicidado la semana pasada. Y el descendiente directo de Guillaume y Sybille lo vio todo....



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La reuniones de la Orden del Grial son tipo:

FUERTES DECLARACIONES

Ahora sí se vienen más bombas. Preparaos. 



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