La sexualidad pasó de moda
Después del entierro de Lalo empecé a tomar alcohol y ansiolíticos. Había charlado con Matheus, me había llamado por teléfono para ver si estaba bien. Le dije que el paragua me había dado tres días de franco por el luto y que también aprovecharía para ir a ordenar y trapear los pisos de la casa de Lalo.
El rubio se ofreció para ir conmigo a la vivienda y acepté. Cuando me pasó a buscar por mi casa, yo me encontraba bajo los efectos de los ansiolíticos y de unas cuantas cervezas en una combinación perfecta.
—Tengo que empezar a vivir sin mi
madre —balbuceé, mientras estaciónabamos frente a la puerta de la propiedad.
—¿Pero qué estuviste bebiendo? ¿Demetrius, estás ebrio? —dijo, bastardeandome.
—Me siento para la mierda. ¿Quieres ver la casa o no? —exclamé, evadiendo sus preguntas.
—¡Oh! Simplemente, diga: Me tomé hasta el agua de los floreros.
—De los floreros, ¿eh?
—¡Ja! —respondió Matheus riéndose de mí.
«¿A este que le ocurre ahora?», me pregunté a mí mismo.
—Entremos a la casa —mascullé, intentando poner mi cuerpo recto para que no sospechara que estaba medio apagado.
—Este comedor tiene como treinta metros de largo. Si vives aquí puedes comprar una gran mesa.
—¿Recuerdas la mesa del buque? Quisiera comprar una de similar tamaño, pero no tengo presupuesto para eso. Ahora tengo que pagar la mensualidad de las dos fosas en el cementerio.
—¡Ay! ¡Qué caro que es mantener a los muertos! —contestó y yo pensé que lo decía en un tono gracioso.
—Verdad. Es más económico la cremación.
—¡Aja! Lo decís con tanta naturalidad que se me levantan los vellos de la nuca — inquirió el rubio, ladeando su cabeza, mientras cerraba sus ojos.
—Es que es la verdad.
—Lo tomaré en cuenta cuando tú te mueras—dijo el rubio con un tono risible.
—¡Cállate! —dije, poniendo en blanco los ojos— , hoy telefonearon las hermanitas, parece que Rubí recibió noticias de la familia de su ex. Está bien, pero tendrá que volver a Luxemburgo para resolver unos asuntos de guita.
—Hay que preguntarle a Mathilde para que diga lo que ocurrió —dijo el rubio.
—Llámala vos, nomás. Decile que se cuide y cuando vuelva que nos traiga obsequios.
Matheus contestó con el tono más natural del mundo, explicando que no quería hablarle porque no fue él, el que se acostó con ella el día de su cumpleaños.
—Oh, déjate de disparates. Rubí no te suma ni te resta. Ella es un cero a la izquierda —bramó.
Asentí y luego mordí mi labio inferior, ante la sonrisa estúpida que se dibujo en la cara de Matheus.
—No importa.
—Lo ves... no importa. Si de todos modos se irá —dijo con la voz entrecortada.
—Está bien.
—Supongo que invitarás a Mathilde para que vea tu nueva adquisición.
Matheus se echó al sofá, y se cubrió con una manta que había tejido mi madre hace tiempo.
—Sí, claro —le solté.
—Deberías pedirle a la rubia que venga a vivir aquí. Mira esta casa... es tan...
—¿Grande? —completé.
—Exactamente. Tal vez a la larga puedan ir germinando otras emociones.
—Sería imposible. Ella va a revisar mis cosas para luego tener de que reír — sentencié.
—¿Acaso tienes más revistas? —dijo curvando la comisura de sus labios.
—No.
—Capté tu indirecta. Tú tienes miedo que te vea mirando hacía el suelo, durante los días de calor —dijo Matheus, con una voz casi hipnótica.
—Cálmese, buen hombre —contesté con un modo apacible—, Mathilde lo sabe todo. No hay nada que ocultar. Solo son mis deseos.
