Mathilde se come el mundo
La voz del cantante pelirrojo no parecía mantener el mismo tono después de la repetición del estribillo de la canción Welcome to the jungle. Oyendo corear a la multitud siempre encontraba algo en el show para increpar. Sin embargo los músicos tocaban con una gran precisión, se notaba el vigor en sus movimientos. Las muchachas gritaban y lloraban, también aventaban con fuerza innumerables prendas íntimas hacía el escenario.
Al finalizar el concierto nos sorprendió la tormenta. Miré hacia el cielo lleno de nubarrones y relámpagos, y una gota cayó en mi rostro. Las chicas ni siquiera se dieron cuenta de nada. Ellas estaban exhaustas saltando como locas con los ojos enrojecidos, el maquillaje chorreando y los zapatos llenos de agua.
Tosiendo y estornudando caminamos durante diez minutos hacía donde había estacionado el auto. Mathilde caminaba descalza llevando las zapatillas en la mano. Un trueno retembló sobre nuestras cabezas y comenzó a caer granizo. Con una furia inmensa comenzamos a correr en mojaduras y charcos. Entramos al coche, cuando miré a Mathilde la vi con el rostro contraído, pálida como la nieve y le pregunté que le pasaba. Ella miró ofuscada, entonces enderezó su cuerpo en el asiento o más bien se desplomó para luego elevar sus pies sobre la guantera.
Monique seguía gritando como si todavía estubiera en el concierto; el sonido agudo de su voz me estaba enloqueciendo.
Finalmente, después de un tiempo increíblemente corto, ella se durmió. Tenía la boca abierta y roncaba bastante fuerte. Después se despertó y la sentí tambaleándose hacía la ventanilla. Murmuró algo, pero no logré entender. Estaba algo mareada y foribunda, quería llegar a casa para quitarse la ropa mojada.
Entramos a la casa corriendo. Mathilde había entrado con un peso inerte. Apenas entraron comenzaron a quitarse la ropa como si yo no existiera. Las dos estaban literalmente desnudas frente a mis ojos.
—Oh, lo lamento mucho. Es que este vestido me estaba picando hasta el... Perdoná, ¿Me acalzarias un toallón, por favor? —exclamó Monique con voz ronca.
—Sí. Pero no te sientas culpable. Estoy tan cansado que no veo nada —. Alargué la mano con la toalla—. Me voy a dormir, chicas...
—Demetrius —chilló Mathilde.
—¡Que chico tan frágil eres! —gritó Monique.
—Ven, ya estamos vestidas —anunció la rubia.
—¿No tienen sueño? Estuvieron saltando y gritando y silbando durante dos horas.
—Valió la pena. Axl Rose es el dios, es un hito... — gritó Monique, con los ojos en blanco.
—Bueno, volvamos a rutina de nuestras vidas sosegadas...
—¡Ja! Que amargo que sos —acotó Mathilde mientras destapaba una botella de cerveza negra.
—Solo quería dormir, para recuperar la vitalidad de antes.
—Mañana es tenés franco — dijo Monique, mientras se ponía unas medias en sus pies.
Mathilde me había mirado como dispuesta a darme una piña en medio de la cara.
—¿Qué estás mirando?
—Nada, nada más, muchas gracias —contesté— . Quédense bebiendo cerveza tranquilas.
Mathilde me había visto observar los pies de Monique con lujuria. Por un momento, pensé que estaba celosa y un inefable odio flotó en la sala. No existía la menor duda de que le había molestado, o quizás ella era hipersensible ante mis miradas, aunque el matiz de su voz había sido de total desagrado.
La incoherencia de la rubia me exitaba, ella reconoció mi mirar pícaro, aunque unos minutos antes la había visto completamente desnuda. Entonces me eché a la cama y concilié el sueño inmediatamente.
Algunas veces pensé que el placer sensual que compartíamos era la consecuencia de tener una amistad sólida como una roca. Ya no había lugar para especulaciones, mis pensamientos y mis divagaciones habían pasado a ser tangibles. Ya no tenía la necesidad de suponer que entre ella y yo había amor.
Habia descubierto al fin algo insólito; cuando miraba fijamente a Monique, parecía que Mathilde me quería saltar a la yugular. Entonces, comencé a charlar y tocarle la mano, el brazo y la pierna. Mi mediocridad de persona estaba cayendo en un pozo, pero lo valía. Mathilde ya no reclamaba abrazos y consuelo, me decía que había descubierto que me gustaba Monique.
Me reía desde adentro... Pero fingía para ver el desespero en su lindo rostro.
Con el propósito de ignorarme, Mathilde se le ocurrió hacer una pequeña huerta en el terreno del fondo. A veces le alcanzaba una latita de cerveza y le daba un abrazo, porque intuía que era todo lo que realmente quería.
Una mañana de domingo ella salió a regar sus vegetales y a plantar bulbos. Aparentemente se había agachado demasiado y terminó sufriendo un ataque de lumbago, cuando la oí gritar de dolor ella estaba arrodillada en la tierra.
El dolor era intenso y no podía pararse. La cargué entre mis brazos y la coloqué boca abajo en el sofá. Le froté la espalda con un ungüento desinflamante.
—Demetrius, eres un médico nato —me dijo.
—¡Ja! Claro que no —repuse— , a duras penas soy un Data Entry.
—No sé, si viste que planté un pino en el porsche, con el correr de los meses crecerá y será agradable sentarse a la sombra.
