1.- Secretos
Alain siempre estuvo convencido de que los secretos no eran tan malos después de todo.
A veces era mejor vivir sin saber algunas cosas, por algo la gente ocultaba la información. Quizá por maldad, o por proteger a los demás. Mucha gente en el mundo no sabía nada de nada, y no por eso eran infelices. Al contrario, vivían sus vidas riendo y jugando como si nada, ignorantes de las cosas malas que pasaban detrás de ellos.
Quizá por eso los padres les ocultan cosas a sus niños, o se las decían de forma bonita para que no sufrieran. Era mejor así. Hubiera sido mejor así para él.
Podría jugar con su PlayStation, o quizá al fútbol con los chicos del vecindario. Hasta podría leer algo, eso hubiera sido mil veces más divertido. Solo que Alain ya no podía ser un niño normal, ya no podía entretenerse jugando como si nada malo estuviera pasando. Él ya sabía cómo eran las cosas, sabía que nada era tan bonito como siempre creyó, y que alrededor de él había muchos secretos que quizá no debió descubrir. Hasta para eso era ya tarde, se dijo. Ahora no quedaba otra cosa que seguir con el legado.
Hacía un mes cumplió diez años, y hacía un mes también perdió a su padre. Días antes papá viajó por negocios, según le dijo mamá. Pero la mañana de su cumpleaños, cuando él y mamá esperaban la llegada de su padre para poder celebrar, recibieron la noticia. Y más tarde llegó también el cuerpo de Jean-Paul Bordeau.
No entendía nada, ¿qué pasó con papá? ¿Por qué murió? ¿Qué le hicieron? ¿Fue un accidente? ¿Murió o lo mataron? Nadie podía darle esa respuesta, ni siquiera mamá. Él lloraba desesperado pidiendo una explicación, pero lo único que hizo mamá fue calmarlo y decirle que pronto todo estaría bien, que ella iba a explicarle.
Puede que fuera verdad, puede que no. Quizá mamá iba a decir una mentira piadosa, le diría de una forma bonita que papá se fue al cielo, que son cosas que pasan, que la vida era así y que ellos dos podrían seguir adelante.
Él era el único que lloraba, y eso le parecía raro. Tan raro que hasta le dio vergüenza y se aguantó las lágrimas para que dejaran de mirarlo con lástima. El velorio lo pasó en silencio, el entierro también. El único momento en que volvió a llorar fue cuando arrojó tulipanes al ataúd de su papá mientras este se hundía en la tierra. Alrededor veía caras tristes, pero no lágrimas, y eso lejos de consolarlo o hacerlo sentir más fuerte, le daba más rabia.
Durante esos dos días que duró el duelo, y el entierro de su padre, empezó a odiar a mamá. Audra Bordeau no derramó ni una sola lágrima, y aunque era injusto, él quería que llorara. Quería saber que no era el único que le dolía en el alma la muerte de Jean-Paul, que no podía aceptar que se haya ido así. Quizá Audra quería ser fuerte para que él no llorara y no se sintiera mal, pero no lo estaba logrando para nada.
Todos en el velorio le decían "Tienes que ser fuerte", y él no entendía qué rayos quería que hiciera. ¿Ser fuerte? ¿Cómo podía ser fuerte? Tenía diez años, lo único que deseaba era llorar como un nene sobre el ataúd de su papá porque no quería aceptar que estaba muerto y que nunca más iba a jugar con él.
Ya ni siquiera quería la explicación de mamá sobre lo que pasó con su padre. No quería hablarle a Audra, se sentía resentido con ella y no podía explicar la razón.
La tarde en que regresaron del entierro de papá, ella intentó abrazarlo, pero él fue corriendo a encerrarse en su habitación y no quiso abrirle por más que ella insistió. Se recostó en la cama, su vista estaba clavada en el cuadro que tenía en su mesa de noche. Eran él y papá en la feria de ciencias escolar, había ganado el primer puesto y su padre lo cargaba orgulloso mientras él cogía su medalla de oro y la mostraba con una sonrisa. Lloró otra vez, y lloró mucho, aprovechando que no había nadie alrededor para decirle que tenía que ser fuerte.
Tanto lloró que se quedó dormido. Cuando despertó era de noche, ni siquiera vio su reloj. Lo único que tenía claro era que tenía hambre, no había comido desde la mañana. Tardó un rato en decidir, ¿salir en busca de comida y encontrar a mamá? ¿O quedarse muerto de hambre? Por un instante decidió mantenerse firme en la decisión de no hablarle a Audra, pero después de un rato, cuando su estómago empezó a hacer fuertes ruidos y el dolor se volvió insoportable, se inclinó por tragarse todo el orgullo y salir a comer.
