El Universo
Ser adolescente en la década del 2000 nunca fue fácil. Al principio, mis amigos y yo teníamos la certeza de no caer tan bajo para no hundirnos en la tierra. Después de todo ya no habia que hacer el servicio militar obligatorio como lo hicieron los jóvenes de la anterior generación. Y ahora ¿Qué más podría salir mal?
Mi vida siempre fue lineal, nunca ocurrió nada fatídico ni desastroso. Solo que tenía que seguir estudiando para tener un buen futuro, aunque en mis divagaciones soñaba con conseguir una chica y poder viajar por las grandes metrópolis del mundo. ¿Pero quién sería esa chica? ¿Quién puede permitirse derrochar el dinero en viajes de lujo? Algunos, tal vez si podrán.
Con la nafta sin plomo tan cara y con un Fiat 600 que había regalado un pariente de mi madre, mucho no podía hacer. Con un departamento que compró mi padre por cincuenta dólares y que ahora valdría por lo menos medio millón, no cosa suficiente para llegar a impresionar a ninguna chica.
Las mujeres lindas eligen a los hombres que tienen el mejor auto y si es posible, también una casa con piscina. Entonces es ahí donde pierdo la libertad de elección. Automáticamente, pierdo mi derecho a escoger a la chica mas linda porque naturalmente ellas siempre elegirán al muchacho más apuesto y con mejor poder adquisitivo.
Las muchachas no miran con deseo a los perdedores, flacuchos y simplones que trabajan como data entry en un hipermercado local. La verdad que me contrataron por tener una leve noción en el manejo correcto de la gramática y la ortografía, por tener conocimiento sobre el dominio de los software y por tener experiencia en mecanografía.
Demetrius Strauss, mi padre. Mecánico automotriz, gomero y cantante de ducha, la gente del barrio le decía «el macho». Él siempre dijo que trabajar en una oficina, detrás de una computadora era cosa de invertido. A él nunca le agradó que no sea tan viril, tan débil con las mujeres. Mi padre solía decir que para ser macho hay que nacer macho y que yo había salido al hermano de mi madre, un afeminado sin remedio. Mi tío Lalo trabajaba de transformista en una discoteca, bajo el pseudónimo de «Enchanté», que significa «encantada».
Cuando me comparaba con mi tío Lalo, me hervía la sangre y terminaba caminando un kilómetro hasta llegar a blockbuster para poder alquilar alguna película condicionada. Solo para llegar a mi casa y restregarle el VHS en las narices de mi padre y luego encerrarme en mi habitación fingiendo reproducirla. Pero no... yo nunca hice esa clase de cosas.
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Recuerdo aquella noche como ninguna noche de mi estúpida vida. Recién me habían contratado en el hipermercado y al terminar la jornada laboral mis dos nuevos amigos, Matheus y Mathilde, me habían invitado a tomar unas copas en un bar del centro. Sabía que tenía que aceptar, que no había otra alternativa y era una buena oportunidad para socializar.
La idea de tener amistades de verdad era tan ingenua como poderosa. Durante las pocas horas que estábamos sentados los tres en la barra, no hubo quien no cayera seducido por Mathilde. Hasta nosotros mismos, para empezar, no podíamos sacarle los ojos de encima... ¿Por qué?
Ella era como un sueño sombrío. Su cabello rubio brillaba bajo la luz fluorescente del local. Su voz era aniñada, pero también dramática. Sus ojos pardos eran irresistibles y su ímpetu por sacarme las palabras de mi boca, era lo que más me había llamado la atención.
Nos encontramos en ese punto, en que una mujer tenía las agallas suficientes para desenvolverme como papel de regalo como si fuera la noche de navidad.
Mathilde decía que estaba cansada de la monotonía, que no quería saber nada de los hombres que carecen de poder. ¿Y que es el poder?
Ella pronunció que es la habilidad para hacer cosas concretas y tangibles. Y yo entendí que no tenía ninguna herramienta para poder solventar deciciones sobre mi futuro. Que estaba perdido en el lejano oeste.
Me sentí enfrentando una posible evolución, para con las mujeres que beben alcohol como camionero. Solo me la imaginé como si ella fuera mía... Desnuda, con un par de tacones altos. Mientras ella me hablaba del petróleo y como el gobierno boliviano estaba intentando respetar a las tribus que castigan la infidelidad con la matanza del cónyuge.
Mi voz interior me decía que probablemente Mathilde estaba demente, entonces le puse la otra mejilla y comencé a hablar de Gandhi y la noción cristiana. Solo para ver si se dejaba de hablar tonterías.
Pero al escucharme decir esas incongruencias, la actitud de Matheus se tornó no - pacifista y nos había dicho que parecíamos unos idiotas compitiendo para ver quien tiene mejor raciocinio lógico. Lo extravagante de todo eso, es que era cierto.
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Al pasar los días, tuve la oportunidad de conocer más a Matheus. No es que pasaramos horas juntos, porque yo trabajaba en un cuchitril llamado oficina y él trabajaba en el área de créditos rodeado de clientes. ¿Será por ello que él siempre era entusiasta?