....
Estaba de acuerdo de invitar a Mathilde a la casa de Lalo, mi futura casa. No me parecía algo tan descabellado al fin. Probablemente, Matheus tenga algo de razón, pues me serviría como una compañía independiente.
Ya estábamos contemplando el fin de año. Había mucho movimiento en el hipermercado y teníamos que resolver asuntos administrativos. La gente hacía largas filas para abastecerse antes de las fiestas.
Creo que el problema de hoy en día es el miedo a no poder conseguir lo que deseamos. Todo el mundo camina enloquecido por los pasillos de la tienda, incluso se reportaron robos de objetos personales entre los clientes.
También he hablado con el paraguayo, para ver si conseguía una suba en mi sueldo. Él me dijo que haga un esquema promocional de negocios en el internet. También me dijo que la falta de entendimiento que tiene las personas adultas con la tecnología era un problema grande y que no iría a ser fácil que una ama de casa lea las promociones del hipermercado en una computadora.
En cierto punto, es era cierto. No toda la gente tenía un computador en su casa. Pero tenía que permitirle ver una solución específica que pueda servir para esta industria. Entonces tenía que crear una infraestructura digital y promocionar el sitio web en el hipermercado.
Al tomar un enfoque abierto, como el del internet, los clientes podrían disfrutar de las buenas ofertas de un casi 90% de rebaja,
con el propósito de vender los artículos no perecederos que estaban por caducar, como por ejemplo los productos lácteos. También se podría aplicar a los productos que estaban estancados hace meses en las góndolas, como los casettes y los VHS.
Estábamos en una transición entre las video casseteras y los Cd's y Dvd's. Todo pasaba a ser obsoleto y mediocre. Así nos estábamos adaptando a un mundo nuevo.
No es algo terrible. El tiempo ya no pasa, más bien el tiempo arrasa y no hay chance de volver atrás. Luego comencé a analizar en profundidad el asunto para luego planteárselo a mi jefe.
Cuando tomé el valor fui hacía su oficina y le conté sobre mi propuesta.
Me dijo que este proyecto de innovación tecnológica tal vez iría a funcionar. Me felicitó y me dijo que tengo la motivación de una persona muy creativa.
Estaba pálido, palpitando mi nuevo sueldo. Feliz de poder contribuir a que los usuarios puedan llegar aquí y llevarse todo lo que es prácticamente inservible. Pero también sabía que el asunto no resolvería por sí solo, mágicamente.
Necesitaba alguien brillante que despeje mi mente y ese era mi amigo Matheus. Cuando la jornada laboral acabó lo invité a comer a mi nueva morada.
—Ahora, perdón, ¿querías hablar conmigo de algo en particular? —exclamó el rubio, mientras obsevaba con detalle un cuadro.
—Ya te diré. Dime ¿Qué quieres cenar?
—¡Qué buen gusto el de Lalo! —dijo el
rubio— ¿es una pintura de Andrew Warhola?
—¿Quién? —exclamé confundido.
—También es conocido como Andy Warhol, fue un artista plástico y cineasta estadounidense que desempeñó un papel crucial en el nacimiento y desarrollo del pop art —explicó el rubio con una voz impostada.
—¿Será que es una pieza de arte original? —cuestioné.
—No lo sé. Puede que también sea una reproducción... una excelente reproducción.
—Matheus, si esto es real. ¿Valdrá mucho?
—Tranquilo, hombre, tranquilo —repitió pensativo— , tu tío si que tenía buen gusto.
Me esforcé para volver a pensar en lo que, incialmente iba a conversar. Me puse precipitadamente de pie, listo para ir con un experto en arte. ¡Me llegó el pánico!
....
No había duda de que mi tío había invertido su dinero en cosas materiales que no eran percibidas a simple vista.
Por primera vez el viento caliente se hacía sentir en la noche. Las cortinas blancas de las ventanas de la sala revoloteaban como fantasmas.