Pero eso sí, tendría que ser muy cuidadoso para que mamá no lo viera. Abrió la puerta muy despacio, miró a los lados del pasillo. Todo estaba oscuro y el cuarto de sus padres cerrado. Alain salió sin zapatos, y de puntillas empezó a bajar la escalera. Llegó al fin a la cocina, abrió la nevera y sacó jamón y queso para hacerse un sándwich. Era una suerte que hasta el momento mamá no hubiera llegado, mejor para él. Sacó el pan blanco, cogió un plato y empezó a armar su bocadillo. Una vez listo le dio un par de mordidas que lo aliviaron, solo se serviría un poco de leche y subiría a su cuarto. Claro, eso iba a hacer, pero escuchó el jarrón romperse.
El ruido venía de la sala, y en medio de tanto silencio, se asustó. De la impresión, soltó el plato con el sándwich que se estrelló contra el piso y se hizo pedazos. Por suerte logró esquivar los pies a tiempo para no cortarse, pero eso no significaba que estaba a salvo. Lo peor fue que el ruido en la sala seguía, que además escuchó gritos.
No supo qué hacer, tuvo miedo. Parecía ser la voz de mamá, estaba peleando con alguien. ¿Debía ir a ver? ¿Debía esconderse? Quizá tenía que ver con la muerte de papá, así que a pesar del miedo que sentía, empezó a caminar hacia allá. Anduvo de puntillas, y antes de llegar a la sala se escondió detrás de la pared. Alain se asomó unos segundos para espiar y vio que mamá estaba peleando con Jerome.
Jerome Devaraux era amigo y socio de papá. Sabía que ellos se conocieron de niños, más o menos a la edad que él tenía. Nunca supo en qué trabajaban, ellos nunca fueron muy abiertos con ese tema. Pero a él le decía "tío Jerome", lo trataba bien, hasta parecía quererlo como si de verdad fuera su sobrino. Por eso también le pareció raro que tío Jerome no estuviera en el entierro de papá, y con lo triste que se sentía olvidó preguntar.
—¿Para eso has venido? ¿Para traerme esa porquería? —habló mamá, y Alain vio que señalaba hacia el sofá. Ahí había algo que no podía ver bien, como un portafolios grande, aunque no distinguía que había adentro.
—Audra, te hablo como miembros de una misma orden.
—¡Me importa una mierda la orden! Mi marido está muerto, ¿entiendes? ¡Muerto! Ah, no, eso no es del todo cierto, ¡a Jean-Paul lo mataron!
Alain se llevó las manos a la boca para no gritar. Esa era la respuesta que estuvo buscando todo el día, tan horrible que apenas podía procesarla. Y lo que también le sorprendía era que mamá sí lloraba. Ella parecía desesperada, llena de dolor. Se asomó otra vez y pudo ver sus ojos cubiertos de lágrimas. De pronto Alain se sintió culpable por haberla odiado, no debió. A mamá le dolía tanto como él lo que pasó.
—Ya lo sé, Audra, yo estuve ahí. Te juro que hice todo lo posible por evitarlo.
—¿Ah si? Pues no te creo, debiste hacer más. Ahora que lo pienso, quizá preferiste salvar esa cosa que a mi Jean-Paul.
—¿Cómo puedes decir algo así? —preguntó Jerome, dolido—. ¿Acaso crees que sería capaz de eso? Él era como mi hermano, verlo morir ha sido lo peor que pudo pasarme. No me interesó arriesgar los diarios, yo regresé por él, no iba a dejar que su cuerpo se pudriera abandonado. — Apenas escuchó eso, mamá empezó a llorar con fuerza. Él también, sentía que sus ojos se cubrían de lágrimas y ni se esforzó en secárselas.
—¿Y por eso has traído los diarios aquí?
—Él hubiera querido que así sea. Audra, él dio la vida por ellos. Por recuperar lo que les pertenece.
—Eso no me pertenece a mí, le pertenece a la orden.
—No, eso es de la familia Bordeau, siempre ha sido así. Los Maureilham tienen las memorias de Arnald, los Bordeau los diarios. Es tu herencia.
—No es mía, yo me casé con Jean-Paul, pero no soy de la familia.