—Me gusta el aroma a pino.
Mathilde tenia las rodillas y las manos llenas de tierra húmeda. Fui a buscar una toalla y un balde con agua y jabón.
—Hacía tanto tiempo que nadie había cuidado de mí con tanto cuidado y ternura.
—No pienses así, Mathilde, te puede dar depresión.
—Demetrius, ¿Estás enamorado de Monique?
—¿Qué?
—¿Te gusta?
—Sí... No, no de ese modo.
Su voz se extinguió. Inmediatamente oí su respiración profunda. Yo permanecí mirándola a los ojos, poniendo la mente en blanco para evitar emitir una carcajada.
—Demetrius, me inspiras lástima. Me preocupo por tener la casa inmaculada de limpia, que no le falte ningún botón a tus camisas y que no te falte la comida en la mesa —dijo la rubia lanzando una mirada de resignación.
—Esta bien... Lo diré, te lo confesaré...
La rubia se enfureció y dijo:
—No me toques nunca más. No me busques para dormir o hacer el amor.
Mathilde se enrojeció violentamente y me lanzó por la cabeza la lata de cerveza que estaba en la mesita ratona. Yo seguí sentado sin hacer ningún gesto, aguantandome la risa. Tenía la miraba fija hacia el televisor que estaba apagado.
—¡Sos un subnormal! —chilló, mientras intentaba incorporarse para ponerse de pie.
Caminé hacia una de las ventanas y observé que el cielo estaba gris como el humo. Ella caminó como pudo y se recostó en su cama dejando su puerta entreabierta. Me acerqué al pie de su lecho y vi que tenía los ojos dilatados por la fatiga.
La rubia insistía con que no acercara a ella. Hasta que no aguanté la risa y le dije que había percibido que ella estaba celosa y que había estado rozando a Monique a propósito para que ella termine encolerizada, entonces Mathilde lanzó una buena dosis de blasfemias que le devolvió el color a sus mejillas y el resplandor a sus ojos color mar.
Era lunes, como Mathilde se sentía un poco mejor la llevé al hipermercado. Cuando llegamos había dos patrulleros y unos oficiales de policía interrogando al paraguayo. Durante la madrugada habian intentado robar el comercio, pero como sonaron las alarmas los delincuentes se habían dado a la fuga. En el medio del tumulto alcancé a ver uno de los cristales de la vidriera totalmente quebrado, Mathilde no bajó del auto y se reclinó hacía atrás y se llevó la mano derecha a la frente.
—¿Que pasó? —gritó Mathilde con la cabeza fuera de la ventanilla
—Rompieron el vidrio porque querian saquear el hipermercado —respondió su hermano.
—¿Será que querían desvalijar el comercio? La gente está demente y desesperada últimamente —dije.
—Algunas veces —manifestó— pasan estas cosas porque la gente tiene hambre y otras porque solo ven que el local esta regalado — dijo la rubia, desde el auto.
Al oír como vociferaba la rubia, los ojos del paraguayo se abrieron desmesuradamente y dijo:
—Espero, caballeros, que esto no vuelva a suceder porque yo mismo tomaré cartas en el asunto. Ya pueden entrar a trabajar, pronto vendrán a instalar un juego de cristales nuevos. Hoy es un día normal.
—¡Oh, bueno! —dijo la rubia con un tono de resignación—. Pensé que nos mandarían a casa.
—Todo esto me hace sentir inquietud. Debo creer, supongo, que estos delincuentes no van a volver, no quiero que me aborden a la salida; yo, yo tengo miedo —dijo Boyd, con cara de susto.
—Ya lo sé querididita, eres patética y sonza —afirmó Mathilde.
—Cállate, serpiente. ¿Qué pasaría si vuelven a asaltar a Matheus? —preguntó Patty.
—Usted perdone —se excusó Mathilde—. Creo que estoy muy cansada de escuchar de tus miedos. Es mi hermano, no te metas.
Matheus oyó lo que decía Patty y respondió solemnemente:
—Déjala en paz. Por lo menos se preocupa por mi bienestar.
—¡Bah, bah, bah! —exclamó su hermana.
—Tu hermana no te quiere como yo te quiero a vos —dijo Patty, tomando del brazo a Matheus.
—¿Me quieres? —dijo Matheus, humedeciendose los ojos de emoción.
—¡Ah! ¿Si sabes que él no es polígamo? —exclamé, mirando a Boyd a los ojos.
—¿Te pensás que sos la única estrella del firmamento, loca? —retrucó Mathilde.
—Eso es una tontería —respondió Boyd— .
Matheus me necesita, soy su cable a tierra.
—Y yo necesito beber más, tarada. Por favor, dejen de decir estupideces que me duele la maldita cintura —dijo Mathilde sin vacilación ni temor.
—Ya me imagino porque te duele el cuerpo —dijo Boyd, emitiendo una risilla.
Mathilde respondió fríamente:
—La que se cree princesa, que se cierre el pico de una buena vez ... Conozco unos sujetos que andan procurando asaltar a idiotas como vos y puedo decirles a que hora salís de tu casa.
Después de oír a la rubia en tono amenazante, Boyd alzó su bolso del suelo y entró por la puerta del super. Mathilde descendió de mi auto explotando de entusiasmo, le encantaba cerrarle la boca a la gente, ella podía demostrar su fortaleza mental sin vacilar y eso era muy atractivo para mí.
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