Terminamos de cenar y Matheus se levantó de la silla con el pretexto de ir a buscar un libro en la biblioteca. La inquietud estaba instalada en sus ojos.
—Demetrius, hay que buscar algo en esta casa —dijo el rubio. Necesitas encontrar un documento importante.
—No estoy seguro de lo que estás hablando.
—Escucha, compañero. No quiero que pienses errado. Pero hay que buscar el certificado de esa cosa.
Matheus alargó su mano y señaló la pintura.
—No. Por supuesto que no. Solo que, en cierta forma, no quiero revolver la casa ahora.
—¿Seguro?
—Seguro.
—¿Sí sabes que la autoría es uno de los factores que más influyen en el valor de una obra de arte?
—No lo sé. Supongo que sí.
—Hermano, lo que quiero encontrar es el certificado de autenticidad o un certificado de una tasación oficial —inquirió el rubio.
—¡Jesús, Matheus! Mi tío acaba de morir y esto se siente como una violación a la propiedad —dije rápidamente.
—Lo entiendo. Sin embargo, habrá que saber si es una obra original o es una maldita falsificación —anunció el rubio.
—Matheus, a vos nunca se te escapa
nada... ¿verdad?
—Yo solo te diré que si no encuentras el certificado vas a tener que pagarle a un perito profesional especializado en Bellas Artes —dijo con el rostro deformado por la resignación.
—Yo no pienso contratar a ningún perito — dije, mientras ladeaba mi cabeza.
—Respeto tu decisión. Solo imagina que es una pintura original de Andy Warhol. En el caso de que estés interesado en vender o asegurar la pieza, tendrás que ir con alguien que este capacitado para ésto.
—Oye Matheus, no intento contradecirte pero primero habría que investigar por nuestra cuenta ¿no creés?
—Esta pintura es conocida. Es una serigrafía, que luego le fue pintada encima con acrílicos. Es Mao Tse-tung.
—¿Quién? —exclamé confundido.
—Tse-tung fue un dictador Chino.
No entendí que me quería decir.
—Mathe... Oh, amigo, ¡discúlpeme por tener tanta ignorancia!— . Matheus me miró como si yo tuviese la intelectualidad de un chimpancé.
—Esta bien. Déjalo ahí.
—Tu no entiendes... Desde que recibimos el resultado positivo de Lalo, hasta ahora que falleció, han pasado casi doce meses.
—¡Woah! Un año. Ahora tienes veinticuatro años y yo tengo treinta y un años. Este año no hicimos nada. Ni siquiera festejamos el cumpleaños de nadie —dijo el rubio con voz susurrante.
—Francamente, lo único que hice fue trabajar para saldar cuentas bancarias. Por suerte estoy saliendo a flote y nuestro jefecito me dará un aumento —anuncié— , y no precisé ayuda externa.
—Entiendo. Tu plan de promoción digital es una buena idea —dijo el rubio curvando la comisura de sus labios.
—Yo cruzo los dedos.
—¡Eres muy, pero muy astuto!
— Pero si fracaso, todo será muy, pero muy peligroso —dije, mientras me ponía de pie para limpiar la mesa del comedor.
—Hay que tener fe, mi amigo —masculló Matheus.
—Ahora solo me queda conversar con Mathilde —aullé, desde la cocina.
—Déjalo asi por un momento. Ahora escucha cuidadosamente Demetrius. No se lo digas a nadie en el hipermercado. En verdad, ni siquiera abras la boca después de lo que te voy a decir.
—Entendí, pero...
—Patty Boyd me dijo que se besó con Mathilde. Parece que meses atrás comenzaron a ir a un antro gay.
—¡Oh, Dios! ¿Son lesbianas? —dije, ojiplático.
—No, hombre... creo que son bisexuales.
Juro por Dios, que me quede sentado allí sin moverme durante unos minutos interrumpidos, tratando de imaginar que se suponía que debía pensar. Quiero decir: ahora todos estamos en un círculo vicioso.
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