—Tienes razón, le pertenecen a Alain. Él es el heredero.
No entendía nada, y al escuchar que lo nombraban se sorprendió aún más. ¿Orden? ¿Memorias de Arnald? ¿Los diarios? ¿Qué rayos era todo eso?
—¡No metas a mi hijo! —gritó su madre con desesperación—. Alain es un niño, no quiero que lo metas en esta porquería de orden, ¿para qué? ¿Para morir como su padre? Ni se te ocurra, Jerome. No voy a perdonártelo.
—Eso no es decisión mía, Audra. Nuestro gran maestre es quien va a decidir. Pero esto es herencia de Alain, lo sabes, aunque no quieras aceptarlo. Mientras antes lo sepa será mejor para él, así estará prevenido.
—Ya te he dicho que mi hijo no formará parte de este circo. Es muy joven para saberlo.
—Y tú sabes que me gustaría proteger a mi sobrino, pero no es decisión nuestra. Antoine vendrá un día de estos.
—Ya lo sé —dijo su madre, irritada—. Y hasta entonces quiero que le lleves los diarios, que él decida quién será su nuevo guardián.
—Están en casa de su nuevo guardián.
—¡Alain es un niño! ¿Qué va a saber él de proteger estas cosas? ¡Esos malditos diarios le costaron la vida a su padre!
—Jean-Paul quería recuperarlos. Llevaba años buscándolos, él quería tener en sus manos una vez más la herencia de la familia. ¿Vas a dejar que se los lleven? La sangre de tu marido está en ellos, ¿por qué entregar lo que a él le costó tanto conseguir?
—No me gustan. Sé que cuando entré a la orden juré proteger "aquello" hasta la muerte. Muchos lo hemos cumplido, Jerome. Desde que Esmeralda dio la profecía no hemos hecho otra cosa que juntar las piezas rotas de nuestra orden, aunque nos cueste la vida. Jeannine murió, Thierry también.
—Y no hay día que no los recuerde con dolor. Pero ellos murieron conscientes de que era su deber, que era lo que tenían que hacer por salvar a la orden. No solo se trata de salvar a la orden, es salvar al mundo entero. Audra, creí que eso lo sabías.
—Lo sé —dijo su madre con tristeza—. ¿Acaso puedes culparme de querer proteger a mi hijo de toda esta locura?
—Claro que no. Solo debes aceptar que Alain ha sido parte de esto siempre, desde que nació. Así como tú y yo, para esto nacimos.
Mamá se quedó en silencio un instante. Alain escuchaba todo con una mezcla de terror y fascinación. Todo eso parecía irreal, ellos siempre fueron parte de una especie de organización secreta que hacía algo importante. Tenía miedo, pero a la vez quería saber más, sobre todo porque tío Jerome no se cansaba de decir que él era, quisiera o no, parte de esa orden.
—Jerome, solo quiero saber una cosa. ¿Quién de ellos fue?
—¿No te lo dijo él?
—Sabes como era Jean-Paul, todo eran secretos. Esto de estar casada con un rango ocho siendo una cinco no me benefició mucho.
—Entonces...
—Entonces me lo debes —le dijo muy firme—. Tienes que decirme cuál de esos malditos inmortales tenía los diarios y quien mató a mi esposo. —Esa fue otra sorpresa difícil de aceptar. ¿Inmortales? ¿Qué era eso? ¿Vida real o algún videojuego?
—No fue exactamente un inmortal...
—"El otro" —dijo su madre, aunque eso parecía una afirmación.
—Sí, fue Ismael "el otro".
—¿Quién es Ismael?
Ya no aguantó más. Confundido por esa extraña historia y por saber la identidad del asesino de su padre, Alain dio un paso al frente. Jerome y Audra se quedaron en silencio, sorprendidos, sin saber qué decir.
—Hijo...
—Escuché todo —interrumpió.
Sentía que las lágrimas le quemaban las mejillas, el pecho le dolía. Un tal Ismael mató a su papá, su papá dio la vida por esos "diarios", o lo que sea. Y aunque le dolía saber la verdad, igual necesitaba estar enterado.
—¿Qué es "todo"? —preguntó tío Jerome con voz calmada.
—Que papá fue por esos —dijo señalando los portafolios—, que ustedes son parte de una orden, que soy el heredero, que un tal Antoine decidirá. Y que hay unos inmortales, y un Ismael que mató a mi papá.