Entonces a las dos de la tarde, hora del almuerzo, siempre comíamos juntos en un viejo despacho, el cual tenía un ventilador medio destartalado y antiguo televisor, donde pasaban a esa hora al Súper agente 86.
En esos cuarenta minutos de recreo, él aprovechaba para divagar y filosofar. Le gustaba que la gente se voltee a verlo, por eso siempre hablaba de una forma estrambótica y con un tono grave.
El rubio era un maniático del café, después de comer iba con sus manos temblorosas para servirse tres tazas, le gustaba el café negro sin azúcar. En cuanto a lo que él relataba, era difícil averiguar entre lo que era real y lo que no lo era. Nunca sabíamos si nos estaba mintiendo o si realmente le gustaba jugar con las personas. Seguramente, en el hipermercado nadie tenía una idea real de lo que era.
Él siempre decía que estaba familiarizado con los Deja vù. Él decía sentir que era un sentimiento o sensación de haber vivido con anterioridad, lo que ahora estaba viviendo. Para él la vida misma era un rodaje de terror, sin embargo a pesar de tener una personalidad tan compleja, las cajeras del hipermercado siempre le coqueteaban de una forma bastante promiscua. También se rumoreaba que se había acostado con una docena de empleadas las cuales estaban encargadas del área de limpieza del local.
Matheus estaba muy interesado en las finanzas, la bolsa de valores y la economía, había dicho que aún cursaba la universidad haciendo un doctorado de finanzas. Le gustaba ahorrar y hacer dinero y que era su desafío intelectual.
En cambio para mí era más difícil, no estaba a su nivel, ni me encontraba particularmente motivado para pensar en eso, a mis veintitrés años. Yo solo pensaba en conseguir una chica guapa y audaz, que me quiera como realmente soy. Alguien como Mathilde, alguien que no le importe nada más que encontrar el poder del amor. Pero así como me estaba yendo en la vida, sabía que no iba a ser fácil conseguir un crecimiento intelectual de mi persona.
Por otro lado, el rubio solía decir que en un futuro la revolución tecnológica avanzará y opacará progresivamente a la filosófica. Toda la gente con labia y ganas de adular a una persona con el fin de agradar, quedaría a un lado o sería automáticamente rechazado y solo habrá que mostrar los billetes para conseguir seducir a una chica. Al pronunciar esas palabras sabía que mi futuro no iba a ser nada prometedor.
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Mathilde era una chica amable, pero tenía extraña particularidad de querer discutir con las personas. A medida que la iba conociendo, me fui dando cuenta que ella siempre piensa al opuesto de lo que uno cree. Una vez en la hora del almuerzo me preguntó si yo era ateo, lógicamente le dije que no y me contestó que no se junta con gente atea porque esas personas tienen un pensamiento irracional. Que el universo la había dotado con un gran intelecto humano y que creía que esas personas tenían una energía oscura. Entonces ella decía que era agnóstica.
Conversar con ella y con Matheus era un plato. Nunca se sabía con que locura te iban a salir. Si bien siempre creí en que existe vida en el más allá. Nunca desistí de querer investigar sobre los avances de los seres extraterrestres y también siempre fui curioso por la cosmología. Después de todo es muy normal la sobrevaloración del ser humano.
Mathilde siempre decía que quería entender al universo ¿Pero que es el universo? Ese día llegué a mi casa hecho trizas, comí las sobras de pizza que había dejado mi padre sobre la mesa de la cocina y se me ocurrió ir a buscar la pila de revistas "Muy interesante" que coleccionaba cuando era un niño. Esa revista contenía muchos artículos sobre el cosmos y los avances tecnológicos de la época.
Encontré la revista "Science", esa era de Lalo, de cuando se mostraba frente a la familia como un joven macho alpha. Sonreí, al recordar a mi tío hablándome sobre cosas de hombres. En el artículo decía que el universo es la totalidad de todas las formas de materia, leyes físicas, energía y el espacio/ tiempo.
Esa información me dejó pensando en lo que realmente quería decir Mathilde, sin embargo creí que ella estaba aludiendo al cosmos, como un mundo y una realidad. A mi parecer era una idea ingenua, un poco inocente, como para llamar la atención en el hipermercado.
En ciertas ocasiones los demás empleados quedaban pasmados oyendo las ridiculeces que decían ellos dos. Pero supongo que es su naturaleza, dado que Matheus y Mathilde son geminianos, y ellos tienen la tendencia de tener una revolucionaria labia. Una forma de hablar, expresarse y gesticular muy excitante e intoxicante.
Todo eso me dejaba mal parado, como dando pasos al costado sin poder llegar a desevolverme y a demostrar como soy o más bien, como quiero ser. Pero me cuestionaba internamente ¿Por qué tanta atención para ellos? No era por tener la envidia, pero había algo en ellos que yo no tenía y quería tener.
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