—Todo eso es verdad —le dijo el hombre—, y te rogamos perdón, debimos decirte hace mucho. Pero supongo que entiendes que era peligroso y tú aún eres un niño.
—Pero soy el heredero de esos diarios, ¿verdad? Ustedes lo han dicho. Además estoy en esa cosa, esa orden.
—La nueva orden del Grial —dijo de pronto su madre—. Ven acá, Alain —le pidió, y él obedeció de inmediato. Su madre se arrodilló frente a él, despacio secó las lágrimas de sus mejillas y lo abrazó fuerte. Él también lo hizo, apretó los ojos y sintió deseos de llorar otra vez, pero se contuvo.
—¿Me vas a contar, mamá? —pidió él.
—Si, hijo, voy a contarte todo lo que pueda. Hay cosas que no puedo decirte, no tengo autorización para eso.
—¿Quién la tiene? ¿Antoine? —ella asintió—. Entonces quiero verlo, quiero saber todo.
—Pero hijo...
—Mamá, a papá lo han asesinado y yo quiero entender las cosas. Yo quiero saber qué son esos diarios. Por favor, mamá, no me trates como un bebé. Yo tengo que saber la verdad.
—La verdad no siempre libera, Alain. Las verdades de la orden no te llevarán a nada bueno, solo van a esclavizarte hasta el último de tus días.
Sabía que su madre hablaba en serio. Lo sentía en sus palabras, lo notaba en su mirada. Una vez más tuvo miedo. No sabía qué era esa orden, solo que gente moría por ella y sus secretos, que su padre murió por recuperar cosas. Pero si papá fue valiente y capaz de todo por la orden, él no podía ser un nene y esconderse. Él tenía que hacer algo también.
—Mamá, yo quiero saber. Y si no me lo cuentas tú, alguien más lo hará. —Después de mirarlo a los ojos sin decir nada por unos segundos, mamá soltó un suspiro. Intercambió una mirada con tío Jerome y este solo asintió.
—Avísale a Antoine.
—Mañana hablaré con él —afirmó el hombre.
—Ahora ve a tu habitación, en un momento subo y te contaré algunas cosas. Jerome, ayúdame a llevar los diarios al estudio de Jean-Paul.
—¿De verdad vas a contarme? —preguntó él, desconfiado.
—Sí, hijo, lo juro. Ve a tu habitación, ya te alcanzo.
—Nos vemos después, Alain —dijo el tío Jerome posando una mano en su hombro—. Siento mucho lo de tu padre, de verdad.
—Lo sé, lo viste morir y rescataste su cuerpo. —Fue lo único que se le ocurrió decir.
Confundido con toda esa situación, Alain fue a su cuarto y se metió en la cama. Esperó paciente a mamá por quince minutos, abajo se escuchaban pasos, al parecer esos "diarios" pesaban mucho. Cuando ya empezaba a impacientarse, Alain vio a mamá asomarse por su puerta. La cerró despacio, cogió una silla y se sentó frente a él.
—No encuentro las palabras para decírtelo. Es una historia larga, y no puedes saber todo aún.
—Pero puedes contarme lo suficiente para que entienda, ¿verdad? —ella asintió.
—De pequeño te gustaban los cuentos, ¿recuerdas? Él y yo te leíamos, siempre querías más. Leíamos hasta que te quedabas dormido. Ahora lees solo. Eres un buen niño, Alain.
—Mamá... —No entendía por qué decía todo eso. Quizá era tal como ella dijo, no sabía cómo explicarle.
—La historia es como un cuento —continuó ella—. Un cuento largo que te parecerá una fantasía. De a ratos pensarás que hay cosas que son mentira, pero debes prometerme que vas a creer en mí.
—Lo prometo, mamá. Te creeré —dijo con seguridad. Tenía miedo de que las cosas que iba a escuchar no fueran buenas, que todo cambie. Pero aún así iba a seguir adelante.
—Había una vez una orden de caballeros que protegían a una dama —comenzó a decir como si eso fuera un cuento de hadas. Y aunque le pareció raro, él escuchaba atento todo—. Había una vez una dama que se convirtió en inmortal. Había una vez una niña que cayó en el embrujo de la dama inmortal. Esa niña se hizo mujer, y escribió diarios. Esta es tu herencia, Alain. Los diarios de una mujer llamada Jehane.
Jehane de Cabaret.
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Uhhhhhhhh gurl
Ni bien entramos y ya está muriendo la gente OKNO
Los HT de la semana #StayStrongAlain #TeOdiamosIsmael
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